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La plutocracia despeinada, por Juan Gabriel Vásquez
Prodavinci · Tuesday, February 28th, 2012
Mientras los jueces ecuatorianos dictaban sentencia de muerte al periodismo de
opinión, yo me enteraba —sin duda con retraso— de un caso colombiano que no es
completamente ajeno a lo sucedido entre Correa y El Universo. A mediados del año
pasado, el novelista Óscar Collazos dedicó su columna en El Tiempo a un empresario
colombiano cuya vida privada (sus rutinas, pero sobre todo sus propiedades) había
sido retratada en un video que se volvió inmediatamente célebre. En él, una periodista
española visitaba la casa del empresario en Cartagena, se subía a su ascensor y a su
carro y a su avión, hacía algunas preguntas y recibía las respuestas. Y eso era todo.
Pero el retrato que se desprendía del video, a pesar de documentar sin ambigüedades
la riqueza del empresario, se prestó a comentarios que no fueron de admiración: dos
de ellos, los de María Jimena Duzán y Daniel Samper Ospina, fueron particularmente
críticos o sarcásticos con la exhibición (es el verbo correcto) que el empresario hace
en aquellas escenas. Pero es la columna de Óscar Collazos la que ha llevado al hombre
—en un ataque de colombianidad— a demandarlo penalmente por injuria y calumnia.
Digo colombianidad, en efecto, porque nuestro país sigue siendo un país de leguleyos
donde los debates han sido reemplazados por los juzgados.
Pues bien, yo acabo de releer la columna de Collazos y no logro entender por qué le
pareció al abogado que hay el más mínimo mérito para la demanda. Léanla ustedes
también y comprueben esta situación extraña: el empresario ha demandado por
injuria y calumnia a un columnista que en toda su columna apenas si se refiere
directamente a él. El cargo de calumnia es simplemente absurdo, pues en ningún
momento se le atribuyen al empresario hechos ni palabras distintos de los que
aparecen en el video: más bien se le atribuyen sólo las cosas que el video enseña.
Aceptemos, por otra parte, que los adjetivos son la herramienta de quien injuria: no se
puede injuriar a alguien, creo yo, sin calificarlo. Y resulta que en la columna Collazos
le dedica al empresario sólo tres adjetivos: riquísimo, hortera e intrascendente. Que es
riquísimo es algo que salta a la vista; que es intrascendente es algo que no podría
repudiar un juez, pues la trascendencia no se puede demostrar en un juzgado. Mi
diccionario define “hortera” como “de mal gusto”; si el juez ha admitido la demanda
con base en este adjetivo, muy pronto se verá en la situación inverosímil y ridícula de
tener que llamar peritos para calificar el gusto del empresario. ¿Quién vendría para
hablar de eso? ¿Hay expertos conocidos o se tendría que poner un aviso en la prensa?
La mentira y el insulto no deberían, no deben, tener lugar en la prensa; manifestar
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una opinión negativa acerca de alguien es, por el contrario, una prerrogativa a la que
no hay que renunciar. Eso es lo que ha hecho Collazos, y además lo ha hecho con
elegancia: pocos columnistas comienzan una crítica con las palabras “sin ánimo de
ofender”. Y lo que interesa a Collazos —y esto lo ve cualquiera que sepa leer— no es ni
siquiera la persona del empresario, sino algo mucho más profundo: una exploración de
cierta plutocracia colombiana. Esa plutocracia tan vulnerable que desenvaina no ya la
espada, sino el abogado, apenas le dicen que está despeinada.
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on Tuesday, February 28th, 2012 at 11:06 am and is filed under Actualidad
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