SÁNCHEZ HERRERO, José: Desde el cristianismo sabio a la

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Desde el cristianismo sabio a
la religiosidad popular
en la Edad Media
(Depuis le christianisme savant
à la religiosité populairedans le Moyen Âge
From Christian wisdom
to folk religion in the Middle Age
Durango eta Erdi Aroko heresia:
bere historiarentzako agiriak)
José SÁNCHEZ HERRERO
Universidad de Sevilla
Clio & Crimen: nº 1 (2004), pp. 301-335
Resumen: Del siglo V al XV, la historia de las creencias y de las devociones cristianas presentan
dos aspectos: uno intelectual y profundo, y otro simple y popular. Abordamos el estudio de cinco etapas
históricas: 1) Del siglo III al VII: las definiciones trinitarias y cristológicas; la devoción hacia las reliquias de los santos. 2) Del siglo VII al XI: la iconoclastia; el regreso del Antiguo Testamento, al
individualismo y al ritualismo; las devociones de las reliquias, de los santos y de las peregrinaciones. 3)
Del siglo XI al XIII: Cluny, la escuela y la teología; Cluny, el diablo, el infierno, el purgatorio, el culto
a los muertos, las cruzadas. 4) San Francisco de Asís (1182-1226): Cristo, hombre y Dios amado e
imitado; nominalismo, voluntarismo; el culto dedicado al hombre Jesús de Belén en la Cruz, verdadero
culto a la Pasión y Muerte de Jesús. 5) La segunda mitad del siglo XIV y el siglo XV: los devotos y la
devotio moderna; el misticismo esencialista, el cristianismo interior.
Palabras claves: Creencias y devociones cristianas del siglo V al XV. Aspectos intelectuales y populares
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nº 1 (2004), pp. 301/335
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Desde el cristianismo sabio a
la religiosidad popular en la Edad Media
José Sánchez Herrero
Résumé: Du Ve au XVe siècle, l'histoire des croyances et des dévotions chrétiennes présente deux
faces: l'une intellectuelle et profonde, l'autre simple et populaire. Nous en abordons l'étude en cinq coupes
historiques: 1) Du IIIe au VIIe siècle: les définitions trinitaires et christologiques; la dévotion aux
reliques et aux saints. 2) Du VIIe au XIe siècle: l'iconoclasme; le retour à l'Ancien Testament, à l'individualisme et au ritualisme; les dévotions aux reliques, aux saints et aux pèlerinages. 3) Du XIe au
XIIIe siècle: Cluny, l'école et la théologie; Cluny, le diable, l'enfer, le purgatoire, le culte aux morts, les
croisades. 4) Saint François d'Assise (1182-1226): le Christ, homme et Dieu aimé et imité; nominalisme, volontarisme; le culte voué à l'homme Jésus de Bethléem à la Croix, véritable culte à la Passion
et la Mort de Jésus. 5) La seconde moitié du XIVe siècle et le XVe siècle: les dévots et la devotio moderna; le mysticisme essencialiste, le christianisme intérieur
Mots clés: Croyances et dévotions chrétiennes du Ve au XVe siècle. Faces intellectuelle et populaire
Abstract: Throughout the history of Christian beliefs and devotion from the 5th to the 15th centuries, parallel development can be observed: the intellectual and profound on the one hand, and the simple, folk on the other. This can be divided historically into five different periods: 1) 3rd to 7th centuries:
Trinitarian and Christological definitions; devotion to relics and saints. 2) 7th to 11th centuries: Iconoclasm; return to the Old Testament, individualism and ritualism; devotion to relics, saints and pilgrimages. 3) 11th to 13th centuries. Cluny, the school and theology; Cluny, the Devil, Hell, Purgatory,
worship of the dead, crusades. 4) San Francisco de Asís (1182-1226): Christ the Man and beloved
and imitated God. Nominalism, Voluntarism; worship of the Man Jesus from Bethlehem to the Cross,
real worship of Jesus’ Passion and Death. 5) Second half of the 14th and 15th centuries. Devotees and
the “devotio moderna”; Essentialist Mysticism, Inner Christianism.
Key words: Christian beliefs and devotions, 5th to 15th centuries. Intellectual
and folk trends
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nº 1 (2004), pp. 302/335
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Desde el cristianismo sabio a
la religiosidad popular en la Edad Media
José Sánchez Herrero
Laburpena: V. mendetik XV.era, sinismen eta debozio kristauen historiak aurpegi bi ditu: bata
intelektuala eta sakona, eta bestea sinplea eta herrikoia. Bost etapa historikoren azterketa egingo dugu: 1)
III. mendetik VII.era: definizio hirukoiztarrak eta kristologikoak; santuen erlikiekiko debozioa. 2) VII.
mendetik XI.era: ikonoklastia; Testamentu Zaharretik indibidualismora eta erritualismora; santuen eta
erromesaldietako erlikiekiko debozioak. 3) XI. mendetik XIII.era: Cluny, eskola eta teologia; Cluny,
deabrua, infernua, purgatorioa, hildakoei egindako gurtza, gurutzadak. 4) Asisko San Frantzisko
(1182-1226): Kristo, gizon eta Jaungoiko maitatu eta imitatua; nominalismoa, boluntarismoa;
Beleneko Jesus Gurutzean egon zenekoaren gurtza, Jesusen Pasioari eta Heriotzari egindako benetako
gurtza. 5) XIV. mendeko bigarren erdia eta XV. mendea: jainkozaleak eta debozio modernoa; mistizismo esentzialista, barruko kristautasuna.
Giltza-hitzak: Sinismen eta debozio kristauak, V. mendetik XV.era. Arlo intelektualak eta herrikoiak.
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nº 1 (2004), pp. 303/335
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Desde el cristianismo sabio a
la religiosidad popular en la Edad Media
José Sánchez Herrero
1
Introducción
         , , 
: el pontificado, el episcopado, los concilios, las órdenes religiosas, las cofradías; sus obras asistenciales: los hospitales, las cofradías, la limosna;
su pensamiento: la teología, la moral, los movimientos heréticos, la inquisición; su
obra cultural; con mucha frecuencia los estudios recaen sobre su historia política, en
muy pocas ocasiones se estudian los grupos sociales existentes dentro de la Iglesia,
menos la economía de las instituciones eclesiásticas; pero, pienso, que mucho menos
se estudia la Religiosidad de la propia Iglesia. No se penetra un poco más adentro de
ese amplio campo de las instituciones señalado anteriormente, en ese mundo interior
de la creencia, de la relación con un ser superior, que en el caso del Cristianismo fue
un hombre mortal, llamado Jesús de Nazaret, que, parece, afirmó de sí mismo ser Hijo de Dios, pero que, en todo caso, pronto sus discípulos y seguidores lo tuvieron y
lo tienen como tal, y todas las muchas consecuencias de esta relación.
D
Pero, la misma Iglesia ¿Es creyente? ¿Es religiosa? ¿Pone de hecho en la práctica,
realiza una religiosidad, una forma determinada de religiosidad? Y ¿Cómo ha evolucionado esa religiosidad de la Iglesia? ¿Existe una religiosidad dominante de cada época o tiempo convencional en que podemos dividir el estudio de la Historia de la Iglesia? Se sobreentiende, se da por hecho que la Iglesia es religiosa ¡Qué otra cosa puede
ser! Pero, a veces, sus componentes o muchos de ellos se olvidan de esta realidad fundamental de lo eclesial o viven dentro de la Iglesia como si la Iglesia fuera otra sociedad cualquiera.
En el corto espacio de este trabajo he de hablar de la religiosidad cristiana medieval, siglos V al XV. Imposible tarea, pues el tema desborda a cualquiera que se lo proponga, pero voy a intentarlo. Procederé de manera esquemática señalando aquellos pilares en que esta religiosidad se fundamenta y parándome en una serie de cortes fundamentales en el devenir de la religiosidad de los siglos medievales europeos y cristianos y en las consecuencias que estos cortes produjeron.
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Desde el cristianismo sabio a
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José Sánchez Herrero
1I
Religiosidad elitista y religiosidad popular
La religiosidad cristiana, no sólo la medieval, tiene y ha tenido a lo largo de su
historia dos puntos de apoyo o, mejor, dos desarrollos o manifestaciones diferentes.
Por una parte, una religiosidad elitista, interior, profunda, escondida, intelectual, sabia, para los intelectuales, para los sabios; y, por otra, una religiosidad popular, sencilla, más o menos interior pero siempre exterior, social, concretada en gestos, en palabras, en acciones accesibles, inteligibles, naturales, aunque, en algunas ocasiones, dentro, también, de esa naturalidad que, por definición, tiene lo religioso, que se acerca
a lo mágico, y siempre para el pueblo común, para las masas ignorantes, iletradas,
analfabetas.
Las manifestaciones elitistas proceden, en general, de los intelectuales, de los pensadores que encuentran, por fin, el modo de formular los misterios que encierra el
cristianismo, las verdades que el cristiano debe creer y aceptar; las populares vienen
del pueblo, de la masa creyente que percibe como algo natural el modo sencillo y adecuado, en consonancia con su capacidad intelectual, para formular aquellas verdades
y creencias en expresiones y fórmulas lingüísticas, ritos, devociones, imágenes, hechos
sencillos y concretos que les resultan más cercanos e inteligibles y que son los que el
pueblo usa y a través de los cuales manifiesta su fe y sus creencias. Unas y otras son
necesarias, se compenetran, se necesitan para lograr una expresión completa y definitiva de cualquier fe, de cualquier religiosidad, en nuestro caso de la cristiana.
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José Sánchez Herrero
1II
Profundidad y sencillez, esoterismo y naturalidad
en la doctrina y las obras de Jesús de Nazaret
Para mejor entender y fundamentar lo afirmado comienzo por mostrar cómo en
la misma vida y actuación de Jesús de Nazaret encontramos esos dos tipos de manifestaciones religiosas.
Si repasamos rápidamente los Evangelios, sin entrar a discutir su origen cronológico y dando por hecho que todos nos transmiten las palabras, la enseñanza de Jesús
de Nazaret, aunque a través de cuatro modos propios, los de cada uno de los evangelistas y originados en tiempos relativamente cercanos aunque posteriores y dependiendo unos de otros, encontramos, fácilmente, esa doble manifestación en sus actitudes, en sus afirmaciones y en la realización de sus hechos concretos, tanto en su actuación personal, interior e íntima en relación con su Padre, como en relación con los
demás, con los que escuchan, con los que aprenden, con los que se dejan seducir o
con los que solamente contemplan indiferentemente.
