hipolito yrigoyen - Católicos Alerta

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HIPOLITO YRIGOYEN
EL PRECURSOR
EN 204 AÑOS DE VIDA INDEPENDIENTE, LA ARGENTINA HA SIDO GOBERNADA SOLAMENTE 38
AÑOS POR LAS MAYORÍAS POPULARES, Y 166 POR LAS MINORÍAS COMO LA QUE NOS ASISTE,
DESVERGONZADAS, INÚTILES Y FRAUDULENTAS. COMENZANDO POR EL AFAMADO 25 DE
MAYO DE 1810, DONDE UN MUNICIPIO LE IMPONE SU VOLUNTAD A UN VIRREINATO, TAL VEZ
EL MÁS EXTENSO DEL IMPERIO ESPAÑOL, Y ARMA UN EJÉRCITO PUNITIVO QUE IMPONDRÁ, A
SANGRE Y FUEGO, LA IDEA QUE NADIE CONOCE: LLEGAR CUANTO ANTES AL POTOSÍ Y
ALZARSE CON LA PLATA Y EL ORO ACUÑADO, QUE NO ES DE ESPAÑA, MENOS DEL RÍO DE LA
PLATA: ES DE INGLATERRA. EL MAGNO LINIERS, ES EL ÚNICO QUE SE HA DADO CUENTA, Y
LO HACEN ASESINAR POR SOLDADOS INGLESES, DERROTADOS POR ÉL TRES AÑOS ATRÁS.
LA PRIMERA PARTE
AÑO 30: PROBLEMÁTICO Y FEBRIL
UN ATENTADO CON UN SOBRE TAMAÑO OFICIO
S
e acerca el automóvil oficial que, por precaución, no tiene número.
Yrigoyen sube con su médico. Maneja un policía, a cuyo lado se instala
un comisario. Detrás de este automóvil, está el coche de custodia,
ocupado por tres policías. A la vista de un número considerable de personas,
el coche arranca con marcha lenta. Desde lejos, los postulantes que lo han ido
a conocer para pedirle un empleo o una dádiva, lo ven partir desilusionados; y
los admiradores, con ternura. Y todos lamentan las exageradas precauciones
policiales que, como siempre, alejan del pueblo al Presidente, porque los
Presidentes de esta Colonia Próspera siempre están lejos de lo que está cerca
y siempre están cerca de lo que esta lejos.
No habría andado el coche cien metros, cuando, a mitad de la cuadra, un
sujeto, sin sombrero, con el pelo revuelto, muy nervioso salta desde un zaguán
hacia la acera y luego hacia el coche presidencial. Dijeron que llevaba un
revólver en la mano derecha, que le tiembla, y cuentan que hace fuego.
Instantáneamente, se oyen, como ecos, otros tiros que provienen de distintas
partes. Son los policías que van detrás, en el coche de custodia, el comisario
que acompaña al Presidente y algunos transeúntes, que acribillan a balazos al
criminal. Llevan el muerto a la comisaría próxima. Yrigoyen, que ha subido a
un taxi, llega a la comisaría. Ve al hombre que intentó asesinarle: un infeliz. Lo
mira con lágrimas en los ojos, y balbucea lamentando sobremanera su muerte,
y finalmente exclama: "¡Y yo que nunca hice mal a nadie!" Luego va al hospital
en donde están los dos policías heridos. Y de allí a la Casa de Gobierno.
La noticia ya ha circulado por toda la ciudad. Han sonado las sirenas de los
grandes diarios. Las radios se han interrumpido para hacerla conocer. Cuando
el Presidente llega a la Casa de Gobierno, una multitud lo aplaude, lo vitorea y
canta el Himno Nacional. Por el Paseo Colón, desfiles incesantes dan ¡vivas! a
Yrigoyen que, en una de esas oportunidades, sale al balcón y saluda con la
mano en un gesto sencillo y cordial.
Pero Hipólito Yrigoyen se ha derrumbado. Golpe más tremendo no han podido
asestarle sus propios correligionarios (que se hacen llamar antipersonalistas,
proviniendo ellos de un partido político de raigambre personalista, dentro de
un país con tradición personalista), en alianzas espurias con los demócratas y
los socialistas (cuyo 50% formaría, en 1935, el Partido Comunista y un 100% de
los cuadros de la Masonería en su nueva casa de Callao 1242, donde aún tiene
hoy su sede), que ya en aquel entonces, manejados por los hermanitos Ghioldi
(aunque detrás del telón negro se ve la punta de unos zapatos: son del Gordo
Codovila, hoy enterrado en la Plaza Roja de Moscú, donde reposan los Héroes
de la Revolución), no se sabía lo que eran y tampoco qué debían ser. Yrigoyen
tiene la certeza de no haber hecho nunca mal a nadie, ni a sus propios
enemigos. ¡Y he aquí que un fanático ha querido asesinarle, según lo informa
la policía en manos de los radicales! Su inteligencia empieza a nublarse. Tiene
80 años, se siente solo, abandonado de todos. En realidad lo está. Ya no tiene
confianza en casi nadie. Recibe sin emoción ni interés las adhesiones de sus
partidarios y las protestas por el atentado, porque presiente la falsía de
aquellas cartas protocolares. El revólver, que no apareció nunca, no le ha
herido en la carne pero sí en el alma. En su alma del varón, de irreductible
optimismo que mostró como blasón toda su vida, siente entrar el pesimismo
en su corazón.
Más luego, cuando la mentira se hace insostenible, se dice que no hubo tal
atentado. Cierto que el sujeto, motivador de aquel entresijo, fue anarquista en
el tiempo de sus mocedades, pero hacía varios años que había abandonado
sus ideas de energúmeno. Era bien considerado. Y finalmente se conoce la
verdad: parece que este sujeto llevaba en la mano, no un revólver, sino una
carta para el presidente, en la que los enfermos de cierto hospital le pedían
que hiciera reponer a un médico injustamente exonerado por radicales de su
partido. Pero Yrigoyen nada sabe de este error policial, ni de que sus
correligionarios andan echando médicos de los hospitales, si fue un error
…porque confundir un sobre blanco tipo oficio con un revólver calibre .38 de
color negro…es raro… más si se sabe que el Jefe de Policía era otro radical. Y
para que parezca más real el sainete, los radicales de la Policía han herido a
tres agentes de la custodia que son hospitalizados. No habría un hombre que
se atreviera a contarle esta barbaridad al Presidente: ni en aquel ayer, ni hoy.
