dramático giro en 1441. En mayo de ese año, la reina de Nafarroa fallecía durante una peregrinación, siendo enterrada en el monasterio de Santa María la Real de Nieva, en Segovia. Su muerte suponía que el príncipe de Viana se convertía automáticamente en rey de Nafarroa, pero, saltándose lo establecido en el Fuero, la fallecida reina había dejado por escrito en su testamento que su hijo no podría coronarse como rey sin el beneplácito de su padre. Aunque esa cláusula contravenía el Derecho navarro, Juan II aprovechó la circunstancia y la pasividad de las Cortes y del propio príncipe para retener la corona y convertir a su hijo en simple lugarteniente del reino. En 1447, esta extraña situación se agravó, ya que Juan II se casó con Juana Enríquez, hija del almirante de Castilla. Si lo ocurrido en 1441 era una aberración legal, este matrimonio la agravaba, ya que el propio Fuero General reconocía que, al casarse en segundas nupcias, el esposo perdía cualquier derecho que pudiera tener sobre los bienes de la primera esposa. Esta vez sí, la paciencia del príncipe de Viana se agotó y comenzó un enfrentamiento abierto con su padre, en el que los nobles beaumonteses se alinearon con Carlos de Evreux y los agramonteses con Juan II. Así estalló la guerra civil, que el 23 de octubre de 1451 tuvo uno de sus momentos clave en la batalla de Aibar, en la que el príncipe y su mano derecha, el conde de Lerín, fueron hechos prisioneros. Durante el año y medio que el príncipe estuvo en cautividad, la lucha continuó en Nafarroa, mientras en Sos venía al mundo un personaje que iba a marcar el destino del príncipe y del reino. Se trataba de su hermanastro Fernando, que sería conocido como el Católico o el Falsario entre los navarros. En 1453 se acordó una tensa paz entre los combatientes que supuso la puesta en libertad del príncipe de Viana, aunque el acuerdo terminó rompiéndose dos años después. Carlos huyó de Nafarroa y se refugió en Nápoles con su tío Alfonso V de Aragón. Pero tres años después falleció este último y Juan II se convertía en rey de Aragón. En principio, Carlos pasaba a ser también heredero de ese reino como primogénito del monarca, aunque este ya apostaba por Fernando para sucederle, a pesar de que el pueblo apoyaba abiertamente al príncipe de Viana. Para calmar los ánimos, Juan II promovió la denominada concordia de Barcelona, que, en principio, sellaba la paz entre ambos contendientes. El 28 de marzo de 1460, Carlos abandonaba Nápoles y llegaba a la ciudad condal, donde tuvo un recibimiento triunfal que disparó las alarmas de su padre. Entonces se planteó que el príncipe de Viana volviera a casarse, ya que era viudo desde 1448, cuando falleció su esposa Inés de Clèves sin haber tenido descendencia. Uno de los nombres que se barajaron fue el de Isabel de Castilla, pero Juan II no veía con buenos ojos ese matrimonio para su odiado hijo por el poder que le podía dar y reservó a la novia para su opción favorita, su vástago Fernando. Los contactos para ese posible enlace fueron aprovechados por Juana Enríquez para asegurar a su esposo que Carlos tramaba destronarlo con el apoyo del hermano de Isabel, el rey de Castilla Enrique IV. Juan II reaccionó encarcelando al príncipe de Viana el 2 de diciembre, pero la presión popular de los catalanes consiguió que fuera liberado a comienzos de marzo. Poco duró la alegría de Carlos, ya que el 23 de setiembre de 1461, y ante la sorpresa general, el príncipe de Viana fallecía. Oficialmente había muerto de una tuberculosis que se había agravado durante su cautiverio, aunque entre el pueblo corrió el rumor de que había sido envenenado, ya que era una figura muy molesta para Juan II, su esposa Juana y su hermanastro Fernando. Carlos fue enterrado en el monasterio de Poblet, donde hasta el siglo XVIII fue prácticamente venerado como un santo, ya que se le atribuyeron numerosos milagros. Dentro de su leyenda se enmarca el hecho de que pusiera ser el padre del descubridor Cristóbal Colón, quien habría sido fruto de los amoríos del príncipe con la mallorquina Margarita Colom. No sería extraño, ya que, aunque no tuvo descendencia oficial, el príncipe sí engendró al menos tres bastardos. Tras su muerte, el título de príncipe de Viana siguió siendo utilizado por los herederos de la corona navarra, incluso cuando se produjo la invasión de 1512, ya que los descendientes de los soberanos expulsados por las tropas españolas continuaron con la tradición. El título también fue adoptado por los reyes españoles como conquistadores de la Alta Nafarroa, aunque el último príncipe de Viana nacido en suelo navarro fue Enrique II de Albret, conocido como “el Sangüesino”. A pocos kilómetros de Zangoza, este año tuvo lugar la que puede ser la última entrega del premio Príncipe de Viana en su actual formato. Las formaciones que sustentan el Gobierno del cambio han mostrado su disposición a cambiar el nombre y la filosofía de este galardón cultural, y a evitar que el rey español regrese a Leire para entregarlo. De esa forma se impediría que, como señaló la presidenta Uxue Barkos tras la ceremonia del pasado junio, «suene la Marcha Real (el himno del Estado español) ante el sepulcro de los reyes de Navarra. Cualquier navarro con un mínimo de sentido común pensará que esto es algo a no repetir nunca más». Felipe de Borbón descubre una placa en recuerdo de su presencia en la entrega del premio Príncipe de Viana de 2014 en presencia de la entonces presidenta del Gobierno de Nafarroa, Yolanda Barcina, y del arzobispo de Iruñea, Francisco Pérez. En la doble página anterior, retrato idealizado del príncipe de Viana. Fotografía: Jagoba Manterola zazpika 3 3