comunicar o no ser

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Autores:
Inés Binder [email protected], Francisco Godinez Galay [email protected]
Centro de Producciones Radiofónicas - www.cpr.org.ar
Título:
COMUNICAR O NO SER - Vinculaciones entre el derecho a la comunicación, la cultura libre y el
copyleft
Lugar:
Buenos Aires, Argentina
Producción: Centro de Competencia en Comunicación para América Latina, www.c3fes.net
Nota:
Este texto puede ser reproducido con previa autorización con un objetivo educativo y sin ánimo
de lucro.
COMUNICAR O NO SER
Vinculaciones entre el derecho a la comunicación,
la cultura libre y el copyleft
"...mercadear con la cultura y el arte, que son fundamento, sostén y fuerza motriz
del espíritu humano, equivale a mercadear con el propio espíritu humano y,
por consiguiente, a convertir al género humano en una triste raza de esclavos".
Mendoza, Eduardo (2002),1
Este escrito intenta vincular al derecho a la comunicación con la cultura libre y más precisamente el
copyleft. Tal parece que se trata de conceptos muy innovadores que queda bien mencionar en todos
lados. Pero, en la medida de lo posible, debemos revisarlos, entenderlos, analizarlos. Existe una
relación mucho más estrecha de lo que pensamos entre estos conceptos, pero indaguemos un poco
para saber de qué estamos hablando.
¿Existe el derecho a la comunicación?
Detengámonos un momento y preguntémonos: ¿Existe el derecho a la comunicación? ¿Es algo el
derecho a la comunicación? El lector pensará “¡pero que están diciendo! ¡Cómo no va a existir si
están escribiendo sobre él!”. Pues bien, las preguntas admiten dos respuestas posibles: sí y no. ¿A
qué nos referimos?
1
Mendoza, Eduardo, El último trayecto de Horacio Dos, Seix Barral, Barcelona, pág. 94.
COMUNICAR O NO SER. 1
Tanto existe el derecho a la comunicación, que termina por no existir. “No entiendo nada”, dirá el
estimado lector. ¿Es necesario entenderlo?, replicaremos causando más y más confusión. Es que
podría parecer forzado y hasta cruel que algo tan esencial como la comunicación deba establecerse
formalmente, parametrizarse, regularse. En este sentido, y a priori, no sería necesario que el
derecho a la comunicación exista como tal, ni que esté mencionado en resoluciones de la ONU o en
grandes tratados teóricos. El ideal nos dicta que lo mejor sería que no estuviéramos discutiendo
sobre esto. La comunicación es algo que se ejerce, no que se merece. La comunicación como
concepto es inherente al ser humano.
La comunicación solo debería ser planteada como un derecho y una reivindicación en la medida en
que su ejercicio sea obstaculizado, o en la medida en que algunos otros conceptos, más limitados,
aparezcan en esas resoluciones y tratados como el máximo aspirable, condicionando el libre
ejercicio comunicativo humano dentro de una cáscara que lo estructura y desvía. Esa cáscara se ha
llamado por décadas “derecho a la información” o “libertad de expresión”. Pero vayamos por
partes.
Hoy resulta útil reconocer la existencia de la comunicación como un derecho, ya que otros
conceptos que han tomado el protagonismo, no son lo amplios y profundos que es el concepto de
comunicación. Es necesario reflexionar sobre los términos y establecer que el de comunicación debe
ser un paraguas debajo del cual se alberguen los de información y libertad de expresión.
Madre comunicación
Antes de continuar, vale aclarar algunas dudas respecto de todo esto. No estamos en contra del
derecho a la información y la libertad de expresión. ¿Alguien políticamente correcto, podría estarlo?
Noooo... ¡sacrilegio! Sucede que si analizamos un poco, nos damos cuenta de las falencias de estos
dos, y de cómo cierta comodidad y el formulismo propio de las ciencias sociales nos han llevado a
repetir “derecho a la información y libertad de expresión” como los grandes adalides de la
democracia. Y esto encierra algunos detalles interesantes si lo que queremos es el desarrollo de la
comunicación como un derecho. Veamos.
Los conceptos de información y de expresión son de una sola vía. Tenemos derecho a recibir datos.
Tenemos derecho a emitir. No importa qué pase del otro lado. Y esto no tiene mucho de
comunicativo.
COMUNICAR O NO SER. 2
La información y la expresión aparecen como derechos vinculados a los medios masivos de
comunicación. Sin duda que sus reivindicaciones son valiosas y necesarias para impedir atropellos
básicos -aunque sea en lo ideal-. No podemos pensar en una sociedad democrática en la que no
podamos acceder a información, en la que no podamos saber lo que queramos saber, en la que no
podamos conocer lo que sucede. Y tampoco podemos pensar en una sociedad democrática en la que
no podamos opinar como queramos. Pero al ser humano esto no le alcanza. El ser humano necesita
comunicarse, necesita dialogar, intercambiar con los otros. Hoy las TICs propician la posibilidad de
fomentar un modelo más profundo en donde exista el feedback, que no es otro que el modelo más
básico de la humanidad. Cabe preguntarnos, entonces: ¿las TICs inventaron algo respecto de la
vinculación humana? En escencia, no. Pero ante tanto poder de los medios masivos, tanta
información circulando, tanta producción y globalización, vuelven a poner en el tapete a un tipo de
relación en donde el concepto de “ida y vuelta” puede tener lugar. ¿Lo garantiza? Claro que no.
