HIPOLITO YRIGOYEN EL PRECURSOR EN 204 AÑOS DE VIDA INDEPENDIENTE, LA ARGENTINA HA SIDO GOBERNADA SOLAMENTE 38 AÑOS POR LAS MAYORÍAS POPULARES, Y 166 POR LAS MINORÍAS COMO LA QUE NOS ASISTE, DESVERGONZADAS, INÚTILES Y FRAUDULENTAS. COMENZANDO POR EL AFAMADO 25 DE MAYO DE 1810, DONDE UN MUNICIPIO LE IMPONE SU VOLUNTAD A UN VIRREINATO, TAL VEZ EL MÁS EXTENSO DEL IMPERIO ESPAÑOL, Y ARMA UN EJÉRCITO PUNITIVO QUE IMPONDRÁ, A SANGRE Y FUEGO, LA IDEA QUE NADIE CONOCE: LLEGAR CUANTO ANTES AL POTOSÍ Y ALZARSE CON LA PLATA Y EL ORO ACUÑADO, QUE NO ES DE ESPAÑA, MENOS DEL RÍO DE LA PLATA: ES DE INGLATERRA. EL MAGNO LINIERS, ES EL ÚNICO QUE SE HA DADO CUENTA, Y LO HACEN ASESINAR POR SOLDADOS INGLESES, DERROTADOS POR ÉL TRES AÑOS ATRÁS. LA PRIMERA PARTE AÑO 30: PROBLEMÁTICO Y FEBRIL UN ATENTADO CON UN SOBRE TAMAÑO OFICIO S e acerca el automóvil oficial que, por precaución, no tiene número. Yrigoyen sube con su médico. Maneja un policía, a cuyo lado se instala un comisario. Detrás de este automóvil, está el coche de custodia, ocupado por tres policías. A la vista de un número considerable de personas, el coche arranca con marcha lenta. Desde lejos, los postulantes que lo han ido a conocer para pedirle un empleo o una dádiva, lo ven partir desilusionados; y los admiradores, con ternura. Y todos lamentan las exageradas precauciones policiales que, como siempre, alejan del pueblo al Presidente, porque los Presidentes de esta Colonia Próspera siempre están lejos de lo que está cerca y siempre están cerca de lo que esta lejos. No habría andado el coche cien metros, cuando, a mitad de la cuadra, un sujeto, sin sombrero, con el pelo revuelto, muy nervioso salta desde un zaguán hacia la acera y luego hacia el coche presidencial. Dijeron que llevaba un revólver en la mano derecha, que le tiembla, y cuentan que hace fuego. Instantáneamente, se oyen, como ecos, otros tiros que provienen de distintas partes. Son los policías que van detrás, en el coche de custodia, el comisario que acompaña al Presidente y algunos transeúntes, que acribillan a balazos al criminal. Llevan el muerto a la comisaría próxima. Yrigoyen, que ha subido a un taxi, llega a la comisaría. Ve al hombre que intentó asesinarle: un infeliz. Lo mira con lágrimas en los ojos, y balbucea lamentando sobremanera su muerte, y finalmente exclama: "¡Y yo que nunca hice mal a nadie!" Luego va al hospital en donde están los dos policías heridos. Y de allí a la Casa de Gobierno. La noticia ya ha circulado por toda la ciudad. Han sonado las sirenas de los grandes diarios. Las radios se han interrumpido para hacerla conocer. Cuando el Presidente llega a la Casa de Gobierno, una multitud lo aplaude, lo vitorea y canta el Himno Nacional. Por el Paseo Colón, desfiles incesantes dan ¡vivas! a Yrigoyen que, en una de esas oportunidades, sale al balcón y saluda con la mano en un gesto sencillo y cordial. Pero Hipólito Yrigoyen se ha derrumbado. Golpe más tremendo no han podido asestarle sus propios correligionarios (que se hacen llamar antipersonalistas, proviniendo ellos de un partido político de raigambre personalista, dentro de un país con tradición personalista), en alianzas espurias con los demócratas y los socialistas (cuyo 50% formaría, en 1935, el Partido Comunista y un 100% de los cuadros de la Masonería en su nueva casa de Callao 1242, donde aún tiene hoy su sede), que ya en aquel entonces, manejados por los hermanitos Ghioldi (aunque detrás del telón negro se ve la punta de unos zapatos: son del Gordo Codovila, hoy enterrado en la Plaza Roja de Moscú, donde reposan los Héroes de la Revolución), no se sabía lo que eran y tampoco qué debían ser. Yrigoyen tiene la certeza de no haber hecho nunca mal a nadie, ni a sus propios enemigos. ¡Y he aquí que un fanático ha querido asesinarle, según lo informa la policía en manos de los radicales! Su inteligencia empieza a nublarse. Tiene 80 años, se siente solo, abandonado de todos. En realidad lo está. Ya no tiene confianza en casi nadie. Recibe sin emoción ni interés las adhesiones de sus partidarios y las protestas por el atentado, porque presiente la falsía de aquellas cartas protocolares. El revólver, que no apareció nunca, no le ha herido en la carne pero sí en el alma. En su alma del varón, de irreductible optimismo que mostró como blasón toda su vida, siente entrar el pesimismo en su corazón. Más luego, cuando la mentira se hace insostenible, se dice que no hubo tal atentado. Cierto que el sujeto, motivador de aquel entresijo, fue anarquista en el tiempo de sus mocedades, pero hacía varios años que había abandonado sus ideas de energúmeno. Era bien considerado. Y finalmente se conoce la verdad: parece que este sujeto llevaba en la mano, no un revólver, sino una carta para el presidente, en la que los enfermos de cierto hospital le pedían que hiciera reponer a un médico injustamente exonerado por radicales de su partido. Pero Yrigoyen nada sabe de este error policial, ni de que sus correligionarios andan echando médicos de los hospitales, si fue un error …porque confundir un sobre blanco tipo oficio con un revólver calibre .38 de color negro…es raro… más si se sabe que el Jefe de Policía era otro radical. Y para que parezca más real el sainete, los radicales de la Policía han herido a tres agentes de la custodia que son hospitalizados. No habría un hombre que se atreviera a contarle esta barbaridad al Presidente: ni en aquel ayer, ni hoy. “Recelan, los que le rodean, su enojo terrible. Temen, acaso, hacerle sufrir aún más”, diría Félix Luna que siempre tuvo aire mistongo, pareciendo perennemente de buenito, en un tema tan delicado que exige