JUAN CARLOS LLANOS MORCILLO

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WHERE IS MY MIND
Landázui
WHERE IS MY MIND
(Juegos de Guerra)
Alineación.
Coronel KOI. Cerca de los sesenta años, gesto serio e inteligente. Coronel militar y
líder de la rebelión.
Teniente PATRICIO. Mano derecha del Coronel KOI, sin escrúpulos y ambicioso.
Soldado VALDIVIA. Muchacho sensible, a las órdenes del Coronel KOI.
MAGDALENA. Asistenta personal del Presidente Onofre.
Presidente ONOFRE. Presidente de la fuerza opositora al Coronel KOI.
SRA. BENAVIDES. Criada del Coronel KOI.
Un Comisario.
Espacio escénico.
Todo el espacio escénico estará rodeado de sábanas blancas, impolutas, colgadas
desde más arriba de la vista del espectador, siempre y cuando esto sea posible. Así
será en el fondo y en los lados. Sobre el escenario, tan sólo un sofá enfundando por
una sábana blanca, tres cubos de madera blancos, dos de ellos apilados y otro a
medio metro, a la izquierda del espectador. En mitad de la escena, un pupitre para
adultos, totalmente blanco. Y detrás del pupitre, un baúl blanco. En la boca del
escenario, a la derecha del espectador, una mesa, cubierta por una sábana blanca,
que sujetará un equipo completo de música, con dos altavoces a cada lado del
escenario. Serán los propios personajes los que, mientras dure la obra y el autor lo
pida, pongan música sobre el texto escenificado. Del techo, colgará una exagerada
lámpara de araña. Todos los personajes irán vestidos de blanco, cuello de la camiseta
arrancado, pantalones blancos parecidos a los de un kimono de kárate y zapatillas de
lona blanca. Todos irán igual excepto el Coronel KOI, que llevará un brazalete negro.
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Se abre el telón suavemente. De lejos, una voz en off susurrante y jadeante, envuelta
en sonidos de batalla, bombardeos, gritos y marchas militares, repetirá una y otra vez
palabras como “soltadme… lo estamos consiguiendo… esto es una victoria…
soltadme… victoria siempre… todo como lo planeé… adelante soldados…os está
pasando a vosotros… ¡victoria!” Mientras tanto, la SRA. BENAVIDES terminará de
conectar el equipo de música y asegurarse de que todo funciona.
Entra el soldado VALDIVIA, distraído. Se cruza con la SRA. BENAVIDES, a la que
hace el saludo militar, juntando los tacones y llevándose la mano a la sien. Esta le
responde con un gesto cariñoso, pellizcándole el carrillo, y sale. El soldado VALDIVIA
deambula por la escena mientras canta, entrecortadamente, una canción.
S. VALDIVIA: (cantando) “… con los pies en el aire y la cabeza en el suelo… inténtalo
y gira sobre ti mismo… tu cabeza se derrumbará si no tienes nada dentro… y te
preguntarás a ti mismo… ¿dónde está mi mente? ¿dónde está mi mente?...”
Entra el Coronel KOI, seguido del Teniente PATRICIO. El Soldado VALDIVIA se
asusta y se sienta en un cubo.
C. KOI: ¿Está todo como ordené?
T. PATRICIO: Sí señor.
C. KOI: ¿Ha salido según lo planeado?
T. PATRICIO: No ha habido ningún tipo de desviación, señor.
C. KOI: ¿Ninguna?
T. PATRICIO: No señor, ninguna.
C. KOI: Bien. Debemos ser perfectos. Luchamos para ser perfectos. Si no somos
perfectos, simplemente no seremos.
T. PATRICIO: La tropa lo sabe, señor. Yo mismo me he encargado de transmitirlo.
C. KOI: Sabes lo que me pasa, amigo Patricio, que si no es mi boca la que transmite
las órdenes, mi corazón no duerme tranquilo, ¿me entiendes?, no fiarse de nadie, esa
es la clave del éxito.
T. PATRICIO: Entiendo, señor.
C. KOI: Sí, entiendes, pero sigue siendo tu boca y no la mía la que transmite esas
órdenes.
T. PATRICIO: Pero señor, ya lo habíamos discutido. Inteligencia insiste en que no se
muestre mucho en público. Son las precauciones lógicas en tiempos de guerra. Usted
debe comprender que…
C. KOI: ¿Usted? Ese tipo de respeto ha sido el que ha llevado al mundo a esta
situación… ¡usted! Vuelva a llamarme de usted y le arrancaré la lengua. Todo el
mundo es digno de ser tratado de usted, ¡yo a mi padre jamás le traté de usted! ¿y
sabe por qué, Teniente?
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T. PATRICIO: No, mi señor.
C. KOI: Porque no lo merecía. Maltrataba a mi madre. Era un asqueroso borracho. Me
dan ganas de sacarlo de la tumba para volverlo a matar.
T. PATRICIO: Ya lo hizo, señor, recuerde que el año pasado…
C. KOI: ¡Lo sé! Lo sé… lo recuerdo perfectamente. Todavía tengo pelos suyos debajo
de mis uñas. ¿Ha indicado inteligencia cuando va a ser la hora señalada?
T. PATRICIO: No, señor, esperamos impacientes. Los regimientos cinco y catorce
esperan en el campo de batalla listos para el ataque.
C. KOI: ¿Listos?
T. PATRICIO: Sí, señor. Listos. Yo lo he visto con mis propios ojos.
C. KOI: Bien. Diríjase hacia allí y llame a los jefes de las brigadas. Sitúeles en el frente
de ambos regimientos. Coja un fusil y sacrifíqueles delante de los soldados. Nombre
nuevos jefes de brigadas y vuelva a contarme cómo han reaccionado los muchachos.
T. PATRICIO: Enseguida, señor.
C. KOI: Quiero saber si los que están en el frente son hombres o son cachorros.
T. PATRICIO: A sus órdenes, señor (se dispone a salir)
C. KOI: ¡Teniente! ¿Es usted un hombre o un cachorro?
T. PATRICIO: Soy su mejor doberman, señor (saluda y sale)
S. VALDIVIA: Morirán muchos padres de familia.
C. KOI: ¿Cómo ha dicho?
S. VALDIVIA: Que morirán muchos padres de familia. Seguro que los jefes de las
brigadas que están a punto de morir tienen hijos, y padres y amigos…
C. KOI: Interesante. ¿Por qué no está usted en el frente, muchacho?
S. VALVIDIA: Por incapacidad, señor. Usted mismo aconsejó que no cogiera un arma.
Me vio haciendo maniobras y ordenó que me enviaran a sus dependencias, ya que allí
resultaría útil, tal y como usted dijo. ¿No lo recuerda?
