La neurología en la medicina bizantina. Análisis del Medici libri

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HISTORIA Y HUMANIDADES
La neurología en la medicina bizantina.
Análisis del Medici libri duodecim de Alejandro de Tralles
Virgina de Frutos-González, Ángel L. Guerrero-Peral
Introducción. Bizancio preservó el conocimiento médico de la antigüedad compilando textos clásicos, pero los médicos
bizantinos llevaron a cabo, además, contribuciones originales con referencias a enfermedades neurológicas. Alejandro de
Tralles fue uno de los autores destacados del primer periodo de la medicina bizantina. Se formó con su padre y, viajando
por el mediterráneo, adquirió nueva información y experiencia.
Objetivo. Medici libri duodecim es un tratado de patología y terapéutica en 12 libros. Resume los conocimientos clásicos y
la experiencia del autor. Su influencia perduró hasta el inicio del Renacimiento. Trabajamos sobre la edición grecolatina
de Henricum Petrum (1556), con especial interés en las referencias a enfermedades neurológicas.
Desarrollo. El Libro i está dedicado a enfermedades de cabeza y cerebro. Clasifica la cefalea, siguiendo a Areteo de Capadocia, en cephalalgia, cephalea y hemicrania, y sugiere diferentes mecanismos patogénicos y tratamientos para ellas. La
cefalea se considera, con las alteraciones de la memoria o el sueño, dentro de los síntomas iniciales del delirio. Incluye las
alteraciones mnésicas entre las enfermedades sistémicas, relacionándolas con patología cardíaca. Distingue entre parálisis (privación de sensibilidad y movilidad en la mitad del cuerpo) y apoplejía (incluida la pérdida de las funciones del alma,
que conduce a la muerte). Sobre la epilepsia, Medici libri duodecim sitúa su origen fuera de la cabeza, principalmente en
el estómago, y aporta descripciones de auras epilépticas.
Conclusiones. El análisis del Medici libri duodecim muestra cómo los médicos bizantinos entendían las enfermedades neurológicas. Su tratamiento estaba basado en sangrías, plantas medicinales y evitación de sustancias nocivas.
Palabras clave. Alejandro de Tralles. Apoplejía. Cefalea. Epilepsia. Medicina bizantina. Terapéutica.
Introducción: la medicina bizantina
El origen cronológico del Imperio bizantino puede
situarse, de acuerdo con los diversos autores, en varios hitos históricos; elegiremos aquí la fecha del
año 330 de nuestra era, momento en el que Constantino el Grande determina que la reformada Bizancio, a la que se denominará en su honor Constantinopla, es la nueva capital del Imperio romano.
Una vez culminada la división de éste a la muerte
de Teodosio, el Imperio de Oriente, con Constantinopla como capital, además de sobrevivir a las invasiones de los pueblos germánicos, alcanzó un
gran esplendor en todos los ámbitos, también en el
de la medicina. Este recorrido, con los habituales
altibajos, se completa en el momento de la desaparición del Imperio, en 1453, cuando Constantinopla
es conquistada por los turcos [1,2].
La aportación de Bizancio al saber médico fue
compleja y seguramente mayor de lo considerado durante tiempo [2]. Por un lado, y siguiendo la tradición
de la compilación del saber en grandes obras, conservó los conocimientos de la antigüedad grecorromana,
el llamado galenismo medieval, que tanto Bizancio
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como el Islam y el Occidente medieval trataron de
mantener a lo largo de toda la Edad Media [3-6].
Pero la labor en medicina del Imperio bizantino
no se quedó en la mera compilación, sino que, sobre
esas bases, construyó una obra original [1]. Parte de
esa originalidad radica en el delicado equilibrio entre
medicina y religión, que prevaleció en este período
histórico. La sociedad bizantina estaba profundamente cristianizada y la Iglesia tenía una gran influencia en todo el tejido social y los saberes científicos. Por ello, la medicina bizantina tuvo un componente dogmático, incluso mezclándose con la magia
y la hechicería [7,8]. Fue capaz, además, de asimilar
una medicina monástica muy desarrollada en el entorno de esta gran religiosidad; de hecho, la medicina monástica bizantina influyó en la medicina monástica de todo el Occidente [9,10], pero en ningún
momento se perdió la llama de la búsqueda del conocimiento científico, aun en las épocas de mayor
presencia de las creencias religiosas [11]. El médico
bizantino, además de preservar la medicina hipocrática, helenística y romana, aportó así su experiencia
personal y se constituyó en el nexo fundamental con
la posterior medicina europea occidental [12].