Sobre las verdades que fundamentan su doctrina Jesús dice a Nicodemo, «un hombre del partido fariseo, jefe judío fue a ver a Jesús de noche: Pues sí, te aseguro que, si uno no nace de
nuevo, no podrá gozar del reinado de Dios... A menos que uno nazca del agua y el Espíritu no puede
entrar en el Reino de Dios» (Jn. 3,1-5). A la Samaritana Jesús manifiesta: «El que bebe agua
de ésta vuelve a tener sed; el que beba el agua que yo voy a dar nunca más tendrá sed; porque esa agua
se le convertirá dentro en un manantial que salta dando una vida sin término» (Jn.4,14). Jesús asegura a Marta, la hermana de Lázaro difunto: «Yo soy la resurrección y la vida: el que tiene fe
en mi, aunque muera vivirá; y todo el que está vivo y tiene fe en mi, no morirá nunca» (Jn.11, 25).
Pero Jesús a un jurista que conocía el mandato de la Ley se la reduce en: «Amarás al
Señor tu dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente. Y a tu prójimo como a ti mismo», y le explica con una bella y sencilla parábola quién era el prójimo. Jesús le pregunta cuando termina la exposición de la parábola: «¿Qué te parece? ¿Cuál de estos
tres se hizo prójimo del que cayó en manos de los bandidos? El letrado contestó: —El que tuvo compasión de
él. Jesús le dijo: —Pues anda, haz tú lo mismo» (Lc. 10,26-37). Y Jesús, al final de la última
cena afirma: «Este es el mandamiento mío: que os améis unos a otros como yo os he amado. No hay amor
más grande que dar la vida por los amigos. Seréis amigos míos si hacéis lo que os mando» (Jn. 15,12-14).
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la religiosidad popular en la Edad Media
José Sánchez Herrero
En relación con el modo de orar, Jesús explica: «Cuando recéis, no hagáis como los hipócritas, que son amigos de rezar de pié en las sinagogas y en las esquinas, para exhibirse ante la gente. Ya
han cobrado su paga, os lo aseguro. Tú, en cambio, cuando quieras rezar, entra en tu cuarto, echa la llave
y rézale a tu Padre que está escondido; y tu Padre, que mira escondido, te recompensará» (Mt.6,5-6).
Pero Jesús ama el templo (material) de Jerusalén. Por eso, cuando acercándose la Pascua sube a la Ciudad y «en el templo encontró a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los
cambistas instalados; hizo un azote de cordeles y los echó a todos del templo con las ovejas y bueyes; desparramó las monedas y volcó las mesas de los cambistas; y a los que vendían palomas les dijo: —Quitad
eso de ahí: no convirtáis la casa de mi Padre en un mercado» (Jn. 2,13-16).
Jesús practica muchos milagros. La mayoría de una forma sencilla, rápida, sin palabrería, sin gesticulaciones, sin ritos extraños, en algunas ocasiones ni los curados se
dan cuenta de la acción milagrosa sobre ellos efectuada: «En esto una mujer que sufría de
flujos de sangre desde hacía doce años se le acercó por detrás y le tocó el borde del manto, pensando: “Con
sólo tocarle el manto, me curó”. Jesús volvió y al verla le dijo: —¡Ánimo, hija!. Tu fé te ha curado. Y
desde aquel momento quedó curada la mujer» (Mt.2,20-22). Pero en otras ocasiones Jesús
efectúa el milagro ateniéndose a unos ciertos códigos casi de la milagrería o del curanderismo popular: «Entonces escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al
ciego y le dijo: —Ve a lavarte en la piscina de Siloé (que significa “el enviado”). El ciego fue entonces a
lavarse y volvió con vista» (Jn.9,6-8).
En un momento de su vida Jesús realiza un acto absolutamente trascendental,
inexplicable, cercano a o sencillamente mágico: «Seis días después cogió Jesús a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y subió con ellos a una montaña alta y apartada. Allí se transfiguró delante de ellos: su rostro brillaba como el sol y sus vestidos se volvieron esplendentes como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él...Todavía estaban hablando, cuando una nube luminosa los cubrió, y dijo una voz desde la nube: —Este es mi Hijo, a quien yo quiero, mi predilecto.
Escuchadlo» (Mt. 17,1-13; Mc. 9,2-13; Lc 9,28-36). Pero en su resurrección se manifiesta natural, sencillo, humano: «Dicho esto, se volvió hacia atrás y vio a Jesús en pie, pero no se
daba cuenta de que era él. Jesús le preguntó. —¿Por qué lloras, mujer? ¿A quien buscas? Tomándolo
por el hortelano, le dijo ella: -Señor, sí te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto, que yo lo recogeré.
Jesús le dijo: —María. Ella se volvió y exclamó en su lengua: —Señor mío (que equivale a “Maestro”)» (Jn 20,14-16).
Hay, finalmente, un gesto, uno de los fundamentales de su doctrina y vida, que es
una mezcla de misterio y de sencillez: el dar a comer y beber su propio cuerpo y su
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propia sangre: «Porque lo mismo que yo recibí y que venía del Señor os lo transmití a vosotros: que
el Señor Jesús, la noche en que iban a entregarlo, cogió un pan, dio gracias, lo partió y dijo: “Esto es mi
cuerpo, que se entrega por vosotros; haced lo mismo en memoria mía”. Después de cenar, hizo igual con
la copa, diciendo: “Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre; cada vez que bebáis, haced lo
mismo en memoria mía”. Y de hecho, cada vez que coméis de ese pan y bebéis de esa copa, proclamáis la
muerte del Señor, hasta que él vuelva» (1 Cor 11,23-26). Una vulgar comida y bebida se
han convertido en el misterio en el sacramento central del cristianismo.
IV
La perduración de la doble corriente
a lo largo de la Historia de la Iglesia Medieval
4.1. De la Iglesia de los orígenes a la de los primeros
reinos germano-romanos. Siglos II al VII
a) La dirección intelectual y elitista
Es la Iglesia de los primeros pasos, de la institución, de la explicitación, de la formulación, de la definición, del primer encuentro de la fe con la razón, de la expansión, de la jerarquización.
Todo un conjunto de cuestiones, de problemas teóricos, se pusieron sucesivamente en el Cristianismo que, fundados en el texto del Nuevo Testamento, necesitaban una
explicitación. Muy pronto se tomó el Bautismo como la puerta de ingreso en la vida
cristiana, que llevaba consigo lo que después fue el sacramento separado de la Confirmación; los cristianos celebraron la Cena del Señor, dando gracias al Padre, Eucaristía;
y practicaron la penitencia pública por los pecados públicos; nació y/o se definió la
jerarquía católica; se produjo la reconciliación entre el cristianismo y el pensamiento
griego, con lo que surgió la primera teología cristiana; ¿nos salvamos por la fe o por el
conocimiento? ésta fue la pregunta producida a causa de las relaciones de la primera
teología católica con la “gnosis” y el “gnosticismo”; la verdadera Iglesia no era sólo
“la iglesia invisible” de los verdaderos creyentes, sino la Iglesia visible, católica o universal, institucionalizada y jerarquizada contra los donatistas; para salvarnos necesitamos de la gracia de la ayuda de Dios desde el primer paso, pues nacemos con un pecado hereditario de origen, pecado original que se transmite a todo ser humano a través
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del acto sexual y del deseo “carnal”, es decir, centrado en si mismo (concupiscencia),
que de aquel se desprendía; y se estableció un canon del Nuevo Testamento constituido por los libros reconocidos por la Iglesia y autorizados en la liturgia.
El problema capital fue doble: el trinitario (el Dios uno que es Padre e Hijo y
Espíritu Santo) que primero tuvo una solución en los Padres de la iglesia griega que
siempre se remitían al Dios Padre único, que para ellos era “el Dios” y definían la relación de Dios Padre con el Hijo y con el Espíritu a la luz de ese Dios Padre; y posteriormente encontró una solución casi definitiva con san Agustín (354-430) quien, en
lugar de comenzar con un Dios Padre comenzó con la naturaleza única de Dios, o
sustancia divina, que era común al Padre, al Hijo y al Espíritu y para explicarlo mejor utilizó categorías sicológicas, vio una similitud entre el Dios triple y el espíritu
humano tridimensional, entre el Padre y la memoria, entre el Hijo y la inteligencia y
entre el Espíritu y la voluntad.
Muy unido al anterior: el problema cristológico: Jesús el Mesías, Jesucristo, Dios
verdadero y hombre verdadero. La cristología pasó por el arrianismo (325), que defendía la subordinación del Hijo en relación con el Padre; el nestorianismo (428),
que proponía un Cristo uno, verdadero hijo de Dios, aunque nacido, como hombre,
de una mujer o, según algunos, un Cristo dividido, partido, verdadero Dios, pero,
también, verdadero hombre; el monofisismo (443), que enseñaba que la humanidad
y la divinidad sólo forman en Cristo una naturaleza, la divina, en la divinidad la naturaleza humana de Cristo se disuelve como una gota de agua dulce lo hace en el océano salado; el monotelismo(634), que defendía la existencia en Cristo de una sola voluntad operativa. En total, cuatro siglos de discusiones cristológicas, desde el I Concilio Ecuménico, Nicea, 325, hasta el VI, Constantinopla, 680-681.
b) La dirección popular
Es la época de la espiritualidad y de la religiosidad martirial, después monástica
y, sobre ambas, episcopal. Al Dios lejano, al Cristo verdadero hombre, pero verdadero Dios, y, según los monofisitas, casi solamente Dios, tendencia que perduró fuertemente arraigada hasta el siglo XIII, a María, Madre de Dios, se le buscaron otros
intermediarios más cercanos, los santos, que pueblan el firmamento de la religiosidad
popular. El santo, como el antiguo dominus, señor, patrón, se convirtió en el nuevo
señor y patrón de la ciudad.
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Uno de los primeros problemas puestos por el cristianismo popular fue el del
culto a las imágenes. En sus comienzos el cristianismo careció de todo tipo de imágenes, ni siquiera de la misma cruz. En este sentido no podemos olvidar el testimonio
de Celso (178), filósofo platónico, enemigo feroz de Cristo y del cristianismo, quien
afirma en su Discurso de la verdad, recogido por Orígenes (c.185-254) en su obra Contra Celso, que los cristianos no tenían imágenes, altares, templos, por lo que no eran
religiosos ni practicaban una religión1. Por otra parte, sabemos que con el paso del
tiempo el Calvario y el Santo Sepulcro se cubrieron de escombros, y el emperador
Adriano (76-138) mandó erigir sobre aquellos lugares un templo a Venus.
