Almanzor, la Ceca de Córdoba y los economistas de Al-Ándalus (año 970) * Simulación de un viaje por el tiempo realizado por un periodista económico, a través de un programa de realidad virtual capaz de reproducir el comportamiento pasado de la economía. Incluido en el libro Momentos estelares de Econolandia. La Ceca de Córdoba Estaba pensando en todas estas cosas cuando, de repente, me encontré frente a la ceca de Córdoba, el centro de acuñación de moneda de todo el Califato. Ahora el módulo de realidad virtual actuaba por su cuenta y yo era un simple espectador de lo que sucedía. Más tarde me enteré de que, como parte del proceso de formación, existían submodelos que contaban determinados sucesos, reales o ficticios, pero ambientados en la época y referidos al contexto socio económico. La Ceca, o «dar al-Sikka», se encontraba instalada en un viejo caserón, cerca de la gran mezquita. Seguramente no era casualidad que su parte trasera diera al barrio judío. Allí se habían instalado los cambistas y otros intermediarios financieros de la época. De acuerdo con las normas habituales en Siria, Persia, Arabia y Bizancio, los países financieramente más evolucionados de la época, la casa emisora de la moneda incluía un amplio depósito de material precioso (oro y plata), un horno de fundición, las prensas para acuñar, planchas y sacas almacenadas de monedas nuevas o de las antiguas que provenían de la recaudación de impuestos. Trabajaban unos veinte funcionarios con amplia experiencia, algunos fuertemente afectados por el resplandor de los fuegos y por un trabajo continuado de anotaciones y pliegos de cuentas. Al frente de la ceca había sido habitual colocar a uno de los eunucos con funciones administrativas en palacio. Pero Alhaquen había concedido tan alto puesto a un protegido de su primo el visir Ben-Hodair, un prometedor joven llamado Mohámed Abuámir. Era un puesto de gran responsabilidad que exigía prestar un solemne juramento previo en el palacio del cadí. Por sus manos pasaba el oro y la plata del imperio. BenHodair sabía bien el poder que ponía en manos de su protegido: “Quien tiene la llave de esta casa tiene las llaves de Córdoba y su reino. Presta dinero, presta sin miedo, a generales, banqueros, nobles,... Y recuerda, un puño fuerte siempre sobre la mesa y una mano larga extendida por debajo”. Abuámir, como nuevo jefe de la Ceca, tenía poderes casi plenos para organizarse a su gusto, ya que sólo el califa, el gran visir y los dos eunucos a los que Alhaquen había nombrado chambelanes (administradores generales), podían acceder a sus instalaciones. Cualquier otro alto cargo debía pedir un permiso expreso al califa, ya que su acceso estaba prohibido bajo pena de muerte. Sin embargo, aquel día que me permitían visionar, la Ceca estaba llena de gente extraña. En un auténtico “ajuste de cuentas” se encontraban allí, junto con los chambelanes, el cadí de Córdoba, el prefecto de policía, el gran visir y su secretario personal y los jefes de la oficina real de recaudación de impuestos, así como algunos miembros de la guardia. En el despacho principal, el responsable de la Ceca aguantaba de pie el cúmulo de indagaciones a que le sometían. Junto a él estaba un conocido banquero judío, al que Abuámir había contratado como su principal ayudante y que dirigía a todo un regimiento de orfebres judíos con amplia experiencia en el trabajar el oro y la plata. Parecía claro que el poder de Abuámir había levantado todo tipo de envidias y ahora querían pillarle en algún renuncio. Las indagaciones judiciales las dirigía personalmente el cadí de Córdoba: “Las cuentas están en orden. El número de monedas acuñadas concuerda con las salidas y con las entradas en el tesoro real. En Zahara se han recibido exactamente las cantidades que aparecen en los registros de tus libros. Pero... es necesario cotejar las entradas de la oficina de contribuciones con los fondos de la Ceca y, naturalmente, los fondos acuñados en las últimas semanas, que ascienden a una suma considerable según tu contabilidad”. Abuámir, al parecer, estaba muy tranquilo. Argumentó que los dineros que parecían faltar correspondían a fondos almacenados en otro lugar que él personalmente había seleccionado por su seguridad. “No se trata de guardar unas monedas en un calcetín. No soy un imprudente que deje en cualquier sitio lo que pertenece al Príncipe de los Creyentes”: El módulo de realidad virtual me trasladó, poco después, a la casa de BenHodair, el protector de Abuámir. La verdad es que faltaban muchas monedas como consecuencia de la prodigalidad en los préstamos que se habían concedido sin ninguna justificación oficial. Pero la solución la tenía el visir amigo, que, a su vez, había retenido grandes cantidades de dinero que le habían sido entregadas, hace años, por comerciantes para que los defendiera de incursiones piratas en la zona del estrecho. “Sí hijo. Me quedé tranquilamente con todo ese dinero. Tendría que haber contratado mercenarios berberiscos, construido embarcaciones y establecido sistemas de patrullaje costero. Pero ya ves... Durante años me beneficié de aquellas cuotas. Hice mal, pero ¿iba a hacerle ese trabajo gratuitamente a mi primo mientras él construía un paraíso en Zahara?”