LA QUEDADA No parecía tan complicado..... era bastante habitual leerlo en los foros dónde en alguna ocasión se había sumergido; que si quedada del grupo de Madrid en tal sitio, que si los amigos del foro x, de Málaga nos veremos el sábado x,... ah!!! y los comentarios del día después. Éso es lo que más le gustaba leer a Merche. Sentía en sus carnes los escalofríos, los miedos, los ensayos de poses, los ciento y un cambios de modelos,... (a ella le pasaría lo mismo) de la preparación de la cita. Citas a ciegas; qué curioso, a ciegas, que no a sordas,.... precisamente por éso se encontraban allí, justamente en ése momento; para poner cara y ver al interlocutor de noches de insomnio o de horas robadas al sueño. Hasta ahí podía Merche llegar en sus pensamientos, se perdía lo mejor, el apretón de manos, el beso de encuentro, las sonrisas apretujadas, los silencios tímidos, las miradas, y las presentaciones: "Yo soy "pájaro rojo", y yo "Emily", anda ¿tú eres "Salva", ¿ha venido "Luz de Luna"? -comentó que su niña pequeña estaba con fiebre y quizá no podría acudir. Siempre resultaban bien.... ¿por qué no ultimarlo mañana, después del grupo de terapia, cuando vayamos a la sala de fumar? Si había resultado tan lindo entre desconocidos, ¿cómo no iba a resultar tan hemoso y emocionante con ellos mismos? Se querían, conocían sus pensamientos, el nombre de sus hermanos, si tenían mascota o no, qué les gustaba comer, a dónde les gustaría viajar, qué miedo les asaltaba cada noche,... Había que hacerlo mañana sin falta; nunca se sabía cuándo cederían nuestra cama a otro paciente, nuestra mesa,.... rápido habría que hacerlo rápido. Decían que la sala de fumar tenía una cámara directamente conectada al puesto de enfermería, para vigilar que no se montaran follones, habría que cambiar el lugar de la reunión, sería mejor hacerlo por la noche, después de cenar, pero sería preciso hacer algo arriesgado.... ella lo propondría y entonces conocería el verdadero interés de sus amigos de realizar la tan ansiada y conspirada quedada, fuera del muro blanco, en aquél parque donde jugaban los perros. Sería divertido ver todos juntos desde fuera lo que a diario todos juntos veían desde dentro, sí; sería divertido saber cómo camina Ángela, o Arturo, cómo andan, saber cómo andan. En el hospital es tan fácil distinguir, con los ojos cerrados, los pasos del personal, de los visitantes... en contra de los pasos de los enfermos; los primeros, andaban, los segundos, se arrastraban, llevababan el paso de quien no va a ningún lugar y lo que aún es casi peor, de los que no vienen de ningún sitio..... Sí, dedicaría un buen rato de la quedada en pedir a sus compañeros que anduvieran para ella. Cuántas cosas debían hacer. Merche se estaba poniendo nerviosa, demasiadas cosas en su cabeza, dar las instrucciones precisas, nada podía fallar. Lo más importante, la reunión de mañana, a las 9 y 30 en la sala de la televisión, justo después de la cena. Mañana era el día propicio, estaba de turno la enfermera rubia, ésa culona que ni esperaba a que metamos nuestras dosis de pastillas en la boca, para, cantarina, decir el nombre del siguiente... sí, ya todos se habían encargado de averiguar en las últimas semanas y en diferentes turnos para no levantar sospechas, cual era la pequeña pastilla que los hacía bostezar y que traía el sueño a sus cuerpos atormentados. Había que guardarla en el bolsillo, no podríamos dormirnos en la reunión, sería el primer fracaso. Después, cada uno la tomaría, ya en su habitación. Después de la "quedada", Merche ensoñó aún un rato pensando que quizá guardaría la pastilla para tomarla más tarde y poder anotar en su cuaderno cómo había resultado todo. ¡Merche!, te tengo que tomar la tensión, vamos a tu habitación, querida, le dijo la enfermera de turno. Y rompió por la mitad sus ensoñaciones, de forma que se sobresaltó. — ¿Que te pasa, Merche? tienes mala cara, le espetó la enfermera, a modo de reproche. —No, he dormido mal esta noche y estoy cansada —respondió Merche. —No me extraña, dijo la enfermera quitándole con garbo el medidor de tensión, estáis hasta las tantas en aquél cuartucho de fumar y ya me gustaría saber qué cosas importantes tenéis que contaros todo el santo día..... y se fue refunfuñando. Y llegó la mañana. Merche se despertó sobresaltada, a ver: Recuento; eran 6. Ángela, Arturo, Sol, Fermín, Anita y ella misma. ¡Qué emoción! ¡Sólo faltaban doce horas para la cena! La quedada cada minuto estaba más cerca, empezaba a intuir y a comprender lo que había leído en los foros; "todo fue genial", "fulanita es más guapa de lo que dice y muchísimo más habladora de lo que aparenta", y "menganito tiene una voz profunda y cuenta chistes muy graciosos....". Era