“Recelan, los que le rodean, su enojo terrible. Temen, acaso, hacerle sufrir aún
más”, diría Félix Luna que siempre tuvo aire mistongo, pareciendo
perennemente de buenito, en un tema tan delicado que exige la verdad, y no
las excusas. Es que a ese Jefe de Policía lo ha elegido el propio Yrigoyen. Y a
sus cófrades, delincuentes disfrazados de policías, los ha elegido el amigo. No
hay culpas que echar a nadie. Silencio. Son cosas que no debe saber la
chusma.
UNA MOVIDA ESPECTACULAR
Aquellos primeros meses de 1930 se inicia una monumental movida de prensa
que muestra a Hipólito Yrigoyen en el umbral de la decrepitud, cuando por las
fotografías de la época, el Radical es un partido de decrépitos, que hoy mismo
el lector los puede ver en fotografías antañonas que me impiden mentir. Mas
he aquí que los de esta camándula, han encontrado un decrépito más grande
que todos los demás decrépitos y tiene nombre: Yrigoyen. ¿Y el resto? Son
mozuelos de galera, guantes, bastón y olor a árnica homeopática. Es la
senectud que transita. Una vez un Capitán me reconvino: “Cuidado con lo que
dice. Esa era gente de la Generación del 80”. ¿No me habrá querido decir de la
Degeneración del 80? Como soy artillero, los cañonazos me dejaron medio
sordo. No oigo bien, pero amo a la Artillería.
Dicen los pasillos, viaductos de haraganes vinchucas y mediocres, que en don
Hipólito ha comenzado su obra siniestra la arterioesclerosis. ¿Se habrá
advertido el reblandecimiento? Nada se sabe con certeza porque todo proviene
de la usina de las viejas sanguijuelas, chismosos radicales. El caso es que él
divaga ante sus visitantes, que dice frases sin relación con el tema de que se
habla, o será que no la puede ver ni dibujada a la cáfila de inservibles que le
visitan.
Distribuye cátedras entre las mujeres que van a verlo, todas señoras gordas,
de sombrero y tul, sin averiguarles sus títulos ni sus aptitudes, porque no
tienen lo uno ni lo otro, sino que son viejas machorras. Su afición a lo
femenino cobra aspectos morbosos, parecería el triste resultado de la
senilidad. Su egolatría le ridiculiza, si bien mucho de lo que se cuenta es falso,
porque en las investigaciones no se han podido verificar. Sonríe cuando una
de sus visitantes, antigua picadora de cebollas, a una pregunta suya, le
contesta al límite de la obsecuencia infantil: que el primer filósofo del mundo,
después de Cristo, es Hipólito Yrigoyen; pero en esta sonrisa no debe verse
asentimiento sino comprensión de lo que él considera una gentileza interesada
y una expresión arrancada del seno de una tilinga que no ha tomado su átomo
desinflamante. Yrigoyen está abrumado por las noticias sobre el petróleo que
le han ido haciendo llegar los Generales Mosconi y de Baldrich. Es este un
problema de extrema seriedad, y las señoras gordas vestidas de negro, con
tules, polleras hasta el piso, sombreros y cachetes coloreados y labios
carmesí, y sus acompañantes canosos de polainas, galera y bastón, con olor a
linimento, quieren que le contesten acertadamente la imbecilidad que acaban
de preguntarle.
Teme ser asesinado. Recorre escoltado por numerosos policías y precedido y
seguido por una escolta de automóviles, las calles que corren entre su casa y
el Palacio de Gobierno. ¿Será que finalmente don Hipólito se ha dado cuenta
de la gente que le rodea? Don Leandro Além, héroe de Curupaity, cuando se
dio cuenta de la mesnada seguidora, se fue a la pieza de al lado y se pegó un
tiro, para no verlos más. ¿Y con esta gente piensa hacer una revolución?
¿Servirá alguno para hacer cierto mandado: comprar una yerba Salus o un
paquete de Fontanares en el almacén vecino, o bicarbonato en la Botica de al
lado, amasar unos ñoquis los domingos? No sé. Aunque don Hipólito tiene sus
ñoquis.
En las inmediaciones de su domicilio, hasta tres cuadras de distancia, nadie
puede pararse a mirar una vidriera ni a conversar con un amigo. Es tan grande
su miedo que no puede ocultarlo ante los visitantes. Un día en que su
inteligencia está turbada, le exige a un eminente universitario que no tenía
audiencia y que ha entrado, en misión oficial, con el Rector de la Universidad,
permanecer ante él sentado de espaldas y colocar sus manos sobre la mesa.
Después de lo ocurrido con la Reforma Universitaria en 1918 en Córdoba
(varias veces condenada por la Iglesia Católica), y sabiendo que el incendiario
Telémaco Susini con Francisco de la Torre en nombre de la democracia, andan
sueltos, resulta que don Hipólito, El Peludo, termina siendo una buena
persona. Debió esperarlos con una ametralladora y un lanzallamas.
Recibe a muy poca gente. En la amansadora se gastan los asientos con el
peso de los que esperan horas y horas. Casi ninguna persona importante o
chanfaina logra llegar hasta el Presidente. Los mismos ministros ya no son
recibidos. Uno de ellos, que consigue hablar con él en uno de los últimos días
de febrero, no le verá ya sino en las vísperas de la revolución de Septiembre.
¡Es que la Patria es tan pródiga y hermosa, que no necesita de estos
mequetrefes para funcionar y ser una gran Nación!
