Primero apresaron a los comunistas, y no dije nada porque yo no era comunista. Luego se llevaron a los judíos, y no dije nada porque yo no era judío. Luego vinieron por los obreros, y no dije nada porque no era ni obrero ni sindicalista. Luego se metieron con los católicos, y no dije nada porque yo era protestante. Y cuando finalmente vinieron por mí, no quedaba nadie para protestar. (Martin Niemöller) ¡Alto a la infamia anticomunista! Desde hace quince años, los poderosos y sus voceros vienen asegurando que el comunismo ha muerto. Y, sin embargo, siguen temiéndolo. Si no, ¿cómo se entiende que los representantes de la burguesía más rancia, herederos de los nazis, fascistas y franquistas –que integran el Partido Popular europeo-, reclamen la condena del comunismo por parte de la Asamblea de Parlamentarios del Consejo de Europa (APCE) y consigan salirse con la suya con la complicidad de los diputados socialdemócratas más derechistas? Como vencedores momentáneos de la lucha que se libra entre el capitalismo y el socialismo desde la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia, pretenden revisar la historia deformándola: equiparan a los agresores con las víctimas, a los criminales con los héroes, a los conquistadores con los liberadores, a los nazis con los comunistas. Quieren que ambos sean juzgados y condenados por igual, pero “olvidan” que los demás fascistas, particularmente los cómplices de Franco en nuestro país, siguen impunes. Y, sobre todo, escabullen el bulto de la responsabilidad que recae sobre el capitalismo –fascista o liberal- por su brutal represión, tanto contra los movimientos revolucionarios de obreros y campesinos, como contra los sindicatos y las protestas populares más pacíficas. Por no hablar ya de las víctimas colaterales del capitalismo causadas por sus guerras coloniales e imperialistas, sus crisis económicas, sus revoluciones industriales y tecnológicas, su paro forzoso, sus salarios insuficientes, su flexibilidad/precariedad y sus “accidentes” laborales, su expolio continuado de las tres cuartas partes de la humanidad que incluyen a los países de Europa centrooriental desde que están “a salvo” del comunismo, etc.; víctimas que son el reverso de sus escandalosos beneficios siempre crecientes. Una grave amenaza contra la democracia Pero los ataques al comunismo siempre han perjudicado también –y quizás más aun- a otros demócratas y al propio régimen parlamentario que constituye la superestructura política más conveniente para el desarrollo estable del capitalismo. Esto es lo que expresa la conocida advertencia que encabeza el presente comunicado, de la que es autor este pastor y teólogo alemán perseguido por el nazismo y nada simpatizante del comunismo. En efecto, aunque el anticomunismo ejerce un poderoso atractivo sobre todas las clases poseedoras, porque temen la revolución de los desposeídos, implica una restricción de derechos que acaba fácil y frecuentemente convirtiéndose en pretexto para que una parte de la clase dominante acapare todo el poder en detrimento del resto, engendrando fenómenos que estorban la marcha del propio modo de producción capitalista: militarismo, burocratismo, corporativismo, restricción del parlamentarismo, nepotismo ideológico, nacionalismo exacerbado, racismo, clericalismo y demás dogmatismos que frenan el progreso científico, técnico y cultural... en definitiva, fenómenos característicos del fascismo. Porque así lo enseña la historia, podemos y debemos unir a la inmensa mayoría de la sociedad contra los intentos de criminalización del comunismo. Pero, ¿por qué no pueden limitar las consecuencias de tal represión a los partidarios de esta ideología o siquiera al movimiento obrero en general? El diputado conservador Lindblad que redactó la moción a la APCE sostiene que todos los regímenes comunistas son totalitarios y criminales porque el comunismo como ideología lo es y, por eso, la cosa es tan fácil como arremeter contra este fantasma. Ahí precisamente radica el error fundamental de este “buen ciudadano”, error que, lamentablemente, comparten demasiados defensores del comunismo en la actualidad (alimentando las consiguientes divisiones sectarias en el movimiento obrero). El comunismo no es una mera ideología, entendida como un ideal abstracto escogido caprichosamente; no es una arbitraria invención perversa o genial de Marx, Engels, Lenin y otros revolucionarios empeñados en perturbar el engañoso paraíso capitalista. La “ideología” comunista – también llamada marxismo-leninismo o socialismo científico- es la expresión teórica y política más consecuente del movimiento social de los obreros, de su lucha de clase. Y es una expresión tan necesaria e inevitable como lo es la propia lucha de clases, que el burgués Lindblad ni se atreve a cuestionar. Tan necesaria e inevitable como lo es la misma existencia de obreros carentes de medios de producción y consiguientemente obligados a vender su fuerza de trabajo a uno u otro capitalista para sobrevivir (convirtiéndose así