Fósforos de Cascante En el segundo tercio del siglo XIX en Francia es cuando irrumpe con fuerza la revolución de la “cerillas fosfóricas”, posibilitando el acceso de todas las capas de la población a una forma sencilla y barata, con la utilización de las cerillas fosfóricas. Fue gracias a Pascasio Lizarbe que había aprendido el oficio en Francia, el que llegó a Cascante en 1835 en búsqueda de personas interesadas en formar compañía para fabricar cerillas fosfóricas. En Cascante se unió con Ángel Garro e iniciaron la primera fábrica bajo la razón social de “Ángel Garro y Compañía”. Se puede decir que esta es propiamente la primera fábrica española de cerillas fosfóricas, donde pronto se dio a conocer con famosas series de cajas de cerillas, con temas como: Oradores de las Constitucionales, Toreros, Generales Carlistas. En Cascante se conocía a esta empresa como la de los “carlistas”, por la adscripción política de los Garro. Años más tarde en 1848 fue la familia Guelbenzu la que montó “Gran Fábrica de Cerillas Fosfóricas y Bujías Esteáricas” con razón social de “M.M. de Guelbenzu e Hijos”. Martín María Guelbenzu hizo que su hijos, Martín Enrique estudiase ingeniería en Lieja y Miguel María se licenció en Química por la Universidad de la Soborna en París, a la vuelta de sus estudios impulsaron la modernización de la fábrica que llegó a alcanzar un desarrollo importante, llegando a contar con 140 trabajadores. La fábrica de los Guelbenzu se conocía como la de los “liberales”, por la pertenencia política de la familia al partido de Sagasta. Con la comercialización de las dos fábricas cascantinas, alcanzaron una gran notoriedad en toda España, durante setena y cinco años no dejaron de fabricar y alumbrar a numerosos conciudadanos de aquí y de ultramar. “ Fósforos de Cascante: recuperar la memoria” , de R. Guelbenzu (Nota de prensa de su presentación en 2008) El conocido empresario bodeguero navarro Ricardo Guelbenzu, presentó su libro Fósforos de Cascante: recuperar la memoria, en la sede de la Confederación de Empresarios de Navarra (CEN). En su libro, Guelbenzu repasa los avatares de la que fuera próspera industria fosforera, desde el descubrimiento de las cerillas fosfóricas y la creación de las tres fábricas cascantinas ­pioneras del país en este producto­ hasta la gestión por el Estado del monopolio fosforero. Coincidiendo con el centenario de la desaparición de las fábricas de Cascante, Guelbenzu publica una obra agradable de leer, seria y rigurosa, fruto de un trabajo con numerosa documentación recabada por el autor. La presentación corrió a cargo de, además del propio autor, del presidente de CEN, José Manuel Ayesa, y los catedráticos de la Universidad Pública de Navarra, Ángel García Sanz­Marcotegui y Emilio Huerta. José Manuel Ayesa destacó que este libro demuestra que, “en Navarra, siempre ha existido la función del emprendedor y siempre ha habido iniciativas empresariales importantes”. Asimismo, el presidente de CEN también consideró que Fósforos de Cascante muestra como “los tiempos cambian, evoluciona la sociedad industrial y, al igual que las personas, las empresas tienen un ciclo de vida”, que concluye cuando dicha empresa “cumple su función social”. Por su parte, el profesor de Historia Contemporánea, Ángel García Sanz­ Marcotegui, repasó los dos últimos siglos de la historia de Navarra. Así, indicó algunos datos como el de que, desde mediados del siglo XIX, hasta la guerra civil española, Navarra se ha visto afectada por todas las guerras habidas en el país. Este hecho produjo consecuencias muy negativas en materia económica y demográfica y, por ello, “la sociedad navarra se vio obligada en muchos casos a emigrar”. En contraste, Sanz­Marcotegui destacó que, en ese escenario, también surgieron familias como los Guelbenzu, “un grupo de emprendedores que, provenientes de la montaña, se instalaron en la Ribera y diversificaron sus actividades, en materias tales como la agrícola o la industrial”. El catedrático en Organización de Empresas, Emilio Huerta también coincidió en que, “a mediados del siglo XIX, surgieron iniciativas empresariales muy importantes” y que el libro Fósforos de Cascante