. Nuevo cambio de lugar y un pequeño salto en el tiempo. Me encontraba en la Córdoba del 997 y ahora era un tal Almansur o Almanzor quien dirigía sus destinos. La gente comentaba cómo había llegado al poder máximo un importante general que antes administraba tesoros y gobernaba la casa de la moneda. No sé los detalles. Pero Abuámir había ido arrinconando, en pocos años, al nuevo califa, hijo de Alhaquen, aún niño, y al gran visir hasta hacerse con el poder absoluto. De la Ceca económica a la Meca político-religiosa. Economía, política y sociedad mostraban, una vez más, sus muchos puntos de contacto. Los viajes, a través de esa especie de realidad virtual que posibilitaban los módulos IRP (Interactive Resolution Packages) diseñados por el Centro de Inteligencia, empezaban siendo de gran utilidad según mi primera experiencia. Después de tantas horas de vagar por calles, caminos y dependencias del califato, me encontraba muy cansado. No tenía reloj (¡aun faltaban al menos cinco siglos para los primeros relojes mecánicos!) pero, por el sol, debía ser primera hora de la mañana cuando llegué a la ciudad y faltaba ya poco para ponerse el sol más allá de Azahra. Por primera vez me di cuenta de que no había comido ni bebido nada y tenía ciertas necesidades. Sabía que para volver a la realidad sólo era preciso que desconectase el programa instalado, según me habían enseñado: retirada de alfileres, ojos cerrados y doble golpe en la nuca. Al hacerlo me pareció despertar de un sueño, pero con la diferencia de que recordaba con todo tipo de detalles lo sucedido. Ahora me encontraba en una gran nave cilíndrica con paredes recubiertas de un material plateado, por la cuál me había estado moviendo en mis paseos imaginarios. El sistema estaba tan bien diseñado para que, a pesar de que yo andaba realmente por la nave, nunca iba a chocar con sus paredes, tomase la dirección que tomase. Había andado por callejas y caminos; había olido los productos en los tenderetes de los mercados; había incluso chocado con personas y solicitado a otras información. Todo había funcionado con normalidad. Lo único que quedaba ajeno a la aventura era mi propio cuerpo. En cuanto abrieron la puerta, salí corriendo hacia mi habitación. Encima de la mesa me habían dejado un libro titulado “El mozárabe”, escrito por Jesús Sánchez Adalid hacía diez años. En él se daban detalles sobre la aventura personal de Almansur entre los años 954 y 997. Me quedé dormido, sumergido en sus historias. Los economistas de al-Ándalus Muhammad al-Passat era el sobrenombre por el que era conocido mi tutor en estos primeros viajes. Por sus rasgos era musulmán, no se si árabe, aunque no puedo decir de qué país. Tras las primeras palabras de estímulo y de aprobación de la labor de observación realizada en mi primer viaje virtual, toda su atención se centró en rebatir la idea de que no había un pensamiento económico en el al-Ándalus de finales del siglo X y proporcionarme alguna información complementaria sobre las transformaciones en los años posteriores. Por mi parte le recordé que yo sólo era un periodista económico y no deseaba entrar en ningún terreno especializado, ni como historiador, ni como economista. Su resumen me pareció bastante esclarecedor. El pensamiento económico de la época se encontraba diluido entre la religión, la filosofía, la jurisprudencia y elementos marginales de algunos saberes, como la geografía o las matemáticas. A su vez, la mezcla de culturas, conjugaba lo islámico, con las tradiciones cristiana y judía. Pero además, al-Ándalus, como en general todo el mundo árabe, sirvió de puente para que la cultura griega fuera nuevamente conocida y valorada, tras el «gran hiato» de la mayor parte de la Edad Media. Al-Passat me explicó, con apasionamiento, cómo el Corán habla de los comerciantes como una profesión respetable, siempre que sean moderados y honestos; justifica los impuestos de carácter asistencial o rechaza la usura. Como también había mucho sentido económico en algunas de las respuestas de los guías espirituales de las tres religiones predominantes a múltiples conflictos que la jurisprudencia ordinaria no sabia resolver. Ya lanzado por este camino y exagerando un poco la nota, me comentó la existencia de una geografía económica o de una aritmética mercantil de la época. Citó varios libros que trataban de las riquezas o de los itinerarios comerciales en al-Ándalus, junto con otros que aconsejaban sobre la forma de hacer cuentas para las ventas de mercancías, mediciones de tierra o determinación de cargas impositivas. Terminada la que más tarde comprendí que era sólo una primera parte de su discurso, respiró profundamente y esperó mi reacción, que fue casi inmediata: - - - - - Comparto tu opinión de que en la España musulmana, como