Pero volvamos a nuestras críticas -constructivas y respetuosas, por Dios- sobre los conceptos de
información y expresión, y por qué están asociados a los medios de broadcasting y no tanto a toda
la otra parte de la vida cotidiana.
El derecho a la información, de ser garantizado, nos permite acceder a los datos y contenidos que
puedan aparecer en los medios. Nos da la posibilidad de que podamos ser público de los medios que
queramos -dentro del limitado catálogo de los que existen, claro-, y que nada impida esta relación.
A su vez, permite a los medios de comunicación acceder a datos de interés social para luego
informarlos a través de sus plataformas, con la calidad y la cantidad que ellos determinen. En el
caso de los medios comerciales, esto está lamentablemente atravesado por una búsqueda
económica, que puede ganarle la pulseada a la vocación o al rol social de los medios. Un concepto
más avanzado es el de “acceso a la información pública” que supone que cualquier ciudadano, por
el solo hecho de serlo, tiene derecho a acceder a información producida y en poder del Estado. Esto
es positivo porque pone en un rol un poco más activo a la ciudadanía en la posibilidad de buscar
información necesaria. Sin embargo, aún le falta mucho para convertirse en una práctica habitual y
con algún tipo de impacto sostenido en la vida cotidiana.
La información se nos otorga, se nos cede, se nos pone a disposición. No decimos que no sea
importante, pero no sabemos bien qué pasa con el uso de esa información. La Era de la Información
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nos propone eso: datos, muchos y muy variados, fáciles de conseguir. No importa qué pase del otro
lado. No importa el uso. La respuesta o la objeción podrán expresarse -aquí aparece la libertad de
expresión-, pero en otro lado, en otro momento, desvinculado de la información.
La libertad de expresión, entonces, tan importante para evitar atropellos a las personas y posibilitar
que haya más opiniones circulando, sigue siendo de una sola vía. Por supuesto que suponemos que si
hay más personas con la libertad de expresarse, eso repercutirá en una mejor y más consolidada
democracia. Pero lo suponemos. Es más una cuestión de fe que de otra cosa.
Para el concepto de libertad de expresión, importa que todos y todas podamos gritar a los cuatro
vientos lo que se nos dé la gana. Y qué importante que es esto. Imagínense si lo tuviéramos
restringido. Pero el punto es que no interesa qué sucede del otro lado cuando la expresión se hace
efectiva. No importa el diálogo, no importa la respuesta. Valoramos que pueda expresarse porque,
además, la expresión misma hacia un público -por incierto que éste sea- supone una
autorrealización fundamental para el ser humano. Sentirse público, escuchar la propia voz en un
medio de comunicación, creerse escuchado fuera del ámbito privado, aporta a la construcción de la
identidad y a la realización como persona. Pero más allá de esto, el concepto de expresión no
plantea que esa expresión sea realmente escuchada o valorada.
Asimismo, ambos conceptos han sido bastardeados y utilizados como bandera por todos los sectores,
incluso por aquellos medios hegemónicos y concentrados que no han querido ceder ni una tajada del
pastel en pos de “la libertad de expresión”. Nos quieren hacer creer que la libertad de expresión y
el derecho a la información son conceptos que solo pueden asociarse al normal funcionamiento de
los mismos de siempre. Si el pastel se repartiera mejor, más y mejor libertad de expresión
tendríamos. Es por esto también que hoy hablar de información y expresión no supone un gran
remezón a lo establecido, sino un límite aceptado, con el que todos estamos de acuerdo y que en su
chata pretensión de objetividad, no plantea grandes cambios.
El derecho a la información y la libertad de expresión muchas veces son asimilados como sinónimos
de comunicación. En realidad deberían entenderse como dos instancias de la comunicación en
sentido amplio. O como aspectos de esas dos instancias. Juntarlas en el paraguas de la
comunicación significa vincularlas, fusionarlas, reconocer la entidad del diálogo. Esto, que puede
parecer algo superador y revolucionario, no es más que el reconocimiento de la legitimidad
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cotidiana que posee la comunicación. No hemos inventado nada. Hemos hecho un largo camino para
volver al principio. Ese principio hoy puede ser más factible gracias a las TICs y su modo de empleo.
La comunicación nos habla de un concepto en donde existe la respuesta, en donde interesa esa
respuesta, en donde emisor y receptor se intercambian y se difuminan, en donde hay interacción
productora de cultura y sociedad. La comunicación nos habla de la vida misma.
Basta de vueltas: la importancia de la comunicación
Ahora bien, la comunicación existe. Es una necesidad constitutiva del ser humano. Somos seres
humanos porque somos seres sociales y culturales. Ser social y cultural implica necesariamente a la
comunicación. Llamemos a la matemática para que nos ayude con su simple regla de tres simple: no
existe sociedad ni cultura sin comunicación. No existe ser humano sin sociedad ni cultura. Por ende,
no existe ser humano sin el ejercicio de la comunicación. “Comunicar consiste en intercambiar con
el otro. Sencillamente no es posible la vida intelectual y colectiva sin comunicación. (…) Así como
no existen hombres sin sociedad, tampoco existe sociedad sin comunicación” (Wolton; 2001).