Los secuestradores del Presidente sólo le dejan hablar con mujeres y con
alguno que otro de sus fieles, que después, radicalmente, va y cuenta lo que
ha hablado con él. Don Hipólito lo sabe de estos correvediles, y le duele. Las
raras personas que entran en el despacho presidencial, en esos meses de
1930, salen entristecidas al ver la decadencia de un noble espíritu y alarmadas
por los gravísimos tiempos que el estado del Presidente anuncia para la Patria.
Es decir: los radicales están preocupados por la Patria. No por el estipendio ni
por el puestito. Un verdadera novedad.
Los enemigos de Yrigoyen tienen resuelta la revolución desde hace unos
meses. El partido político del diálogo (como se distinguen a sí mismos, sin
rubor, y lo repetía Balbín, El Predicador), busca siempre el quiebre
institucional para imponer sus ideas. Es una paradoja la de esta gente. En
octubre del año anterior ya conspiraba el general Uriburu, un radical de viejo
cuño y no un fascista como lo inventaron los periodistas semianalfabetos que
tenemos, y que él mismo usó para cubrir sus antecedentes radicales. Las
empresas de petróleo, que pierden al año muchos millones de pesos por la
política petrolífera de Yrigoyen (porque no pueden girar al exterior sus
ganancias e invertirlas en su país de origen: bella arquitectura montada por
Mosconi), política orientada en sentido nacionalista (los nacionalistas que
tenía el radicalismo se fugaron a FORJA y no volvieron más). Esas empresas,
aliadas con los radicales y socialistas comunistoides, han decidido voltear al
enemigo común y han contribuido con mucho dinero para sobornar y pervertir,
comprar armas, explosivos y conciencias.
LOS HOMBRES DEL RÉGIMEN
Los hombres del Régimen, conservadores a ultranza, mitristas de viejo cuño,
alvearistas de la primera hora y timoratos por definición, rascabuches y
vivillos por doquier, no se adhieren todavía al movimiento, salvo excepciones
individuales. Los antipersonalistas (los alvearistas, o sea los radicales como
los de hoy), que le habían tomado el gustito al poder, al boato y a la prebenda
con esplendidez, querían recuperarla, y por ello son fervientes revolucionarios
(el radicalismo siempre a la cabeza o a la cola de todo golpe de estado, que los
haga usufructuar del puestito público o que les facilite su negocio, como el
caso de las petroleras y los medios de transporte, por eso Justo, que los
conocía de la Masonería, llegó a ser un Dios). En toda la Nación había 83.000
cargos públicos que cubrir. En 1930, con Uriburu los radicales ocuparon el
88% de esos cargos. En 1955, con Aramburu, el 80%; con Onganía y
Levingston el 70%; con Lanusse 72%; y en 1976, con Videla que era radical e
hijo de un caudillo radical de Mercedes, Provincia de Buenos Aires, el 77%. ¿Y
el promedio? El 76%. Luego, en los gobiernos de facto, denostados por el
radicalismo, de cada 10 empleados, 8 eran radicales. Maravilloso: y estos son
los que sentaron en el banquillo de los acusados a los militares. ¡Un
momento!, pide el bastonero socarrón…¿y los militares ovejunos se dejaron
sentar? Sí, y entregaron una Nación Victoriosa y un Ejército Vencedor, a los
vencidos que estaban en su gran mayoría prófugos con pedido de captura por
ser asesinos de alta peligrosidad.
EL ORIGEN DE ESTOS HOMBRES
¿Cuánto tiempo gobernó el radicalismo a nombre de… durante el Siglo XX?
Esto no se llama camándula, sino ductilidad o plasticidad de conciencia.
Entonces cabe preguntarse: ¿quién hizo las revoluciones y para quiénes las
hizo? Sus Jefes: Uriburu (el fascista o nazi del periodismo mendicante), era un
viejo radical dos veces Diputado Nacional por Salta por el radicalismo;
Aramburu y Rojas, de viejas familias de origen radical de Santiago del Estero,
manos derechas de los Castiglione propietarios del diario “El liberal” que los
inició en la Masonería, y casados con mujeres perteneciente a viejos hogares
radicales; Videla, hijo del Teniente Coronel Videla, largos años de caudillo
radical en Mercedes, Provincia de Buenos Aires. Con un Balbín, que siendo
Jefe de la Bancada Radical hizo votar lo del Banco Central que traía en el
portafolio Sir Otto Neyemer, Federico Pinedo y Raúl Prebisch (los asesores en
Economía de Aramburu en 1956, plena Involución Libertadora). Y esto sigue…
la Involución Libertadora… con Alsogaray, y otros caminos… Krieger Vasena
(que se llama Adalbert y no Ciriaco como los criollos), los hermanitos
Alemann. Y la obra cumbre: Martínez de Hoz… presentado a la Junta Militar por
Monseñor Tortolo de la Iglesia Católica. Un ramillete de ortigas purulentas.
LENTAMENTE VAN PASANDO DEL DICHO AL HECHO
Las clases distinguidas, desalojadas del gobierno por el Radicalismo, se convierten en propagandistas del movimiento en gestación. Es lo que le dará
“lustre” al movimiento, porque Uriburu, el “llamador”, pertenece a esas clases
ilustres. No es “un chinito cualquiera”. Y se hará amigo de Lisandro de la
Torre, un viejo contrabandista, ladrón y estafador que la prensa ha llamado
estanciero (con todo hipotecado): cuando lo van a descubrir este patriota se
suicida y pasa inmaculado a la santidad del procerato.
Yrigoyen y los radicales hacen lo posible por justificarlo, pero sin pedir que
resucite. La Cámara de Diputados, en la que Yrigoyen cuenta con ochenta y
cinco votos, sobre ciento cincuenta y ocho, aún no ha aprobado, en enero, el
presupuesto para el año en ejercicio: es el boicot de los “antipersonalistas” o
“alvearistas”, que junto con los socialistas y conservadores “modelo Fresco”
le harán la vida imposible como en el período 1916-1922. En San Juan, en
donde se cometen, por parte de la intervención federal, toda clase de tropelías,
es asesinado un opositor importante, persona de prestigio local: pero resulta
que “el agresor” actuó en defensa propia, porque el cogotudo la quiso jugar de
taita y lo madrugaron en la partida. El Juez lo deja en libertad. Afuera una turba
lo felicita… En Mendoza se ha metido en la cárcel a directores de diarios
adversos y a otros hombres conspicuos por publicar noticias alarmantes y
falsas: actos de verdadero terrorismo psicológico para tener a la opinión
pública en vilo.
