Desde 1793 hasta 1815 sólo hubo trece meses de paz entre Francia e Inglaterra. En teoría, se libraron tres guerras diferentes en este período, pero en realidad esos conflictos sólo estuvieron separados entre sí por simples treguas armadas. Cuando la Revolución Francesa fue degenerando hasta convertirse en el “Reino del Terror” en 1793, el gobierno británico comenzó a inquietarse cada vez más, pero lo que puso a la opinión pública británica contra el régimen revolucionario fue la ejecución de la pareja real francesa. Gran Bretaña de inmediato se unió a una alianza de naciones continentales en una guerra contra Francia. Desde ese momento hasta la derrota final de Napoleón en 1815, Gran Bretaña formó parte de una caleidoscópica coalición de países que procuraban detener los intentos de Francia de construir un imperio europeo. En cuanto sucumbía una coalición, Gran Bretaña trataba de inmediato de formar otra, financiada con el producto de sus redes comerciales en rápida expansión. Esta política de brindar un apoyo constante a sus aliados europeos ejerció una severa presión sobre los recursos británicos e inicialmente provocó reformas impositivas que en última instancia terminarían por generar la imposición del primer impuesto a las ganancias en 1799. La guerra contra Francia se tornó mucho más violenta e intensa, y hasta que la Primera Guerra Mundial le usurpó el título, el período de 1793 a 1815 fue conocido como “La Gran Guerra”. La contienda entre Francia y Gran Bretaña fue en esencia la de dos Estados consagrados a la construcción de un Imperio. En Francia, este proceso obedeció en sus comienzos a una política consciente de difundir la ideología revolucionaria mediante la conquista, pero luego fue impulsada por la ambición personal de Napoleón. En Gran Bretaña, la búsqueda de la riqueza y otros beneficios derivados de sus colonias fue un motor fundamental, y, en principio, la adquisición de nuevos territorios fue mucho menos importante que el establecimiento de vínculos comerciales. Al perseguir sus propios objetivos, ninguna de las dos naciones, salvo forzada por las circunstancias, tenía en cuenta de qué manera su política afectaría a los otros países. En el continente, Francia amenazaba y amedrentaba con exhibiciones de fuerza, y derrocaba los gobiernos de sus países vecinos, mientras que en el mar, Gran Bretaña utilizaba su poderío naval para apoderarse de cuanto necesitaba sin pensar que esa política podría enemistar a aliados potenciales que en el futuro podrían resultar útiles. En Francia, un gobierno revolucionario y autoritario había sido reemplazado por la dictadura de Napoleón; en Gran Bretaña, el rey Jorge III ostentaba la mayor parte del poder, aunque el país estaba nominalmente gobernado por una democracia parlamentaria. El rey, sin embargo, era experto en frustrar los intentos parlamentarios de controlar sus acciones mediante la diestra utilización de la clientela: sobornando a los hombres con honores, posiciones, recompensas y presiones, o intimidándolos con amenazas de retirarles dichos privilegios. La mayor parte de los otros países de Europa todavía tenían monarquías hereditarias, y muchos estaban ligados políticamente por vagas confederaciones o imperios, debido al hecho de que sus gobernantes provenían de una misma familia. En todos los casos, incluyendo Gran Bretaña, no se prestaba ninguna atención a la población general, a menos que ésta se alzase en rebelión, en cuyo caso era indefectiblemente reprimida por la fuerza bruta, si sus gobernantes aún se encontraban fuertes para hacerlo. Mientras los gobiernos europeos perseguían sus propios objetivos, el pueblo que gobernaban por lo general tenía otros intereses; el contrabando para evitar impuestos y prohibiciones comerciales, e incluso la fraternización entre fuerzas armadas opuestas eran prácticas comunes. Aunque durante este período, la atención de los gobiernos se concentraba mayormente en los acontecimientos que se desarrollaban en tierra, Gran Bretaña, sensiblemente consciente del peligro que representaba el mar, se encontraba empeñada en