Emmet G: Salas de Espera

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Concurso STADT: historias de la gran ciudad 2015
SALAS DE ESPERA
Emmet G
Si me traes otra botella hija mía, te contaré la hermosa historia acerca de
cómo tu madre me despertó golpeándome con un palo de escoba, un día
laborable tras otro, durante los dos primeros y últimos años de nuestra
breve pero dichosa vida marital – Le alcanzo la botella –, de hecho olvida
todo eso, lo que haré será decirte la verdadera razón por la que Charles
Darwin creía que las lombrices de tierra tenían sueños e ideales – Pongo la
botella sobre una mesa de noche mientras pienso: ¿qué diablos significan
los sueños e ideales para las lombrices de tierra? –, sueños e ideales que
durante años las motivaron a hundir Stonehenge mientras subían a
fornicar bajo la luz del sol una y otra vez, sin parar, porque eso ocurre
hace siglos.
Juro por Cristo que jamás he visto a mi padre con los lentes tan
empañados como ahora. Creo que ha estado toda la noche pidiendo que le
alcancen la botella. Llama a la línea de taxis y habla sin parar, su boca se
mueve de una manera tan grotesca que sus labios parecen hincharse y
palpitar.
Quiero salir de esta habitación, ir afuera con el mar oscuro, la brisa, el
salitre, la gente desconocida, es la primera vez que estoy en una isla en
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medio del océano, prácticamente quiero vivir en el puerto con todos esos
feos cangrejos que no se parecen en nada a los que sirven en los
restaurantes. Me siento nerviosa. La idea de tener que regresar a casa de
imprevisto me genera tanta euforia y al mismo tiempo tanto malestar que
las mejillas me duelen.
Él cuelga el teléfono y voltea a verme mientras balbucea algo
completamente importante que no logro descifrar. Se pone de pie y camina
hacia mí apoyando una mano sobre el mueble que sostiene la vieja
televisión. Agarra mi cara acercándola a la suya. Dice que me quiere. Su
mano casi duplica el tamaño de mi cabeza, me apretuja una mejilla con el
pulgar y la otra con el índice y el resto de dedos. La saliva hierve dentro
de su boca. En la comisura de sus labios veo la baba agolparse como si
fuera espuma, igual que el mar.
– ¿Por qué te vas Abby?... Te quiero tanto, quédate, te quiero, créeme.
– Te creo – digo – pero en serio tengo que irme, es imposible que me
quede.
Me da pena la cara que pone, creo que todo sería mejor si jamás hubiera
que rendir cuentas a la gente que quieres, si las personas no tuvieran que
justificar la razón por la cual no tiran a la basura sus viejas fotografías,
sino que las vuelven a apilar una y otra vez cada día de limpieza. Todo
saldría bien si no tuvieras que justificar la razón por la que necesitas con
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urgencia correr, todo saldría muy bien si nunca tuvieras que explicar a
nadie por qué quieres morir en un vuelo internacional, o por qué dormir en
el prado de tu patio te llega a parecer una idea estupenda por lo menos el
80% de las veces que se te ocurre. Sin embargo ahora tengo que justificar
por qué estoy abandonando estas vacaciones, tengo que sustentar frente a
mi padre la razón por la que me quito el traje de baño y lo cuelgo. Cuando
comienzo a hablar, veo que él me mira como si acabara de despertarse y
de repente hubiera entendido el significado de una horrible pesadilla, en la
que escuchas la voz de ciertas personas a quienes amas, pero ciertas
personas a quienes amas no están por ningún lado, sino que todo es oscuro
y cuando tratas de hallarles moviendo las manos para conseguir agarrar
algo, ves un reloj a lo lejos, un relojito moviéndose. Como en aquella
película de Mila Jokovich en la que hay un búho blanco mirándote con
unos ojos brillantes que te hacen pensar en la palabra "desnudo", unos ojos
mojados y raros. Sin embargo en esta pesadilla el búho blanco no está, ha
sido reemplazado por un reloj, un reloj común y corriente, que sin saber
por qué, está dañado. Escuchas de nuevo las voces de ciertas personas a
las que amas, pero estás seguro de que ellos, donde sea que estén, no se
dan cuenta de que aquel reloj está dañado, no se dan cuenta de que les
buscas con desesperación y necesitas tomar sus manos, parece que has
olvidado, como si todos tus recuerdos fueran remplazados por la imagen
de un reloj averiado que da siempre las 3:35 a.m., así básicamente es el
lugar en el que un padre ebrio se siente atrapado.