La comunicación no es algo privativo de los llamados medios de comunicación. La comunicación
sucede en todo momento y a través de muchos dispositivos. Lo que hace interesantes a los medios
es la posibilidad de maximizar la capacidad vinculatoria entre individuos y grupos. La estructura
dominante con la cual esos medios son utilizados, desvía esta posibilidad -o al menos la hace menos
clara-. En este sentido, los medios de comunicación comunitarios y alternativos, tienen la
potencialidad de generar vinculaciones más cercanas, flexibles, dialógicas, auténticas. “La
comunicación siempre implica la existencia de dos o más individuos que están afectando
simultáneamente las respuestas del otro en un proceso dinámico de modificación continua.” (Oliver;
1973). Este proceso de modificación continua es lo que va generando y moviendo a la cultura, que
por definición debe ser abierta y modificable. La relación entre comunicación, medios y cultura
aparece planteada: los medios podrían ayudar a una rica y diversa generación de la cultura y al
ejercicio de la comunicación.
Entonces, el derecho a la comunicación y su vinculación con la constitución del ser humano y el
desarrollo de su vida, parecería obvio. Tanto que no hace falta establecerlo en la rígida letra del
derecho. Es cierto, quizás lo estemos discutiendo en vano. Lo que planteamos es que, por un lado,
debemos ser concientes de esta diferencia entre los conceptos aceptados universalmente y el de
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comunicación. Aquellos no garantizan a la comunicación. Y ésta debe ser garantizada. No puede ser
limitada bajo ningún punto de vista. De nuevo, ante la cristalización de los conceptos de
información y expresión como máximos posibles de la democracia, nuestra advertencia: la
comunicación es algo más. Tanto que envuelve a estos conceptos bajo su seno. No debemos
conformarnos con la posibilidad de emitir y de recibir, así de estanca, sino que debemos pensar que
lo que nos compete como seres humanos, en realidad, es comunicarnos. El ser humano tiene
derecho a emitir y a recibir, si se quiere. Pero también tiene derecho a hacerlo en el mismo gesto.
Tiene derecho al diálogo, al intercambio, que es constitutivo del ser humano como tal.
Derecho a ser humanos
Por otro lado, si bien el derecho a la comunicación es algo que se supone, y que ha sido ejercido
más allá de que algún documento lo permita o no, ante esta alerta que plantean los conceptos, no
está de más que aparezca como tal en resoluciones, documentos y regulaciones. De ese modo, no
solo se le daría entidad como legítimo, sino además como legal. No es que necesitemos de esto para
creer en él, pero sí sabemos que en muchas instancias puede ser beneficioso contar con algún texto
para mostrar como argumento que permita evitar cercenamientos a la posibilidad de comunicar.
Para ir a un ejemplo concreto, si el derecho a la comunicación existiera como tal en lo formal,
quizás sería más sencillo convencer a los Estados acerca de que los presos pudieran estar con sus
seres queridos en cualquier momento, y no solo cuando los horarios de visita lo dispongan. Se
supone que la cárcel no limita ningún derecho más que el de la libertad. Pues bien, si la
comunicación fuera un derecho como tal, habría más argumentos para que tampoco se limite.
La pulseada entre lo legal y lo legítimo
La tensión entre lo legal y lo legítimo puede resultar muy divertida para debatir y escribir papers.
Lo cierto es que preferimos pensar que el derecho a la comunicación es algo legítimo, algo que se
tiene porque se nace, algo a lo que no puede renunciarse porque está en la conformación
estructural del ser humano. Esto no nos impide admitir lo útil que puede resultar un reconocimiento
formal de tal derecho. Siempre y cuando no lo limite ni le haga perder su amplitud y vaguedad, lo
que constituye quizás su mayor capital. Comprender, aceptar y reconocer el concepto amplio de
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comunicación permite tener las herramientas para dar un paso más allá de las prolijas información y
expresión.
El concepto de comunicación que defendemos habla de “la generación de un ciclo considerado,
creativo y respetuoso de interacción entre las personas y los grupos en la sociedad, que respalde en
la práctica el derecho de todos por igual a hacer que sus ideas sean expresadas, oídas, escuchadas,
tenidas en cuenta y respondidas” (Alegre y o'Siochru; 2005). Es decir, no solo que podamos decir lo
que querramos, sino que no se nos limite la posibilidad de ser escuchados y contestados.
Imaginar la vida con el derecho a la comunicación limitado, es imaginar una vida coartada,
sofocante. No hay libertad sin comunicación. No hay construcción sin libertad para comunicar.
Con la posibilidad de ser informado a secas, con la posibilidad de expresar a secas, sin importar qué
pasa del otro lado -si es que tenemos la suerte de que haya otro lado-, no hay comunidad. Y somos
animales sociales, comunitarios, culturales. Sin comunicación no hay humanidad. Por eso, existe
más allá de que cualquier texto oficial lo consagre. Pero si lo consagra, mejor para defenderlo y
conseguir su pleno ejercicio.
Las restricciones también son culturales
Ahora bien, ¿quedaron contestadas algunas preguntas sobre el derecho a la comunicación? ¿Vieron
que es posible afirmar que existe, pero que no existe? Ahora sigamos explorando qué tiene que ver
todo esto con otros conceptos actuales: cultura libre y copyleft.
