Prevención de riesgos laborales

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Seguridad en la caza
Prevención de riesgos laborales
Seguridad en monterías
A
unque ya se ha expuesto en anteriores artículos, no está de más recordar que antes
de manipular un arma por primera vez se
deben conocer todas sus características, mecanismos, prestaciones y limitaciones, y muy especialmente la operación de descarga, de modo que ésta sea precisamente la primera comprobación que
se lleve a cabo: que el arma está efectivamente vacía antes de proceder a cualquier otra maniobra.
Otro aspecto, que por obvio a veces se olvida, es que hay mantener el arma enfundada hasta que se llegue al puesto y volver a enfundarla en
el momento en que se abandone. Además, nunca se debe alimentar un arma con otra cartuchería
que no sea la suya y tampoco debe cargarse hasta
que el cazador se encuentre en el puesto, haya delimitado su campo de tiro y esté preparado para
iniciar la caza, de la misma manera que antes de
abandonar el puesto se debe descargar siempre el
arma.
En el puesto lo normal es estar en tensión, pendiente de los sonidos que nos llegan, vigilando
cuidadosamente aquellos puntos por donde entendemos que puede entrar la res. Y por fin, llegamos al momento crucial del disparo, en el que
(precisamente porque la mente está concentrada
en alcanzar la máxima precisión) resulta más importante haber interiorizado unas cuestiones básicas de seguridad.
No disparemos al “tarameo”
El manejo de las armas, la colocación de los puestos, el momento del disparo… Son
varios los aspectos que debemos tener en cuenta a la hora de disfrutar de nuestra
modalidad de mayor más tradicional de una manera segura. Los analizamos
pormenorizadamente en las siguientes líneas.
Ignacio Morales Mesa
(Título Superior en Prevención de Riesgos Laborales)
La primera de ellas es que resulta fundamental que
la pieza a abatir se encuentre perfectamente visible
y de manera que la trayectoria de la bala está libre
de obstáculos. Por tanto, bajo ningún concepto
se puede disparar sobre matas o arbustos simplemente porque se muevan o porque hagan ruido (al
“tarameo”). Del mismo modo deben evitarse los
disparos al trasluzón, ya que no se puede asegurar
la perfecta identificación del animal. El incumplimiento de esta simple norma es la causa de más de
un percance mortal.
Otro factor a considerar en cuanto a nuestra capacidad de visión es que el empleo de visores, si
bien permite una mayor exactitud en la identificación del animal y aumenta a priori la precisión del
disparo (luego también la seguridad en general)
puede llegar a originar una reducción en el campo
de visión. A mayor magnificación, menor campo
visual. En monterías y batidas, si seleccionamos
como máximo 3 ó 4 aumentos, no sufriremos excesiva reducción de nuestro campo, suponiendo
un buen compromiso entre mejoría de precisión
y pérdida de visibilidad.
Por lo que respecta a lo que ocurre justo después de disparar, hay que ser muy consciente de
que la bala de un rifle puede mantener su letalidad
en un rango muy superior a nuestro propio alcance visual, por lo que habrán de evitarse rigurosamente los disparos al viso y por encima de la horizontal, así como, en general, cuando no tengamos
perfectamente identificado el punto de impacto.
Ha de tenerse también en cuenta la posibilidad
de sobrealcance porque la bala haya atravesado la
res, así como la de rebotes si se dispara contra piedras o sobre láminas de agua. Dicho de otro modo, hay que asegurarse de que la bala “se entierra” en zona libre y no susceptible de rebotar. Y
esta simple norma es más difícil de respetar de lo
que puede parecer a primera vista, porque resulta
muy frecuente y al mismo tiempo
tremendamente peligroso lo que
podríamos llamar “cegarse” con el
animal. O lo que es lo mismo, el
cazador se concentra de tal modo
en la res que tiene en el punto de
mira que deja de ver lo que se encuentra tras ella o a su alrededor,
y no es consciente de que en caso de errar el tiro, o de atravesarla,
la bala puede continuar su trayectoria hacia una zona contra la que
no hubiésemos disparado.
Interesa recordar en este punto que se debe estar atento a posibles cambios en el ruido y retroceso del arma. Un disparo demasiado ruidoso o con un culatazo inusual, o al
contrario (ruido apagado y poco retroceso), pueden ser señal de que algo está fallando. En ese
momento se hace absolutamente imprescindible llevar a cabo una inspección de todos los mecanismos y del ánima, con la mayor profundidad
que permitan nuestros conocimientos. Y desgraciadamente, ante la menor duda sobre las condiciones del arma, resulta preceptivo dejar de utilizarla: por muy frustrante que sea el ver pasar las
reses por delante del puesto sin poder dispararlas,
siempre será mejor que sufrir un reventón de impredecibles consecuencias. En esta misma línea,
también se debe recordar que en el caso de que al
apretar el disparador no se produzca el disparo se
debe mantener el arma encarada (y evidentemente apuntada en una dirección segura) unos segundos para dar tiempo a un posible retardo de la ignición. Después podremos proceder a desencarar
y a extraer la munición, siempre con las debidas
precauciones.
