El costo fiscal de la guerra. Los gastos militares en la provincia de

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III Congreso Latinoamericano de Historia Económica y XXIII Jornadas de Historia Económica
Simposio 1: Fiscalidad y poder en la construcción del Estado
en la región Atlántica en el siglo XIX:
Un enfoque comparado de teorías y prácticas fiscales.
El costo fiscal de la guerra. Los gastos militares en la provincia de
Tucumán entre 1816 y 1820.
María Paula Parolo
Instituto Superior de Estudios Sociales
(UNT-CONICET)
[email protected]
Introducción
La centralidad de la guerra en la historia del actual norte argentino durante las primeras
décadas pos-independientes, es un hecho innegable. Las luchas por la independencia en
Hispanoamérica, se desataron en un contexto global de guerra. Europa estaba sumida en
un conflicto bélico desde la expansión Napoleónica. En este contexto bélico, la noticia
de la decisión tomada en el cabildo de Buenos Aires en mayo de 1810 desató, en la
resistencia española, una fuerte reacción. Desde Sevilla se enviaron tropas para sofocar
la revolución y se emitió la orden a las fuerzas realistas apostadas en Lima y en
Montevideo, para que se organizaran y enfrentaran a la Junta de Buenos Aires. A la
decisión política tomada por el cabildo le siguió, entonces, la inmediata formación de
ejércitos.
La necesidad de adhesión del resto del virreinato a la decisión del cabildo de Buenos
Aires puso de manifiesto el desdoblamiento del proceso revolucionario en dos planos:
el político y el bélico. La Primera Junta tomó, entonces, dos medidas casi simultáneas:
enviar una circular a cada uno de los cabildos del interior para que enviasen diputados y
se sumaran o adhiriesen a la Revolución, por un lado, y la organización de expediciones
militares al Paraguay, Montevideo y Alto Perú, donde las posibilidades de adhesión
resultaban dudosas por la fuerte presión y concentración de fuerzas realistas.
Así se abrieron dos frentes de Batalla el Este y el Norte. Tras los tempranos fracasos
militares en el primero de ellos, las fuerzas se concentraron y reforzaron en el segundo,
cobrando este último (y por ende la región) un trascendente protagonismo, por diversas
razones. Fue desde el Norte, tras las operaciones del Ejército Auxiliar (desde 1810 hasta
1817) y la acción de Güemes con sus “infernales” (desde 1817 a 1821), el que mantuvo
durante más de 10 años la resistencia al avance realista desde el Perú, inmovilizando las
tropas enemigas en este frente de batalla, mientras San Martín concretaba su plan
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1
libertador por el Pacífico, atacando por mar, desde el oeste, al bastión realista del Perú.
Además, fue en el Norte donde se produjeron casi el 60% de las batallas por la
independencia sudamericana.1
A pesar de la centralidad de la guerra durante el proceso revolucionario y del enorme
impacto que supuso su paso por las provincias del actual norte argentino, hasta hace
unos años la historiografía rioplatense no había reparado lo suficiente en sus
consecuencias económicas y sociales. Tal vez por la fuerte impronta política del
fenómeno que hizo que fuera analizado desde las perspectivas de la historia política,
institucional o militar; o por los propios altibajos de la historia económica como
disciplina, que hacia los años „70 y „80 perdió el sitio de privilegio que había ocupado
anteriormente, cediendo la primacía en el campo de los estudios históricos a la historia
cultural o, posteriormente, a la nueva historia política.2
Tras el retorno a la democracia en los „80 se abrió (bajo la influencia, entre otros
autores, de José Carlos Chiaramonte y de Tulio Halperín Donghi) una etapa de
renovación historiográfica que colocó a los procesos políticos en clave social. En este
sentido, los avances en el análisis de las guerras por la independencia desde una
perspectiva social, tomaron al Ejército y las milicias como objetos de estudio
privilegiados para comprender los efectos sociales del reclutamiento y del servicio de
armas en la configuración de las sociedades de frontera y en el espacio rural. Por otra
parte, los aportes realizados desde la nueva historia política -que comenzaron a exigir
una detallada revisión de los aspectos militares de la construcción del poder durante el
siglo XIX rioplatense- impulsó la reformulación de los abordajes en torno a la guerra y
su impacto social.3
En sintonía con esta renovación en clave social, también se abrió paso una nueva forma
de mirar los aspectos económicos del pasado superadora de las interpretaciones
deterministas y cuantificadores, a partir de la incorporación de variables cualitativas. En
este sentido la década del „90 marcó un importante avance de los estudios económicos
sobre la revolución hispanoamericana a partir del seminario organizado por Nicolás
1
De las 151 batallas y combates libradas en el Río de la Plata, Chile y Perú, 88 se produjeron en
el Norte (Alto Perú, Jujuy, Salta y Tucumán). (Cfr. Pablo Camogli, 2005)
2
Cfr. Jorge Gelman (2006); Susana Bandieri (2010)
3
Esta línea de análisis demuestra un particular desarrollo en el ámbito bonaerense: Salvatore
(1992, pp. 33 a 45; 2003); Garavaglia (2003, pp. 153 a 187); Cansanello (1998); Fradkin (2001); Gelman
(2002); Ratto (2003). Para el caso de Córdoba, Marcela González (1997).