Tal vez por ello, la más antigua imagen del Crucificado sea aquella caricaturesca,
fechada en el año 220, con la que los niños de Roma se reían de su compañero cristiano pintando en las paredes del Palatino a un crucificado con cabeza de burro y a un
joven que se le acerca, bajo una inscripción que afirmaba: “Alexandro adora a su Dios”.
Fue Constantino quien en 314 mandó colocar sobre los escudos de sus soldados
las dos letras iniciales mayúsculas del nombre griego Cristos: X (Chi) y P (Rho), el
conocido Chi-Rho. En 336 pudo santa Elena, madre de Constantino hallar la verdadera Cruz de Cristo y de allí arranca el culto y la representación de la “Verdadera
(Vera) Cruz” y sus reliquias, de manera que san Cirilo, obispo de Jerusalén, en torno
a 348 afirma: «Fue verdaderamente crucificado por nuestros pecados. Porque si quieres negarlo, te convencerá este conocido lugar, este dichoso Gólgota en el que estamos congregados por causa de aquél que fue
elevado en la cruz; todo el orbe está lleno de los pedazos en que ha sido cortado el leño de la cruz»2 .
Hacia el 250, un modo o una forma de expresión religiosa, que no había nacido
en el cristianismo y que para algunos es opuesta al espíritu cristiano, el monacato,
prendía en Egipto en medio de unos cristianos, si no analfabetos, por lo menos rústicos y campesinos, en la doble forma eremítica y cenobítica y alcanzaba pronto, primero en Oriente, y de manera creciente un desarrollo espectacular.
Hacia el 430, el culto a los santos se encontraba, especialmente en Occidente,
muy extendido. Los primeros santos que los fieles espontáneamente veneraron fueORÍGENES: Contra Celso. Introducción, versión y notas por Daniel Ruiz Bueno, BAC, Madrid, 1967. Libro
séptimo, 62. Contra el culto de los ídolos; 64. El cristiano está pronto a morir antes que adorar a los ídolos, pp. 513-516.
1
San Cirilo de Jerusalén: Catequesis, Bilbao, 1991: Catequesis IV. Los diez dogmas. Acerca de la Cruz
(dogma IV), núm. 10, p. 104.
2
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ron los mártires, los testigos por excelencia, frecuentemente desde el día después de
la persecución en la que fueron víctimas. En su origen, su culto estuvo ligado al de
los muertos, por ello se desarrolló a partir de su tumba.
En ocasiones, el culto no se remonta al momento de la muerte del mártir, sino
que resulta de la invención o descubrimiento de un cuerpo santo, lo que sólo podía
hacer el obispo como lo hizo Ambrosio en Milán, en 386, con Gervasio y Protasio.
De este modo el número de santos creció. No obstante, en algunas regiones que
no habían padecido persecuciones, a comienzos del siglo V no había mártires que
ofrecer a la veneración de los fieles.
Desde el siglo IV un cierto número de cristianos excepcionales fueron asimilados
a los mártires, lo que permite hablar de tres categorías de santos: los que sufrieron por
su fe sin llegar a morir, los ascetas que sometieron sus cuerpos a sufrimientos comparables a los de los mártires y realizaron un martirio sin efusión de sangre; y algunos
grandes prelados, como san Ambrosio, venerado desde el día de su muerte en 397.
Por las mismas fechas comenzó en Occidente el culto a las reliquias. Éstas representan al santo, ya se trate de una porción de su cuerpo o de un objeto que estuviera en contacto con él. Las más antiguas de Occidente son todas importadas.
Por último, poco a poco, por todo el mundo romano se celebró la fiesta de algunos santos de los que no se poseían ni se podían poseer sus reliquias, se trata de los
grandes santos bíblicos del Antiguo y Nuevo Testamento. Nadie preguntó por sus reliquias. Por otra parte comenzó a celebrarse la fiesta de algún santo cuya tumba se
encontraba en otro lugar, especialmente san Pedro y san Pablo.
¿Cómo pudo, dentro del Cristianismo, desarrollarse este culto nuevo a pequeños
diosecillos, seres totalmente humanos cuasi divinizados, intercesores ante la divinidad? La primera idea que fundamenta el culto del santo es que, durante su vida y
combate terrestre (martirio, ascesis, renuncia al mundo), los santos fueron templos
de Dios, por ello se explica su resistencia milagrosa al dolor y su aptitud para con el
bien. Es Cristo quien combate y sufre en los mártires. De este modo ellos toman
parte de la inefable sustancia de la divinidad, poseen ya el cuerpo espiritual que el
común de los mortales no revestirá sino al fin de los tiempos.
Su triunfo sobre la muerte es evidente, los santos están, desde el presente, cerca de
Dios. Su muerte es su dies natalis, su nacimiento para el Cielo. El culto de los santos
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está fundado sobre la idea de que las almas de los justos están cerca de Dios, en la
intimidad de Dios. Su cuerpo terrestre permanece, después de su muerte, impregnado de substancia divina activa, de virtus, que da lugar a los numerosos milagros que
ocurren sobre o junto a sus tumbas, ya se trate de su cuerpo entero o de unas cenizas.
El fin del culto, en primer lugar, fue honrar a los santos, ellos eran testigos excepcionales de la potencia y del amor divino, y conmemorar su victoria sobre la muerte,
signo de esperanza para todos los hombres. La iglesia no reza por los santos, sino que
se encomienda a sus oraciones, los santos son los intercesores entre Dios y los fieles
a la vez, porque ellos están cerca de Dios y porque son hombres, próximos a nuestras debilidades. Las muchedumbres les piden intereses terrestres, en particular las curaciones, pero para los Padres de la Iglesia la auténtica intercesión impetrada a los
santos es la ayuda a la salvación eterna.
Poco a poco el culto de los santos creció, se desarrolló, se institucionalizó. Durante
el siglo VI, por todas partes este desarrollo se aceleró a causa de las crisis teológicas, de
las necesidades espirituales de los fieles y de un conjunto de razones heterogéneas, antropológicas, sociológicas, políticas, militares, que no actuaron por todas partes de manera simultanea, sino según un ritmo irregular, específico de cada una de las regiones.
Con las conversiones de los reyes germanos y sus pueblos, que ocuparon el Occidente cristiano, se produjeron las conversiones masivas al cristianismo. Los nuevos
cristianos no participaron en las discusiones doctrinales, pero sintieron la necesidad
de protección y de consolación que, en otros tiempos, les habían concedido las divinidades paganas. Como estos santos habían vivido en la ciudad, su tumba, visible en
sus puertas, podía ser visitada por cualquiera. Por otra parte, se hacían mucho más
accesibles que un Dios impersonal y abstracto. Los fieles entusiasmados se dirigían a
estos santos familiares en la esperanza de que ellos transmitieran sus deseos a Dios,
cerca de quien se sentaban. Los santos asumían la función de mediadores, con tal suceso que los obispos tuvieron que predicar que sólo Dios y no lo santos podían satisfacer las necesidades de los fieles.
Pero ni la reflexión teológica ni la piedad individual habría dado al culto de los
santos el desarrollo que tomó hacia el 430 sin la acción de los obispos y en menor
grado de los abades monásticos. Los obispos, herederos de la cultura y de la fortuna
de las élites cristianas, lanzaron a sus ciudades al culto de los santos a través de la literatura, la organización de las fiestas y la construcción de monumentos.
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Los obispos encontraron en el culto a la santos una fuerza y un prestigio que utilizaron para fines diversos. En los sermones pronunciados por los obispos en las fiestas de los santos intentaron orientar a su auditorio hacia una moral y una vida cristiana proponiéndoles el santo como modelo.
Cuando las invasiones alcanzaron a numerosas ciudades, debieron su salvación a
la intercesión del santo local. Los santos eran capaces de luchar contra los malhechores de la ciudad. Algunos obispos llamaron a los santos para terminar con una epidemia. Los santos se convirtieron en patronos de la ciudad, protectores de los obispos
y en menor medida, defensores de las inmunidades de los abades.
Todo este movimiento tuvo como efecto la organización del calendario litúrgico,
donde, junto a las fiestas que conmemoran los diferentes episodios de la vida de Cristo que fueron, por ello, comunes a toda la Iglesia, cada comunidad poseyó su propio
ciclo de celebraciones de los santos. Así surgieron las fiestas de los santos precedidas
de sus vigilias; se construyeron, reconstruyeron o renovaron los santuarios. Los santos ocuparon el lugar de los señores y se convirtieron en patronos de las ciudades y
sus vecinos, patronazgo que implicaba la fides (respeto de la palabra dada y la sinceridad), el obsequium (visitar la tumba del patrón y cumplir las obligaciones espirituales
y morales) y el auxilium (el fiel invocaba la ayuda inmediata o futura del santo.
Consecuencia de esta devoción y patronazgo se multiplicaron los milagros, se
escribieron y difundieron las hagiografías, surgió una nueva ciudad, cuyo centro era
la basílica con sus añadidos, santuarios urbanos porticados donde los fugitivos encontraban asilo, los enfermos curación y los pobres limosna. Al lado de las basílicas
se levantó un edificio para los pobres, los enfermos, los peregrinos, igualmente las habitaciones para los servidores de la basílica. Además aparecieron otros edificios de
culto: oratorios, basílicas con otras reliquias, monasterios, baptisterios.
A pesar de todo este movimiento el paganismo se continuaba manifestando bajo
las formas más diferentes. Los obispos condenan la idolatría, el culto a las piedras y a
las fuentes, las prácticas mágicas y los ritos funerarios. Los dioses antiguos no están
muertos, se honran sus estatuas, se les consagran fuentes o se les ofrecen banquetes. Se
mantienen en pie sus templos, en las ciudades el paganismo reaparece en las fiestas del
solsticio de invierno o en las kalendas de enero. Sobreviven igualmente las prácticas
mágicas, ya para defenderse de las fuerzas del mal, ya para dañar a otra persona.
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4.2. El Iconoclasmo, la destrucción de las imágenes.
La renovación carolingia. Siglos VIII-XI
a) Entre la línea intelectual y la popular
El culto a las imágenes, fruto de un movimiento popular, el movimiento de destrucción de las imágenes que se suscitó en Oriente en el siglo VIII y salpicó a Occidente en tiempo de Carlomagno, fue un movimiento complejo donde se cruzaron
fuerzas elitistas y populares, movimientos teológicos y devociones monásticas y populares, fuerzas políticas y económicas.