GIR Speculum Medicinae;
Universidad de Valladolid
(V. de Frutos-González). Servicio
de Neurología; Hospital Clínico
Universitario (A.L. GuerreroPeral). Valladolid, España.
Correspondencia:
Dr. Ángel Luis Guerrero Peral.
Servicio de Neurología.
Hospital Clínico Universitario.
Avda. Ramón y Cajal, 3.
E-47005 Valladolid.
E-mail:
[email protected]
Aceptado tras revisión externa:
21.07.10.
Presentado parcialmente como
póster en el XX Congreso de la
European Neurological Society.
Berlín, junio de 2010.
Cómo citar este artículo:
De Frutos-González V, GuerreroPeral AL. La neurología en la
medicina bizantina. Análisis del
Medici libri duodecim de Alejandro
de Tralles. Rev Neurol 2010;
51: 437-43.
© 2010 Revista de Neurología
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V. de Frutos-González, et al
Además, la medicina bizantina nunca perdió su
carácter asistencial, de forma que algunos autores
sostienen que uno de los grandes méritos de este
período histórico radica en lograr acercar el galenismo a los médicos encargados de atender a los
pacientes en todo el Imperio, adaptándolo así a la
práctica médica de su tiempo [2,13]. Estos médicos
debieron, a lo largo de todo este período, además
de aplicar sus conocimientos médicos, luchar contra la superstición arraigada en el pueblo, que consideraba muchas enfermedades como castigos divinos, o meras formas de posesión diabólica [14].
La medicina bizantina fue la continuación directa de la Escuela alejandrina. Se propone una primera época en la medicina bizantina o etapa alejandrina, que se extendería hasta la caída de Alejandría en
poder de los árabes en el año 642 [15]. En este período existe una convivencia, no siempre fácil, entre
médicos paganos y cristianos, y predomina la divulgación del saber griego. Desde este momento hasta
la caída de Constantinopla en poder de los turcos en
1453, transcurre la llamada etapa constantinopolitana, en la que, pese a una clara mejora asistencial,
apenas se crea saber médico y los autores se limitan
a llevar a cabo un enciclopedismo acumulativo.
Como hecho destacado de este período, en los años
centrales del siglo x, se produce el histórico envío de
un manuscrito de la materia médica de Dioscórides
al califa Abd al-Rahman III, lo que potencia el desarrollo de la medicina en Al-Andalus [7]. A la caída
del Imperio bizantino, los textos clásicos escritos en
griego vuelven a Europa occidental, donde hasta ese
momento se habían conocido a través de las traducciones de los libros árabes [10].
Las escuelas de medicina tienen gran importancia en Bizancio. Destaca la de Nisibis, en Siria, donde se formaron médicos famosos como Zenón de
Chipre, que llegó a liderar la Escuela de Medicina
de Alejandría, Asclepiodoto y Jacobo Psicresto. Tam­
poco podemos olvidar la Escuela de Artes Liberales
fundada por el emperador Constantino, posteriormente convertida en el Museo Católico, destinado a
estudios teológicos, jurídicos y médicos.
Los hospitales, presentes en gran número en Bizancio, y desarrollados fundamentalmente alrededor del año 1000, son uno de los hechos más destacados de la medicina bizantina [2]. Dejaron rápidamente de ser instituciones piadosas cristianas en
las que los enfermos sin recursos pasaban el resto
de sus vidas para ser lugares en los que los pacientes eran atendidos de forma activa y dados de alta
[2]. Eran lugares libres y públicos, y en ellos, gracias
al intercambio de información, se practicaba la docencia médica [16].