Nunca dispararemos
a un animal que se
encuentra agarrado
por los perros. Sería una
acción peligrosísima
no solo para los canes,
sino también para los
rehaleros e incluso para
el propio montero.
Minimicemos los riesgos
Entramos ya en los riesgos originados por el procedimiento de caza. En cualquier tipo de caza colectiva resulta crucial extremar las medidas de seguridad, pero en el caso de monterías, ganchos y
batidas participan una serie de personas necesarias
para la realización de la cacería: batidores, secretarios, rehaleros, postores, acemileros o simplemente otros cazadores. Evidentemente, la seguridad de
todo este personal ha de considerarse como factor
básico a tener en cuenta durante las fases de planeamiento, diseño, desarrollo y finalización de la
jornada de caza. Es por ello por lo que gran parte de la reglamentación existente, tanto nacional
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n Seguridad en la caza
Aunque poco tradicional, la utilización
de ropa de alta visibilidad por parte del
personal auxiliar (fundamentalmente
rehaleros) resulta ser uno de los
métodos más efectivos para garantizar
su seguridad.
¡No nos movamos del puesto!
Durante la montería, en ningún caso se abandonará el puesto, ni
se desplazará a otro, salvo circunstancias excepcionales. Tan sólo
si fuese necesario acudir al remate a cuchillo, está permitido salir
del puesto, no sin antes advertir a los monteros de los puestos contiguos. Rematar mediante arma de fuego no sólo va en contra de las
tradiciones, sino que además de correr el riesgo de herir o matar a
los perros que sujeten a la res herida, es casi seguro que la dejarán
libre al oír el disparo, sin contar con que estos perros se acostumbrarán a soltar al animal agarrado en cuanto se acerque una persona.
El remate a cuchillo es un lance de enorme belleza, pero también
con un alto grado de peligro. Si no se está razonablemente seguro
de poder llevarlo a cabo con un cierto grado de seguridad es mejor
dejar que sean los rehaleros quienes se encarguen.
No hay que olvidar que, desde el primer momento y después
de finalizar la montería, puede haber por el monte perreros, guías,
acemileros y guardas, por lo que hay que tenerlo en cuenta y, en
especial, no se debería aprovechar el evento para probar las armas
una vez finalizada la montería. Se pueden originar no sólo confusiones en el personal auxiliar y entre rehaleros y perros, sino incluso
accidentes muy graves.
Una vez dada la señal de finalización de la montería, cada postor
deberá responsabilizarse de recoger su armada con la mayor presteza, comprobando que ninguna persona queda atrás.
Una medida muy recomendable es incluir los temas de seguridad
en las fichas de control de capturas, de satisfacción del cazador o
en cualquier otra documentación de registro que se emplee para
el control y seguimiento de resultados de la montería, o bien para la
gestión cinegética de la finca. De esta forma se logra un cierto proceso de mejora continua, que siempre es un objetivo a alcanzar.
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como en las correspondientes (y prolijas) normativas autonómicas, ya recogen como obligaciones
legales una serie de medidas encaminadas a minimizar ciertos riesgos. En este sentido, también el
llamado Manifiesto de la Montería, que recoge en
parte la tradición montera transmitida desde hace
siglos de manera oral, incorpora algunas recomendaciones y consejos que, bajo el manto de proteger los usos y costumbres de una modalidad típicamente española, no dejan de ser en cierto modo
normas elementales de seguridad.
Sea como sea, la seguridad ha de ser tenida en
cuenta desde la fase de planificación y organización de la montería o batida: se debe estudiar
con tiempo suficiente y el mayor detalle posible
la mancha a dar o el área a batir, cómo se ha de
cortar y montear, la colocación de los puestos, los
puntos de suelta y las direcciones de batida, sin olvidar el análisis de monterías anteriores en cuanto a resultados y posibles incidentes, lo que puede
añadir una importante evaluación de cómo se hicieron las cosas en su momento.
En cualquier caso, el factor básico es evitar el exceso de puestos, evaluando estrictamente los que
la mancha admite sin peligro en función de su fisiografía, la vegetación y la carga cinegética real.