la verdad, y no las excusas. Es que a ese Jefe de Policía lo ha elegido el propio Yrigoyen. Y a sus cófrades, delincuentes disfrazados de policías, los ha elegido el amigo. No hay culpas que echar a nadie. Silencio. Son cosas que no debe saber la chusma. UNA MOVIDA ESPECTACULAR Aquellos primeros meses de 1930 se inicia una monumental movida de prensa que muestra a Hipólito Yrigoyen en el umbral de la decrepitud, cuando por las fotografías de la época, el Radical es un partido de decrépitos, que hoy mismo el lector los puede ver en fotografías antañonas que me impiden mentir. Mas he aquí que los de esta camándula, han encontrado un decrépito más grande que todos los demás decrépitos y tiene nombre: Yrigoyen. ¿Y el resto? Son mozuelos de galera, guantes, bastón y olor a árnica homeopática. Es la senectud que transita. Una vez un Capitán me reconvino: “Cuidado con lo que dice. Esa era gente de la Generación del 80”. ¿No me habrá querido decir de la Degeneración del 80? Como soy artillero, los cañonazos me dejaron medio sordo. No oigo bien, pero amo a la Artillería. Dicen los pasillos, viaductos de haraganes vinchucas y mediocres, que en don Hipólito ha comenzado su obra siniestra la arterioesclerosis. ¿Se habrá advertido el reblandecimiento? Nada se sabe con certeza porque todo proviene de la usina de las viejas sanguijuelas, chismosos radicales. El caso es que él divaga ante sus visitantes, que dice frases sin relación con el tema de que se habla, o será que no la puede ver ni dibujada a la cáfila de inservibles que le visitan. Distribuye cátedras entre las mujeres que van a verlo, todas señoras gordas, de sombrero y tul, sin averiguarles sus títulos ni sus aptitudes, porque no tienen lo uno ni lo otro, sino que son viejas machorras. Su afición a lo femenino cobra aspectos morbosos, parecería el triste resultado de la senilidad. Su egolatría le ridiculiza, si bien mucho de lo que se cuenta es falso, porque en las investigaciones no se han podido verificar. Sonríe cuando una de sus visitantes, antigua picadora de cebollas, a una pregunta suya, le contesta al límite de la obsecuencia infantil: que el primer filósofo del mundo, después de Cristo, es Hipólito Yrigoyen; pero en esta sonrisa no debe verse asentimiento sino comprensión de lo que él considera una gentileza interesada y una expresión arrancada del seno de una tilinga que no ha tomado su átomo desinflamante. Yrigoyen está abrumado por las noticias sobre el petróleo que le han ido haciendo llegar los Generales Mosconi y de Baldrich. Es este un problema de extrema seriedad, y las señoras gordas vestidas de negro, con tules, polleras hasta el piso, sombreros y cachetes coloreados y labios carmesí, y sus acompañantes canosos de polainas, galera y bastón, con olor a linimento, quieren que le contesten acertadamente la imbecilidad que acaban de preguntarle. Teme ser asesinado. Recorre escoltado por numerosos policías y precedido y seguido por una escolta de automóviles, las calles que corren entre su casa y el Palacio de Gobierno. ¿Será que finalmente don Hipólito se ha dado cuenta de la gente que le rodea? Don Leandro Além, héroe de Curupaity, cuando se dio cuenta de la mesnada seguidora, se fue a la pieza de al lado y se pegó un tiro, para no verlos más. ¿Y con esta gente piensa hacer una revolución? ¿Servirá alguno para hacer cierto mandado: comprar una yerba Salus o un paquete de Fontanares en el almacén vecino, o bicarbonato en la Botica de al lado, amasar unos ñoquis los domingos? No sé. Aunque don Hipólito tiene sus ñoquis. En las inmediaciones de su domicilio, hasta tres cuadras de distancia, nadie puede pararse a mirar una vidriera ni a conversar con un amigo. Es tan grande su miedo que no puede ocultarlo ante los visitantes. Un día en que su inteligencia está turbada, le exige a un eminente universitario que no tenía audiencia y que ha entrado, en misión oficial, con el Rector de la Universidad, permanecer ante él sentado de espaldas y colocar sus manos sobre la mesa. Después de lo ocurrido con la Reforma Universitaria en 1918 en Córdoba (varias veces condenada por la Iglesia Católica), y sabiendo que el incendiario Telémaco Susini con Francisco de la Torre en nombre de la democracia, andan sueltos, resulta que don Hipólito, El Peludo, termina siendo una buena persona. Debió esperarlos con una ametralladora y un lanzallamas. Recibe a muy poca gente. En la amansadora se gastan los asientos con el peso de los que esperan horas y horas. Casi ninguna persona importante o chanfaina logra llegar hasta el Presidente. Los mismos ministros ya no son recibidos. Uno de ellos, que consigue hablar con él en uno de los últimos días de febrero, no le verá ya sino en las vísperas de la revolución de Septiembre. ¡Es que la Patria es tan pródiga y hermosa, que no necesita de estos mequetrefes para funcionar y ser una gran Nación! Los secuestradores del Presidente sólo le dejan hablar con mujeres y con alguno que otro de sus fieles, que después, radicalmente, va y cuenta lo que ha hablado con él. Don Hipólito lo sabe de estos correvediles, y le duele. Las raras personas que entran en el despacho presidencial, en esos meses de 1930, salen entristecidas al ver la decadencia de un noble espíritu y alarmadas por los gravísimos tiempos que el estado del Presidente anuncia para la Patria. Es decir: los radicales están preocupados por la Patria. No por el estipendio ni por el puestito. Un verdadera novedad. Los enemigos de Yrigoyen tienen resuelta la revolución desde hace unos meses. El partido político del diálogo (como se distinguen a sí mismos, sin rubor, y lo repetía Balbín, El