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Principales autores médicos de Bizancio
Oribasio de Pérgamo (325-403 d.C.) es considerado
un autor de transición entre la medicina helenística y
la bizantina. Fue el médico personal del emperador
Juliano el Apóstata, quien, bajo su influencia, estableció la obligación de poseer una licencia para ejercer la medicina en el Imperio romano. Todo el saber
de Oribasio no logró salvar a su emperador, víctima
de traumatismo abdominal fatal descrito en la literatura médica moderna [17]. Compuso 70 obras, de las
que la más conocida es la Gran sinagoga, también
conocida como Enciclopedia de la Medicina, en la
que, entre otras cosas, describió la semiología de las
lesiones a diferentes alturas de la médula espinal.
Otro texto destacado de Oribasio es Euporista, un
auténtico tratado de medicina de urgencia, con instrucciones prácticas sobre el manejo de accidentes.
Para los historiadores de la medicina, Oribasio es un
autor de difícil estudio puesto que gran parte de la
obra que se conoce como suya realmente fue compuesta en el siglo vi (seudo-Oribasio), con lo que
existen graves problemas para identificar el corpus
que realmente pertenece a este autor [18]. En la obra
de Oribasio hay múltiples referencias a la patología
neurológica, entre ellas, las que señalan el origen,
síntomas asociados (entre ellos, crisis epilépticas) o
tratamiento quirúrgico de la hidrocefalia [1].
Otra figura destacada en la medicina bizantina
es la de Aecio de Amida (520-575), gran compilador que resumió los conocimientos médicos anteriores en los 16 volúmenes de su Tetrabiblios. Sintetiza, sobre todo, los escritos de los médicos Arquígenes, Sorano, Oribasio y Galeno. Estudió en la Escuela de Alejandría y llegó a ser el médico jefe de la
corte imperial de Constantinopla [19]. A él se debe
la mejor descripción clásica de las enfermedades de
los ojos, nariz, garganta y dientes, así como la descripción y las propuestas terapéuticas de gota, hidrofobia o difteria y reseña de procedimientos quirúrgicos como tonsilectomías o uretrostomías. Prestó un gran interés a variadas intervenciones quirúrgicas, incluida la trepanación [1]. Por citar otros
aspectos de su obra, suya fue, por ejemplo, la idea
de detener o continuar las sangrías en función de
las características de la sangre [19].
Algo posterior es Pablo de Egina (625-690), el último autor destacado de la medicina griega antes de
la eclosión de la medicina árabe [9,20]. Escribió una
auténtica enciclopedia de medicina, cirugía y obstetricia en siete tomos, conocida como Epítome,
Hypomnema o Memorandum. Esta obra tuvo una
gran influencia en la medicina árabe. En ella destaca su descripción del pólipo nasal, de la traqueoto-
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La neurología en la medicina bizantina. Análisis del Medici libri duodecim de Alejandro de Tralles
mía o del líquido sinovial de las articulaciones, así
como el tratamiento que hace de la oftalmología o
las variadas y ricas referencias a la cirugía militar.
Describió también la amigdalectomía, la paracentesis en un caso de ascitis o las cirugías radicales de
hernias inguinales. También hizo referencia a patologías neurológicas, recomendando, por ejemplo, la
sección de las arterias retroauriculares en casos de
cefaleas y vértigos [21-23]. Como detalles adicionales, cabe mencionar que identificó ruidos, luces,
olores o la ingesta de vino como desencadenantes
de un episodio de migraña, y a él debemos una descripción del grito epiléptico [9].
Autores posteriores de una menor influencia son
Teófilo Protospatario, autor de De urinis, posiblemente en el siglo vii, León el Iatrosofista, autor del
Conseptus medicinae, en el siglo ix, Teófano Crisobalante, autor del Epítome en el siglo x o Miguel
Psellus, con su obra en verso Ponema Iatrikon en el
siglo xi [2,19,20]. Este último autor describió la muerte, probablemente por envenenamiento, del emperador Romano iii [2].
Menos destacados son los autores de la época
constantinopolitana; entre ellos citaremos a Juan de
Actuario (1275-1328), autor de Therapeutiké métodos, colección de seis libros, los dos últimos con carácter de recetario, impresos en Europa en 1539 como
De medicamentarum compositionae o De diagnosi
[19]. Juan Actuario es considerado uno de los padres
de la uroscopia [19]. Terminamos este recorrido con
Nicolás Myrepsos (s. xii-xiii), autor de un Dynamerón, colección de 2.536 recetas, entre las que sobresalen 511 antídotos y 98 ungüentos [20].