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2
Sánchez Albornoz y la posterior publicación de la obra colectiva “Las consecuencias
económicas de la independencia de América Latina”. A este puntapié inicial le
siguieron estudios y publicaciones individuales tendientes a analizar las consecuencias
económicas de la revolución en diferentes espacios hispanoamericanos y al interior del
espacio rioplatense. Así, nuevos actores, nuevas fuentes, nuevas preguntas y nuevos
métodos de análisis están permitiendo reconstruir buena parte de los aspectos
económicos del proceso revolucionario que se hallaban silenciados. La reciente
publicación de la Asociación Argentina de Historia Económica (“La historia económica
y los procesos de independencia en la América Hispana”, 2010) y el número especial
del Boletín Ravignani dedicado al bicentenario de la Revolución de Mayo (2011) dan
cuenta de ello.
Los resultados de estas investigaciones advierten que la desarticulación de las
estructuras económicas coloniales, así como la marcha de los sucesos políticos y de la
guerra, repercutieron de manera diferente en cada uno de los espacios del Imperio
colonial español.
En este marco, el objetivo de esta ponencia es estimar el peso económico que significó
para el fisco de una pequeña provincia mediterránea -ubicada en el corazón del actual
noroeste argentino-, el sostenimiento del Ejército Auxiliar del Perú entre los años 1816
y 1820, momento en el que –según Halperín Donghi- las funciones del ejército apostado
en Tucumán se redefinieron, pasando a constituir una fuerza de retaguardia, mientras el
peso del combate quedaba a cargo de las fuerzas militares de la provincia de Salta.4
Los gastos militares del Ejército del Norte y sus efectos en la economía regional durante
el período previo al aquí estudiado (1810-1817) fue analizado hace ya más de cuatro
décadas por Tulio Halperín Donghi. Seguimos en este trabajo sus hipótesis y criterios
de clasificación de gastos, así como el interés por explorar el desempeño del ejército
como entidad económica-financiera y sus efectos sobre la economía y sociedad regional
que, en este estudio, acotamos al caso tucumano.
Los gastos militares en las cuentas de la Hacienda provincial
El poder central revolucionario y los cabildos, primero, y los Estados provinciales
después, fueron los que definieron las prioridades presupuestarias, diseñaron las
4
Halperín Donghi (1971: 86)
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3
políticas fiscales y distribuyeron las cargas que corresponderían a cada uno de los
segmentos de la sociedad para sostener la movilización del ejército revolucionario. Por
lo tanto, no es de sorprender que los gastos de guerra y sueldos militares hayan sido las
prioridades del gasto público durante toda la primera mitad del siglo XIX.
Estos gastos pueden examinarse a través de los registros contables asentados en la Caja
de la Tesorería de la Provincia. Una vez separada de Salta y creada la provincia de
Tucumán, funcionaron varias Cajas simultáneas, cuya administración centralizó el
Ministro Tesorero local. La “Caja militar” recibía dinero de la “Caja Nacional”,
mientras la “Caja provincial” era manejada por el Gobernador Intendente y recibía el
aporte de las Cajas menores de Santiago del Estero y de Catamarca. La existencia de
estas tres cajas creó problemas de índole administrativo ya que el gobierno provincial
libraba pagarés o recibos a saldar por la Caxa Nacional, pero estos fondos (que
provenían del gobierno central) llegaban de manera irregular y de acuerdo a las
vicisitudes de la guerra. Según el estudio de Ramón Leoni Pinto, entre 1814 y 1819, la
Caja de Tucumán asumió un rol protagónico y logró financiar los gastos vinculados al
traslado de la tropa de Domingo French al norte y la atención de la tropa que se radicó
en la provincia de Tucumán, luego de la derrota de Sipe-.Sipe. Lo hizo merced de los
empréstitos aplicados a los comerciantes locales y transfiriendo algunas obligaciones a
la Caja porteña. De 1819 a 1825, tras el traslado del Ejército Auxiliar del Perú a Buenos
Aires los gastos del gobierno local habrían sido menos gravosos. Resulta muy difícil,
empero, contabilizar el envío de los “fondos nacionales” desde los registros contables
de las ciudades que los recibieron, probablemente deba hacérselo desde la “caxa de
Buenos Aires”, que era la que los enviaba. La falta de reglas para normar las relaciones
entre las cajas hizo muy engorroso y poco claro el sistema de los registros contables, ya
que mientras las normas establecían que los montos para la guerra provenían del
gobierno central, en la práctica se trataba de adelantos o promesas de pago libradas por
la caja provincial que no siempre fueron saldadas por la “Caxa Nacional”. 5 Al respecto,
Halperin Donghi afirma (a partir de datos segmentados de gastos correspondientes
entre 1810-11 y 1815-17) que sólo un 24% de los gastos totales provino de la caja de
5
Leoni Pinto (2007:188-190; 209-216)
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4
Buenos Aires, el resto se originó en las Caxas de Tucumán y el Alto Perú o en
préstamos y donaciones de corporaciones regionales.6
En efecto, los registros contables de la Hacienda de Tucumán dan cuenta de que entre
esos años casi el 60% del gasto público fue destinado a gastos militares, porcentaje que
fue variando según las diferentes coyunturas por las que atravesó la guerra y los
ingresos del erario tucumano.7 Durante el período que nos ocupa los gastos militares
representaron el 62% del total de egresos del fisco (gráfico 1). Entre ellos se
discriminaban los sueldos (que absorbían sólo el 23% del total de gastos) y los “gastos
militares” que correspondían al 39% del total de erogaciones del erario provincial.