en toda la historia de la humanidad, hay un cierto componente económico. Parece razonable, además, que un cruce cultural y un cierto ambiente de respeto por las ciencias y las letras, produzcan algunas reflexiones útiles sobre cuestiones económicas o del entorno social condicionante. Pero todo esto queda muy diluido en el anonimato de miles de pensadores durante los cerca de ocho siglos de presencia del Islam en España. Como un ejemplo vale más que mil palabras, déjame que te mencione al menos a dos “economistas” de al-Ándalus -me interrumpió con vehemencia al-Passat-. Empezaré por Muhammad Ibn Rushd, que fue cadí, juez principal de Córdoba en los años 70 del siglo XII, es decir unos 200 años después de tu visita del día de ayer. Por ahora, personaje desconocido y además has tenido que avanzar dos siglos. Puede que te resulte más familiar el nombre por el que es conocido en Occidente, Averroes. Como recordatorio te diré, además, que en esos dos siglos, muere Alhaquen, toma el poder Almanzor tras diversas intrigas sucesorias, se recrudecen las luchas contra los reinos cristianos del norte, que han avanzado sus líneas hasta Valencia o Extremadura, aprovechando la debilidad del califato a la muerte del hijo de Almanzor en el 1008 y la disgregación de los llamados reinos de taifas o facciones, unos treinta, nacidos alrededor de los poderes locales de las principales ciudades del califato. Pero si mal no recuerdo, Averroes es conocido como filósofo y traductor al árabe de Platón o Aristóteles. Traductor y comentarista -me corrigió al-Passat-. Averroes es un eslabón esencial en la difusión de las ideas griegas por Occidente a lo largo del siglo XIII, pasando por la Escuela de Traductores de Toledo. Bueno -protesté- pero esto es filosofía y no economía. Depende de cómo se mire. En sus obras se habla de orden natural (político y económico); del papel de los gobiernos para encauzar la estructura de la sociedad hacia ese orden; de división del trabajo; de artes necesarias (como la agricultura, la construcción y el comercio) frente a las suntuarias (como la fabricación y venta de perfumes o la joyería); de la necesidad del dinero como medida común del valor de las cosas, que favorece los intercambios; de la estabilidad de la moneda, que garantice su valor a través del tiempo; ... ¿Te parece poca economía, para la época? - - - - - - - Reconozco que no está mal. ¿Y cuál es tu otro ejemplo? Si avanzamos un par de siglos más, hacía mediados del XIV, nos encontramos con Ibn Jaldún, historiador y también economista, para los estándares del momento. Y en esos dos siglos, al-Ándalus queda reducida ya a una parte mínima de la Península -sugerí, haciéndome fuerte en mis limitados conocimientos de historia. Así es. En 1264 ya sólo queda el Emirato de Granada que se extendía a las actuales provincias de Granada, Málaga y Almería. Ha pasado ya el dominio de los beréberes nómadas conocidos como almorávides y la hegemonía del movimiento religioso almohade que había sido derrotado en 1212 en los llanos de las Navas de Tolosa, volviendo el escaso poder que restaba a manos de musulmanes andalusíes, los llamados “nazaríes”. Mientras, en el mundo árabe, se había perdido Persia, los mongoles amenazan por la frontera asiática y los mamelucos dominaban en Egipto. ¿Y qué hacía Ibn Jaldún en esa época amarga para al-Ándalus? -pregunté. Había nacido en Túnez y a los treinta y tres años (en 1365) fue enviado a Sevilla a negociar un tratado con Pedro I el Cruel, rey de León y Castilla, que le ofreció entrar a su servicio, aunque poco después buscó el apoyo del sultán de Granada. Debió pasar unos pocos años en al-Ándalus y después volvió al norte de África, buscando finalmente la soledad de un pequeño castillo en Argelia donde dedicó cuatro años a escribir su obra maestra, la Muqaddima, una historia universal de los árabes y beréberes que culminan en una descripción de las fuerzas que explican la ascensión y decadencia de los gobiernos, estados o incluso culturas. Vamos, la que puede considerarse como primera reflexión en lo que después se llamaría la filosofía de la historia. De nuevo filosofía e historia, no economía -protesté. Hoy día se reconoce que la Muqaddima es una aportación importante para el estudio de los factores físicos, sociales, económicos e institucionales que explican la evolución de los países. En sus escritos (siete tomos) pueden encontrarse teorías acerca de la producción, el valor, el papel del Estado o la fluctuación cíclica,... ¿Quieres más detalles?. Vale, vale. No hace falta. Me rindo. De ahora en adelante puedo decir que ya había economistas (eso sí, a tiempo parcial) en la Edad Media. Al menos en el mundo árabe. Porque, ¿cómo iba, mientras tanto, el occidente europeo? En el plan de trabajo que tenemos para ti, Larry, mañana te toca ir a Constantinopla a reflexionar un poco sobre la economía mundial de la época. Tu aventura no ha hecho más que empezar -sentenció al-Passat-. Antonio Pulido, Momentos estelares de Econolandia