La figura de Alejandro de Tralles
Alejandro de Tralles (525-605) fue uno de los mayores exponentes de la medicina bizantina. Quizá
en el entorno de su relación con la corte de Justiniano y Teodora, viajó recolectando información médica a lo largo de los Balcanes, Italia, Hispania,
Egipto y el Norte de África. Practicó y enseñó medicina durante un largo período en Roma. Procedía
de una familia de sólida formación; su padre y uno
de sus hermanos eran médicos, y otro de sus hermanos, Antemio, fue uno de los arquitectos de la
Basílica de Santa Sofía, en Estambul [24-26]. Probablemente, es esa notoriedad de su familia lo que
hace que Alejandro de Tralles sea uno de los médicos bizantinos de los que contamos con mayor información biográfica [26].
Se forma probablemente con su padre y estudiando a las dos mayores autoridades de la época, Galeno
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y Dioscórides. Antes de instalarse en Roma, viaja por
todo el Mediterráneo y de estos viajes adquiere, principalmente, conocimientos farmacológicos; por ejemplo, nos hace llegar remedios populares contra la
epilepsia que aprendió en Córcega o en Hispania. En
toda la obra de Alejandro de Tralles se mezclan elementos mágicos. Así, por ejemplo, propone con frecuencia el uso de amuletos o hechizos, ya que intuye
un efecto placebo [2,26]. Como datos destacados, a
Alejandro de Tralles se le atribuye la primera reseña
acerca de la eficacia de la colchicina en la gota [27].
Una curiosidad: Alejandro de Tralles propone el uso
de sanguijuelas en la cabeza para el tratamiento de la
melancolía, enfermedad en la que el exceso de bilis
negra tenía un papel importante [28]. Pablo de Egina
iba más allá y preconizaba el uso de las sanguijuelas
en las cefaleas, sobre todo si se asociaban a fiebre o
manía, o adquirían una forma crónica, así como en
las conjuntivitis y las amaurosis [28].
Medici libri duodecim
Medici libri duodecim es una de las obras más destacadas de Alejandro de Tralles. Se trata de un tratado
de patología y terapéutica en 12 libros, escrito a requerimiento de su amigo Cosmas, para transmitir,
de la forma más clara y concisa posible, las mejores
terapias para las diferentes enfermedades. Contienen
material reunido por el autor para la enseñanza de la
medicina y probablemente fueron escritos al final de
su vida y resumen sus propias aportaciones derivadas de la observación de varias enfermedades. Detalles acerca de cómo se ocupa de entidades como la
alopecia nos hacen pensar que su clientela estaba entre las clases pudientes de la época [27].
El Libro i trata de las enfermedades de la cabeza;
el ii se ocupa de los problemas del ojo, y el iii de los
de la boca y las glándulas salivales. Los Libros iv y v
tratan, respectivamente, de patologías cardíacas y
pulmonares, y en el Libro vi se ocupa de la pleuresía.
Los siguientes libros los dedica a patología digestiva,
gástrica en el vii, intestinal en el viii, hepática en el
ix, y en el libro x se ocupa de las enfermedades abdominales que Alejandro considera las dos mayores:
disentería e hidropesía. Para finalizar, el libro xi se
ocupa de las enfermedades genitourinarias y el xii
de la gota [27]. En el Medici libri duodecim se recogen unas 600 sustancias farmacológicas, prácticamente todas las incluidas en la Materia médica de
Dioscórides, pero con diferentes indicaciones.
La influencia de este tratado fue muy grande durante toda la Edad Media. Por poner un ejemplo,
Albulcasis, cuatro siglos más tarde, lo utilizó como
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libro de referencia [24]. Fue traducido y editado hasta el Renacimiento. Para la elaboración de este trabajo revisamos la edición grecolatina llevada a cabo
por Henricum Petrum en 1556. En su traducción,
prestamos especial interés a las referencias hechas
acerca de enfermedades neurológicas [29].
