relato - Fundación Mondariz Balneario

Anuncio
TERCER CERTAMEN DE CUENTOS Y LEYENDAS
DE MONDARIZ BALNEARIO
PENÉLOPE
Seudonimo: Alegna
Aquella mañana me levanté pensando que el día no me depararía nada nuevo,
la misma rutina de siempre, la misma gente, el trabajo, la vuelta a casa,
Ramón... Desayuné, me di una ducha. me puse el vestido negro, me recogí el
pelo y salí de casa. Normalmente suelo dejar el correo para la tarde, pero esa
mañana decidí verlo. Allí, entre los catálogos de supermercado, un par de
cartas del banco, una postal de mi madre desde Madeira y un tríptico de los
discípulos de Jehová que no pensaba ni leer, había una carta que me llamó la
atención, en el remite ponía, Segismundo Varela, Notario.
Hacía un mes que iba andando al trabajo, era más saludable. La ciudad estaba
preciosa en primavera. Mientras caminaba, abrí el sobre, y leí el contenido.
Había heredado unos cuadros de Penélope Morgade, mi nombre aparecía en
su testamento. Tendría que ir a buscarlos a la siguiente dirección. Calle del
Puerto n° 2. Llanes. Asturias. ¿Desde cúando tenía yo familia en Asturias? Esa
mañana en el trabajo no dejé de pensar en la tal Penélope, su nombre, sus
cuadros, mi apellido, Llanes y el puerto daban vueltas en mi cabeza. Al llegar a
casa se lo conté a Ramón, le pareció gracioso, y en vez de compartir mi interés
se rió y comentó en un tono burlón: Se habrán equivocado, Eva...
Ramón quedaría al margen del tema desde ese momento. Hice una pequeña
maleta con las cosas básicas que podría necesitar, y después de pedir unos
días libres en el trabajo, arranqué el motor de mi sufrido coche, y dejé vblar mi
imaginación. Sonaba U2 Me encantaba esta canción. With or Whithout you...
Lo primero que hice al llegar fue dirigirme a la notaría de la que había recibido
la carta. Allí un hombre estirado, con corbata de rayas me dio una llave, y
repitió la dirección que ya me había indicado en la carta. Cuando estaba
saliendo por la puerta pude percibir que el hombre, me decía: Siento lo de su
tía señorita.
Mi tía. Tendría que haber sido la hermana de mi abuelo, ya que compartíamos
el mismo apellido.
El mar golpeaba las rocas con ira, corno si le hubiesen arrebatado algo muy
querido, estaba furioso aquel día. El cielo era gris y un par de gaviotas
sobrevolaban los barcos de colores, Parecía que alguien los había pintado.
Eran pinceladas de vida con nombre de mujer.
La casa era de piedra, pequeña y acogedora, el mar se veía desde todas sus
ventanas. Olía a soledad. Entré, las paredes estaban inundadas de cuadros. El
espíritu de Penélope, mi tía, se respiraba en el ambiente. Pude apreciar el
puerto de Llanes en muchos de los cuadros, pero la gran mayoría de ellos eran
de otro lugar. Un lugar demasiado hermoso como para estar en un mapa, pero
también demasiado real como para no ser verdad. Observé los cuadros que
ahora sorprendentemente me pertenecían con detenimiento, fijandome en cada
detalle. El lugar descrito era elegante y majestuoso, se podían ver grandes
edificios, fuentes, cúpulas, mujeres con elegantes vestidos y orquestas tocando
al atardecer. El agua estaba por todas partes. Estaban firmados en Agosto de
1934 y 1935. Me costó despegarlos de las paredes, sentía que no tenía ningún
derecho, pero mi tía lo había querido así. Guarde los cuadros en el coche y di
un paseo por el puerto. Pensaba en ese fantástico lugar, en las ganas que
tenía de verlo, y la admiración que debía sentir mi tía por él. Era una gran
pintora, de eso no había duda. Pregunté a unas vecinas que jugaban a las
cartas a la puerta de sus casas, por ella, por su vida, por sus cuadros. La
apreciaban, me contaron que era una buena mujer, aunque un poco excéntrica,
que pasaba horas a solas viendo el mar, pintando o leyendo en la playa y no se
dejaba ver mucho por el pueblo. Me dijeron que años antes de que empezase
la Guerra, había ido a veranear a un pueblo llamado Mondariz, al Sur de
Galicia y que se había enamorado completamente de aquel lugar. Como ya no
necesitaba más información, volví a subirme a mi sufrido coche lleno de
cuadros esta vez, y arranqué de nuevo. Aún sonaba U2. No había llamado a
Ramón, pero no me importó comportarme de esa forma, seguí mi viaje a
Mondariz, deseando encontrar ese lugar maravilloso que había visto en los
cuadros. Por fin llegué.
Le enseñé los cuadros a un hombre que tomaba un café en una terraza y le
pregunté si sabía de dónde eran, el hombre, se sorprendió y me dijo que eran
muy antiguos, nunca había oído hablar sobre la existencia de esos cuadros, le
gustaron y amablemente me informó de dónde podía encontrar lo que buscaba.
Bajé por una empinada cuesta y vi el primer edificio, me impresionó tanto como
a mi tía, pero no era como ella lo había pintado, lo estaban reconstruyendo, la
gente del pueblo me contó que se había quemado, y que estuvo muchos años
en ruinas. Habían construido dos lujosos hoteles y estaban comenzando un
tercero.
Esa noche la pasé allí. No tenía ganas de conducir ni de tener que explicarle a
Ramón todo lo que me había sucedido. Pensaba en Penélope, no entiendo
porque no la había conocido, tendría que haber sido una mujer maravillosa.
Mondariz aun guardaba ese misterio de sus cuadros, esa magia y esa
elegancia de una orquesta tocando al atardecer.
Me levante temprano, y fui a beber a la fuente de Gándara, de camino a
Troncoso, bajo el cobijo de los árboles vi a una mujer. En su mano izquierda
sostenía una paleta y en la derecha un pincel, pintaba el río. Al pasar a su lado
me sonrió, fue una sonrisa especial, una sonrisa cómplice, me paré, y me fijé
en el cuadro, en letras pequeñas se podía leer: Penélope.
Descargar