Breve_resena_de_los_cambios_en_la_region_pampeana

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Impactos de la actividad agropecuaria sobre la biodiversidad en la
ecorregión pampeana
Trabajo realizado en el marco del Proyecto Específico: Evaluación de impactos
ambientales en ecosistemas y categorización de tecnologías de gestión.
(PNECO1302).
Autores:
David Bilenca (1), Mariano Codesido (2), Carlos González Fischer (2) y Lorena Pérez
Carusi (2) Grupo de Ecología de Agroecosistemas. Departamento de Ecología,
Genética y Evolución, Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, Universidad de
Buenos Aires.
(1) Doctor de la Universidad de Buenos Aires (Área Ciencias Biológicas); Investigador Adjunto, CONICET
(2) Becarios CONICET; doctorandos de la Universidad de Buenos Aires
2. Breve reseña de los principales
cambios en el paisaje de la ER
Pampeana
2.1. Desde la colonización española
hasta 1970
Numerosos estudios han descripto y analizado los cambios que han estado operando en el paisaje
pampeano durante los últimos siglos, y que han afectado simultáneamente la composición, estructura y
funcionamiento de sus ambientes naturales y su biodiversidad (Randle 1969, Ras 1977, León et al. 1984,
Barsky 1991, Soriano et al. 1992, Ghersa et al. 1998, Solbrig 1999, Barsky y Gelman 2001, Ghersa y
León 2001, Bilenca y Miñarro 2004, Martínez- Ghersa y Ghersa 2005, Baldi et al. 2006, Baldi y Paruelo
2008). Buena parte de la descripción de los primeros cambios provienen de los relatos de viajeros que
llegaron a América durante la colonización española, y de los viajes realizados por investigadores y
naturalistas que formaron parte de diversas expediciones científicas. En su diario de viaje realizado por
estas tierras en 1833 a bordo del Beagle, Darwin (1876, en Soriano et al. 1992) ya señalaba que
„...pocos lugares han sufrido cambios tan marcados, desde el año 1535, cuando los primeros
colonizadores de la pampa desembarcaron con setenta y dos caballos y yeguas. Las incontables
manadas de caballos, vacas y ovejas no sólo han alterado el aspecto general de la vegetación, sino que
casi han hecho desaparecer al guanaco, al venado y al ñandú (otros relatos sobre las características de
la flora y fauna pampeanas en épocas tempranas de la colonización pueden consultarse en Hudson
1984, D´Orbigny 1945, Falkner 1974, entre otros).
Para 1585, poco después de la segunda fundación de Buenos Aires por Juan de Garay, se
contabilizaban cerca de ochenta mil caballos salvajes en los alrededores de la ciudad (Ghersa et al.
1998). El propio Garay fue quien introdujo el ganado vacuno en las pampas en 1573, el cual rápidamente
se hizo también cimarrón y muy abundante. Aparentemente no había por entonces enemigos naturales
(predadores o competidores) capaces de controlar el incremento de las poblaciones del ganado silvestre
y cimarrón, y éste se convirtió en un importante recurso tanto para los indios como para los europeos
que paulatinamente se fueron instalando en la región. En 1609 se realiza en Buenos Aires la primera
vaquería o caza de ganado con el objetivo fundamental de explotar los cueros; ya para comienzos del
siglo XVIII unos 75 mil cueros se exportaban anualmente desde el Río de la Plata (Ghersa et al. 1998).