Predicador), busca siempre el quiebre institucional para imponer sus ideas. Es una paradoja la de esta gente. En octubre del año anterior ya conspiraba el general Uriburu, un radical de viejo cuño y no un fascista como lo inventaron los periodistas semianalfabetos que tenemos, y que él mismo usó para cubrir sus antecedentes radicales. Las empresas de petróleo, que pierden al año muchos millones de pesos por la política petrolífera de Yrigoyen (porque no pueden girar al exterior sus ganancias e invertirlas en su país de origen: bella arquitectura montada por Mosconi), política orientada en sentido nacionalista (los nacionalistas que tenía el radicalismo se fugaron a FORJA y no volvieron más). Esas empresas, aliadas con los radicales y socialistas comunistoides, han decidido voltear al enemigo común y han contribuido con mucho dinero para sobornar y pervertir, comprar armas, explosivos y conciencias. LOS HOMBRES DEL RÉGIMEN Los hombres del Régimen, conservadores a ultranza, mitristas de viejo cuño, alvearistas de la primera hora y timoratos por definición, rascabuches y vivillos por doquier, no se adhieren todavía al movimiento, salvo excepciones individuales. Los antipersonalistas (los alvearistas, o sea los radicales como los de hoy), que le habían tomado el gustito al poder, al boato y a la prebenda con esplendidez, querían recuperarla, y por ello son fervientes revolucionarios (el radicalismo siempre a la cabeza o a la cola de todo golpe de estado, que los haga usufructuar del puestito público o que les facilite su negocio, como el caso de las petroleras y los medios de transporte, por eso Justo, que los conocía de la Masonería, llegó a ser un Dios). En toda la Nación había 83.000 cargos públicos que cubrir. En 1930, con Uriburu los radicales ocuparon el 88% de esos cargos. En 1955, con Aramburu, el 80%; con Onganía y Levingston el 70%; con Lanusse 72%; y en 1976, con Videla que era radical e hijo de un caudillo radical de Mercedes, Provincia de Buenos Aires, el 77%. ¿Y el promedio? El 76%. Luego, en los gobiernos de facto, denostados por el radicalismo, de cada 10 empleados, 8 eran radicales. Maravilloso: y estos son los que sentaron en el banquillo de los acusados a los militares. ¡Un momento!, pide el bastonero socarrón…¿y los militares ovejunos se dejaron sentar? Sí, y entregaron una Nación Victoriosa y un Ejército Vencedor, a los vencidos que estaban en su gran mayoría prófugos con pedido de captura por ser asesinos de alta peligrosidad. EL ORIGEN DE ESTOS HOMBRES ¿Cuánto tiempo gobernó el radicalismo a nombre de… durante el Siglo XX? Esto no se llama camándula, sino ductilidad o plasticidad de conciencia. Entonces cabe preguntarse: ¿quién hizo las revoluciones y para quiénes las hizo? Sus Jefes: Uriburu (el fascista o nazi del periodismo mendicante), era un viejo radical dos veces Diputado Nacional por Salta por el radicalismo; Aramburu y Rojas, de viejas familias de origen radical de Santiago del Estero, manos derechas de los Castiglione propietarios del diario “El liberal” que los inició en la Masonería, y casados con mujeres perteneciente a viejos hogares radicales; Videla, hijo del Teniente Coronel Videla, largos años de caudillo radical en Mercedes, Provincia de Buenos Aires. Con un Balbín, que siendo Jefe de la Bancada Radical hizo votar lo del Banco Central que traía en el portafolio Sir Otto Neyemer, Federico Pinedo y Raúl Prebisch (los asesores en Economía de Aramburu en 1956, plena Involución Libertadora). Y esto sigue… la Involución Libertadora… con Alsogaray, y otros caminos… Krieger Vasena (que se llama Adalbert y no Ciriaco como los criollos), los hermanitos Alemann. Y la obra cumbre: Martínez de Hoz… presentado a la Junta Militar por Monseñor Tortolo de la Iglesia Católica. Un ramillete de ortigas purulentas. LENTAMENTE VAN PASANDO DEL DICHO AL HECHO Las clases distinguidas, desalojadas del gobierno por el Radicalismo, se convierten en propagandistas del movimiento en gestación. Es lo que le dará “lustre” al movimiento, porque Uriburu, el “llamador”, pertenece a esas clases ilustres. No es “un chinito cualquiera”. Y se hará amigo de Lisandro de la Torre, un viejo contrabandista, ladrón y estafador que la prensa ha llamado estanciero (con todo hipotecado): cuando lo van a descubrir este patriota se suicida y pasa inmaculado a la santidad del procerato. Yrigoyen y los radicales hacen lo posible por justificarlo, pero sin pedir que resucite. La Cámara de Diputados, en la que Yrigoyen cuenta con ochenta y cinco votos, sobre ciento cincuenta y ocho, aún no ha aprobado, en enero, el presupuesto para el año en ejercicio: es el boicot de los “antipersonalistas” o “alvearistas”, que junto con los socialistas y conservadores “modelo Fresco” le harán la vida imposible como en el período 1916-1922. En San Juan, en donde se cometen, por parte de la intervención federal, toda clase de tropelías, es asesinado un opositor importante, persona de prestigio local: pero resulta que “el agresor” actuó en defensa propia, porque el cogotudo la quiso jugar de taita y lo madrugaron en la partida. El Juez lo deja en libertad. Afuera una turba lo felicita… En Mendoza se ha metido en la cárcel a directores de diarios adversos y a otros hombres conspicuos por publicar noticias alarmantes y falsas: actos de verdadero terrorismo psicológico para tener a la opinión pública en vilo. En Lincoln, ciudad de la provincia de Buenos Aires, una manifestación conservadora es baleada por la policía: iban a tomar la casa de Gobierno (No son de Lincoln los agresores: son de Santa Fe). Pero hay un muerto, aunque después se supo que lo