Tema 13. - IES Alfonso Moreno

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TRANSFORMACIONES ECONÓMICAS Y CAMBIOS SOCIALES EN EL SIGLO XIX
13.1 Transformaciones económicas. Proceso de desamortización y cambios agrarios. Las
peculiaridades de la incorporación de España a la revolución industrial. Modernización de las
infraestructuras: El impacto del ferrocarril.
A lo largo del siglo XIX España intenta llevar a cabo una transformación económica que resulta
enormemente difícil.
La desamortización acaba con el sistema de “manos muertas”, pero está lejos de crear una
agricultura moderna, los nuevos propietarios no realizarán las inversiones de capital y las
transformaciones técnicas necesarias, tampoco se crea un campesinado de clase media con tierras
suficientes. Predominan arrendatarios pobres y jornaleros.
Tampoco en el aspecto industrial la modernización alcanza resultados relevantes, la industria
textil catalana, por ejemplo, estuvo siempre lastrada por los problemas de un mercado escaso y una
población con poco poder adquisitivo.
La siderometalúrgia no se consolidará hasta el siglo siguiente.
Los gobiernos liberales emprendieron un proceso de reforma de las estructuras de la propiedad
agraria y las formas de explotación de la tierra, estas ideas entroncaban con la ideología ilustrada,
Jovellanos en su “Informe sobre la ley agraria” había expuesto la necesidad de que la tierra en manos de
propietarios interesados en introducir mejoras en la producción y en librar a la tierra de las ataduras del
régimen señorial. Fueron muchas las leyes dadas en este sentido desde 1808, por José I, las Cortes de
Cádiz y los gobiernos posteriores. Sobre las tierras de la nobleza se dieron leyes de supresión de
señoríos, la primera en 1811 y leyes de desvinculación (1836) que convertían a la tierra en una
propiedad privada que podía ser objeto de venta. La realidad es que estas leyes favorecían la formación
de un nuevo latifundio, los tribunales concedían la propiedad a los antiguos señores en contra de los
campesinos que pasaban así a la calificación de arrendatarios.
Sin duda, el mayor cambio se efectuó sobre las tierras del clero pues las leyes de 1836
suprimieron las órdenes religiosas que no tuvieran interés público y sus bienes fueron nacionalizados y
posteriormente puestos a la venta. Mendizábal pretendía financiar el déficit de la Hacienda pública. Las
condiciones permitieron comprar a los que ya tenían los campesinos y arrendatarios vieron empeorar su
situación, el nuevo concepto de propiedad permitió a los propietarios convertir las tierras en
monocultivos (54% de la población agraria eran jornaleros) e incluso expulsar a los antiguos agricultores.
Otro tanto puede decirse de la ley de desamortización de Madoz en 1855 que sacará a la venta las
tierras de propios y junto con ellas tierras comunales aprovechando la confusión. Estas medidas
aumentaron la superficie cultivada y la producción, tanto de cereal como de vid, pero a finales del siglo,
a partir de 1880, el sector entrará en crisis, el cereal por la llegada a Europa de cereal barato lo que
hundirá los precios y la destrucción de las vides por la extensión a España de la filoxera a partir de 1890.
Con un 60 o70% de población campesina y con las dificultades vista anteriormente es lógico que
la revolución industrial tuviera muchas dificultades y aunque su inicio fuera a la vez que en otros países
europeos, como Francia o Alemania, el proceso fue muy lento.
Faltaba un mercado, los campesinos no generaban producción y la financiación, absolutamente
imprescindible para el sector, se encontraba con una falta de tradición (compra de tierras).
La industria textil se desarrolló, principalmente, en Cataluña, donde a partir de 1832 se
utilizaron máquinas de vapor. Las fábricas se concentraron en las márgenes fluviales del Ter y el
LLobregat para aprovechar el agua, la producción creció a buen ritmo hasta 1898 pues la pérdida de las
colonias redujo su mercado al español.
Las minas eran siempre una regalía pero a partir del año 1868 se produjo un proceso
desamortizador de forma que fueron vendidas a particulares (Almadén siguió siendo explotada por el
Estado), la idea era explotar los minerales de forma moderna a la par que proporcionar a la Hacienda
pública recursos. A partir de este momento España fue exportadora de hierro, cobre y plomo. Algunas
de ellas fueron adquiridas por compañías extranjeras (Riotinto fue con capital inglés). El hierro de
Vizcaya se exportaba a G. Bretaña.
