Muchos sinsabores hubo de sufrir el Santo en aquel sitio, pues su

Anuncio
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Muchos sinsabores hubo de sufrir el Santo en aquel sitio, pues su criado Esperto,
poseido por el mal espíritu no cesaba de atormentarle.
. Pero el siervo de Dios luchó valerosamente, y mostróse cada vez mas resignado y humilde cuanto mayores eran las contrariedades que experimentaba, y cuando pasaba por
Aux con su hijo, llamado Orencio como él, tuvo el placer de verle nombrado obispo de
aquella diócesis.
Después, y en virtud del celestial aviso que recibiera, dirigióse á su valle de Labedan, donde tuvo ocasión de realizar algunos milagros que acrecentaron con doble fuera
su fama.
Con piadosa resignación supo entonces el martirio de su otro hijo Lorenzo, acaecido
en Roma, y del cual nos ocuparemos inmediatamente, y aun cuando derramó muchas
lágrimas por su muerte, confortóle la encantadora visión de su martirizado hijo, que
le exhortó para que no se afligiera, toda vez que él disfrutaba de la visión beatífica, en
justo premio de sus merecimientos.
Lorenzo le indicó que era necesario regresará su país natal, donde su presencia hacia falta, y una vez en él consiguió á fuerza de ruegos y oraciones que terminase la espantosa sequía que por aquel tiempo afligía á los campos de Huesca.
En el año de 258 llamóle Dios á su lado, siendo muy llorada su muerte, á la que
siguieron algunos prodigios, con los cuales trataba el Señor de demostrar la inmensa
gloria de Orencio.
Era el año 238.
Valeriano , que desde el comienzo de su imperio habíase mostrado benigno y condescendiente con los cristianos, por instigaciones de su favorito Macriano cambió súbitamente de conducta dando principio á una horrorosa persecución.
Los obispos, diáconos y presbíteros, quedaban condenados á muerte si no renegaban de su fe rindiendo sacrificios á los dioses paganos.
El papa san Sixto, cabeza déla iglesia cristiana, es conducido á la cárcel Mamertina, comprendiendo los feroces gentiles que para aterrar álos demás, debían empezar sus
sangrientas hecatombes por las principales cabezas.
Era á la sazón arcediano, Lorenzo, el hijo de Orencio y de Paciencia (1); que habiendo ido á Roma consiguió por su virtud y su saber que san Sixto que acababa de ser
elevado á la silla de san Pedro, le confiriese las sagradas órdenes y le diera la dignidad
de arcediano, según afirman san Agustín y san Juan Crisóstomo.
Semejante cargo ponia á nuestro oséense en el caso de guardar los vasos y ornamentos sagrados y de administrar las cantidades, destinadas al sustento de los ministros y las que se repartían entre los menesterosos.
Con general aplauso, mereciendo cada dia los elogios del santo Papa y de todos los
(1) Respecto al punto en que nació san Lorenzo, son varias las ciudades de España que se disputan la honra de haberle servido de cuna; Valencia, Zaragoza, Córdoba y Llorct, lo pretenden con razones mas ó menos atendibles, sin que hasta ahora haya sido resuelta de una manera satisfactoria y
definitiva esta cuestión. Nosotros seguimos en esto la opinión del P. Croisset.
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fieles cristianos, dio comienzo el hijo de aquellos santos esposos á desempeñar su comisión.
Ni la venalidad, ni la codicia, ni la penalidad reinaban en su corazón, y merced á
este completo desheredamiento de todos los vicios, era Lorenzo querido de todos y especialmente del venerable anciano que á cada instante descubría en él nuevas virtudes que admirar.
Al saber Lorenzo que su bienhechor, el santo Sixto, habia sido conducido ala cárcel trató de compartir con él su cautiverio (1), pero el noble anciano se opuso diciéndole que presto alcanzaría también la palma del martirio.
No era necesario esto para acendrar, por decirlo así, la profunda fe del arcediano.
Mostrábase orgulloso de ser cristiano, y consideraba como una gloria el encontrar
la muerte defendiendo la santa doctrina del Crucificado.
Habíale dado el Papa el encargo de que confiase á otras manos los depósitos sagrados que tenia, y que distribuyese el dinero entre los pobres, y uno y otro encargo aprestóse á cumplir ansiando que á su terminación pudiera encontrar el martirio apetecido.
Los vasos sagrados y los ornamentos, los confió á los fieles, y recogiendo el dinero
dirigióse á las cuevas donde permanecían ocultos los cristianos.
Entre ellos repartió cuanto llevaba, dándoles todavía limosna mejor que las monedas , en las santas palabras y exhortaciones que les dirigió.
En la casa de un cristiano llamado Narciso, donde se habían refugiado gran número de fieles pobres, no solamente los socorrió sino que restituyó la vista á Crescenciano que hacia mucho tiempo sufriera la pérdida de ella.