Gráfico 1
Composición de gastos de la Hacienda provincial. Tucumán, 1816-1820
Otros gastos*
18%
Gastos Guerra
39%
Gastos militares
62%
Sueldos Políticos
13%
Sueldos Militares
23%
Sueldos Hacienda
7%
Fuente: Cuadro Nº 1 (Anexo)
Un análisis diacrónico permite advertir que el porcentaje varió de un año a otro (gráfico
2) resultando el año 1816 el de mayor gastos de guerra (75% del total de egresos),
seguido por los años 1819 y 1820 en los que se destinó alrededor de un 73% y de un
69% de los gastos – respectivamente- al rubro militar, superando en los tres casos la
media porcentual del período (62%). Durante 1817 y 1818, por el contrario, el
6
Halperin Donghi (1972:98)
Una primera aproximación al estudio de los gastos de guerra durante la primera mitad del siglo
XIX en Parolo y Macías (en prensa)
7
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5
porcentaje de gastos se encontró por debajo de la media del período con un 43% y un
59%, respectivamente.
Gráfico 2
Evolución de gastos de la Hacienda provincial. Tucumán, 1816-1820
100%
90%
80%
70%
60%
50%
40%
30%
20%
10%
0%
1816
1817
Sueldos Hacienda
Sueldos Políticos
1818
Otros gastos*
1819
Gastos Guerra
1820
Sueldos Militares
Fuente: cuadro Nº 1 (Anexo)
Podríamos adjudicar estas variaciones a diferentes factores. Por un lado a los vaivenes
de los triunfos y derrotas del ejército patriota en la frontera Norte que, junto con las
legiones de “infernales” de Güemes, se hallaban subsumidas en una verdadera guerra de
desgaste y saqueo de recursos entre ambos bandos y demandaban aprovisionamiento a
la retaguardia apostada en Tucumán.8
Por otra parte, podríamos explicar estas fluctuaciones por cuestiones financieras locales,
es decir, según la disponibilidad de recursos en las arcas provinciales. En este sentido,
resulta útil examinar la evolución de los ingresos fiscales de la provincia entre 1816 y
1820 (gráfico 3), en la que se advierte un comportamiento similar al que observáramos
en la evolución de gastos. Si desagregamos los gastos de guerra, observamos que si
bien mantienen la misma línea de tendencia que la de los gastos totales y la de los
ingresos, parecen mantener una mayor regularidad, sobre todo en los momentos de baja
8
En las planillas de gastos de guerra se encuentran registrados reiterados envíos de carretas con
municiones, fusiles, aparejos y como ganado para las tropas de Salta. Asimismo se consignaron varios
envíos de “artículos varios” para “gratificar al pueblo chiriguano”, que participó en la guerra de la
independencia alistándose en el Ejército del Norte al mando del general Manuel Belgrano y,
posteriormente, al mando de Manuel Ascensio Padilla y de Juana Azurduy (sobre la historia del pueblo
chiriguano cfr. Thierry Saignes (2007)
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de ingresos (como en 1818) en que las curvas de ingresos y gastos totales desciende
marcadamente, mientras los gastos de guerra parecen haberse mantenido en una suerte
de meseta.
Gráfico 3
Evolución de gastos e ingresos de la Hacienda Provincial (en $b).
Tucumán, 1816-1820
90000
80000
70000
60000
50000
40000
30000
20000
10000
0
1816
1817
Total Gastos Gª
1818
Total Gastos
1819
1820
Total Ingresos
Fuente: Cuadro Nº 2 (Anexo)
Este comportamiento de los gastos de guerra estaría indicando que la economía
provincial durante los años bajo estudio estaba abocada prioritariamente a solventar la
guerra, como lo indicaría, también, la elevada proporción de los gastos bélicos en
relación con el total de ingresos fiscales (gráfico 4).
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7
Gráfico 4
Gastos de guerra / Total de ingresos. Tucumán, 1816-1820
100
90
80
70
%
60
50
40
30
20
10
0
1816
1817
1818
Ingresos
1819
1820
Gastos guerra
Fuente: Cuadro Nº 2 (Anexo)
En 1816 –año de mayor gasto militar en todo el período– el monto destinado a este
rubro equivalió al 66% del total de ingresos del fisco; en 1817 casi el 44%; en 1818 el
86%; en 1819 el 62% y en 1820 el 48%. Promediando los gastos de guerra del
quinquenio con los ingresos fiscales en igual período, obtenemos que el mantenimiento
del ejército demandaba el 60% de los ingresos fiscales.