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Pregunta si me voy porque está borracho y ha olvidado lo que hacía. Me
voy, digo. Él me mira pidiéndome que le diga que lo quiero. Dice: tienes
que mirarme de cerca y cogerme la cara así como yo cogí tu cara y decirme
que me quieres. Entonces como puedo pongo mis manos sobre su cara
sudorosa, pero lo hago porque él me lo pide. A éste hombre parado frente
a mí, apenas lo he visto unas 7 veces en toda la vida, y me conoce desde
que nací, y es mi padre, y esta tan borracho que no se puede tener en pie,
y creo que para no caerse me agarra la cara de nuevo, y eso me duele,
pero me avergonzaría admitirlo. Quiero tanto a Cristina, balbucea mientras
comienza a sollozar. Sé que sí – digo – no llores más. Suelto su cara
despacio y él suelta la mía mientras nos acercamos a su cama. Esta muy
borracho como para recordar que no me despedí.
Cierro la puerta tras de mí, y veo que por el costado derecho del edificio
sube la mujer de mi padre. Nuestro hotel esta tan cerca del mar que
cuando salgo al balcón siento la sal evaporada cayéndome en la cara, y ese
olor extraño a pez y arena seca.
- ¿Está todo listo?- pregunta Cristina
- Si.- respondo
- ¿Te llamo un taxi?
- No, ya lo pidió papá, gracias.
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Son las 7:40 am. La chica que anuncia la salida de los vuelos es la misma
que recibe los pases de abordaje en la sala de espera y luego los marca con
un resaltador rosa. Con diez aeropuertos como este podría construir el
primer piso del aeropuerto de mi ciudad. De hecho, esa chica es la misma
que minutos atrás nos proporciono a todos y cada uno de los pasajeros,
nuestros tiquetes de abordaje. ¿Alguien ha notado esto?, si no estuviera
sola en una banca metálica y fría, lo comentaría con alguien más. La chica
mira tan fuertemente la pantalla de su computadora, que da la impresión
de que su vida y la nuestra depende de la fuerza sobrehumana con la que
una chica de 25 años es capaz de mirar un rectángulo blanco de vidrio
polarizado y cristal durante un tiempo suficientemente prolongado como
para que parezca que hace un trabajo indispensable.
Quiero ser tan funcional como estas fantásticas personas. Una vez que la
chica a marcado tu tiquete agarra el micrófono y sale del lugar para
pedirte que hagas la fila, así, de la nada, saca un micrófono de atrás del
mueble gris con el logo de la aerolínea, sale a anunciar y luego vuelve
como si nada, como si no lo hubiera hecho, vuelve como si no tuviera la
menor idea de que ha salido a hacer el llamado para la fila. ¿Quiere alguien
prestar atención a las grandiosas capacidades de esta muchacha?, Dios,
Creo que tengo fiebre, quiero tener fiebre y delirar durante todo el vuelo.
Oigo la voz de Jhonny Cash en mi reproductor, oigo su voz vieja y seca.
Entro en el avión y trato de no estorbar. La fuerza que hay que hacer para
subir una maleta al portaequipaje de la clase económica de un avión es tan
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ridícula, que cuando la gente levanta sus maletas del suelo da la impresión
de que les va a estallar toda la cara. Quiero dormir tan profundo. Antes de
poner el móvil en modo avión envío un mensaje a mi madre, y otro a mi
dentista. En el reproductor todavía oigo la voz de Cash haciendo una
plegaria, pero de fondo también está la voz del piloto diciendo que
llegaremos al aeropuerto de la ciudad a las 8:45 am, y esa voz también
esta tan lejos, en medio de mi alucinación hipnagógica, tan lejos como me
enseñan en la facultad que están las cosas, tan lejos de mí, tan lejos de la
ventana. Me desajusto el cinturón antes de que lo digan y pongo a correr
en el monitor de mi silla un documental sobre cazadores mongoles con
águilas, las felices caras de turistas que aparecen antes de la reproducción
del documental me parecen formidables. En realidad tengo fiebre.
Cuando salgo del aeropuerto veo a mi madre con el teléfono en la mano.