La comunicación, por todo lo que dijimos, va de la mano con la cultura. El ser humano es
inherentemente un ser cultural y comunicativo. La cultura es un diálogo gigante, un intercambio
constante. Las restricciones al ejercicio libre de la cultura y de la comunciación son artificiales,
accesorias, momentáneas. Las evasiones a las posibles restricciones se dan natural y
espontáneamente.
También es cierto que se plantea una incógnita a revisar: las restricciones a la libre comunicación y
al libre ejercicio de la cultura, ¿no son acaso culturales? ¿o están inventadas por un marciano? ¿Por
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qué vale más, entonces, la cultura libre que la cultura mercantil, si en definitiva ambas son
producto cultural de la vida social humana?
Debemos pensar las formas más sólidas y legítimas para argumentar en favor de la cultura libre
como aquella que tiene un valor social democrático. Y pensar cómo el factor democrático de la
cultura libre puede alcanzar para demostrar su pertinencia por sobre la cultura mercantil.
La diferencia, creemos, estará en la desigualdad que supone la cultura mercantil, contraria a los
valores democráticos necesarios para vivir en sociedad. Y que son los mismos que nos permiten
valorar a la comunicación como un derecho humano.
Cultura libre para tener derecho a la comunicación
Lo cierto es que los últimos años venimos leyendo y escuchando, y cada vez más, discursos,
ponencias y artículos sobre la cultura libre, el software libre, el copyleft y varios otros términos que
aluden al modelo de derechos de autor y la estructura de propiedad impuesta por la industria
cultural, es decir, a las maneras en que producimos y consumimos cultura.
Pero ¿a qué nos referimos cuando hablamos de cultura libre? ¿En qué momento la cultura, un bien
común de la humanidad, dejó de ser libre? Si la cultura libre es una reivindicación de estos últimos
tiempos, ¿significa que estamos en presencia de una cultura cautiva, presa? Aclaremos un poco los
términos.
¡Ayuda! La cultura necesita fianza
¿Cómo puede ser que vivamos en una cultura presa y no nos demos cuenta? Bueno, la verdad es que
vemos las evidencias, pero nos cuesta entenderlas como parte de la cultura restringida. Tenemos
absolutamente naturalizadas algunas prácticas impuestas por la industria cultural. Y lo más
peligroso de la naturalización no solo es que pensemos que “las cosas son así” sino que creamos que
“las cosas siempre fueron así” y por lo tanto “deben seguir siendo del mismo modo”, impidiendo
que se nos ocurra una alternativa.
Veamos de qué tipo de restricciones estamos hablando. En principio, y la más importante, es el
diseño de un sistema de producción, circulación y consumo de bienes culturales en el que algunos
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son dueños de lo que ellos u otros producen. Es decir, existe un modelo de propiedad sobre la
cultura. El artista/productor, crea algo y es dueño de ese producto. Por lo tanto decide qué se
puede hacer con esa producción y qué no se puede hacer. Y no solo eso, sino que acompañando el
surgimiento de este modelo -e impulsándolo-, aparecieron los intermediarios. Es decir, agentes que
se involucran de alguna u otra manera en el proceso y que engrosan la cadena de producción. Pero
hay más: muchas veces -la mayoría, la gran mayoría- estos intermediarios son grandes corporaciones
multinacionales con un sólo objetivo: el lucro. Para proteger este modelo se creó algo llamado
propiedad intelectual, y más precisamente los derechos de autor.
Y aquí viene otro de los grandes problemas: el intercambio cultural masivo queda, en este modelo,
mediado por el dinero. Los bienes culturales se convierten así en mercancía: se pueden vender y
comprar. Esto significa que si uno no tiene dinero no puede acceder a ciertos bienes. Esta idea de
ganar dinero con la cultura y convertirla en una industria es bastante nueva y bien redituable para
unos pocos. Y a partir de ella se desprenden otro tipo de restricciones; por ejemplo, la de derechos
de autor, el copyright, etc. Pero lo importante es que podamos desentrañar los orígenes de dicho
modelo para darnos cuenta de que es relativamente nuevo y absolutamente artificial.
Érase una vez...
Retrocedamos un poco en el tiempo para ver por qué decimos que tomamos como natural, es decir
como dado, un modelo que tiene no muchos años de historia. Una de las características de la
cultura es su carácter plástico, maleable, dúctil. Es como una plastilina que se va moldeando con el
tiempo y los espacios. Es el resultado de la interacción humana, que se va nutriendo de sí misma y
va tomando distintas formas. Es así que una noticia se transformaba en anécdota, luego en canción
y más tarde en leyenda. En las culturas orales esta era la manera de mantener viva una suerte de
memoria histórica, transmitiendo de generación en generación y de comunidad en comunidad, los
relatos que componían las representaciones sobre el mundo. Nadie era dueño exclusivo de esos
relatos porque se trataba de una producción colectiva. ¿Quién podía atribuirse la autoría?
Remontarse a un origen sería imposible y hasta ridículo. Esto era cultura libre. Era cultura.
En algún momento, este modelo se abandonó por imposición de otro, el que conocemos. ¿Qué fue lo
que pasó? Fue Bernard Shaw -¿habrá sido él?- quien dijo que si intercambiábamos manzanas entre
dos personas, cada uno tendría una; pero si intercambiábamos ideas, ambos tendríamos dos ideas.