mataron por una cuestión de polleras y despecho. Quiso mezclar las cosas del corazón con la política: lo despacharon sin franqueo. Yrigoyen nada hace para remediar la crisis que empieza, ni la baja del peso, que va cayendo no por la ineptitud de Yrigoyen, sino por la estrepitosa caída de la bolsa de Wall Street en Nueva York que arrastró mundialmente a las economías nacionales. Pero aquí los radicales y socialistas del “contubernio” le echan la culpa a Yrigoyen, que es mucho más fácil, y la gleba no entiende de economía mundial. En un país donde está de moda el tango “Dónde hay un mango, viejo Gómez”, los radicales están preocupados por el mango. Nadie lo tiene…pero eso sí: que tenga valor. Hace unos días hablaba con un radical en la calle y me decía: “Nosotros no somos liberales. Somos de centro izquierda”. Y digo yo: pero del inodoro, centro izquierda, está el bidet. ¿Los radicales son bidet? ¿O se comportan como un bidet o hacen el trabajo de él? Tendrían que aclarar esto…Después la gente se confunde… Se enojan por mis chascarrillos. En verdad: los radicales son amargos. Y además yeta, como les decía Perón. Los diarios opositores aprovechan hábilmente la situación. Hacen saber, en medio de escandalosos aspavientos, que un hermano de Cantoni, un ex gobernador de San Juan, ha cumplido un año de cárcel (por ebriedad, otras intoxicaciones y desórdenes). Explotan su único muerto en Lincoln y sus heridos, trayéndolos a Buenos Aires, descendiéndolos en la estación Constitución, en medio de una multitud lacrimógena, tapados con sábanas manchadas con sangre. No le dicen a la gente qué andaban haciendo los santafesinos en Lincoln. Uno de esos diarios publica un mapa de la República, en el que varias provincias tienen manchas de sangre que Yrigoyen intenta en vano lavar. Se trata de Crítica cuyo propietario es Botana que andará perorando hasta la Involución Libertadora que lo hará prócer. Ese mismo diario, que tanto contribuyera a la exaltación de Yrigoyen con versos en su honor, ahora publica versos injuriosos para él. Otro diario, el de los Mitre, ambivalente como su creador, el General Periodista, encabeza cada número con esta frase, en grandes letras que ocupan todo lo ancho de la página: "¡Abajo la tiranía sangrienta!" En realidad todos los gobiernos son, para los Mitre, tiranías sangrientas: con excepción de la de los Mitre, en donde los degollados, por ejemplo el Chacho Peñaloza, ya vienen con la curita incorporada y disimulan el tajo. A Perón, por ejemplo, le enjaretaron lo de “Tirano sangriento” que duró muchos años. Mitre aparte: escribía poesías. Sonetos. Junto con el tuerto Echeverría y los Varela hacían endechas. La campaña periodística cobra caracteres de exagerada violencia. Un diputado publica un artículo al que titula "La agonía del monstruo", en el que llama "cocodrilo sanguinario" al Presidente de la República. Cuando el único fabricante de cocodrilos ha sido el radicalismo: ¿o cómo se llama a un Balbín que mató a tiros por la espalda al Gobernador Lencinas, y lo remató con tiros en la cabeza en las vías de la estación Mendoza del FC General San Martín; o un Tróccoli en comandita con Alfonsín y Pugliese para cortarle las manos a Perón? Troccoli, radical de toda la vida, tenía una llave del panteón que se la entregó el Juez. Cuando le allanaron el despacho el Juez encontró 17 llaves en poder de Tróccoli. Las llaves tenían crías. Recuerdo, de paso, que alrededor de las manos de Perón y en los días inmediato posteriores hubo 18 asesinados, que nadie sabe por qué los mataron. Hasta un linyera borracho que dormía en el cementerio, fue pasado a degüello. ¿Habrá visto algo este pobre hombre? Los diarios recuerdan los cesantes que se suicidaron (en un país donde el índice de suicidios ha sido siempre alto…ahora se preocupan los radicales por los que se han suicidado), la paralización administrativa, la venta de empleos, las arbitrariedades en el ejército, los nombres de los quince asesinados por las policías en diversos lugares del país, la detención de senadores, las hazañas del Klan (Klan era el nombre que se le daba a esta organización radical, de comportamiento parecido al masónico Ku-Kux-Klan norteamericano), el atentado contra Federico Cantoni. Han encontrado una palabra de extraordinaria eficacia para calificar lo que ellos llaman la obsecuencia de los diputados radicales: llámanles "los genuflexos". Un diario los insulta así: "los ochenta y cinco lustrabotas del señor Yrigoyen". Estas denostaciones eran producidas porque esos diputados cumplían con su palabra empeñada en el Partido y al asumir su banca ante sus electores. A estas añagazas los radicales le llaman política. SE VIENEN LAS ELECCIONES: WATERLOO DEL PELUDO Los partidos se aprestan para las elecciones del dos de marzo, de diputados nacionales. Los opositores, salvo el socialismo tradicional, votarán por los socialistas independientes (El Partido Socialista y el Comunista de la Argentina, son los dos únicos partidos, Socialista y Comunista, que no tienen obreros; sus integrantes son intelectuales, empleados públicos desertores de otros partidos, parásitos: digamos, todos vinchucas y cagatintas). Este partido cuenta, por entonces, con alguna fuerza popular. Pero su importancia reside en el grupo de hombres que lo dirigen, algunos de los cuales son diputados (el Socialismo no tiene Trabajadores en las Cámaras). Esa media docena de hombres jóvenes, cultos, inteligentes, audaces, hábiles oradores, ejerce una gran influencia en la opinión pública que se deja influenciar por los botarates. Hasta los conservadores, los aristócratas y muchos católicos van