Con anterioridad al concilio de Nicea, 325, los escritores eclesiásticos no aceptan el empleo ni el culto de las imágenes. Una de las razones fundamentales es la prohibición del Antiguo Testamento: «No tendrás otros dioses rivales míos. No te harás ídolos, figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra, ni les darás culto» (Ex 20,4; Lev 26,1;
Deu 6,13) y, en especial el Decálogo, valedero también en la Nueva Alianza, que prohíbe construir imágenes en el segundo mandamiento (Ex 20,4-5; Deu 5,8-9).
El problema del culto a las imágenes permanecía latente y, a mediados del siglo
VIII, esta cuestión dio lugar en Bizancio a la lucha, enfrentamiento, guerra o conflicto entre los no partidarios del culto a los iconos o imágenes (iconoclastas) y los
partidarios de dicho culto (iconódulos).
El enfrentamiento lo desató el emperador de Oriente, León III Isaúrico (717741), quien se puso del lado de los adversarios del culto a las imágenes, que era promocionado, sobre todo, por los monjes, que habitaban los monasterios poseedores de
los venerados iconos. Cuatro grupos de razones diferentes se movieron en toda esta
lucha: 1) Razones Escriturísticas (ya expuestas) y teológicas ¿Cómo una pintura
material puede representar la divinidad de Jesucristo? Frente a razones populares: la
veneración de los iconos de Cristo, María, los ángeles y los santos, tan cercanas a la
mentalidad popular; 2) Razones económicas: el emperador que necesitaba dinero y
los monjes propietarios de los grandes monasterios cuyas riquezas crecían a causa de
la multitudinaria veneración de los iconos; 3) Puede ser que también estuvieran presentes razones políticas: el Cristianismo monoteísta, pero trinitario frente a un rabioso monoteísmo musulmán que cercaba y asaltaba una y otra vez las murallas de Constantinopla.
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La lucha de las imágenes en Oriente tuvo dos fases. La primera se abre con las
determinaciones iconoclastas de León III a partir de 726 y obtiene su punto culminante en el sínodo de Hiereia, en el Bósforo, cerca de Constantinopla, convocado por
Constantino V (741-775) que se pronunció por la supresión de las imágenes.
La oposición iconódula a favor del culto a las imágenes estalló cuando Irene asumió la regencia (792-802) en lugar de su hijo menor de edad Constantino VI (780797). Irene organizó en otoño de 787 el VII Concilio ecuménico, segundo de Nicea,
que en ocho sesiones, anuló las decisiones de los iconoclastas, refutó los argumentos
de la Sagrada Escritura y de la tradición alegados por ellos contra el culto de las imágenes y defendió como dogma de fe: que es lícito representar en imágenes a Cristo, a
la Virgen santísima, a los ángeles y a los santos, pues su vista estimula a recordar y a
imitar los modelos representados. El culto que se dé a las imágenes (proskinesis) va dirigido al modelo, al prototipo representado por ellas y se debe distinguir de la adoración (latria) que solo es debida a Dios.
En octubre, terminado el concilio, los veintidós cánones fueron enviados al Papa
que los remitió a Carlomagno. Desgraciadamente el griego no era una lengua conocida sino por raros letrados y las actas fueron mal comprendidas. Los obispos carolingios acusaron a los bizantinos de “adorar a las imágenes”. La adoración de las imágenes es un escándalo que es necesario denunciar. Es un sacrilegio llamar santa a una
imagen o incensarla. La imagen tiene un valor decorativo y no religioso, y si se quiere servir de imágenes para la enseñanza religiosa es necesario una inscripción, un títulus que explique la pintura. En un célebre pasaje los Libros Carolingios afirman que la
pintura de una bella mujer con un niño en sus brazos puede representar a Rebeca con
Jacob, Venus con Eneas, Alcmena con Hércules... o María con Jesús. De todas maneras, «el género humano ha sido salvado no por las imágenes sino por la Cruz de Cristo». «El hombre
puede salvarse sin ver imágenes, pero no lo puede sin conocer a Dios. Desgraciado el espíritu que para
recordar la vida de Cristo, tiene necesidad de recurrir a tablas pintadas». Carlomagno decidió
entonces convocar un contra-concilio, el concilio de Francfort en 794. El concilio
condenó solamente lo que llama “adoración de las imágenes”.
En 814 moría Carlomagno y en Bizancio el emperador León V restauraba el iconoclasmo. Diferentes sucesos tuvieron lugar tanto en Bizancio como en la Corte de
Carlomagno y Luis el Piadoso, hasta que en 843, la emperatriz Teodora decidió, de
acuerdo como el patriarca Metodio, el restablecimiento del culto a las imágenes.
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La política de los carolingios no pudo impedir que sus iglesias fuesen decoradas
con frescos y mosaicos. Es más, debemos reconocer que para Carlomagno Cristo era
la figura maestra, la “piedra angular” del edificio cristiano que él, como nuevo David,
debía llevar a la salvación. Todo ello tenía un fin decorativo y didáctico porque, como
afirma Walafrido Estrabón: «Vemos frecuentemente a los espíritus simples y sin inteligencia que
no pueden ser conducidos a la fe por medio de palabras, pero son tocados por las pinturas de la Pasión
de Nuestro Señor o por otros milagros, hasta el punto de testimoniar con sus lágrimas que estas imágenes se les han gravado profundamente en el corazón»3.
b) La línea intelectual carolingia4
Se impone oficialmente una religiosidad cuyas características más acusadas fueron
la vuelta al Antiguo Testamento, el individualismo y el ritualismo
Todas las tierras ocupadas por el Imperio Romano, entre los siglos IV y V, se habían cristianizado. Pero el cristianismo no había profundizado plenamente y aún sobre estas mismas tierras, antaño romanas, perduraban creencias y ritos paganos. A estas reminiscencias hemos de añadir la llegada de los pueblos germanos. Estos pueblos
en particular, todavía paganos en gran medida, incultos pero vitalistas y desprovistos
de perspectivas universales trajeron a la Iglesia o presentaron nuevos problemas de
evangelización o de acomodación y cristianización de sus antiguos templos, creencias,
ritos y celebraciones.
En medio de un mundo que se despertaba de años de invasión y destrucción, un
hombre, Carlomagno, de ascendencia franco-germánica, se hizo con todo el poder de
Occidente y renovó el Antiguo Imperio Romano en su persona, el Imperio Carolingio. Carlomagno estuvo muy preocupado por la renovación cultural y, sobre todo, por
la unificación, por la ordenación, lo que dio lugar a la aparición de sucesivas colecciones legislativas, las Capitulares, donde se ordenaron todos los aspectos y niveles de la
vida del Imperio, también el clerical, litúrgico, teológico y hasta espiritual del cristianismo o de la Iglesia Católica. Desde este punto de vista podemos señalar algunas de
Citado por Riché, Oierre: «IV. Vie et culture religieuses en Occident», en Chapitre II. Le Christianisme
dans l´Occident Carolingien (Milieu VIIIe-fin IX siecle en Troisième partie: Le cristianismo en Occident,
en Histoire du Christianisme. 4. Évêques, moines et empereeurs (610-1054), Desclée. 1993, p. 758.
3
Sobre la espiritualidad medieval (siglos VIII al XIII) véase VAUCHEZ, André: La espiritualidad del Occidente
Medieval, Madrid, 1985.
4
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las mas llamativas disposiciones que cambiaron interior y exteriormente, teológica y
litúrgicamente la vida cristiana.
Los cambios más importantes se produjeron en el campo de los sacramentos: La
iniciación cristiana conoció una gran evolución. Se separó el bautismo de la confirmación, se introdujo el bautismo de los niños y la fórmula bautismal Et ego te baptizo....
El bautismo se simplificó en relación a lo que había sido a finales de la Antigüedad.
Los niños son bautizados en su primera edad. En Inglaterra, las leyes civiles y religiosas exigen bajo pena de sanciones graves que el bautismo de los niños tenga lugar
un mes después del nacimiento. Gregorio Magno advierte a los padres negligentes
que la salvación de su hijo está en juego si éste último muere sin haber recibido el
bautismo. Poco a poco, el bautismo de los niños se generaliza. El niño es representado por sus padrinos.
La influencia del Antiguo Testamento, el ritualismo y el individualismo fueron la
características de toda la liturgia cristiana y especialmente de la Eucaristía o misa.
El individualismo fue uno de los principales componentes de la liturgia de la
época: se manifiesta en los sacerdotes que celebran misas privadas sin asistencia de
los fieles y misas votivas por intenciones particulares. En la misa el celebrante vuelve la espalda a los fieles y se dirige a Dios en su nombre. A partir del siglo VIII, el
sacerdote, que hasta entonces había ofrecido el sacrificio eucarístico pronunciando
las palabras: «quienes te ofrecen este sacrificio de alabanza», añade la fórmula: «por quienes os
ofrezco». Los laicos dejan de participar en el culto al carecer de un papel activo en el
mismo desde que se convierte en una prerrogativa de personas especializadas que
saben latín, que saben cantar y desde que el celebrante actúa él solo en representación de toda la comunidad.
El pan eucarístico es en adelante no fermentado, según la costumbre judía. La
comunión bajo las dos especies pierde su importancia porque los fieles comulgan
muy raramente. Se pone en guardia a los laicos contra los peligros de una mala preparación. En estas condiciones no se puede imponer la comunión hebdomadaria, los
obispos exigen al menos tres comuniones por año: Navidad, Pascua y Pentecostés.
En el campo de la penitencia se introdujo la penitencia privada. Se multiplicaron los
penitenciales, es decir los libros que proporcionan al confesor un catálogo de pecados
acompañados de la tasa de la penitencia. Llama la atención la minuciosidad con que
los pecados y otras abominaciones son detallados así como las excesivas penitencias.
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Los tiempos carolingios establecieron definitivamente la doctrina del matrimonio
canónico e introdujeron su uso, elaboraron una espiritualidad conyugal y dieron así
fundamento a la familia. El matrimonio, sacramento por excelencia de los laicos, tomó entonces el sentido, la realización que ha conservado hasta casi nuestros días.