cada obrero en esclavo de un capitalista durante una parte de su tiempo y en esclavo de la clase capitalista durante su vida entera). Tan necesaria e inevitable como lo es la creciente socialización de la vida que produce el capitalismo y cuyo mayor exponente es el proletariado, llamado a su vez a culminarla por medio de la abolición de la propiedad privada sobre los bienes de uso social. La persecución ideológica y policíaca contra el comunismo sólo podría alcanzar un éxito definitivo si el capitalismo pudiese prescindir de los trabajadores asalariados y de la socialización de las fuerzas productivas, pero entonces se suprimiría a sí mismo, precisamente como resultado de su empeño por perpetuarse. Realmente, el anticomunismo sólo consigue interponerse por un tiempo entre los obreros y su conciencia de clase, entre los obreros todavía prisioneros de la ideología burguesa dominante y los obreros comunistas: lo hace fomentando todo género de obstáculos en el desarrollo teórico y práctico del movimiento obrero. Con ello, sólo alarga el sufrimiento, los dolores de parto de esta ya vieja sociedad capitalista que lleva en sus entrañas otra nueva: la sociedad socialista o comunista. Y este sufrimiento no se lo puede administrar únicamente al proletariado porque nuestra clase no está separada del resto de la sociedad por una “muralla de China” y porque existen otros sectores sociales oprimidos que también se enfrentan a los monopolios o al propio capitalismo y que lo hacen con un ideario que necesariamente tiene puntos de conexión con el comunismo y que además se presenta frecuentemente como “comunismo” para desviar la lucha de las masas obreras a favor de la pequeña burguesía. El anticomunismo tiende pues a embestir sin distinción asimismo contra la acción política democrática de la pequeña y mediana burguesía, conduciendo inexorablemente al fascismo. ¿Quién es violento y totalitario? El Sr. Lindblad habla del sufrimiento causado por el comunismo “criminal” pero, además de pasar por alto el que inflige el capitalismo gobernante tanto a los trabajadores rebeldes como a los más sumisos, calla escandalosamente cuál ha sido la reacción de sus predecesores cuando los comunistas (es decir, los obreros conscientes) han alcanzado el Poder político. En el París de 1871, la burguesía francesa se alió con el invasor prusiano para aplastar la Comuna y desatar una represión conocida como la Semana Sangrienta, ejecutando a miles de obreros revolucionarios. En la Rusia de 1917, los bolcheviques que habían alcanzado la mayoría en los Soviets (únicos órganos representativos existentes) tuvieron que afrontar una guerra civil declarada por las clases explotadoras y la intervención armada de hasta 14 países capitalistas durante casi tres años, lo que añadió más devastación a la que ya habían causado éstos mismos con su Primera Guerra Mundial inter-imperialista. Después de su victoria, la URSS fue objeto de bloqueos y de provocaciones terroristas mediante el llamado cordón sanitario que en 1941 dio paso a la invasión hitleriana causante de 20 millones de víctimas soviéticas. Al poco tiempo de conseguir derrotarla y de aportar una contribución decisiva para liberar al género humano de la bestia parda (liberación que Lindblad entiende como invasión soviética), la Unión Soviética y el resto del campo socialista fueron hostigados por el mundo capitalista capitaneado por los Estados Unidos de América, durante los siguientes cuarenta años, mediante una Guerra “Fría” que los amenazaba con armamento nuclear, los rodeaba de bases militares y perpetraba agresiones bélicas contra China, Corea, Vietnam, etc. En Indonesia, en 1964, los reaccionarios locales apoyados por los gobiernos capitalistas extranjeros asesinaban a un millón de militantes y simpatizantes del parlamentario Partido Comunista que apoyaba al gobernante nacionalista Sukarno. En Chile, en 1973, la Junta Militar presidida por Pinochet derrocaba con un cruento golpe de Estado el gobierno de la Unidad Popular del que formaban parte los comunistas. Seguían el ejemplo de los militares franquistas que, entre 1936 y 1939, sumieron a nuestro país en una sangrienta guerra -¡y posguerra!- para acabar con la República Española y el gobierno del Frente Popular (integrado en parte por comunistas), elegidos por la voluntad popular expresada en las urnas. Los capitalistas se han opuesto pues sistemáticamente con violencia a que los comunistas gobiernen, incluso cuando han llegado a hacerlo pacíficamente, a través de la tan cacareada legalidad democrática. Para sus señorías de la Europa imperialista, toda esa violencia no merece ninguna mención porque ellos no la sufren, no sienten en sus carnes la violencia que significa la explotación, la falta de derechos efectivos, y menos aún han tenido que soportar la violencia de la represión sobre el obrero cuando éste no se resigna con su condición de paria y lucha por la emancipación de su clase. Abstrayéndose así de la realidad, pueden permitirse el lujo de tergiversar el