COMENTARIOS AL PROGRAMA por Claudia Guzmán LUDWIG VAN BEETHOVEN (1770-1827): Sonata para piano n° 18 en Mi bemol mayor, Op. 31 n° 3 “La caza” El año 1802 fue decisivo para Beethoven. Mientras su lenguaje adquiría la poderosa e inquisitiva personalidad que lo inmortalizaría su audición se sumergía en el silencio y el músico ya no pudo evitar reconocer esa dolorosa realidad que lo llevó a pensar aún en la muerte. Sin embargo, el creador oriundo de Bonn que residía desde hacía una década en Viena, no cedería a la desesperación sino que lucharía heroicamente transitando entonces uno de los momentos creativos más fructíferos de toda su vida. Fue ese mismo año, en Heiligenstadt, la localidad donde escribiera el sombrío y revelador “testamento”, cuando Beethoven comenzó a trabajar en las tres Sonatas para piano Op. 31 mientras culminaba la orquestación de su Segunda Sinfonía y daba los toques finales a las Sonatas para violín Op. 30. “Testamento de Heiligenstadt”. Carta de puño y letra de Beethoven dirigida a sus hermanos Kaspar Anton Karl y Nikolaus Johann, escrita el del 6 de octubre de 1802.Folios 2-3. Hamburger Staats- und Universitätsbibliothek (ND VI 4281). Tercer obra de este opus, la Sonata nº 18 en Mi bemol mayor fue conocida desde fecha posterior a su creación bajo la denominación de La caza por la vivacidad de su último movimiento el cual relacionaron con esa actividad señorial sus editores británicos. Escrita en cuatro movimientos, esta sonata presenta innovaciones formales pues Beethoven eligió la forma sonata como marco para el primero, el segundo y el cuarto movimiento de la obra. Asimismo en lugar de escribir un movimiento lento como segundo momento de la obra, según lo habitual hasta entonces, lo reemplazó por un scherzo y, creó, como tercer movimiento, un minué. Cabe destacar que sería esta la última de sus sonatas para piano que utilizaría esa danza, símbolo acabado del clasicismo vienés, como estructura para uno de sus movimientos. El compositor dejaría atrás de esta manera el espíritu cortesano y galante del siglo XVIII para hacer hincapié, a partir de entonces, en una gestualidad incisiva y en un dramático y poderoso contraste de luces y sombras. El Allegro que da inicio a esta sonata en Mi bemol mayor, la misma tonalidad en la cual comenzaba por entonces a componer su Sinfonía nº 3 “Heroica”, tiene ya el sello inconfundible de un creador que piensa al piano y a la escritura para el mismo con una amplitud sinfónica. El breve, percusivo y efectivo motivo de tres notas que funciona como llamada de atención se convierte en raíz y cimiento del primer tema de ese movimiento inaugural. Beethoven sentará a partir de aquel los cimientos para un discurso signado, de allí en más, por la preeminencia del aspecto rítmico. Es así como el segundo movimiento, el scherzo, se despliega casi como un moto perpetuo. Su singular impulso y su métrica binaria, lo diferencia de los scherzi anteriores creados por Beethoven. Por su parte, pleno de gracia y serena elegancia, el minué aparece como un espacio de contrastante recreo frente al vértigo de los movimientos que lo enmarcan. Apareciendo como una evocación del siglo anterior presenta sin embargo, durante su transcurso, los gestos amplios y enérgicos propios de la pluma beethoveniana, puntuando sus diversos sectores. El impulsivo Presto con fuoco, cuarto y último movimiento de esta sonata, vuelve a emplear, en su segundo tema, las posibilidades que brinda el motivo inicial del primer movimiento, el cual aparece ahora variado una y otra vez conduciendo a la obra a un vertiginoso final. JEAN SIBELIUS (1865-1957): selección de sus obras para piano El nombre del gran compositor oriundo de Hämeenlinna, a orillas del lago Vanajavesi, al sur del entonces Gran Ducado de Finlandia, aparece vinculado, con preeminencia, a su gran legado orquestal, encabezada por sus siete sinfonías, sus obras concertantes y sus poemas sinfónicos. Sin embargo, mientras Jean se avocaba a esas creaciones como así también a una cuantiosa producción de música incidental para el teatro, obras de cámara y a grandes páginas sinfónico-corales, dedicaría regularmente un espacio de su tiempo a la invención de obras para piano. Entre 1889 y 1929, cuarenta años durante los cuales el mundo cambiaría radicalmente, Sibelius compuso algo más de un centenar de piezas para el instrumento de teclado, incluyendo su Sonata Op. 12 y las Tres Sonatinas Op. 67. Jean Sibelius junto a su piano en su casa de Helsinski Escritos en el año 1893, sus seis Impromtus Op. 5 son contemporáneos de Karelia como de la Suite Lemminkäinen, dos obras orquestales inspiradas en las leyendas del Kalevala, el poema épico finés en el cual su compatriota, Elias Lönnrot, reuniera entre 1835 y 1849, las narraciones populares que durante siglos se habían transmitido oralmente. Evocando a los antiguos