En Lincoln, ciudad de la provincia de Buenos Aires, una manifestación
conservadora es baleada por la policía: iban a tomar la casa de Gobierno (No
son de Lincoln los agresores: son de Santa Fe). Pero hay un muerto, aunque
después se supo que lo mataron por una cuestión de polleras y despecho.
Quiso mezclar las cosas del corazón con la política: lo despacharon sin
franqueo.
Yrigoyen nada hace para remediar la crisis que empieza, ni la baja del peso,
que va cayendo no por la ineptitud de Yrigoyen, sino por la estrepitosa caída
de la bolsa de Wall Street en Nueva York que arrastró mundialmente a las
economías nacionales. Pero aquí los radicales y socialistas del “contubernio”
le echan la culpa a Yrigoyen, que es mucho más fácil, y la gleba no entiende de
economía mundial. En un país donde está de moda el tango “Dónde hay un
mango, viejo Gómez”, los radicales están preocupados por el mango. Nadie lo
tiene…pero eso sí: que tenga valor. Hace unos días hablaba con un radical en
la calle y me decía: “Nosotros no somos liberales. Somos de centro izquierda”.
Y digo yo: pero del inodoro, centro izquierda, está el bidet. ¿Los radicales son
bidet? ¿O se comportan como un bidet o hacen el trabajo de él? Tendrían que
aclarar esto…Después la gente se confunde… Se enojan por mis chascarrillos.
En verdad: los radicales son amargos. Y además yeta, como les decía Perón.
Los diarios opositores aprovechan hábilmente la situación. Hacen saber, en
medio de escandalosos aspavientos, que un hermano de Cantoni, un ex
gobernador de San Juan, ha cumplido un año de cárcel (por ebriedad, otras
intoxicaciones y desórdenes). Explotan su único muerto en Lincoln y sus
heridos, trayéndolos a Buenos Aires, descendiéndolos en la estación
Constitución, en medio de una multitud lacrimógena, tapados con sábanas
manchadas con sangre. No le dicen a la gente qué andaban haciendo los
santafesinos en Lincoln. Uno de esos diarios publica un mapa de la República,
en el que varias provincias tienen manchas de sangre que Yrigoyen intenta en
vano lavar. Se trata de Crítica cuyo propietario es Botana que andará
perorando hasta la Involución Libertadora que lo hará prócer. Ese mismo
diario, que tanto contribuyera a la exaltación de Yrigoyen con versos en su
honor, ahora publica versos injuriosos para él.
Otro diario, el de los Mitre, ambivalente como su creador, el General Periodista,
encabeza cada número con esta frase, en grandes letras que ocupan todo lo
ancho de la página: "¡Abajo la tiranía sangrienta!" En realidad todos los
gobiernos son, para los Mitre, tiranías sangrientas: con excepción de la de los
Mitre, en donde los degollados, por ejemplo el Chacho Peñaloza, ya vienen con
la curita incorporada y disimulan el tajo. A Perón, por ejemplo, le enjaretaron lo
de “Tirano sangriento” que duró muchos años. Mitre aparte: escribía poesías.
Sonetos. Junto con el tuerto Echeverría y los Varela hacían endechas.
La campaña periodística cobra caracteres de exagerada violencia. Un diputado
publica un artículo al que titula "La agonía del monstruo", en el que llama
"cocodrilo sanguinario" al Presidente de la República. Cuando el único
fabricante de cocodrilos ha sido el radicalismo: ¿o cómo se llama a un Balbín
que mató a tiros por la espalda al Gobernador Lencinas, y lo remató con tiros
en la cabeza en las vías de la estación Mendoza del FC General San Martín; o
un Tróccoli en comandita con Alfonsín y Pugliese para cortarle las manos a
Perón? Troccoli, radical de toda la vida, tenía una llave del panteón que se la
entregó el Juez. Cuando le allanaron el despacho el Juez encontró 17 llaves en
poder de Tróccoli. Las llaves tenían crías. Recuerdo, de paso, que alrededor de
las manos de Perón y en los días inmediato posteriores hubo 18 asesinados,
que nadie sabe por qué los mataron. Hasta un linyera borracho que dormía en
el cementerio, fue pasado a degüello. ¿Habrá visto algo este pobre hombre?
Los diarios recuerdan los cesantes que se suicidaron (en un país donde el
índice de suicidios ha sido siempre alto…ahora se preocupan los radicales por
los que se han suicidado), la paralización administrativa, la venta de empleos,
las arbitrariedades en el ejército, los nombres de los quince asesinados por las
policías en diversos lugares del país, la detención de senadores, las hazañas
del Klan (Klan era el nombre que se le daba a esta organización radical, de
comportamiento parecido al masónico Ku-Kux-Klan norteamericano), el
atentado contra Federico Cantoni. Han encontrado una palabra de
extraordinaria eficacia para calificar lo que ellos llaman la obsecuencia de los
diputados radicales: llámanles "los genuflexos". Un diario los insulta así: "los
ochenta y cinco lustrabotas del señor Yrigoyen". Estas denostaciones eran
producidas porque esos diputados cumplían con su palabra empeñada en el
Partido y al asumir su banca ante sus electores. A estas añagazas los radicales
le llaman política.
SE VIENEN LAS ELECCIONES: WATERLOO DEL PELUDO
Los partidos se aprestan para las elecciones del dos de marzo, de diputados
nacionales. Los opositores, salvo el socialismo tradicional, votarán por los
socialistas independientes (El Partido Socialista y el Comunista de la
Argentina, son los dos únicos partidos, Socialista y Comunista, que no tienen
obreros; sus integrantes son intelectuales, empleados públicos desertores de
otros partidos, parásitos: digamos, todos vinchucas y cagatintas). Este partido
cuenta, por entonces, con alguna fuerza popular. Pero su importancia reside
en el grupo de hombres que lo dirigen, algunos de los cuales son diputados (el
Socialismo no tiene Trabajadores en las Cámaras). Esa media docena de
hombres jóvenes, cultos, inteligentes, audaces, hábiles oradores, ejerce una
gran influencia en la opinión pública que se deja influenciar por los botarates.