Los obispos del Imperio carolingio trataron de dar forma a la doctrina del matrimonio cristiano. A la poligamia de hecho, a la repudiación de la mujer a gusto del marido,
opusieron la igualdad absoluta del hombre y de la mujer en el matrimonio, la unión monogámica e indisoluble. En un mundo rural y compartimentado donde se practicaba el
matrimonio endogámico, combatieron el incesto, esto es, el matrimonio entre parientes
próximos o alejados, retomando los viejos imperativos mosaicos del Levítico. A la
unión oficial, por el simple consentimiento mutuo, o al rapto ritual de la esposa, opusieron el matrimonio en forma canónica precedido de las amonestaciones, la encuesta
sobre el parentesco, la autorización de los padres, la bendición del sacerdote. La legislación carolingia eliminó toda forma de divorcio, salvo en caso de incesto de uno de los
esposos o de impotencia manifiesta del marido. La legislación aseguró la protección y
los derechos del hijo contra el intento de aborto o las negligencias de sus propios padres
que provocaban, intencionadamente, el infanticidio. A pesar de las resistencia de las costumbres tradicionales, la doctrina del matrimonio indisoluble prevaleció.
Este esfuerzo real no se limita a los dominios jurídicos y litúrgicos del matrimonio,
sino que aborda el problema fundamental de los laicos casados: su vida conyugal.
Muchos autores dieron a los laicos algunos consejos, reducidos en general a que se pusieran en guardia contra los abusos del matrimonio. Muy impregnados de la espiritualidad
monástica, los clérigos insistieron paradójicamente sobre la castidad en la vida conyugal,
esquemáticamente dirigida a la procreación. La concepción del matrimonio se apoya
sobre el Génesis, las epístolas de san Pablo, el libro de san Agustín sobre el matrimonio.
Se define al matrimonio por su finalidad: la continuidad de la especie. En esta perspectiva, el acto sexual no podía ser anárquico, pues según el versículo del Eclesiástico, tomado por san Pablo: «Hay un tiempo para entretenerse y otro tiempo para no entretenerse». Del Levítico y del Eclesiástico se toman las prohibiciones ligadas al ciclo menstrual
de la mujer y se añaden las de los tiempos litúrgicos. El acto sexual, aunque legítimo, era
generador de placer, por ello era incompatible con los momentos fuertes de la vida religiosa: el domingo, el día de fiesta, la Cuaresma, los periodos de ayuno y de penitencia5.
DHUODA, La educación cristiana de mi hijo, Introducción, traducción y notas de Marcelo Merino. Ediciones
Eunate. Pamplona, 1995.
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La liturgia de la muerte comprende tres aspectos: el sacramento de los enfermos (viático), el rito de los funerales y la celebración de misas por el reposo del alma del difunto. En los primeros siglos cristianos no existió un sacramento particular, con unciones
y oraciones. Parece, también, que la práctica de que comulgaran los moribundos se
generalizó en el siglo V. Se asiste de otra parte, a una cristianización del ritual de los
funerales: el fúnebre carmen y la ululatio. Los gritos de dolor rituales de las costumbres
paganas fueron prohibidos y remplazados por los salmos y el Allelluia, palabra semejante a la latina hululatus que designaba los clamores paganos en adelante vanos. Difundido por los Diálogos de san Gregorio (IV, 57)6, la práctica del treintanario gregoriano o en todo caso la costumbre de hacer celebrar una o varias misas por el reposo
del alma de los difuntos, práctica que no tiene nada de “mágico” puesto que se trata
de una simple aplicación de la fe en la comunión de los santos, se desarrollo en el siglo
VII, pero no conocerá su apogeo sino a partir del siglo XI con Cluny7.
c) La línea popular
A nivel popular perdura o se impone lo mágico-pagano que es adaptado por el cristianismo o por su jerarquía dando lugar a una religiosidad ritualista y milagrera: la posesión de reliquias, la peregrinación a los lugares donde se encuentran los más importantes relicarios, la bendición de objetos, momentos y actitudes de la vida humana.
El pueblo expresó sus sentimientos religiosos, fuera del templo y al margen de los
oficios religiosos por medio de las prácticas mágicas. Los obstáculos a la pastoral fueron numerosos porque el paganismo se continua manifestando bajo las formas mas
diferentes. Los concilios de los siglos VI y VII condenan la idolatría, el culto a las
piedras y a las fuentes, las prácticas mágicas y los ritos funerarios. Los dioses antiguos no están muertos, se honran sus estatuas, se les consagran fuentes o se les ofrecen banquetes. Se mantienen en pie sus templos, en las ciudades el paganismo reaparece en el solsticio de invierno o en las kalendas de enero. En la misma Roma estas
fiestas se celebraban en torno a la basílica de San Pedro, a mediados del siglo VIII.
Sobreviven igualmente las prácticas mágicas, ya para defenderse de las fuerzas del mal,
ya para dañar a otra persona. En lo que concierne a la primera forma de magia, lla6
LE GRAND, Gregoire: Dialogues, II vols. Sources Chétiennes. Paris, 1979. tomo II.
LE GOFF, Jacques: La naissance du Purgatoire, Gallimard, 1981: La commémoration des morts: Cluny, pp.
170-173.
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mada magia blanca, es necesario evocar los encantamientos y los gestos propiciatorios, los filtros de amor, las fórmulas de curación, pero también el llevar filacterias.
Éstas, según san Bonifacio, se vendían públicamente en Roma a mediados del siglo
VIII. Para las poblaciones incultas las filacterias tenían más poder en cuanto que estaban recubiertas de caracteres incomprensibles. La magia criminal o dañar por medio
de maleficios es, no solo denunciada, sino condenada a muerte. Para conjurar los males que les amenazan, las poblaciones se entregan a cantos y danzas que los clérigos
denuncian como deshonestas y lujuriosas.
Para extirparlas, los clérigos compusieron oraciones y bendiciones según una tradición tomada del Antiguo Testamento. Todos los grandes actos de la vida fueron
acompañados de cánticos sagrados; el sacerdote bendecían los campos, las viñas, el
lecho nupcial, el corte de la primera barba. Pronunciaba oraciones para pedir la lluvia o asegurar las buenas cosechas, para escapar de la viruela, de las bestias salvajes,
de los peligros del viaje. Bendecía el pan, el vino, los instrumentos de trabajo. ¿Había
que conocer el autor de un hurto? Era suficiente con tocar la espalda del presunto
culpable con un cirio bendecido y pronunciar una oración. Encantamientos cristianos son especialmente utilizados para alcanzar la curación de los enfermos. Todas
estas oraciones están acompañadas del signo de la cruz, se trasmiten oralmente o por
medio de manuscritos médicos recogidos por los clérigos y los monjes.
El culto a los santos y a las reliquias, ampliamente desarrollado y estudiado en la
etapa anterior, fue otra forma de devoción recomendada por la Iglesia. Como defensa
contra las dificultades de la vida, contra las hambres, las guerras, las enfermedades, los
hombres tenían necesidad de protectores espirituales. No les es suficiente con pedirlo
en la iglesia, tienen necesidad de tocar lo que les pertenece y de venerar los huesos.
La importancia que se dio a la posesión de las reliquias, explica la pasión con la
que los obispos, abades, laicos se pusieron a la búsqueda de estos objetos preciosos.
Angilberto trajo de Tierra Santa objetos que habrían pertenecido a Cristo o a sus
apóstoles: trozos de vestido y de las sandalias de Cristo, pan distribuido a los discípulos, leche de la Virgen María, cabellos de san Juan Bautista, pelos de la barba de san
Pedro, piedras con las que se lapidó a san Esteban, etc. Se iba a Roma para conseguir
restos de los mártires más célebres. Cuando no había otra solución más frecuentemente se procuraban reliquias por medio del robo, considerándolo como una piadosa acción inspirada por Dios. Una vez en posesión de las reliquias, se organizan tras-
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laciones hasta el santuario donde debían ser depositadas. A lo largo del camino, los
fieles manifestaban su alegría con aplausos y danzas.
Las reliquias atrajeron a las gentes y originaron las peregrinaciones. Algunas peregrinaciones estaban presentes en Occidente desde hacía tiempo, otras comenzaron su
historia en estos años. Lo más frecuente fue peregrinar para expiar los pecados voluntariamente o forzado por la penitencia impuesta por el sacerdote. Otros iban en peregrinación para dar gracias a Dios o al santo que se veneraba y ofrecer al santuario dinero o un cirio igual al peso del peregrino. En fin, los enfermos no dudaron en hacer
millares de kilómetros para buscar la curación.
La devoción a los santos y sus reliquias conoció un gran suceso, sus fiestas y procesiones dieron lugar a grandes reuniones populares. Apenas un abad, un asceta, un
obispo habían muerto, eran considerados como santos por el pueblo. Creció por todas partes el número de santos.
En el momento de las grandes peregrinaciones a las tumbas o el acceso a las basílicas se producían verdaderos “concursos de milagros” donde paralíticos, sordomudos, epilépticos, se acercaban para pedir caridad a los peregrinos y curación a los santos venerados. El paño tocado en el sarcófago, el polvo de las piedras de la tumba, el
aceite de las lámparas del altar, eran otros tantos remedios para la curación de los
cuerpos. La credulidad de las masas permitió a veces convertirse en juguete de los impostores: el sacerdote Adalberto, a mediados del siglo VIII, se dirigió al pueblo de
Neustria contra la jerarquía exhibiendo una carta escrita por Cristo y distribuyendo
sus uñas y su cabello como reliquias.
No se pueden enumerar todos los centros de peregrinación. Recordaremos que
en los siglos X y XI algunos santuarios conocieron una gran afluencia de peregrinos
a causa de la llegada de reliquias, del descubrimiento de las mismas, o de la difusión
de devociones, como la de la Magdalena o de san Miguel, patrono de los caballeros.
En España se organizó la peregrinación a Santiago de Compostela. A comienzos
del siglo IX (813) se comenzó a hablar de que, en las proximidades de una pequeña
población de Galicia, en un campo de la antigua Iria Flavia (Padrón), había aparecido
un sepulcro con el cuerpo de Santiago el Mayor. Alfonso II informó del hallazgo a
Carlomagno y, con la protección de éste, el papa León III “autentificó” las reliquias
de Santiago, que entonces se consideraban ya milagrosas. Poco a poco se desarrolló la
peregrinación a la iglesia que contenía el cuerpo del santo, levantada, de acuerdo con
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la leyenda, en el Campus stellae (Compostela) por la estrella que, con su resplandor, condujo al descubrimiento milagroso de la tumba del Apóstol. En 951 Godescalco, obispo de Puy, es el primer francés conocido que va a Santiago de Compostela. El santuario fue destruido por Almanzor en 987. Pero muy pronto fue reconstruido8.
La tumba de san Pedro en Roma atraía numerosos peregrinos. Los cristianos,
muy indiferentes a la indignidad de los papas, iban a Roma para venerar al apóstol.
