Política Internacional Zimbabwe: tensión, violencia y elecciones A medida que se aproximan las elecciones legislativas del próximo 31 de marzo en Zimbabwe, los problemas que de forma cíclica enfrenta la otrora llamada Rodhesia han vuelto a despertar algunos temores y dudas sobre su futuro más o menos inmediato. Aunque si bien es cierto que hasta el momento no se han producido episodios de violencia de una magnitud comparable a la de anteriores campañas electorales (especialmente la que tuvo lugar en 2002), las denuncias de acoso y hostigamiento por parte de los simpatizantes del principal partido de la oposición (MDC) y las acusaciones vertidas desde organizaciones locales, regionales e internacionales respecto a la deriva represiva en la que desde hace años está embarcado el Gobierno de Robert Mugabe, hacen presagiar que los comicios (en los que presumiblemente el partido gubernamental ZANU-PF logrará una nueva victoria) no servirán sino para caldear aún más un país que deambula desde hace años por el precipicio de la tensión y la inestabilidad. Una crisis de tres patas Tras la guerra de liberación en los años 70 contra la dominación inglesa (precisamente liderada por el actual mandatario del país) y el proceso de independencia culminado en 1980, el Zimbabwe de Mugabe ha estado permanentemente flagelado por la polarización, el enfrentamiento y la crispación. Si bien al controvertido dirigente se la atribuyen algunas mejoras sociales respecto a la época de dominación blanca (teniendo en cuenta las profundas diferencias sociales que generaron los regímenes británicos), Mugabe se ha caracterizado por implantar de forma paulatina un sistema personalista, autoritario y crecientemente represivo. No obstante, la magnitud de la situación actual, que cabe entroncar en el legado colonial, se sostiene en tres pilares que merece la pena abordar. En primer lugar, una crisis institucional y política, agudizada tras las elecciones presidenciales de 2002 que fueron tachadas por la oposición y la comunidad internacional como fraudulentas y que generaron un escenario de enfrentamiento constante entre el Gobierno y el partido ZANU-PF contra buena parte de la oposición (liderada por el MDC de Morgan Tsvangirai) y los sindicatos. Desde entonces, organizaciones de todo tipo han denunciado numerosas y reiteradas violaciones de derechos humanos por parte del Ejecutivo, así como la aprobación de varias medidas (centradas en la actividad de las ONG y los medios de comunicación) que suponen un fuerte varapalo al respeto de las libertades fundamentales. Como consecuencia de ello, la Unión Europea (y en particular Reino Unido), la Commonwealth y EEUU han sometido a Zimbabwe a un considerable aislamiento internacional que se ha traducido en la imposición de sanciones dirigidas a los miembros del Gabinete de Mugabe o en la retirada del país de organizaciones como el Fondo Monetario Internacional. Por su parte, el Presidente sudafricano, Thabo Mbeki, quien en pocos años se ha convertido en un referente diplomático continental, ha tratado de intervenir en la crisis y acercar posturas entre los dos principales partidos mediante una estrategia que algunos han catalogado de “diplomacia tranquila” y que por el momento ha cosechado más críticas y desencuentros que éxitos concretos. El segundo pilar de la crisis zimbabwense es el colapso económico que también desde hace varios años viene sufriendo el país. En este sentido, a la sangría económica que supuso la participación en las guerras de Mozambique y República Democrática del Congo durante los años 90, al aumento del desempleo (que se sitúa en torno al 70 por ciento) y a los históricos índices de inflación (que en algún momento de 2004 llegó a alcanzar la cifra récord del 700 por ciento), cabe sumar el impacto que la llamada “revolución de la tierra”, que Mugabe convirtió en bandera política para recuperar la confianza de la población tras el descalabro electoral en las legislativas de 2000, ha tenido en el desarrollo económico del país. Aunque sin ser el factor determinante que explica la magnitud de la crisis, la mal llamada reforma agraria ha supuesto, por una parte, la caída espectacular de la producción agrícola como consecuencia de la mala gestión que estos nuevos propietarios han hecho de sus haciendas, así como un incremento de las prácticas corruptas en el país; y por otra, la perpetuación del problema de la redistribución y el acceso a la tierra (que desde la época de la colonización concentra más del 70 por ciento de las propiedades en menos del 1 por ciento de la población), ya que dicha reforma simplemente ha propiciado un relevo en la posesión de las tierras, que han pasado de manos de una minoría blanca a las de una elite afín al Presidente Mugabe. Finalmente, un tercer pilar tiene que ver con la grave situación humanitaria que, particularmente desde 2002, afecta no sólo a Zimbabwe si no en buena medida a casi todos los países que conforman la región. En este sentido, tanto el impacto de las prolongadas sequías como la creciente presencia del VIH/SIDA entre la población (alcanzando a casi un 40 por ciento de la población adulta) han llevado a más de dos tercios de los zimbabwenses a depender de la asistencia alimentaria dispensada por las organizaciones humanitarias. Así, este último hecho se ha convertido en un nuevo motivo de conflicto y enfrentamiento entre la oposición y la comunidad internacional con el Gobierno. Y es que, mientras Harare trata de dificultar la labor humanitaria por temor a que pueda convertirse en un instrumento político en su contra, la oposición denuncia la manipulación electoralista que el ZANU-PF está realizando de la ayuda. ¿Y mañana? Esta crisis de tres patas sitúa a Zimbabwe ante un escenario realmente incierto y un tanto peligroso. A pesar de las presiones realizadas por el SADC (organización regional a la que Zimbabwe pertenece) para que Harare asuma las directrices electorales que garantizarían unos comicios aceptables, es de esperar que las elecciones sean tildadas de fraudulentas tanto por la oposición como por la comunidad internacional y que, como mínimo, se mantenga la situación de inestabilidad en la que actualmente se encuentra el país. En este sentido, algunas voces han señalado como contrapunto esperanzador el futuro relevo que podría producirse en la cúpula del ZANU-PF (partido que actualmente enfrenta numerosas tensiones étnicas y generacionales), con la presumible llegada del ala más moderada y más capacitada para resolver la crisis actual, encabezada por John Nkomo, hecho que abriría una ventana de oportunidad al diálogo, la conciliación y la democratización en el país. Sea como fuere, cualquier receta a aplicar en Zimbabwe pasa por la potenciación de los esfuerzos diplomáticos que en estos momentos está liderando Sudáfrica, así como por el establecimiento de una estrategia conjunta (local, regional e internacional) que trate de reconducir, mediante el diálogo y la creación de confianza, el delicado rumbo emprendido hace años por el Gobierno de Mugabe. De no ser así, Zimbabwe probablemente continuará merodeando por la peligrosa frontera de la tensión y la violencia, que tantas veces y en tantos otros escenarios africanos ha supuesto el estallido de conflictos que después no han tenido marcha atrás. Fecha Publicación: 23/03/2005 Óscar Mateos Investigador de la Escuela Barcelona de Cultura de Paz de la Universidad Tel: 93 581 27 52; Fax: 93 581 32 94 E-mail: [email protected] Web: www.escolapau.org Autónoma de