Los fuegos fueron una herramienta muy utilizada para manejar el ganado y los caballos, así como para
mejorar las pasturas y espantar a los indios (Vervoorst 1967, Ghersa etal. 1998). Poco a poco los rodeos
fueron remplazando a las vaquerías, y la instalación de saladeros de carne representó un importante
avance en el aprovechamiento del ganado; al mismo tiempo se fueron incorporando lentamente
tecnologías como el balde volcador y las norias, con las que se procuraba garantizar la disponibilidad de
agua a los animales. Esta serie de procesos que operaron durante unos 250-300 años (entre fines del
siglo XVI y hasta la primera mitad del siglo XIX) modificaron sustancialmente los ecosistemas y el paisaje
de las pampas. Entre los cambios más significativos pueden enumerarse (Ghersa et al. 1998, Ghersay
León 2001, Martínez-Ghersa y Ghersa 2005; ver también Chaneton y Facelli 1991):
1. una reestructuración de las comunidades con un aumento de la diversidad y una reducción
(y/o sustitución) de las especies dominantes generada por los incendios y el pastoreo,
2. una mayor homogenización del paisaje con pérdida de los límites ecotonales, y
3. una invasión del pastizal de numerosas especies. Por un lado ingresaron leñosas como el caldén
(Prosopis caldenia) y el chañar (Geoffroea decorticans) provenientes de la provincia fitogeográfica de
Monte, que estuvo promovido por la dispersión de sus semillas durante los arreos ganaderos. A ello se le
sumó el ingreso de otras especies como el añapindá (Acacia bonariensis) o la cina-cina (Parkinsonia sp.)
que fueron plantados para la conformación de cercos, así como de ombúes (Phytolacca dioica), ligustros
(Ligustrum lucidum), palmeras (Phoenix canariensis), y posteriormente álamos (Populus spp.) y
eucaliptos (Eucaliptus spp.), que fueron plantados y diseminados como montes peridomésticos y de
sombra para el ganado. La introducción de este conjunto de especies arbustivas y arbóreas fue
rápidamente aprovechado por numerosas especies de aves como el hornero (Furnarius rufus) y la
cotorra (Myiopsitta monachus), quienes a su vez funcionaron como agentes para la dispersión de
semillas de muchas otras especies y que contribuyeron así a modificar la fisonomía del paisaje. Los
flujos comerciales favorecieron además la dispersión tanto por viento como a través de los animales de
numerosas malezas nativas y exóticas peridomésticas pertenecientes a los géneros Bidens, Tagetes,
Carduus, Cirsium, Cynara y Silybum, entre otras.
Varios relatos de la época (ver, por ejemplo, Darwin 1876 y Hudson 1918, en Rapoport 1996) dan cuenta
de la intensidad que tuvo durante este período la invasión de cardos en las pampas de la provincia de
Buenos Aires. Para dar una idea de la magnitud de este fenómeno, basta con mencionar que los
malones y arreos de ganado se interrumpían entre enero y abril a causa del desarrollo de los cardales.
Rapoport (1996) considera que la especie responsable de este fenómeno habría sido Silybum marianum,
y que la invasión de este cardo podría llegar a explicar la extinción de al menos unas 170 especies de
plantas vasculares endémicas de la provincia de Buenos Aires. El fuego y el pastoreo habrían
contribuido a la expansión de los cardales en desmedro de las gramíneas que hasta entonces
dominaban el paisaje (Ghersa y León 2001).
Hacia la segunda mitad del siglo XIX, el tendido de los ferrocarriles, junto con la llamada Campaña al
Desierto y la consecuente eliminación de los malones, y el arribo de una fuerte inmigración europea,
imprimieron una nueva serie de transformaciones en el uso y manejo del suelo y en la estructura y
dinámica del paisaje regional. Durante este período tiene lugar lo que se dio en conocer como la pampa
agrícola cerealera (Chiozza 1978 en Ghersa et al. 1998 y Ghersa y León 2001). Este proceso se inició en
Santa Fe y se expandió desde allí hacia el resto de la pampa, aunque las restricciones de los suelos
anegadizos en la Pampa Deprimida y la escasez de lluvias en la porción occidental de la Pampa Interior
determinaron que el fenómeno se concentrara fundamentalmente en la Pampa Ondulada.
Los adelantos incorporados para el manejo de los sistemas agropecuarios fueron expandidos por los
colonos que comenzaron a establecerse en la región. Los cultivos más frecuentes eran el maíz, el trigo y
el lino; los alfalfares eran implantados posteriormente al concluir el ciclo agrícola y se usaban tanto para
alimentar a los animales de trabajo como al ganado. La superficie de tierras agrícolas, que para 1875
representaban apenas unas 100 mil hectáreas (o, según las zonas, de un tres a un cinco por ciento del
territorio), se incrementaron rápidamente y pasaron a cubrir en 1930 alrededor de diez millones de
hectáreas (Hall et al. 1992, Ghersa et al. 1998). Además de las adversidades climáticas (sequías,
inundaciones, granizo), las mayores restricciones a los incrementos en la producción de los cultivos
estaban dadas por las malezas y las mangas de langosta. Los implementos agrícolas más utilizados
eran el arado y las rastras tirados por animales; el uso incorrecto de estas herramientas en suelos de
textura gruesa y bajo contenido de materia orgánica derivó luego, particularmente en zonas semiáridas,
en una generalizada erosión eólica (Soriano et al. 1992). La comunidad del pastizal se empobreció
sensiblemente, particularmente por la pérdida de las gramíneas perennes (Ghersa y León 1999).