C. KOI: Claro. Lo recuerdo perfectamente. ¿Eres zurdo o algo así?
S. VALDIVIA: ¿Zurdo?
C. KOI: Sí, zurdo.
S. VALDIVIA: No, señor, me manejo igual de mal con la derecha que con la izquierda.
¿Por qué?
C. KOI: Recuerdo haberle enviado aquí pero no recuerdo el motivo. En mis tiempos,
los zurdos y los pelirrojos eran hijos del demonio, y se les apartaba a los rincones o se
les encerraba en habitaciones, alimentándoles por debajo de la puerta.
S. VALDIVIA: Ni zurdo ni pelirrojo, señor, éste es de color natural.
C. KOI: ¿Tiene amigos, soldado?
S. VALDIVIA: No, señor, aquí ninguno de momento.
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C. KOI: ¿Familia?
S. VALDIVIA: Toda fallecida, para mi desgracia.
C. KOI: Es decir, que a usted si que le puedo colocar una bala entre los ojos delante
de tres mil soldados sedientos de sangre y disciplina.
S. VALDIVIA: No le entiendo, señor…
C. KOI: Sí… su teoría sobre mis brigadas… dice que no les puedo sacrificar porque
pueden tener familia o amigos… pero se entregaron a mí, para lo bueno y lo malo… la
victoria también será suya.
S. VALDIVIA: Prefiero celebrar una derrota vivo que una victoria desde la tumba, si me
lo permite, señor.
C. KOI: Prefiere lo que yo quiero que prefiera. (Ausente) Me tenéis que seguir hasta el
final, incondicionalmente, apretar mi corazón con vuestros puños para que no deje de
latir, arrasar playas, montañas, ciudades enteras, unir nuestros alientos para construir
un mundo mejor, un mundo contrario al que vivimos ahora, un mundo sin dinero, sin
humo, sin ruido ¡odio el ruido! ¿le gusta el ruido, soldado?
S. VALDIVIA: No señor, no me gusta en absoluto.
C. KOI: (poniendo música de violines) Pues escuche esto, esto es lo que se escuchará
en el mundo que voy a crear, en cada esquina de este condenado planeta se
escucharán mis violines, desde el cielo bajarán millones de pájaros a posarse sobre
nosotros para escuchar mis violines, los muertos se levantarán y bailarán con mis
violines. Así, suave, dulce, meciendo los brazos, flotando…
S. VALDIVIA: (viendo que el Coronel no reacciona) ¡Señor! ¡Señor!
C. KOI: Perdón… es difícil pertenecer a este mundo cuando tus pensamientos son
mejores que lo que tus ojos pueden ver.
S. VALDIVIA: Siempre se puede mejorar lo que tus ojos ven, señor.
C. KOI: ¿Y qué crees que pretendo con esta absurda guerra mundial?
S. VALDIVIA: No es necesario el uso de la violencia, señor, hay otros caminos.
C. KOI: ¡Ninguno es válido! Sólo la violencia, la guerra absoluta, una guerra de escala
mundial, una purga total… apretar la herida y derramar el odio sobre la tierra para que
no vuelva a crecer nada que no queramos nosotros.
S. VALDIVIA: Nosotros… ¿quiénes?
C. KOI: Los que sigamos en pie. ¡Criada! (entra la Sra. Benavides, haciendo una ligera
reverencia) Traiga algo de comer. Tengo hambre. La guerra me da hambre. (Sale la
Sra. Benavides) ¿De dónde eres muchacho?
S. VALDIVIA: Simplemente soy, mi señor, no vengo de ningún sitio. Me he pasado la
vida de un lado a otro.
C. KOI: Eso es imposible, todos pertenecemos a algún lugar. Todos anhelamos
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nuestras raíces. Compadezco al idiota que no lo haga.
S. VALDIVIA: Me quedé sin padres muy pronto, apenas les recuerdo, y he saltado de
orfanato en orfanato hasta que me alisté en el ejército, hace ya algunos años.
C. KOI: ¿Por qué no ha ascendido aun, soldado? Si se lo hubiera propuesto, podría
haber sido uno de esos brigadas del frente que están… (mira un reloj de bolsillo) sí,
que están ahora muertos.
S. VALDIVIA: Por falta de facultades, señor.
C. KOI: Si no lo están aun les quedan escasos segundos de vida.
S. VALDIVIA: Todos en el ejército piensan que no valgo para la guerra.
C. KOI: ¡Qué sensación! Tengo sus vidas en mis manos, ¿no lo nota, soldado?
S. VALDIVIA: ¿Qué es lo que tengo que notar señor?
C. KOI: (golpea sus puños) ¡Zas! Ya nada. Absolutamente nada. La nada con
mayúsculas. ¿No es fantástico?
S. VALDIVIA: ¿El qué es fantástico, señor?
C. KOI: Yo. (Pausa tensa)
S. VALDIVIA: Le contaba que he estado de un lado a otro durante mi infancia… (no
puede aguantar la mirada al Coronel) …en varios orfanatos…
C. KOI: Detesto los orfanatos.
S. VALDIVIA: ¿Estuvo en uno, señor?
C. KOI: Todos hemos estado en un orfanato alguna vez en nuestra vida.
S. VALDIVIA: ¿Y qué le sucedió, señor?
C. KOI: No es asunto suyo.
S. VALVIDIA: Mi padre decía que era bueno contar las cosas para desahogarse.
C. KOI: Tu padre era un imbécil.
S. VALDIVIA: Los orfanatos son duros incluso para los que pasan de largo. Yo tengo
historias terribles que dejarían helado hasta al más aguerrido de sus hombres.
