Página asesina Trini Rodríguez El fallecimiento, aparentemente fortuito y sin rastro alguno de violencia de varios vecinos, ha puesto en alerta a la pequeña población de Tain, en las tierras altas de Escocia. En los corrillos, desde hace meses se comentaba la apertura de la librería de la Sra. Wallace como única novedad, y ahora, se multiplican conjeturas sobre la causa de las muertes. A pesar de la evidente normalidad, el detective Murray, intuye una serie de homicidios, y desgrana, una y otra vez, los informes del forense buscando un vínculo. Los muertos no tienen en común edad ni sexo. Igualmente aparece un cadáver en su vivienda, como en un parque o jardín. Ni siquiera hay una correspondencia geográfica ni temporal que aporte alguna pista. No ha habido robo ni uso de fuerza en que basar su hipótesis. Tan solo una coincidencia: a todos les sorprendió la muerte leyendo, y a las tres de la tarde. El Sr. Murray, repiquetea con los dedos sobre su mesa mientras siente que algo se le escapa. Desde su ventana mira el escaparate de la librería. Un llamativo cartel recomienda, una semana más, leer a Cortázar. Es la hora del almuerzo, la Sra. Wallace cierra la tienda. Como cada día la ve alejarse en dirección a casa. Siempre lleva algún libro en las manos y aún en días nublados, usa gafas de sol. Las primeras horas de la tarde son siniestras en Tain. La gente camina con recelo, temerosa de encontrar un cadáver en cualquier esquina. En el preciso instante en que suenan las tres en el reloj de la iglesia, la ciudad entera retiene el aliento. Impera el silencio, y al minuto siguiente, la calle vuelve a la vida en un suspiro unánime. El detective, agradece a la muerte un día de tregua y sale a dar un paseo que clarifique su teoría. A eso de las cuatro, se encuentra con su vecina que vuelve a abrir la tienda. Le parece cansada y se ofrece a ayudarla. En el interior, una pancarta a medio enrollar anuncia un cambio de negocio. Sorprendido, pregunta a la Sra. Wallace si piensa cerrar la librería. —Así es —contesta la mujer retirándose las gafas—, la colgaré mañana, pero créame, será lo mejor. Y continúa. —Mi marido empieza su lectura segundos antes de las tres, y hoy, se ha quedado a vuelta de página. El Sr. Murray, estampa en el suelo su hipótesis y clava los cinco sentidos en aquellos ojos, cubiertos de hematomas, donde se confunde el rojo con azules o amarillos.