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Con esto quiso decir, creemos, que las ideas son bienes no rivalizantes: yo no pierdo la idea si la
transmito; varios podemos tener la misma idea a la misma vez sin causar perjuicio alguno al creador
o poseedor original.
Entonces, ¿de qué manera se podía obstaculizar este fluir de la cultura para convertirla en
mercancía y distribuirla en el mercado sometido a sus reglas? Creando la escasez de las copias,
explican Mastrini y Aguerre (2007). Se crea la artificialidad del soporte para que la escasez genere
valor de mercado. Entonces, no estamos comprando canciones, sino un disco; no pagamos por una
historia sino por un libro. Los argumentos básicos de esta artificialidad, claro, nunca fueron
expuestos transparentemente. El afán de lucro de las corporaciones fue disfrazado de mecanismos
de protección de la producción cultural. Si no se cobra, ¿de qué va a vivir el autor?; si no se cobra
¿cómo se va a costear la producción?; si no se cobra, ¿cómo fomentamos la aparición de nuevos
artistas?
Los desarrollos técnicos que hicieron posible la distribución masiva de cultura, empezando por la
imprenta de tipos móviles de Gutenberg en el siglo XV, crearon el escenario que posibilitó el
nacimiento de la industria cultural moderna. Entonces, si bien la imprenta, por ejemplo, posibilitó
la difusión de obras que antes estaban restringidas y significó un primer paso en la democratización
de la cultura, sirvió -además de crear una escasez artificial- para instalar un modelo de circulación
del tipo broadcasting, de un punto emisor hacia muchos receptores sin posibilidad de intercambio,
únicamente de transmisión unidireccional de obras cerradas, fijas e inmutables.
Parece casi una contradicción pensar en una democratización que restrinja el acceso. Por un lado se
masifican las producciones culturales y por el otro, se las circula en un sistema privativo en el que
el acceso sólo es posible a través del intercambio comercial. Sin embargo, este modelo estuvo lo
suficientemente afianzado como para no recibir críticas sustantivas.
Gota a gota se acogota el modelo mercantil
¿Por qué ese modelo que funcionó tan bien durante siglos, ahora parece agotarse y resquebrajarse?
¿Será que de repente una horda de delincuentes, dispuestos a pasar por alto las leyes de propiedad
intelectual, han decidido organizarse para arruinar económicamente a las megacorporaciones,
copiando discos, prestando libros y descargando películas? Vergüenza debería darles; pero a los
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empresarios culturales, que quieren hacernos creer que compartir cultura es un delito y que
quienes lo hacemos, somos criminales.
Cuando hablamos de “nuevas tecnologías”, que a decir verdad el adjetivo de “nuevas“ va quedando
cada día más obsoleto, nos referimos a las tecnologías de la información y la comunicación. “Pero
un lápiz, el periódico, la radio y el teléfono también son tecnologías de la información”. Sí, claro,
pero bajo la denominación de TICs nos referimos específicamente a la informática, la Internet y las
telecomunicaciones.2
La irrupción de las tecnologías digitales puso en jaque a este modelo que pensó que era invencible y
duraría para siempre. Su efecto no solo tiene impacto en la instancia del consumo sino también en
la de producción. Pero vamos por partes.
En la etapa de la circulación y consumo podemos ver los beneficios y entender con más facilidad los
mecanismos que se generan en la sociedad digital en red porque es algo con lo que nos
relacionamos cotidianamente. Quién no baja películas, escucha canciones, lee documentos,
comparte noticias, fotos, y demás productos culturales a través de Internet. La topología de la red,
es decir, la manera en que los nodos se conectan, facilita un tipo de distribución descentralizada
que poco tiene que ver con los modos de distribución de la industria cultural. Y que tiene más que
ver con la estructura del derecho humano a la comunicación que antes describimos.
Las TICs impactan también en la etapa de producción, porque irrumpen en un punto clave: el de los
medios de producción. Yochai Benkler (2010) explica que en la producción de cultura e información
hay tres tipos de inputs: la
información y cultura existentes -que ya dijimos que eran no
rivalizantes-; los medios de producción y comunicación de esos nuevos bienes culturales; y la
capacidad creativa y de comunicación de los hombres y las mujeres. Entonces, Benkler dice que
dado que la información existente no tiene costo, y que los costos de los medios de producción
bajan cada vez más, el recurso realmente valioso es la capacidad humana. Esto no sólo rompe con
la concentración, sino que también permite la emergencia de nuevas prácticas culturales que el
antiguo modelo impedía, logrando enriquecer la producción cultural, contra lo que dicen los
detractores de la cultura libre.
2
http://es.wikipedia.org/wiki/Tecnolog%C3%ADas_de_la_informaci%C3%B3n_y_la_comunicaci%C3%B3n
COMUNICAR O NO SER. 11
Por más que parezca que las grandes corporaciones de la industria cultural fueron los “mecenas”
del siglo XX, entregando a los artistas la posibilidad de crear y distribuir sus contenidos, lo cierto es
que su modelo de negocios era altamente excluyente, y sólo unos pocos podían acceder a él.
“¿Pocos? Si hay miles de cantantes, escritores y cineastas.”, podrán decirnos. Sí, habrá miles, pero
somos siete mil millones de personas, así que “miles” no es suficiente.
