MUSSOLINI VA A LA GUERRA La campana de la Wehrmacht en Francia quedó prácticamente decidida cuando el cuerpo expedicionario británico quedó separado de las fuerzas francesas y se concentró en Dunkerque, por decisión del general lord Gort, tomada el 25 de mayo. Hitler, a petición de Goering, dio orden a Rundstedt de detener el avance de los tanques, que iban a liquidar la bolsa formada en Dunkerque, para que lo hiciera la Luftwaffe. El 4 de junio, cuando se dejó libertad de acción a las divisiones acorazadas alemanas para liquidar la operación, se habían evacuado 338000 soldados británicos y aliados. El ejército Inglés se salvó de ser capturado, pero perdió la mayor parte de sus armas y los arsenales ingleses quedaron vacíos. Los expertos opinaban que Inglaterra no estaba en condiciones de defenderse si era objeto de una invasión. Fueron tan extraordinarios estos acontecimientos militares que, puede decirse, muchas mentes se enloquecieron. Se dio el caso de que generales alemanes, destacados por los mandos que desempeñaron en la campaña de Francia, confesaron que no entendían lo que ocurría, pues al comienzo de la ofensiva entendían que los avances serían difíciles debido a la tenacidad con que se opondrían los franceses, provistos de buenos armamentos. Mussolini fue de los que se dejaron empujar por los extraordinarios éxitos bélicos logrados por Hitler. Creyó que debía aprovecharse de los triunfos de la Wehrmacht y en lo que entendió que era el último minuto de la lucha armada se marchó a la guerra para tener derecho al reparto del botín, acumulando así los máximos beneficios y corriendo un mínimo de riesgos. Esta jugada fue aplaudida por muchos, que la compararon con las mejores que expuso Maquiavelo en su famoso libro. El 7 de junio aconsejó el mariscal Weygand a su Gobierno que pidiera un armisticio sin demora y veinticuatro horas más tarde anunció que «la batalla del Somme estaba perdida». El gobierno francés estaba dividido en cuanto a la línea que debía seguir, pero el 9 acordó abandonar Paris. Reynaud, todavía como jefe de Gobierno, dirigió un llamamiento al presidente Roosevelt en demanda de ayuda: «Lucharemos delante de Paris; lucharemos detrás de Paris; resistiremos en una de nuestras provincias, y si somos expulsados, nos trasladaremos al norte de África.» Sin embargo, el 17 formó gobierno el mariscal Pétain y comenzaron las negociaciones para establecer un armisticio. El 10 de junio, Italia declaró la guerra a Francia. El 30 de mayo el Duce escribió al Führer para anunciarle que había tornado la decisión de entrar en el conflicto el 5 de junio, pues el pueblo Italiano estaba impaciente «de tomar las armas al lado del pueblo alemán, en la lucha contra nuestros enemigos». Se refirió a los enormes esfuerzos realizados en los últimos nueve meses y puntualizó: «Tenemos hoy 70 divisiones en estado de combatir con eficacia.» En Abisinia se encontraban 350 000 hombres, italianos e indígenas, mientras que la Marina y la aviación se encontraban totalmente en pie de guerra. Y añadía, que disponía de los hombres necesarios para formar otras 70 divisiones si dispusiera de los medios necesarios para armarlos. El balance que ofrecía era realmente magnifico, pero la ofensiva italiana contra los franceses no empezó hasta diez días después de la declaración de guerra y fue fácilmente controlada por las fuerzas francesas. El 25 de junio se firmó el armisticio franco-alemán; antes se habían entrevistado, en Munich, Hitler y Mussolini para decidir que se haría con Francia después de ser vencida. El Duce era partidario de aplicar unas condiciones muy duras: ocupación de Túnez y de Córcega y la entrega de toda la flota; pero el Führer tenía otras ideas, de acuerdo con los intereses del Reich, que diferían bastante de aquellos por los cuales había Italia entrado en la guerra. Hitler pensaba que en la Nueva Europa, que quería crear, se necesitaba la colaboración francesa y, por lo tanto, era menester ganar la buena voluntad del pueblo galo para que el nacionalsocialismo pudiera establecer el imperio de los Mil Años. De esta manera nació el colaboracionismo en Francia, cosa que no esperaba Mussolini, pues al declarar la guerra el 10 de junio se veía ya amo y señor de Niza, Córcega, Túnez y la Somalia francesa, con esperanzas de hacer igualmente con Argelia y el Marruecos francés. La reacción italiana cuando se conocieron las cláusulas del armisticio firmado en el bosque de Compiègne salieron pronto a la superficie, si bien la propaganda se cuidó