Podría reconocerla a un kilometro de distancia incluso si ella estuviera
metida en una manifestación en la que todos los asistentes vistieran de
negro y llevaran las caras cubiertas, y ella vistiera de negro como todos, y
se cubriera la cara como todos, incluso en ese caso podría reconocerla y,
por supuesto la evitaría a toda costa. Le beso la frente mientras se
acomoda dentro del taxi. Que quede claro que lo de evitarla no va tan en
serio como pareció que iba. Me da dos aspirinas y una botella de agua. Le
dice al taxista el nombre del hospital al que vamos, el tipo eleva una mano
gorda de apariencia liviana y presiona el pequeño botón del contador, los
números comienzan a moverse en medio de los atascos, los números no
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paran de moverse, el espacio que hay entre el número uno y el número dos
es matemáticamente infinito, pero eso no está comprendido en las tarifas
de pago, lo cual es bastante bueno.
Ser la primera persona en la consulta médica es muy bueno, pero tengo
que decir que cuando tienes miedo definitivamente no puedes ver bondad
en las cosas, no puedes ser la persona que se supone que debías ser, estás
temblando pero lo disimulas moviendo una pierna como si tuvieras que
tomar ansiolíticos o algo similar, la sala huele a desinfectante. La última
vez que estuve aquí me hicieron una cirugía de cordales, mi doctor me
puso anestesia y comencé a sentir que bajaban la silla de la consulta, la
silla bajaba, y bajaba, y bajaba tanto, creo que la silla bajó durante unos
cuarenta y cinco minutos por lo menos. La silla bajó hasta el sótano
probablemente, y mi doctor me abrió las encías y yo escuchaba en mi
cabeza cómo crujía el tejido rompiéndose, pero la silla seguía bajando y
era imposible que pudiera concentrarme en el sonido del tejido
rompiendose. Luego sentía las pinzas metálicas buscando dentro de mis
encías, me rechinaban los oídos, pero después el chirrido se convirtió en la
voz de mi doctor hablando con su auxiliar, que procedió a quitarme la tela
de quirófano que tenía en la cara. Y luego mi doctor revisó la radiografía
en la que basaba el procedimiento quirúrgico y notó que no era mía, era la
radiografía de la boca de mi madre, y entonces me lo comunicaron y creo
que yo hice una mueca de incomprensión, que se vio como una mueca de
delirio, y mi madre viajó en un taxi hasta mi casa, me sangraban las encías,
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y la silla de la sala de consulta todavía descendía, pero lo hacía cada vez
más despacio, hasta que se detuvo de golpe y yo pude sentir como me
sangraba la boca y se me ponía tibia, pero era imposible seguir
anestesiándome, y un rato después recuerdo que mi madre aparecía en la
puerta de la consulta con el sobre en la mano, y el doctor lo miraba, y
sonreía debajo de su tapabocas, pero a mí me dolía. Me sacaron de golpe y
sin más anestesia las cuatro muelas del juicio, un nombre muy apropiado
para tanto sufrimiento, y luego, me cosieron las encías, la cara se me
hincho de una manera tan brutal que tuve el aspecto de un balón de
voleibol durante por lo menos dos días, en los cuales dormí sentada
mientras todavía escuchaba como me rechinaba la boca, desde entonces sé
que no soy la misma, y lo sé porque hay en el mundo ciertos indicadores
conductuales que te dejan saber que tal vez te has puesto un poco mal. No
no no, no es así como se debe vivir cariño, toma un poco de conciencia,
date cuenta de que algo está levemente desajustado en ti, pero que
probablemente no sea nocivo. Después de los dramas quirúrgicos suelen
haber mensajes en clave que se diseminan por toda tu persona, tu cerebro
no te lo dice pero lo sabe, lo sabe y te lo oculta para que no cometas
ninguna estupidez, para que no te importe en lo más mínimo estar sentada
junto con cuatro chicos de dientes podridos en la sala de espera de un
consultorio dental, tu cerebro lo sabe pero mimetiza todo pensado en la
música que te pondrás en el reproductor, y te calma, te tranquiliza, te hace
coger el teléfono y llamar a tu padre para decirle que el vuelo ha ido bien,
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que la consulta va bien, y cuando tu padre contesta, tu cerebro tiene un
momento de debilidad y te traiciona, y tú dices que tal vez estas un poco
nerviosa porque ya sabes lo que paso la ultima vez, pero tu padre no sabe,
porque él no estuvo ahí la última vez. Te consuela diciendo que él a tu
edad no solía tener miedo, a pesar de que todo era muy precario y te
sacaban las muelas del juicio sin anestesia, y tenias suerte si después de
eso no perdías el resto de los dientes.
