Sin visa para un sueño Conozco a Pite desde cachorro, ambos

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Sin visa para un sueño
Conozco a Pite desde cachorro, ambos recorríamos los sábados la Habana Vieja
hasta Manatí. Cuando sentíamos hambre, esperábamos la guagua, entonces las personas
que llegaban nos arrojaban pedazos de Matahambre. Yo acá estaba tranquilo; pero Pite
no, se le metió la idea de Miami y lo de esa gringa.
En la mañana merodeábamos la Plaza de la Catedral o restaurantes como El
Floridita. En la tarde, Pite se colaba en el Hotel Ambos Mundos, entretanto yo lo
aguardaba afuera. Siempre le gustó codearse con extranjeros, el muy infeliz miraba a los
perros de los turistas de tú a tú.
— ¡So sweet! —. Le decían las gringas, ¡Tremendas pastillas! y el desgraciado se
tumbaba para que le rascaran la panza. Enseguida, le daban comida que se
cargaba en el hocico y me la llevaba hasta donde yo le esperaba.
La mamá de Pite sí era de clase. Él empezaba diciendo algo como… “El destino se
empecinó que fuera cubano” así era que enredaba a las perras de los turistas con los
relatos de su concepción cuidadosamente embrujados.
Como buen consorte, sé que él éxito de Pite en Labana era su fealdad. En serio,
porque las cosas son como son, Pite era horrible. La mamá era una: Affenpinscher eso
me repetía una y otra vez, quien había llegado con su dueña, una joven escritora que se
quedó un tiempo en el hotel dizque siguiendo los pasos de un escritor gringo que
cuidaba gatos de seis dedos, una vaina loca.
Andaba con la perra pa’ arriba y pa’ abajo, y en una noche que le dio por salir fuera
del hotel, se metió una borrachera con Guarfarina y Paticruzao, ¡Ya tú sabes!, ¡se
ajumó! ¡Que viva Cuba!, y ya jalada se descuidó y llegó un perro callejero y tan tan
tan… le preñó la perra. Me imagino el chandoso que tuvo que ser para que la naturaleza
hubiera jugado de esa forma tan despiadada con Pite, ¡Cuanta maldad en el mundo!
Si Pite nace unas décadas atrás y no en Cuba sino en México, de seguro que hubiera
bastado una fugaz mirada para que Frida, lo hubiera adoptado con amor profundo. Tanta
fealdad, tanto sublime resentimiento de la vida en una pequeña y alargada bola de pelos
negra con una jeta belfa. Pero no, nació cubano, varias veces lo vi tratando de esconder
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la quijadita, ensayando, mirándose en frente del reflejo de la puerta del hotel. Cuando
me veía venir se hacía el loco, yo trataba de fastidiarlo.
— ¡Pite! ¿Estás de mal genio?
— No… ¿Por qué?
— Entonces porque pones esa jeta —. Le decía y apenas se sonreía con su quijada
hacia adelante y achinaba los ojos. Luego, bastaba que me descuidara y se
abalanzaba a morderme, siempre jugando, poniendo al mal tiempo buena cara, o
no… poniendo la única que tenía.
Un sábado como de costumbre andábamos hacia Las Tunas, antes de Manatí y en
mitad del camino cogimos un diez. Mientras recargaba fuerzas Pite se fue a
inspeccionar un monto de basura a un lado de la carretera.
— Vente, vente, tú qué sabes leer dime cómo se llama ella ─. Me gritó poniendo su
pata en el cuerpo de una mujer de la portada de un magazín.
Yo leí la revista y pronuncie: Paaariss… Hiiiltonnn. ¡Bendito nombre!, ese día no
musitó palabra alguna en un larguísimo trayecto, como si hubiera quedado mudo por
encanto, tanto así que pensé que se había insolado el pobre Pite.
En las Tunas duramos poco, seguimos de largo pal’ norte pero tampoco en ese
trayecto habló. Llegamos a Manatí y nos acercamos a la playa para ver balseros partir,
pero no hubo ese día. Lo que nos encontramos fue una familia pintando un camión en la
playa, de color verde aguamarina un: “Buick 59” comentaban los lugareños y
confirmaban otros lo dicho moviendo la cabeza durante un largo rato.
