Educación en campaña La utopía ha impulsado muchas mejoras sociales, entre ellas la extensión universal de la educación. Aunque, a veces, su siempre difícil logro se percibe como frustración. El éxito y el fracaso educativos son dos ángulos extremos en la convivencia democrática, demostradamente imprecisos. No se conocen con exactitud sus límites, y por qué se da más uno u otro en cada época. Ambos supuestos se han utilizado como argumento de confrontación, ligados siempre al legado de tal o cual partido político. Durante estos dos meses previos a la cita electoral se han asomado un poco a los medios de comunicación, porque ya sabemos que la educación no figura en los primeros lugares de las preocupaciones electorales; así se ha puesto de manifiesto en los debates mediáticos. Ahora que vamos ya hacia 2016, urge encontrar una educación universal que ayude a aprender a ser, como individuos y colectivo; hemos de aprovechar nuestros logros y fracasos para imaginar un futuro distinto. Viene esto a cuento porque se han propuesto, desde todas las esquinas políticas y sin duda dotadas de buena intención, algunas inciertas conjeturas sobre la nueva educación obligatoria. Las unas porque elevan la fértil utopía a aventura increíble, habida cuenta de la historia pasada; las otras porque se fundamentan en torno a fracasos de los demás -mal comienzo para una ilusión colectiva-. Pero también ha salido a la luz desde todos los partidos, incluso por parte de aquel que ha sometido durante cuatro años a severos correctivos al sistema, una idea esperanzadora que habla de un Pacto por la Educación. Así, con mayúsculas. Hay que hacerlo realidad, a partir del día siguiente de las elecciones. Porque la educación debe ser ante todo un proyecto adornado de alguna utopía, una anticipación de un futuro que queremos y, en consecuencia, nos vamos a empeñar en construir. A menudo, es vista como un recurso presente, reconocible en niños escolarizados y programas escolares más o menos coherentes. La urgencia en resolver problemas organizativos enmascara el fondo del proyecto educativo y corre el riesgo de que la pedagogía que lo mueve sea mínimamente utópica. Por eso necesita una pausa reflexiva, para revisar y dialogar; para pactar, porque detrás del proyecto educativo, empujando, siempre se encuentra la pretensión transformadora -aunque esta tenga tonalidades diferentes- que nos impedirá que el aroma del fracaso lo contamine todo. Hoy seguimos deslizándonos por el laberinto de las palabras perdidas. Por allí deambulan sin respuesta preguntas que tienen que ver con si sabemos lo que hay que enseñar hoy y por qué razones, si son adecuados los saberes a las capacidades de los escolares, si existen unas metodologías más acertadas que otras en aulas con muchos y diferentes alumnos, cómo y qué es necesario evaluar para que la educación personalizada progrese, y un largo etcétera con el que se tropieza el profesorado en el discurrir diario en las aulas. Al mismo tiempo, se lanzan tópicos que van y vienen desde siempre dejando escaso rastro, como puede ser la formación del profesorado, inicial y permanente. Debemos reconocer de una vez que aprobar una carrera, conseguir un contrato o superar unas oposiciones no es salvoconducto permanente para enseñar en cualquier nivel, por eso hay que organizar una ajustada y creativa evaluación del profesorado. El Ministerio de Educación ha encargado a un prestigioso educador, un par de meses antes de la cita electoral, un Libro Blanco de la Función Docente para quién sabe qué, a la vez que otros partidos promueven actuaciones “prêt-àporter” en cuestiones variopintas. Sean constructivos, porque además en la sociedad flota un peligroso distanciamiento de la trascendencia educativa. El Gobierno que salga del 20 D, en un escenario previsible de escasas mayorías, debe saber escuchar para encontrar un acuerdo educativo serio, duradero, revisable, pedagógicamente viable, económicamente dotado y con una permanente evaluación constructiva de todo el sistema educativo. Además, ha de buscar la participación generosa y comprometida del profesorado y las familias. Un pacto, empeñado en lo trascendente, resulta imprescindible para dar justo valor a las posibles utopías y fracasos en una sociedad democrática; se lo debemos a nuestros niños y jóvenes. *Publicado en Heraldo de Aragón el 15 de diciembre de 2015,a las elecciones generales. cinco días de