El análisis de la composición y evolución de los gastos e ingresos de la Hacienda
provincial permiten confirmar, entonces, que el gasto militar constituyó la prioridad
presupuestaria del gasto público durante los años analizados. Cabe ahora interrogarse en
torno a la composición interna de dichos gastos.
La composición de los gastos de guerra
Sobre los gastos en sueldos militares no disponemos de mayores datos que las cifras
volcadas en los balances anuales de los Libros de Contaduría de la provincia y algunos
registros aislados y poco sistemáticos de montos de dinero entregados a jefes y oficiales
para la distribución entre las tropas “a cuenta” de sus salarios. Tomando los datos de
todo el quinquenio advertimos que las retribuciones (sueldos) absorbían alrededor del
40% del rubro, mientras que el resto (60%) era destinado a gastos de “guerra” (es decir,
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alimentación y vestuario de las tropas, hospital militar, maestranza, artillería, etc.). En
este punto resulta interesante analizar la relación inversa entre los porcentajes obtenidos
para este quinquenio y los manejados por Halperín Donghi para un período anterior.
Entre 1810-1817 los datos proporcionados por las cuentas de la comisaría del Ejército
del Norte hablan de un 59% de recursos destinados a retribuciones de personal militar y
el 41% restante a la adquisición de artículos no militares, retribuciones varias, productos
rurales, etc. Probablemente esta diferencia resida en que los requerimientos de un
ejército en campaña (como lo era el Ejército del Norte entre 1810 y 1815), compuesto
por alrededor de 6000 hombres (que se redujo a 3500 en 1813), demandaba mayores
recursos para sueldos militares que cualquier otro rubro de gastos. A partir de 1816, en
cambio, el Ejército acantonado en Tucumán (conformado por alrededor de 2000
individuos) cumplía una función de retaguardia, lo que explicaría la menor proporción
de gastos en sueldos (40%) y un mayor porcentaje en productos para alimentar y vestir
de la tropa (60%).
En el transcurso del quinquenio, empero, la participación de los sueldos en el total de
gastos militares fue fluctuando entre un mínimo de un 16% en 1817 (año en el que los
gastos de guerra disminuyen respecto del total de gastos fiscales) y un máximo de un
65% en 1819 (uno de los años de mayores gastos militares, después de 1816) (gráfico
5). El peso relativo de las retribuciones fue menor, entonces, durante los primeros años
analizados y se incrementó en los tres últimos.
Gráfico 5
Gastos de guerra y sueldos militares. Tucumán, 1816-1820
100%
80%
60%
40%
20%
0%
1816
1817
Guerra
1818
1819
1820
Sueldos
Fuente: Cuadro 1
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9
A diferencia de los registros de sueldos, los “gastos de guerra”, en cambio, se
encuentran detallada y meticulosamente asentados en planillas que registran las salidas
diarias de dinero. En ellas se anotaba la fecha, el receptor del dinero, el concepto por el
cuál se pagaba y el monto expedido. El análisis general de los datos recuperados para
1816-1820 (gráfico 5) demuestra que el mayor porcentaje estaba destinado a la compra
de productos para la alimentación de la tropa. Más del 30% del presupuesto de guerra en
el quinquenio aludido fue gastado en la compra de reses, maíz, arroz y pan. Los
proveedores de esos productos eran diversos. Encontramos, por una parte, importantes
hacendados que “por contrata” habían pactado con el Estado abastecer regularmente de
reses –al “por mayor”- para el ejército y percibían el pago en cuotas mensuales.9 Otro
grupo de proveedores realizaban ventas de menor cuantía y con menor regularidad. El
maíz y el arroz, en cambio, eran provistos por un número más reducido de distinguidos
comerciantes de la ciudad que también cobraban periódicamente “a cuenta” del total de
la deuda.
En segundo lugar se encontraba la adquisición de útiles o herramientas que
generalmente estaban destinadas a las tareas de maestranza (palos, hierro, leña, carbón,
cueros, madera, etc.). Quienes suministraban los artículos de menor valor (palos, leña,
carbón) generalmente no eran anotados individualmente sino simplemente como “varios
individuos”, o –en otros casos- por su nombre de pila (sin el apelativo “Don”) lo que
permite suponer que se trataba de sectores sociales medios o bajos. Mientras que entre
los vendedores de cueros figuran reconocidos curtidores del medio. Las velas eran
provistas exclusivamente por mujeres.
A pesar de que los sueldos militares se contabilizaban por aparte –como lo analizáramos
oportunamente–
entre
los
gastos
de
guerra
aparecen
también
“sueldos”,
“gratificaciones” o “auxilios” abonados a algunos individuos (enrolados o civiles,
indistintamente) por tareas puntuales y transitorias como cuidar las mulas del ejército,
llevar un pliego hasta otra provincia, reparar alguna herramienta o para “socorro” en su
viaje de regreso a sus lugares de origen. Estas retribuciones representaban algo más del
10% de las erogaciones de guerra.