una lucha sin cuartel con Francia por la supremacía naval. La Flota Combinada de Francia y España y sus aliados, en especial los holandeses, se convirtieron así en un serio rival del poderío naval inglés y amenazaban el comercio que financiaba la resistencia europea a la agresiva expansión francesa. En 1779 los holandeses fueron derrotados por la marina británica en la batalla de Camperdown, frente a la costa de Holanda, y una flota española, también aliada de Francia, fue derrotada en la batalla de San Vicente, en la costa de Portugal. Con estos dos triunfos, Gran Bretaña ganó el control del Atlántico, pero una flota francesa todavía dominaba el Mediterráneo. Esto permitió a Napoleón organizar la invasión de Egipto en 1798, pero luego de la destrucción por parte de Nelson de la flota invasora en la batalla del Nilo, apenas unas semanas más tarde, la marina francesa quedó totalmente desbaratada. Por un tiempo, Gran Bretaña tuvo el control indisputado de los mares. Mantener la supremacía naval era el objetivo de largo alcance de Gran Bretaña, ya que para proteger su propio imperio comercial tenía que patrullar las rutas marítimas comerciales. Mientras Francia estaba ocupada con la guerra en el continente, Gran Bretaña se apoderaba de las colonias y las bases estratégicas francesas para aumentar su propia red mercantil. Detrás de todas las guerras continentales de este período se encontraba el conflicto de intereses entre Francia, que estaba construyendo un imperio europeo de base terrestre, y Gran Bretaña, que estaba erigiendo un imperio mundial basado en el comercio. En esta lucha de nuevos imperios emergentes, la posición de Francia no se vio beneficiada por el hecho de que Napoleón fuera ante todo y principalmente un soldado. Comprendía y confiaba en sus ejércitos, pero no entendía las fortalezas y debilidades de su armada, ni confiaba en sus oficiales navales. No obstante, sabía perfectamente que un imperio comercial era tan importante para Francia como lo era para Inglaterra. Napoleón comprendía mucho más fácilmente la situación política que el estado de su marina, y aunque contaba con los buques y los hombres, y analizaba sus posiciones, no advirtió lo poco preparados que estaban para la tarea que tenían por delante. En 1800, Suecia, Dinamarca y Rusia declararon un estado de neutralidad armada para defender su comercio del Báltico con Francia, negando ese mismo mercado a Gran Bretaña. Al mismo tiempo, un cambio de gobierno en Gran Bretaña llevó a un tratado de paz con Francia ––el tratado de Amiens el 25 de marzo de 1802––, pero era la calma que precede a la tormenta. Dado que la declaración de neutralidad armada había dejado de hecho a Gran Bretaña fuera del Báltico, una importante fuente de suministros navales esenciales, al año siguiente una flota inglesa respondió destruyendo el poderío de los barcos daneses, anclados en el puerto de Copenhague y, de ese modo, quedó anulada la amenaza que pesaba sobre los buques ingleses que se dirigían al Báltico. Para la época de Trafalgar, los únicos buques de guerra adicionales de que disponía Napoleón eran fundamentalmente los barcos de la marina española que habían sobrevivido a la victoria británica de San Vicente en 1797. Aun con estas naves y un generoso programa de construcción naviera que Napoleón estaba llevando al límite, cualquier intento de invadir Inglaterra no tenía margen de error. En abril de 1803, apenas unos meses después que Napoleón fuera coronado emperador, se declaró nuevamente la guerra entre Gran Bretaña y Francia. Menos de un mes más tarde, Inglaterra estableció un bloqueo de los puertos franceses y, una vez que España entró activamente en la contienda como aliada de Napoleón, en octubre de 1804, los puertos españoles también tuvieron que ser bloqueados. Durante la Revolución Francesa, la familia real española se había sentido indignada por la ejecución de Luis XVI y había iniciado una invasión de Francia. La expedición fue repelida, y los franceses contraatacaron, obligando a los españoles a firmar un tratado de paz en 1795. El tratado fue muy