C. KOI: Tú no tienes ni idea de lo que es pasar miedo. Tú no sabes nada.
S. VALDIVIA: Seguro que tus historias son mejores que las mías.
C. KOI: No es cuestión de comparar, es cuestión de saber sufrir… cerrar los ojos y ver
el miedo, a un palmo de tu cara, aterrorizarte por que se acercan a ti desde todos los
lados, querer gritar y no poder, hacer esfuerzos titánicos para poder emitir un solo
quejido, pedir ayuda, pero todo en vano… nadie viene salvo los que ya están
contigo… y el resto es peor que la muerte a los pies de tu cama…
S. VALDIVIA: Mi señor, ¿Qué sucedió? (pausa) ¿Señor?
C. KOI: Tres compañeros murieron, uno en mis brazos… éramos unos críos… a otro
le enterraron en el jardín, en un jardín donde nos hacían salir a jugar a la mañana
siguiente, ¡malditos mal nacidos! (pausa intensa, recobra el aliento y coge de la
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pechera al soldado Valdivia) ¡Dime quién demonios eres!
S. VALDIVIA: Soy yo señor, soldado Valdivia, ¡para servirle!
C. KOI: ¡No eres quién dices ser! ¡Bastardo! (del baúl saca una pistola y le apunta a la
cabeza)
S. VALDIVIA: Señor, está en su casa, señor, no hay nadie más excepto tú y yo, no hay
oscuridad, señor, por favor tranquilícese.
C. KOI: ¡Su padre!
S. VALDIVIA: ¿Mi padre? ¿Qué pasa con mi padre?
C. KOI: ¡Primero se muere muy pronto y luego te da consejos cuando no eras más que
un mocoso!
S. VALDIVIA: No, entiendo señor…
C. KOI: “mis padres murieron pronto, apenas les recuerdo” me dijo, para después
decirme que te decía que era mejor contar las cosas para desahogarse.
S. VALDIVIA: Me habré confundido, señor, no piense usted mal…
C. KOI: ¡Otra vez con “usted”! ¿Acaso me he ganado tu respeto?
S. VALDIVIA: Sí señor…o no… por favor baje el arma… ¡dígame que quiere oír!
C. KOI: ¿Quién eres? ¿Para qué has venido? ¿Quién te envía?
S. VALDIVIA: Nadie señor, me envió usted…. Quiero decir, me enviaste tú, recuerda,
en el campo de maniobras… yo no sabía disparar…
C. KOI: Si no te envía nadie, supongo que a nadie le importará que (cargando el arma)
S. VALDIVIA: No, por dios, mi Coronel, piénselo mejor… no acabe conmigo, sólo soy
un pobre soldado que…
C. KOI: (bajando el arma) ¡Criada! ¡Criada! ¿Viene esa comida o también tengo que
apuntarla con mi pistola?
El soldado Valdivia se retuerce de miedo en el suelo y solloza.
C. KOI: ¡Levanté! No quiero a nadie llorando en mi casa.
Entra la Sra. BENAVIDES con una bandeja de plástico, un vaso de plástico y un plato
de comida. Lo deja en el suelo. Mira de reojo al soldado Valdivia y sale contrariada. El
Coronel coge el pupitre, la bandeja y se sienta a comer. Por el otro lado entra el
Teniente Patricio.
C. KOI: ¿Noticias, teniente?
T. PATRICIO: Sin novedad. He hecho todo lo que me ordenó.
C. KOI: ¿Y la reacción del resto de la tropa?
T. PATRICIO: Sorprendente, señor. La mayoría aplaudió, escupieron a los cadáveres.
Daban por supuesto que se trataba de traidores.
C. KOI: ¡Pero eso no era lo que yo pretendía!
T. PATRICIO: En el ejército no se perdona al traidor, todos han quedado contentos y
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han renovado su ilusión por la lucha.
C. KOI: Bien. Salvo por una cuestión… ¡que no eran traidores, maldita sea! (tira la
bandeja) ¡Eran mártires! Mártires de mi lucha, de nuestra lucha, de la lucha del
mundo… ¿cómo pretendes que transmita lo que quiero transmitir a mi ejército si mi
hombre de confianza no me entiende?
T. PATRICIO: Coronel, debemos estar satisfechos, quizá la tropa no lo ha entendido
pero el resultado ha sido mejor del que esperábamos.
C. KOI: ¿El resultado? ¡Qué me importa a mí el resultado! ¿Le importó el resultado a
Cristo crucificado? No. ¿Le digo por qué? Porque estaba rodeado de doce fieles que
entendieron la palabra y que supieron comunicársela al mundo.
T. PATRICIO: Ahora entiendo, mi coronel.
C. KOI: ¿Y hará falta una explicación para cada orden que te de? (El Teniente Patricio
baja la cabeza). Tal vez debería sacrificarte también a ti. ¿Qué dices, soldado, lo
sacrificamos?
S. VALDIVIA: No más muertes gratuitas, señor.
C. KOI: ¿Pero tú lo entenderías?
S. VALDIVIA: Yo cada día entiendo menos.
T. PATRICIO: Coronel, después de invadir y situar a nuestros regimientos más allá de
la frontera oeste, inteligencia ha advertido que el enemigo se repliega y huye.
Podemos avanzar durante dos días más sin apenas resistencia. Es una oportunidad
única.
C. KOI: Está bien, ponga todo en marcha. Pero que los regimientos impares avancen
por el sur.
T. PATRICIO: ¿El sur? ¿Con los regimientos impares?
C. KOI: Sí, el sur. ¿Le explico por dónde queda el sur, teniente?
T. PATRICIO: Está bien. Una última cosa. Se dirige un pequeño convoy hacia aquí,
con bandera neutra. Sospechamos que en él se oculta el Presidente Onofre. Creemos
que viene a ofrecerle la rendición incondicional de los estados del norte. He dado
orden de no atacar. Creo conveniente tener delante a ese perro para que nos lama las
botas.
C. KOI: Mi viejo amigo Onofre…
T. PATRICIO: Está a menos de dos horas de aquí, coronel.
C. KOI: Prepararlo todo. Yo me retiro a descansar. Molestadme si es preciso.
Saca del baúl un reloj de cuerda. Lo sitúa en lo alto de los cubos, lo pone en hora y
sale.
T. PATRICIO: ¡Avanzar por el sur con los regimientos impares…! ¡Es cosa de
lunáticos!
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S. VALDIVIA: (absorto) No es tan lunático como aparenta…
T. PATRICIO: Pero avanzar hacia el sur es como bucear en un charco de medio
palmo… ¡es un desierto de dos mil kilómetros! ¡Y no hay nada!