nos enseña “un ejemplo precioso de iniciativa empresarial, de personas que asumen riesgos e incorporan innovaciones”. Huerta también extrajo algunas lecciones que le había mostrado el libro, como la de que, “así como, a veces, vemos el mundo como una amenaza, esta generación miraba al mundo con un sentido de la oportunidad”. Por ejemplo, relató cómo, ya en 1850, un grupo de cascantinos viajaron a la Feria de Londres para mostrar sus productos. A finales de ese siglo hicieron lo propio con la feria de Chicago. El último en intervenir fue el autor del libro, Ricardo Guelbenzu quien contó cómo, desde su invención, “la cerilla fue un fenómeno social de un alcance que no nos podemos ni imaginar”. Guelbenzu narró a los asistentes la gran labor que tuvo que hacer para recabar la información, analizando documentos “muy interesantes” del siglo XIX, muchos de ellos, que el autor guardaba en la propia casa familiar. Finalmente, el autor presenta esta obra, bajo la premisa de “mirar al pasado para aprender algo del futuro”. Intento de recuperar la memoria perdida Fósforos de Cascante nace de un intento de recuperar la memoria perdida, después de tantos años, ya que hoy se cumple el centenario del cierre de las fábricas de Cascante, suceso que supuso un duro golpe al desarrollo de la ciudad ribera, con la pérdida de numerosos puestos de trabajo. El libro consta de tres partes. Una primera donde se da un breve repaso por cien años de nuestra historia, desde 1808 a 1908, tanto local como navarra y española, para recordar el telón de fondo donde se produjeron todos los avatares de la industria fosforera. Una historia contada desde un punto de vista periodístico, donde se relatan historias poco conocidas por los propios cascantinos: como fue el fusilamiento de Pelegrín Huete por los franceses, en 1809; la existencia de un hijo natural de Isabel II con el conde Marfori, que trabajó en el Ayuntamiento de Cascante; o los sucesos de 1894 donde se juzgó en consejo de guerra militar a mozos por desarmar a un pelotón de la Guardia Civil, por una bronca de toros con patera en las fiestas patronales. Así como un seguimiento de los acontecimientos políticos y económicos más generales. En un segundo bloque, se relata desde el descubrimiento del fósforo y su evolución, hasta la consecución de las cerillas fosfóricas. Más tarde, se describen los inicios y el desarrollo de las tres fábricas cascantinas, que estuvieron entre las pioneras del país. Cascante contó con tres fábricas de fósforos: la de los Garro, la de Lizarbe y la de los Guelbenzu. Las personas que estuvieron al frente de ellas, así como su modelo de producción, con referencias a sus costes, descripción de trabajos, etc., tuvieron una gran incidencia en Cascante, con la creación de numerosos puestos de trabajo, sobre todo femeninos. Todo ello se relata con abundante documentación de la época. Por último, el libro analiza la creación y el desarrollo del Gremio de Fabricantes de Fósforos de España, que primero dio paso a una venta por medio de una Casa Comisionada, que consistía en una venta en común y a un precio acordado, según las distintas clases de cajas de cerillas, para más tarde, pasar ­después de 24 años­ a la instauración de un monopolio de Estado, que supuso la venta y producción en un régimen concertado del Estado con el Gremio, durante un periodo convenido de quince años, que finalizó su andadura el 14 de febrero de 1908. El liberalismo del XIX, y de los primeros años del XX, prefirió el desarrollo industrial bajo el paraguas del Estado, a la libre competencia, en este caso, en el sector de las cerillas. Relatado en el libro, vemos un ejemplo pionero empresarial en la Ribera de Navarra, que estuvo en el meollo del desarrollo del sector fosforero español. La publicación del libro se produce en el centenario de la desaparición de las fábricas de Cascante, y del comienzo de la gestión directa por el Estado del monopolio fosforero. Fósforos de Cascante: recuperar la memoria tiene una cuidada edición, en color, con numerosas reproducciones de cajas de cerillas y distintas fotos en 248 páginas. La edición corre a cago de la Asociación Cultural VICUS de Cascante.