“LOS ENANOS”i DE HAROLD PINTER. (O de cómo, confinados, nos

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“LOS ENANOS”i DE HAROLD PINTER.
(O de cómo, confinados, nos vamos deshaciendo).
Por: Memo Ánjel
Todo depende del punto de vista del rincón, que es quien al final decide por nosotros.
Introducción:
Harold Pinter ganó el premio Nobel de literatura en el 2005 y murió en el 2008 de algo que
le mordió el esófago de manera lenta. Tenía 78 años y su trabajo literario había empezado
en Londres en 1957. Pero hasta el mismo momento de morir trabajó como actor, escritor,
guionista y director de obras para el teatro, el cine, la televisión y la radio. Así que no lo
mató la soledad ni la falta de movimiento. Lo mató estar vivo, como nos sucederá a todos,
y muy metido en lo suyo que, como en la obra de Patrick Modiano, tiene que ver con
personajes que aparecen y desaparecen.
Pinter fue un escritor con oficio pero más actor que otra cosa, muy dado también a jugar al
cricket. Su segunda mujer dijo: vivimos siempre en barrios obreros, en los que él luchaba
por los derechos de los trabajadores y donde bebía té negro con ellos, hablando de deportes
y de la manera como la prensa amarilla alienaba más que los comportamientos victorianos.
Y acotó: era un judío que se creyó sefardí, debido al cuento de una tía, pero resultó siendo
ashkenaz (judío con origen en Europa oriental), lo que tampoco le hizo mal. De todas
maneras su origen era de barrio obrero londinense. Había nacido en una sastrería en 1930,
en una familia que hablaba mucho de Odessa.
El Blitz.
Esta palabra alemana que traduce relámpago, se utiliza en Inglaterra para nombrar los días
de los bombardeos nazis sobre las ciudades inglesas. Las bombas cayeron desde el 7 de
septiembre de1940 hasta el 16 de mayo de 1941ii. Por esos días Pinter tenía 10 años y
habitó en la noche toda clase de espacios subterráneos; sótanos, muelles de metro,
pequeños escondites. Ya en el día, vivió en espacios reducidos (lo que quedó de las casas
destruidas) oyendo hablar sobre preocupaciones mínimas, viendo estallar a las personas
por motivos sin importancia y escuchando como otros hablaban solos. Total, el Blitz lo llevó
a conocer el mundo de esos espacios mínimos que, como en los Ettore Scola (el director
de cine italiano), contienen mucha vida simple y luchas por insignificancias. Por eso que
queda del bombardeo, tanto en cosas como en personas, en palabras como en
imaginaciones.
Los enanos
Pinter escribió en la lengua de la calle y los pequeños periódicos, pero sin hacer caricaturas
de las expresiones ni llevarlas al parlache. Escribió en un inglés simple, con dejos en la
pronunciación. Por esto las mejores traducciones las hicieron los argentinos, que saben
cómo se habla en los barrios obreros de las ciudades grandes (que son los que más cultura
han producido siempre y cuando haya industrialización). Y en este hablar cotidiano, aparece
la obra Los enanos (The Dwarfs), que se tradujo a la par que El cuidador (una obra cómica)
y La colección (que se estrenó en la televisión inglesa) por la editorial Losada.
Y en esta obra de Los enanos es donde el espíritu de Harold Pinter está completo. Como
decía Elías Canetti al referirse a sus obras de teatro, si no se leen primero mis dramas, que
son el centro de mis escritos, lo demás no será bien entendido. Y es que la escritura que
no se lleva a los gestos y al habla está coja, le falta vida, esconde el espíritu, no acoge la
intención. Los alemanes tiene una palabra: Vorleser, que traduce lector en voz alta, que no
solo es leer para que otros oigan sino que hace la dramaturgia del texto para que los que
oyen cierren los ojos y vean como parte de lo leído.
Los personajes de Los enanos son tres vecinos que, como pasó con la postguerra,
quedaron confinados en pequeños espacios: en cuartos. Y si bien existe un mundo de
afuera con estaciones de tren, orillas del río, teatros, calles con alumbrado público, árboles
con hojas y sin ellas, gusanos en las coles y señoras que se preocupan por los precios, ese
espacio exterior está habitado por anónimos y deseos provenientes de avisos publicitarios.
