CfinCEUHDJAN09l995 Barry Commoner CBHTMO <y)< TIIKJU. «RKICENSE-NOu rC •AB jo*». COSTA me» •• ' PLAZA & JANES, SA. Editores 9 EL FALLO TECNOLÓGICO Llegamos ahora a otra posición en la búsqueda de las causas de la crisis del medio ambiente en los Estados Unidos. Sabemos que algo anduvo mal en el país después de la Segunda Guerra Mundial, pues la mayoría de nuestros problemas graves de contaminación empezaron en los años de posguerra o se agravaron considerablemente después de aquélla. Aunque dos factores a los que se atribuye con frecuencia la crisis del medio ambiente, o sea, la población y la abundancia, se intensificaron en aquella época, su incremento fue demasiado pequeño para explicar que los niveles de contaminación se elevasen de un 200 a 2.000 % a partir de 1946. El producto de estos dos factores, que representa la producción total de artículos (la producción total es igual a la población multiplicada por la producción ^er capita), es también insuficiente para explicar la intensificación de la contaminación. La producción total —medida por PNB— aumentó en un 126 % desde 1946, mientras que los niveles de contaminación se elevaron, como mínimo, hasta cifras varias veces superiores. Algo más —aparte el aumento de población y de la abundancia— tiene que haber influido profundamente en la crisis del medio ambiente. El «crecimiento económico» es cabeza de turco muy popular 122 B A R R Y C O M M O N E R en ciertos círculos ecológicos. Cerno se ha indicado anteriormente, hay buenas razones teoréticas para creer que el desarrollo económico puede llevar a la contaminación. El ritmo de explotación del ecosistema, que produce crecimiento económico, no puede aumentar indefinidamente sin empujar al sistema hasta el borde del colapso. Sin embargo, esta relación teórica no significa que todo aumento en la actividad económica produzca automáticamente una mayor contaminación. Lo que le ocurre al medio depende de cómo se logra el desarrollo. Durante el siglo xix, el crecimiento económico de la nación se mantuvo, en parte, gracias a una desaforada tala de bosques, que desnudó montañas enteras y erosionó el suelo. Por otra parte, el desarrollo económico con que, en los años treinta, empezó la recuperación de los Estados Unidos después de la Depresión, fue fomentado por una sensata medida ecológica: el programa de conservación del suelo. Este programa contribuyó a restaurar la fertilidad del agotado suelo y ayudó, con ello, al crecimiento económico. Este desarrollo económico, ecológicamente sano, no sólo impide la deterioración del medio ambiente, sino que también puede mejorarlo. Por ejemplo, la mejor conservación de las tierras de pastos, que fue económicamente beneficiosa en la parte occidental de la cuenca del río Missouri, parece haber reducido la contaminación por nitratos de aquel sector del río. En cambio, en su curso inferior, en Nebraska, el desarrollo agrícola se consiguió, antiecológicamente, intensificando el empleo de abonos, procedimiento que acarrea graves problemas de contaminación por nitratos. Dicho en otras palabras, el hecho del desarrollo de la economía —crecimiento del PNB— nos dice muy poco acerca de sus posibles consecuencias para el medio ambiente. Para ello necesitamos saber cómo se ha desarrollado la economía. El crecimiento de la economía de los Estados Unidos aparece detalladamente registrada en diversas estadísticas oficiales: enormes volúmenes en los que se consignan las cantidades de diversos artículos producidos anualmente, los gastos correspondientes, el valor de los artículos vendidos, etc. Aunque estas interminables columnas de números espantan un poco, hay varias maneras eficaces de sacar de ellas consecuencias significativas. En particular, es útil calcular el ritmo de crecimiento de cada actividad productora, procedimiento que hoy puede realizarse sometiendo las tablas numéricas a una computadora adecuadamente programada. A fin de comparar entre sí las diversas clases de actividades