Hasta los conservadores, los aristócratas y muchos católicos van a votar por
estos socialistas, masones desteñidos, cuyos jefes serán pronto, si no lo son
ya, los Millerand y los Briand de la política argentina. El partido Socialista
Independiente ha pedido cien mil pesos para vencer al gobierno, y los ricos y
las empresas extranjeras se desprenden gustosamente de su dinero para
contribuir a la derrota del odiado Yrigoyen. Años después, en vez de organizar
estas estafas a gran escala, fabricarían bombas, asesinarían y secuestrarían, y
serían llamados “Jóvenes idealistas”. ¿La verdad? Una maravilla.
En un ambiente de exaltación tremenda, que recuerda a aquellas elecciones en
los tiempos de Adolfo Alsina y de Mitre, aunque el Fraude Patriótico no se les
queda atrás, se realizan los comicios del dos de marzo. Yrigoyen vota muy
temprano, rodeado de policías. Triunfa la oposición. Ciento nueve mil votos
tienen los socialistas independientes y ochenta y dos mil los "personalistas".
Waterloo del Radicalismo auténtico. Después de diez y seis años, es derrotado
Yrigoyen por los tilingos de la Capital. Un diario publica este dibujo: Juan
Pueblo -humanización de la Argentina, como Mariana lo es de Francia, y el Tío
Sam de los Estados Unidos-, sale de lo interior de una urna con un garrote y
arroja de ella a los genuflexos. ¡Pobre Pueblo Argentino!, para derrotar a
Yrigoyen, todo los partidos, menos el Socialista, han debido unirse, aceptar la
contribución del capitalismo extranjero que los usa de lampazo, y calumniar al
singular "dictador", que se deja decir horrores por cualquiera. ¡Pobre Pueblo
Argentino!, que reemplazará a los genuflexos por socialistas: salen de la
sartén radical para caer en la hornalla socialista. Cabe recordar aquí que los
Comunistas estaban encriptados dentro de las huestes socialistas: por
ejemplo Arturo Frondizi era Abogado del Socorro Rojo Internacional, mientras
que Chavero (Atahualpa Yupanqui) era el animador de las “fiestitas”
comunistas, los hermanitos de Frondizi, sumamente virulentos, eran también
de la fiestita. Después sin ambages se pasarían al radicalismo con forma de
mondongo hervido, para luchar contra el otro tirano sangriento. ¿Y Stalin? No
ese era un buen hombre, comprensivo y muy humano.
Pero el triunfo opositor en la Capital no perjudica al Radicalismo, que, como ha
tenido la mayoría en algunas provincias y primera minoría en otras, aumenta
hasta ciento uno el número de sus diputados. El triunfo opositor en la Capital,
por veintisiete mil votos y sin el menor fraude, muestra que Yrigoyen deja
libertad para votar...y que a veces parece que más quiere irse que quedarse.
Con unas cuantas elecciones análogas -en Córdoba, la albóndiga embrujada,
también triunfan los enemigos del Radicalismo pocas semanas después-, la
oposición se hubiera adueñado de la mayoría del Congreso. Yrigoyen se
habría visto obligado a cambiar de hombres y de métodos y gobernar mejor; o
entregar el poder al Vicepresidente. Pero sus enemigos no tienen interés en
que Yrigoyen gobierne mejor ni que entre a gobernar el vice, que es también
radical. Ellos -conservadores, las clases distinguidas, las empresas
extranjeras que quieren girar dividendos al exterior y no los dejan-, quieren
recuperar lo que han perdido (plata, el puestito, el boato, mujeres, autos y,
repito, mucha plata), y arrojar para siempre del gobierno a cierta gente del
Partido Radical (no todo: hay “radicales decentes”- dicen-, aunque pocos; los
únicos decentes son ellos), digamos: la plebe que ha visto en don Hipólito, la
esperanza de quien los haga un poquito más felices. Porque los burgueses
enriquecidos siguieron: caso de Tamborini, Mosca, Ricardo Rojas, Martín Noel,
Emilio Ravignani, Francisco Rabanal, Ernesto Sammartino, etc. Gente decente.
Y para esto no existe sino un medio radical: la revolución, que ya está en
marcha.
UN DRAMA EN SANTIAGO DEL ESTERO
Mientras tanto, Yrigoyen tiene magníficos momentos de lucidez o deja de
hacerse el imprevisor el desatento. El gobierno de Santiago del Estero, para
hacer de recursos al consumido erario de la provincia (consumido por el
sibaritismo), está a punto de vender a una compañía extranjera un millón
setecientas mil hectáreas de bosques fiscales (con quebracho colorado, desde
luego). El gobernador de Santiago es radical (como todos los anteriores), y el
presidente de la República no tiene derecho para intervenir con su consejo o
su reprimenda para dejarlos vender un patrimonio nacional: el quebracho. No
obstante, Yrigoyen, patriota y moralista, le dirige un mensaje en cuyas
entrelineas se lee la admonición y en donde hay palabras como éstas: "el
latifundio (el gobernador es latifundista, sin contar los lotes que tiene
esparcidos aquí, allá, allende y aquende), además de constituir el obstáculo
más insalvable al progreso, es el origen de profundos males sociales cuyas
consecuencias gravitan directamente sobre la vida nacional”. Don Hipólito se
refiere a la pobreza; un azote hasta hoy. Con estas palabras, Yrigoyen anuncia
su intención de resolver el problema de la tierra pública, señala un rumbo a los
gobernantes futuros y se hace de nuevos y poderosos enemigos: les está
impidiendo hacer un negocio con el patrimonio nacional. Eso es tiranía.
