¿Cómo crear productos que sean a un tiempo innovadores y

Anuncio
Innovación y cultura productiva
¿Cómo crear productos que sean a un tiempo innovadores y
comercialmente exitosos?
CLOTILDE FONSECA MINISTRA DE CIENCIA Y TECNOLOGÍA 11:04 P.M. 04/01/2011
La innovación es un tema fundamental de nuestro tiempo. De
ella depende, como nunca antes, el posicionamiento nacional y
global de las empresas y, sobre todo, el desarrollo económico.
Así lo han destacado los estudios más recientes del BID, la
CEPAL y múltiples think tanks. Ellos señalan, claramente,
también, que, para aumentar la productividad y estar en
capacidad de generar innovación más poderosa, es
imprescindible fortalecer la dimensión científica y tecnológica
de los productos y procesos productivos.
¿Cómo lograrla? ¿Cómo crear productos que sean a un tiempo
innovadores y comercialmente exitosos? He ahí el dilema. El
asunto no es simple, ni siquiera para las empresas que cuentan
con el talento humano y el financiamiento requeridos.
Gary Lynn y Richard Reilly parecen tener una respuesta. Los
hallazgos de su investigación empírica han permitido decantar
algunas de las mejores prácticas en este campo. Estos dos
investigadores estudiaron la conducta, actitudes y destrezas de
los equipos productivos que despliegan prácticas exitosas en el
ámbito mundial, en el diseño, producción y comercialización de
innovaciones. La magnitud y complejidad de su trabajo de
varias décadas —que se concentra fundamentalmente en la
innovación incremental— aporta importantes lecciones para
quienes desean adentrarse en las prometedoras y, a veces,
también, inciertas aguas de la innovación.
No nos detendremos aquí en las características de la
metodología que sustenta este ambicioso estudio. El primer
capítulo de su libro, Blockbusters: The Five Keys to Developing
Great New Products (Harper Business, 2002), la describe en
detalle. Basta saber, sin embargo, que sus conclusiones se
fundamentan en el análisis estadístico de varios centenares de
casos de éxito y fracaso y en una base de datos que recoge los
perfiles productivos de más de 250 equipos generadores de
innovación en empresas de los más diversos tamaños,
ubicaciones y especialidades.
El trabajo de Lynn y Reilly extrae los cinco factores
estadísticamente más determinantes en la creación de productos
que resultaron ser innovadores y, a la vez, comercialmente
viables. Conviene conocer y valorar las características comunes
de la cultura productiva que ha generado esos productos. Sus
rasgos son precisos y, sin duda, podrían ser aplicados, también,
a las actividades creadoras de muy diversas instituciones,
empresas y sectores productivos. Vale la pena analizarlos, uno a
uno, con algún cuidado.
1. Visión clara y precisa. El factor determinante de todo
proyecto innovador reside en la claridad absoluta sobre su
objetivo. La visión del producto debe ser evidente, precisa y
estable. Sin embargo, la idea del resultado debe ser lo único
inmutable, pues es el eje que da sentido y dirección al proceso.
Por lo demás, no se requieren reglas absolutas o parámetros
rígidos. Todo lo contrario. Las formas de llegar al producto final
pueden ser —e inevitablemente serán— diversas y cambiantes.
No se puede olvidar nunca, sin embargo, que es preciso empezar
y mantenerse con el fin en la mente.
2. Involucramiento de la alta gerencia. Este factor es esencial.
Constituye una fuerza que impulsa y respalda al equipo
desarrollador y le confiere la autoridad y la confianza necesarias
para actuar. Su apoyo es crítico cuando se debe romper alguna
regla o superar algún atascamiento burocrático. Sin embargo, su
intervención jamás debe convertirse en una forma de inspección
o de control. La participación de la dirección superior debe ser
más bien propositiva, cercana, estimulante.
Dentro de este marco de acción, los autores destacan la
importancia de que la alta gerencia atienda tanto los aspectos
estratégicos como los de detalle. Según dicen, cuando hacemos
innovación incremental no hay que temerle al
“micromanagement”, que tanto combate la literatura
especializada. En estos casos la alta gerencia debe prestar
atención, también, a las pequeñas decisiones y a la acción
concreta.