Al día siguiente san Sixto, según la sentencia contra él pronunciada debia ser degollado.
Lorenzo corrió á la puerta de la prisión, y cuando el Santo anciano salió, arrojóse á
sus plantas dándole cuenta de su comisión , y suplicándole le permitiese acompañarle
en el sacrificio que de su vida iba á hacer.
De nuevo le ofreció Sixto que presto le llegaría su turno, y efectivamente, tan luego
los soldados oyeron hablar de riquezas, dieron parte al emperador, el cual mandó á Lorenzo que le mostrase los tesoros que se habían confiado á su custodia.
(t) «Apenas llegó á los oídos de Lorenzo la prisión del santo Papa, cuando corrió exhalado á la
cárcel, resuelto á no separarse de él en los suplicios, como quien suspiraba ansiosamente por la corona
del martirio. No tardóinucho tiempo en encontrarle ; y apenas le.divisó á lo lejos, pero á distancia'donde pudiese ser oido, cuando, como dice san Ambrosio, comenzó a clamar de esta manera: ¿ Qué es esto
Padre santo ? ¿ Cómo vas á ofrecer el sacrificio sin que te haga compañía tu diácono, el cual nunca
sesepara de tu lado cuando te llegas al altar? ¿Acaso desconfias de mi fe? ¿Tienes poca satisfacción de mi valor? Ea, haz experiencia de él, y ella te acreditará si soy ó no soy digno del sagrado
ministerio con que me honró tu bondad. El diácono jamás debe desviarse del lado del Pontífice;
Pues ¿por qué me dejas huérfano y desamparado ? Justo es que el hijo haga compañía á su padre, y
no es razón que la oveja se aleje de su pastor.
«Enternecido san Sixto al oírlos fervorosos afectos de su diácono: Consuélate, hijo mió, lé respondió, que presto cumplirá el cielo tus encendidos deseos;para mayor triunfo le reservan sus amorosos destinos. Anda,y sin perder tiempo distribuye á los pobres los tesoros que se fiaron á tu cuidado, y prevente para recibir la corona del martirio.
Croisset.—Año Cristiano.
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Entonces el Santo, previo el permiso que Valeriano le diera para ir a buscarlos,
reunió cuantos mendigos pudo, se presentó al emperador diciéndole, que aquellas eran
las riquezas de los cristianos, y que en ellos estaban depositados los tesoros de la Iglesia.
Fácil es de comprender el furor de Valeriano, que ordenó inmediatamente diesen
de azotes al audaz que de él se burlaba (1).
Esto era lo que deseaba Lorenzo, los crueles suplicios con que le amenazaron, no
fueron suficientes á hacerle temblar.
Sus respuestas no pudieron menos de llenar de asombro al mismo emperador, que
para disimular su despecho y su turbación hizo que le condujesen á la cárcel, bajo la
custodia de uno de sus oficiales, llamado Hipólito.
Una vez en la prisión fueron tantos los milagros que obró el Santo, que este mismo
oficial, impresionado por ellos, pidió el Bautismo.
Obligado por el emperador á ofrecer sacrificios á Júpiter, y que de no hacerlo se le
diesen los mayores y crueles tormentos, optó por esto, y tendido en el potro-sufrió con
heroica resignación la dislocación de sus miembros, y el ser despedazado su cuerpo con
garfios de hierro, sin que su fe vacilase un solo instante.
Entonces oyóse una voz en el cielo que decia, que Dios le reservaba para mas gloriosa victoria, por medio de nuevos y mas horribles combates.
I
Y entonces fue también cuando Román, soldado del emperador, vio á un ángel que
bajo la figura de un hermoso mancebo, limpiaba el sudor que corría por la frente del
Santo, y secaba la sangre de sus heridas; visión que le hizo renunciar para siempre á
los falsos dioses (2).
(1) Mandó después que trajesen á su presencia todos lps instrumentos que servían para atormentar á'los mártires, y haciendo á nuestro Santo que los reconociese le dijo: Una de dos, ó resuélvete á
sacrificar inmediatamente á nuestros dioses, ó disponte para padecer tú solo mucho mas de lo que
han padecido hasta aquí todos juntos cuantos profesaron tu infame secta.—Vuestros dioses; señor,
respondió Lorenzo, ni siquiera merecen aquellos vanos honores que se tributan á los hombres;¿y
vos queréis que yo les rinda adoración ? Hacen poca fuerza esos instrumentos de la crueldad á
quien no teme los tormentos, y espero en la gracia de mi Salvador Jesucristo, que la misma intrepidez con que los toleraré, será la mejor prueba de lo que puede aquel único y verdadero Dios, á
quien adoro. Quedó cortado el emperador al oir esta animosa respuesta, y perdió toda esperanza de
sacar partido alguno del santo diácono. Pero no queriendo darse por vencido, ordenó que le restituyesen á la cárcel, encargando su custodia á Hipólito, uno de los principales oficiales de su guardia; en
cuyo ánimo habian hecho ya mucha impresión las palabras y la modestia de Lorenzo , y acabaron de
convertirle los milagros que obró en la misma prisión ; pues no bien se dejó ver en ella cuando todos
los confesores de Cristo que la ocupaban se arrojaron á sus pies; y uno de ellos, llamado Lucilo, q"e
muchos años antes habia perdido la vista, la recobró milagrosamente , tomando la mano del Santo j
aplicándola á sus ojos. Fue Hipólito testigo de esta maravilla; pidió el Bautismo, y no fue esta la única
conquista de Lorenzo durante su valeroso combate.