Era la cosa más loca que he visto men. Le pusieron cilindros alrededor y el motor lo
tenía atrás adecuado como una lancha, o era un coche, bueno, eran ambos. La gente se
le acercaba y le preguntaba al dueño:
— Men, ¿Hay espacio?—.Y él respondía que no, que todo estaba lleno.
— ¿Cuándo arrancas?
— En una semana.
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Entonces la gente se iba sin antes decirle que vendrían a orar por ellos y el dueño
daba las gracias con su familia. Ese camión fue lo único que sacó del trance a Pite.
Luego nos sentamos en la playa a mirar las olas.
─ Voy al piso Pite ─. Cuando desperté me encontré a Pite con su jeta belfa mirando
hacia el mar, a la vez que repetía murmurando con voz de ultratumba: Parrrris…
Parrrrrris.
— ¡Paris! ¡Tonto! ¡Paris! —Le grité al instante mientras lo tumbaba en la playa ─
Ya vamos echándola que tengo hambre le dije.
Al día siguiente lo encontré en el Hall del hotel. Yo observaba desde afuera, porque
a mí no me dejaban entrar por lo grande, además que no era estrella, Pite sí. Pero desde
ahí veía lo que también él observaba, en ese televisor gigante, era nuestro programa
favorito: “Cocinando con el gaucho” Un argentino que preparaba unas ricuras, mmm…
que ya te digo, babeábamos viendo el programa y esa vez no fue la excepción. Ese día
el gaucho hizo Empanadas Argentinas. Lo recuerdo como si hubiera sido ayer, nosotros
quietos mientras el gaucho hablaba y mostraba a la cámara lo que preparaba.
— Con la carne que me quedó asada... la troceé en trozos pequeños con un poco de
salsa. Añadimos las aceitunas picaditas y el huevo cocido.
Cuando se acabó el programa, nos hicimos en la puerta del hotel para efectuar el
show de todos los días. Yo me sentaba en mis dos patas traseras y Pite hacía su
espectáculo. Es que si lo hubieras visto, un perro largo, como un perro salchicha, de
pelaje un poco extenso, negro con el pecho blanco, dos ojos desorbitados de sus cuencas
y la jeta belfa, ¡Haciéndose el muerto! La gente soltaba tremendas carcajadas y le daban
comida del hotel, ricuras solo para gringos, ¡Lo mejor! Aunque Pite era feo, a la vez era
gracioso, parecía el mismísimo perro de Hades ¡Bendito Pite! Ese día, después de
llenarnos la barriga, muy serio, yendo hacia la plaza me confesó:
— Mi dueña puede ser Paris.
— ¿Quién?... ¡¿Esa hembrota?! ¡Que dueña ni que ocho cuartos!
— Me voy a Miami —. Y con eso me remató, entonces le repliqué.
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— ¡Me saqué la rifa del guanajo! ¡No pite! ¡No te tires con la guagua andando!
aunque a veces nos toque comer moros ¡No!, ¡Los Miamis es otra vuelta!
Fue en vano disuadirlo. Al rato me propuso que me fuera con él, pero no, tú sabes
que la cabra tira al monte. Siguió caminando al lado mío rumbo al malecón, pero estuvo
todo ido. Traté de meterle un mordisco en la cola para que despertara pero me arrepentí,
lo dejé que siguiera soñando, soñar es un buen remedio a veces contra las dificultades.
Quién sabe cuántos sueños tenía Pite, y quien era yo más que un perro en Labana
para quitárselos. Iba batiendo la cola muy alta por la calle, ni te imaginas, con una
alegría, lo oí murmurar algo y me le acerqué muy pegadito para escuchar lo que
susurraba:
— Índice y doblo, índice y doblo — Y luego ordenaba — Estaban muy ricas.
Pero… dame otra sin aceitunas.
¿Aceitunas? En dónde había escuchado eso… ¡Que desagraciado! ¡Claro! Se estaba
imaginando a Paris haciéndole empanadas argentinas. Hasta yo me los imaginé, ella con
su delantal que tenía el nombre de Pite bordado, con el cabello rubio recogido y con
guantes poniendo empanadas en el horno, y mientras se doraban, rascándole la
barriguita.
