E l escenario no era ideal, pero allí estábamos: Sergio, amigo de la universidad, sobrevivía al limbo de un noviazgo que se encaminaba hacia la década con más dudas que certezas, mientras que yo intentaba asimilar unas inquietantes noticias familiares sobre la salud de la tía Julia. Iniciábamos un viaje por Europa, de vacaciones, y pasamos esa primera semana de desconexión en Londres, en casa de Cristina –hermana de Sergio– y de su esposo Jean Luca, un napolitano radicado en Inglaterra hacía más de seis años.Ambos, por cierto, absortos en sus propios problemas: sólo un par de días antes habían enfrentado otra pérdida en el intento por ser padres. Cristina y Jean Luca tenían planeada una salida fuera de la ciudad hacia un destino que no estaba en nuestro itinerario. Quizás ellos, aún más que nosotros, necesitaban ese escape. Más tarde, a 156 kilómetros de Londres, en Bath, una ciudad de Somerset de la nunca habíamos oído hablar, entenderíamos por qué esta elección. Atravesamos en auto los campos de Somerset, donde Una ciudad en plena campiña inglesa conserva casi intacto uno de los símbolos del antiguo Imperio Romano. En Somerset, al oeste de Londres, las aguas de Bath dicen curar todos los males. TEXTO Ana Callejas Bustos, DESDE INGLATERRA. Y FOTOS: el sol poco a poco iba dejando atrás los días de verano londinense (el “verano en Londres” se había traducido en dos días de buen clima, y seis entre nubes y aguaceros). Eternas hectáreas de prados verdes, colinas y colinas repletas de animales pastando, y una breve escala en las famosas piedras de Stonehenge servían de fondo mientras Cristina explicaba esta bienvenida: cada vez que alguien viajaba a visitarlos, ella armaba su propio city tour y terminaba todo con un escape hacia algún lugar cercano a la capital.Y para esta ocasión, dijo, Bath era la opción más lógica: el lugar no se agota sólo en un día, y en Bath –dice– se respira ese aire relajado y desestresante clásico de la campiña inglesa. “Desestresante” era la palabra clave para nosotros.