Eduardo Casanova El Paraíso Burlado (Venezuela desde 1498 hasta 2008) I El Paraíso Partido (Venezuela antes de la Independencia) Las Nueve Musas Caracas, en el siglo XVII, debe haber sido un sitio muy interesante. Así lo pensó Humboldt cuando visitó la villa muy poco tiempo antes de que comenzara el siglo XIX. El solo nacimiento de Miranda, Simón Rodríguez, Andrés Bello y Simón Bolívar en un lapso tan corto (entre 1750 y 1783) es de por sí un fenómeno importante, que revela mucho. Pero ¿cómo era la vida caraqueña en esos tiempos que precedieron la Independencia y la acción de Miranda y de Bolívar? Para entender la vida social (y política) de la Caracas en la que se estaban gestando todos los movimientos telúricos que condujeron a ese drama que fue la guerra de Independencia, vale la pena detenerse en las personas de las llamadas Nueve Musas, que eran primas segundas del Libertador. La denominación de Nueve Musas, bastante al estilo del siglo XIX con sus adornos y florituras, es muy posterior a su tiempo y fue inventada por Felipe Francia y usada por Vicente Lecuna, para identificar a nueve bellísimas mantuanas que nacieron en Caracas y en San Mateo entre 1755 y 1776. Eran las hijas de Miguel Jerez de Aristeguieta y Lovera (pariente por varios lados de Simón Bolívar) y Josefa Blanco y Herrera, tía abuela de Simón Bolívar, y en su tiempo se las conocía simplemente como las Aristeguieta, Estaban ubicadas en el tope de la sociedad elegante y dominante de la villa, eran primas hermanas de la madre de Simón Bolívar, que también fue en su momento una joven destacadísima de la sociedad caraqueña, tal como sus cinco hermanas y otras mantuanas emparentadas con ellas. Su estilo de vida, de todas ellas, es prueba del grado de cultura y refinamiento de las mujeres caraqueñas de la segunda mitad del Siglo XVIII, que tuvo mucho que ver con las ideas y tendencias de sus hijos. Pero sus existencias no fueron felices: Luego de una juventud de alegría y brillo, con paseos llenos de gozo a las haciendas de la familia, cercanas a Caracas, ubicadas especialmente en los valles del Tuy o en los de Aragua, en los que vivían momentos poéticos y días de brisa y canto, debieron ver demasiadas muertes y miserias y, sobre todo, la destrucción casi radical del mundo en el que habían crecido. No es casual que los tiempos brillantes, tanto de las Nueve Musas como de las Palacios y las Ponte y las Tovar y las Toro y las Bolívar y otras mantuanas destacadas, se haya iniciado en 1783, el año en que nació el niño mantuano Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios, y haya terminado con el Siglo XVIII, cuando, ejecutado José María España (que tenía también nexos de parentesco y amistad con todas ellas y su gente), empezó la tragedia que les tocaría vivir, en la que sus hijos, sus hermanos, sus maridos, sus sobrinos, sus primos y hasta sus nietos, así como sus amigos y sus conocidos se enfrascarían en una espantosa guerra fratricida, indispensable para que pueda, en un futuro que parece aún lejano, explicarse de alguna guisa, y hasta justificarse, la invasión del territorio americano consumada por los españoles tres siglos atrás, pero no por eso menos dolorosa. Las hermanas Aristeguieta, cuyo padre, después de enviudar de Petronila Bolívar y Ponte, tía de Simón, se casó con Josefa Blanco y Herrera, hermana de la abuela materna de Bolívar, eran: María de las Mercedes o Merced que nació el 24 de septiembre de 1755; Rosa María de Jesús que nació el 30 de agosto de 1757, y fue seguida por Juana, muerta al nacer en diciembre de 1758 (la primogénita, María Antonia, nacida en 1753, murió sin haberse casado y no alcanzó el renombre de sus hermanas menores); María Begoña, o simplemente Begoña, que nació el 20 de noviembre de 1760; Francisca Fulgencia o Panchita, que nació el 16 de enero de 1762; Teresa de Jesús o Teresa, que nació el 15 de octubre de 1763; María Belén o Belén, que nació en San Mateo (todas las demás eran caraqueñas) el 11 de mayo de 1765 y que, como veremos más adelante, tuvo un "desliz" con eclesiásticas y patrióticas consecuencias; Josefa María o Josefa, nacida el 11 de octubre de 1771; la segunda María Antonia (María Antonia Petronila) o Antonia, que nació el 17 de enero de 1774, menos de tres meses después de la muerte de su hermana mayor, a quien sustituyó en nombre, como era frecuente en aquellas épocas; y por último, Manuela Josefa o Manuela, nacida el 5 de junio de 1776, que era casi veintiún años menor que la mayor de sus hermanas vivas al nacer ella y veintitrés años menor que la primogénita. Cuando nació el que sería el más famoso e importante de sus parientes, la mayor de las Nueve Musas tenía 28 años y la menor apenas 7, y cuatro de ellas (Merced, Rosa, Begoña y Panchita) ya estaban casadas: tres, como las hijas del Cid, con tres hermanos navarros, Pedro, Juan y Pedro Martín Iriarte (respectivamente: Merced, Begoña y Panchita, y de ellas sólo Begoña se quedó en Venezuela, las otras dos, al poco tiempo de casadas se fueron a vivir a España y nunca regresaron a su patria). Rosa, por su parte, se casó con el militar español José de Castro y Araoz. La quinta de las Musas, Teresa, se