YRIGOYEN HABLA CON EL PRESIDENTE HOOVER
Poco después, el diez de abril, se realiza aquella conversación radiotelefónica
con el presidente de los Estados Unidos. Recordemos cómo en ella, afirmando
una vez más sus "evangélicos credos", vale decir, sus principios cristianos
(Yrigoyen a pesar de ser radical y uno de los fundadores del partido, no es
masón, lo que es una verdadera rareza), sostiene Yrigoyen que "los hombres
deben ser sagrados para los hombres y los pueblos para los pueblos". ¡Y esto
se lo dice, serenamente, en el tono de recóndita tristeza que se advierte en
algunos de sus documentos, al jefe de una nación poderosa que ha invadido el
territorio de diversas pequeñas repúblicas hispanoamericanas y cometido
crímenes terribles; ¡de una nación cuyos gobernantes, desde hace muchas
décadas, vienen ignorando que los pueblos deben ser sagrados para los
pueblos! Es cosa de preguntarse si alguna vez en la historia del mundo el
espíritu de Cristo habrá sido aplicado a las relaciones entre los pueblos, y con
tan bellas palabras, como lo hace Hipólito Yrigoyen. El propio Hoover -caso
extraordinario, silenciado por la prensa que combate a Yrigoyen-, vuelve a
hablar para decirle al presidente argentino la profunda emoción que a él y a
sus acompañantes les ha producido su mensaje.
Y sin embargo -da tristeza y vergüenza recordarlo-, las palabras cristianas,
nobles y valerosas del presidente Yrigoyen son violentamente criticadas por
sus enemigos. Un diario opositor las considera como "el desvarío final, la
locura definitiva" de Yrigoyen. Su gesto admirable es el del compadre de
Balvanera, "que aparece entero en esta vergonzosa misiva internacional".
Hubieran deseado verle más radical, como a los gobernantes del Régimen,
sumisos y serviles ante el extranjero omnipotente. Es que nadie ha podido
explicar cabalmente a nuestros periodistas, huesos de taba con mohines
caballerosos. Una manga de hilachas perdularias. No en vano el pueblo los
odia tanto.
VAN A INTERVENIR A ENTRE RÍOS
Por aquellos días de mayo una grave cuestión agita al país. Afirmase que
Yrigoyen mandará la intervención a Entre Ríos. Esta provincia, la única en
donde los radicales vienen gobernando bien, ha alcanzado una cultura política
superior a la de las demás provincias. Sus gobiernos han merecido el respeto
del país entero. ¿Qué ocurre ahora? Que los radicales personalistas, que están
en la oposición y han sido vencidos en las elecciones para gobernador, no
quieren reconocer al gobierno actual, considerándolo como un "gobierno de
hecho". Los senadores provinciales personalistas, para obstaculizar el
desenvolvimiento del gobierno, se niegan a asistir a las sesiones. El senado
provincial no funciona, y la minoría, formada por los antipersonalistas y los
conservadores, los conminan inútilmente al cumplimiento del deber, y recurre,
sin eficacia, a la fuerza pública. Terminarían echándole la culpa al Ejército, lo
que duraría hasta el día de hoy. No existe una sola provincia en Argentina que
haya recibido los beneficios extraordinarios que ha volcado el Ejército
Argentino en ella. Así como no hay otra provincia más desagradecida que
Entre Ríos. Pero no son los entrerrianos: es el refrito radical indigesto y soez.
El anuncio de la intervención exalta a los entrerrianos, que consideran
amenazada la autonomía de su patria chica. Se les cree capaces de resistir al
gobierno de la Nación, provocando así la guerra civil. El hijo de Entre Ríos
tiene una idiosincrasia que le distingue de los demás argentinos, debido a la
escasa inmigración que ha venido a esta provincia y al estar separada del
resto del país por grandes ríos. Es reservado, muy independiente, corajudo,
algo huraño, orgulloso de su libertad y de su dignidad. Tradiciones del pasado
romántico, de sus bravos caudillos, exaltan la imaginación de los entrerrianos.
En estos días de mayo y junio de 1930 parecen revivir los tiempos de Ramírez,
que venció a los porteños el año 20; de Urquiza, que terminó con el poder de
Rosas y entró a caballo en Buenos Aires al frente de sus entrerrianos; y de
Ricardo López Jordán, que, al mando de sus gauchos semidesnudos y
armados muchos ellos con tijeras de esquilar enastadas en cañas de tacuara,
resistió al ejército nacional que el presidente Sarmiento enviara a Entre Ríos
para dominarlo.
Yrigoyen, en realidad, no ha pensado en intervenir a Entre Ríos. En los
primeros días de mayo, el órgano oficial asegura que "las altas autoridades
partidarias", a pesar de todo, "han resuelto desistir del pedido de intervención,
por razones de elevada ética cívica" (así le llaman al terror al desastre). Pero
como nadie lee el órgano oficial, nadie se entera de esa resolución, y los que
se han enterado no creen en su sinceridad. Y pasan las semanas y la
intervención no se decreta. Se la espera de un día para otro. Los espíritus se
enardecen cada día más. Las noticias corren con lentitud. Cruzar de Paraná a
Santa Fe es una odisea espantosa. En Paraná, capital de Entre Ríos, se vive en
un ambiente a la vez heroico y tormentoso. Un cartel callejero dice:
"Entrerrianos: hemos ganado la elección en las urnas y hay que ganarla en las
barricadas". Los diarios de Entre Ríos invitan a los ciudadanos a tomar las armas. Un representante de la región de Montiel — la famosa selva de Montiel,
tierra de gauchos -dice en una reunión-: "Señor Yrigoyen: antes de mandar la
intervención a Entre Ríos, péguese un tiro". Se realizan manifestaciones con
banderas, divisas, escarapelas. Los senadores oficialistas expulsan a los
inasistentes. En Buenos Aires, la oposición explota el ardimiento de los
entrerrianos, cuya actitud constituye el comienzo de los días revolucionarios,
el pronunciamiento inicial, contra Yrigoyen.
