REFLEXIONES CREO EN LA IGLESIA Aníbal Edwards

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REFLEXIONES
CREO
EN
LA
IGLESIA
A n í b a l Edwards E . , s.j.
Aún perdura lu impresión que
me produjo Gustavo Le Paige,
cuando hace más de veinte años,
me describió uno de sus cuadros.
Acababa de llegar a Chile y
aprendía castellano, conversando
con los novicios jesuítas. Entre
ellos, conmigo. Aún no había llegado su equipaje, su maravillosa
colección de libros de arte Skira,
las obras de Teilhard, los cuadros que él mismo pintara en el
Congo y en Europa.
Mientras paseábamos por la
¡"luerta, Gustavo me relató los
conflictos con su obispo, que
Jausuraron su labor misionera
en el entonces Congo belga. Aunque Roma le dio la razón, al Padre General de la Compañfa de
lesús no le pareció procedente
que permaneciese en el lugar
donde había trabajado tantos
Liños, y se había hecho querer.
La controversia —ahora de dominio público— aunque zanjada
a favor de Gustavo Le Paige, rcquerla ¿I sacrificio de todos esos
años de trabajo, en aras del principio di; autoridad. Debía abandonar África, para evitar cualquier identificación ligera de su
persona, con un símbolo contra
la autoridad del obispo del lugar.
Kl Padre Janssens —belga también y amigo suyo— hizo rotar
el mapamundi y le ofreció enviarle al lugar que eligiese.
Una larga formación y una labor dura, locubuii súbitamente su
fin, cuando Gustavo se aproximaba a los cincuenta años, vividos con doble inlensidad.
Una vez más lo dejaría todo.
para comenzar en un lugar donde hasta la lengua era incógnita.
Porque Gustavo eligió Chile, el
país de un estudiante que conoció en Bélgica durante su época
de estudios: el Padre Alberto
Hurtado.
Fue en esos momentos dolorosos en Europa, antes de llegar a
su nuevo destino, con el sabor
amargo de la despedida y de un
futuro que se mostraba vacío al
tienta de ÜUS manos y sus ojos.
Entonces comenzó a pintarlo.
Cristo parece que fuera a descolgarse de la cruz. Gustavo, de
espaldas, lo sujeta. Al pie del cuadro pueden leerse las palabras
que dice en ese instante. Le pide
se quede en la cruz. ¡Sería lan
insoportable cargar el madero vacío de Cristo!
I,a descripción de Gustavo es
vivida. Años más tarde pude
comprobar su exactitud, cuando
vi el cuadro en la sata de estar
que oficiaba de oficina, y snla de
juegos para los niños de San Pedro.
Ya entonces, por la descripción
oral del contexto y del cuadro
mismo, advertí que expresaba un
momento decisivo de opción, poniendo al descubierto al Gustavo
más auténtico: el estudiante en
Bélgica, el misionero en el Congo, el amigo de los novicios con
quienes practicaba el castellano,
a quienes hacía reír con sus interjecciones y plástica expresiva,
a quienes impresionaba por la
fuerza sincera y radiante de su
presencia.
El momento decisivo de su opción —puesta a prueba i-n el instante doloroso de renuncia, simultáneamente más en claro a
la intensidad de esa luz— puso
al descubierta el hilo conductor
de toda su existencia: el instante
fecundo continuado de su fe inquebrantable en Cristo crucificado, y no en un madero vacío del
Crucificado.
De Ins conversaciones con Gustavo —por esos años— aprendí
plásticamente, que toda la fuerza
de resurrección de nuestra fe, no
surge del madero, sino del Crucificado, de su Persona divina
inseparablemente ligada a la vida humana.
Aprendí que la vida humana
es —tarde o temprano— crucifixión. Can distintas maderas y distintos clavos, distintas asperezas,
agudezas, tamaños, formas. Pero
al fin y al cabo, crucifixión.
Aprendí que amamos la vida,
y llegamos a amar !a crucifixión,
porque Cristo vive enclavado en
ella. No por lus maderos cruzados y los clavos, separados y sin
relación a El,
Al fin y al cabo, las leyes y las
ideas humanas, no son más que
madera y clavos. Las obras y opciones humanas, no son sino madera y clavos. Los sentimientos
y lus éxtasis que espigan nuestras manos y todo el ser en una
danza fantástica, no son sino madera y clavos.
Valen porque Cristo está clavado en su centro.
Vacía es la ortodoxia del madero y de los clavos vacíos de
Cristo, Falsa es la ortodoxia de
quienes erigen un templo de maderos y clavos, sin Crucificado.
Idólatra es el culto del madero
(pasa a la pág. 373)
373
Reflexiones .. .{de la pág. 369)
Plena es la doctrina de quien
sabe —en Cristo, con Cristo, por
Cristo— el sabor del leño y de
los clavos. Aunque desconozca
los complicados acordes del esgrima ideal. Y los ocultos caminos del éxito a corlo o largo plazo. Y el néctar de los sentimientos. ..
Verdadera es la ortodoxia de
quienes, por seguirlo sumisos, dejan atrás el hogar familiar de
sus ideas, de la obra de sus manos, donde sintieron la calidez
de la complacencia. Y no porque sea un hogar malo, sino por-
que sin Cristo se hace inhabitable.
Con Cristo, hasta la nada de
un nuevo comienzo en tierra extraña, con sólo el sabor punzante de los clavos y la aspereza de
un madero desconocido, es amable y habitable.
Qué fácil hubiera sido para
Gustavo decir: "—Esta es la cruz
que me dieron. Para llevar esta
cruz fui preparado. ¿Con qué derecho me sacan? ¡Aquí me quedo!"
No lo hizo.
¿Por qué?
Porque no iba en pos de la
cruv.. sino del Crucificado.
Lo siguió a El. No importaba
que sufriera, que gesticulara, líorara. ..
Importaba eslar con El, en
cualquier cruz —pero no vacía
—. donde El está.
En la niebla densa del dolor,
de la angustia, del conflicto, la
voz de los sabios, las manos de
los eficaces, la mirada de los
poetas, sabe del leño y de los
clavos.
Pero la voz de la Iglesia sabe
en qué madero está clavado
Cristo.
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