La neurología en Medici libri duodecim
Padecimientos de la cabeza
Es una de las partes más curiosas del texto de Alejandro. Así, considera la calvicie como un padecimiento y recomienda rasurar el pelo corto, lavarlo
vigorosamente y el uso de pomadas sulfurosas (Libro i, cap. i, p. 1-4). A propósito del pelo cano, propone el uso de ciertos tintes y vino tinto (Libro i,
cap. iii, p. 8-10). Respecto a la seborrea, recomienda frotar el pelo con vino y lavarlo con agua salada
(Libro i, cap. iv, p. 10-11).
Órganos de los sentidos
Entre las enfermedades que afectan a la vista, Alejandro de Tralles dedica un capítulo del Libro ii a
los carbuncos o pústulas malignas. Éstos se deben a
una sangre muy espesa; provocan dolores e inflamaciones importantes en los ojos, y pueden dar lugar a delirios y convulsiones. Como remedio se
proponen la flebotomía y las purgas, y seguir un régimen alimenticio y de vida determinado, que incluye, entre otros aspectos, los baños templados y
el empleo de diversos colirios (Libro ii, cap. vii, p.
154-160).
En cuanto al dolor de ojos debido a un humor
acre y bilioso, recomienda tomar un baño de agua
dulce y templada, así como seguir dieta blanda y emplear un colirio formado por diversos alimentos y
plantas con propiedades curativas, como la pimienta, las cerezas o la goma arábiga (Libro ii, cap. ii, p.
133-136). Si el dolor, en cambio, procede de una obstrucción por sangre, no debe recurrirse a una flebotomía, sino a los baños, a la toma de laxantes y al empleo de colirios (Libro ii, cap. iii, p. 136-137).
A propósito de los oídos, Alejandro cita el acúfeno y mantiene que se debe, en parte, a una emanación espesa y flatulenta y, por otro lado, a un humor
obstruido, si bien puede deberse también a cualquier enfermedad, a una excesiva agudeza del sentido del oído o a que haya entrado agua o algún otro
elemento. Si los acúfenos son constantes y prolongados, hay que enjuagar las orejas con vinagre, miel
y nitro (Libro iii, cap. iii, p. 183-186).
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Memoria
Alejandro de Tralles sitúa las pérdidas de memoria
dentro de enfermedades sistémicas. Así, mantiene
que surgen cuando la ‘boca del ventrículo’, llamada
estómago y erróneamente por algunos de los antiguos corazón, sufre alguna enfermedad (Libro iii,
cap. iii, p. 318-323). Además de alteraciones de memoria, las afecciones del estómago pueden producir múltiples padecimientos, algunos neurológicos,
como epilepsia, convulsiones, sueño muy profundo,
depresión, miedo, melancolía, náuseas, vómitos o
insomnio (Libro vii, cap. iii, p. 318-323).
También describe el letargo como origen de la
amnesia, puesto que éste tiene su sede en el cerebro
al originarse en el exceso de humor flemático, que
humedece y empapa el cerebro haciendo que los enfermos padezcan amnesia (Libro i, cap. xiv, p. 5661). Su cura pasa por la flebotomía y el empleo de un
compuesto medicinal formado por vinagre y aceite
de rosas llamado oxyrrhodino, así como las friegas
con algunas plantas medicinales, como el castóreo,
la pimienta, el euforbio o el ojimel, entre otros.
Epilepsia
En la época bizantina se abandona la terminología
morbo sacro asociada a la epilepsia [30] y se la empieza a conocer por este nombre; casi todos los autores reconocen al cerebro como origen de la enfermedad [20].
Oribasio inició esta tendencia, manteniendo su
origen cerebral, pero reconociendo que factores como la luna y los cambios atmosféricos podían influir en el tipo de crisis comiciales que el paciente
presentaba [20] y la posibilidad de que la alteración
del humor flemático pudiera originarla [31]. Distingue, en cuanto a la terapia, la de las convulsiones,
sobre todo con sustancias oleosas, y aquella que se
debe aplicar durante el período intercrítico, sobre
todo con purgantes [14].
Aecio de Amida hizo descripciones referentes a
la epilepsia y, dejando claro que en su génesis siempre está implicado el cerebro, clasificó las crisis en
función del inicio de las convulsiones: cerebro, extremidades o estómago [14,20].