económicas, conviene arreglar la computadora de modo que nos üé EL C I R C U L O QUE SE C I E R R A 123 una cifra para el porcentaje de aumento —o de disminución— de la producción o del consumo. No hace mucho tiempo, dos colegas míos y yo repasamos las tablas estadísticas y seleccionamos los datos referentes a varios centenares de artículos que, en conjunto, representan una parte importante y significativa de la total producción agrícola e industrial de los Estados Unidos. Con referencia a cada artículo, se computó el porcentaje anual medio de producción y de consumo a partir de 1946 o de las fechas más antiguas abarcadas por las estadísticas. Después computamos el cambio total en todo el período de veinticinco años, o sea, el grado de crecimiento en estos veinticinco años. Al confeccionar la lista, por orden decreciente de ritmo de crecimiento, empezó a definirse una imagen de cómo se había desarrollado la economía de los Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial. El vencedor de esta carrera económica —con el más alto grado de crecimiento de la posguerra— es la producción de envases no recuperables para bebidas carbónicas, que aumentó aproximadamente en un 53.000 % en aquel período. Por irónico contraste, el último de la clasificación es el caballo, cuya utilización ha descendido en un 87 % con respecto a su valor original de después de la guerra. Los bien clasificados representan una mezcla interesante aunque aparentemente confusa. El segundo puesto lo ocupa la producción de fibras sintéticas, con un aumento del 5.980 %; el tercero es el mercurio empleado para la producción de cloro, que aumentó un 3.930 %. Los puestos sucesivos son ocupados por los artículos siguientes: mercurio utilizado para pinturas resistentes al moho, 3.120 % de aumento; unidades de acondicionamiento de aire, 2.850%; plásticos, 1.960%; abonos nitrogenados, 1.050%; electrodomésticos (como abridores de latas y hornillos para palomitas de maíz), 1.040 %; productos químicos orgánicos sintéticos, 950%; aluminio, 680%; gas de cloro, 600%; energía eléctrica, 530 %; productos para combatir las plagas del campo, 390 %; pulpa de madera, 313 %; transportes por camión, 222 %; aparatos eléctricos de pasatiempo (aparatos de televisión, tocadiscos), 217 %; consumo de carburantes para vehículos de motor, 190 %; cemento, 150 %. A continuación viene un grupo de actividades productoras que, como se indicó anteriormente, se han desarrollado aproximadamente al mismo ritmo que la población (es decir, con un crecimiento aproximado del 42 %): producción y consumo de comestibles, producción total de tejidos y prendas de vestir, artículos do- 124 BARRY COMMONER másticos, acero, cobre y otros metales básicos. Por último, están los de la cola, los que aumentan más despacio que la población o que experimentan un descenso en la producción total: transportes por ferrocarril, con un aumento del 17 %; madera, con un descenso del 1 %; fibras de algodón, que han bajado un 7 %; envases recuperables de cerveza, con una baja del 36 %; lana, 42 °/o; jabón, 76 %, y, al final de la cola, el caballo como animal de trabajo, con un descenso del 87 %. De todos estos datos se desprende claramente que, mientras la producción de la mayor parte de los artículos básicos —comestibles, vestido, vivienda— han mantenido aproximadamente el ritmo del 40 ó 50 % de aumento, correspondiente al crecimiento de la población (es decir, que la producción per capita se ha mantenido prácticamente constante), las clases de artículos producidos para atender estas necesidades han cambiado drásticamente. Nuevas tecnologías de producción han remplazado a las viejas. El jabón en polvo ha sido desplazado por los detergentes sintéticos; las fibras naturales (algodón y lana) han sido sustituidas por las sintéticas; el acero y la madera, lo han sido por el aluminio, los plásticos y el cemento; los transportes por ferrocarril, por los transportes por camión; los envases recuperables, por los no recuperables. En las