De los medios a las desintermediaciones
Lo importante es la desintermediación. ¿Desinterqué? Desintermediación. Cuando queremos
arrendar un departamento y la inmobiliaria nos cobra una comisión, nos está cobrando por su
servicio de intermediario: los que tienen para arrendar acuden a ellos, y los que quieren arrendar,
también. La inmobiliaria permite que propietarios e inquilinos se encuentren. Las disqueras y
editoriales, permiten que músicos y escritores se encuentren con todos nosotros que queremos
escucharlos y leerlos. Claro, para mantener el negocio, escuchamos y leemos lo que esas disqueras y
editoriales creen que puede gustarle a la mayor cantidad de personas, de manera de abaratar los
costos de producción y aumentar las ganancias.
En la sociedad digital en red, en la que cualquiera que tenga la capacidad de comunicar puede
llegar a tener las posibilidades técnicas de hacerlo a bajo costo, el concepto de masividad cambia y
muta hacia una masividad de nichos de intereses. Castells (2010) llama a esto “autocomunicación
de masas”: no es que cada individuo está sometido a miles de millones de mensajes que no puede
procesar, sino que él mismo va construyendo su universo cultural informativo basado en sus propios
intereses.
El software libre es uno de los ámbitos pioneros en implementar este modelo de producción
descentralizada, sin intermediarios y sin mercantilizar el resultado de su producción, sino
poniéndolo a circular libremente para que el que quiera lo use, lo transforme y lo distribuya. Pero
son muchísimas más las experiencias de cultura libre que resultan exitosas.3 Conferencias, sitios de
noticias, discos, hasta películas y libros puestos a disposición de todos y todas, muestran ejemplos
de casos exitosos de cultura libre en un mundo donde el mercado establece las reglas de
intercambio entre humanos. Podemos verlo en casos como Jamendo, OERCommons, BookCamping,
etc.
3
Véase Creative Commons Corporation, The Power of Open, París, 2010.
COMUNICAR O NO SER. 12
Derechos que tuercen
Esto no significa que podemos hacer lo que queramos: plagiar, robar o lucrar con ideas ajenas aunque, ¿de quién son las ideas?-. Existen distintos conjuntos de reglas que organizan la producción,
circulación y consumo. Hasta ahora conocíamos el copyright, los derechos de autor, las patentes.
Todas medidas constrictivas. Pero frente a este modelo legal, se ha ideado otro: el copyleft. Este
modelo no anula la figura del autor y la obra, sino que la libera para su consumo, circulación y
permite que otros -citando la fuente- puedan utilizarla para nuevas creaciones culturales.
Hablamos de cultura libre porque ya la barrera artificial creada por el soporte, ha sido superada.
Esto hace que el modelo de copyright no funcione más, que quede obsoleto porque entra en
contradicción con el mundo que intenta regular.
Los derechos de autor no nacieron de un repollo
Como vimos, la restricción artificial que se le impone a la cultura, principalmente a través del
soporte, tiene ciertas reglas que organizan y reglamentan el funcionamiento del modelo. Esto es lo
que llamamos propiedad intelectual.
La noción de propiedad sobre las creaciones culturales, en este caso la literatura, nació a partir de
la difusión de la imprenta de caracteres móviles y su capacidad de producir copias de manera
mucho más masiva de lo que se venía haciendo hasta ese momento. Imprenteros, autores, gobiernos
e Iglesia disputaban sus intereses sobre las obras, ya fuera para proteger su inversión o los valores
morales del pueblo (Briggs y Burke; 2002:69).
Recién a principios de siglo XVIII se sancionó en Inglaterra el Estatuto de la Reina Ana, llamado "Ley
para el Fomento del Aprendizaje, al permitir las copias de libros impresos por los autores o de los
compradores de tales copias, durante los tiempos mencionados”4. Esta ley, conocida como una de
las primeras legislaciones de copyright, concedía a los autores la posibilidad de explotar sus
creaciones por un período de 14 añós y elegir imprentero.
4
http://es.wikipedia.org/wiki/Historia_de_los_derechos_de_autor
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Esta ley sentó las bases del modelo de propiedad intelectual que hoy vemos en crisis ya que no
comprende los modos de producción y consumo que permiten las tecnologías digitales.
Actualmente, el ente por excelencia que defiende el sistema de propiedad intelectual es la OMPI Organización Mundial de la Propiedad Intelectual-, organismo de la ONU. Pero indaguemos un poco
más sobre este modelo de propiedad para poder entender por qué surge el copyleft como
alternativa.
El derecho de propiedad intelectual se sustenta sobre el fundamento de que las ideas, producto del
intelecto humano, pueden tener dueño. No autor, sino dueño, es decir que pueden ser poseídas con
exclusividad. Existen dos tipos de propiedad intelectual: los derechos de autor y la propiedad
industrial. Cada una tiene como objeto distintos tipos de ideas.
La propiedad industrial tiene injerencia sobre los inventos, las marcas, los diseños de productos y
los nombres de origen. A través el otorgamiento de patentes se “protege”, por ejemplo, el nombre
de Coca Cola y su “curva dinámica” -¿nos cobrarán por escribir la marca?-, o impide que llamemos
Roquefort a un queso azul que no fue elaborado en dicha ciudad francesa, además de limitar la
fabricación de productos farmacéuticos o el uso de semillas (¡sí, semillas!, como la Terminator de
Monsanto).