a votar por estos socialistas, masones desteñidos, cuyos jefes serán pronto, si no lo son ya, los Millerand y los Briand de la política argentina. El partido Socialista Independiente ha pedido cien mil pesos para vencer al gobierno, y los ricos y las empresas extranjeras se desprenden gustosamente de su dinero para contribuir a la derrota del odiado Yrigoyen. Años después, en vez de organizar estas estafas a gran escala, fabricarían bombas, asesinarían y secuestrarían, y serían llamados “Jóvenes idealistas”. ¿La verdad? Una maravilla. En un ambiente de exaltación tremenda, que recuerda a aquellas elecciones en los tiempos de Adolfo Alsina y de Mitre, aunque el Fraude Patriótico no se les queda atrás, se realizan los comicios del dos de marzo. Yrigoyen vota muy temprano, rodeado de policías. Triunfa la oposición. Ciento nueve mil votos tienen los socialistas independientes y ochenta y dos mil los "personalistas". Waterloo del Radicalismo auténtico. Después de diez y seis años, es derrotado Yrigoyen por los tilingos de la Capital. Un diario publica este dibujo: Juan Pueblo -humanización de la Argentina, como Mariana lo es de Francia, y el Tío Sam de los Estados Unidos-, sale de lo interior de una urna con un garrote y arroja de ella a los genuflexos. ¡Pobre Pueblo Argentino!, para derrotar a Yrigoyen, todo los partidos, menos el Socialista, han debido unirse, aceptar la contribución del capitalismo extranjero que los usa de lampazo, y calumniar al singular "dictador", que se deja decir horrores por cualquiera. ¡Pobre Pueblo Argentino!, que reemplazará a los genuflexos por socialistas: salen de la sartén radical para caer en la hornalla socialista. Cabe recordar aquí que los Comunistas estaban encriptados dentro de las huestes socialistas: por ejemplo Arturo Frondizi era Abogado del Socorro Rojo Internacional, mientras que Chavero (Atahualpa Yupanqui) era el animador de las “fiestitas” comunistas, los hermanitos de Frondizi, sumamente virulentos, eran también de la fiestita. Después sin ambages se pasarían al radicalismo con forma de mondongo hervido, para luchar contra el otro tirano sangriento. ¿Y Stalin? No ese era un buen hombre, comprensivo y muy humano. Pero el triunfo opositor en la Capital no perjudica al Radicalismo, que, como ha tenido la mayoría en algunas provincias y primera minoría en otras, aumenta hasta ciento uno el número de sus diputados. El triunfo opositor en la Capital, por veintisiete mil votos y sin el menor fraude, muestra que Yrigoyen deja libertad para votar...y que a veces parece que más quiere irse que quedarse. Con unas cuantas elecciones análogas -en Córdoba, la albóndiga embrujada, también triunfan los enemigos del Radicalismo pocas semanas después-, la oposición se hubiera adueñado de la mayoría del Congreso. Yrigoyen se habría visto obligado a cambiar de hombres y de métodos y gobernar mejor; o entregar el poder al Vicepresidente. Pero sus enemigos no tienen interés en que Yrigoyen gobierne mejor ni que entre a gobernar el vice, que es también radical. Ellos -conservadores, las clases distinguidas, las empresas extranjeras que quieren girar dividendos al exterior y no los dejan-, quieren recuperar lo que han perdido (plata, el puestito, el boato, mujeres, autos y, repito, mucha plata), y arrojar para siempre del gobierno a cierta gente del Partido Radical (no todo: hay “radicales decentes”- dicen-, aunque pocos; los únicos decentes son ellos), digamos: la plebe que ha visto en don Hipólito, la esperanza de quien los haga un poquito más felices. Porque los burgueses enriquecidos siguieron: caso de Tamborini, Mosca, Ricardo Rojas, Martín Noel, Emilio Ravignani, Francisco Rabanal, Ernesto Sammartino, etc. Gente decente. Y para esto no existe sino un medio radical: la revolución, que ya está en marcha. UN DRAMA EN SANTIAGO DEL ESTERO Mientras tanto, Yrigoyen tiene magníficos momentos de lucidez o deja de hacerse el imprevisor el desatento. El gobierno de Santiago del Estero, para hacer de recursos al consumido erario de la provincia (consumido por el sibaritismo), está a punto de vender a una compañía extranjera un millón setecientas mil hectáreas de bosques fiscales (con quebracho colorado, desde luego). El gobernador de Santiago es radical (como todos los anteriores), y el presidente de la República no tiene derecho para intervenir con su consejo o su reprimenda para dejarlos vender un patrimonio nacional: el quebracho. No obstante, Yrigoyen, patriota y moralista, le dirige un mensaje en cuyas entrelineas se lee la admonición y en donde hay palabras como éstas: "el latifundio (el gobernador es latifundista, sin contar los lotes que tiene esparcidos aquí, allá, allende y aquende), además de constituir el obstáculo más insalvable al progreso, es el origen de profundos males sociales cuyas consecuencias gravitan directamente sobre la vida nacional”. Don Hipólito se refiere a la pobreza; un azote hasta hoy. Con estas palabras, Yrigoyen anuncia su intención de resolver el problema de la tierra pública, señala un rumbo a los gobernantes futuros y se hace de nuevos y poderosos enemigos: les está impidiendo hacer un negocio con el patrimonio nacional. Eso es tiranía. YRIGOYEN HABLA CON EL PRESIDENTE HOOVER Poco después, el diez de abril, se realiza aquella conversación radiotelefónica con el presidente de los Estados Unidos. Recordemos cómo en ella, afirmando una vez más sus "evangélicos credos", vale decir, sus principios cristianos (Yrigoyen a pesar de ser radical y uno de los fundadores del partido, no es masón, lo que es una verdadera rareza), sostiene Yrigoyen que "los hombres deben ser sagrados