carreteras, los automóviles de poca potencia de los años veinte y treinta, han sido sustituidos por los de motor muy potente. En el campo, aunque ha permanecido aproximadamente constante la producción per capita, ha disminuido la cantidad de hectáreas cultivadas; en efecto, los abonos han desplazado a la tierra. El empleo de insecticidas sintéticos, como eljíDDT», ha sustituido a otros métodos de lucha contra los insectos, y para destruir las malas hierbas, el cultivador ha sido remplazado por las aspersiones de herbicidas. En cuanto a la alimentación del ganado, los corrales modernos han sustituido a los pastizales. En todos estos casos, más que la producción total del artículo económico, lo que cambió radicalmente fue la tecnología de la producción. Desde luego, parte del crecimiento económico de los Estados Unidos, a partir de 1946, se debió a algunos artículos de nueva invención: acondicionadores de aire, aparatos de televisión, tocadiscos, trineos con motor, etc., todos los cuales experimentaron un aumento absoluto sin desplazar a otros productos más antiguos. Analizadas de este modo, el conjunto de las estadísticas de producción empieza a formar una imagen significativa. En general, a partir de 1946, el desarrollo económico de los Estados Unidos EL CIRCULO QUE SE C I E R R A 125 produjo un efecto sorprendentemente pequeño sobre el grado en que han sido satisfechas las necesidades individuales de artículos económicos fundamentales. Esa ficción estadística que es el «americano medio» consume ahora, anualmente, las mismas calorías, proteínas y otros alimentos (aunque un poco menos de vitaminas) que en 1946; gasta aproximadamente la misma cantidad de ropas y de artículos de limpieza; ocupa, más o menos, la misma cantidad de viviendas de reciente construcción; transporta aproximadamente lo mismo, y bebe, en términos generales, la misma cantidad de cerveza (¡ochenta y ocho litros per capital). Sin embargo, sus alimentos se obtienen con mucha menos tierra y muchos más abonos e insecticidas que antes; sus ropas suelen ser de fibras sintéticas, más que de lana o de algodón; k«va con detergentes sintéticos, más que con jabón; vive y trabaja en edificios construidos a base de aluminio, cemento y plásticos, más que de acero y madera; los artículos que consume son transportados cada vez más en camión, y no en tren; bebe cerveza de botellas o latas no recuperables, en vez de hacerlo en los bares o de comprarla envasada en botellas que puedan volver a utilizarse. Vive y trabaja, más que antes, en habitaciones con aire acondicionado. También conduce a doble velocidad que en 1946, montado en coches más pesados, con neumáticos sintéticos y no de caucho natural, gastando más gasolina por kilómetro y con más tetraetilo de plomo, que alimenta un motor de más caballos y con un grado mayor de compresión. Estos cambios originales condujeron a otros. Para porporcionar las materias primas necesarias para las nuevas fibras sintéticas, insecticidas, detergentes, plásticos y caucho, la producción de sustancias químicas orgánicas sintéticas creció también con gran rapidez. La síntesis de productos químicos orgánicos requiere una gran cantidad de cloro. Resultado: la producción de cloro aumentó rápidamente. Para hacer cloro, se hace pasar, por medio de un electrodo de mercurio, una corriente eléctrica por una solución salina. En consecuencia, el consumo de mercurio para este fin aumentó... en un 3.930% en el período de veinticinco años iniciado al terminar la guerra. Los productos químicos, junto con el cemento para el hormigón y el aluminio (también vencedores en la carrera de crecimiento), requieren grandes cantidades de energía eléctrica. No es, pues, de extrañar que este artículo haya aumentado también considerablemente a partir de 1946. Todo esto nos recuerda lo que ya nos ha dicho la publicidad —que, a propósito, ha crecido también, pues los trabajos de im- 126 B A R R Y C O M M O N E R prenta para la publicidad han aumentado más de