S. VALDIVIA: ¿Qué es eso?
T. PATRICIO: ¿No sabes lo que es un reloj?
S. VALDIVIA: Sí, pero debe tener un significado especial, todo en él lo tiene…
T. PATRICIO: El viejo tiene objetos fetiches que sólo él entiende. ¡Dios, como me
cansa tanta excentricidad!
S. VALDIVIA: (con temor hacia el teniente) Adoras su excentricidad, besas sus
huellas, lo seguirías hasta el abismo de las puertas del infierno y te lanzarías de
cabeza si él te lo pidiera.
T. PATRICIO: ¿En serio crees que le bailo el agua a ese loco? (El S. Valdivia lo mira
con gesto afirmativo) No tienes ni idea. Yo solo espero mi momento. Tengo mi propia
lucha que ganar.
S. VALDIVIA: ¿Qué estás diciendo?
T. PATRICIO: Es necesario estar en el momento preciso para obtener lo que es mío.
S. VALDIVIA: ¿Traición?
T. PATRICIO: ¡Alta traición! O mejor aun, seguir el curso de la lógica. No podemos
dejar el mundo en manos de ese personaje.
S. VALDIVIA: ¿Y me haces testigo de ello? ¡Cómplice!
T. PATRICIO: Si todo va como es debido, estarás muerto antes de que anochezca.
S. VALDIVIA: Estar aquí dentro, escuchar vuestras locuras, formar parte de ellas…
¿es tan distinta la muerte de lo que me estáis haciendo padecer?
T. PATRICIO: Al contrario, es el descanso eterno. Nos tendrás que rendir pleitesía por
tan magnífico regalo.
S. VALDIVIA: ¿Y porqué yo? ¿Qué tengo que ver en todo esto? ¡Si ni siquiera sé
empuñar un arma!
T. PATRICIO: El coronel te tiene aquí por algún motivo. Te ha tocado la frente sin que
te hayas dado cuenta. No tienes otra opción.
S. VALDIVIA: ¡Siempre hay otra opción! La tenían esos brigadas antes de que los
asesinaras, la tienen los que huyen a través de esas montañas, la tienen los que
esperan a recibir vuestras órdenes… ¿porqué no he de tenerla yo?
T. PATRICIO: Pobre idiota… Esos brigadas estaban marcados mucho antes de su
ascenso. A los que huyen por las montañas les espera fuego de artillería desde lo alto,
¡no quedará ninguno!, taponaremos esos valles con los cuerpos de nuestros
enemigos… Y los que esperan en nuestros batallones… ¡esos me esperan a mí!
Esperan mi puñetazo sobre la mesa, la sublevación, ¡arrasaré todo lo que se
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interponga en mi camino!
S. VALDIVIA: ¡Dales una oportunidad a los de las montañas, misericordia! A enemigo
que huye, puente de plata, ¿no es esa una máxima en cualquier ejército?
T. PATRICIO: ¡No en el mío! Imbécil… no te gustará saber que retenemos nada más y
nada menos que a cuatrocientas mujeres y a otros tantos niños en un estadio,
¿verdad? ¡Será mi presentación, mi gala de apertura!
S. VALDIVIA: No pretenderás matarlos, ¿verdad? Son sólo niños con sus indefensas
madres, ¡no han hecho ningún daño a nadie!
T. PATRICIO: Cada uno entiende el significado de mártir a su manera.
S. VALDIVIA: ¡Maldito bastardo! (intenta agredirle, pero es cogido por el cuello)
T. PATRICIO: (golpeándolo en el estómago y arrastrándolo hasta el baúl para coger
un puñal) ¿Te adelanto tu gran momento, soldado? Es una pena llenar de sangre el
suelo, ¡salen tan mal las manchas!
En el amago de clavarle el puñal, aparece la Sra. BENAVIDES, que tose para que su
presencia quede clara. El Teniente lo suelta, y sale. El Soldado queda tendido en el
suelo.
S. VALDIVIA: ¡Harán mucho daño a gente inocente! Esto está saliendo mal… (La Sra.
BENAVIDES recoge la bandeja, y lo levanta del suelo) ¡No veo como pararles! Tienen
a madres retenidas con sus hijos, han trazado trampas mortales por todos los
desfiladeros de la montaña… ¡son unos monstruos! (Ella pone música)
SRA. BENAVIDES: ¡Cíñete al guión!
S. VALDIVIA: El guión… sí, sí… ¡el guión!
SRA. BENAVIDES: Te hemos elegido entre cuarenta y dos aspirantes… ¡no nos falles!
Tu curriculum decía que estabas perfectamente preparado, ¡has superado todas las
pruebas!
S. VALDIVIA: Está bien, está bien… solo necesito un poco de tiempo… nada más…
SRA. BENAVIDES: Mañana habrá acabado todo. Debo irme.
Sra. Benavides sale.
S. VALDIVIA: El guión… (saca el guión del baúl, lo hojea rápidamente, pero se
desespera) ¡El guión no dice nada de muertos! ¿Dónde están los muertos? ¿Dónde
los orfanatos? ¿Dónde las balas…? ¿Dónde los niños que lloran acurrucados contra
sus madres…? ¡Los violines! (Quita la música y pone los violines del Coronel) Sí, el
coronel tiene razón ¡siempre la tiene! El mundo debe escuchar más violines, es
necesario para que todos seamos felices tener violines a todas horas…
Aparece el Coronel KOI. Hablará en italiano durante esta escena.
C. KOI: Vedo che i miei violini hanno fatto effetto (Veo que mis violines han hecho
efecto)
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S. VALDIVIA: ¿Cómo?
C. KOI: violini. È bello che ti piacciano i violini!. E 'l'unica cosa che veramente mi
interessa. Milioni di violini in milioni di luoghi diversi, allo stesso tempo! (Los violines.
Es bueno que le gusten los violines. Es lo único que me interesa de verdad. ¡Millones
de violines en millones de lugares distintos, a la vez!)
S. VALDIVIA: ¿Qué le ha pasado? ¿Por qué habla en italiano?
C. KOI: Ho sempre parlato in italiano, è la mia madrelingua! (Siempre he hablado en
italiano, ¡es mi lengua natal!)