La industria siderometalúrgica comenzó pronto, los primero altos hornos se construyeron en
Marbella en 1833, aprovechando el hierro de la zona, pero a partir de los años sesenta la producción de
hierro pasa a Asturias que utiliza carbón mineral y, sobre todo, a partir de los años ochenta se consolidó
el núcleo de Bilbao (en 1902 se crearon Altos hornos de Vizcaya por fusión de tres empresas) mientras
desaparecía el de Málaga. Las empresas vizcaínas producían el 62% del hierro español pero el 90% era
exportado.
Tampoco hasta la década de los ochenta hubo en España metalurgia de transformación.
Astilleros del Nervión fueron creados en 1888 y Euskalduna en 1900 Construcción y reparación de
buques).
La creación de la red ferroviaria fue otro de los grandes retos de la industrialización en España.
El gobierno había fijado en 1844 las condiciones para la concesión y explotación de las líneas férreas, sin
embargo los particulares no tenían interés en el proyecto y hacia 1850 sólo existía la línea BarcelonaMataró. Esto provocó que se fijaran nuevas condiciones con la Ley de ferrocarriles de 1855, el Estado
garantizaba una rentabilidad de un 6% para el capital invertido y se autorizaba la libre importación de
todos los productos necesarios para la construcción. La parte más importante del capital aportado fue
por grandes sociedades de crédito extranjeras, especialmente francesas.
La mejora de las comunicaciones, en especial con el ferrocarril, cambió el panorama de la vida
nacional y la construcción de un verdadero mercado nacional.
13.2 Transformaciones sociales. Crecimiento demográfico. De la sociedad estamental a la
sociedad de clases. Génesis y desarrollo del movimiento obrero en España.
La población española se caracterizó, a lo largo del siglo
XIX, por un lento
crecimiento, pasó de tener poco más de 11 millones de habitantes (1800) a algo más de 18
millones (1900). La causa de este escaso crecimiento fue la elevada tasa de mortalidad,
que contrarrestaba los elevados índices de natalidad. Pervivió el modelo demográfico
antiguo, con una alta tasa de mortalidad, sobre todo infantil, de un 29%
en 1900, casi la
más alta de Europa.
Se mantuvo la existencia de movimientos migratorios, agudizados por la crisis
agraria de fin de siglo. La emigración a ultramar creció, sobre todo, a partir de 1880 (1,4
millones de españoles abandonaron la península entre 1830
y 1900).
La población española seguía siendo, a principios del siglo XX, mayorita
riamente
rural: el 51 % vivía en poblaciones de menos de 5.000 habitantes, y el 91
%, en ciudades
por debajo de los 100.000. Sólo Madrid y Barcelona eran ciudades importantes.
El tránsito a la economía capitalista supuso un cambio social. La nueva clase
dirigente se nutrió de la alta burguesía y de la vieja aristocracia terrateniente. La gran
mayoría de los españoles se guían siendo campesinos, en su mayor parte jornaleros o
peque ños arrendatarios, cuyas condiciones de vida no mejoraron con los cambios, sino
más bien al contrario.
La aristocracia perdió su posición relevante en la sociedad, aunque supo adaptarse a
las circunstancias y conservar una gran influencia. La mayor parte de la nobleza no se
involucró en el crecimiento económico ni invirtió en compañías ferroviarias ni en activi
dades industriales.
El modo de vida nobiliario fue, por tanto, el referente para una burguesía en ascenso
durante el siglo XIX:introducirse en salones y palacios nobiliarios era signo del triunfo en
sociedad.
El crecimiento económico favoreció la aparición de una nueva burguesía de
negocios o élite del dinero, constituida por banqueros, grandes comer
ciantes e industriales,
relevantes propietarios de tierras rústicas y de inmue bles urbanos, dueños de títulos de
deuda pública y especuladores en bolsa. A ellos se unieron los profesionales más
prestigiosos y los altos cargos del Estado y el ejército. Estos burgueses habitaban en las
grandes ciudades y capitales de provincia; los más ricos solían residir en Madrid, aunque su
patrimonio estaba repartido por todo el país. De este grupo surgieron, a fines de siglo,
empresarios industriales y comerciales.