El rey de Inglaterra Canuto el Grande visitó en 1027 la ciudad eterna y fundó una
casa para peregrinos escandinavos. Los peregrinos eran ayudados por guías como la
escrita por Sigerico, arzobispo de Cantorbery en 990.
La gran peregrinación fue la de Jerusalén. Hasta la instalación de los Fatimíes en
Palestina a comienzos del siglo XI, los peregrinos no habían encontrado dificultades,
pero se dieron cuenta que el Santo Sepulcro estaba amenazado.
El Santo Sepulcro fue destruido en 1009 por el califa al-Hakim y restaurado en
1048. Muchas iglesias de esta época fueron construidas en forma octogonal como el
Santo Sepulcro, por si los peregrinos no podían llegar a Jerusalén.
Es más interesante conocer cómo la Iglesia favoreció la instrucción del pueblo
cristiano. La Iglesia lo realizó por medio de la predicación en lengua vulgar. La predicación es el primer medio para instruir al pueblo. «Por medio de la predicación los iletrados conocen lo que Dios recomienda» escribe Gregorio Magno. La tercera parte de su Regula
pastoralis es un verdadero tratado de la predicación dirigida a los obispos9. Desde el
siglo VI, el obispo, a medida que el número de bautizados aumentó, delegó en los
sacerdotes la obligación de predicar y les pidió que se inspirasen en los sermones predicados por los Padres o bien improvisarlos.
Se llevó a cabo, también, por medio de la difusión de las Vidas de los santos en
lengua vulgar, la Vida de san Gall, de san Jorge, de san Alejo. Con el mismo fin se organizaron fiestas religiosas, en las que se hacían concurrir cantos y danzas populares
con motivo de las traslaciones de las reliquias.
VÁZQUEZ de PARGA, Luis; LACARRA, José Mª; URÍA RÍU, Juan: Las Peregrinaciones a Santiago de Compostela. 3
tomos, Madrid, 1949.
8
Gregorio Magno: La regla Pastoral, Editorial Ciudad Nueva, Madrid, 1993. Especialmente la Tercera Parte:
Ministerio del Pastor. Modo de exhortar y enseñar a los fieles. 6. A los sabios de este mundo y a los torpes, pp. 251-253.
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Pero uno de los medios más interesante fue la llamada “predicación muda”, es decir con la imagen, con la que se intentó que los fieles se familiarizaran con los temas
bíblicos. Gregorio I Magno escribiendo al obispo de Marsella, que se quejaba de ver
a sus fieles adorar a las imágenes, le recomienda no suprimirlas «a fin de que los iletrados
pudieran al menos mirando a los muros... Una cosa es adorar a las imágenes, y otra aprender a través
de la historia representada por la imagen lo que se debe adorar». Esta carta que ha pasado al derecho romano, define la actitud cristiana ante las imágenes. Los misioneros enviados
por Gregorio a Inglaterra se sirvieron de imágenes sagradas para apoyar sus predicaciones. A finales del siglo VII en Jarrow, Benito Biscop adornó su monasterio con
pinturas llevadas desde Roma que permitían comprender la correspondencia que
existía entre los dos Testamentos.
A comienzos del siglo VIII la lucha iconoclasta dio a la Iglesia romana la ocasión
de reafirmar su posición en relación con el papel pedagógico de las imágenes. La
Iglesia pudo sacar partido del gusto particular que los germanos, como todos los
pueblos llamados primitivos, tenían por las representaciones de imágenes.
No podemos entender todo este proceso sin conocer y tener en cuenta un principio que movió toda la actividad misionera del papa Gregorio I Magno. Gregorio
como un auténtico conductor de hombres sabía muy bien que de la noche a la mañana no se puede lograr una transformación interior, una conversión real de todo un
pueblo, y mucho menos empleando la fuerza. Por eso defendió el principio genuinamente católico de que en la medida de lo posible hay que aceptar los usos y las costumbres tradicionales de los pueblos y, en vez de eliminarlos, llenarlos de espíritu
cristiano: «No se les puede quitar nada a los incultos. Quien quiere alcanzar la cota más elevada, sube
paso a paso, no de una vez».
Gregorio enderezó la misión por el único camino fructífero que para bien de la
cristiandad jamás debió ser abandonado, en vez de una rígida uniformidad según el
modelo de la Iglesia-madre romana autorizó y predicó una amplia y prudente adaptación (acomodación) para que la fe cristiana se encarnara realmente en el pensamiento y en la vida de los nuevos pueblos que se acercaban a Cristo. De este espíritu
están llenas muchas de las cartas que Gregorio escribió a Mellitus, compañero de
Agustín de Canterbury:
«He reflexionado mucho acerca de los anglos. Decididamente, no se deben
destruir los templos de los pueblos, sino únicamente los ídolos que se encuentran
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en su interior. Se bendecirá agua, y con ella rocíense los templos. Constrúyanse
altares y deposítense en ellos las reliquias.
Estos templos tan bien construidos deben pasar del culto de los espíritus
malos al culto del Dios verdadero. Cuando el pueblo vea que sus templos no son
destruidos, se volverá con alegría al conocimiento y adoración del verdadero Dios
en los lugares que le son familiares.
Y puesto que se solían sacrificar muchos bueyes a los espíritus malos, es necesario conservar, modificada, esta costumbre también, haciendo un convite, un
banquete, con mesas y ramas de árbol puestas alrededor de las iglesias, que antes
eran templos, el día de la consagración de la iglesia misma o de la fiesta de los
santos mártires cuyas reliquias se hallan colocadas en los tabernáculos.
No se inmolen ya animales al mal espíritu, pero mátense y cómanse en alabanza de Dios, dando gracias así a quien todo lo ha creado, trocando de ese modo
los placeres materiales en espirituales»10.
4.3. De Cluny, siglo IX, al Cister, siglo XI,
y al apogeo teológico, eclesiástico y jerárquico del siglo XIII
a) La línea elitista e intelectual
En mi opinión, el punto de partida fue Cluny y su reforma la que influyó tanto en
la línea elitista como en la popular. Es la religiosidad benedictina-cluniacense la que se
impone y marca la nueva religiosidad, sobre ella, no obstante, actuaron otras fuerzas: diferentes personas, instituciones, sistemas de pensamiento y teológicos, movimientos
eclesiásticos y religiosos: la reforma gregoriana, la lucha de las investiduras, el poder ascendente del papado, las Cruzadas, las nuevas órdenes religiosas: el Cister, san Bernardo, los canónigos regulares, otros diferentes hechos. El modelo de religiosidad fue el
monje, el monje-sacerdote que, poco a poco, se acerca al mundo, a las masas. El pensamiento teológico encontró su plasmación perfecta, no sin dificultades, en la adecuación
del pensamiento filosófico aristotélico con la fe cristiana en la Summa Theológica de santo
Tomás de Aquino. La fe de la Iglesia, por duro que cueste admitirlo, se defendió a través de unos medios terroríficos que conocemos como Inquisición, la sistemática
10
Epístola. XI, 36, 76. Migne, P.L. 77, 1.215
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persecución de los herejes por parte de un tribunal eclesiástico que, todo hay que decirlo, disfrutó del apoyo del poder temporal y también de amplios sectores de la población, que a menudo esperaba con ansia la ejecución de los herejes. La iglesia se centralizó, se clericalizó y se convirtió en un estado político, similar a los otros estados, pero
con deseos de un mando espiritual y temporal universal. El papado se convirtió en el
origen y la norma de toda ley, la autoridad suprema que podía juzgarlo todo y que al
mismo tiempo no podía someterse a juicio alguno. El desarrollo en la línea, que he llamado elitista, fue tan grande que no puedo extenderme más.
b) La línea popular
Los cluniacenses ejercieron sobre la sociedad de su tiempo, por medio de su vida,
de sus celebraciones litúrgicas y devocionales, de sus sermones y sus actuaciones, una
influencia directa. Señalaré algunas de las manifestaciones populares más importantes11.
El proceso de concretización y definición del demonio se alargó desde los primeros tiempos de la Iglesia hasta el siglo XI. Un primer paso consistió en la degradación
de los dioses del Olimpo greco-romano y germánico al rango de demonios. Sucesivamente, con una lenta graduación, desaparecieron o se transformaron en ángeles del
mal, que de fuerzas operadoras de magia, que habían sido durante mucho tiempo, pasaron a ser los tentadores, los enemigos de Dios, que tratan de seducir a las almas para
llevarlas a los infiernos. Se convirtieron en opositores de Dios, que buscan la distracción, la acción malvada, interviniendo con su potencia, entendida como sobrenatural.
El monacato cluniacense, típicamente feudal, influyó en la presencia y desarrollo
de la acción del demonio. El monje cluniacense y el cristiano que imita su forma de
vivir, forma parte de un ejército que lleva a cabo un combate vigoroso. Pero el cristiano debe luchar contra peligrosos enemigos espirituales, es decir, contra sí mismo y
contra el demonio con las armas del caballero cristiano.
El monje cluniacense borgoñón Raul Glaber (Rodolfo el Lampiño) que a mediados del siglo XI escribe sus Historias, había visto al demonio y lo describe en la forma
Sobre Cluny y su influencia véase PACAUT, Marcel: Les ordres monastiques et religieux au Moyen Âge, nouvelle
édition mise à jour et augmentée, editions Nathan, 1993. Chapitre 5. Le monachisme dans la société féodale: Cluny; Chapitres 6: Le rôle et l´influence de Cluny, pp. 71-109.
11
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«una noche, antes de la hora de maitines, yo ví frente a mi, juno a mi lecho
una especie de pequeño hombre, de aspecto repugnante. Por lo que yo he podido
ver, era de pequeña estatura, con cuello endeble, un rostro demacrado, ojos muy
negros, la frente rugosa y crispada, las narices puntiagudas, la boca prominente,
los labios abultados, la barbilla huidiza y muy estrecha, una barba de chivo, las
orejas velludas y afiladas, los cabellos erizados como una maleza, dientes de
perro, cráneo puntiagudo, el pecho hinchado, una joroba sobre la espalda, las nalgas temblorosas»12.
La influencia cluniacense se realizó, también, de otra manera muy hábil. Los cluniacenses extendieron lo más ampliamente posible el miedo al infierno, no dudando
en presentar a los hombres de su tiempo la religión como una práctica muy exigente,
controlada y sancionada por una justicia feroz. En los siglos XI y XII trataron de
describir de la manera más completa, precisa y concreta del Infierno.