9
Por ejemplo Manuel Corbalán que recibía periódicamente “mesada pactada por reses q se le
adeudan” o Doña Isabel Ávila a quien se le abonó durante todo el año 1818 $20 por mes por las reses que
proveía al ejército.
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10
Muy cerca de este rubro se encontraban los desembolsos por compras de tela, botones,
suelas e hilo para la confección de uniformes. Se trataba de artículos caros que
suministraban los grandes comerciantes de “larga distancia” como Roque Pondal, José
Mur, José Gregorio Aráoz, Tomás Ugarte, etc.
Fuente: Cuadro 3 y 4- Anexo
Otro rubro bastante significativo fue el de gastos en fletes y conducción. El pago a los
troperos por el uso de sus carretas y por la conducción de las mismas dentro de los
límites de la provincia (a Trancas, principalmente, donde se encontraba uno de los
campamentos del Ejército Auxiliar del Perú) y hacia provincias vecinas (como
Catamarca, Salta o Jujuy) llevando municiones, fusiles, alimentos, aparejos o
“desertores”, concentraba el 9% de las erogaciones. La fletaría tenía un gran desarrollo
en la provincia que era una plaza redistribuidora desde tiempos de la colonia. Así, los
principales troperos y carreteros tucumanos como Eduardo Sosa, Pedro Nolasco Ibiri o
Anacleto Gramajo, fueron los principales conductores de útiles, municiones, suelas y
demás productos, especialmente hacia Salta. Otro numeroso grupo de transportistas de
menor talla, se abocaron a la conducción de ganado, soldados o desertores hacia
diferentes destinos.
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11
El Hospital militar y la compra de ganado (caballar y mular) constituían los rubros
menos onerosos con un 3% y un 4% respectivamente. En ambos casos debemos
considerar la posibilidad de subregistro. En el primero porque no se encuentran
asentados todos los gastos de la sanidad, sino sólo algunos insumos (vendas, mantas,
medicamentos). Respecto del ganado, es notable y llamativo el escaso porcentaje de
compras de mulares y, sobre todo, de caballares teniendo en cuanta la necesidad de
estos últimos para servicio de las tropas. Cabe aquí sospechar que el suministro de los
mismos se realizó a través de las requisas compulsivas que periódicamente -y sin
ningún tipo de registro oficial- eran confiscados por los jefes militares en los diferentes
departamentos de campaña, los que eran luego remitidos al Gobernador, tal como se
explicita en los numerosos reclamos de productores campesinos quienes refieren haber
sido despojados de sus animales bajo amenaza o so pretexto de que no tenían marca.10
En “otros gastos” agrupamos una gran variedad de conceptos que individualmente
tienen muy baja representatividad en el total de gastos pero que, en su conjunto,
alcanzan al 19%. Entre ellos se encuentran las devoluciones de dinero por adelantos
realizados por particulares, pagos por conceptos “varios” sin otra especificación, y –
entre 1818 y 1819- el pago de alquileres de casas de renombradas familias para el
alojamiento de oficiales o para el funcionamiento de distintas dependencias del Ejército
como los hospitales (chico y grande), la proveeduría, la intendencia general o la
imprenta.
La absoluta ausencia de registros de compras de armas merece algunas reflexiones. Este
hecho podría explicarse por la instalación (desde fines de 1810) de una fábrica de fusiles
en Tucumán, la que habría provisto de armas (especialmente carabinas y pistolas) a la
guarnición de esta Plaza y a las huestes en campaña. Esta Fábrica funcionaba con dinero
de la “Caxa Nacional” (aportes directos desde Buenos Aires).11 En efecto, Halperín
10
Sobre el costo material de la guerra y el aporte del pueblo tucumano cfr. Parolo, 2011.
Al finalizar el año 1810 se instaló en Tucumán una fábrica de fusiles o de “Armas de Chispa”.
Por iniciativa de su “protector” Clemente Zavaleta quién despertó el ánimo de los vecinos y de las
autoridades centrales con una proclama. En 1811, el Director Francisco Eguren, elevó al poder central un
primer plan para erigir el edificio de la fábrica. En 1812 comenzó a funcionar de manera precaria en el
Convento de San Francisco, pero el avance español obligó a trasladar el material y herramientas de la
fábrica a Santiago del Estero. En abril de 1813 el gobierno central dispuso que la Fábrica fuese llevada al
Convento de Lules, pero el Teniente Gobernador no lo consideró conveniente por la distancia y decidió
establecerla en la ciudad. El proyectado edificio nunca se construyó y la Fábrica fue perdiendo
significación hasta que, en 1819, se trasladaron a Buenos Aires los pocos materiales existentes (Cfr.
Ramón Leoni Pinto, 2007: 79-84)
11
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12
Donghi sostiene que en las cuentas de la Caja de Buenos Aires figuran los gastos
realizados no sólo en la capital revolucionaria sino en centros de fabricación de armas y
material de guerra establecidos fuera de ella, como el caso de Tucumán.12 Por otra parte,
existen evidencias de que gran parte del armamento de las tropas revolucionarias se
nutría de las piezas de artillería y municiones arrebatadas al ejército enemigo en cada
una de las contiendas. Estas razones podrían justificar, en parte, por qué no se consignan
entre los gastos de guerra las erogaciones en concepto de adquisición de armamento.
