sacramento, símbolo, acontecimiento

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ROBERT SCHOLTUS
SACRAMENTO, SÍMBOLO, ACONTECIMIENTO
Sacrament, symbole, evénement, Études, 377 (1992) 389-396
La teología sacramental se halla hoy en una posición diametralmente opuesta a la del
medioevo. Mientras que los escolásticos quisieron salvar la realidad sacrame ntal
delimitándola numéricamente, los teólogos actuales quieren reanimar la inteligencia y la
práctica de los siete sacramentos extendiéndola a la sacramentalidad de toda la Iglesia.
Definen el sacramentos como el acto de la Iglesia por excelencia, como "un acto de
realización de la Iglesia por ella misma" en la medida en que ella es, según el Vaticano
11, "el sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad
de todo el género humano" (L.G., 1).
Extensión de la sacramentalida d a la Iglesia
El trabajo de especificación y la clasificación de los teólogos medievales, ratificado por
Trento, si tuvo el mérito de impedir la manifestación de los ritos sacramentales y su
disolución en la religiosidad de las prácticas de devoción, al mismo tiempo ahogó la
noción de sacramentalidad encerrándola en los límites de una causalidad instrumental.
Antes del Vaticano 11 y justamente para oponerse a una deriva instrumentalista,
algunos teólogos se esforzaron por reinscribir los sacramentos en el marco general de la
sacramentalidad como lugar de expresión privilegiada del misterio de la Iglesia y de la
identidad del cristiano.
Pero, también se han levantado voces en contra, inquietas por las consecuencias de esta
ampliación de lo sacramental. A fuerza de probar que los sacramentos no monopolizan
lo sacramental ¿no existe el peligro de que esto se convierta en un concepto vago y los
sacramentos pierdan su singularidad? Además, al deducir los sacramentos
exclusivamente del sacramento fundamental que es la Iglesia, se está expuesto a la
amenaza de una inflación eclesiológica, en detrimento de la referencia cristológica. La
Iglesia no es sacramento sino a partir de Cristo, sacramento primordial del Padre. No
mirar a los sacramentos sino en su continuidad con la Iglesia lleva a olvidar su carácter
instituido, su fundamento crístico y trinitario. Si en la celebración de los sacramentos la
Iglesia se da y se recibe como sacramento de salvación en Jesucristo, "ella vive de los
sacramentos que ella no es", por los cuales es sin cesar referida a Cristo. Raymond
Didier se preguntaba hace algunos años: "Sin dar a la analogía un sentido muy amplio,
¿se puede aplicar el mismo término de sacramento a realidades tan diversas como la
Iglesia y los ritos cristianos? ¿No es esto enmascarar el rol que denominaremos
"contestatario" que el sacramento tiene en el seno de la Iglesia?".
El recurso al orden simbólico
La ampliación de la categoría de sacramentalidad ha encontrado su justificación y
radicalización en el recurso al orden simbólico primordial de la antropología moderna.
Para Heidegger, Lévi-Strauss, Benveniste y Lacan, no hay más real que lo simbólico. El
hombre nace en un mundo ya expresado y cargado de significación. El sujeto se hace
por la mediación de un pacto social y una cultura. Es atrapado en la trama del orden
simbólico. El cristiano está sujeto a la misma ley. La sacramentalidad designa
ROBERT SCHOLTUS
precisamente esta estructuración simbólica de la fe cristiana. No es un atributo entre
otros, sino una dimensión constitutiva de la Iglesia: la Iglesia es sacramento. Si tiene
sacramentos, éstos no son instrumentos exteriores, sino "cristalizaciones" de su
sacramentalidad fundamental, expresiones de una alianza simbólica en la cual pesan
menos las palabras y las cosas que los sujetos. Apoyándose en la expresión simbólica,
esta nueva teología ha sido capaz, no sólo de descubrir las raíces antropológicas de los
ritos cristianos, sino también de integrarlos en la mediación eclesial, en la estructura de
la alianza, donde se entabla la relación recíproca y asimétrica entre Dios y el hombre.
La teología ha renunciado así al objetivismo idolátrico, sin ceder a la magia de las
significaciones subjetivas. Concibiendo los sacramentos en términos de comunicación,
ha impedido que se absorban mutuamente las polaridades irreductibles que los
constituyen: la causa y el signo, la eficacia y la significación, la acción y la revelación,
la materia y la palabra.
