La Ruth Vilou - Una muñeca para todos Ojos claros, cara pecosa y un pelo de color naranja que recordaba al de una zanahoria. Así era Ruth Vilou. Los profesores, desde bien pequeña, la han llamado Vilo, Vilou, Vintu, Vinto y hasta Vituo. Ya os podéis imaginar las carcajadas de sus compañeros. Su apellido se escribe Vilou, pero se pronuncia con u, Vilu. Su cara era redonda y dulce, con las mejillas a punto para pellizcar. Sus dientes hacía tiempo que estaban recubiertos por el metal y su boca nunca estaba cerrada. Las pecas de su rostro dibujaban caminos que podías tardar horas en recorrer. Los rizos de su cabellera le llegaban más alla de los hombros y su flequillo corto rompía sus formas. Por lo que hacía a la ropa siempre llevaba faldas que combinaba con los zapatos. Era un espectáculo de colores, en el que sobre todo había más verde que otra cosa. Ese día Ruth, como de costumbre, estaba en la escuela. Justo empezaba una suma cuando la maestra les dijo que pararan de escribir. • Niños y niñas, recordad que la próxima semana tenéis que traer el trabajo final de curso. Ya sabéis que, como cada año, tenéis que hacer un trabajo manual y que todo sirve mientras lo hagáis vosotros solos, sin la ayuda de nadie. Os animo a que lo empecéis lo más temprano posible. Ruth siempre se esforzaba mucho a la hora de hacer los trabajos y éste no sería una excepción. Después de las horas interminables de escuela y una vez ya había llegado a casa, se estiró en su cama para estar más tranquila y pensar con más claridad sobre el trabajo. Quería hacer alguna cosa que sorprendiera al resto de compañeros pero no sabia el qué. Su hermana pequeña entró en la habitación y, como de costumbre, fue directa a los juguetes. Después de mirarlos todos cogió una de las muñecas preferidas de Ruth y exclamó con fuerza: -¿Jugamos? Ruth hizo un salto tan grande que fue a parar justo delante de su hermanita. • Ya soy grande y ya no juego con niñas pequeñas. Y deja a Clotilde, es mi muñeca. Su hermana se fue corriendo de la habitación muy asustada. De pronto Ruth sonrió: •Ya lo tengo, haré una muñeca y será la muñeca más bonita que jamás haya visto nadie. Emocionada, corrió hacia el armario del trastero. En él guardaban objetos que hacía años que nadie utilizaba y estaba segura de que era el sitio ideal para buscar materiales para hacer la muñeca. Cuando llevaba rato buscando encontró unos cojines viejos. •¡Son perfectos para hacer el cuerpo de mi muñeca!- exclamó. Así quedaría bien blandita. También cogió un montón de objetos que no sabía muy bien para que le servirían. Fue corriendo a su habitación y, en pocos minutos, ya tenía el cuerpo de la muñeca. Su cabeza era bien redonda y el cuerpo extremadamente alargado. Los brazos acababan en manos en forma de puño y las piernas en dos pies bien diminutos. Estaba tan contenta con el resultado que no podía dejar de mirarla. Esa noche durmió poco y al levantarse por la mañana, fue corriendo para ver si aún estaba. Sí, estaba en la misma posición, encima del armario de los juguetes. Esa mañana se la llevaría a la escuela, así podría acabarla. Una vez en la salida de la escuela, y disimuladamente, le enseñó la muñeca a su compañero de mesa, Karim, que era un musulmán que hacía poco tiempo que había llegado al pueblo. Sus padres tenían un comercio justo delante de la casa de Ruth y por las tardes los dos jugaban al pilla pilla. Karim al ver la muñeca dijo: •Es una muñeca bonita pero está muy blanca, ¿porque no la pintamos de marrón? ¡Así estará más bonita! Ruth pensó que sería buena idea y dejó que Karim la pintara. ¡Una vez pasada