Cómo sobrevivir a la Navidad por Manuel Torres y Mila Leoz responsables del Centro de Psicología Ética Desde el dramático periplo de Chencho en “La gran familia”, aquella película tardofranquista de ternura indigesta, hasta el aquelarre megaconsumista de hoy día, habrá que admitir que la Navidad se ha pasado un poco de frenada. Con todo, lo más sorprendente de esta fiesta global es que, a la vez que impone felicidad y dispendio por decreto-ley, para muchas personas es un castigo que las empuja al rincón de la tristeza y la melancolía. La Navidad tiene esa faceta ambivalente. Por un lado, debemos sentirnos alegres, compartir generosidad, dar limosna a un mendigo, comprar y recibir regalos o engullir turrón como si no hubiera un mañana. Por el otro, están los que aplauden el final de este jolgorio desmedido. Pero cabe añadir otra singularidad. Aunque hay quienes creen que el belén es una colección de figuritas sobre un decorado inverosímil, el origen de la Navidad tiene un sentido netamente religioso al solemnizar el nacimiento de Jesucristo (a decir verdad, fue la Iglesia la que hizo coincidir estas fechas con la Saturnalia romana, hito que marcaba el solsticio de invierno, hasta que el emperador Justiniano la convirtió en festividad cívica. Lo más probable es que Cristo naciera en otoño). En todo caso, lo relevante es que los creyentes suelen ser menos propensos a la tristeza al rechazar la banalización de esta celebración. Y no es mal antídoto, es evidente que el excesivo consumismo no procura la felicidad. En alguna medida, casi todos sentimos nostalgia en Navidad. Lo que no es tan normal es que esta tristeza adquiera dimensiones que se perpetúen en el tiempo, interfiera en las actividades diarias, altere las horas de sueño, los hábitos alimentarios e incluso inhiba el deseo de vivir. En ese caso, podríamos estar hablando de depresión, cuya salida sólo debe abordarse con ayuda especializada. Pero, afortunadamente, este extremo es infrecuente. Por el contrario, la mayor parte de la gente tiene los medios necesarios para sobreponerse ante la adversidad. Es cierto que a nadie se le enseña a lidiar con sus sentimientos negativos, no existe materia en ningún nivel de la educación que nos adiestre sobre cómo sobreponernos a la tristeza, pero sí poseemos una capacidad innata para afrontar muchos problemas cotidianos. Además del significado religioso, la Navidad es la fiesta por excelencia para regalar y recibir regalos. Ir de compras disminuye la aflicción ya que libera adrenalina y serotonina, sustancias que vitalizan el estado de ánimo y, al estar ocupados en esta actividad estimulante, se reduce el tiempo de exposición al desánimo. Regalar y regalarse, sin caer en el exceso, es sano. Otra cosa muy distinta es pretender quitarse las penas quemando la tarjeta de crédito. Por qué la Navidad produce a veces tristeza En principio, hay una base cultural que vincula a estas fiestas con este estado de ánimo. La estación del año en la que se desarrolla, el invierno, invita a ello. Los cuentos de Navidad, de honda raigambre occidental, evocan, por ejemplo, una tristeza bucólica propiciada por el frío, la nieve y la pobreza, aunque luego acaben en una moraleja jubilosa. Otro caso singular es el del tradicional anuncio de la Lotería, al recrear siempre una atmósfera más próxima al melodrama lacrimógeno que a la buena suerte (el de este año ha sido de un patetismo casi cómico). Desde un enfoque psicológico, estas fechas son propensas a ocasionar desórdenes anímicos acompañados de nostalgia. La Navidad es una época que, de un modo u otro, enlaza con el pasado. Casi todo el mundo guarda un nexo umbilical con ciertos vestigios de la infancia. Hay, por tanto, una regresión a ese período pretérito donde la familia, los adornos, los regalos de Reyes o el belén nos devuelven a un espacio protector no sujeto a responsabilidades ni a obligaciones y que muchos adultos asimilan como añoranza, esto es, el recuerdo de un tiempo tan venturoso como irrecuperable. Asimismo, resucita vivencias con seres queridos que ya no están entre nosotros, bien porque han fallecido, bien porque están lejos; matrimonios que han acabado en ruptura; la pérdida de un puesto de trabajo, algo común con el lastre de la crisis; o la soledad. Todo eso nos hace regresar a un tiempo feliz ya desvanecido que, al igual que un proceso de duelo, hay personas más proclives a padecerlo y más refractarias a superarlo. Por otro lado, vivimos una era en la que la trivialidad impera en muchos aspectos de nuestra vida. Colonizados por la publicidad y el consumismo compulsivo, parece urgir la necesidad de ser felices o devorar la vida con intensidad competitiva, lo que suele provocar una mezcla de ilusión y frustración, dependiendo de lo que cada cual se imponga como expectativa. Algunos consejos para aliviar la tristeza navideña La Navidad es una fiesta en la que todo se magnifica, desde las celebraciones familiares hasta los sentimientos, esto hace que muchas personas caigan en un estado de ánimo que es el contrapuesto al esperado. Para evitar este malestar, lo mejor es un buen ejercicio de mesura, de reducir el nivel de exigencias. Aunque este año quizá el límite a tanto derroche venga impuesto por la pérdida de ingresos y el desempleo, más que por un propósito de enmienda. Debemos pensar en lo fundamental, en buscar esos momentos de encuentro con serenidad, en disfrutar de lo que tenemos y de los que tenemos a nuestro lado, pareja, familia, amigos, y recordar que la felicidad no tiene que estar asociada a la cantidad ni a la calidad de los regalos, y mucho menos al presupuesto de que dispongamos. La mejor medida: no plantearse metas inalcanzables, ignorar esos sueños absurdos que dicta la batería de anuncios navideños con la que nos bombardean, y tratar de encontrar un camino más sencillo para lograr nuestros objetivos. Nadie puede tenerlo todo, hay que ser realistas y admitir que las tristezas y las alegrías son parte consustancial de nuestras vidas. Un buen consejo es hacer todo aquello que, dentro de lo posible, procure bienestar y aprender a compartirlo. Agobiarse por eso que nos deprime, sólo contribuirá a que la tristeza se agudice y prolongue en el tiempo. Por el contrario, gracias a un estado de ánimo positivo nuestra capacidad para pensar con flexibilidad y complejidad aumenta, haciendo más fácil encontrar soluciones a problemas de toda índole. Y, desde luego, tomémonos la vida con amor y con humor. Con amor para comprenderla y con humor para soportarla. En el fondo, el humor nos permite ser conscientes de la relatividad de las cosas. De ese modo, la Navidad podrá ser importante, pero nunca trascendente.