El principal cambio social fue la aparición de la clase obrera industrial, aunque la proporción que
representaba al principio era pequeña, sólo significativa en Barcelona, Madrid y el núcleo siderúrgico
malagueño, pero no dejó de crecer llegando a ser muy numerosa en Cataluña y, desde finales de la
centuria, en el País Vasco; los ferroviarios; los inmigrantes procedentes del campo, generalmente
poco cualificados; y los que se incorporaban a sectores en expansión, como la minería (en Jaén,
Huelva, País Vasco y Asturias), la construcción (en las grandes ciudades en crecimiento), el
comercio y la Administración .
El desarrollo de la industria del algodón y la primera siderurgia hicieron afluir a las ciudades a
miles de trabajadores agrícolas El resultado fue el crecimiento de los barrios obreros. Los salarios eran
muy bajos. El analfabetismo era general: afectaba al 69% de los hombres y el 92% de las mujeres.
El grupo social más numeroso era, sin embargo, el de las clases trabajado
ras del
campo, que apenas poseían bienes.
Los jornaleros eran el grupo más numeroso en el campo español, especial
mente en
la mitad meridional de la península y en Andalucía occidental, donde constituían más del
75 % de los trabajadores del campo, ocupados casi exclusivamente en los grandes
latifundios.
Al principio los trabajadores no comprendían bien qué estaba pasando. O bien procedían
de una sociedad campesina, en la que la jornada la marcaban el clima y las faenas agrícolas, o
bien venían de antiguos talleres artesanos. La supresión de los gremios había acabado con todo el
sistema de asistencia y socorro mutuo que antiguamente protegía al trabajador frente a la
adversidad.
La incorporación del vapor a las fábricas, al inicio de la década de 1830provocó despidos y
generó algunos episodios de destrucción de maquinaria, como el incendio de la fábrica Bonaplata en
Barcelona. Pero el luddismo apenas tuvo repercusión en España.
Los primeros inicios de organización obrera fueron las sociedades de ayuda mutua. En 1840 se
fundó la Sociedad de Protección Mutua de Tejedores de Algodón. Pronto provocaron por todo el país
sociedades semejantes.
La revolución de 1868 despertó las esperanzas de obreros y campesinos, que creyeron que, con
ella, comenzaría el proceso reformas sociales largamente esperado. En octubre de 1868 llegó a España
Giuseppe Fanelli, un miembro de la Asociación Internacional de Trabajadores
(AIT), enviado por
Mijail Bakunin con el objetivo de organizar la sección española de la Internacional;sobre la base de las
tesis anarquistas que propugnaba el líder ruso. Fanelli estableció dos secciones, en Madrid y Barcelona,
esta última la más sólida
En junio de 1870 se celebró en Barcelona el I Congreso de la sección española de la
Internacional . La mayoría catalana impuso la orientación anarquista, de no colaboración ni alianza con
los partidos burgueses.
Por otra parte, en diciembre de 1871 había llegado a la capital el dirigente de la InternacionalPaul
Lafargue, partidario de la corriente marxista. Entró en contacto con el núcleo madrileño, cuyos
principales miembros aceptaron sus tesis. Al comenzar 1873 la Internacionalespañola contaba con más
de 25.000 afiliados, un tercio de ellos catalanes. Estaba claramente implantada entre los obreros
textiles, la construcción, las artes gráficas y parte del campesinado andaluz. Entre los dirigentes había
una mezcla de obreros e intelectuales de clase media, estos últimos los de ideología más radical y
próxima al anarquismo.
En enero de 1874, tras el golpe de Estado, el gobierno de Serrano decretó la disolución de la
Internacional.
En conjunto, el Sexenio significó una etapa de clara toma de conciencia política y organizativa
para el movimiento obrero.
13.3 Transformaciones culturales. Cambio de mentalidades. La educación y la prensa
Los liberales heredaron las preocupaciones de los ilustrados. Creían que el saber
debía llegar a todos los ciudadanos, algo bastante difícil en una sociedad que a principios
del siglo XIX contaba con un 90% de analfabetos. Pensaban que el Estado debía crear un
sistema de enseñanza pública, universal y, si er posible, gratuita.
Para la regulación de la educación se había promulgado
la Ley de Instrucción
Pública (o Ley Moyano), promovida en
1857 por el ministro de Fomento, Claudio
Moyano, que dividía la enseñanza en tres niveles: Primaria, secundaria y universitaria.