significado de la legítima defensa de los oprimidos –la violencia revolucionaria-, y presentarla como un ejemplo de la maldad intrínseca a una ideología criminal y totalitaria. Todo este revisionismo histórico no encierra ni un ápice de verdad porque está presidido por la defensa egoísta de los intereses de una minoría caduca que, sin embargo, está dispuesta a todo para seguir lucrándose a costa de la mayoría. Como culminación del despropósito, los representantes de la burguesía se guardan muy mucho de reconocer el motivo y, sobre todo, el resultado real de la dictadura del proletariado allí donde ésta se ha aplicado. A diferencia del fascismo y también de las formas de dictadura capitalista más democráticas, los comunistas únicamente recurren a la violencia obligados por la previa violencia reaccionaria y, además, lo hacen para poner fin a las condiciones sociales que engendran los antagonismos, las guerras y demás formas de violencia social, mientras que los primeros lo hacen para conservar dichas condiciones y, de ese modo, perpetuar el horror. Y las innegables conquistas de los países socialistas demuestran que no se trata únicamente de buenas intenciones: su desarrollo económico a ritmos sin precedentes, reduciendo o incluso erradicando las desigualdades, el hambre, la miseria, el desempleo, la opresión nacional, el analfabetismo, … y alcanzando niveles envidiables de satisfacción de las necesidades básicas, de salud, de educación y de participación política de todos y para todos; estos logros se fraguaron sin explotación del hombre por el hombre, sin arruinar a las masas de campesinos, sin colonias a las que saquear, desde el atraso, la dependencia y la destrucción en que los había dejado el capitalismo y, encima, teniendo que doblegar la feroz resistencia de los amos derrocados contra estos cambios positivos para la mayoría. Unir a todos los demócratas, combatiendo también el revisionismo Si bien las masas oprimidas no proletarias están objetivamente interesadas en oponerse al anticomunismo (y debemos propiciar sin falta que lo hagan), al mismo tiempo, sus prejuicios burgueses y pequeñoburgueses causados por su posición social intermedia, relativamente acomodada, proporcionan continuamente armas teóricas contra el comunismo. Con ellas, debilitan la lucha común contra la reacción e influyen sobre los obreros más atrasados en detrimento de la unidad de la clase proletaria. Su revisionismo, a menudo, no se conforma con tergiversar la historia, sino que “corrige” además la ideología comunista, supuestamente por el bien de la misma, pero realmente en beneficio de sus intereses de pequeño propietario. Sus argumentaciones y escuelas van desde el reformismo más derechista hasta el “izquierdismo” más radical y ultrarrevolucionario. En el primer extremo, están la socialdemocracia y el revisionismo moderno pseudocomunista al estilo de Jruschov, Carrillo, la dirección del PCE-IU, etc. Cuestionan más o menos directamente la necesidad de la lucha de clases, de la revolución y de la dictadura del proletariado para llegar al socialismo, porque se dejan adormecer por los cuentos burgueses sobre el parlamentarismo, el Estado de derecho y de bienestar, el pacifismo, la igualdad de oportunidades entre explotadores y explotados, ... ¡A pesar de las lecciones flagrantes de la historia! Se ven pues empujados a revisar la propia historia y hacen concesiones de principios al anticomunismo: según ellos, los proletarios revolucionarios que nos han precedido fueron excesivamente violentos y autoritarios, así que, para expiar nuestras culpas, debemos unirnos al coro de los capitalistas –como reclama Lindblad- y condenar a los que llevaron más lejos la obra práctica del socialismo: Lenin, Stalin, Mao Tse-tung y otros muchos comunistas ejemplares. Esta mentalidad estrecha, que idealiza los dogmas de la burguesía sin contrastarlos con los hechos, es propia de la pequeña burguesía más estable y de la minoría de obreros privilegiados y corrompidos por el capital imperialista. En el extremo contrario, están los críticos del capitalismo, pero también del comunismo práctico, los cuales se unen a la misma condena que los anteriores pero alegando pretextos opuestos: en nombre de la pureza doctrinal o de los derechos de la masa frente a sus dirigentes, arremeten contra el autoritarismo, el centralismo, el burocratismo, el estalinismo, etc., que, a su parecer, habrían echado a perder la revolución. Los anarquistas y los trotskistas reniegan de toda revolución en cuanto ésta toma tierra, en cuanto se topan con las difíciles condiciones sociales de la transición a la nueva sociedad. Y esto, porque son idealistas en lugar de materialistas, porque son ante todo conservadores de sus propios dogmas, de sus propias ideas preconcebidas, ... y eso delata su posición pequeñoburguesa. Por supuesto que el mero hecho de adoptar una posición proletaria, marxista-leninista, por mucho que permita ejercer de vanguardia del progreso social, no pone a nadie a salvo de cometer