Por otro lado, están los derechos de autor, que son aquellos que “protegen” a las obras
intelectuales y artísticas. Ponemos entre comillas a la palabra proteger porque, por más inocente
que parezca, nos habla de una amenaza. ¿Y cuál sería la amenaza en este caso? ¿Los lectores que
quieren leer, los músicos que quieren remixar un tema o los miembros de un cineclub que
comparten películas?
El copyleft como alternativa (mientras)
El problema es que hay una noción central que subyace al discurso de la protección y fomento de
las creaciones artísticas, y es que la cultura se puede empaquetar, comprar, vender como
mercancía y restringir su acceso y uso, cuando en realidad es producto colectivo de la humanidad
entera.
COMUNICAR O NO SER. 14
Frente a este esquema legal, que forma parte de un sistema político-económico que lo respalda y lo
defiende, es que nació, en el mundo del desarrollo de software y luego se amplió su uso, el
concepto de copyleft como una manera alternativa de ejercer los derechos de autor
Existen varias licencias de copyleft, como por ejemplo la Licencia Pública General GNU5, creada por
Richard Stallman6, orientada al software; Coloriuris7, para los creadores de contenidos; las Licencias
de Arte Libre8; o las populares licencias Creative Commons, usadas para cualquier tipo de creación
cultural. Veamos cómo funcionan, por ejemplo, estas últimas.
Dígame licenciado
La organización Creative Commons nació de la mano de Lawrence Lessig, un abogado dedicado al
estudio de la cultura libre. Su mérito fue crear la infraestructura legal que permitiera potenciar la
creatividad y la creación, en contraposición del poder restricivo del copyright. Para ello crearon un
sistema de licencias que permiten copiar, editar, remixar y distribuir los contenidos que estén bajo
ellas registrados.
En el sistema Creative Commons existen cuatro atributos que se pueden combinar de distintas
maneras para crear diferentes licencias: a) la atribución: el creador deja copiar, distribuir y
ejecutar su trabajo siempre que se dé crédito al autor; b) compartir igual: el creador permite que
se distribuyan obras derivadas de la pieza original siempre que lo haga con una licencia de iguales
características a la original; c) no comercial: el creador deja copiar, distribuir y ejecutar trabajos
bajo esta licencia o derivados pero solamente con fines no comerciales; y d) sin obras derivadas: el
creador no permite la transformación de su obra para crear trabajos derivados.9
Los distintos tipos de licencias creados a partir de la combinación de atributos, otorgan mayor o
menor libertad para vincularse con los contenidos. Contemplan las posibilidades técnicas de la era
digital y las prácticas culturales que esta permite y modela, pero, sin embargo, no dejan de estar
en consonancia con el sistema de copyright. No entran en contradicción, porque el que otorga los
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http://es.wikipedia.org/wiki/Licencia_p%C3%BAblica_general_de_GNU
http://es.wikipedia.org/wiki/Richard_Stallman
http://www.coloriuris.net/
http://artlibre.org/licence/lal/es
http://es.creativecommons.org/licencia/
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derechos es el mismo autor. Es decir, el copyleft no es una panacea. Es un paso imprescindible para
la liberación y democratización de la cultura. Es un espacio de resistencia a los cánones
mercantiles, pero no necesariamente incompatible con ellos.
Ahora bien, llegados a este punto, ¿podemos vincular estos tres conceptos? ¿tiene sentido? ¿servirá
para algo pensarlos juntos? cabe preguntarnos como vincular estos tres conceptos y si vale la pena
hacerlo en pos de reflexionar más profundamente.
De tal comunicación, tal cultura
Los avances técnicos en materia de comunicación permiten que, a pesar de ser muchos -¡cada vez
más!-, podamos volver a protagonizar modelos de comunicación con características similares aunque nunca ya iguales, por ejemplo, en términos de escala- a la comunicación oral
pregutenberguiana.
Es que la comunicación de masas -materializada en medios masivos e unidireccionales-, en un
mismo movimiento democratizó la información pero restringió, de varias maneras, el intercambio.
Estamos atravesando un proceso en el que se reducen los intermediarios en la comunicación y
creación de productos culturales. Y en el que los dispositivos son más un medio de vinculación e
intercambio.
Hoy en día podemos producir, copiar, distribuir y modificar contenidos en un abrir y cerrar de ojos,
con pocos recursos y a bajo costo. De esta manera la cantidad de contenidos y el flujo de su
circulación aumenta día a día de manera exponencial. Si se nos imponen restricciones que resultan
cada vez más artificiales, ¿no se está vulnerando nuestro derecho a la comunicación? Es por eso que
debemos incluir las nociones de cultura libre y copyleft a las discusiones sobre el derecho a la
comunicación..
La vinculación entre el concepto de copyleft y la cultura libre es la más clara. El primero es una
expresión de la segunda. El copyleft es una alternativa ante las restricciones legales de la cultura
cerrada mercantil. Es una práctica que promueve un ejercicio más abierto de la cultura. No se
trata, ni más ni menos, que de regular de alguna forma concreta y ordenada el hecho de construir o reconstruir- un tipo de cultura menos condicionada por las leyes liberales del mercado. Sigue
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habiendo autores y creadores, sigue habiendo reconocimiento hacia los iluminados, pero esta virtual
situación de poder intelectual no restringe la circulación y disfrute por parte del resto de la
sociedad, lo que redunda en una cultura más libre.