(2) Sobrevivió nuestro Santo á este cruel tormento para que el triunfo de la fe se comunicase á
otros muchos. Yiósele prorumpir incesantemente en bendiciones y en alabanzas del Señor, siendo el
asombro y la admiración de los mismos paganos el gozo que brillaba en su semblante.
Mandó el prefecto que segunda vez compareciese en su tribunal , y segunda vez le examinó acerca
de su patria, de su religión y de su tenor de vida. Soy español de nacimiento y de origen, respondió
el Santo; pero he pasado en Roma casi toda mi juventud. Desde la cuna tuve la dicha de ser cristiano, y mi educación fue el estudio de las divinas leyes.—Calla, insolente, replicó el prefecto, ¿ " f l "
mas estudio de divinas leyes el que te enseña menospreciar los dioses inmortales?—Y aun porq>ie
yo conozco bien esta ley dilina, prosiguió Lorenzo, miro con tanto menosprecio la vanidad de I"
— 129 Viendo que el Santo no había muerto, hízole de nuevo el prefecto otro interrogatorio acerca de su nombre, de su patria y de su existencia»; siendo tales las respuestas
de la noble víctima, que irritado el romano, ordenó que le extendiesen sobre un lecho
de hierro á manera de parrillas, para que fuera tostándose á fuego lento, á cuyo efecto
cuidaban los verdugos de renovar incesantemente el que ardia bajo el instrumento del
suplicio.
Llenos de horror los circunstantes, contemplaban el horroroso martirio, sintiéndose
poderosamente impresionados al ver el rostro del noble mártir, resplandeciente de serenidad y de alegría, siendo muchísimas las conversiones que en aquel acto se verifica¡dolos, porque la razón natural reprueba esa impla y estravagante multitud de dioses. No se le dio
permiso para proseguir; y arrebatado el juez de cólera y de saña añadió: Tú pasarás esta noche en un
genero de tormento que seguramente te hará mudar de opinión y de lenguaje.—No lo creas, respondió Lorenzo, tus tormentos son todas mis delicias, la terrible noche con que me amenazas espero ha
de ser para mi la mas clara y mas alegre de toda mi vida. N'o pudo tolerar el tirano aquella generosa intrepidez, y mandó que con grandes piedras le moliesen las quijadas. Llenó el Señor á su siervo
de dulcísimos consuelos; y noticioso el emperador de todo lo que pasaba, mandó que le tostasen á fuego
lento.
1"
T. II.
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ron.—De este lado ya estoy en sazón, puedes mandar, si te parece, que rne tuesten del otro
—Estas fueron las palabras qué pronunció el Santo, después de sufrir un gran espacio
tan doloroso tormento, y alzando al cielo sus ojos, espiró este noble campeón del Cristianismo, en 10 de agosto del año 258.
Doloroso hubiera sido que desaparecieran sus restos.
Pero Hipólito, recien convertido como ya hemos manifestado, y el presbítero Justino, consiguieron apoderarse secretamente de su cuerpo y fueron á enterrarle en el camino de Tívoli, en una gruta del campo Verano, en cuyo mismo sitio mas tarde se construyó una iglesia, cuya fundación se atribuye á Constantino el Grande.
Su hermano Orencio, no fue menos digno por sus virtudes, de los que le dieron el
ser y de la eterna gloria de que disfrutó después de su muerte.
Su humildad y sus virtudes fueron tales, que obtuvo por ellas ser colocado mas tarde
en el mismo catálogo en que ya se hallaban inscritos sus padres y su hermano.
Respecto á santa Nunilo y santa Elodia, vírgenes y mártires, y á las cuales se les
rinde culto en Huesca, y aun algunos historiadores las suponen hijas de ella, no nos
atrevemos á ocuparnos de su vida porque sirviéndonos de guia para esta clase de trabajo, el Año Cristiano del P. Croisset, y no encontrándose este conforme en vista de los
documentos que dice haber encontrado, con que Huesca fuera el lugar de su nacimiento, preferimos ocuparnos de la historia de estas Santas, cuando lleguemos al punto en
que aquel cree con mas probabilidades que vieron la primera luz.