prisa que los destinados a las noticias—, o sea, que gozamos de una economía fundada en tecnologías muy modernas. Lo que no nos dicen los anuncios —cuando nos apremian para que compremos camisas sintéticas o detergentes, muebles de aluminio, cerveza en envases no recuperables o las últimas creaciones de Detroit— es que todo este «progreso» ha incrementado en gran manera el impacto sobre el medio ambiente. Este patrón de crecimiento económico es la causa principal de la crisis del medio ambiente. Buena parte del misterio y de la confusión que envuelven la súbita aparición de esta crisis puede aclararse si observamos minuciosamente —estudiando por separado los diversos agentes contaminadores— cómo la transformación tecnológica de posguerra de la economía de los Estados Unidos produjo no sólo el tan cacareado aumento del 126 % en el PNB, sino también, a un ritmo unas diez veces más rápido, la elevación de los niveles de contaminación del medio ambiente. La agricultura es buena cosa para empezar. Para la mayoría de las personas, la «nueva tecnología» significa las computadoras, la complicada automatización, la energía nuclear y la exploración espacial; y, con frecuencia, se culpa a estas tecnologías de los discordantes problemas de nuestra era tecnológica. En comparación con ellas, la explotación agrícola parece bastante inocente. Sin embargo, algunos de los más graves males del medio ambiente puede atribuirse a la transformación tecnológica de la agricultura de los Estados Unidos. Entre las muchas actividades humanas organizadas^-d cultivo del campo está en íntima relación con la Naturaleza. Antes de que fuese transformada por la tecnología moderna, la finca rústica no era más que un sitio en que, por conveniencia del hombre, se localizaban varias actividades biológicas completamente naturales: el cultivo de plantas en el suelo y la cría de animales a base de las cosechas. Las plantas y los animales nacían, se alimentaban, crecían y se reproducían por medios establecidos desde siempre por la Naturaleza. Sus interrelaciones eran igualmente naturales; las plantas absorbían del suelo sustancias alimenticias, como el nitrógeno inorgánico; las sustancias alimenticias se derivaban de la gradual acción bacteriana sobre la materia orgánica depositada en el suelo; este depósito orgánico era mantenido por el retorno al suelo de los restos de plantas y los desperdicios animales, y por la fijación del nitrógeno del aire en una útil forma orgánica. Aquí, los ciclos ecológicos están casi equilibrados, y, con un EL C I R C U L O QUE SE C I E R R A 127 poco de cuidado, puede mantenerse durante siglos la fertilidad del suelo, como ocurrió, por ejemplo, en los países europeos y en muchos lugares de Oriente. Particularmente importante es la retención de estiércol en el suelo y la parecida utilización de todos los fragmentos disponibles de materia vegetal, incluido el retorno al suelo de la basura producida en las ciudades por los comestibles procedentes del campo. Casi todos los observadores entendidos que han visitado los Estados Unidos se han sentido impresionados por nuestra descuidada actitud en lo concerniente a la agricultura. No es de extrañar que ei agricultor americano haya tenido que luchar constantemente por su supervivencia económica. Durante la gran Depresión de los años treinta, los campesinos tuvieron que sufrir graves penalidades al deteriorarse el suelo por un cultivo defectuoso y ser después literalmente barrido por los vientos y los ríos a causa de la erosión resultante. En el período de posguerra, la nueva tecnología agraria acudió en su auxilio. Esta nueva tecnología tuvo tanto éxito —en relación con las duras condiciones del beneficio económico del cultivador—, que se convirtió en una nueva clase de dirección de los cultivos tan alejada de los antiguos procedimientos, que mereció un nombre completamente nuevo: agribusiness. El agribusiness se funda en varios inventos tecnológicos, principalmente la maquinaria agrícola, el