S. VALDIVIA: ¡No, no es cierto! Usted ha nacido a pocos kilómetros de aquí, hace…
hace veinte minutos me ha hablado en castellano…
C. KOI: Soldato, ha troppa pressione, le consiglio consiglio di prendere la vita con un
po' più di calma (Soldado, acusa demasiada presión, sugiero que se lo tome todo con
un poco más de calma)
S. VALDIVIA: ¡Oh dios mío… estáis todos contra mí!
C. KOI: Sono consapevole di che cosa hai bisogno, soldato, e con l'aiuto del tenente
Patrizio siamo in grado di risolverlo. (Soy consciente de lo que necesitas, soldado, y
con la ayuda del teniente Patricio podremos resolverlo)
S. VALDIVIA: ¿Patricio? Sí, eso es, Patricio, tiene que detenerlo, va a cometer una
atrocidad…
C. KOI: Non capisco come non non lo abbiamo aiutato ancora… (No comprendo como
no le hemos ayudado antes…)
S. VALDIVIA: Debe encerrar al teniente, una persona así no puede quedar libre…
C. KOI: Tenente! (¡Teniente!)
S. VALDIVIA: No, por favor, no lo llame… no quiero tenerlo cerca… quiero salir de
aquí, ¡sáquenme de aquí!
C. KOI: Tenente! (¡Teniente!)
Entra el Teniente Patricio.
T. PATRICIO: A sus órdenes, Coronel.
C. KOI: E 'ora che il nostro amico faccia un giro. È necessario che capisca verso dove
cammina il nostro esercito (Es hora de que nuestro amigo de el paso. Es necesario
que comprenda hacia dónde va nuestro ejército)
T. PATRICIO: Lo tengo todo preparado, coronel, está maniatado esperándonos.
S. VALDIVIA: ¿Maniatado? ¿Quién está maniatado? ¿Esperando a quién?
T. PATRICIO: Esperándote a ti. Tú serás su asesino.
S. VALDIVIA: Antes me quito la vida.
El Coronel pone música. Coge un largo sable del baúl.
C. KOI: Soldato, ne abbiamo una bella sorpresa per te. (Soldado, tenemos una grata
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sorpresa para ti)
La iluminación permite ver la silueta de un hombre atado por las muñecas a una viga.
T. PATRICIO: Tardamos en localizarlo. Pero hemos logrado dar con él y está
deseando verte. Han pasado varios años. Pero seguro que hacéis buenas migas.
S. VALDIVIA: ¡Decidme! ¿De quién se trata?
T. PATRICIO: Un viejo amigo de tu familia. (Sitúa una soga al cuello del soldado y lo
conduce como si fuera un perro)
C. KOI: L'assassino di tua madre. È un piccolo regalo abbiamo deciso di farti. (El
asesino de tu madre. Es un pequeño regalo que nos hemos permitido hacerte)
S. VALDIVIA: ¿El asesino de mi madre?
T. PATRICIO: Sí, además de ser uno de los líderes contrarrevolucionarios que nos
están quebrando la cabeza últimamente, de ser un contrabandista y terrorista, mató a
tu madre. A mi lo de tu madre sinceramente me da igual, de no ser porque el coronel
se empeñó en que fueras tú el que le quitarás la vida, ya estaría muerto. Yo mismo le
habría arrancado los ojos.
S. VALDIVIA: Pero eso es imposible, mi madre sucumbió enferma, estuvo agonizando
durante tres semanas, ¡nadie mató a mi madre!
C. KOI: (en castellano otra vez) Sí que lo hizo, soldado, pero qué mejor manera de
proteger a un niño que engañarlo, ¿verdad? Se empeñan en engañarnos para que
veamos las cosas de manera diferente…
S. VALDIVIA: ¿Otra vez en castellano, coronel?
C. KOI: ¿Cómo dices?
S. VALDIVIA: ¡Sí, antes en castellano, después en italiano, ahora otra vez en…
C. KOI: ¿Lo ves? ¿Sí confundes mi lenguaje, porque no has de confundir tu pasado?
S. VALDIVIA: Coronel, estáis es un grave error… os equivocáis de persona…
C. KOI: ¡Sí que eres tú, maldita sea! ¡Y cuánto más lo niegues, más despreciarás todo
lo que has vivido, más desearás que te hunda este sable en las entrañas, que te
atraviese con todos esos recuerdos que sí han sucedido!
T. PATRICIO: ¡Es el momento, coronel!
Lo conducen hacia el preso. Se verán las siluetas de los personajes.
C. KOI: Acaba con él.
S. VALDIVIA: ¡No!
T. PATRICIO: ¡Hazlo!
S. VALDIVIA: Dejadme hablar con él. ¡Dejadme al menos preguntárselo!
El Teniente coge de los pelos al preso y levanta su cara.
T. PATRICIO: ¡Pregúntaselo!
S. VALDIVIA: (Vacila)
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C. KOI: ¡Díselo! ¿Mataste a mi madre?
S. VALDIVIA: ¡No puedo!
T. PATRICIO: ¡No es tan difícil! ¿Mataste a mi madre!
S. VALDIVIA: ¿Mataste de mi madre?
C. KOI: No te ha oído, ¡grítaselo! ¡Mataste a mi madre!
T. PATRICIO: ¡Mataste a mi madre! ¡Vamos, acaba con él! ¡Lo estás deseando!
S. VALDIVIA: ¡No!
C. KOI: ¡Te lo ordeno, soldado! ¡Mataste a mi madre! ¡Vamos!
S. VALDIVIA: (le clava el sable mientras lo repite una y otra vez) Mataste a mi madre,
mataste a mi madre, mataste a mi madre…
La escena se tiñe de rojo. Sale a escena el Coronel Koi, que cambia la música. Al
fondo, se oye al soldado lamentarse “¿qué me habéis hecho?” una y otra vez. La
escena se funde en negro total mientras sube la música.
Suena una ópera lenta, envolvente. En la escena se ve a un hombre andar de arriba
abajo. Es el Presidente Onofre, líder de los países vecinos. Quieta, sin inmutarse, está
Magdalena, asistente del presidente. Magdalena, que se empieza a contagiar por la
impaciencia de Onofre, se sienta en los cubos.
P. ONOFRE: Esto no ha sido buena idea.
MAGDALENA: Presidente…
P. ONOFRE: ¡No! Ahora no. No sé cómo me dejé convencer. Entrar en los dominios
de este loco.