La vida pasa allí sin que logre parar ni ser en forma, pues se aparenta mucho. Es el asunto
de la moral, que es pública y está vigilada en buena parte por un otro que desconocemos.
No así en el espacio privado y, en soledad, íntimo, en el que las manías y los inventarios
son permanentes. Allí están las cosas que tenemos, los recuerdos de lo que pasó a fondo
con nosotros, las palabras sueltas, los lloros, las ilusiones, lo que cuidamos, lo que tenemos
escondido. En ese espacio privado, el tiempo da vueltas, nada es lineal, lo que pasó vuelve
a pasar con solo pensarlo o pronunciar una palabra. Hay demasiadas referencias y el olvido
nunca llega. Y si alguien no esperado se entromete, ese cuarto en el que estamos se
convierte en el escenario de una pequeña tragedia cotidiana. Que es lo que pasa en Los
enanos.
Tres vecinos se reúnen cada tanto, apareciendo de repente. O sea que cada uno es invasor
del otro. Lem, un judío de origen polaco que estudia esperanto y quiere ser portugués,
admite a Pete y a Mark como males necesarios (a la vez que ellos se aplican lo mismo),
pues llegan a maldecir, a pedir algo, a buscar en la cocina, a quejarse de la leche o de que
han comido demasiado. El uno habla de teatro y actrices, el otro de la cantidad de gente
que hay en los subterráneos del Underground (el metro) y en las estaciones de tren. Las
primeras palabras que se cruzan, tienen que ver siempre con el afuera. Pero lo que hay
afuera es mejor imaginarlo que hacerle un inventario. El afuera se repite, es rutinario, de
vez en cuando pasa algo y no más. No así en la imaginación, donde puedo destruir la
exterioridad, cambiarle de sentido, voltearla al revés. Me la puedo contar yo mismo, usando
otros tiempos y situaciones y personas. Pero esa libertad de imaginar el afuera no la tengo
en el espacio privado, que me tiene preso con las cosas que hay ahí en el área que ocupo,
que a más de muebles también tiene recuerdos a los que llevan cosas tan simples como el
clima, la luz, un pequeño libro, el tablero de un juego, la repetición de los días, los pasos
que doy, las direcciones que tomo, las acciones que repito. En el cuarto estamos bajo un
paraguas del que no podemos escapar y en el que nos ronda siempre lo mismo. La solución
sería irse de ahí, pero cómo, si la memoria va con uno y el cuarto que teníamos lo volvemos
a reconstruir. Lo interior, entonces, es la predisposición a la obsesión, a las preguntas por
resolver, a mirarse en el espejo y saber que no hay otro lado. Y ese interior al que estamos
confinados, no hace enanos y nos lleva a pensar que otros enanos nos vigilan. Y que así
se pase a una segunda fase de conversación con el vecino (preguntarnos quiénes somos
frente al otro, para que él nos certifique) o ya en la tercera fase, hablar mal de un tercero,
esta situación finalmente nos reduce y acabamos como termina la obra de Pinter: todo fue
fregado. Hay un césped. Hay un arbusto. Hay una flor.
En el Londres de Pinter, pasan cosas. Por ejemplo, la gente quedó confinada de manera
intensiva en edificios (como nosotros) y el mundo se convirtió en el cuarto, en la pequeña
oficina, en el almacencito, en el cubículo. Todo se hizo pequeño y los electrodomésticos
ayudaron: una nevera, una mesa-escritorio, una silla-tumbona, un sofá-cama, una bolsa
para los zapatos, una computadora. Y de la misma manera el pensamiento y las relaciones.
O sea que todo se volvió enano.
i
Esta pieza teatral, en su lanzamiento, fue emitida por B.B.C. radio en diciembre de 1960.
Sobre estos bombardeos, Elías Canetti, que vivía en Inglaterra en ese tiempo, escribió un libro: Fiesta bajo
las bombas, el tomo IV de su autobiografía.
ii
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