¿Y qué tendrá que ver este binomio con el derecho a la comunicación? Pues bien: si entendemos como lo hacemos- al derecho a la comunicación como un derecho legítimo e inalienable del ser
humano, debemos entender que el ejercicio de una cultura libre aportará en el fortalecimiento del
derecho a la comunicación. Y esto se hace fundamental para el devenir humano. No existe ser
humano sin sociedad, principalmente porque es su forma de protegerse y mantener la vida propia. Y
además porque el ser humano aprende a vivir con otros, porque no es autosuficiente, y necesita
tanto la colaboración del prójimo como colaborar con él. Hasta aquí vamos bien.
De la constricción a la expansión
Ahora, es impensable la vida en sociedad sin comunicación. Somos una sociedad de seres
comunicantes. Somos sociedad gracias a la comunicación. Somos seres humanos gracias a la vida
colectiva. Gracias a la comunicación. Si están siguiendo este simple silogismo, compartirán con
nosotros la idea de que, por lo tanto, restringir la cultura es restringir la comunicación y viceversa.
La vinculación es recíproca. Ambos términos entablan una relación de necesariedad. Cualquiera de
estas restricciones significa, entonces, una limitación a la capacidad del ser humano de vivir bien en
sociedad. Profundizar el libre ejercicio de la comunicación, es casi sinónimo de profundizar el libre
ejercicio de la cultura, lo que repercute, por su importancia para el desarrollo social, en una vida
mejor.
Yendo al siempre necesario plano concreto de la vida, puede ser útil pensar en términos de medios
masivos de comunicación y libertad de expresión. Imaginemos cuánto mejor será para el derecho
amplio a la comunicación, el hecho de que una radio pueda contar con todo tipo de música y
contenidos para programar en su frecuencia. Que no tuviera que pensar en si es legal o ilegal
descargar música, información, audios, entrevistas. Lo simple y fructífero que sería que
simplemente quienes trabajan en la emisora, pudieran programar todo el contenido que quisieran y
lo consiguieran fácilmente. Sin duda que esto repercutiría en una más rica vinculación con su
público. Éste último enriquecería su vida cotidiana, contando con más contenidos, sin restricciones.
Y los autores, serían más reconocidos por sus obras, que gozarían de mayor difusión. Las estrictas
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reglas del mercado no hacen sino que creamos que la comunicación y la cultura son bienes escasos
y, por lo tanto, costosos. Pero sabemos que no es así.
Vale la pena destacar el hecho de que estamos discutiendo sobre conceptos que no deberían ser
materia de discusión. “¿Cómo puede ser?, ¿leí todas estas hojas en vano?”, se preguntará el lector.
No, cuando decimos que no deberían ser materia de discusión nos referimos a que el copyleft es un
concepto construido para constrarrestar las condiciones impuestas por la economía de mercado.
Pero el derecho a la comunicación, y la cultura libre, deberían avergonzarnos por su obviedad.
Estamos nombrando como inventos nuevos, algo que debería ser la base de la humanidad, y que no
es más ni menos que lo mínimo indispensable para la vida en sociedad. No son conceptos modernos
ni revolucionarios, sino todo lo contrario. Pero su ejercicio y legitimidad parecerían necesitar de un
empujón grande para que simplemente el ser humano viva y use sus facultades para ello.
La cultura libre y el copyleft facilitan y hacen más accesible la posibilidad de creación, distribución
y consumo de cultura, abaratando los costos al usuario. Pero esto no quita que las empresas sigan
ganando dinero a costas de dichos bienes culturales. La era digital obligó a las corporaciones a crear
nuevas formas de obtener ganancias. Si ya no pueden vender un video, ahora pueden crear una
plataforma donde todos suban sus propios videos: ahí tenemos Youtube. La creatividad empresarial
está enfocada en encontrar formas tangenciales de hacer rentables sus proyectos: ya no se apuesta
a los contenidos sino a las plataformas. Pero aún así, por más que no nos cobren ni para ver videos
ni para subirlos, existe una empresa que lucra con todo el esfuerzo colectivo de las personas.
Es decir: no debemos dejar de lado, entonces, la perspectiva de que la cultura libre convive con el
sistema de cultura mercantil. Y es con sus reglas de juego que intenta facilitar la distribución
cultural. Pero no combate la plasticidad de las empresas que se siguen renovando para encontrar
maneras de generar ganancias.
La cultura será realmente libre cuando deje de llamarse libre y empiece a serlo. Dejará de ser
restringida cuando no haya ni copyright y tampoco tenga que existir su contrapeso en algo que deba
llevar el nombre de copyleft. Será libre en otro sistema económico y social. Por lo pronto, en este,
la cultura libre es una alternativa para generar mayores espacios y es una táctica para posibilitar el
ejercicio de la comunicación y la cultura más libre que lo que venimos conociendo hasta hoy. Hoy
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contamos con herramientas que nos permiten desnudar un sistema restrictivo y construir una
alternativa viable. Porque después de todo, compartir es otra cosa.
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