El peso relativo de los distintos rubros de gastos descriptos anteriormente fluctuaron
año a año (gráfico 6).
Gráfico 6
Evolución de los gastos de guerra por rubro. Tucumán, 1816-1820
100%
90%
Otros gastos
80%
Útiles/herramientas
70%
Transporte
60%
Vestuario
50%
Hospital
40%
Ganado
30%
Retribuciones
20%
Alimentación
10%
0%
1816
1817
1818
1819
1820
Fuente: Cuadro 3 y 4 - Anexo
De la lectura del gráfico precedente puede advertirse que en los dos primeros años
analizados los gastos se encontraban distribuidos de manera más equilibrada entre los
distintos rubros, aunque se destacan en 1816 el de alimentos y retribuciones y “otros
gastos” (conformado mayormente por devolución de dinero adeudado por el Estado) en
1817. En el año siguiente el rubro alimentación se incrementa notablemente junto con el
de herramientas o útiles (artículos no específicamente militares). Los dos últimos años,
en el que el Ejército Auxiliar comienza a desmembrarse y buena parte de las tropas
abandona la provincia para alinearse en los ejércitos de los caudillos provinciales que
12
Halperín Donghi (1972:92).
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13
comienzan a enfrentarse en el marco de las luchas civiles,13 los gastos vuelven a mostrar
una distribución más equilibrada en la que la alimentación, las retribuciones y las
herramientas aparecen como los principales. Tal vez se trate de los rubros más
significativos para el mantenimiento de un ejército que está apostado como retaguardia,
en un estado de escasa movilización ya que el frente de batalla se encuentra bastante
distante. La Fábrica de Fusiles prácticamente ya no funcionaba, los fletes disminuyeron
ya que el transporte de municiones y útiles para las tropas salteñas resultaban cada vez
menos frecuentes, desaparecieron los pagos por alquileres a casas de particulares (“otros
gastos”), del mismo modo que los gastos en el Hospital militar que parece haber
reducido notablemente su función.
Alimentar, vestir, abastecer y otorgar retribuciones “extras”, a los soldados y oficiales
de este paralizado Ejército apostado en Tucumán, podría haber sido una de las
estrategias del Estado provincial para evitar (o combatir) la deserción y el proceso de
disgregación de la fuerza militar que ya comenzaba a vislumbrarse a partir de 1814 y
1815, cuando la situación en la provincia se tornó crítica tras la llegada de soldados
derrotados en Vilcapugio y Ayohuma y la de desertores que “habrían inundado la
ciudad”.14 Situación que –como adelantáramos- se agravó hacia 1819.
En palabras de un contemporáneo: “Han desertado muchos, de cien y de cincuenta,
(todos) con armas. No sabemos [...] en qué pararán estas fiestas ni que fin tendrán”.15
A modo de conclusión
La exploración preliminar sobre los gastos de guerra hasta aquí realizada permite
advertir que el asentamiento del Ejército Auxiliar del Norte demandó hombres, bienes,
servicios y recursos alterando el orden social y económico de esta provincia. A la luz de
las cifras analizadas no parece exagerado afirmar que a partir de 1811 Tucumán vivió
para la guerra. Una guerra que exigió del aporte de recursos locales ya que las partidas
de dinero provenientes del gobierno “central” llegaban a un ritmo lento e irregular que
13
En enero de 1820, el Ejército del Norte prácticamente ya había abandonado la provincia de
Tucumán y “deambulaba por las campañas de Córdoba y Santa Fe” donde se sublevó contra su jefe, el
General Francisco Fernández. En esa oportunidad el General José María Paz apoyó dicha sublevación y
le escribió desde Córdoba al General Javier López (uno de los hombres más importantes de la conducción
de la “República del Tucumán” implantada por Bernabé Aráoz) haciendo referencia a esta disgregación
producto de la altísima deserción que comenzó a registrarse en sus filas (Carta del General Paz a Javier
López, AHT, SA, Vol. 27, años 1818-1819, ff. 6-7.)
14
Leoni Pinto (1996:74)
15
Carta de Diego León Villafañe a Ambrosio Funes, 29-XII-1814 (en Leoni Pinto, 1996:73)
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14
colisionaba con las urgencias de abastecimiento de las tropas. Así, en el quinquenio
estudiado, más del 60% del presupuesto provincial se destinó a este fin.