Pablo de Egina aportó interesantes descripciones de las crisis epilépticas. Así, describió el grito
epiléptico y cómo antes de las convulsiones puede
haber palidez facial o movimientos incontrolados
de la lengua. Indicó que la sialorrea puede ser uno
de los síntomas cardinales de una crisis comicial y
la relajación de esfínteres, uno de los acompañantes
[9,14,20]. Añadió los tumores dentro de las posibles
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causas de la epilepsia [31]. Describió asimismo una
entidad compatible con un estatus epiléptico que
llevó a la muerte a su paciente.
Alejandro de Tralles dedica a la epilepsia el capítulo xv completo del Medici libri duodecim. La define como una enfermedad de la cabeza, donde se
origina la capacidad de sentir y el movimiento. Dice
que demuestra que es una enfermedad de la cabeza
el hecho de que los afectados por ella no pueden
oír, ni ver, ni entender, ni acordarse de nada, sino
que yacen privados de todo sentido, como muertos,
y son incapaces de recordar nada después del episodio [14]. Puede originarse en la cabeza, el estómago, las extremidades o en otra parte del cuerpo,
pero siempre termina afectando a la cabeza.
La presenta como una enfermedad provocada
por algún padecimiento de la ‘boca del ventrículo’,
como ocurría con las alteraciones de memoria (Libro vii, cap. iii, p. 318-323). En esta descripción se
ha considerado la interpretación de auras [14,24].
Se dan indicaciones sobre los alimentos beneficiosos para la epilepsia: la leche no es recomendable,
puesto que genera convulsiones y obstruye los nervios. Se recomienda, en cambio, que los epilépticos
beban vino con moderación, tomen pan asado y convenientemente fermentado, hortalizas y, entre las
carnes, se indican las de ave. Entre las plantas medicinales que curan la epilepsia se menciona la decocción de hisopo y la de eneldo, y se recomiendan también los medicamentos purgantes [31] (Libro i, cap.
xv, p. 62-87). Las recomendaciones dietéticas en la
edad infantil son algo diferentes: evitar la leche y dietas ricas en carnes y grasas, y tomar verduras como
el repollo o los puerros, pero no consumir apio [20].
En el capítulo xi, dedicado a la cefalea, se menciona un medicamento llamado errhinum, que es
un nasal, que, además de servir como purgante para
la cabeza, es útil contra las secreciones legañosas y
la epilepsia (Libro i, cap. xi, p. 34-35).
Es en esta entidad en la que, probablemente, en
todo el trabajo de Alejandro de Tralles, su obra se
impregna más de los remedios populares que conoció durante sus viajes [26,31]. Rechaza en su tratamiento la práctica de la trepanación, porque piensa
que sus perjuicios podían ser mayores que sus beneficios potenciales [31].
Cefalea
Los médicos bizantinos respetaron en esencia la clasificación galénica de la cefalea en cephalaia (variante de cephalalgia), cephalea y hemicrania [32].
Así, Oribasio distinguió, también siguiendo las
ideas de Areteo de Capadocia, entre cefaleas agu-
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das y crónicas (esta última debe considerarse como
incurable), y la inflamación de las membranas alrededor del cerebro [8,30]. A propósito del tratamiento, recomendaba compuestos basados en aceite de
rosas, así como el reposo con buen ritmo de sueño
y una dieta apropiada en la que los líquidos, sobre
todo los zumos de frutas [8].
Pablo de Egina describió una curiosa cefalea relacionada con la exposición al calor, en la que había
una asociación con enrojecimiento ocular que recordaba a una cefalea en acúmulos. También señalaba cefaleas producidas por el vino, el frío o los
traumatismos [32]. Este autor mantenía que podía
presentarse una cefalea asociada a padecimientos
sistémicos y otra autoinducida o relacionada con alteraciones del ánimo [8].
Revisemos ahora las referencias a la cefalea del
Medici libri duodecim a partir de los tres tipos principales.