Mientras los diarios opositores, especialmente Crítica, van creando el
ambiente revolucionario y el general Uriburu trata de seducir a los jefes
militares, comienzan a alarmarse los ministros y algunos legisladores
radicales. Por una parte, ven venir el movimiento revolucionario y buscan el
modo de salvar al gobierno y al partido; y por otra comprenden, aunque no
todos lo digan, que "no se puede seguir así". Algunos de ellos están muy
disgustados. Dentro del partido existe el mayor descontento, y en el Comité de
la Capital, en una sesión secreta, alguien, censurando a Yrigoyen, afirma que
las derrotas se repetirán si no cambia el gobierno sus métodos y no neutraliza
"a una camarilla que impide al presidente el conocimiento directo de la
situación". Un diputado, viejo radical, muy respetado por su caballerosidad,
publica una carta en la que, en términos valientes, hace a Yrigoyen análogas
acusaciones que sus enemigos. En la Cámara de Diputados, cuyas sesiones
se inician en junio, con un mes de retardo, porque los radicales las
obstaculizan, un representante por Buenos Aires se niega a votar con la
mayoría por el rechazo del diploma de un conservador. Este acto de rebeldía
es condenado por los genuflexos — o "los cien traseros", como también se les
llama—, y pocos días después, el propio diputado denuncia ante Yrigoyen,
telegráficamente, haber fracasado un plan para asesinarle. La verdad del
atentado — obra de los secuestradores de Yrigoyen— queda en evidencia. Uno
de ellos tenía contratado a cierto matón para que "amasijara" al rebelde. Los
genuflexos, en vez de protestar en favor de su colega, le envían una adhesión
a Yrigoyen, al cual el denunciante no ha atacado. Y el diario oficial, después de
considerar la denuncia como "el colmo de la insolencia, la temeridad y la
ingratitud", dice que el Presidente se ha informado de ella "con el profundo
desprecio que merece".
Los diputados que conservan alguna independencia optan por no asistir a la
Cámara. Viejos amigos de Yrigoyen, entre los que figura alguno de sus
ministros en la anterior presidencia, se recluyen en sus casas. Él no los busca
tampoco; y prescinde de ellos, como prescinde de sus propios ministros. Cada
vez más cerrado el círculo de vigilancia con que los secuestradores lo rodean,
Yrigoyen ya no recibe ni a los legisladores de su partido, ni a sus mejores
amigos. Los radicales decentes experimentan repugnancia ante las atrocidades que se han cometido y se siguen cometiendo en San Juan y Mendoza;
consideran que el país marcha hacia la ruina y el Partido Radical hacia su
disolución y temen que Yrigoyen, cuyo poder es ilimitado, a pesar de estar
secuestrado, enfermo y viejo, se convierta en dictador. Pero a nada temen
tanto como a esa gente que lo tiene rodeado y a la que creen capaz de desatar
sobre la ciudad "sus hordas de delincuentes". Algunos proponen un
"yrigoyenismo sin Yrigoyen". Uno de los ministros estudia textos de
Psiquiatría y de Medicina Legal, en busca de una solución para apartar del
gobierno a Yrigoyen, de un remedio al drama que está arrollándose.
Muchos radicales no creen en la revolución, pero no ignoran cómo el país
entero desaprueba al gobierno. Por doloroso que para el partido y para ellos, y
sobre todo para el propio Yrigoyen, los radicales, salvo un grupo de fanáticos,
creen que "el viejo" no debe continuar en el poder, a menos que cambie de
procedimientos. Pero ¿cómo llegar a este resultado? ¿Cómo contarle que el
partido está disconforme con él, que la revolución se viene y que el pueblo la
apoyará? Imposible, por más suaves palaras que se empleen, decirle que está
reblandecido y que debe abandonar el mando. Ni uno solo de sus fieles se
atrevería a causarle semejante dolor. Imposible aconsejarle nada. Al atrevido
que le insinuarle el abandono del gobierno, él lo aniquilaría con una mirada.
Yrigoyen nunca tuvo un momento de tremendo enojo o de violencia. Pero se le
considera capaz de tenerlos. Y en ese instante de ira, ¿qué sucedería? ¿Quién
se expondría a pasar por traidor, a ser expulsado del partido, a perderlo todo?
Es impresionante el drama de conciencia de esos hombres. Por un lado, la
angustia de ver al país en camino hacia el caos y la ruina, el dolor de ver
deshecho y desprestigiado a su partido; y por otro, el afecto, la veneración y el
temor al que todo le deben. Y los días y las semanas pasan y la revolución ya
está en todos los espíritus.
Algunos piensan que no sólo se trata de salvar al país al partido sino también
al propio Yrigoyen. Puede ser asesinado cualquier día. Un senador radical
denuncia que los enemigos intentan raptar al Presidente. Si la revolución se
realiza y triunfa ¿no es evidente que la vida de Yrigoyen, que tanto lo odian,
correrá peligro? ¿Y no habría que salvarlo, también, de esos hombres que lo
tienen secuestrado, que explotan su vejez, que acaso son capaces de
empujarlo a la dictadura o de ejecutar ellos mismos, invocando su nombre,
actos sangrientos o tiránicos? Sí, hay que salvarlo. Pero ¿cómo hacerlo, cómo
decidirse? Y los días pasan y semanas pasan, y el rumor revolucionario se va
convirtiendo en trueno de tempestad.
Y él, ¿qué piensa, qué dice de los acontecimientos que están ocurriendo?
Ya sabemos cómo, en su espíritu de introvertido, la real influye escasamente.
Tarda en impresionarle y nunca le impresiona con demasiada fuerza. Su
espíritu apriorístico le prohíbe ceder a las afirmaciones exteriores. Él cree que
está haciendo un gran gobierno, que el pueblo le ama, que el partido le es fiel y
que el ejército le responde.