También por esos años (décadas de 1880 y 1890) la empresa rural pampeana incorporó una serie de
mejoras en los campos dedicados a la ganadería que se tradujeron en nuevos cambios para la
estructura del paisaje, con la incorporación del cerco de alambre y el molino de viento (Hora
2008). El cerco puso fin a la cría a campo abierto y favoreció el mejoramiento de las razas, aunque dio
lugar, por un lado, al confinamiento del ganado en una superficie durante buena parte del año y al
desarrollo del denominado pastoreo continuo, que ha causado el deterioro de los pastizales y de las
propiedades de los suelos (Deregibus y Soriano 1981, Sala et al. 1986, Jacobo et al. 2006) y, por otra
parte, contribuyó a profundizar los límites y cambios de las comunidades naturales siguiendo ahora las
divisiones geométricas de los potreros. Al mismo tiempo, el molino ayudó a resolver la falta de aguadas
naturales pero alteró el patrón de pastoreo de los animales. Por su parte, el tendido de los ferrocarriles
constituyó un nuevo factor adicional para la dispersión de especies exóticas, algunas de las cuales,
como el gramillón (Cynodon dactylon) o las enredaderas del género Ipomoea, se utilizaban para fijar los
terraplenes (Martínez-Ghersa y Ghersa 2005).
En lo que respecta a la fauna, el reemplazo de pastizales por campos de cultivo, sumado a la actividad
cinegética, trajo aparejado un profundo desequilibrio en la estructura trófica de la comunidad de
mamíferos que habría favorecido al desarrollo de roedores (en particular, del género Calomys; Bilenca y
Kravetz 1995, Pardiñas 1999) en desmedro de los depredadores de mediano tamaño (zorros, gatos,
zorrinos, hurones; Crespo 1966, Kravetz 1977). De este período datan también los primeros casos
documentados de retracciones en la distribución geográfica de aves típicas del pastizal como el tordo
amarillo (Xanthopsar flavus, Fraga et al. 1998), el yetapá de collar (Alecturus risora, Di Giacomo y Di
Giacomo 2004), la monjita dominicana (Heteroxolmis dominicana, Fraga 2003) y la loica pampeana
(Sturnella defilippii, Tubaro y Gabelli 1999, Fernández et al. 2003).
El período que se inicia hacia finales de la Segunda Guerra Mundial marca una nueva etapa de
transformación tecnológica de la agricultura, caracterizada entre otros factores por 1) la introducción de
cultivares resistentes a la acción de fitopatógenos y de híbridos de maíz que duplicaban la productividad
de los materiales disponibles hasta entonces, 2) la aplicación de herbicidas como el 2-4 D que facilitaron
la adopción de los nuevos cultivos, y 3) la instalación de empresas dedicadas a la producción de
maquinaria agrícola, agroquímicos y de producción y comercialización de semillas.
Esta serie de cambios, junto con la incorporación de nuevos cultivos, como el girasol, la cebada y el
sorgo, determinaron una intensificación del uso del suelo y un aumento de la productividad. Otro cambio
significativo en el paisaje durante este período fueron las cárcavas de erosión, que en algunos casos
derivaron en el desarrollo de pastizales secundarios en aquellas áreas donde el tránsito del tractor quedó
impedido. Al mismo tiempo, se crearon instituciones como el Instituto de Suelos y Agrotecnia (ISA) y
posteriormente el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) que comenzaron a analizar y
combatir los efectos de la erosión y a elaborar las primeras cartas de suelos, que fueron publicadas en la
década de 1970.
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