Alejandro dedica a la cephalalgia el capítulo x
del Libro i de su obra. La considera más un síntoma
que una enfermedad y presenta muchas causas potenciales, pero que pueden ocurrir sin etiología
concreta [8]. Buscando una explicación fisiopatológica, propone que las características cálidas o secas
del dolor pueden relacionarse con la alteración de
diferentes humores. La cefalea más vehemente procede de cualidades cálidas, mientras que la que procede de cualidades secas no es vehemente. Cita la
posibilidad de que la cefalea se deba al calor, a la
fiebre, a la ingesta excesiva de vino o a un golpe o
caída que produzca la inflamación de alguna parte
del cuerpo. También propone como causas un daño
hepático o hígado caliente, patología gástrica o un
estómago colmado de humores, así como la abundancia de bilis.
A propósito del tratamiento de la cephalalgia,
Alejandro de Tralles afirma que si los dolores de cabeza van acompañados de sangrado nasal o vómitos, no debe hacerse nada más que mover al enfermo y aplicar la cura: derramar rodomiel –jarabe de
miel y de agua de rosas– por la cabeza, en unos casos solo y en otros acompañado de otro refrigerante, como serpillo, hiedra, agua de rosas o siempreviva mayor. Si los dolores de cabeza provocan insomnio, hay que derramar sobre la cabeza una decocción de camomila, de cabezas de adormidera, hiedra y aceite de rosas, y hay que ungir la frente con
somníferos, como el jugo de lechuga.
Son de especial interés la fisiopatología y el tratamiento de la cephalalgia producida por un traumatismo; así, puede haber una inflamación en las membranas pericraneales y ésta se acompañará en ocasiones de convulsiones y delirios, lo que puede llevar
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V. de Frutos-González, et al
al paciente a la muerte [8]. Para evitar estas grandes
inflamaciones es necesario comenzar la cura con
una flebotomía y después la cura específica de la cabeza, esparciendo sobre toda ella aceite dulce para
que la cabeza, es decir, el origen de los nervios, no
permanezca insensible (Libro i cap. x, p. 16-29).
Por lo que respecta a la cephalea, Alejandro reserva este término para los dolores crónicos, con intervalos libres de dolor, que surgen de causas no importantes. El dolor en ocasiones es intenso y se irradia a los ojos [8]. Los factores desencadenantes de
este dolor pueden ser haber bebido vino puro, un
olor fuerte como el del incienso, el esplendor de la
luz, la inflamación prolongada de las membranas del
cerebro, la obstrucción de los humores o la abundancia de humores crudos y densos. En cuanto a la
cura, hay numerosas posibilidades: si la cephalea
proviene de la abundancia de humores, hay que conseguir expulsar del cuerpo el excedente, bien mediante flebotomías o diversas purgas. Si se debe al
exceso de bilis, hay que bañar la cabeza con oxyrrhodino mencionado en el tratamiento del letargo. Alejandro de Tralles también menciona aquí el errhinum,
citado en la terapia de la epilepsia. Contra los dolores de cabeza prolongados aconseja emplear una
epítema, aplicación de uso tópico similar al emplasto, pero de textura líquida (Libro i, cap. xi, p. 29-37).
El capítulo xii del Libro i del Medici libri duodecim está centrado en la hemicrania. Este cuadro de
dolor de lateralidad alternante se equipara a la heterocrania de Areteo de Capadocia [30] o la hemicrania de Galeno [32] y correspondería a la actual
migraña [8]. Alejandro asocia este cuadro a los síntomas gastrointestinales y propone que deriva del
exceso de bilis. Respecto a su tratamiento, sugiere
la aplicación de friegas en la parte afectada de la cabeza con diversas plantas medicinales usadas individualmente o mezcladas, dependiendo del tipo de
hemicrania: euforbio, mirra, pimienta blanca, etc.
(Libro i, cap. xii, p. 37-42).
Otro tipo de dolor de cabeza diferenciado por
Alejandro de Tralles es el que se produce en el contexto de la phrenitis, un cuadro febril acompañado
por delirio, que sería equiparable a la actualmente
conocida como meningoencefalitis. Todo el cuadro,
según Alejandro, es causado por la bilis que ha producido inflamación del cerebro o de las membranas
del mismo. El delirio es un paso previo y reversible, a
diferencia de la phrenitis, que sería irreversible. Además del delirio, precederían a la phrenitis el insomnio continuo e intenso, los sueños turbulentos, los
olvidos y el pulso débil y duro. Como cura se prescribe la flebotomía, además del empleo de algunas
plantas y compuestos medicinales, como el oxyrrho-
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dino, con el que deberán darse friegas en la cabeza.