XXXVIII.
San Vicente mártir.
Al ocuparnos de san Valero en nuestro viaje á Zaragoza, hablamos de su diácono
Vicente, terriblemente martirizado en Valencia, por orden de Daciano, de quien tan
sangrientos recuerdos conserva el Cristianismo en España.
El P. Croisset considera á Vicente como hijo de Zaragoza, pero D. Cosme Blasco,
cronista déla provincia de Huesca, le da por cuna esta ciudad, aun cuando posteriormente se crió en Zaragoza.
Mas inclinados nos hallamos á seguir la opinión de este que la de aquel, tanto,
porque juzgamos que sus investigaciones habrán sido mas escrupulosas, toda vez que
ya existia el precedente de la opinión emitida por el ilustrado autor del Año Cristiano,
cuanto porque habiéndose criado el Santo en Zaragoza, fácilmente pudiera confundirse
el lugar de su nacimiento con el de su residencia.
Es indudable, que Vicente fue una de las mas preclaras lumbreras del Cristianismo, y natural es por lo tanto, que lo mismo Huesca que Zaragoza y que otras poblaciones, trataran de disputarse recíprocamente la honra de haberle servido de cuna.
Fuera de toda duda está que el origen del santo diácono, fue noble y distinguido.
De igual manera comenzaron á demostrarse sus virtudes desde su mas tierna edad.
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anunciando desde luego lo que llegaria á ser, quien de aquella manera comenzaba á
dar los primeros pasos en la vida.
Regia por aquel tiempo la sede cesaraugustana el venera¿Ie«Valerio ó Valero, de
quien ya nos hemos ocupado en otro lugar.
Modelo de piedad y de virtud era el Santo anciano, y á su cuidado y bajo su custodia pusieron sus padres al tierno Vicente (1).
(1) Este ilustrísimo Santo, nació en la ciudad de Huesca, y crióse en la de Zaragoza. Su padre se
llamó Enriquis y su madre Enola. Desde niño se inclinó á las obras de piedad y virtud, se dio á las
letras y finalmente fue ordenado de diácono por san Valero obispo de Zaragoza, el cual por ser ya viejo
é impedido de la lengua, encomendó á san Vicente el oficio de predicar. Eran.emperadores en este
tiempo DioclecianoyMaximiano, tan crueles tiranos y fieros enemigos de Jesucristo, que nunca se vieron hartos de sangre de cristianos, pensando por este camino tener gratos á sus falsos dioses; y establecer con el favor de ellos, mas su imperio. Enviaron los emperadores á España por presidente y ministro de su impiedad a Daciano, tan ciego en la superstición de los dioses y tan bravo y furioso en la
fiereza, como ellos. Llegó este monstruo á Zaragoza; hizo grande estrago en la iglesia de Dios, atormentó y mató á muchos cristianos: prendió á otros y entre ellos á san Valero obispo, y á san Vicente,
diácono suyo, que eran los dos que mas le podían resistir, y en quienes todos los cristianos tenían
puestos los ojos y cuyo ejemplo, y gran fortaleza mas los podia esforzar.
Pero queriendo el presidente tratar mas despacio la causa de estos dos'Santos, los mandó llevar á
la ciudad de Valencia á pié y cargados de hierro : y ellos fueron con mucha pobreza y mal tratamiento
de los ministros que por esta crueldad pensaban ganar la gracia de su amo. Llegados á Valencia los
echaron en una cárcel, oscura, hedionda y pesada, donde estuvieron muchos dias atormentados por el
hambre y por la sed, de cadenas y prisiones, pero muy regalados del Señor, porque padecían por su
amor. Pensaba el presidente que con el tiempo y mal tratamiento ablandaría aquellos corazones esforzados, mas sucedió tan al contrario, que cuanto mas los afligía, tanto mas se alentaban, y con el fuego
de tribulación resplandecía mas el oro de la caridad, y sus mismos cuerpos no muy enflaquecidos y flacos , cobraban fuerzas con las penas.
Mandóles Daciano traer delante de sí; y como los vio sanos, casi robustos y alegres pensando que
con el hambre, la sed y los trabajos de la dura cárcel estarían marchitos, desmayados y consumidos;
enojóse sobremanera contra el carcelero, creyendo que los habia regalado y díjole: «¿Esto es lo que te
he mandado? ¿Así han de salir de la cárcel, fuertes y lucidos los enemigos de nuestro imperio ?»