Justo a los seis días, estábamos Pite y yo otra vez en la playa de Manatí, para su
viaje a Gringolandia. Lo hubiera podido hacer colado dentro de un crucero con los
turistas del hotel, pero no lo hizo así, tenía que ser como leyenda; como los cubanos que
van cargados con un trasteo de esperanzas en una balsa ¡Se fue de balsero!
─ El perro tiene cuatro patas y hay un solo camino, sí ese quieres, te apoyo brother.
Fue lo que atiné a decirle después de tantos años. Me faltó cojones, las lágrimas se
me atragantaron…él me iba a dar un abrazo pero no se lo permití, me hice el macho ¡En
mi casa no se llora men!
Pite se acercó al coche balsa, ese Buick que te había dicho, “Modelo 59 con un
motor ZIL 157”, eso era lo que repetían una y otra vez la gente en la playa, yo en
cambio le gritaba varias veces para darle ánimo.
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─ ¡Rema, rema, que aquí no pican!
Pite se acercó al coche fontigo que ahora era una nave llena de gomas a los lados y
que la gente empujaba al agua y de un brinco se metió. Los balseros no lo expulsaron, lo
recibieron como un buen augurio. La gente alegre se reía de la valentía del perro, y Pite
me miró con nostalgia mientras movía su pequeña cola, yo para mis adentros suplicaba:
— ¡Santo Dios!, ojalá no se lo vayan a tirar a los tiburones —. Y vi cómo se
marchó, ese coche balsa metido en el océano, hasta que fue un diminuto punto,
allí esperé un poco más, y me regresé medio completo, como si se hubiera ido
una parte de mí.
El coche balsa casi llegó. Eso dijeron todos los cubanos que deportaron a la isla
como a la semana. Los atraparon en la orilla después de una travesía de cinco días con
fuertes corrientes y jornadas que calentó bien duro el indio arriba. No alcanzaron a pisar
la playa, los atraparon con los pies mojados, eso fue cerca de Elliott Key.
Los balseros deportados comentaron a sus familias que el único que coronó Miami
fue el monstruito, o sea Pite. Que dizque los de inmigración comenzaron a atrapar a uno
por uno para que no pisaran la playa como jugando al gato y al ratón, y que tal vez Pite
pensaría que los gringos le abrían los brazos para recibirlo con cariño, porque se puso a
correr haciendo ochos de felicidad entre los federales de inmigración; pero ninguno se
ocupó de el porque iban por los balseros.
Luego, cuando todo cesó, que el monstruito se botó en la playa y se revolcó mirando
al cielo, gruñendo de alegría y que dizque los balseros sonrieron al ver que por lo menos
uno cubano había coronado la playa, yo me lo imagino a Pite diciendo:
— Untamos con huevo batido y metemos en el horno a 180 grados hasta que estén
doraditas, ¡Parisss!...¡Parissss!
De Pite no volvía a saber más, pareciera que voló como Matías Pérez. Hasta que un
día hablé con un perro de un gringo a las afueras del hotel y por cosas del destino me
contó que en Miami había un perro callejero malito como el solo, con la jeta belfa y
flaco parado en Aventura Mall.
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¡Pite! Se llama Pite le exclamé. Él me siguió relatando que el perro estaba muerto
del hambre, ni pinga de boronas le arrojaban en la calle y que además, dizque custodia
los almacenes lujosos de ropa de mujer, como si estuviera esperando a alguien.
Desde ese día, cada perro que llega a Ambos Mundos lo interrogo para saber si sabe
algo de mi Pite. Es que yo te digo una cosa, aunque uno no pueda ladrar acá y toque
comer moros todos los días, de nada sirve irse al otro lado a ladrar con el estómago
vacío.
Lo cierto es que hay un run run por ahí. Se ha dicho que dizque lo vieron en New
York, Los Ángeles y hasta en El Paso, en la frontera con México. También me han
contado que dizque ya está en el D.F, que dizque le hizo un aventón uno de esos señores
de fortuna extraña que le gusta las bellezas raras. ¡Pobre Pite!, ojalá en donde esté, se
encuentre bien, que haya valido la pena de esa travesía de balsero por su sueño.
Seudónimo: Santiago Valenti
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