impopular en toda España y, como en realidad había hecho del gobierno español un títere de Napoleón y de España un aliado pasivo de Francia, seguía fermentando el germen del descontento. Mientras Gran Bretaña comenzaba una vez más a reforzar su armada, Napoleón realizaba preparativos para invadir el país. En términos de estrategia general, sabía perfectamente que era improbable que volviera a presentarse una mejor oportunidad. A pesar de haberse reanudado las hostilidades, los aliados continentales de Gran Bretaña todavía estaban recuperándose del conflicto previo con Francia y tenían prisa por formar otra coalición contra Napoleón. La misma Francia había quedado exhausta por la guerra y no estaba en condición de luchar en varios frentes a la vez. Sin embargo, con una paz temporal en el continente, Napoleón podía distraer un número suficiente de fuerzas para invadir Gran Bretaña. Una invasión exitosa podría detener, o al menos demorar, la formación de una coalición hostil, pero sabía que debía actuar con rapidez, porque los diplomáticos ingleses ya estaban entablando intensas negociaciones con el fin de crear alianzas antifrancesas. Tentado como siempre por una solución drástica y fulminante, Napoleón apostó todo a sus planes de invasión. Más de cien mil soldados fueron gradualmente concentrados en campamentos que se extendían a lo largo de 120 kilómetros de la costa francesa alrededor de Calais y Boloña. Muchos de estos campamentos podían verse a simple vista desde los acantilados de Dover, lo que provocaba una creciente ola de pánico en el sur de Inglaterra. Con el fin de mantener a los soldados ocupados y aliviar la atmósfera de suspenso, este ejército francés empleaba su tiempo en ejercicios y entrenamientos militares. En Boloña se estaba construyendo una enorme flotilla de barcas de desembarco, con el propósito de reunir dos mil embarcaciones que transportaran la fuerza invasora a través del Canal de la Mancha, en cuanto la flota de buques de guerra francesa lograra garantizar un cruce seguro. Desde la época de la Armada Española, Gran Bretaña no había sufrido una amenaza tan seria de invasión. Desde principios de la década de 1790, la creciente aprehensión entre los pobladores británicos a menudo había caído en la paranoia y el pánico, pero ahora, a medida que la posibilidad de invasión se volvía cada vez más real, una especie de histeria comenzó a apoderarse del gobierno y de la gente. Después de haber atravesado una revolución y haber matado a su rey, Francia se encontraba ahora totalmente bajo la égida de Napoleón; y el emperador Bonaparte estaba decidido a destruir a Inglaterra: “No sé, en verdad, qué clase de precaución la protegerá (a Inglaterra) del terrible destino que le aguarda. Una nación es muy tonta cuando no posee fortificaciones ni ningún ejército que desplegar al ver desembarcar en sus playas un ejército de 100.000 soldados experimentados. ¡Ésta es la obra maestra de la flotilla (de invasión francesa)! Cuesta mucho dinero, pero es necesario que seamos dueños del mar por sólo seis horas, e Inglaterra dejará de existir”.2 Napoleón estaba tan seguro del éxito que, para ahorrar tiempo, ya había encargado la fabricación de matrices en París, de modo que, en cuanto cayese Inglaterra, se pudiesen estampar medallas que celebraran su triunfo. El revés de la medalla portaba la leyenda “Invasión de Inglaterra, acuñada en Londres, 1804”. Tal como resultaron las cosas, sólo se llegaron a acuñar cuatro piezas de prueba de estas matrices. El pueblo británico no sabía a qué atenerse con respecto a una invasión, pero temía lo peor y, por lo general, veía a Napoleón como un ogro. Por entonces, y durante muchos años, las niñeras de la costa sur de Inglaterra asustaban a los niños con estos versos escalofriantes: Bebito, bebito, travieso bebito, Calla tu horrible chillido, te digo, Calla tu chillido que quizá Bonaparte pase por acá. Bebito, bebito, es un gigante negro y alto Como el campanario de Rouen Y todos los días cena y almuerza, Créeme, niños traviesos. Bebito, bebito, él te oirá Cuando pase por la casa