control genético de variedades de plantas, los comederos modernos, los abonos inorgánicos (sobre todo, nitrogenados) y los productos sintéticos para combatir las plagas. Pero gran parte de la nueva tecnología ha constituido un desastre ecológico; el agribusiness contribuye esencialmente a la contaminación del medio ambiente. Consideremos, por ejemplo, los comederos. Aquí, el ganado, alejado de los pastizales, pasa un tiempo considerable engordando para el mercado. Como los animales están encerrados, sus excrementos se depositan copiosamente en un sector local. El ritmo natural de conversión de los desperdicios orgánicos en humus se ve muy limitado, de modo que la mayor parte de los residuos nitrogenados -se convierten en formas solubles (amoníaco y nitrato). Estas materias se evaporan rápidamente o se filtran en las aguas subterráneas y pueden pasar directamente a las aguas superficiales durante las tormentas. A esto se debe, en parte, la aparición de altas concentraciones de nitrato en algunos pozos rurales alimentados por agua del suelo, y los graves problemas de contaminación debidos al superdesarrollo de las algas en numerosos ríos del Mediano Oeste. Cuando se deja que el estiércol no trata- 128 B A R R Y C O M M O N E R do de los comederos alcance las aguas superficiales, se produce una fuerte demanda de oxígeno a unas corrientes de agua que pueden estar ya sobrecargadas por los desagües urbanos. Una res produce muchos más excrementos que el ser humano. En la actualidad, buena parte de estos residuos se acumulan en los comederos. Por ejemplo, en 1966, más de diez millones de cabezas de ganado eran recluidas en los comederos antes de la matanza, o sea, un 66 % más que en los ocho años anteriores. Esto representa aproximadamente la mitad de la población total de ganado de los Estados Unidos. Los comederos producen actualmente más residuos orgánicos que los desagües de todos los municipios estadounidenses. De hecho, nuestro problema de eliminación de desperdicios es más de dos veces superior de lo que suele calcularse. La separación física del ganado del suelo está relacionada con una más compleja cadena de sucesos, que conduce una vez más a graves problemas ecológicos. Los animales encerrados en los comederos son alimentados con cereales más que con pastos. Cuando, como ha ocurrido en buena parte del Mediano Oeste, el suelo es destinado a una intensiva producción de cereales más que a pastos, disminuye su contenido de humus; entonces los agricultores recurren a aplicaciones cada vez más intensas de abonos inorgánicos, especialmente nitrogenados, provocando la perturbadora secuencia que ha sido ya descrita. Llegados a este punto, el vendedor de abonos —amén de algunos agrónomos— puede replicar en el sentido de que los comederos de ganado y el uso intensivo de abonos han sido necesarios para elevar la producción de comestibles en proporción adecuada al crecimiento de la población en los Estados Unidos y en todo el mundo. Vale la pena prestar cierta atención a las estadísticas actuales sobre la materia, pues arrojan una nueva luz no sólo sobre el papel de las nuevas tecnologías en la producción agrícola, sino también acerca del problema de la contaminación. Entre 1949 y 1968, la producción agrícola total de los Estados Unidos aumentó, aproximadamente, en un 45 %. Como la población de los Estados Unidos aumentó en un 34 % en el mismo período, el incremento total de producción fue poco más del necesario para mantenerse al ritmo de la población; la producción agrícola per capita aumentó en un 6 %. En el mismo período, el empleo anual de abonos nitrogenados aumentó en un 648 %, lo cual representa un aumento sorprendentemente mayor que el de la producción de cosechas. Las estadísticas agrarias ponen también de ma- EL C I R C U L O QUE SE C I E R R A 129 nifiesto una de las razones de esta disparidad: entre 1949 y 1968, el número de hectáreas cultivadas descendió en un 16 %. Está claro que se obtuvo un mayor rendimiento de