de presentar la derrota de Francia como un gran triunfo del Eje. Un testimonio de lo que pensaban los italianos del comportamiento nazi me lo dio el corresponsal en Berlín del diario Stampa de Milán. Mi amigo Guido Tonella, italiano nacido en Suiza, fue expulsado de la capital del Reich por haber criticado en sus crónicas el armisticio francogermano. Antes de marcharse a Italia me explicó que, según veía él y varios de sus colegas, Hitler había cometido el error máximo de esta guerra, ya que el francés jamás aceptaría una Europa dominada por los alemanes. «Los franceses de Vichy -me decía- siempre tendrán elogios para Ribbentrop, pero cuando se presente la ocasión su corazón estará al lado de los ingleses.» ¿Por qué se equivocó Mussolini tan tremendamente al entrar en el conflicto creyendo que sólo faltaban cinco minutos para la hora de la paz? Esta pregunta me la hacia cuando se producían los acontecimientos y la repito ahora cuando han transcurrido algo más de cuatro décadas. El Duce, que fantaseaba en cuestiones militares, estaba seguro que la Blitzkrieg acabaría con los ingleses de igual manera que derrotó a los franceses; no calculó que la resistencia británica y el canal de la Mancha, con sus aguas agitadas que poco tenían que ver con un caudaloso río, evitarían que Hitler trasladara a la isla inglesa la táctica de la Blitzkrieg. Mussolini estaba convencido que la guerra terminaría entre septiembre y octubre, según revelaron los documentos, y llevado por su optimismo desmovilizó a 600 000 hombres para que se dedicaran a las labores de recolección. Es difícil entender cómo la ambición dominó de tal forma al político que en dos ocasiones -Munich en septiembre de 1938 y vísperas de la invasión de Polonia en agosto de 1939- dio muestras de realismo y prudencia. El 12 de agosto de 1939 acudió el conde Ciano a Berchtesgaden llamado por Ribbentrop, quien le dio cuenta de que era inevitable la invasión de Polonia por la Wehrmacht, según se ha explicado oportunamente. El ministro y yerno del Duce expresó que antes de tres años no podría Italia participar en un conflicto armado; argumentó que esta postergación se debía a la debilidad de la preparación militar y a la gran importancia que el mismo Mussolini atribuía a la buena ejecución de la Exposición Mundial planeada para 1942. Cuando el 30 de mayo de 1940 escribió el Duce a Hitler su decisión de participar activamente en la guerra, sabía él claramente que Italia no estaba capacitada militarmente para sostener una guerra, pues ésta era la opinión del mariscal Badoglio, jefe de las fuerzas armadas; la guerra de Abisinia y la participación italiana en la guerra civil española habían consumido un material de guerra que no había sido aun repuesto. Pronto se dio cuenta que el armisticio firmado con Francia estaba lejos de significar el fin de la guerra; vinieron los descontentos y la sensación de faltarle cada vez más el apoyo popular, que pensó haber conquistado cuando después de la derrota del Negus proclamó el Imperio Italiano. Luego se agregó su dependencia cada vez mayor de Alemania, con su orgullo lesionado a causa de su sentimiento de inferioridad respecto a Hitler. Buscará rehacer su prestigio con su ataque a Grecia, que lanzó sin consultar antes con su aliado nazi, para acabar pidiendo la ayuda militar alemana tanto en África del Norte como en los Balcanes. El político maquiavélico que creía ser el maestro de Adolfo Hitler, se encontró totalmente a la merced de su discípulo a causa de su decisión de entrar en el conflicto armado, seguro de que no fallarían sus cálculos de apropiarse un formidable botín con el mínimo de sacrificio de la sangre de sus tropas. Se olvidó que el factor más importante que interviene en el planteo de todo conflicto armado es fijar bien claramente la duración del mismo. Bismarck, con las tres guerras que llevó a cabo contra daneses, austriacos y franceses, enseñó claramente que se debe estudiar bien cuando se pondrá fin a las operaciones bélicas. Hitler no tuvo en cuenta la lección dada por el llamado canciller de hierro; Mussolini se engaño totalmente cuando no pensó que la guerra corta podría transformarse en una guerra larga, si los ingleses no se rendían luego de la derrota francesa. Y este error costó un precio altísimo al pueblo italiano, mientras que el destino le reservó a él y a su amante Claretta Petacci, cuando fueron detenidos, vestir él un abrigo militar alemán y estar escondido en un camión de la Wehrmacht. Toda una cruel ironía, como se dice.