rapsodas quienes se situaron particularmente en la región de Karelia, entre las costas del Mar Blanco hasta el Golfo de Finlandia, Sibelius escribió el Impromtu Op. 5 nº5, en Si menor ,inspirándose muy probablemente en los fluídos arpegios que podía producir el instrumento más tradicional de su tierra: el Kantele. Él mismo era un hábil intérprete de este cordófono punteado de la familia de las cítaras que aparece mencionado por primera vez en el Kalevala. Asemejando una canción acompañada por el instrumento autóctono, esta obra guarda también relación con las últimas creaciones para piano de Liszt, en particular con las geniales simulaciones de las caídas de agua de Los juegos de agua de la Villa d´Este. Un delicado y nostálgico vals que transita entre la tonalidades de Mi mayor y Mi menor es, diferenciándose de la obra anterior, el escenario formal del Impromtu Op. 5 nº6. Sobre un ritmo de polka y pleno de sutiles, pintorescos juegos tímbricos, el Rondino en Do sostenido menor, Op. 68 nº2, data del año 1912. Como su nombre lo indica transcurre en el formato de un rondó, esto es de una idea principal que reaparece entre diversos sectores. El año del inicio de la Gran Guerra es el mismo en el cual Sibelius escribió además de Barden, uno de sus poemas sinfónicos, diversas series de obras para piano como las Trece piezas Op. 76, todas ellas minimalistas e introspectivas, como puede apreciarse en Elegíaco, la décima de estas creaciones. El mismo año en que diera a conocer su Concierto para violín y orquesta en Re menor el gran compositor finés creaba Kyllikki, un conjunto de tres piezas líricas que sería publicado bajo el número de opus 41. Vinculadas nuevamente al Kalevala, de donde Sibelius tomó este nombre femenino, la tercera de sus piezas creadas en 1904, puede ser entendida como un movimiento final de sonata. Su inicio, en un tempo Commodo caracterizado por definidos gestos y motivos provenientes de las danzas de salón de esos primeros años del siglo XX, contrasta con un breve sector Tranquillo signado por la amplitud de una línea melódica que se acerca a la escritura vocal. Durante el transcurso de la década anterior, entre 1894 y 1903, el creador que fuera bautizado con los nombres de Johan Julius Christian y que por entonces comenzó a hacerse llamar Jean, su primer nombre en francés, creó las Diez piezas para piano Op. 24, de entre las cuales sobresale el Romance en Re bemol mayor, anteúltima obra de ese conjunto. Plena de virtuosismo y luminosidad, es esta una de las creaciones para piano de Sibelius que mayor fama ha alcanzado entre los pianistas. CLAUDE DEBUSSY (1862-1918): Estampes, L. 100 Con la gracia y la ligereza de Pagodas, que nos remite al misterioso y anhelado Lejano Oriente se inicia el viaje que propone Claude Debussy a través de sus Estampes (Postales). En esos años excitantes del fin de siècle y de los primeros pasos en lo que parecía ser el inicio de una nueva era se produjo, como consecuencia del colonialismo como así también de la nueva moda del turismo, el auge del fenómeno de las postales. Cautivantes en su idealista visión de bellos y enigmáticos paisajes, seres extraordinarios y arquitecturas de ensueño, las postales alimentaron la pasión por lo exótico que había comenzado a adentrarse en el espíritu francés desde dos siglos antes. Claude Debussy no solo no fue ajeno a esta influencia que había llegado a convertirse en una de las tendencias propias de la estética gala sino que se convirtió en uno de los creadores que la consolidó. Claude Debussy Coleccionista él mismo de estampas japonesas, pudo vivenciar directamente la diversidad racial y cultural de sitios lejanos a través de dos hitos que volvieron aún más insaciables su curiosidad y sus búsquedas artísticas : las Exposiciones Universales realizadas en París en los años 1889 y 1900. En la primera de sus postales, Pagodas, el músico francés trabaja el piano por planos superpuestos que conviven pero que no se amalgaman. Se trata de planos sonoros inspirados, en sus texturas y colores tímbricos, en el gamelán javanés, conjunto instrumental propio de las islas de la actual Indonesia, que el músico pudo escuchar en la Exposición de 1889. El conjunto de Gamelan de Java en la Exposición Universal realizada en París en el año 1889. Pero lo exótico, para un francés, no se hallaba necesariamente en Asia sino que bastaba con cruzar los Pirineos pues España, con su efervescente carácter y sus tradiciones embebidas de influjos moros, cautivaba la imaginación francesa mediante seductoras danzas. Mientras se cruzaba en los bohemios cafés parisinos con Isaac Albéniz, Pablo Picasso o Ricardo Viñes, grandes creadores españoles asentados en la capital francesa, Claude Debussy creaba la segunda de sus postales : La soirée dans Grenade (La tarde en Granada). Imitando el punteo de las guitarras, las cadenciosas