Y, miembro por miembro, te despedazará, como despedaza el gatito a un pobre ratón.3 No eran sólo los niños los que estaban aterrorizados por la posibilidad de una invasión francesa. El gobierno británico ahora consideraba con mayor seriedad las precauciones que debían implementarse para la defensa del país. En realidad, los preparativos para la defensa ya habían comenzado en 1790, cuando la Junta de Pertrechos Militares del gobierno inspeccionó el condado de Kent, con el propósito de trazar un mapa detallado para uso de las tropas de defensa. Este mapa, con una escala de una pulgada por milla, fue publicado en 1801 como el primer mapa de Relevamiento de Pertrechos Militares. Luego siguió una serie de mapas subsidiarios que gradualmente abarcaron todo el país; precursores de los mapas que aún hoy se utilizan. Se había escogido Kent como el primer área a reconocer porque se infirió que una fuerza invasora procedente del continente querría minimizar su tiempo en el mar por temor a un ataque de la armada británica y, por lo tanto, utilizaría la ruta más breve y directa; se supuso, por ende, que el área de Kent era el lugar de desembarco más probable. Napoleón aspiraba reunir un ejército expedicionario de por lo menos 160.000 soldados adiestrados y experimentados, aunque finalmente llegó a contar con más de 200.000 hombres. Cerca de la mitad de las tropas estaba acantonada en los campamentos costeros, lista para embarcar, mientras que el resto se encontraba más hacia el interior del país, dado que no había espacio suficiente para ellos cerca de los puertos. En teoría, este ejército quedaba empequeñecido frente a una fuerza británica de más de 500.000 soldados, pero la gran mayoría de estos hombres eran milicias locales que carecían de entrenamiento y experiencia, recientemente reclutados para apoyar a las tropas regulares que ya se encontraban desplegadas a lo largo de la costa. Otro problema apremiante era el hecho de que estas milicias y voluntarios estaban esparcidos por todas las islas británicas. Para combatir una invasión, debían ser reunidas rápidamente y en un número suficiente como para hacer frente a la amenaza. Se tenía la esperanza de que una fuerza invasora sería avistada tan pronto como zarpara de los puertos continentales, otorgando el tiempo necesario para comunicar la advertencia mediante señales de barco en barco, luego hasta Deal, en Kent, y finalmente hasta Londres, por medio del telégrafo. Un sistema telegráfico ya unía Deal con el edificio del Almirantazgo en Whitehall, y telégrafos similares conectaban el Almirantazgo con Portsmouth, en Hampshire, y con Chatham, al norte de Kent. Estos sistemas telegráficos consistían en cadenas de estaciones semáforo instaladas en las cimas de las colinas, cada una a la vista de la siguiente, a lo largo de todo el recorrido, de modo que se pudiera repetir un mensaje codificado en señales luminosas de estación en estación, desde un extremo al otro de la cadena. Los telégrafos eran suplementados mediante cadenas más pequeñas de puestos de señalización, que utilizaban un sistema más simple de una bandera blanca para comunicar que “todo está bien”, y una roja en caso de alarma, al igual que cadenas de fuegos a modo de faros que eran encendidos en lo alto de las colinas para advertir sobre el peligro de una invasión. El 7 de agosto de 1803, Betsey Fremantle, esposa de Thomas Fremantle, quien dos años más tarde sería capitán del Neptune en Trafalgar, anotó lo siguiente en su diario: Fuimos a dar un paseo por las murallas [en Portsmouth], donde no nos sorprendió en lo más mínimo ver una gran afluencia de gente sobre la playa, incluido el cuerpo de voluntarios, realizando frecuentes disparos y señales, los telégrafos operando y muchas velas en la distancia. Al preguntar por el motivo de todo ese movimiento, me dijeron que los franceses estaban efectuando un desembarco, ya que se habían avistado muchas embarcaciones de fondo plano dirigiéndose hacia la costa. Esto produjo gran alarma… tomadas todas las precauciones, como si los franceses realmente estuvieran acercándose. Yo