Ella despertó y vio que no llevaba puesta la

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MÁTAME O ÁMAME
Ella despertó y vio que no llevaba puesta la armadura. Miró a su alrededor… todo
estaba desierto; pero al alzar la vista, lo vio a él, allí, en lo alto de aquella muralla
infranqueable, empuñando su arco. Y comenzó a dar pasos silenciosos en medio de
aquella nada que la acompañaba. Sabía que él la estaba observando, que aún desde
aquella posición privilegiada, él seguía sintiéndose inseguro; la fuerza de ella, era
demasiado devastadora.
No titubeó ni un momento, sabía que su sino estaba marcado. Que ya no podía dar
marcha atrás, que era el principio del final, o el final del principio.
Mientras caminaba, recordó aquella armadura que había llevado puesta tantos años.
Era de metal, dura, fuerte, inalterable. Y una lágrima rodó por su mejilla aliándose
con su pasado. Le había sido necesaria durante todo ese tiempo de lucha y guerra.
Con ella, se sentía segura, a salvo. Nadie podía ver a la mujer que allí dentro se
escondía. Al ser humano que huía de la luz, para instalarse en las sombras.
Ahí, entre ese amasijo de hierros, todo era posible. Nadie podía imaginar cómo era
el latir de ese pecho. Nadie podía alcanzar sus miedos, sus inquietudes, sus terrores
nocturnos a la luz de la hoguera. Era uno más, luchando en esa guerra. Uno, como
tantos otros, que había hipotecado su vida a esa armadura de hojalata, donde nada
entraba, pero tampoco nada salía.
Era seguro, ella lo sabía. Era la mejor opción en ese mundo de locos, donde los
sentimientos no pueden dejarse al descubierto. Donde a las almas puras, se las
condena, se las juzga, se las abuchea. Donde se permite una sonrisa, pero se
sentencia una lágrima.
Todo estaba permitido, sí, menos ser ella. Eso, era demasiado peligroso, demasiado
insensato. Si la conocieran, tal cual es, no la aceptarían. No encajaría en ese juego de
máscaras, donde todo se esconde. No entenderían, que a veces hace trizas su vida,
la destripa, la pisotea. Porque a veces, ella, es su peor enemigo.
No entenderían, que en ese ser de luz, también hay sombras. Que en ella habitan
tanto el bien como el mal; sólo, que ella decide que hacer con ellos. Nadie
comprendería, que a veces tiene dudas. Que a veces, se encuentra en la cuerda floja
y desearía arrojarse al vacío y salir volando hacia algún lugar remoto, donde nadie
pueda encontrarla.
Nadie entendería que le da mucho miedo enfrentarse a sus miedos. Porque sólo ella
conoce, lo que se esconde detrás de ellos. Y así quiere que sea.
Nadie entendería, que cree en el amor eterno. Que busca la locura de la razón, el
temblor que nace en el pecho… ése, que no tiene explicación, ése, en el que nada es
perfecto.
Nadie entendería que le gusta meterse en su mundo, ése que ella ha creado,
minúsculo y lúgubre. Porque, no se adapta a los hombres, aunque a veces juguetea
con ellos, los roza, los saborea. Es uno más, de cara hacia fuera.
No, no podía quitarse la armadura… ¿Quién la querría?
Y de repente en medio de aquel silencio, se escuchó el sonido de una flecha que iba
directa a su corazón. Miró hacia arriba, se topó con sus ojos marrones color miel,
cayó al suelo y murió.
Hilave septiembre 2011
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