la última pinzelada no podía creer lo preciosa que estaba! El marrón había recubierto ese blanco-amarillento, que le daba un aire enfermizo. Karim estaba muy contento ya que ahora los dos tenían el mismo color de piel. En la hora del patio, Montse y Mercedes, sus mejores amigas quisieron ver la muñeca. Sólo verla dijeron: •¡Pero no tiene ni ojos, ni boca, ni nariz! ¡Y le falta una buena cabellera! Si quieres, nosotras le podemos hacer una, ¡seguro que estará mucho más bonita! Ruth después de ver que Karim la había ayudado, pensó que ellas también podrían hacerlo. Montse cogió la muñeca y le dibujó un rostro que le recordaba al de su madre. Esos ojos alargados le adornaban su dulce rostro. Mercedes mientras tanto le estaba haciendo una cabellera tan rubia como la suya. •¡Que pelo más bonito!- exclamó Ruth. Con mucho cuidado guardó la muñeca en la mochila y se fue a clase. Tocaba plástica, y, por lo tanto, podía dedicar toda la hora a acabar su muñeca. Yin-Yan, el niño más espavilado de clase, se aproximó a Ruth y le dijo: •¿No crees que le falta un buen vestido? Si quieres yo puedo hacerle uno. Después de escuchar un sí, Yin-Yan empezó a hacerle un vestido lleno de dibujos. Era un quimono como el que llevaba Akame, su hermana mayor. Su familia era china y tenían un restaurante de lujo en la entrada del pueblo. Akame había vuelto a China hacía casi un año y Yin-Yan la echaba de menos. Esa muñeca, ahora vestida con el quimono, le recordaba tanto a Akame que no podía evitar estar triste. Ruth exclamó: • La muñeca está más bonita que nunca y eso es gracias a ti. No estés triste, tu hermana estaría muy contenta si viese que esta muñeca lleva un quimono tan bonito como el suyo. Ahora le faltaban unos zapatos que combinasen con ese vestido lleno de colores. Renata, que era hija de holandeses, seguro que podría ajudarla. A Ruth siempre le habían gustado esos zapatos grandes acabados en punta, que hacían ruido a cada paso. Renata, entusiasmada con la idea, empezó a hacerle unos zuecos de colores. Una vez acabados, los aproximó a sus pies, y encajaban a la perfección. Ahora sí que estaba acabada y era la muñeca más bonita que había visto nunca. De repente, una voz estridente se le aproximó por la espalda. Era José, el niño más guapo de clase. Sus padres eran argentinos y él había heredado parte de su belleza. José faltaba mucho a clase debido a problemas de salud que le hacían estar mucho tiempo en el Hospital. • ¿Y no crees que le falta un corazón?No sólo debe ser bonita por fuera. Ruth le dijo que sí y juntos hicieron un corazón bien grande y se lo engancharon con cuidado debajo de la ropa. Por fin la muñeca estaba acabada, ahora sólo le faltaba un nombre. ¿Cómo le diría? Como todos los compañeros habían participado y la habían ayudado, decidió llamarla Amor. Éste era un nombre ideal para esa muñeca porque había nacido de los sentimientos de todos los niños. La maestra al ver esa obra de arte se quedó maravillada y decidió que le buscaría un sitio en las estanterias de clase. Ruth exclamó: • No, Amor es de todos. Cada uno de nosotros ha contruído esta muñeca con una parte de sí mismo: los vestidos, el rostro, los zapatos y hasta el corazón. Cada semana uno de nosotros se la llevará a casa y podrá compartirla con su familia. El resto de niños, con una sonrisa de oreja a oreja aplaudieron esas palabras. Por fin tendráan una muñeca nueva y, lo que era más importante, una muñeca que habían hecho entre todos. Cada una de las partes de la muñeca les recordaría a un amigo. La diversidad habia creado otra obra y esta vez había surgido del amor.