Cuando mi padre tenía mi edad probablemente no tenía seguro médico,
bueno, quizá ni siquiera tenía dientes. Probablemente el chico de 25 años
que entonces era mi padre, no tenía nada, salvo la profunda necesidad de
avanzar en el mundo (mi cerebro trata de distraerse pensando en esto), la
profunda necesidad de conseguirse un empleo, encausarse con el
compromiso de clases, pero trascender la que por azar le correspondía,
comenzar a subir de manera equitativa decenas de peldaños para
conseguir que sus hijos pudiéramos pagar una consulta dental más que
decente, un objetivo que implicaba abandonar su linaje escogido en medio
de un pastizal enorme, dejar el lugar en el que mis abuelos habían hecho
una casa hace 44 años sobre los primeros terrenos de una ciudad para
ellos desconocida, en la que tuvieron que cambiar el tierno y tibio
estomago de sus vacas para venir aquí a quemar con licor de contrabando
el tierno y tibio estómago de decenas de curtidores de cuero. Aquella vieja
"ciudad" helada en la que la mayor de mis tías estuvo a punto de morir una
mañana ahogada en un aljibe casi ridículo, es ahora ésta ciudad, tengo
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agua potable, posibilidades, autobuses con tres vagones, edificios de
consulta médica de quince pisos y conexión a internet. No se supone que
deba darme miedo estar aquí, es un lugar seguro, todos los esfuerzos de la
humanidad, el descubrimientos de la lidocaína, el número, la ropa térmica,
todo, quiero decir, el mundo entero ha avanzado para que yo no rompa a
llorar por esta muela arruinada. No he debido ponerme brackets, me ha
hecho mucho mal, tengo que decirlo ahora.
No quiero sentir el olor a guantes de látex, quiero pensar en mi padre que
debió moverse, debió iniciar una carrera universitaria con la firme
intención de posicionarse tan arriba como le fuera posible. Soy beneficiaria
del progreso de mi padre, él hizo lo que debía porque sabía con exactitud
lo que quería. Yo aún no puedo saber con exactitud lo que quiero. Mi
mente puede expandirse sobre cualquier idea y no llegar a ningún punto
nunca. Veo que la pantalla de mi teléfono se enciende y el símbolo de
llamada entrante titila, y abajo vuelve a aparecer el nombre de mi padre,
pero no siento la necesidad de contestar, no quiero hacerlo. Yo estoy aquí,
mi doctor atraviesa la sala sonriendo y entra en su consultorio, en el que
sé que hay una bandeja plateada junto a una silla reclinable, y esa bandeja
está manchada con algo que parece saliva seca, manchas blancuzcas
hechas por instrumentos de ortodoncia abandonados durante toda una
noche en una habitación silenciosa. La luz del teléfono deja de titilar, me
pongo los audífonos y trato de controlar la respiración contando hasta
diez, poniendo en práctica los métodos de relajación que te enseñan
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cuando eres el tipo de persona que llora cada vez que se da cuenta que
está hablando en público. Veo en el teléfono algunas fotos que saqué
durante el viaje, hay una muy graciosa en la que aparece la mujer de mi
padre, roja, bañada en sudor, tratando de comer una enorme langosta con
palitos chinos mientras los cocineros del restaurante la miran con
desconcierto. Me rio, y me rio de nuevo, y me rio más fuerte, y creo que mi
respiración es más rápida de lo normal, me siento como si estuviera
corriendo sobre una cinta de gimnasio que no va a ningún lugar. Veo la
langosta abierta en el plato y a la pantalla de mi móvil le caen un par de
lágrimas y el nudo en mi garganta tiene el sabor de los suplementos de
hierro y hace un calor del infierno, la pantalla titila de nuevo con el aviso
de llamada entrante, oigo los pasos de mi doctor acercándose a la puerta
del consultorio, ahora mismo sólo tengo dos opciones, ¡Dios mío! En verdad
odio este lugar.
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