Queda por ver si esta doble transferencia, de los sacramentos a lo sacramental y de lo
sacramental a lo simbólico, no corre el riesgo de sumergir el discurso teológico en una
incapacidad para dar cuenta de las particularidades sacramentales y de la especificidad
cristiana. Gracias a los buenos oficios de lo simbólico, lo sacramental cubre todo el
campo de la existencia humana y la teología coincide con las ideas postmodernas de la
alteridad y de la diferencia, de la ausencia y del duelo, del lenguaje y la comunicación.
¿A qué se reduce entonces la diferencia cristiana? ¿Existe una manera de concebir lo
divino que deje de confundirse con otra sobre el "sujeto" (o su ausencia), "el deseo",
"otro", "el Otro", "el ser", "la palabra", "la comunidad", y qué sé yo todavía? Como si lo
divino formara un lugar o un nombre común, insignificante, de toda exigencia del
pensamiento: doquiera que el pensamiento alcanza la extremidad, el límite, siempre que
uno piensa, se trata de algo que ha llevado o que parece haber llevado un nombre
divino. Podría ocurrir lo que ha pasado con la política, el sexo y la estética, que,
llevados al grado de generalización, se han extendido más allá de sus límites y se han
disuelto en las insignificancia de lo "transpolítico", lo "transexual" y lo "transestético".
Hay que preguntarse si lo sacramental no va a perderse en lo "transacramental", víctima
de la contaminación respectiva de las categorías y de la confusión de los géneros que
afectan a la cultura.
Peligro de desvalorización
La voluntad apologética de la teología sacramental de aceptar los desafíos de la
postmodernidad cultural corre el riego de someter la sacramentalidad a la suerte que
experimenta lo simbólico, atrapado por lo que se ha dado en llamar "compulsión
operacional". Elaborar una comprensión de los sacramentos a la luz de la teoría de la
comunicación es loable, si no se zafa de una crítica de la comunicación. Hay que medir
los efectos perversos de los sistemas de comunicación de la era de la facticidad, en la
que hemos entrado y en la que ya no se trata ni de querer ni de hacer ni de valer, sino de
hacer querer, hacer hacer y hacer valer. ¿Y si la comunicación no remitiera ya a un
mensaje, sino a la promoción de la comunicación como mito? ¿No ocurre esto cuando
en la pastoral sacramental el sacramento no vale ya por sí mismo, sino para lo que hace
posible antes o después de su celebración? Entonces se reduce a "hacer hacer" una
experiencia de Iglesia a los que no perciben la significación propiamente cristiana del
rito sacramental que reclaman para ellos y para sus hijos.
ROBERT SCHOLTUS
La satisfacción intelectual procurada por una nueva racionalidad teológica no es a
menudo sino el reverso del rechazo que inspira la práctica de los sacramentos. El
funcionamiento simbólico de la sacramentalidad es desmentido por su funcionamiento
social efectivo. Esforzándose por querer ajustar su discurso a la lógica funcional del
orden simbólico, la teología sacramental acaba por ser una sublimación ideológica o
estética de la realidad ambigua que constituye la vida sacramental. El pensamiento
simbólico cede al idealismo que denuncia y remite al creyente la imagen de una Iglesia
"sin aristas" sin contradicciones ni escándalos, ahistórica y, por tanto, imaginaria.
La "alegoría"
Recordemos la crítica que Walter Benjamin dirigía al mundo ideal del símbolo. Le
reprocha el no dar hospitalidad sino a la existencia con éxito y a la historia de los
vencedores. El prefiere la alegoría, que deja al descubierto lo que el símbolo oculta: el
trabajo de lo negativo, las ruinas de la historia, lo que él llama la "facies de muerto" de
la realidad. Si se adopta el registro conceptual de Benjamin, cabe decir que la muerte de
Jesús en cruz es la alegoría que acaba con todas las formas simbólicas de la gloria, se
opone a las racionalizaciones de un cristianismo ideológico y rompe las síntesis
ilusorias de una Igle sia sin historia. Los sacramentos, que tienen su fuente en el corazón
traspasado del crucificado, no han de ser considerados como la simple deducción de un
orden simbólico. Han de ser articulados en el destino histórico de Jesús, de su combate
profético y su muerte violenta. Su valor no viene de un orden formal dado por Jesús ni
son la deducción de un "orden" simbólico. Fundados en los relatos evangélicos de la
"praxis de Jesús" y del hecho pascual, las Iglesias los recibe "como punto de referencia
de una práctica similar que hay que perpetuar" en la particularidad y la contingencia de
su propia historia.
