I. Prolegómenos: objeto e intenciones Cuando, al preguntarme hace poco más de un año Paco, un compañero de mi Centro, cuál iba a ser el tema de mi Tesis, le respondí si le sonaba la palabreja latina ut, ante mi asombro me contestó: “(Claro, aquélla que tenía mil millones de significados!”. Este parece ser el antipático recuerdo que queda en quienes se asomaron algunos años al latín y todavía no lo han olvidado por completo. Sin embargo, para aquéllos que hemos hecho de él nuestra carrera y profesión, la primigenia estupefacción ante la larga serie de valores que Gramáticas y profesores se empeñaban en que memorizásemos (incluso L. Rubio exclama: “El ut es la partícula subordinante por excelencia. (Sirve para casi todo!”), dio lugar, con el lento fluir de los años, a una extrema familiaridad (pues, para desgracia de los estudiantes del latín, no es ut la única forma multivalente), hasta el punto de que antes se podría cuestionar la ubicación geográfica y cronológica de dicha lengua, que variar tan siquiera las establecidas fronteras entre sus distintos usos. Sin embargo, en parte como reacción a todo lo que significara grandes listas de valores, y en parte imbuido por la concepción más unitaria y simplificadora de la Gramática estructural, ya en mi época como universitario comencé a acariciar la idea de buscar, en principio, un origen común a tantos significados. Como Alumno Interno durante el último curso me dediqué a la especulación teórica sobre dicho problema; quedándome con los principales usos, era fácil recordar, por una parte, los pasajes de Rubio acerca de la confusión entre el ut completivo y el final; por otra parte, de la experiencia de clase surgía el recuerdo de la difícil delimitación entre el final y el consecutivo. Así pues, los usos con subjuntivo sí se podrían considerar de origen común. Quedaba el modal, acerca del cual había participado en un trabajo en el que, aparte de intentar demostrar su naturaleza relativa, apuntábamos marginalmente la posibilidad, dadas las semejanzas, de una relación con el consecutivo. A falta, pues, de una buena explicación para el subjuntivo, mi hipótesis consistía en que el originario ut, modal y relativo, habría dado lugar al consecutivo, éste al final y éste al completivo. Terminó el curso y con él mi investigación como Alumno Interno. Dos años después, aprobadas las Oposiciones, me tentó la posibilidad de preparar una comunicación para el siguiente Congreso de la SEEC y así retomar el problema de ut. Restringido por la premura del tiempo, tanto para prepararla como para exponerla, y por el breve número de hojas en el que debía confinarse, pocos fueron los avances en la hipótesis originaria1; los más destacados, la justificación del subjuntivo de las consecutivas y la explicación de las cláusulas completivas de temor e impedimento a partir del ut final. Como contrapunto, 1 “El nexo subordinante ut”, Actas del VIII Congreso de la SEEC, I, pp. 511-518. I. Prolegómenos siempre fui consciente de las lagunas en la argumentación y de la falta de análisis sincrónico y de comprobación en los textos. Al cabo de poco más de un año, este tema volvió a ser elegido, pero, ahora, para ser desarrollado en el presente trabajo. En un principio creí que éste sería una mera ampliación de mi antigua teoría incluyendo citas y ejemplos; pero a lo largo de gramáticos, autores y textos, he ido variando mi hipótesis, dotándola, a mi parecer, de mayor coherencia. De hecho, a la descripción estructural de todos los usos de ut que haré en el último capítulo, he llegado no sólo tras un exhaustivo y razonado rechazo de la teoría tradicional, gestado ya en mi época de estudiante, sino también tras el no menos pormenorizado análisis teórico, desarrollado en el presente trabajo, de los valores de ut y de la subordinación en general. Otra característica de este trabajo que deseo dejar clara desde el principio es su doble dirección: por una lado, aceptando la existencia de los diferentes valores que las Gramáticas proponen, desvelar cuál ha sido, a mi juicio, su origen; y por otro lado, centrándome en dos épocas importantísimas en la historia del Latín, con sendos autores no menos significativos (el periodo llamado “arcaico” con Plauto y el denominado “clásico” con Cicerón), analizar cuál es el