Y volviéndose á los santos mártires, dijo : «¿Qué me dices Valero? ¿Quieres obedecerá los emperadores y adorar á los dioses que ellos adoran?» Y como el santo viejo respondiese humildemente, y por
el impedimento de su lengua no se entendiese bien su respuesta, tomó la mano san Vicente y con
grande espíritu y fervor dijo á Valero : «¿Qué es esto padre mío? ¿Por qué hablas entre dientes como
si tuvieses temor de este perro ? Levanta la voz para que todos te oigan, y la cabeza de esta serpiente infernal quede quebrantada, y si por tu mucha edad y flaqueza no puedes, dame licencia que
yo le responderé :» y alcanzada desde luego, dijo á Daciano : «Estos tus dios_cs Daciano, sean para ti,
ofrécelos tu incienso, y sacrificio de animales y adórales como á defensores de vuestro imperio; que
nosotros los cristianos sabemos que son obras, de los que las fabricaron, y que no sienten ni se pueden mover ni oir á quien los invoca. Nosotros reconocemos aquel sumo Artífice que crió el cielo y la
tierra por sola su voluntad, y en su singular providencia rige y gobierna esta máquina del mundo.
A este solo Señor, tenemos por Dios, á El adoremos, á Él reverenciamos y á su benditísimo Hijo Jesucristo, que vestido de nuestra carne humana murió por nosotros en la cruz; y para pagarle de la
manera que podemos, aquel infinito amor con nuestro amor, y aquella muerte con nuestra muerte,
deseamos padecer muchos tormentos y derramar la sangre, y dar la vida por su santísima fé.»
Con estas palabras cobraron grandes esfuerzos los cristianos que estaban presentes y el presidente
grande indignación. Mandó que el santo Obispo fuese desterrado y san Vicente cruelmente atormentado. Desmídanle los sayones; cuélganle de un alto madero; estirante con cuerdas en los pies y descoyuntan sus sagrados miembros; y en el mismo tormento se hallaba Daciano y le decía: «¿No ves cuitado como está despedazado tu cuerpo?» Al cual el valeroso mártir con rostro alegre y risueño respondió : «Esto es lo que siempre deseé; créeme Daciano, que ningún hombre me podia hacer mayor
beneficio que el que tú me haces aunque sin voluntad de hacerle. Mayor tormento padeces t ú , viendo
que tus tormentos no me pueden vencer, que el que yo padezco. Por tanto yo te ruego, que no te
amanses, ni aflojes un punto el arco que contra mí tienes flechado, porque cuanto mas crueles fueren
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Tal fue el cariño del maestro respecto al discípulo, y de tal manera adelantó Vicente en los estudios, que el prelado le confirió las órdenes de diácono de aquella iglesia , poniendo bajo su» cargo exclusivamente, la misión de predicar.
Valero tenia un defecto de pronunciación, que le impedia hablar en público con la
pureza y libertad que deseara.
Por lo tanto Vicente fue el encargado de desempeñar aquella parte del cometido del
tus saetas, tanto mas gloriosa será mi corona, y ¡o cumpliré mejor con el deseo que tengo de morir
por aquel Señor que por mí murió en la cruz.»
Salió de sí con estas palabras el fiero tirano y con los ojos turbados echando espumarajos por la boca,
y dando bramidos como un león, arrebató los azotes sangrientos de manos de los verdugos,y comenzó
á dar con ellos, no al santo mártir sino á los mismos verdugos, llamándolos flojos, mujeres, y hasta
gallinas.
Entonces Vicente miró á Daciano blandamente, y díjole : «Mucho te debo Daciano : pues haces
oficio de amigo y me defiendes ; hiercs'á los que me hieren, azotas á los que me azotan, y maltratas á
losque me maltratan.» Todo esto era echar aceite en el fuego y encender mas él ánimo del tirano viendo
hacer burla de sus tormentos. Padecía la carne del santo levita, y hablaba su espíritu con lo que el
espíritu hablaba, la impiedad del tirano quedaba convencida, y el mártir cobraba fuerzas. Mandó Daciano á aquellos sayones que continuasen sus tormentos y con garfios y uñas de hierro rasgasen el
santo cuerpo y ellos lo hicieron con extraño furor; mas el Santo como si ni fuera de carne, ni sintiera
sus dolores, así hacia escarnio de aquellos crueles atormentadores, y les decia : «¡Qué flacos sois!
¡Qué pocas fuerzas tenéis! ¡Por mas valientes os tenia!» Estaban los verdugos cansados de atormentar al Santo y él no lo estaba de ser atormentado. Ellos habian perdido el aliento, y no podían pasar
adelante su trabajo., y nuestro Vicente estaba muy alentado y gozoso, y cobraba nuevas fuerzas de sus
penas, para que como dice san Agustín , consideramos en esta pasión la paciencia del hombre y la
fortaleza de Dios. Si miramos la paciencia del hombre parece increíble, si miramos el poder de Dios,
no tenemos de que maravillarnos. Vistióse Dios de la flaqueza del hombre, y por eso sudó sangre,
cuando oró en el huerto por lo terrible de los tormentos que se le representaban y vistió el hombre de
la virtud de su divinidad para que pase los suyos con fortaleza y alegría y el hombre quede obligado á
hacer gracias al Señor, por lo que tomó de su flaqueza y le comunicó de su virtud.