La teología sacramental ha de asumir esa función crítica que Benjamin asigna a la
alegoría, si no quiere quedar al margen de la historia de los hombres y de sus
sufrimientos, ajena a las respuestas y a las contradicciones de los que esperan de los
sacramentos el alivio, el reconocimiento y la curación que les niega la sociedad. La
presencia de los pobres a quienes Dios ama impide que los sistemas simbólicos y las
síntesis teológicas se escleroticen. El cuerpo de los pobres en el Evangelio es muy
importante cuando hay que situarse en relación con los ritos y tradiciones simbólicas.
Estos cuerpos enfermos o rechazados por leprosos son los que llevan a Jesús a
transgredir las normas tradicionales. El pueblo tiene hambre y Jesús anuncia el
sacramento del pan de vida. Todo parece indicar que en la Escritura son los pobres, con
su presencia histórica, los que son capaces de enternecer a Dios hasta el punto de dar pie
a la transgresión del orden rígido de lo simbólico. La teología contribuiría a apartar a los
pobres de los sacramentos si les impusiera una definición que presuponga una
percepción global de lo simbólico cristiano, una experiencia plenaria de la
sacramentalidad de la Iglesia.
Sacramentos y acontecimientos
Toca a la teología abrir de nuevo el camino que conduce de lo simbólico al símbolo, de
lo sacramental a los sacramentos y volver a caracterizar cada uno de los siete
sacramentos. Si hay varios sacramentos, es para significar que Dios viene al encuentro
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de una humanidad en devenir y que viene a cada hombre, a cada comunidad, en cada
etapa de su existencia, en la diversidad de situaciones en que está en juego la salvación.
El número de siete responde al procedimiento alegórico que consiste en privilegiar tal
acontecimiento o tal figura particular, para conferirle una significación universal. La
teología ha seleccionado siete "situaciones de salvación" (Rahner), ha delimitado siete
acciones rituales, para que la iniciativa graciosa de Dios manifestada en la Pascua de
Cristo se haga realidad en el cuerpo y en la historia de los creyentes. No hay que
sacralizar el número siete, sino subrayar la paradójica fecundidad del rito sacramental:
pese a que su carácter codificado y repetitivo podrían hacer de él un antiacontecimiento, es gracias a su mediación que el don de Dios acontece en la vida de los
cristianos. Mirados bajo esta perspectiva, los sacramentos no son ya expresión de una
sacramentalidad difusa, sino acontecimiento de gracia que devuelve la memoria y la
esperanza. Celebrándolos, la Iglesia recibe el Acontecimiento que la fundamenta como
un presente y anticipa el porvenir. Una hermenéutica "alegórica" lleva a la teología
sacramental a someterse a la "soberanía del acontecimiento" (Péguy), por el cual la
Iglesia y los cristianos se hacen contemporáneos del Acontecimiento de la gracia
soberana de Dios, e impulsa a confiar en la "débil fuerza mesiánica" (Benjamín), que
reside en el momento sacramental, más que en la síntesis abstracta de un orden
simbólico y de una duración homogénea y vacía.
Colocar la vida cristiana, como se hace actualmente, bajo el dominio del todo simbólico y del todo-sacramental quiere decir insistir en la no- inmediatez de la
experienc ia espiritual. Los cantos de duelo que celebran la exangüe belleza del
cristianismo acabarían por extenuar la esperanza, si no los acallasen los cantos de júbilo,
al ser testigos de una presencia que se hace realidad palpable en los actos sacramentales.
En un mundo roto y desencantado, no es seguro que redunde en beneficio de la teología
y la pastoral condenar los sacramentos a no ser sino las pálidas figuras de una
arquitectura sacramental de la que muchos sólo perciben fragmentos o ruinas. La
propuesta de Pierre Gisel de dejarse "enseñar por el particular, y, por tanto, por lo
instituido", debería tener valor programático para los tiempos venideros. El hecho de
haber reinscrito los sacramentos en la mediación de la Iglesia, como lugar de la
manifestación del Resucitado, no ha de hacerla renunciar a aceptar que el soporte del
sacramento es tan contingente como la encarnación del Verbo. Es urgente ofrecer a los
sacramentos la oportunidad de distinguirse de lo simbólico cristiano, como la obra de
arte se distingue de la cultura por su carácter epifánico. Estas líneas, escritas en la
encrucijada de la práctica ministerial y la enseñanza teológica de los sacramentos, no
intentan sino formular el deseo de que sea reconocida la "plenitud concisa de (su)
positividad" (W. Benjamin).
Tradujo y extractó: TEODORO DE BALLE
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