importante que todos conocieran el plan a la perfección. Debían llevar puesta una prenda con bolsillo, donde poder esconcer las pastillas del sueño. Calzado cómodo, del que no hace ruido... comprobó que en su armario, al fondo, seguía escondida la linterna que compró en los chinos la semana pasada en la hora de visita. Fue fácil engañar a su hermano pequeño para que lo hiciera por ella; la quería tanto que hubiera hecho cualquier cosa que le hubiese pedido. Las horas pasaban más lentamente que nunca, de nuevo, recuento, Ángela, Arturo, Sol, Fermín,,Anita y Merche. Un escalofrío le recorrió el cuerpo y se puso muy nerviosa. Sintió ganas de vomitar y corrió a su habitación. Afortunadamente, nadie se dio cuenta. Y llegó el momento. Sentados cada uno en su lugar del comedor, a únisono, palparon el bolsillo. La enfermera rubia parece que hoy tenía aún más prisa por repartir las medicinas; ésto lo iba a hacer todo mucho más fácil, todo saldría bien. Recuento, Ángela palpa su bolsillo y asiente con la cabeza. Todos los demás, uno por uno, repiten el gesto. A medida que van finalizando de comer, se levantan y despacio se arrastran hasta el salón de la televisión. El volumen estaba un poco alto, éso sería magnífico, no los oirían. "Todo está saliendo a la perfección", pensó mientras sonreía Merche. Va a ser una quedada inolvidable. Recordad -todos en círculo escuchaban a Merche- daros la mano y no nos perderemos en la oscuridad. Yo, continuó hablando Merche, llevaré la linterna y vosotros me seguiréis. Es solo un piso. Cuando lleguemos al jardín, tiramos hacia la izquierda (Sol tomó la mano derecha de Fermín y negó efusivamente con la cabeza. Fermín le sonrió con sus ojos brillantes). Y después es pan comido, despacio nos acercamos a la verja que en verano queda abierta y cruzamos la carretera hasta el parque de los perros. Dieron pequeños saltitos de emoción imaginando el momento. De repente, un gesto de desesperación cruzó la cara de Anita. Merche, Merche, yo tengo que llevar agua, el litio, necesito agua para el litio,........!!!!!! Merche se acercó a Anita, le tomó la mano, la acarició y la tranquilizó susurrándole algo al oido. Anita sonrió. Las 11 menos 10. Quedaban 10 minutos para ir a acostarse. Un último recuento, Ángela, Arturo, Sol, Fermín, Anita y ella misma, estaban allí deseándose las buenas noches con más efusividad que lo habitual. Hablaban alto, su código, era su código. Se cerraron todas las puertas del pasillo. Ahora, los celadores irían a ver una película en el ordenador. Tenían 5 minutos para salir de su dormitorio y acercarse a la escalera de incendios, aún los celadores no la habían cerrado con llave. Era el momento clave. Al unísono, como empujados por una misma fuerza, los seis salieron al pasillo y fueron agrupándose en torno a Merche. —Seguidme, dijo. Tomaron la escalera y no fue necesario encender la linterna, las luces de emergencia iluminaban los espacios. Un empujón a la puerta grande y ya estaban en los jardines. La mitad del plan se había llevado a la perfección. Pero Merche se paró en seco. Algo no iba bien, algo había fallado, no alcanzaba a saber de qué se trataba, no podía darse cuenta,.... siguíó andando, arrastrándose despacio hasta la carretera y miró los ventanales del Hospital. ¡Éso era, de éso se trataba! No había ningún testigo de aquella maravillosa quedada. —Seguid adelante —dijo—. llegad al parque de los perros y mirad hacia las ventanas de hospital. Obedientes cruzaron la carretera, volando como niños nerviosos. Merche se dio la vuelta sin dudarlo y corrió hasta alcanzar la puerta grande. Entró y subió las escaleras de dos en dos. Los celadores discutían, no se ponían de acuerdo en qué película ver. Entonces corrió, ésta vez no se arrastró, corrió hasta la sala de fumar. Y los vió. Encendió la linterna. Nada de aquello estaba planeado, había sido decidido en el útimo momento, pero el mensaje era inequívoco. Comenzaron a abrazarse, a besarse, se cogían de las manos, se tocaban el pelo y se miraban a los ojos y sonreían, sonreían y reían. Éso es, dijo Merche. Ésto sí que es una quedada. Estaba feliz, radiante, balbuciendo pequeñas palabras amables: "¿cómo estás?" "¿Cómo te llamas?" "¿tu eras el de Santander?" "¿a quién le gustaban los Rolling?" Y Merche se quedó allí hasta el amanecer. Ni sabe en qué momento se cerraron sus ojos, pero en algún momento cansada, se durmió. Empezaron a llegargar al comedor para el desayuno. Recuento: Ángela, Arturo, Sol, Fermín, Anita y ella. Estaban todos. ¡Qué felicidad! Ahora sólo restaba que ellos contaran a Merche qué es una quedada y lo buenos, simpáticos y amables son los compañeros recién conocidos. A Merche le entraron unas ganas terribles de organizar otra quedada.