Pero no se puede dar por hecho que a menos
puestos haya más seguridad si la ubicación no es
la adecuada. Los puestos deben colocarse de forma que siempre queden desenfilados entre sí y
protegidos por tanto de los disparos de otros puestos, aprovechando para ello la propia configuración del terreno. Si ello no fuese posible, deberían
situarse colocando en ellos alguna señal que los haga perfectamente visibles e identificables para los
puestos contiguos. En el caso de armadas en cortaderos u otros lugares en que varios puestos deban quedar necesariamente a la vista entre sí, con
el riesgo añadido que ello supone, deberán permanecer siempre alineados y pegados al monte que
se bate. Desde el punto de vista de la seguridad,
en las traviesas resulta conveniente situarse de espaldas al monte, mirando en el mismo sentido en
que avanzan las rehalas, de manera que las reses
vayan entrando por detrás de los tiradores. De este modo, se puede tirar en cuanto el animal rebasa
la línea de puestos, y en caso de que sea necesario
repetir el disparo se hace sobre la pieza que se aleja
del resto de cazadores, disminuyendo así el riesgo.
Lo malo (o lo bueno) de nuestra montería es que
no en pocas ocasiones resulta imprevisible, de manera que no siempre las reses entran por donde se
suponen que tienen que hacerlo, y ni el mejor perrero va a conseguir que la rehala vaya por donde
tiene señalado, si los perros deciden perseguir un
marrano que se arranca a la contra. Pero en cualquier caso, esto no es óbice para intentar establecer ciertas medidas de seguridad.
El guía, opción ideal para las rehalas
Y ya que mencionamos a los perros como elemento clave para la montería, el número y calidad de
las rehalas que han de utilizarse para la montería
www.trofeocaza.com
habrán de ajustarse a las características de la mancha a batir. En lo posible, la organización debería contemplar la necesidad de guías que conozcan el terreno y puedan orientar a los rehaleros sobre los puntos de suelta, las direcciones de batida
y las manos previstas. Aunque poco tradicional, la
utilización de chalecos de alta visibilidad por parte del personal auxiliar que se mueve por el posible campo de tiro de los cazadores (fundamentalmente rehaleros) resulta ser uno de los métodos
más efectivos para asegurar su seguridad, por lo
que deberían considerarse como elemento básico
del equipo de estos trabajadores. Un aspecto que
personalmente me parece de gran interés es la conveniencia de que se mantenga la tradición en cuanto a la figura del “capitán de montería” como responsable de la misma, siendo quien la coordina,
organiza y dirige, y por tanto la máxima autoridad
en esa celebración. Del mismo modo, el “maestro
de sierra”, como perfecto conocedor de la mancha
y de sus reses, aporta un conocimiento que contribuye a reducir los riesgos. Ambas figuras pueden
ejercer una autoridad aceptada por todos los participantes, y su buen criterio debe suponer un factor
añadido de seguridad.
Llegado el día de caza, no hay que olvidar que
cuando las condiciones meteorológicas reduzcan
la visibilidad de forma tal que pueda originar peligro para las personas, es obligatorio suspender la
montería por imperativo legal. Por otra parte, se
ha de procurar a los monteros (y ellos han de solicitar que se les proporcione), la máxima información posible sobre la mancha a cazar, facilitando
esquemas y ubicación de armadas, número de las
rehalas y puntos de suelta, e instrucciones específicas en caso de existir.
Al disponer las armadas y cerrar la mancha (con
las armas enfundadas y no disparando bajo ningún
concepto contra reses que pudieran saltar al paso),
cada postor deberá explicar el campo de tiro permitido al montero antes de empezar la cacería. Es
fundamental que en ese mismo instante cada cazador se asegure de localizar los puestos vecinos mediante contacto visual directo, o con referencias suficientes, para hacer la composición sobre el terreno de las posibilidades de disparo. Aun cuando
la normativa vigente en la comunidad autónoma
en que tenga lugar la montería lo permita, sólo se
debería doblar puesto (es decir, dos tiradores a la
vez) cuando el campo de tiro conjunto de ambos
tiradores no suponga peligro para el resto de participantes. En este mismo sentido, la costumbre denominada desdoblar o abrir el puesto, esto es, que
dos tiradores del mismo puesto se separen entre sí
para cubrir más terreno, debe ser prohibida en todos los casos por el grado de peligro que representa. También es muy peligroso lo que algunos monteros llaman “mejorar el puesto”, y que no es otra
cosa que cambiar de posición para conseguir una
supuesta mejoría en su campo de tiro, sin caer en
que esto no sólo puede suponer colocarse al alcance de otro tirador, sino también ponerse en situación de disparar a otros puestos. •
El remate a cuchillo es un lance de enorme belleza,
pero también con un alto grado de peligro. Si no
se está razonablemente seguro de poder llevarlo
a cabo con un cierto grado de seguridad es mejor
dejar que sean los rehaleros quienes se encarguen.
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