casó en 1787 con don Antonio Soublette y Piar, padre del general Carlos Soublette (otro de sus hijos, Martín Soublette, se encontró prematuramente con la muerte cuando apenas tenía quince años y fue a defender la patria amenazada, en La Victoria, bajo el mando de José Félix Ribas, casado con su prima María Josefa Palacios, tía directa de Bolívar). La madre de los Soublette fue, además, suegra de Daniel Florencio O'Leary y de Julián Santamaría (antepasado de Arturo Uslar Pietri), edecanes de Simón Bolívar. Antes de las bodas de sus hijas, Teresa Jerez de Aristeguieta, que había enviudado, pasó por el duro trance de ser secuestrada y robada por un corsario realista, mientras escapaba de La Guaira hacia Angostura, en donde se encontraba su hijo. Allí, en Angostura, murió, y sus hijas fueron a Bogotá, en donde se casaron. La sexta, Belén, que en diciembre de 1787 se casó también con un español, Joaquín Pérez y Narvarte, cinco años antes de la boda parió en secreto, como se estilaba entonces, a José Félix Blanco, que fue criado por Bartola Madrid, negra libre, y bautizado por José Domingo Blanco, pariente de los Bolívar, de quien tomó el apellido (y uno no puede menos que sospechar que no sólo era el padrino, sino el padre); en 1814 Belén estuvo entre los que pasaron por la horrible experiencia de la emigración a Oriente, y luego sufrió también las torturas del exilio, en las Antillas, hasta que en 1818, con una hija, pudo llegar a Angostura a encontrarse con varios de sus parientes. Josefa se casó con uno de sus primos hermanos, Antonio Palacios y Jerez de Aristeguieta. Antonia, la octava Musa, fue la abuela del general Antonio Guzmán Blanco, pues luego de enviudar de Antonio Sausa (gallego), se casó con Bernardo Blanco Strickland; la hija de ambos, Carlota, se casó, con cinco meses de embarazo, con Antonio Leocadio Guzmán y, por tanto, fue la madre del Ilustre Americano, cuya abuela paterna, Agueda García, era conocida por los orgullosos descendientes de mantuanos por el nada hermoso apodo de la Tiñosa. Y en cuanto a la menor y novena Musa, Manuela Josefa, se casó en 1800 con el dominicano Miguel de Zárraga y Caro y fue, desde luego, la que menos tiempo disfrutó de los tiempos felices que, ya en los días de su boda, empezaban a quedar atrás. Podría decirse que su tiempo fue el de calma que precede a la tormenta, a no ser porque fueron ellas y casi todos sus parientes la tormenta en sí. Antes de los tiempos oscuros, de represión y sospechas por parte de los gobernantes españoles, las Nueve Musas y sus parientes escuchaban música europea, tal como podía escucharse en Salzburgo o en París, y bailaban las mismas danzas complicadas y barrocas que bailaban entre sonrisas y suspiros sus equivalentes en Europa y leían, quizás con algún atraso de semanas o meses, los mismos libros que los europeos. Sólo se diferenciaban en que en el trópico no hay cuatro estaciones y el paisaje está lleno de fantásticas presencia que el tiempo ha mermado en el continente viejo. Y todo ese mundo deliciosamente inmutable les cambió de repente, cuando en su entorno estalló una revolución encabezada por sus parientes varones. En especial por su primito Simón Bolívar, que dejó de ser joven mantuano de manos finas para convertirse en el caudillo tropical, de manos finas, que después sería el Libertador. Las vidas y las muertes de esos personajes bien hubieran podido servir para que un novelista como León Tolstoi escribiera una gran obra, en la que podría reflejarse ese inmenso drama que fue el final del siglo XVIII y el comienzo del XIX en Venezuela, tierra que parece haber estado destinada a desangrarse para dar vida a casi una veintena de países, y que parió casi en un soplo a Miranda, Simón Rodríguez, Andrés Bello, Bolívar y Sucre, así como a esas Nueve Musas y sus parientas y amigas, que representan el valor, la entereza y el espíritu de sacrificio que aun hoy, cuando estamos entrando al siglo XXI, están presentes en la mujer venezolana, la mujer que es capaz de dejar de lado su tranquilidad y hasta su vida cuando la patria lo exige y lo necesita. Las Nueve Musas representan en la historia de Venezuela, y quizá en la de la América española, la dura transición de los tiempos casi felices (aunque sólo para las clases dominantes) de la dominación europea a los muy poco felices (para todas las clases sociales), a pesar de la razón, de la Independencia. Bien pueden ser paradigma de la clase social que se suicidó en aquel parto telúrico e incompleto del cual salieron pueblos tristes, pobres pueblos. Les tocó pasar por los últimos días felices de aquel mundo en que vivían, y estrenar los más duros y terribles, aquellos en los que se destruiría todo lo que habían conocido y todo lo que habían disfrutado, para dar paso a un tiempo de guerra, de muerte, de destrucción, que debería haber sido el inicio de uno de felicidad, pero no lo fue. En la antigua Roma, y en tiempos agitados, tan agitados como los fueron los de las Nueve Musas, existió una mujer, Cornelia, cuyos hijos, Tiberio y Cayo Sempronio Graco, también se parecieron a los jóvenes parientes de las Jerez de Aristeguieta. Y sus nombres todavía se recuerdan.