La composición interna de las erogaciones revela, asimismo, el predominio de gastos en
sueldos militares que, junto con los “auxilios” o “gratificaciones” (que fueron
contabilizados por separado) dan cuenta de un importante drenaje de dinero hacia un
amplio sector de la sociedad (oficiales y soldados, peones, jornaleros y artesanos). El
pago por servicios (como el alquiler de viviendas o el pago de fletes) constituyó otra
importante salida de numerario hacia los bolsillos de otro segmento de la sociedad
tucumana que interactuó con un nuevo “gran” consumidor: el ejército. Del mismo
modo, las compras de alimentos, telas, cueros, suelas, herramientas, ganado y demás
bienes, convirtieron al Estado provincial -y al Ejército- en una especie de entidad
económica-.financiera que demandaba bienes y dinero a la población local, para
solventar gastos que no llegaba a cubrir con el débil respaldo de una Caja Nacional que
le transfería recursos de manera intermitente y poco regular.
Aplicando la tesis de Halperín Donghi al caso tucumano, entonces, alrededor del 60%
de los gastos de guerra (alimentos, transporte, vestuario, etc.) pusieron al Ejército en
relación con la economía regional, mientras que el 40% restante (destinado a
retribuciones del personal militar) habría aumentado la capacidad de consumo de un
importante sector de la sociedad local. Es decir, la guerra incidió sobre la economía del
área en que actuó mediante la introducción de un nuevo sector consumidor
“institucional” (el propio ejército) y otro individual (oficiales y soldados).16
Efectivamente, los datos hasta aquí examinados permiten corroborar el rol dinamizador
y movilizador del ejército sobre la economía local, pero no nos permite hacer un
balance sobre sus efectos reales, ya que la escasez de metálico, las deudas impagas y la
prolongación de la coyuntura bélica más allá de las guerras de independencia, habrían
cercenado los efectos positivos de su rol como consumidor de bienes y servicios, rol que
no alcanzó para contrarrestar los efectos negativos y devastadores del paso y
permanencia de la guerra en la región.
En el corto plazo, la desestructuración económica producida por la interrupción del
tradicional funcionamiento de los circuitos comerciales, la prolongada presencia del
Ejército Auxiliar del Norte, el alistamiento de los hombres en las filas del ejército, el
16
Halperín Donghi (1972: 99)
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15
elevado costo fiscal de la guerra y la acción demoledora de las tropas, dejaron a la
economía de la provincia un estado financiero desesperante, un importante segmento de
las clases mercantiles diezmadas y el stock ganadero prácticamente agotado. Una
verdadera “orgía de destrucción de la riqueza colectiva”, como calificó Halperín Donghi
al devastador paso de la guerra por las provincias del norte.17
Si analizamos los efectos en el largo plazo y en un marco espacial más amplio, luego de
1810 las cosas cambiaron dramáticamente al producirse ritmos de crecimiento muy
disímiles en las regiones, a la vez que un amplio conjunto de provincias permaneció
estancado o en declive por largos períodos. No parecen haber sido cuestiones culturales
o institucionales las responsables de esas distancias o divergencias. El gran
distanciamiento entre el crecimiento de Buenos Aires y el litoral respecto del interior y,
sobre todo, el atraso del viejo Tucumán colonial, se explica –según Jorge Gelman- por
el cambio del paradigma económico.18 Por un lado la demanda atlántica y la capacidad
de producir ganado para exportar; en segundo término el costo de los fletes terrestres; en
tercer lugar el control de la Aduana por parte de Buenos Aires y, finalmente, y por sobre
estos tres aspectos antes mencionados: la guerra. Aunque esta última no constituyó un
factor de tipo estructural como los anteriores, su profundidad y duración alteró de
manera significativa la capacidad de algunas regiones de aprovechar las oportunidades
que ofrecía el nuevo modelo económico.
En efecto, uno de los principales factores que permitió el temprano crecimiento de
Buenos Aires fue, justamente, no haber sido escenario principal de guerra. Si bien las
guerras afectaron a todos los territorios, los reclutamientos masivos de soldados y los
requerimientos de recursos para solventarla cayeron con mucha mayor fuerza sobre los
frentes de batalla y, entre ellos, el Norte fue el más prolongado en el tiempo y con las
contiendas más duras.19 La centralidad del Norte como frente de resistencia contra las
fuerzas realistas potenció la presión sobre la región, que cargó con el sostenimiento
material de la guerra, peso que recayó sobre las exiguas Haciendas locales y sobre la
castigada población de las provincias “de arriba”.
17
Halperín Donghi (2010:35)
Gelman (2010)
19
Fue allí donde se libraron casi el 60% de las batallas por la independencia sudamericana: 88 se
produjeron en el Norte (Alto Perú, Jujuy, Salta y Tucumán); 12 en el Este (4 en Paraguay, 8 en la Banda
Oriental); 7 en el Mar (5 en Río de la Plata y 2 en el Pacífico); 38 entre el Cruce de los Andes, Chile y
Perú; y 6 en los actuales territorios de Bolivia y Ecuador (Camogli, 2005)
18
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16
En definitiva, podríamos arriesgarnos a decir que la guerra parece haber signado dos
destinos divergentes para el Norte: desde el punto de vista político y militar colocó a la
región en un lugar decisivo, de gran protagonismo, centro neurálgico de operaciones y
resistencia al avance realista. Sin embargo, el peso del costo material y humano que
supuso este protagonismo, signó un destino de estancamiento, atraso, despoblamiento y
emigración. “Tal vez, el lugar más postergado en el juego de los desequilibrios
regionales que marcaron el camino del progreso económico y social argentino”
(Gelman, 2010).