MAGDALENA: Es la única manera de parar esta guerra.
P. ONOFRE: ¿Mostrando debilidad?
MAGDALENA: No se trata de eso.
P. ONOFRE: ¿Mostrando debilidad se para a un ejército de treinta mil hombres
sedientos de sangre? Dime, si así se para un ejército victorioso, ¿porqué no se ha
hecho antes?
MAGDALENA: No es debilidad, presidente, se trata de diálogo.
P. ONOFRE: El diálogo no evitará que cada día cientos de personas mueran.
MAGDALENA: Presidente, debe mostrar seriedad, firmeza y saber hacer. No se trata
de complacencia, de rendición. Hay que saber qué es lo se trae entre manos, qué
objetivo busca.
P. ONOFRE: ¡Por favor! ¡Ha asesinado a nueve de mis emisarios! ¡Nos ha devuelto
sus cabezas en una caja! No, esto no está bien, se trata de una mala idea, de una muy
mala idea…
MAGDALENA: No pidas piedad. No pidas rendición. No pidas clemencia. No pidas
colaboración. ¡Úsale! Ponte delante suyo y atraviesa su mirada, intenta ver qué hay
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dentro de ese hombre. Es nuestra única opción. La última.
P. ONOFRE: No, no es el momento. Nunca es buen momento para estas
situaciones…
Desde dentro se oyen órdenes marciales. El Coronel KOI entra canturreando algo en
latín. Está victorioso y juguetón. Pone el reloj de cuerda en hora. Magdalena intenta
hablar pero el coronel hace un gesto con la mano. Suena el reloj, y el coronel le indica
que ya puede hacerlo.
MAGDALENA: Tengo una pregunta antes comenzar a debatir nuestra situación.
C. KOI: Adelante.
MAGDALENA: ¿Cómo tenemos que llamarle? ¿Coronel? ¿Señor Koi? ¿Alteza?
C. KOI: Coronel me vale. Lo de alteza es una ofensa. No persigo ningún título
impuesto por la fuerza.
P. ONOFRE: (Amenazante) ¡Entonces qué es lo que persigues!
MAGDALENA: (Tranquilizando a. P. Onofre) La verdad es que no nos interesa lo que
persiga, ¿verdad? Hemos venido a relatar cuál es nuestra situación y qué
pretendemos. Esperamos lo mismo por vuestra parte.
C. KOI: Vuestra situación es la que yo quiera que tengáis.
P. ONOFRE: ¿Buscas el exterminio, es eso?
C. KOI: Se exterminan las plagas de insectos, de conejos, de… ¡ratas! Al hombre no
se le extermina. Es un final muy vulgar para algo tan grande.
P. ONOFRE: Dime entonces, ¿qué es lo que les has hecho a toda mi gente que
acumula sus cuerpos en las cunetas?
C. KOI: Viejo amigo, esto es una guerra. En la guerra hay muertos.
P. ONOFRE: En una guerra de honor no hay muertos inocentes.
C. KOI: ¿Honor? El honor es algo volátil en manos de quien lo maneje, ¿no crees? Yo
veo mucho honor en todo esto.
MAGDALENA: No dudamos de que la finalidad de sus intenciones estén llenas de
honor para con su ejército, sólo nos preguntamos que porción de ese honor nos toca
al resto, a los que estamos en el bando contrario.
C. KOI: Eso no es asunto mío. Quiero llegar a una meta y estáis en medio. Sólo sois
un escoyo, un bache que librar. ¿No lo son todas las guerras, interminables carreras
de obstáculos con accidentes y contratiempos?
P. ONOFRE: ¿Cuál es tu meta, coronel? ¿Insinúas que echándonos a un lado pasarás
de largo?
C. KOI: No es tan fácil. Los buenos corredores ansían de baches complicados en su
carrera. Seguiré arrasando vuestras tierras y a vuestra gente. Podéis huir o esperar
pacientes vuestra muerte. Os doy opciones. Os anticipo mis intenciones. ¿Qué bando
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de perdedores ha gozado alguna vez de tales ventajas?
P. ONOFRE: Pero ¿por qué, coronel, para qué?
C. KOI: Quiero cambiar el mundo. Eso es todo. No me gusta este mundo que habéis
creado. No me gusta nada.
MAGDALENA: Hay maneras distintas de cambiar las cosas.
C. KOI: Ninguna llegados a este punto. Es necesario partir de cero. ¡Alegraros! Sois
parte importante de una revolución absoluta.
P. ONOFRE: De modo que es eso, una revolución. Un movimiento letal contestatario,
una pataleta que está acabando con la vida de miles de personas. ¿Y que es lo que te
hace único respecto a otros que lo han intentado?
C. KOI: Eso mismo, que yo no lo intento, lo hago.
P. ONOFRE: Morirás en el camino.
C. KOI: Ambos sabemos que no es así. En el fondo deseas que triunfe. Deseas este
cambio tanto como yo.
P. ONOFRE: No te equivoques, viejo loco, no tengo nada que ver contigo.
MAGDALENA: Lo único que deseamos ahora mismo es que liberes a todas esas
mujeres con sus hijos de donde quiera que los tengas.
C. KOI: Demasiado tarde.
P. ONOFRE: ¿Demasiado tarde? ¡qué quieres decir! (lo agarra del pecho) Dime que
están bien, coronel, dime que no han sufrido ningún daño o yo mismo te estrangularé
aquí mismo.
MAGDALENA: ¡Presidente!
P. ONOFRE: ¿Cuánto tardan en llegar tus asesinos hasta aquí? ¿Crees que les daría
tiempo antes de que mis manos se hundan en ese cuello?
C. KOI: Adelante, no mostraré resistencia.
MAGDALENA: ¡No! ¡Así no presidente!
P. ONOFRE: ¡Estás deseando morir!
C. KOI: Antes de nada, Onofre, deja que te diga una cosa. ¿Sabes lo que puede llegar
a hacer el control mental? Hipnotizar a un hombre y hacerle creer que es una
serpiente. Convencerle que bajo su piel miles de cucarachas acaban con sus venas y
darle una cuchilla.
MAGDALENA: ¿Qué quieres decir?
