“El trabajo desde la perspectiva del ideario masónico” Los orígenes históricos de la masonería se discuten, y probablemente se seguirán discutiendo por mucho tiempo. Hay autores que atribuyen su origen a los egipcios, a los pitagóricos, a los esenios, los druidas, los caballeros Templarios y a un sinnúmero más de hombres, lugares o instituciones, especialmente bíblicos, como Noé, Salomón o el mismo Adán. Pero lo seguro, lo innegable, es que la masonería especulativa es hija legítima del siglo XVIII, del siglo de las luces. Y es en este contexto que debemos entender el análisis del tema que nos convoca. Así el trabajo, desde la perspectiva del ideario masónico puede entenderse al menos de dos maneras diferentes. Por un lado como la actividad humana concreta, que hace funcionar los procesos productivos, es decir el trabajo profano, y por otra, el trabajo interior que cada uno de nosotros debe realizar para pulir la piedra bruta. En esta oportunidad queremos proponer algunas ideas en ambos aspectos, pues creemos que el tema de hoy nos da la oportunidad de reflexionar sobre el mundo masónico y el profano. Como primera cuestión, recordemos que occidente ha vivido ya más de mil años bajo el adoctrinamiento cristiano, cuyos planteamientos sobre el trabajo, lejos de ser claros, presentan una serie de ambigüedades y contradicciones. Si nos vamos al Génesis, el trabajo es la condena que debe sufrir el hombre como consecuencia del pecado original “Como le hiciste caso a tu mujer y comiste del fruto del árbol del que te dije que no comieras, ahora la tierra va a estar bajo maldición por tu culpa; con duro trabajo la harás producir tu alimento durante toda tu vida. La tierra te dará espinos y cardos, y tendrás que comer plantas silvestres.” Y por si alguna duda quedara, la sentencia definitiva “Te ganarás el pan con el sudor de tu frente…” (Gen. 3, 17-19). La visión del trabajo, especialmente manual, es entonces claramente negativa. Por lo demás, esta visión enlaza perfectamente con lo que griegos y romanos han proclamado, y la nobleza, de los siglos XVII y XVIII continúa sosteniendo. El trabajo manual es despreciable, digno de esclavos, o de siervos, como ha sido prácticamente hasta eses momento. Es decir, para el pensamiento de la época en que surge la masonería, y particularmente el pensamiento católico, el trabajo como actividad profana y productiva, va a representar una actividad innoble, ligada directamente al castigo que Dios nos ha mandado. Es cierto que existen otras posibilidades de interpretación del trabajo, a la luz del texto bíblico. El propio Jesús es hijo de un carpintero y en la segunda carta del apóstol San Pablo a los Tesalonicenses (3, 7-12) les plantea claramente el trabajo como una actividad indispensable “El que no trabaja, que no coma”. Pero estas nuevas visiones del trabajo, como una actividad creadora, productiva, digna, van a desarrollarse, dentro del catolicismo, a partir de las doctrina social de la Iglesia, y por tanto, sólo desde fines del siglo XIX. La masonería especulativa proviene de la masonería operativa, esto es de los antiguos constructores de catedrales y castillos, es decir, de trabajadores manuales que picaban la piedra y la pulían realmente, que usaban el martillo, la escuadra o el cincel de manera real y concreta, no simbólica, esto es de quienes hacían de su vida un proceso de construcción. Quizás por su origen; pero también por su visión del hombre y la sociedad, la masonería valora el trabajo profano, lo ve como una actividad de coconstrucción del mundo, de ayuda a transformar la vida y la naturaleza. Por eso, todo trabajo humano honesto, intelectual o manual, debe ser realizado por el masón con la mayor perfección posible. Hecho así, ese trabajo humano, por humilde e insignificante que parezca la tarea, contribuye a crear una sociedad más justa, más perfecta. En cuanto al trabajo masónico, esto es al que la propia Orden nos propone para pulir la piedra bruta, surge de la visión de que el sólo conocimiento no es suficiente, de que es necesario poner en práctica ese conocimiento, de que es necesario pasar de la teoría a la acción, de la teoría a la práctica. Es la conciencia del deber cumplido, del trabajo honesta y bien realizado aquello que nos permite retirarnos del templo “satisfechos y contentos”. Si ponemos atención la joya más preciada, la única que no puede faltar a ningún masón en una tenida, la que nos acompañará siempre, es el mandil, que es precisamente el símbolo de amor al trabajo, de superación, de alegría por el deber cumplido. Recordemos que el método mismo que desarrolla la masonería no es sólo teoría, también es práctica. No es buen masón el que sólo estudia , investiga y escribe, se necesita que hable con hechos, con acciones, que manifiesta en su vivir las ideas y planteamientos que la masonería le ha enseñado. En masonería el trabajo es simbólico, filosófico, espiritual, pero necesita ponerse en práctica lo que se estudia, lo que se aprende en las logias. Es preciso llevarlo a la familia, al trabajo, a la sociedad en general. Los masones trabajamos en las logias intercambiando opiniones, conociendo planteamientos diversos para forjarnos un criterio propio; pero luego es necesario, es imprescindible que tramitamos nuestros conocimientos al mundo profano, y eso se hace principalmente con nuestro actuar. Después de todo la filosofía más práctica, hermosa y funcional del mundo no produce frutos, no produce resultados por si sola, es letra muerta si no se pone el trabajo, esto es, si no desemboca en la acción transformadora, en el trabajo creativo. Para los masones, como para un viejo y casi olvidado filósofo del siglo XIX, no sólo es necesario conocer el mundo, de lo que se trata es de cambiarlo. S.F.U.