Además, se ofrecen algunos consejos propios de los
regimina salutis, tales como un ambiente no muy
denso, ni húmedo, ni frío ni demasiado cálido, bañarse, vigilar la cantidad de alimento ingerido, tomar
determinadas hortalizas –la malva cocida o la lechuga–, determinadas frutas –melocotones, cerezas o
manzanas– e ingerir vino (Libro i, cap. xiii, p. 43-56).
Apoplejía y parálisis
Alejandro de Tralles, Aecio de Amida y Pablo de
Egina coinciden en que apoplejía y la parálisis son,
aunque próximas, dos entidades diferentes [33].
La parálisis es la privación de sensibilidad y movilidad originada por el humor melancólico, pero se
diferencia de la apoplejía en que ésta supone la pérdida de sensibilidad y el movimiento de todo el
cuerpo, acompañada de la pérdida de las principales funciones del alma y que puede acabar en muerte, mientras que en la parálisis sólo ‘muere’ la mitad
del cuerpo o una parte del mismo y se obstruyen
ciertas partículas nerviosas, de manera que el cerebro y la médula espinal pierden la capacidad de
sentir. Entre las partes a las que principalmente
afecta la parálisis se mencionan los ojos y los labios.
Lo fundamental es averiguar qué parte del cuerpo
está afectada, de dónde ha surgido la parálisis y por
qué vértebra o nervio ha sido recibida. Como cura
se propone una flebotomía moderada, además del
empleo de ciertas plantas medicinales mezcladas,
como la coloquíntida, el euforbio, la tisana o la
goma arábiga (Libro i, cap. xvi, p. 87-98).
En conclusión, esperamos que este recorrido sirva
como resumen de la obra de los médicos bizantinos, así como de la consideración que en ella hacían
a la diversa patología neurológica.
Centrándonos en el Medici libri duodecim de
Alejandro de Tralles, en sus abundantes referencias
a enfermedades neurológicas, encontramos, además de una compilación del saber clásico, originales aportaciones acerca de la naturaleza o el tratamiento de algunas de estas enfermedades.
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Neurology in Byzantine medicine. An analysis of Alexander of Tralles’ Medici libri duodecim
Introduction. Byzantium continued Greek and Roman habit of texts compilation, and so, preserved medical knowledge. In
addition, assimilating the influence of Monastic and Arabic medicine, Byzantine physicians transmitted original contributions
including references to neurological diseases. Alexander of Tralles was one of major exponents of Byzantine medicine. He
received his early medical training with his father, and in extensive travels, gathered medical knowledge and experience.
Aim. Medici libri duodecim is a treatise on pathology and therapeutics of internal diseases, in twelve books. It comprises views
from observation of different diseases. Its influence was prolonged and it was translated and edited until Renaissance. We
analyze grecolatin edition by Henricum Petrum (1556), with special interest in neurological disease citations.
Development. First of twelve books is dedicated to head and brain diseases. When considering headache, he classifies
them, following Aretaeus of Cappadocia, in cephalalgia, cephalea and hemicrania, suggesting different pathogenic mechanisms
and therapies. Headache is included among symptoms conducting, as well as memory or sleep disturbances, to delirium.
Medici libri duodecim considers memory complaints among systemic diseases, mainly with cardiac involvement. Alexander
distinguishes between paralysis (privation of sensibility and mobility concerning half of the body), and apoplexy (including
main soul functions loss, even conducting to death). Regarding epilepsy, Medici libri duodecim considers that its origin can
be outside the head, mainly in the stomach, and offers us descriptions of epileptic auras.
Conclusion. Analysis of Alexander of Tralles’ Medici libri duodecim shows how byzantine physicians understood neurological
diseases. Therapeutics was based on venesection, medicinal plants and avoidance of noxious substances.
Key words. Alexander of Tralles. Apoplexy. Byzantine medicine. Epilepsy. Headache. Therapeutics.
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