Pero todo el mundo de ultra tumba, del más allá, el Purgatorio, también el Paraíso
obtienen una sistematización teológica. Justamente en el siglo XII comienzan las
visiones de ultratumba, que tanto influjo tuvieron en el plano del arte, de la poesía,
de la teología13.
Todas estas ideas, típicamente cluniacenses, se concretaron en una fiesta litúrgica
y en una práctica nueva. El abad san Odilón de Cluny, probablemente entre 1024 y
1033, fundó la Fiesta de Todos los Fieles Difuntos, el 2 de noviembre14, a imagen de
la fiesta de Todos los Santos del día uno del mismo mes, aunque solamente a finales
del siglo XV en un convento de la Orden de Predicadores de Valencia surgió la costumbre de celebrar en esa fiesta tres misas que, poco a poco, se difundió por toda
España, Portugal y Polonia.
De cuanto hemos dicho se deduce que otro de los rasgos propios de la religiosidad medieval y de la espiritualidad del hombre medieval es el escatologismo. Entre el
humilde fiel que, ante la invasión de los húngaros, espera el fin de los tiempos y un
Joachim de Fiore o un Pedro Juan Olivi hay una diferencia esencial. Para estos últimos
GLABER, Raoul: Histories, traduites et présentées par Matthieu Arnoux. Brepols, Tumhout,1996. Cinquiéme Libre,
2. p.275.
12
LE GOFF, Jacques: La naissance du Purgatoire, op. cit. Deuxième Partie. Le XIIe siècle: Naissance du
Purgatoire, pp. 177-311.
13
14
Íbidem, ob. cit, p. 171.
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es un problema teológico, para el simple fiel es un hecho personal, el del juicio universal, el de la presentación ante Dios que juzga y decide el destino eterno de las almas.
Cluny jerarquizado, centralizado, ordenado logró hacer penetrar en las almas la
idea de que el orden es mejor que el desorden y así favoreció el desarrollo de las instituciones de paz. Una vez más, Raul Glaber describe con entusiasmo aquellas masas
reunidas por los obispos
«Fue decidido que en ciertos lugares los obispos y los grandes del país reunieran concilios para restaurar la paz y la institución de la fe. Con esta nueva
la multitud del pueblo se desplaza alegremente, los grandes, los menos grandes y
el pueblo menudo, todos prestos a obedecer las órdenes que les serán dadas por los
pastores de la Iglesia, con el mismo fervor que si una voz se hubiera escuchado
en el cielo para dirigir a los hombres.... Se publica un texto dividido en capítulos precisando lo que estaba prohibido y lo que se debía ofrecer espontáneamente
el Señor Dios todopoderoso. La parte más importante miraba al mantenimiento
de una paz inviolable: los hombres de una y otra condición, cualquiera que fueran sus faltas anteriores, podrían sin miedo permanecer desarmados. El salteador como el usurpador de los bienes de los otros sería sometido al rigor de las
leyes y a la condena de penas severas, multas y castigos corporales. A los lugares
sagrados que son todas las iglesias se les concede tal honor y reverencia que si un
culpable se refugiaba allí, cualquiera que fuera su falta, permanecería impune, a
menos que hubiera atentado contra este pacto de paz, en este último caso se les
perseguiría hasta el altar para infligirles la pena prevista. Del mismo modo, los
clérigos, los monjes, las monjas y todos aquellos que atravesaran el país acompañándolos no debían sufrir violencia alguna»15.
Las Cruzadas reunieron normalmente a miles de hombres, a menudo en territorio enemigo, carentes de las provisiones elementales y sometidos a esfuerzos indescriptibles. Es imposible pensar que las Cruzadas se pudieran llevar a cabo sin un auténtico entusiasmo religioso popular, incluso sin una psicosis de masas, como de hecho ocurrió. En la primera cruzada se distingue la llamada cruzada popular que reunió a masas de gente sencilla o marginada: campesinos, mendigos, aventureros, sin ví-
GLABER, Raoul: Histories. Op. Cit. Quatrième livre V: La paix et l´abondance du millénaire de la passion
du Seigneur, 14 y 15 pp.248-251.
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veres, sin armas, unas 18.000 personas que capitaneados por Pedro el Ermitaño marcharon hacia Jerusalén y cuyo resultado fue un desastre.
También Cluny a finales del siglo XI animó a los señores a tomar parte en la Cruzada. Los conventos cluniacenses prestan dinero a los cruzados no ricos para equiparse; en cambio, reciben como garantía bienes que frecuentemente conservan después de la cruzada, a causa de no habérseles reembolsado el dinero prestado.
Todo cristiano debía asistir a la misa dominical, era su primera obligación, recordada por los concilios y los sínodos medievales. Pero la misa se celebraba en latín y
las gentes se aburrían por lo que, poco a poco, fueron surgiendo, dentro de la misa,
devociones complementarias.
Pertenece a esta época la elevación del pan y el vino eucarísticos después de las
palabras de la consagración. ¿Cómo surgió este rito? No se trató de una mayor estimación de la presencia real. Sin embargo, la aversión de los cátaros y albigenses a la
presencia real, pudo dar lugar a una reacción del pueblo. La última razón es el deseo
de ver a Cristo, de ver a Dios, tan en consonancia con las interpretaciones alegóricas
de la misa propias de aquellos años y posteriores. Por diferentes razones desciende la
participación de los fieles en la comunión, pero el pueblo arde en deseos de ver de
abrazar a Cristo, como no lo reciben, desean, al menos, verlo.
Se trataba de, conforme a los ritos de la misa, encontrar un momento para mostrar
la Eucaristía. Cristo en la últina Cena, tomó el pan, pues bien al recordarle el sacerdote
lo elevaba algo. Pero esto podía tener efectos perjudiciales pues el pueblo podía adorar
lo que era sólo pan, antes de la consagración. Finalmente Odón de Sully, obispo de París (1196-1208) mandó que el sacerdote después de las palabras de la consagración elevara la Hostia y tan alto que todos la pudieran ver. Esta fue una novedad muy audaz,
que iba a influir notablemente en el desarrollo del culto a la Eucaristía16.
A partir de este hecho surgió una devoción eucarística singular: “Ver a Dios” en
las especies consagradas en el momento de la elevación, lo que se anunciaba con el
toque de una campanilla especial. Las gentes se olvidaron de la misa y corrían de iglesia en iglesia, en las ciudades, para “ver a Dios” el mayor número posible de veces cada
día. “Ver a Dios” tenía unos efectos muy saludables temporal y sobrenaturalmente.
Algunos autores piensan que fue en Milán a lo largo del siglo XII donde tuvo lugar por primera vez la
elevación de las especies consagradas.
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El siglo XIII, preparado por y recogiendo la herencia del XII, es en la cristiandad
el siglo del pleno florecimiento de lo marial, el siglo de Santa María. La Orden del
Cister (finales del siglo XI) popularizó el culto de María; san Bernardo (1091-1153)
es el gran lírico medio-latino que canta los loores marianos17; se popularizaron los milagros marianos, algunos centenarios pues hay relatos que circulaban ya en el siglo VI,
crece el gusto por las compilaciones, iniciado en el siglo XI, se construyen los famosos
santuarios. El siglo XIII es, también, el momento del “amor cortés” y de la poesía trovadoresca que florece en torno suyo. Quizás este puro amor desinteresado sea un eco
profano del culto a la Virgen María; quizás, por el contrario, la divinización trovadoresca de la mujer pudo preparar el terreno para la difusión de la devoción y de la literatura marial. Lo cierto es que ambos fenómenos, profundamente característicos del
medioevo, son como manifestaciones paralelas de similares estados de espíritu.
4.4. Francisco de Asís (1182-1226), una ruptura y una nueva espiritualidad
cristiana tanto en el plano intelectual y elitista como en el popular
La figura, la espiritualidad, la vivencia cristiana de Francisco de Asís18 representa,
a mi modo de pensar, un corte fundamental en la evolución o en el desarrollo tanto
de la religiosidad elitista, como de la religiosidad popular.
Francisco y su espiritualidad cristiana representa un corte en lo que había sido la
teología y la espiritualidad en torno a la persona de Jesús de Nazaret o de Jesucristo,
al fin y al cabo, la figura central del pensamiento, de la espiritualidad, de la religiosidad y de la vida cristiana.
Retomando la evolución del pensamiento teológico sobre la persona de Jesucristo,
que anteriormente estudiamos, creo que la influencia del monofisismo perduró fuertemente arraigada en el pensamiento y en la religiosidad cristiana hasta Francisco de
Asís. Bien el monofisismo en su forma completa y dura, que ya citamos: la humaniBARTHELET, Philippe: Saint Bernard, Pygmalion, Paris, 1998, 3 Le poètre de Notre Dame, pp.43-54, comenta la obra de San Bernardo De Laudibus Virginis Matris, más conocido con el nombre de cuatro homilías sobre el Missus est.
17
18
Me parece conveniente citar de una vez las obras que creo más interesantes sobre San Francisco de Asís:
SABATIER, Paul: Francisco de Asís, Valencia, primera edición castellana, octubre 1982. San Francisco de Asís:
Escritos. Biografías. Documentos de la época, edición preparada por José Antonio GUERRA, Sexta edición,
BAC, Madrid, 1995. MANSELLI, Raoul: Vida de San Francisco de Asís, Oñati (Guipúzcoa), 1997. DALARUM,
Jacques: La Malaventure de François d´Assise, Ef. Paris, 2002.
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dad y la divinidad solo forman en Cristo una naturaleza, en Cristo no hay mas que
una naturaleza, que es la divina, en Cristo la humanidad se disuelve en la divinidad
como una gota de agua dulce se disuelve en el océano salado; bien en sus derivaciones e influencias: la consideración predominante en la persona de Cristo, sin negar la
humanidad, de su divinidad: Cristo es Dios, es el Hijo de Dios, sufre, pero no sufre,
es crucificado, pero sigue siendo Dios y rey y sacerdote, muere pero no muere, se ha
mantenido hasta Francisco de Asís, comienzos del siglo XIII. Un ejemplo entre
muchos es la cantidad de iglesias dedicadas al Salvador que tienen como imagen titular la transfiguración, aquel momento en que el hombre Jesús dejó aparecer visiblemente su divinidad delante de tres de sus apóstoles.