¿Qué pueden reprocharle? ¿Lo de San Juan? Ahí está una nota de la Liga de
Defensa de la Producción, la Industria y el Comercio de aquella provincia, en la
que las personas independientes que la componen aseguran ser normal la vida
allí y cómo los incidentes son provocados por los cantonistas o resultado de
los crímenes y vejaciones que cometieron en seis años. ¿Lo de Lincoln? Se ha
comprobado que los conservadores llevaron de otras partes matones para
provocar a los radicales, y así se explica que la policía y el Radicalismo
tuvieran tres muertos y once heridos y sólo un muerto y cinco heridos la
oposición. ¿La situación económica? El mundo se debate en una crisis terrible
que entre nosotros apenas existe. No hay casi desocupados. En los Estados
Unidos, un banquero acaba de decir que el crédito argentino es cotizado allí
más alto que el de cualquier otro país sudamericano y que sólo es superado
por el de unos pocos países europeos. Ha celebrado un excelente convenio
con Inglaterra; pero el Senado, por espíritu de oposición, no se reúne y no lo
aprueba. Nada tienen que reprocharle, y el pueblo lo aclama como siempre.
Ayer no más, a raíz de su conversación con el presidente Hoover, ha recibido
millares de felicitaciones del país y del extranjero, algunas tan importantes
como la del anciano y santo obispo de Santa Fe, el más ilustre e intransigente
prelado de nuestra Iglesia, que lo ha felicitado "por sus nobles sentimientos
cristianos y su verdadero patriotismo".
Él no cree en la revolución, pero sí en un atentado. El pueblo que lo ha
"plebiscitado" apenas hace un año y medio, ¿cómo ha de querer echarlo? El
ejército "ya no es el de antes", dice él; pero ningún general se atreverá a
moverse. Cuando le informan que Uriburu conspira, se niega a creerlo. ¿No lo
ascendió a General de División? (¿y otro radical, Alvear, a General de
Brigada?)… Un caso parecido al de Lonardi y Aramburu con Perón, que les
entregó el sable sanmartiniano, las caponas, los diplomas y les tomó
juramento… Los dos estaban juramentados…Eso está perfectamente grabado
en cinta magnetofónica y escrito en los archivos.
“Pero Uriburu no es desleal sino patriota, pues por encima de su
agradecimiento coloca a la patria.”, dice don Manuel Gálvez haciéndole el coro
a los renacuajos. El agradecimiento es una cuestión personal. El juramento de
un Caballero es para cumplirlo. “Hace la revolución porque, como casi todo el
país, la considera necesaria”, o de puro bueno que es. Y no la hace tanto
contra Yrigoyen como contra su sistema de gobierno y contra el círculo que lo
rodea. A Yrigoyen lo metió preso…¿o no? Y al 88% de los radicales que lo
rodeaban lo dejó donde estaban…¿En qué quedamos Evaristo?
Él no cree que pueda prosperar una conspiración y estallar un movimiento
serio contra su gobierno. Sin embargo, no ignora que algunos militares
conspiran. Pero él no quiere que se les lleve presos. Y le manda decir a uno de
ellos — demostrando así no considerarlos peligrosos —, que él no dará ante el
mundo que nos mira, dada la situación a donde ha alcanzado el país, el triste
espectáculo de detener a generales y almirantes.
Pero Yrigoyen sabe harto poco de lo que sucede. No tiene la menor idea de la
exasperación general contra él. Sus secuestradores le leen noticias falsas. El
diario que le llevó a la victoria y que ahora le combate con saña, está creando
el espíritu revolucionario, le reconoce "incomunicado con la opinión pública" y
afirma existir a su alrededor "un cordón de aislamiento, tendido por sus
secuaces Si alguien intenta hacerle conocer un algo de la verdad, no quiere
oír. Él atribuye todo a la propaganda socialista, que influye sobre cerca de cien
mil hogares y que está envenenada por el comunismo ruso.
¿Y qué piensa de esta especie de secuestro en que le tienen? No ignora que
personas citadas por él no han podido llegar hasta el despacho presidencial.
Sabe que lo engañan. Pero acaso atribuye todo eso a exceso de celo de sus
amigos. O lo acepta porque lo encuentra cómodo para su cansancio mental. Lo
más probable es que no se dé exacta cuenta de su situación. Tiene setenta y
ocho años, y diariamente lo visitan mujeres sin escrúpulos... En ocasiones se
advierte que su inteligencia está espesa, nublada; y cierto día sufre un
desvanecimiento muy grave.
Pasa muchas horas como ligeramente adormecido. Su cansancio mental
parece cada vez mayor. No quiere hablar de los asuntos del gobierno. Él y sus
amigos creen que descansa conversando con sus jóvenes y bonitas
admiradoras. No hay indicio de que extrañe a sus verdaderos amigos. Nunca
pregunta por qué no van a verle. Acaso sabe que es inútil llamarlos, que no
podrán llegar hasta él. ¡Dolorosa soledad la de este hombre!
Su poder, no obstante, es siempre enorme. Si en un momento de energía se
irguiese, la pandilla que le tiene secuestrado sería aplastada. He aquí un
ejemplo que prueba su poder. El gobierno, que sólo puede retirar del Banco de
la Nación cuarenta y cinco millones de pesos, se ha excedido de esta suma y
prepara un nuevo cheque por treinta millones. El directorio de la institución ha
pensado en rechazar el documento, lo que traería consecuencias fatales para
el gobierno. El ministro de Hacienda, enterado por el presidente del Banco, a
quien aflige la posibilidad del rechazo, se resuelve a referir esos temores a
Yrigoyen. No le ve desde febrero. En la amansadora le atajan el paso. Pero él,
llevando todo por delante, llega a enfrentarse con Yrigoyen. "¿Será capaz el directorio de semejante irreverencia?", exclama el primer magistrado. Y con el
ceño fruncido y con ese gesto nada bondadoso sino revelador de ira contenida
que de tarde en tarde aparece en su rostro, le ordena al ministro: "Haga
inmediatamente el cheque, mándelo al Banco y avíseme telefónicamente el
resultado de la votación". El ministro refiere al presidente del Banco esta frase
y el presidente del Banco la repite ante el directorio reunido. Nadie chista una
palabra y el cheque es aceptado.
¿Vendrá algún día un criollo a esta tierra a mandar?
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