Así vemos en san Vicente á quien Dios armó de tan divina fortaleza y constancia, que los tormentos le parecían regalos ; las espinas flores ; el fuego refrigerio; la muerte vida; y parece que á porfía
peleaban la rabia y furor de Daciano, y el ánimo y fervor del santo mártir, el uno en darle penas y el
otro en sufrirlas; pero antes se cansó Daciano en atormentarle, que Vicente en reírse de sus tormentos.
Pusiéronle en una cruz; extendiéronle en una cama de hierro ardiendo , abrasáronle los costados con
planchas encendidas; corrían los ríos de sangre, que salian de sus entrañas con tanta abundancia, que
apagaban el fuego ;',1a carne estaba consumida, y solo los huesos quedaban ya denegridos y requemados.
Mandaba el prefecto echar gruesos granos de sal en el fuego para que saltando le hirieren, y el valeroso soldado de Cristo, tomo si estuviera en una cama de rosas y flores, así hacia burla de los que le
atormentaban y mas de Daciano; el cual viéndose vencido, mandó, que de nuevo le echasen en una
cárcel muy oscura y que la sembrasen de agudos pedazos de tejas y le arrastrasen sobre ellas, para
que no quedase parte de su cuerpo sin nuevo y agudo dolor, aunque como dice san Isidoro, no buscó
Daciano el secreto y oscuridad de la cárcel, tanto por atormentar con ella á san Vicente, cuanto por
encubrir su tormento y la pena que tenia de verse vencido de él. Estaba el valeroso levita sobre aquella
cama dura y dolorosa, con el cuerpo muerto y con el espíritu vivo aparejándose para nuevos martirios
y nuevas penas, cuando el Señor mirando á su soldado desde el cielo, tuvo por bien de darle nuevo
favor y mostrar que nunca desampara á los que confian con Él. Habíale regalado con la constancia y
alegría en los tormentos, y con el fervoroso deseo de sufrír mas y con la victoria tan gloriosa de sus
penas; ahora quiere hacerle otro regalo mayor librándole de ellos con espanto de sus mismos enemigos.
Descubrióse en aquella cárcel sucia y tenebrosa una luz venida del cielo; sintióse una fragancia
suavísima, bajaron ángeles á visitar al santo mártir, el cual en un mismo tiempo vio la luz, sintió el
olor y oyó los ángeles que con celestial armonía le recreaban. Turbáronse los guardias creyendo qu°
san Vicentehabia huido de la cárcel, mas el Santo \iéndolos así turbados, les dijo : «No he huido; no,
aquí estoy, aquí estaré, entrad hermanos y gustad parte del consuelo que Dios me ha enviado; q uc
por aquí conoceréis cuan grande es el Rey á quien yo sirvo y por quien yo tanto padezco, y después
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Santo, y de tal manera lo hizo, y tal las virtudes de ambos se esparcieron por la tierra,
que Daciano determinó, ó bien atraerse aquellos dos hombres al partido de Roma, ó inutilizarlos á fin de que no pudieran eontrarestar su poder.
Para este efecto hízoles conducir á Valencia.
Pensaba que los rigores del camino y el mal trato, habríanle adelantado bastante
su empresa, influyendo para que modificasen sus creencias.
de haberos enterado de esta verdad, decidle á Daciano de mi parte que prepare nuevos tormentos,
porque ya estoy sano y animado para sufrir otros mayores..» Fueron los soldados á Daciano, dijéronle
lo que pasaba y quedó como muerto, y fuera de sí, y entretanto que pensaba lo que habia de hacer,
estaban los ángeles dando suavísima música al santo mártir y haciéndole dulcísima compañía, y como
dice Prudencio , hablando de esta manera: «Ea, mártir invicto, no temas, que ya los tormentos te temen á tí y para tí han perdido toda su fuerza. Nuestro Señor Jesucristo', que ha visto tus batallas gloriosas te querrá ya, como á vencedor coronar; deja ya el despejo de esta flaca carne y vente con nosotros á gozar de la gloria del paraíso.»
Pasada aquella noche, mandó Daciano que trajesen al Santo á su presencia, y viendo que la crueldad y fuerza que habia usado contra él le habia salido vana, quiso con astucia y blandura tentar
aquel pecho invencible, que á tantos tormentos habia resistido y comenzóle á regalar con dulces palabras y á decide: «Muy largos y muy atroces han sido tus tormentos, razón será, que descanses en
una cama blanda y dolorosa, y que busquemos medios con que cobres tu salud.» No era este celo ni
caridad ni arrepentimiento del tirano, sino una sed insaciable de sangre del mártir; queríale sanar
para atormentarle de nuevo y darle fuerzas, para que pudiese mas sufrir. Mas el glorioso mártir de
Cristo, Vicente, en viéndose tendido en aquella cama blanda y regalada, aborreciendo mas las delicias que las penas y el obsequio, que el tormento dio su espíritu, el cual, acompañado de los espíritus
celestiales subió al cielo, y fue presentado delante del acatamiento del Señor por quien tanto habia
padecido.