para los hombres y los pueblos para los pueblos". ¡Y esto se lo dice, serenamente, en el tono de recóndita tristeza que se advierte en algunos de sus documentos, al jefe de una nación poderosa que ha invadido el territorio de diversas pequeñas repúblicas hispanoamericanas y cometido crímenes terribles; ¡de una nación cuyos gobernantes, desde hace muchas décadas, vienen ignorando que los pueblos deben ser sagrados para los pueblos! Es cosa de preguntarse si alguna vez en la historia del mundo el espíritu de Cristo habrá sido aplicado a las relaciones entre los pueblos, y con tan bellas palabras, como lo hace Hipólito Yrigoyen. El propio Hoover -caso extraordinario, silenciado por la prensa que combate a Yrigoyen-, vuelve a hablar para decirle al presidente argentino la profunda emoción que a él y a sus acompañantes les ha producido su mensaje. Y sin embargo -da tristeza y vergüenza recordarlo-, las palabras cristianas, nobles y valerosas del presidente Yrigoyen son violentamente criticadas por sus enemigos. Un diario opositor las considera como "el desvarío final, la locura definitiva" de Yrigoyen. Su gesto admirable es el del compadre de Balvanera, "que aparece entero en esta vergonzosa misiva internacional". Hubieran deseado verle más radical, como a los gobernantes del Régimen, sumisos y serviles ante el extranjero omnipotente. Es que nadie ha podido explicar cabalmente a nuestros periodistas, huesos de taba con mohines caballerosos. Una manga de hilachas perdularias. No en vano el pueblo los odia tanto. VAN A INTERVENIR A ENTRE RÍOS Por aquellos días de mayo una grave cuestión agita al país. Afirmase que Yrigoyen mandará la intervención a Entre Ríos. Esta provincia, la única en donde los radicales vienen gobernando bien, ha alcanzado una cultura política superior a la de las demás provincias. Sus gobiernos han merecido el respeto del país entero. ¿Qué ocurre ahora? Que los radicales personalistas, que están en la oposición y han sido vencidos en las elecciones para gobernador, no quieren reconocer al gobierno actual, considerándolo como un "gobierno de hecho". Los senadores provinciales personalistas, para obstaculizar el desenvolvimiento del gobierno, se niegan a asistir a las sesiones. El senado provincial no funciona, y la minoría, formada por los antipersonalistas y los conservadores, los conminan inútilmente al cumplimiento del deber, y recurre, sin eficacia, a la fuerza pública. Terminarían echándole la culpa al Ejército, lo que duraría hasta el día de hoy. No existe una sola provincia en Argentina que haya recibido los beneficios extraordinarios que ha volcado el Ejército Argentino en ella. Así como no hay otra provincia más desagradecida que Entre Ríos. Pero no son los entrerrianos: es el refrito radical indigesto y soez. El anuncio de la intervención exalta a los entrerrianos, que consideran amenazada la autonomía de su patria chica. Se les cree capaces de resistir al gobierno de la Nación, provocando así la guerra civil. El hijo de Entre Ríos tiene una idiosincrasia que le distingue de los demás argentinos, debido a la escasa inmigración que ha venido a esta provincia y al estar separada del resto del país por grandes ríos. Es reservado, muy independiente, corajudo, algo huraño, orgulloso de su libertad y de su dignidad. Tradiciones del pasado romántico, de sus bravos caudillos, exaltan la imaginación de los entrerrianos. En estos días de mayo y junio de 1930 parecen revivir los tiempos de Ramírez, que venció a los porteños el año 20; de Urquiza, que terminó con el poder de Rosas y entró a caballo en Buenos Aires al frente de sus entrerrianos; y de Ricardo López Jordán, que, al mando de sus gauchos semidesnudos y armados muchos ellos con tijeras de esquilar enastadas en cañas de tacuara, resistió al ejército nacional que el presidente Sarmiento enviara a Entre Ríos para dominarlo. Yrigoyen, en realidad, no ha pensado en intervenir a Entre Ríos. En los primeros días de mayo, el órgano oficial asegura que "las altas autoridades partidarias", a pesar de todo, "han resuelto desistir del pedido de intervención, por razones de elevada ética cívica" (así le llaman al terror al desastre). Pero como nadie lee el órgano oficial, nadie se entera de esa resolución, y los que se han enterado no creen en su sinceridad. Y pasan las semanas y la intervención no se decreta. Se la espera de un día para otro. Los espíritus se enardecen cada día más. Las noticias corren con lentitud. Cruzar de Paraná a Santa Fe es una odisea espantosa. En Paraná, capital de Entre Ríos, se vive en un ambiente a la vez heroico y tormentoso. Un cartel callejero dice: "Entrerrianos: hemos ganado la elección en las urnas y hay que ganarla en las barricadas". Los diarios de Entre Ríos invitan a los ciudadanos a tomar las armas. Un representante de la región de Montiel — la famosa selva de Montiel, tierra de gauchos -dice en una reunión-: "Señor Yrigoyen: antes de mandar la intervención a Entre Ríos, péguese un tiro". Se realizan manifestaciones con banderas, divisas, escarapelas. Los senadores oficialistas expulsan a los inasistentes. En Buenos Aires, la oposición explota el ardimiento de los entrerrianos, cuya actitud constituye el comienzo de los días revolucionarios, el pronunciamiento inicial, contra Yrigoyen. Mientras los diarios opositores, especialmente Crítica, van creando el ambiente revolucionario y el general Uriburu trata de seducir a los jefes militares, comienzan a alarmarse los ministros y algunos legisladores radicales. Por una parte, ven venir el movimiento revolucionario y buscan el modo de salvar al gobierno y al partido; y