La mentalidad capitalista retrocede ante la sensatez

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LA MENTALIDAD CAPITALISTA
RETROCEDE ANTE LA SENSATEZ
Caso 1: He visto crecer el modesto autoservice de mi amigo apodado
“Cacho”, hasta convertirse en todo un supermercado , sin perder el aire
de comercio de barrio, que tal vez sea uno de los secretos de su éxito. El
otro día me dijo: “Vamos a empezar a cerrar los domingos”, y sin que yo
le pidiera explicación agregó: “Vamos a trabajar de lunes a sábados y los
domingos a disfrutar un poco… ¿Qué te parece?” Por supuesto que mi
respuesta fue entusiasta. “¡Bien Cacho! Me parece excelente”.
Caso 2: Pocos días después, me dan la siguiente noticia en la rotisería
donde suelo comprar algo a la pasada para casa: “Trabajamos hasta el
15, vamos a cerrar este negocio y tratar de disfrutar un poco más.”
Felicité también a Marina, la propietaria del negocio, quien me dijo que
se había dado cuenta de que estaba dedicando demasiadas horas a
trabajar, porque además de la rotisería tiene otro negocio. “Nos vamos
a quedar solo con la panadería y vamos a ver si tenemos algún tiempo
libre, sino ¿Cuándo vamos a disfrutar un poco?…” agregó.
Caso 3: Uno de mis hijos llega a casa con la noticia: “¿Sabés lo que me
dijo el hombre del lavadero? Que por ahora no está trabajando porque
en invierno está muy frío y tiene que cuidarse, que en cuanto mejore el
tiempo, abre de nuevo… yo lo felicité…”, se anticipó a decirme sabiendo
mi reacción. El vecino que lava autos ya es veterano y no depende del
lavadero para vivir, por lo que este invierno decidió trabajar menos y
disfrutar más.
Caso 4: Cristina tiene un negocio de venta de telas y el otro día me dijo:
“No abro más los sábados de tarde. Voy a tratar de hacer lugar para
disfrutar de las cosas que me gustan y la tienda me está consumiendo
demasiado tiempo.” De nuevo felicitaciones de mi parte, y ahí sí, ya me
decidí a escribir un artículo sobre el lugar del trabajo en la vida de la
gente.
Pero será otro día. Ahora quiero solamente disfrutar este momento de
sentirme rodeado de personas que sacan cuentas del dinero que
podrían ganar trabajando más, y entienden que no vale la pena.
Por supuesto que estamos hablando de personas con necesidades
básicas satisfechas y que no van a caer en pobreza por dedicar menos
tiempo al trabajo. Estamos observando la conducta sensata de gente
que se resiste a trabajar más de lo necesario. Habrá casos de personas
que tienen ingresos tan bajos que sencillamente no pueden achicar su
rutina laboral, y a esas personas no les vamos a pedir que pasen
necesidades para tener más tiempo libre. Son personas que
lamentablemente están siendo abusadas por el sistema que
menosprecia el valor de su tiempo y energía, lo cual es motivo de otro
análisis que no es el de esta nota.
Lo que hoy quiero compartir es una observación que me parece
interesante: Hubo un tiempo en que se pensaba en que cuanto más
trabajaba una persona, más respetable se hacía. La sociedad idealizaba
el trabajo y condenaba el ocio, de tal modo que si alguien tenía varias
ocupaciones laborales y se la pasaba todo el día y toda la semana
“laburando”, era reconocido socialmente como alguien que estaba
actuando bien, hasta como un ejemplo de ciudadano responsable.
Hoy es otra cosa. Si alguien se dedica solo al trabajo remunerado, ya
empieza a ser visto como un desequilibrado, porque proyecta la imagen
de alguien que no está disfrutando de su vida.
Los tiempos han cambiado, felizmente. No dejo de reconocer que se ha
mercantilizado el tiempo libre y es un negocio lucrativo vender
vacaciones y recreación en general, pero no es el caso de los cuatro
ejemplos que abren esta nota. Mis amigos lo que quieren es tener más
tiempo para estar con sus seres queridos, para sentarse a la mesa y
saborear los alimentos sin estar mirando el reloj, darse tiempo para las
cosas gratuitas que son el placer cotidiano. Ello sin descartar que viajen
y hagan turismo, pero sin apuro.
Por eso celebro que en su caso, está cayendo el paradigma que
entrampó a muchas generaciones haciéndolas funcionales al sistema
capitalista que pretende sumergir al ser humano en su aparato
económico hasta reducirlo a un generador/consumidor de dinero,
monopolizando su tiempo –hasta su tiempo libre- y energías. Un
sistema que pinta las vacaciones y las licencias, como un breve
paréntesis en el calendario, tras el cual hay que volver al yugo, para
hacer dinero con el que poder consumir cada vez más.
¡Qué bueno que la gente priorice el placer cotidiano y el derecho a
disfrutar de la cosas gratuitas de la vida!
Todavía quedan estertores el viejo discurso moralista que decía:
“Primero el trabajo, después el placer.” Cuando se invita a alguien para
una actividad social, todavía se acepta como buena excusa la frase:
“perdoname, me encantaría, pero tengo que trabajar”. Todavía el
trabajo es una prioridad para mucha gente que desactiva planes de
paseos o diversión, ante el imperativo de cumplir con las
responsabilidades laborales. Pero eso está cambiando.
Aún insiste el sistema
capitalista tratando de instalar
la idea de que el empleado
más dedicado recibe premios
y promociones que lo colocan
en situación más cómoda y
privilegiada. Se sigue
intentando hacer creer al
trabajador que hay que
llevarse trabajo a casa para
ser el mejor de la oficina y
ganar un ascenso, para
demostrarle al jefe o a la empresa el compromiso de lealtad que hace
elegible a un funcionario para ganar prestigio y más dinero.
No es fácil matar ese virus materialista que había infestado nuestra
sociedad creando el contraste entre el trabajador que prospera y el
haragán que desperdicia su tiempo. ¡Qué útil le ha sido al sistema
durante muchos años predicar que la laboriosidad se premia y el ocio se
castiga!
Pero la gente se está avivando. Se ha dado cuenta que tiene derecho a
organizar su vida sin que necesariamente el trabajo y el dinero sean el
eje central. Empieza a asumir que sus padres y abuelos fueron
engañados y explotados mediante el verso de que quien más trabaja y
más dinero gana es el más inteligente.
El trabajo dignifica, es cierto, pero vivir para trabajar degrada. Como en
todas las cosas, el punto límite entre la dignidad y la degradación, cada
cual deberá encontrarlo.
Por eso me dieron una alegría Cacho, Marina, Cristina y el hombre del
lavadero. Asumo que ellos lograron organizar su vida de tal modo que le
dedican al trabajo el tiempo necesario y no más. Lo que es decir que
tienen como prioridad no el ganar más dinero, sino disfrutar de la vida,
dos cosas que el sistema capitalista pretende presentar como si fueran
sinónimos.
Aníbal Terán Castromán
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