misma me sentí muy alarmada, pero como alrededor de las doce todo parecía calmo, nos fuimos a dormir con la esperanza de que algún error hubiese provocado todo este revuelo.4 Su entrada en el diario al día siguiente registraba que una flota de embarcaciones mercantiles costeras había provocado el estado de emergencia, al haber quedado inmovilizadas por falta de viento del otro lado de la Isla de Wight, a la vista de Portsmouth. Los fuegos, los puestos de señales e incluso los telégrafos eran sistemas relativamente burdos de comunicación que no transmitían mucho más que alarma; la información detallada viajaba a una velocidad mucho más lenta, llevada por correos a caballo. Una vez establecidos los sistemas de rápida advertencia, el otro método de ganar tiempo para reunir las fuerzas defensivas era el de refrenar y demorar el avance de cualquier ejército invasor. Esto se realizaba reforzando las defensas físicas en las áreas costeras vulnerables y construyendo obstáculos entre las cabezas de playa y el primer objetivo de cualquier invasión: Londres. El gobierno decidió concentrarse en las costas este y sudeste, y comenzó reforzando las fortificaciones ya existentes, agregando algunas nuevas en los puntos más vulnerables. No obstante, esto dejaba largas extensiones de costa sin ninguna defensa permanente cerca de la playa y, para solucionar este hecho, se decidió construir una serie de Torres Martello. Estas torres estaban basadas en un tipo de fortificación existente en Martello (a veces llamado Mortello), Córcega. Las contrucciones consistían en una torre de piedra redonda de 12 metros de altura y 14 de diámetro en la base, con paredes de 4,5 metros de ancho, y alojaban una pequeña guarnición armada con piezas de artillería. En 1794, esta torre achaparrada había impresionado a la marina inglesa, cuando un pequeño cuerpo de soldados franceses no sólo había logrado resistir a un fuerte ataque, sino que además había dañado seriamente algunos buques ingleses durante la contienda. En la primavera de 1805 se inició un programa de construcción que en tres años daría como resultado la erección de 73 torres en las costas de Gran Bretaña. Para 1812 el total de torres había alcanzado el número de 103 (de las que actualmente sólo sobreviven 43), ubicadas casi en su totalidad a lo largo de las costas sur y sudeste de la isla. Una vez erigidas, las Torres Martello constituían una defensa costera muy poderosa que proveía puntos fuertes que un ejército invasor no podría ni capturar fácilmente ni tampoco darse el lujo de ignorar. Como se pensaba que las torres brindaban una excelente protección, no sólo fueron utilizadas en Gran Bretaña, sino también en Irlanda, las islas del Canal de la Mancha, Norteamérica y Sudáfrica. Sin embargo, para la época de Trafalgar, en octubre de 1805, las torres y las otras defensas costeras no eran todavía más que una caótica dispersión de obras en construcción y de fuertes, torres y barracas sin terminar. El río Medway y el estuario del Támesis ya tenían sólidas fortificaciones que habían sido levantadas después de un ataque de la armada holandesa en 1667, cuando sus buques remontaron el Támesis y se internaron en el Medway, apoderándose del fuerte de Sheerness, por entonces sin terminar, y capturando o destrozando varios buques de guerra británicos. Parte de las defensas, llamadas Líneas Clatham, protegía contra cualquier posible ataque al Real Astillero Naval de Clatham, y éstas fueron reforzadas, en especial mediante una sólida ampliación del reducto (conocido ahora como Fuerte Amherst), que estaba situado cerca de la ciudad. El castillo medieval de Dover, en Kent, también fue ampliado y reforzado con murallas de defensa más adecuadas contra fuego de artillería y con baterías destinadas a proteger el puerto, a la vez que se construyeron nuevas fortificaciones para proteger los puntos débiles del castillo del lado de tierra firme. Estas defensas, iniciadas en 1804, todavía eran muy vulnerables para la época de Trafalgar. Otro punto débil importante en Kent era Romney Marsh, dado que sus playas extensas