por otra comprenden, aunque no todos lo digan, que "no se puede seguir así". Algunos de ellos están muy disgustados. Dentro del partido existe el mayor descontento, y en el Comité de la Capital, en una sesión secreta, alguien, censurando a Yrigoyen, afirma que las derrotas se repetirán si no cambia el gobierno sus métodos y no neutraliza "a una camarilla que impide al presidente el conocimiento directo de la situación". Un diputado, viejo radical, muy respetado por su caballerosidad, publica una carta en la que, en términos valientes, hace a Yrigoyen análogas acusaciones que sus enemigos. En la Cámara de Diputados, cuyas sesiones se inician en junio, con un mes de retardo, porque los radicales las obstaculizan, un representante por Buenos Aires se niega a votar con la mayoría por el rechazo del diploma de un conservador. Este acto de rebeldía es condenado por los genuflexos — o "los cien traseros", como también se les llama—, y pocos días después, el propio diputado denuncia ante Yrigoyen, telegráficamente, haber fracasado un plan para asesinarle. La verdad del atentado — obra de los secuestradores de Yrigoyen— queda en evidencia. Uno de ellos tenía contratado a cierto matón para que "amasijara" al rebelde. Los genuflexos, en vez de protestar en favor de su colega, le envían una adhesión a Yrigoyen, al cual el denunciante no ha atacado. Y el diario oficial, después de considerar la denuncia como "el colmo de la insolencia, la temeridad y la ingratitud", dice que el Presidente se ha informado de ella "con el profundo desprecio que merece". Los diputados que conservan alguna independencia optan por no asistir a la Cámara. Viejos amigos de Yrigoyen, entre los que figura alguno de sus ministros en la anterior presidencia, se recluyen en sus casas. Él no los busca tampoco; y prescinde de ellos, como prescinde de sus propios ministros. Cada vez más cerrado el círculo de vigilancia con que los secuestradores lo rodean, Yrigoyen ya no recibe ni a los legisladores de su partido, ni a sus mejores amigos. Los radicales decentes experimentan repugnancia ante las atrocidades que se han cometido y se siguen cometiendo en San Juan y Mendoza; consideran que el país marcha hacia la ruina y el Partido Radical hacia su disolución y temen que Yrigoyen, cuyo poder es ilimitado, a pesar de estar secuestrado, enfermo y viejo, se convierta en dictador. Pero a nada temen tanto como a esa gente que lo tiene rodeado y a la que creen capaz de desatar sobre la ciudad "sus hordas de delincuentes". Algunos proponen un "yrigoyenismo sin Yrigoyen". Uno de los ministros estudia textos de Psiquiatría y de Medicina Legal, en busca de una solución para apartar del gobierno a Yrigoyen, de un remedio al drama que está arrollándose. Muchos radicales no creen en la revolución, pero no ignoran cómo el país entero desaprueba al gobierno. Por doloroso que para el partido y para ellos, y sobre todo para el propio Yrigoyen, los radicales, salvo un grupo de fanáticos, creen que "el viejo" no debe continuar en el poder, a menos que cambie de procedimientos. Pero ¿cómo llegar a este resultado? ¿Cómo contarle que el partido está disconforme con él, que la revolución se viene y que el pueblo la apoyará? Imposible, por más suaves palaras que se empleen, decirle que está reblandecido y que debe abandonar el mando. Ni uno solo de sus fieles se atrevería a causarle semejante dolor. Imposible aconsejarle nada. Al atrevido que le insinuarle el abandono del gobierno, él lo aniquilaría con una mirada. Yrigoyen nunca tuvo un momento de tremendo enojo o de violencia. Pero se le considera capaz de tenerlos. Y en ese instante de ira, ¿qué sucedería? ¿Quién se expondría a pasar por traidor, a ser expulsado del partido, a perderlo todo? Es impresionante el drama de conciencia de esos hombres. Por un lado, la angustia de ver al país en camino hacia el caos y la ruina, el dolor de ver deshecho y desprestigiado a su partido; y por otro, el afecto, la veneración y el temor al que todo le deben. Y los días y las semanas pasan y la revolución ya está en todos los espíritus. Algunos piensan que no sólo se trata de salvar al país al partido sino también al propio Yrigoyen. Puede ser asesinado cualquier día. Un senador radical denuncia que los enemigos intentan raptar al Presidente. Si la revolución se realiza y triunfa ¿no es evidente que la vida de Yrigoyen, que tanto lo odian, correrá peligro? ¿Y no habría que salvarlo, también, de esos hombres que lo tienen secuestrado, que explotan su vejez, que acaso son capaces de empujarlo a la dictadura o de ejecutar ellos mismos, invocando su nombre, actos sangrientos o tiránicos? Sí, hay que salvarlo. Pero ¿cómo hacerlo, cómo decidirse? Y los días pasan y semanas pasan, y el rumor revolucionario se va convirtiendo en trueno de tempestad. Y él, ¿qué piensa, qué dice de los acontecimientos que están ocurriendo? Ya sabemos cómo, en su espíritu de introvertido, la real influye escasamente. Tarda en impresionarle y nunca le impresiona con demasiada fuerza. Su espíritu apriorístico le prohíbe ceder a las afirmaciones exteriores. Él cree que está haciendo un gran gobierno, que el pueblo le ama, que el partido le es fiel y que el ejército le responde. ¿Qué pueden reprocharle? ¿Lo de San Juan? Ahí está una nota de la Liga de Defensa de la Producción, la Industria y el Comercio de aquella provincia, en la que las personas independientes que la componen aseguran ser normal la vida allí y cómo los incidentes son provocados por los cantonistas o resultado de los crímenes y vejaciones que cometieron en seis años. ¿Lo de Lincoln? Se ha comprobado que los