habaneras y utilizando escalas arábigas creó esta pieza sobre la cual Manuel de Falla dijera : “No hay siquiera un compás de esta música prestado del folklore español y, sin embargo, la entera composición hasta en sus más intrínsecos detalles, transmite admirablemente a España”. Jardins sous la pluie (Jardines bajo la lluvia), la última de las Estampes vuelve los pasos hacia la patria de su autor. Se trata de casi de una imagen embuida de la nostalgia propia de las curvas y contracurvas vegetales del Art Noveau como así también de la vibración propia de cada color en una pintura de Monet o Cezánne. Así como en un lienzo impresionista los colores no se mezclan y oscurecen sino que se potencian conviviendo unos junto a otros, aquí aparece una escritura que sucesivamente simula el soplo del viento, la aparición de los truenos, el chaparrón y, finalmente la caída de una lluvia constante, siempre mediante una elaboración por planos y grandes gestos diferenciados. Más allá de la sonora visualización del paisaje se trata aquí de una evocación de los jardines de Orbec, en Normandía, pueblo natal de Debussy y entonces, el músico, utiliza como giros melódicos de la obra la cita de dos canciones infantiles francesas : la canción de cuna “Do, do, l´enfant do” y “Nous n´irons plus au bois” (No retornaremos a los bosques). Tres magníficas postales del mundo sonoro de Claude Debussy. Claude Monet, El puente japonés en Giverny FRÉDÉRIC CHOPIN (1810-1849): Balada n° 2 en Fa mayor, Op. 38 - Nocturno en Fa mayor, Op. 15 n°1 - Balada n° 4 en Fa menor, Op. 52 El término balada fue utilizado durante el siglo XIX para denominar a algunas obras instrumentales, la mayor parte de ellas para piano, escritas con un estilo narrativo y basadas en obras literarias. Fue Chopin quien comenzó a denominar con este nombre proveniente de la literatura europea medieval a cuatro de sus magistrales creaciones para el piano. Culminada durante el invierno de 1839, mientras el compositor intentaba recuperar su malograda salud en la isla de Mallorca junto a la escritora Aurore más conocida por su seudónimo George Sand, la Balada nº2 Op. 38 surgió inspirada en el poema Switez de su compatriota el poeta Adam Mickiewicz. Esta obra narra cómo un pueblo de leyenda fue sesgado por la invasión de guerreros nómades y entonces las doncellas del lugar se transformaron en nenúfares, salvando así su honor. La obra presenta dos sectores claramente contrastantes, que se reiteran alternadamente en dos ocasiones para finalizar en una coda: el primero, apacible, mesurado formalmente mientras según que el y organizado modelos clásicos segundo estalla, tempestuoso traduciendo la amenaza que El poeta polaco Adam Mickiewicz, cuyos escritos habrían inspirado las Baladas nº2 y nº4 de su compatriota Frédéric Chopin. se cierne sobre el pueblo. El compositor polaco dedicó la obra a Robert Schumann, en reciprocidad al homenaje que este le rindiera dedicándole su Kreisleriana. Los nocturnos se contarían entre las obras más populares en vida de Chopin. Este género que hacía alusión musical a uno de los grandes tópicos del romanticismo, la noche, había sido creado por el compositor irlandés John Field, quien escribió gran cantidad de estas piezas en las cuales aparecía ya como característica una expresiva línea melódica de carácter melancólico que transcurría por encima de un acompañamiento arpegiado. Chopin trascendió las obras de Field, otorgando a los veintiún nocturnos que compuso para el piano, una mayor intensidad expresiva, experimentando con diversas posibilidades de acompañamientos para sus conmovedoras melodías y explorando asimismo nuevas soluciones armónicas y formales. Entre los años 1831-32 Chopin compuso tres nocturnos agrupados bajo el Op. 15, los cuales fueron dedicados a Ferdinand Hiller, músico alemán discípulo de Hummel con el cual entablara amistad desde su llegada a la capital francesa. La última de las cuatro baladas que creara Chopin para el piano, la Balada en Fa menor Op. 52, escrita en el verano de 1842, es considerada una de las obras maestras de su producción. El compositor escribió la obra en Nohant, donde pasaba la estación estival en compañía de George Sand y de su amigo Eugène Delacroix. Posiblemente esta balada habría estado inspirada, al igual que sus predecesoras, en una obra del poeta polaco Adam Mickiewicz (Los tres Budrys). De una gran complejidad formal, transcurre a través de sectores de carácter y textura contrastante unidos por un elaborado trabajo de variación temática del tema en Fa menor presentado al inicio de la misma. La riqueza de su escritura permite apreciar la más perfecta convivencia entre un intrincado contrapunto al estilo bachiano y expansivas líneas melódicas de largo aliento provenientes del bel canto, al servicio de una impactante construcción dramática desarrollada para el piano.