errores. Aun los mejores comunistas se equivocaron e incluso se mostraron a veces atrasados en relación con lo que hoy en día podamos llegar a propugnar. Nadie puede sustraerse a las condiciones sociales en las que actúa y piensa, y los países en los que, hasta ahora, triunfó la revolución habían sido, hasta ese momento, sociedades escasamente desarrollados desde el punto de vista económico, político y cultural. Por eso, no tenemos ningún derecho a juzgar los presuntos errores de sus dirigentes fuera de este contexto histórico-social. Al contrario, tenemos que admirar cómo consiguieron transformar sus sociedades arcaicas y modernizarlas en la dirección del comunismo (hasta Churchill reconocía que Stalin había llevado a Rusia del arado a la energía nuclear), siguiendo su ejemplo, no para reproducir sus limitaciones, sino para superarlas partiendo del mayor desarrollo social alcanzado en nuestros días. Es significativo que, en la APCE, los países con mayor presencia de fuerzas comunistas que no reniegan de su pasado –Rusia, Chipre y Grecia- fueran los que impidieran, por ahora, que la pataleta anticomunista derivara en medidas prácticas como la reescritura de los manuales escolares, la prohibición de símbolos comunistas, la exigencia de arrepentimiento a los partidos comunistas,... En cambio, las críticas que van sólo contra las ideas, desentendiéndose de las raíces materiales de éstas, son idealistas y conducen a exageraciones de un signo u otro, ya sean malintencionadas o de buena fe. Malintencionada es la mayoría de los parlamentarios del Consejo de Europa que sólo desea condenar y reprimir el comunismo sin entenderlo. Con una intención positiva, el movimiento marxista-leninista, encabezado por los comunistas chinos y albaneses, se enfrentó al revisionismo dominante en la Unión Soviética desde los años 50; sin embargo, da la impresión de que las críticas excesivamente idealistas le llevaron a no comprender las condiciones objetivas de atraso social que hacían brotar ese revisionismo; le llevaron a no comprender que esas condiciones eran también las de China y Albania; y, sobre todo, le llevaron a exagerar la lucha contra el socialimperialismo o el social-fascismo de tipo hitleriano en que supuestamente se había convertido la URSS, en lugar de abordar esa lucha de manera dialéctica, trabajando pacientemente por la realización del frente único internacional de la clase obrera, incluso con los revisionistas puesto que dirigían la mayor parte de las masas proletarias combativas. De esta manera, la bienintencionada lucha de esos comunistas por los justos principios revolucionarios parece que acabó reanimando el anarquismo y el trotskismo, y prestigiando a fin de cuentas al anticomunismo a los ojos de los trabajadores. Pero tales errores son sencillamente el reverso del propio revisionismo moderno y tienen su causa en las condiciones sociales de la primera experiencia de socialismo. La victoria mundial del capitalismo es un simple accidente en el camino que nos lleva al comunismo, ya que el inevitable resurgimiento de nuestra causa desde América Latina hasta Nepal (preocupando a los Lindblad y los Aznar) se asienta sobre bases incomparablemente más sólidas y desarrolladas. Para concluir, desde la Unión Proletaria, dirigimos la siguiente propuesta a todas las fuerzas democráticas y, sobre todo, a los comunistas y obreros en general: 1º) Unir a todos los que rechacen el anticomunismo por uno u otro motivo (aunque sus vacilaciones pequeñoburguesas puedan hacerle el juego en algún sentido o aspecto). Lanzar una campaña por diversos medios –incluida la convocatoria de una manifestación mundial- hasta que la APCE dé marcha atrás y continuar la lucha por ampliar los derechos civiles, empezando por recuperar los que la reacción viene arrebatando a los pueblos desde que cayó el Muro de Berlín. 2º) Al mismo tiempo, y con respeto hacia todos los componentes de este frente unitario, asegurar la independencia, el derecho de defender íntegramente el combate histórico del movimiento comunista internacional y la libertad de crítica contra el revisionismo por parte de las fuerzas proletarias. 3º) Desarrollar la lucha de clase de los obreros (económica, política y teórica) con el objetivo inmediato de reconstituir el Partido Comunista, hoy dominado y fragmentado por el revisionismo burgués y pequeñoburgués, para que el proletariado pueda realizar su legítimo derecho a la revolución socialista. La revolución proletaria suprimirá las trabas que el capitalismo opone al progreso de la sociedad y liberará a la humanidad de las diferencias de clase, de la explotación de unos por otros y de la correspondiente opresión política y cultural, con toda su batería de mentiras anticomunistas interesadas. ¡Abajo el anticomunismo y el revisionismo! ¡Viva la lucha de los comunistas por liberar a la clase obrera de la esclavitud capitalista! (2/03/2006) Búscanos en nuestra web: www.unionproletaria.net Escríbenos a: [email protected] Apdo. de correos 51498 – 28080 Madrid