3. Capacidad de improvisación. La innovación exitosa
requiere de equipos ágiles, flexibles, con amplia disposición
para probar diferentes ideas en rápida sucesión. Como es obvio,
no existe un camino lineal entre la innovación y el mercado. Es
necesario, por lo tanto, experimentar con distintos prototipos
que puedan llegar a entrar en “sintonía” con los usuarios finales.
Los equipos deben poder imaginar la necesidad —real o
creada— de los futuros clientes.
Para nuestra sorpresa, Lynn y Reilly defienden vehementemente
la importancia de la capacidad de improvisación que debe existir
en estos grupos humanos. Ellos deben estar en condición de
variar el rumbo sin muchas aprehensiones, a medida que avanza
el proyecto. El planeamiento estricto y el apego riguroso a un
plan predefinido suele ser pernicioso; conduce al
desaprovechamiento de las oportunidades de mejora que
permiten responder, de forma más rápida y eficaz, a los
requerimientos emergentes de la sociedad y los consumidores.
Recordemos, lo único inmutable es la meta.
4. Ágiles flujos de información e intercambio. La
comunicación permanente y efectiva es un rasgo esencial de los
equipos productivos. Es preciso que el flujo comunicativo sea
natural y espontáneo y que permita el intercambio de ideas,
propuestas e información, sin rituales burocráticos o
intercambios formales. En general, estos equipos operan en un
ambiente amplio y enriquecedor, en el que nadie se guarda nada
para sí mismo, por temor al ridículo o por falta de disposición
para compartir o someter lo propio, al juicio colectivo.
Más allá de las reuniones formales y estructuradas, estos
equipos hacen uso de todo tipo de recursos, desde correos
electrónicos, mensajes instantáneos, chats, videoconferencias y
procesos de streaming, hasta notas escritas y post-its. Lo
importante es el aprovechamiento inmediato de ideas,
pensamientos, propuestas y sugerencias.
5. Cooperación bajo presión. La capacidad para cooperar y
colaborar, aún en condiciones apremiantes o de estrés, también
aflora fuertemente en estos procesos. La clara adhesión a la
meta reduce los conflictos personales y evita las divergencias
irreconciliables. Las relaciones entre sus miembros se enmarcan
en una dinámica productiva coherente, que no depende de la
existencia de las relaciones de amistad o de aspectos de
coincidencia personal. El espíritu de grupo, el entusiasmo con el
proceso creador y la claridad, en relación con la meta, los hace
mantener la cooperación necesaria para cumplir con el cometido.
Los descubrimientos de Rynn y Reilley no constituyen una
receta o una ruta corta para lograr un producto innovador. Los
factores que han documentado sugieren más bien una cultura de
trabajo, un estilo de relación y de gestión. El éxito no se deriva
de la presencia individual de cada uno de los factores. La clave
de hallazgo se encuentra más bien en su complementariedad, en
la naturaleza sistémica de sus interrelaciones. He ahí lo que hace
la diferencia.
La buena noticia, según nos dicen estos expertos, es que, cuando
se logra este tipo de dinámica productiva, el riesgo de fracaso se
reduce a alrededor de un 2%, algo verdaderamente sorprendente,
especialmente si se considera que los proyectos de innovación
enfrentan siempre múltiples riesgos y fracasos. De hecho,
muchos de ellos acaban siendo abandonados o desaprovechados
cuando no se dan las condiciones óptimas para llevarlos a buen
término.
En el mundo empresarial e institucional contemporáneo, que
depende de manera tan determinante de la alta productividad y
de la capacidad de innovación, los resultados de la investigación
de Lynn y Reilley, provenientes del proyecto “Tecnogénesis”
del Instituto Tecnológico Stevens, constituyen un punto de
partida para la reflexión y la conformación de grupos creadores
de productos y servicios. Sobre todo, para emprender esfuerzos
transformadores de nuestra cultura creativa y productiva. He
aquí un camino a seguir.
Descargar