y llanas eran ideales para el desembarco de una fuerza invasora. Habría sido fácil inundar el pantano, volviéndolo un obstáculo infranqueable, pero demasiada gente vivía y trabajaba en esa área. Se decidió, en cambio, bloquear la ruta que iba desde las playas hacia Londres con un canal que pudiera servir a la vez de trinchera defensiva. Este canal correría en forma de rizo hacia el norte de un extremo al otro de la costa, aislando Dungeness y su pantano circundante del resto de la región. Se planificó que el canal fuese de 19 metros de ancho en la superficie, y de 2,7 metros de profundidad, aprovechando el material excavado tanto para la erección de una muralla defensiva del lado opuesto a la costa como para la construcción de una ruta para el rápido desplazamiento de tropas. Se lo llamó el Canal Militar Real y variaba en ancho y profundidad; en su parte más angosta apenas alcanzaba la mitad del tamaño planificado. Fue iniciado en octubre de 1804 y concluido cinco años más tarde ––un lapso muy breve para la construcción de un canal que medía 45 kilómetros de largo–– pero al igual que todo el resto, carecía de verdadera capacidad defensiva para la época en que se libró la batalla de Trafalgar y no fue realmente efectivo hasta que estuvo por completo terminado. Todas estas defensas costeras estaban diseñadas para demorar el avance y reducir el número de las fuerzas invasoras, permitiendo así reunir una mayor cantidad de hombres para enfrentarlas, pero alrededor de Londres propiamente dicho se planificaron otras medidas de protección. Una línea defensiva correría al norte de la ciudad desde el Támesis, en Battersea Bridge, pasando por Chelsea, hasta el Canal de Paddington y luego hasta Hampstead, Highgate y los pantanos que rodean al río Lea. Se planificó una línea similar al sur, desde el Támesis, en Wandsworth, hacia Tooting y Streatham, y luego a través de los Norwood Hills y Sydenham hasta Deptford, con fortificaciones accesorias en Shooter’s Hill y Blackheath. Un puente flotante cruzaría el Támesis aproximadamente en la línea del actual Blackwell Tunnel, con el fin de conectar Blackwell con Greenwich. En total, las obras representaban un perímetro alrededor de Londres de más de 48 kilómetros de circunferencia, bastante alejado de la ciudad, en lo que entonces era campo abierto. La erección de defensas permanentes alrededor de esta línea habría demandado tiempo y muchísimo dinero, por lo que se decidió dejar todo preparado para construir trincheras y terraplenes, y defenderlos con artillería. Se elaboró un registro de los obreros, herreros, carpinteros y hasta jardineros para que en caso de emergencia pudiesen ser rápidamente reclutados para la construcción de las defensas. También se hizo acopio de materiales y herramientas. Se examinó la ubicación de los trabajos en tierra y se marcó en el terreno con estacas, pero no estaba pensado iniciarse ninguna obra a menos que hubiese una invasión. Se calculaba que un ejército invasor tendría la fuerza suficiente como para sitiar un perímetro de 48 kilómetros de largo alrededor de Londres y tendría que atacar una sección particular. La apuesta era que mientras las defensas costeras demoraban a los invasores, se podría identificar esta sección a tiempo como para concentrar todos los recursos disponibles en el área amenazada, construir las trincheras y terraplenes de contención y dotarlos con hombres. En la actualidad no quedan vestigios de estas defensas planificadas. Al parecer, el gobierno no confiaba plenamente en fortificaciones erigidas en el último momento ante la vista de un enemigo que avanza, ya que en 1804 comenzó paralelamente la construcción de un centro administrativo alternativo a Londres. Estaba situado en Weedon Bec, Northamptonshire, un lugar tan alejado del mar como resulta posible en Gran Bretaña, y fue elegido como un último baluarte contra la invasión. En Weedon Bec se construyeron edificios de almacenamiento, barracas, depósitos y un pabellón para alojar a la familia real. Desde allí el gobierno esperaba organizar la defensa final de Gran Bretaña.