C. KOI: Tengo a los mejores hipnotizadores bajo mis órdenes. Fieles seguidores que
trabajan para mí y que han variado la voluntad de treinta tiradores programados para
que a media noche descarguen sus armas contra todas esas madres y todos esos
niños. ¿Cuánto queda? (coge el reloj, lo pone en hora de nuevo y suena) ¡Ah, me
encanta este reloj!
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P. ONOFRE: ¡Estás enfermo!
MAGDALENA: Detenlos, por favor, no dejes que lo hagan.
C. KOI: Realmente soy yo el único que puede hacerlo. Hemos elaborado una especie
de palabra mágica que les despierta de esa sugestión. Soy el único que la sabe, maté
a los psicólogos que la crearon.
MAGDALENA: ¡Dios mío!
C. KOI: Y ahora bien, presidente, ¿quiere acabar conmigo y mancharse las manos con
la sangre de todos esos niños?
P. ONOFRE: ¡Con gusto lo haría! (le golpea y lo lanza al suelo) ¡Yo también entiendo
de sacrificios!
Alertado por las voces, entra el Teniente Patricio.
T. PATRICIO: ¿Coronel?
C. KOI: Tranquilo, está todo bien. Está saliendo todo como tenía previsto. (Se
incorpora). Teniente, ate a la señorita a la silla por favor.
MAGDALENA: ¡No!
P. ONOFRE: ¡Como te acerques acabo contigo!
C. KOI: Tranquilos, os voy a dar una oportunidad para salvar a esa gente. Me habéis
convencido.
El teniente coge a Magdalena y le ata a la silla, por los pies y por las manos. Le pone
una venda en los ojos.
P. ONOFRE: ¡No le hagáis daño!
C. KOI: No. Nosotros no. ¿Quieres acercarme una cajita que hay dentro de ese baúl,
Onofre? Es de color rojo, el color de la bandera de tu país. Te gustará.
MAGDALENA: Coronel, esa oportunidad, ¡dinos de qué se trata!
C. KOI: No seas impaciente, todavía queda un largo rato para media noche. Tendréis
el tiempo justo para ser los héroes de esas personas.
P. ONOFRE: Aquí tienes.
C. KOI: ¡Ábrela! ¿Tienes hambre, Magdalena?
P. ONOFRE: ¿Qué es esto? (muestra una cápsula pequeña, llena de agua, y en su
interior, un papelito enrollado)
C. KOI: Una excentricidad. Un pequeño juego. Una muestra de vuestra voluntad por
uniros a mi causa.
P. ONOFRE: No me uniré a algo que desconozco lo que persigue.
T. PATRICIO: ¡El cambio absoluto! ¡La creación de un nuevo mundo!
P. ONOFRE: ¿Un nuevo mundo? ¿Qué le pasa a este?
C. KOI: ¿Todavía lo preguntas, presidente? Quiero un mundo sin humo. Un mundo sin
ruido. Un mundo sin luces que me impidan ver las estrellas. Un mundo sin poder. Un
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mundo sin petróleo. Un mundo sin dinero. Un mundo sin gente tirada en las calles. Un
mundo sin lágrimas. Un mundo sin la aplicación de la fuerza.
P. ONOFRE: ¡Eso es una utopía hipócrita! Quieres acabar con la fuerza aplicando la
fuerza, terminar con las lágrimas generando lágrimas…
MAGDALENA: ¡Déjale que se explique, Onofre, queda muy poco para media noche!
C. KOI: ¡Teniente!
T. PATRICIO: Dentro de esa cápsula están escritos los principios básicos del nuevo
mundo. Nos apetece establecer una manera de iniciación, un pequeño sacrificio de
bienvenida a nuestra causa. Ella deberá ingerir esa cápsula.
P. ONOFRE: ¡Eso es absurdo!
MAGDALENA: Tengo que tragarme una cápsula, ¿sólo eso?
C. KOI: Sí, sólo eso. Nos conformamos con poco, ¿verdad, Teniente?
T. PATRICIO: Con muy poco.
MAGDALENA: Está bien, dadme la cápsula, ¡vamos!
P. ONOFRE. ¡No, es un truco, estoy seguro!
C. KOI: Teniente, en el baúl hay un walkie que comunica con el lugar donde tenemos
encerradas a esas mujeres, ¡dámelo! En el momento que ingieras la cápsula daré la
orden. Es bastante sencillo.
MAGDALENA: ¡Dame la cápsula, Onofre, a qué esperas!
P. ONOFRE: No puede ser así de fácil.
C. KOI: Tendrás que confiar en mí, presidente.
MAGDALENA: ¡Presidente Onofre!
P. ONOFRE: Está bien, aquí la tienes. (Se la introduce en la boca, Magdalena se la
traga)
C. KOI: (cogiendo el walkie, se dispone a hablar, pero sonríe y comienza a canturrear)
¿De verdad pensabais que iba a ser así de sencillo?
P. ONOFRE: ¡Maldito traidor!
MAGDALENA: ¡No!
C. KOI: Tranquilos, vuestras opciones siguen intactas. Teniente, dame un puñal que
hay dentro del baúl.
P. ONOFRE: (A Magdalena) ¡Escúpelo, seguramente esté envenenado!
C. KOI: En vano, ¡no puede! El líquido de la cápsula es un inhibidor del vómito. Pero
podrá sacarlo, no te preocupes. ¡Teniente!
T. PATRICIO: Aquí tienes (le da el puñal)
C. KOI: Quedan exactamente veinte minutos para media noche. Aquí el puñal. Aquí el
walkie. Aquí la… piñata humana. La solución. Quitar una vida para dar una segunda
oportunidad a decenas de niños asustados. Si no recuerdo mal, hace unos minutos me
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has dicho que a ti también te gustan los sacrificios.
P. ONOFRE: ¡Pero es demencial! (Magdalena rompe a llorar)
T. PATRICIO: Sugiero un corte transversal, será más fácil acceder a la cápsula.
P. ONOFRE: ¡Monstruos!
MAGDALENA: ¡Hazlo presidente, hazlo!
P. ONOFRE: Pero ¿cómo voy a hacerlo, estás loca?
MAGDALENA: Es la única opción, debemos salvarles la vida a esos niños.
C. KOI: Adelante presidente, demuéstrame de qué eres capaz para luchar contra mí,
¡anhelo enemigos que estén a mi altura!
En ese momento entre el S. Valdivia, que lo ha escuchado todo. Tiene un sable de la
mano, y está aturdido.