una menor cantidad de tierra (el rendimiento por hectárea aumentó en un 77 %). El empleo intensivo de abonos nitrogenados es el medio más importante para conseguir este mayor rendimiento por hectárea. Vemos, pues, que el uso intensivo de abonos nitrogenados permitió justamente al agribusiness atender las necesidades de comestibles de la población y, al propio tiempo, reducir la extensión de terreno utilizada para este fin. Las mismas estadísticas explican también el problema resultante de la contaminación del agua. En 1949-se gastaba un promedio de 11.000 toneladas de abono nitrogenado por unidad USD A de producción agrícola, mientras que, en 1968, se gastaron unas 57.000 toneladas y se obtuvo el mismo rendimiento. Esto significa que la eficacia del nitrógeno para el crecimiento de las plantas disminuyó cinco veces. Evidentemente, una buena parte del abono nitrogenado dejó de ser absorbido por las plantas y fue a parar.a alguna otra parte del ecosistema. Para explicar este fenómeno conviene que volvamos a las fincas de Illinois descritas en el capítulo 5. En 1949 se gastaron por término medio en aquel Estado unas 20.000 toneladas de abono nitrogenado para producir una cosecha de maíz de unos 50 bushels por acre. En 1968 se gastaron en aquella zona unas 600.000 toneladas de nitrógeno para producir, por término medio, unos 93 bushels de maíz por acre. La razón de la disparidad entre los aumentos de abono y de cosecha es de índole biológica; a fin de cuentas, la planta del maíz tiene una capacidad de crecimiento limitada, y, por ello, se tiene que emplear más y más abono para obligar a las plantas a producir los últimos bushels de aumento de rendimiento. Por consiguiente, y para lograr la producción más alta, el agricultor tiene que gastar más nitrógeno del que puede absorber la planta. Una parte importante del nitrógeno sobrante se.-filtra en el suelo y contamina los ríos; es imposible obtener las grandes cosechas provocadas por los abonos sin contaminar el medio ambiente. Y dada la actual situación del agricultor, éste no puede sobrevivir a menos que contamine el medio. La producción económicamente aceptable en la zona es de 80 bushels de maíz por acre; para conseguir los últimos 20 bushels, que representan la diferencia entre ganancia y pérdida —según se ha indicado anteriormente—, el agricultor debe gastar casi el doble de abono nitrogenado. Pero sólo una parte del nitrógeno añadido es 9 — 3.161 130 B A R R Y C O M M O N E R aprovechado por las plantas; el resto va a parar al río y contamina las aguas, tal como sucede por ejemplo en Decatur, Illinois, según vimos antes. Lo que la nueva tecnología del abono proporcionó al cultivador está muy claro: éste pudo producir cosechas más copiosas en menor cantidad de terreno que antes. Como el costo del abono —en relación con la ganancia resultante de la venta de las cosechas— es más bajo que el de cualquier otra inversión económica, y dado que el «Land Bank» paga al agricultor por acres y no por cosechas, la nueva tecnología le resulta muy provechosa. El precio —en degradación del medio ambiente— lo pagan sus vecinos de las poblaciones, que sufren la contaminación de sus aguas. La nueva tecnología constituye un éxito económico, pero sólo a costa de un fracaso ecológico. La historia de los productos contra las plagas del rampo es muy parecida: un aumento anual en su empleo, a eficacia reducida, que produce un impacto excesivo sobre el medio ambiente. Así, después de la introducción de los nuevos insecticidas sintéticos, como el «DDT», la cantidad de productos de esta clase empleados en los Estados Unidos por unidad de producción agrícola aumentó, entre 1950 y 1967, en un 168 %. Al matar a los predadores naturales de los insectos que se trata de extinguir con el producto, estos últimos se vuelven más resistentes y los nuevos insecticidas resultan cada vez menos eficaces. En consecuencia, deben emplearse crecientes cantidades de éstos, simplemente para maniener el nivel de las