conservadores llevaron de otras partes matones para provocar a los radicales, y así se explica que la policía y el Radicalismo tuvieran tres muertos y once heridos y sólo un muerto y cinco heridos la oposición. ¿La situación económica? El mundo se debate en una crisis terrible que entre nosotros apenas existe. No hay casi desocupados. En los Estados Unidos, un banquero acaba de decir que el crédito argentino es cotizado allí más alto que el de cualquier otro país sudamericano y que sólo es superado por el de unos pocos países europeos. Ha celebrado un excelente convenio con Inglaterra; pero el Senado, por espíritu de oposición, no se reúne y no lo aprueba. Nada tienen que reprocharle, y el pueblo lo aclama como siempre. Ayer no más, a raíz de su conversación con el presidente Hoover, ha recibido millares de felicitaciones del país y del extranjero, algunas tan importantes como la del anciano y santo obispo de Santa Fe, el más ilustre e intransigente prelado de nuestra Iglesia, que lo ha felicitado "por sus nobles sentimientos cristianos y su verdadero patriotismo". Él no cree en la revolución, pero sí en un atentado. El pueblo que lo ha "plebiscitado" apenas hace un año y medio, ¿cómo ha de querer echarlo? El ejército "ya no es el de antes", dice él; pero ningún general se atreverá a moverse. Cuando le informan que Uriburu conspira, se niega a creerlo. ¿No lo ascendió a General de División? (¿y otro radical, Alvear, a General de Brigada?)… Un caso parecido al de Lonardi y Aramburu con Perón, que les entregó el sable sanmartiniano, las caponas, los diplomas y les tomó juramento… Los dos estaban juramentados…Eso está perfectamente grabado en cinta magnetofónica y escrito en los archivos. “Pero Uriburu no es desleal sino patriota, pues por encima de su agradecimiento coloca a la patria.”, dice don Manuel Gálvez haciéndole el coro a los renacuajos. El agradecimiento es una cuestión personal. El juramento de un Caballero es para cumplirlo. “Hace la revolución porque, como casi todo el país, la considera necesaria”, o de puro bueno que es. Y no la hace tanto contra Yrigoyen como contra su sistema de gobierno y contra el círculo que lo rodea. A Yrigoyen lo metió preso…¿o no? Y al 88% de los radicales que lo rodeaban lo dejó donde estaban…¿En qué quedamos Evaristo? Él no cree que pueda prosperar una conspiración y estallar un movimiento serio contra su gobierno. Sin embargo, no ignora que algunos militares conspiran. Pero él no quiere que se les lleve presos. Y le manda decir a uno de ellos — demostrando así no considerarlos peligrosos —, que él no dará ante el mundo que nos mira, dada la situación a donde ha alcanzado el país, el triste espectáculo de detener a generales y almirantes. Pero Yrigoyen sabe harto poco de lo que sucede. No tiene la menor idea de la exasperación general contra él. Sus secuestradores le leen noticias falsas. El diario que le llevó a la victoria y que ahora le combate con saña, está creando el espíritu revolucionario, le reconoce "incomunicado con la opinión pública" y afirma existir a su alrededor "un cordón de aislamiento, tendido por sus secuaces Si alguien intenta hacerle conocer un algo de la verdad, no quiere oír. Él atribuye todo a la propaganda socialista, que influye sobre cerca de cien mil hogares y que está envenenada por el comunismo ruso. ¿Y qué piensa de esta especie de secuestro en que le tienen? No ignora que personas citadas por él no han podido llegar hasta el despacho presidencial. Sabe que lo engañan. Pero acaso atribuye todo eso a exceso de celo de sus amigos. O lo acepta porque lo encuentra cómodo para su cansancio mental. Lo más probable es que no se dé exacta cuenta de su situación. Tiene setenta y ocho años, y diariamente lo visitan mujeres sin escrúpulos... En ocasiones se advierte que su inteligencia está espesa, nublada; y cierto día sufre un desvanecimiento muy grave. Pasa muchas horas como ligeramente adormecido. Su cansancio mental parece cada vez mayor. No quiere hablar de los asuntos del gobierno. Él y sus amigos creen que descansa conversando con sus jóvenes y bonitas admiradoras. No hay indicio de que extrañe a sus verdaderos amigos. Nunca pregunta por qué no van a verle. Acaso sabe que es inútil llamarlos, que no podrán llegar hasta él. ¡Dolorosa soledad la de este hombre! Su poder, no obstante, es siempre enorme. Si en un momento de energía se irguiese, la pandilla que le tiene secuestrado sería aplastada. He aquí un ejemplo que prueba su poder. El gobierno, que sólo puede retirar del Banco de la Nación cuarenta y cinco millones de pesos, se ha excedido de esta suma y prepara un nuevo cheque por treinta millones. El directorio de la institución ha pensado en rechazar el documento, lo que traería consecuencias fatales para el gobierno. El ministro de Hacienda, enterado por el presidente del Banco, a quien aflige la posibilidad del rechazo, se resuelve a referir esos temores a Yrigoyen. No le ve desde febrero. En la amansadora le atajan el paso. Pero él, llevando todo por delante, llega a enfrentarse con Yrigoyen. "¿Será capaz el directorio de semejante irreverencia?", exclama el primer magistrado. Y con el ceño fruncido y con ese gesto nada bondadoso sino revelador de ira contenida que de tarde en tarde aparece en su rostro, le ordena al ministro: "Haga inmediatamente el cheque, mándelo al Banco y avíseme telefónicamente el resultado de la votación". El ministro refiere al presidente del Banco esta frase y el presidente del Banco la repite ante el directorio reunido. Nadie chista una palabra y el cheque es aceptado. ¿Vendrá algún día un criollo a esta tierra a mandar?