S. VALDIVIA: Coronel, me juego la vida por ti, ¡mándame al frente!
T. PATRICIO: ¡Suelta ese sable!
S. VALDIVIA: Me habéis enseñado a utilizarlo, lo levantaré contra los enemigos de
nuestra causa.
C. KOI: Tal vez quieras echar una mano a nuestro invitado.
S. VALDIVIA: ¿Presidente Onofre?
T. PATRICIO: ¡Te digo que me entregues ese sable!
C. KOI: Tranquilo teniente, esto se está poniendo más divertido de lo que me
imaginaba, y ¡el reloj sigue funcionando! (pone música frenética)
MAGDALENA: Presidente, ¡a qué esperas! ¡Atraviésame el corazón, termina conmigo
y sácame la cápsula!
S. VALDIVIA: ¿Cómo?
MAGDALENA: Debe matarme, ¡soldado! ¡hazlo tú!
T. PATRICIO: Sí, ¡ella asesinó a tu madre!
P. ONOFRE: No le hagas caso soldado, no le escuches, ¡mírame!
MAGDALENA: Yo… yo asesiné a tu madre, ¡vamos! ¡Mátame!
P. ONOFRE: No, mírame a mí, escúchame, quieren acabar con ella, quieren acabar
con todos, tienen a unos niños encerrados y los van a matar…
S. VALDIVIA: ¡Los niños!
P. ONOFRE: Sí, eso es, los niños, hazlo por ellos, haz lo que yo te diga.
MAGDALENA: (totalmente desesperada) ¡Presidente, la cápsula… hágalo por dios,
hágalo… acabe conmigo… se acaba el tiempo…!
P. ONOFRE: ¡Cállate!
T. PATRICIO: Vamos soldado, ¡adelante! ¡Ella asesinó a tu madre! ¡Él le ayudo! ¡Son
enemigos de la causa!
MAGDALENA: ¡Los niños!
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P. ONOFRE: (Levantando el puñal contra el teniente) ¡Bastardo!
S. VALDIVIA: (Encarando el sable contra Magdalena) ¡Lo siento!
MAGDALENA: Vamos valiente, ¡adelante!
Pero en un amago de locura, mientras la música crece, el soldado se da la vuelta y
atraviesa al coronel, que estaba contemplándolo todo detrás de él. Todos se paralizan.
El Coronel cae muerto mientras la música alcanza su clímax y un charco de luz roja
inunda su cuerpo tendido. La escena queda en penumbra.
Vuelve la luz. A la derecha de la escena, de rodillas, está el soldado Valdivia, con una
camisa de fuerza y la mirada perdida, balanceándose y cantando en voz baja, casi
inaudible. Toda la escena está cubierta de sangre. Entra a escena la Sra.
BENAVIDES, seguida de un Comisario.
COMISARIO: No comprendo como habéis permitido todo esto.
SRA. BENAVIDES: Son accidentes, Comisario, los accidentes ocurren. No hay que
darle mayor importancia.
COMISARIO: ¿Importancia? ¡Hay dos muertos! ¡Dos asesinatos! Y todo ello en un
hospital público.
SRA. BENAVIDES: Eso no es del todo cierto, el ala norte y el edificio anexo son
propiedad privada. Los enfermos que aquí están recluidos son propiedad del dueño.
No tienen familia, ni amigos ni nadie que los reclame.
COMISARIO: No entiendo cómo os permiten hacer este tipo de experimentos con
gente que está mal de la cabeza, ¡es como darle una pistola a un niño!
SRA. BENAVIDES: Comisario, esto es un experimento, sin riesgos, no hay éxito. Si no
se hubiera complicado el asunto del infiltrado, nada de esto sucedería y habríamos
obtenido resultados positivos para entender mejor la mente humana.
COMISARIO: ¿Es él? (señalando al Soldado Valdivia).
SRA. BENAVIDES: Sí. Juan Valdivia. Recién licenciado en psicología. Hizo un
doctorado sobre la locura en tiempo de guerra. Pensábamos que era el más idóneo
para infiltrarse y llevar el experimento hacia donde nosotros quisiéramos.
COMISARIO: ¿Y los muertos?
SRA. BENAVIDES: Iván Pedraza, alias Coronel Koi, alias Casanova, alias Napoleón,
alias Judas Tadeo… ¡todo un descubrimiento! Cirujano, abogado, bibliotecario e
historiador, además de pintar unos cuadros impresionantes y de escribir unos poemas
magníficos. A los treinta y cuatro años le dio un brote de esquizofrenia. A los cuarenta
ya estaba aquí con nosotros. Un paciente inofensivo. Muy sugestionable. Le
convencías de que era la reencarnación de Hitler y tenías nazismo gratis durante
semanas.
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COMISARIO: ¿Y el otro?
SRA. BENAVIDES: Jorge Sepúlveda, alias Teniente Patricio, camionero de profesión.
Su hijo se llamaba Patricio. Le atropellaron y se dieron a la fuga. Él enloqueció y
terminó con la vida de los cinco ocupantes del coche que lo hizo. Llevaba con nosotros
nueve años.
COMISARIO: (Refiriéndose a Juan Valdivia) ¿Es consciente de lo que ha hecho?
SRA. BENAVIDES: Él no asesinó a los dos. Lo de Jorge Sepúlveda fue un suicidio.
Después de ver a Iván Pedraza muerto, su gran amigo de juegos, no lo resistió.
COMISARIO: Es curioso ¡fíjese, ni siquiera se inmuta! (pasándole la mano por delante
de los ojos a J. Valdivia)
SRA. BENAVIDES: Está en estado de shock, es mejor no molestarles cuando están
así.
COMISARIO: ¡Eh, amigo! ¿Dónde está tu mente? ¿En qué lugar de esa cabeza has
situado tu mundo?
SRA. BENAVIDES: Será mejor que nos vayamos. Él hace tiempo que no está aquí
con nosotros.
J. VALVIDIA: (canta desordenadamente la canción del principio) “… con los pies en el
aire y la cabeza en el suelo… inténtalo y gira sobre ti mismo… tu cabeza se
derrumbará si no tienes nada dentro… y te preguntarás a ti mismo… ¿dónde está mi
mente? ¿dónde está mi mente?...”
Suena en estruendo la canción de los Pixies “Where is my mind” y cae el telón.
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