Embravecióse sobremanera Daciano, y dejando la máscara que habia tomado, volvióse luego á la
de una fiera y propuso vengarse del cuerpo del Santo muerto, pues que no habia podido vencerle
vivo. Mandó echar el sagrado cuerpo á los perros y á las fieras, para que fuese despedazado y comido
de ellas, y los cristianos no le pudiesen honrar. Pero ¿qué tiene toda la potencia y maldad de los hombres malvados contra los siervos de aquel Señor, que con tanta gloria suya los defiende en la vida y
en la muerte, y después de la muerte los hace triunfar quedando sus enemigos vencidos y confusos?
Estaban los miembros del vencedor desnudos y arrojados en el suelo junto á un camino, y allí cerca
de un monte para que las aves del cielo y las bestias fieras se cebasen en él; pero viendo alguna ave
de rapiña sobre el santo cuerpo, luego salia del monte un cuervo grande y graznando y batiendo sus
alas embestía con la ave atrevida, y con el pico, uñas y alas le daba tanta picada que le ahuyentaba y
se retiraba y se ponia como guardia á vista del santo cuerpo. Vino un lobo para encarnizarse con él;
mas el cuervo le asaltó y se le puso sobre su cabeza, y le dio tantas picadas f tantas aletadas en los
ojos, que le hizo volver mas que de paso á la cueva de donde habia salido.
Supo Daciano lo que pasaba y dio gritos como un loco y decia: «; Oh Vicente, aun después de
muerto vences, y tus miembros desnudos y sin sangre y sin espíritu me hacen guerra! No, no será
así.» Y volviéndose á los sayones y ministros de su crueldad, mandóles que tomasen el cuerpo del
santo mártir, y cosido en un cuero de buey como solian á los parricidas, le echasen en lo mas profundo del mar, para que fuese comido de los peces y nunca jamás pareciese, pensando poder vencer en
el mar, á quien no habia podido vencer en la tierra como si Dios no fuese tan Señor de un elemento
como lo es del otro, y tan poderoso en las aguas como en la tierra, y el que como dice el real Profeta
hace todo lo que quiere en el cielo y en la tierra, en el mar y en todos los abismos. Toman el cuerpo
santo los impíos ministros, llévanle en un barco tan adentro del mar que no se veia sino agua y cielo,
echánle en aquel profundo abismo y vuélvense muy contentos, por haber cumplido el mandato del
presidente. Mas la poderosa mano del muy Alto que habia recibido en su seno el espíritu de Vicente,
cogió el cuerpo de enmedio de las ondas para que sé pusiese en el sepulcro, y con tanta facilidad y
Presteza le trajo á la orilla del mar, que cuando llegaron los ministros de Daciano que le habian arrojado, le hallaron en ella, y asombrados y despavoridos no le osaron tocar.
Las ondas blandamente hicieron una hoya y cubrieron el santo cuerpo con la arena que allí estaba,
como quien le daba sepultura, hasta que el santo mártir avisó á un hombre que le quitase de allí y le
enterrase. Mas como él por miedo de Daciano estuviese tibio y perezoso en ejecutar lo que le fue mandado , el Santo apareció á una buena y devota mujer viuda y le reveló el lugar donde estaba su cuerpo.
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Pero se habia equivocado.
Mas enteros que nunca, mas resueltos á sostener y proclamar la santa religión que
profesaban, ni los halagos, ni las amenazas, fueron bastantes á quebrantar sus propósitos.
Al ocuparnos de san Valero, dijimos ya la suerte que le deparara Daciano.
Pero no sucedió lo mismo con Vicente.
El noble diácono, no solamente rechazó con indignación las sugestiones del gobernador romano, sino que proclamando la religión de Jesucristo con notable valor y firmeza , concitó terriblemente contra sí, las iras de aquel.
Los mas horribles tormentos, cuanto el refinamiento de la mas espantosa crueldad
puede inventar, otro tanto se empleó contra el heroico Vicente.
Tranquilo, satisfecho, sonriente, mostrábase el diácono en medio de aquellos crueles suplicios.
Y como es natural, esta satisfacción, este goce que Vicente experimentaba al sufrir
por el Dios á quien servia, irritaban con violencia doble, al que creia por aquellos medios, subyugar la indomable entereza de su víctima.
Inconcebible parece, ano hallarse sostenido por la divina gracia, que un cuerpo humano pudiera soportar tan inauditos tormentos, cual los sufridos por nuestro héroe.