El sistema educativo era dua1: en parte era estatal o público, ya que el Estado tenía
el monopolio total de la enseñanza universitaria, en cambio la enseñanza primaria y, sobre
todo, la secundaria estaban en manos de instituciones privadas. Este modelo educativo se
mantuvo más de un siglo con pocas variantes. En cualquier caso, la difusión de la
educación en España chocó, en el siglo XIX, con las limitaciones presupuestarias: el Estado
apenas invirtió en las escuelas, y la mayor parte de los recursos públicos destinados a
educación se dedicaban a las universidades, a las que acudía una minoría.
El número de analfabetos disminuyó, pero no en grado suficiente, ya que en
1900
más del 50 % de la población adulta no sabía leer ni escribir. Las principales perjudicadas
fueron las niñas (mucho menos escolarizadas que los niños y, por tanto, con un porcentaje
de analfabetismo mucho mayor), las áreas rurales y, en especial, Galicia, Valencia, las
islas Baleares y Canarias y todo el sur del país, ya que en estas zonas no se consideraba
de mucha uti lidad, para sobrevivir, aprender a leer o a escribir.
En 1900 había un instituto público de enseñanza secundaria en cada capi
tal de
provincia y en algunas ciudades importantes y dos en Madrid. Durante la Restauración
disminuyó el número de alumnos de los centros públicos en favor de la red escolar
impulsada por las asociaciones privadas y las con
gregaciones religiosas (en 1900, menos
de un tercio del total de bachilleres estudiaba en centros públicos).
En la universidad (que contaba con unos
15 000 alumnos en 1900), el sistema de
enseñanza era totalmente uniforme y centralista: la Universidad Central de Madrid era la
única que impartía todas las licencia turas y podía conceder el grado de doctor; el rey
nombraba a los rectores de cada una de las universidades y a los decanos de cada
facultad. Las carreras que se podían estudiar eran Derecho, Medicina, Farmacia, Ciencias
y Filosofía y Letras; junto a ellas surgieron las Escuelas Politécnicas y de Bellas Artes.
Los profesores, empleados del Estado, carecían de libertad de cátedra, lo cual
provocó conflictos durante el régimen de Isabel II y al comienzo de la Restauración. En
esta última etapa (1875), el Gobierno apartó de sus cáte
dras a Castelar, Salmerón,
Montero Ríos y Azcárate, entre otros. Este hecho, en realidad, encubría una persecución
político-religiosa contra los catedrá ticos más liberales y partidarios del krausismo, que se
negaron a jurar fidelidad a la monarquía y respeto a los dogmas del catolicismo, y eran,
además, partidarios de nuevas teorías, como el evolucio
nismo darwinista y el positivismo.
En 1876, Francisco Giner de los Ríos, fundó la Institución Libre de Enseñanza, un centro
donde primaba el libre pensamiento, el debate científico y la forma
ción integral del
individuo. Los krausistas de la Institución obtuvieron, con el tiempo, un gran número de
cátedras universitarias en toda España.
La cultura no sólo se difundió a través de la educación, sino también por otros
medios oficiales o estatales, como las academias, promotoras del arte y la ciencia. Además
de las ya existentes (Real Academia Española... ) se crearon otras, como el Real
Conservatorio de Música de Madrid (1830). También se procedió a la apertura al público
de colecciones de obras de arte o de objetos históricos significativos: el Museo del Prado
(1819), que albergaba las colecciones reales de arte, y el Museo Arqueológico Nacional
(1867), que reunía parte del patrimonio histórico-artístico de la antigüedad española.
Ambos se encontraban en Madrid, que fue la prin cipal difusora de la cultura oficial por
todo el país.
A lo largo del siglo XIX la prensa se convirtió en un instrumento esencial de la lucha
política y la difusión de las ideas El ejemplo mas característico es el de un periódico
identificado con un partido político, caso como el de “La Iberia”, de significación
progresista. En este caso los redactores y directores solían ser gente perteneciente al
partido. A partir de mediados de siglo empezó a aparecer muna prensa independiente y que,
por tanto, aspiraba a influir en la opinión pública, este fue el caso de “La correspondencia
española” o “El imparcial”. También apareció la prensa ilustrada como “El mundo
pintoresco” fundado por el escritor Mesonero Romanos.
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