significado lingüístico que en cada uno de esos momentos poseían los diferentes usos de ut; para esto último he extraído más de dos mil quinientos ejemplos de una selección de obras de ambos autores, aparte de los apartados correspondientes de sendos Léxicos (Lexicon Plautinum, de Lodge, y Handlexikon zu Cicero, de Merguet) y de otros pasajes, de diferentes épocas, que ya tenía de antes recogidos y cuya validez para testimoniar fenómenos generales ha de estar fuera de toda duda; cantidad, pues, suficiente si tenemos en cuenta que no pretendo elaborar una mera enumeración o estadística de dichos usos ni una estilística de los mencionados autores, puntos de siempre bastante tratados, sino que mi intención ha sido y es principalmente hacer una revisión teórica, punto en el que la Gramática tradicional ha presentado las mayores lagunas. Por lo que se refiere a ésta, están seleccionados los manuales más importantes y que presumen de haber recogido todas las opiniones de las demás. Y dado que había que elegir, me he quedado decididamente con el plano de la langue y he dejado en lugar secundario el de la parole, con sus listas descriptivas de usos, matices y hasta ejemplos, al que tan aficionada ha sido la Gramática tradicional. Prácticamente en todos los capítulos haré continuas referencias y análisis más profundos de los valores similares en castellano. Un trabajo de mera enumeración no requiere, como sí uno de interpretación, comprender a la perfección el funcionamiento sintáctico de la lengua materna. Sé, sin embargo, del terrible peligro que supondría, al acercar tanto dos lenguas, medir a una con los parámetros de la otra, por lo que he llevado un cuidado extremo en no caer en dicho vicio. Hay un ejemplo a mi juicio muy significativo de una ilícita comparación vinculante y de un absurdo prejuicio. La teoría tradicional afirma dogmáticamente, por una parte, que 5 I. Prolegómenos el subjuntivo latino es el modo de la no-realidad (por oposición al de la realidad, el indicativo) y, por otra, que el proceso de las consecutivas latinas, a pesar del subjuntivo, es real, con lo que no le queda más salida que explicar cómo dicho subjuntivo “ha perdido” su significado propio; pero esto parte de que en las lenguas modernas el proceso de las consecutivas de manual es real. Sin embargo, si en castellano encontramos consecutivas en subjuntivo y demostramos que el significado del subjuntivo en general y, sobre todo, en estas subordinadas no es exactamente no-real, sino no-afirmador de la realidad positiva (es decir, eventual), entonces, al desmentir el prejuicio sobre dicho modo y al comprobar que en una estructura consecutiva el proceso eventual puede ser contextualmente real, podemos proponer que las formas latinas se ajustan al esquema que certificamos gracias a la consciencia de nuestro idioma materno. En resumen, la comparación con otras lenguas no deben guiar a los filólogos a contracorriente de las apariencias de la que se está analizando, sino que sólo puede servir como confirmación de dichas evidencias. Y es que, para suerte o desgracia de los filólogos, no es nuestra disciplina una ciencia exacta donde las teorías puedan comprobarse efectivamente; recordemos que en ella se ha llegado a explicar, por ejemplo, que los futuros verbales latinos habrían desaparecido por la inseguridad vital que respiraba la población atemorizada por las continuas invasiones bárbaras, o que la F inicial latina habría pasado a H por la falta de flúor de un río castellano que ocasionaba la caída de los dientes. Así las cosas, a falta de un laboratorio o de un papel tornasol que compruebe exactamente las teorías, nos hemos de valer de los razonamientos más lógicos y sencillos. Por poner un ejemplo, si alguien defendiera la unidad de origen del cum preposición y del cum subordinante basándose en un discutible pero posible valor instrumental de la expresión del tiempo, nadie parecería capaz de certificar que fuera falso; lo único, de argumentar que, frente a la forma atestiguada quom para el subordinante (por tanto, de *kw-), la preposición se puede relacionar con, por ejemplo, el Fb< griego (por tanto, de *kson); la mayor verosimilitud de esta segunda teoría es el criterio que la hace prevalecer, aunque la primera nunca deja de ser posible. * * * 6