cosechas. Por ejemplo, en Arizona, el empleo de insecticidas en los campos de algodón se triplicó entre 1965 y 1967, con una apreciable disminución de las cosechas: es una especie de noria agrícola que nos obliga a caminar cada vez más de prisa para no perder terreno. Y, una vez más, la eficacia menguante significa una creciente inyección de insecticidas en el medio ambiente..., donde se convierten en un peligro para los animales silvestres y para el hombre. En cierto modo, esta visión ecológica de la moderna tecnología agrícola hace que admiremos aún más el ingenio comercial de sus suministradores. Visto de esta manera, la industria de los abonos nitrogenados tiene que considerarse como uno de los negocios más inteligentes de todos los tiempos. Antes de la invención del abono nitrogenado inorgánico, el cultivador tenía que confiar casi exclusivamente en las bacterias fijadoras de nitrógeno para conservar la EL C I R C U L O QUE SE C I E R R A 131 fertilidad del suelo. Estas bacterias viven naturalmente en el suelo, dentro o alrededor de las raíces de las plantas, y pueden explicar la inevitable pérdida de nitrógeno en los alimentos sacados de la hacienda para su venta o perdidos de otro modo por fenómenos naturales. Las bacterias son un artículo económico gratuito que sólo cuesta el esfuerzo inherente a la rotación del cultivo y a otros cuidados necesarios del suelo. Y hete aquí que llega el vendedor de abonos, con pruebas sorprendentes —y auténticas— de que el rendimiento de los campos puede aumentarse en gran manera suministrándole nitrógeno inorgánico que compensa con creces el déficit del suelo. Pero el nuevo y vendible producto no se limita a sustituir lo que la Naturaleza suministraba gratuitamente, sino que contribuye a eliminar la competencia. Pues muchas pruebas de laboratorio demuestran que, en presencia de nitrógeno inorgánico, cesa la fijación bacteriana del nitrógeno. Bajo el impacto del uso masivo de abonos nitrogenados inorgánicos, las bacterias fijadoras de nitrógeno que viven en el suelo no pueden sobrevivir o, si lo hacen, adquieren otras formas incapaces de aquella fijación. Es probable, según creo, que, dondequiera que se haya hecho un uso continuado e intensivo de abonos nitrogenados inorgánicos, la población natural de bacterias fijadoras de nitrógeno se habrá reducido en enorme proporción. Como resultado de ello, será cada vez más difícil renunciar al uso intensivo del fertilizante nitrogenado, pues se habrá perdido la principal fuente natural de nitrógeno. Para el vendedor, el abono nitrogenado es un producto «perfecto», ya que, cuando se emplea, destruye la competencia. Los nuevos insecticidas son igualmente un buen negocio, pues al matar a los insectos beneficiosos que mantenían a raya a los perjudiciales, eliminan al natural y gratuito competidor del nuevo producto tecnológico. Cuando los agricultores tratan de renunciar a los insecticidas sintéticos, se ven con frecuencia obligados a importar nuevos insectos predadores para sustituir a los que antiguamente combatían las plagas. Como ocurre con las drogas, el abono nitrogenado y el insecticida sintético crean literalmente una creciente demanda al ser utilizados; el comprador se ve atenazado por el producto. En términos de marketing, los detergentes constituyen probablemente una de las innovaciones tecnológicas modernas de más éxito. En veinticinco años escasos, este nuevo invento arrancó más Sistema de Bibliotecas - UCR 423275 Título original: THE CLOSING CIRCLE Traducción de J. FERRER ALEU Portada de R. MUNTAÑOLA Primera edición: Octubre, 1973 30f. a c Copyright © 1971 by Barry Cornmoner © 1973, PLAZA & JANES, S. A* Editores Virgen de Guadalupe, 21-33 - Esplugas de Llobregat (Barcelona) Este libro se ha publicado originalmente en inglés con el titulo di THE CLOSING CIRCLE (ISBN: 0-394-42350-X. Alfred A. Knopf. Nueva York. Edición original.) Prlnted in Spain — Impreso en España ISBN: 84-01-32060-7 — Depósito Legal: B. 39.071-1973 \ ' 423275