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ANEXO
Cuadro 1. Gastos de Hacienda. Tucumán, 1816-1820 (en $b)
1816
1817
1818
1819
1820
TOTAL
Sueldos Hacienda
3.969,3
4.273
3.518,5
3.384,1
924,4
15.144,9
Sueldos Políticos
6.138,6
12.661,2
3.576,2
5.054,2
3.027,7
27.430,2
Otros gastos*
6.998,4
16.605,3
9.986,8
4.676,4
2.838
38.266,9
Gastos de Guerra
39.663,5
21.344,1
13.562,1
12.217,4
10.254,6
86.787,1
Sueldos Militares
11.810,4
4.296,1
11.230,7
22.892,1
4.618,5
50.229,3
Total gastos militares
51.473,9
25.640,2
2.4792,8
35109,5
14.873,1 137.016,4
Total Gastos
68.580,2
59.179,7
4.1874,3
48224,2
21.663,2 217.858,4
Fuente: Elaboración propia según Libros Mayores de Contaduría, Tomos I (1816-1818) y II (1818-1820).
Sección Hacienda, Archivo Histórico de Tucumán.
Cuadro 2. Gastos e ingresos en la Hacienda de Tucumán, 1816-1820 (en $b)
Años
1816
1817
1818
1819
1820
Total Gastos Gª
51.473,9
25.640,2
24.792,8
35.109,5
14.873,1
Total Gastos
68.580,2
59.179,7
41.874,3
48.224,2
21.663,2
Total Ingresos
78.096,4
59.233,4
28.793,8
56.236,9
30.728,8
Fuente: Elaboración propia según Libros Mayores de Contaduría, Tomos I (1816-1818) y II
(1818-1820). Sección Hacienda, Archivo Histórico de Tucumán.
Sitio web: http://www.aahe.fahce.unlp.edu.ar/Jornadas/iii-cladhe-xxiii-jhe/
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Cuadro 3. Composición de los gastos de guerra por año y por rubro (en $b). Tucumán, 1816-1820
Rubros de gastos
1816
1817
1818
1819
1820
TOTAL
Alimentación
9349
4682
6819
4278
3663
28791
Retribuciones
5745
388
517
2071
1710
10431
Ganado
1576
986
58
138
450
3208
Hospital
1272
870
s/d
197
172
2511
Vestuario
3981
1250
304
2262
1195
8992
Transporte
4871
1950
370
579
341
8111
Útiles/herramientas
3197
2198
1847
2074
2638
11954
Otros gastos
6063
9853
1493
221
s/d
17630
TOTAL*
36054
22177
11408
11820
10169
91628
Fuente: Elaboración propia según Libros Mayores de Contaduría, Tomos I (1816-1818) y II (1818-1820). Sección
Hacienda, Archivo Histórico de Tucumán.
* Las diferencias entre los totales de gastos de guerra aquí consignados y los volcados en el cuadro 1 se deben a
problemas de registro de las fuentes. En el cuadro 1 utilizamos los totales de los balances generales de gastos
anuales registrados en los Libros Mayores de Contaduría, mientras que en este cuadro trabajamos con los datos
de las planillas de gastos parciales desagregados por rubros, cuya sumatoria no coincide con los resultados de los
balances generales de los libros de Contaduría.
Cuadro 4. Composición porcentual de gastos de guerra por año. Tucumán, 1816-1820
Rubros de gastos
1816
1817
1818
1819
1820
TOTAL
Alimentación
25,9
21,1
59,8
36,2
36,0
31,4
Retribuciones
15,9
1,7
4,5
17,5
16,8
11,4
Ganado
4,4
4,4
0,5
1,2
4,4
3,5
Hospital
3,5
3,9
0,0
1,7
1,7
2,7
Vestuario
11,0
5,6
2,7
19,1
11,8
9,8
Transporte
13,5
8,8
3,2
4,9
3,4
8,9
Útiles/herramientas
8,9
9,9
16,2
17,5
25,9
13,0
Otros gastos
16,8
44,4
13,1
1,9
0,0
19,2
TOTAL
100
100
100
100
100
100
Fuente: cuadro3
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Cuadro 5. Porcentaje de gastos de guerra por rubro. Tucumán, 1816-1820
Rubros de gastos
1816
1817
1818
1819
1820
TOTAL
Alimentación
32,5
16,3
23,7
14,9
12,7
100
Retribuciones
55,1
3,7
5,0
19,9
16,4
100
Ganado
49,1
30,7
1,8
4,3
14,0
100
Hospital
50,7
34,6
0,0
7,8
6,8
100
Vestuario
44,3
13,9
3,4
25,2
13,3
100
Transporte
60,1
24,0
4,6
7,1
4,2
100
Útiles/herramientas
26,7
18,4
15,5
17,3
22,1
100
Otros gastos
34,4
55,9
8,5
1,3
0,0
100
TOTAL
39,3
24,2
12,5
12,9
11,1
100
Fuente: cuadro 3
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