Daciano rugia de cólera porque á cada momento tenia noticia de las conversiones
que estaba verificando la constajicia, la resignación y la alegría de Vicente, que contrastaban de una manera notable con los suplicios distintos y continuados á que se le
sujetaba.
Así fue que ordenó lo abandonasen en un oscuro y hediondo calabozo, sin curarle
sus espantosas heridas, y sin prestarle auxilios de ninguna especie.
Pero en aquellos momentos se hizo patente de una manera notable la divina bondad.
De repente cerráronse todas las heridas que maltrataban el cuerpo del Santo, hallándose este restituido á su anterior belleza y robustez , exhalándose de todo su ser una
fragancia que embaÜamaba por completo el inmundo aposento en que se hallaba.
y mandóle que le diese sepultura. Hizo la mujer varonil lo que no habia hecho el hombre temeroso, y
venciendo con su devoción los espantos del tirano, tomó el cuerpo y enterróle fuera de los muros de
Valencia en una iglesia que después se dedicó al Señor en honor del mártir.
Estos fueron los hechos y victorias, las coronas y trofeos del gloriosísimo mártir san Vicente, el
cual, se opuso al encuentro del tirano que con.tra Cristo se embravecía, sufrió con paciencia las penas,
y estando seguro, hizoburlade ellas, fuerte para resistir, y humilde cuando vencía porque sabia que no
vencía él sino el Señor en él; y por esto ni las láminas y planchas- encendidas, ni las sartenes de fuego, ni el ecúlco, ni las uñas, ni peines de hierro, ni las espantosas fuerzas de los atormentadores, ni
el dolor de sus miembros consumidos, ni los arroyos de sangre, ni las entrañas abiertas que se derretían con las llamas, ni todos los otros escogidos tormentos que le dieron fueron parte para ablandarle un punto y sujetarle á la voluntad de Daciano.
Murió san Vicente á 22 de enero del año del Señor 303. San Agustín escribió dos sermones de este
glorioso Santo , y han hecho honorífica mención de él, san León, papa, Prudencio, Isidoro y otros.
Blasco, Historia biográfica de Huesca.
No hemos vacilado en transcribir integra esta preciosa biografía tanto por el personaje objeto de
ella cuanto por la erudición y buen lenguaje con que está escrita.
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Coros de ángeles le circundaban, cantando entre celestiales armonías las alabanzas
del Señor, mientras que purpurinas flores servian de alfombra á sus pies.
Los guardas de su prisión, y el mismo alcaide á cuya custodia se le confiara, atónitos ante semejantes prodigios humíllanse y reconocen la grandeza de aquel Dios que de
tal modo se mostraba, y Daciano entonces cambiando de táctica, ordena que trasladen
al preso á un aposento perfectamente adornado, que se le conceda cuanto desee, y que
se le regale cual si fuera él mismo.
Apenas hubo Vicente reclinado su cabeza sobre el mullido lecho que se le preparara
espiró, volando su alma á los celestiales espacios, á recibir el premio á que tan acreedor se hiciera.
Inmenso es el número de los nobles hijos de Huesca, que en todos tiempos, en las
letras, en las ciencias y en la guerra la han prestado nuevo esplendor y brillo.
Entre estos merecen especial mención Abu-Baker, ilustre poeta de la época , fray
Guillen de Loarre, Fr. Jaime de San Juan, Pedro Alfonso, judío converso, llamado antes Rabi; mosen Jerónimo Pérez, y otros que seria prolijo enumerar, notables por los
libros que escribieron.
Alberto de las Casas, famoso arquitecto y escultor, que nació por los años 1347, no
solamente se hizo notable por las obras de arte que con su cincel trazó, sino también con
algunos libros que dejó eseritos sobre aquel arte.
D. Berenguer de San Vicente, fundador del famoso colegio Imperial y Mayor de Santiago, también vio la luz primera en Huesca, y el establecimiento de que nos ocupamos,
puede envanecerse de haber producido hombres tan eminentes como el Dr. Astor, el
limo. D. Juan Pablo Duran, y otros que seria prolijo enumerar.
XXXIX.
San José de Calasanz.
Cada vez mas interesados nuestros viajeros en las amenas descripciones que ü. Cleto
les hacia, apenas si le dejaban descansar un momento.
A las noticias que acababa de darles siguieron nuevas preguntas.
—Diga V. D. Cleto, — exclamó Azara, — ¿no quedan ya mas notabilidades por
aquí, porque por lo visto en esta provincia abundan extraordinariamente.
—Sí señor, y en tan gran manera,—que si á detallárselos fuera, tal vez Vds. perdieran la paciencia de escucharme antes que yo concluyese.
—No es posible, siendo tan competente la persona que nos hace semejantes relatos.
—Mil gracias.
—Con que vamos, que notabilidades hemos de apuntar todavía.
—En primer lugar á san José de Calasanz.
—Hombre, sí, verdaderamente que es una gran figura.
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