Un cambio radical se produce con Francisco de Asís, quizás ya preparado por el
pensamiento de Anselmo de Aosta (1033-1109)19 y, quizás, hay que matizarlo, por
el de Bernardo de Claraval20. Para Francisco, sin negar para nada la divinidad de Jesucristo, lo que importa es su humanidad. Se ha afirmado que Francisco es radicalmente cristocéntrico, pero me atrevería a decir mas, lo que importa a Francisco es que Jesús es un hombre. Para Francisco la humanidad de Jesús o el hombre Jesús es el camino a través del cual se piensa, se interpreta y se vive el cristianismo, su teología, su
práctica moral, sus devociones, sus realizaciones cristianas diarias y vulgares. Y, por
ello, el camino, la norma, la regla de vida elegida por él no es otro que el Evangelio.
En el Jesús de los Evangelios encuentra al Dios humanado, pobre, humilde, cercano
a quien poder imitar y seguir. Sus preferencias devocionales son las que están centradas en la humanidad de Jesús: el nacimiento el belén y su pasión y crucifixión.
La importancia que Francisco concede a la humanidad de Cristo constituye uno
de los aspectos más interesantes y notables de su concepción espiritual. Francisco
redescubre la humanidad de Cristo, por ello su nacimiento, la aparición de su vida
humana entre los hombres, y su sufrimiento y muerte sobre la cruz. Se trata de un
hecho que se le ha presentado a Francisco no como fruto de una reflexión teológica o de una meditación bíblico-escrurística-simbólica, sino de un profundo sentimiento religioso, de un buen sentido, que, dejando de lado todas las orientaciones
exegéticas y alegóricas, que durante tanto tiempo habían prevalecido, no ciertamenSan Anselmo de CANTORBERY: Cur Deus homo?, ed. trad. et notes par René ROQUES, “Sources chretiennes”, 91, Cerf, 1963.
19
BARTHELET, Philippe: Saint Bernard, op. cit., La naissance du Verbe; Verbum Infans; L´histoire sacrée du
Verbe pp. 44-48
20
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te el dogma de la encarnación, ha encontrado la humanidad de Cristo en su sentido literal.
De esta manera el crucificado se convierte no en la representación de un ser humano, superior e insensible, al menos a primera vista, al dolor que le causaba el horrible suplicio, sino en un cuerpo verdadero, torturado, retorcido en los espasmos.
En Belén, Francisco no solo contempla el júbilo de los ángeles, la adoración de los
pastores y de los reyes magos, que sería propio de Dios, sino la humillación de la negativa a acogerlo en la posada, la pobreza del establo, el pesebre que sustituye a la cuna.
Francisco desea que todos los demás comprendan con él y vean, como Cristo, en el
momento de su entrada en este mundo, ha comenzado dando ejemplo de humildad,
de pobreza, de marginación. No sólo el nacer como hombre era una humillación, de
la que nos daba ejemplo vivo, lo era también el hacerlo en un establo, después de que
hubiera sido rechazado por todos de la convivencia social. En el Belén, Francisco encuentra la confirmación definitiva, la afirmación conclusiva de su propósito de situarse entre aquellos, de los que Cristo había querido ser el primero, los pobres.
El belén de Grecio es la última manifestación externa, e incluso la más impresionante, de la humanización de Jesucristo, el Hombre-Dios. Y, algunos meses después,
de Grecio, tuvo lugar la estigmatización de Francisco.
De todo esto se deriva un giro en la contemplación de la realidad de Jesús que, si
nada cambia teológicamente, en la formulación dogmática, sí influye en la misma formulación teológica, y, sobre todo, en lo que se refiere a la sensibilidad religiosa, a la
devoción y al culto. Jesús es siempre Dios, pero es también, de hecho y no sólo como
enunciado teológico, hombre desde el nacimiento hasta la muerte.
a) La influencia de Francisco de Asis en el campo intelectual
Francisco de Asís no fue un intelectual ni quiso serlo, pero sus seguidores, los
franciscanos, entraron en el camino del pensamiento, de la intelectualidad, de las
escuelas y crearon una escuela, un nuevo método de teología. San Antonio de Padua
(1195-1231), Alejandro de Hales (1186 ó 1190-1245), san Buanventura(12211274), Juan Duns Scoto (1266 ó 1274-1308), Guillermo de Occam (fines del siglo
XIII-1350) son representantes de una corriente escolástica nueva, moderna, voluntarista y nominalista, cuya influencia llegaría hasta Gabriel Biel y hasta Lutero, con
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repercusiones en el campo de la teología, de la filosofía, de las ciencias experimentales y hasta en la concepción del poder político en la sociedad.
b) La influencia de Francisco de Asís en el campo devocional y popular
La influencia en el campo devocional y popular se concreta en que Francisco de
Asís descubre al Jesús hombre, verdadero hombre, semejante en todo a los hombres
menos en el pecado, que nace como los hombres, que sufre y que muere como los
hombres y que puede ser condenado como un hombre más a una muerte crudelísima
en la cruz y morir entre atroces tormentos. Sencillamente, el descubrimiento de Jesús,
verdadero y autentico hombre, permitió que comenzara y se desarrollara una devoción
a la auténtica Pasión y Muerte de Jesús, pasión y muerte dolorosa, dolorosísima.
La presencia de esta devoción a la Pasión y Muerte de Jesús, devoción a la Cruz
donde Jesús ha muerto, devoción a la Sangre derramada por Jesús durante su Pasión
se extendió en diferentes autores y místicos durante los siglos XIII, XIV y XV, no sólo
pertenecientes a la escuela franciscanas, sino, también, a otras escuelas espirituales.
En una rápida mirada citamos, junto a san Francisco, santa Clara de Asís (11931253), después san Buenaventura (1221-1274), Pedro de Juan Olivi (h.1247-1298),
santa Margarita de Cortona (1247-1297), santa Ángela de Foligno (1248-1309)
franciscanos; santa Clara de Montefalco (1268-1308) agustina; santa Brígida de Suecia (1303-1373) fundadora; el beato Enrique de Susón (c. 1295-1365) representante de la mística renana, santa Catalina de Siena (1347-1389), san Vicente Ferrer
(1350-1419) dominicos; Lodulfo de Sajonia o el cartujano (h. 1295-1377) y otros
autores, especialmente franciscanos, del siglo XV y comienzos del XVI.
Junto a la devoción a la Pasión, en general, van apareciendo otras devociones puntuales dentro de la Pasión: la devoción a la Vera Cruz, ya no victoriosa, sino pasional,
no donde Jesús ha triunfado y vendrá el final de los tiempos, sino pasional, donde
Jesús ha sufrido acerba pasión y muerte; la devoción a las cinco Llagas; la devoción a
la Sangre de Cristo, especialmente derramada durante su Pasión; la devoción y consideración de las Siete palabras pronunciadas por Jesús en la Cruz; la devoción a la
Corona de Espinas; la devoción del Via Crucis.
Por último y como manifestación mas llamativa de esta corriente popular franciscana hay que colocar la aparición en la calle, en el primer cuarto del siglo XVI, de las
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Cofradías de Pasión o de Semana Santa, que fundadas en la segunda mitad del siglo
XV no estarán en la calle celebrando la procesión hasta los años 20 del siglo XVI21.
4.5. Los “devotos” y la “devotio moderna” de mediados del siglo XIV
A partir de mediados del siglo XIII comienzan a aparecer por toda la cristiandad
occidental hombres y mujeres, frecuentemente laicos, que mantienen experiencias
místicas. Los hogares primordiales y más importantes estuvieron en los Países Bajos
(sobre todo la actual Bélgica) y Alemania. Pronto el movimiento se extendió a la Provenza y, sobre todo, a Italia.
Todos estos místicos, aparte de los particularismos propios a cada uno de ellos,
tienen en común el haber desarrollado su vida espiritual hasta la búsqueda de la
unión con Dios. Retomando el itinerario descrito por San Bernardo, van más lejos.
No dudan en afirmar que este mundo es una “región de desemejanza”, pero es posible al alma encontrarse, aquí abajo, con su Creador, dejándose llevar por el amor, vivido como un deseo.
Esta “invasión mística” que ocupa los últimos siglos de la Edad Media renovó
profundamente el contenido de la vida espiritual. El mismo vocabulario es testigo de
este hecho. El éxtasis es descrito como un estado de dulzura y de suavidad donde el
alma prueba “consolaciones espirituales” que están más allá de toda palabra. Sin embargo, esta mística conoce los postulados fundamentales sobre los que reposaba la
cristiandad medieval, es decir, la síntesis armoniosa entre la razón y la fe mantenida
por los teólogos desde san Anselmo a santo Tomás de Aquino.
Fue, un clérigo, el dominico maestro Eckhart (hacia 1260-1328) quien recogió
estas ideas y las desarrolló, dándoles una forma sistemática en el cuadro de una “mística de la esencia”. En el maestro Eckhart entran en contacto, en una línea ya presente
desde los tiempos de pseudo-Dionisio, la mística y la teología y las lenguas propias
o, dicho de otro modo, el teólogo, el místico y el predicador en lengua propia.
SÁNCHEZ HERRERO, José: «El origen de las cofradías de Semana Santa o de Pasión en la Península
Ibérica» Temas Medievales, 6 (1996), Primed.Conicet, Buenos Aires, pp. 31-76. ÍBIDEM: La Semana Santa de
Sevilla, Sílex, Madrid, 2003. Especialmente su Capítulo primero: La Semana Santa. Las Cofradías de Semana
Santa o de Pasión, pp.13-66
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Tres temas tienen en Eckhart una importancia dominante y como infinita: la unidad del ser, más allá del pensamiento, de las palabras y de la Trinidad; el ser, su fin,
su imagen, su identidad con la nada; las relaciones entre el entendimiento y el amor22.
Discípulos y continuadores de Eckhart fueron los dominicos Juan Taulero (13001361) y Enrique Susón (1300-1366), quienes se esforzaron en sus obras por disipar
las ambigüedades que se habían podido manifestar en la doctrina de su maestro.
Pero no fueron sólo autores en particular, sino que pronto aparecieron grupos
espontáneos de “Amigos de Dios” que se entregaban a la práctica de la perfección.
Éstos ponían el acento mucho más sobre la vida interior que sobre la participación
en la liturgia y los sacramentos. Algunos de estos grupos degeneraron en sectas heréticas. El primer centro activo donde cristalizará lo que se denominará más tarde la
devotio moderna fue la comunidad de Groenendael en el arzobispado de Cambrai, que
Jan van Ruysbroeck (1293-1381) fundó a mediados del siglo XIV.
Gerardo de Groote (1340-1384), cercano al pensamiento de Ruysbroeck, sin ser
directamente su discípulo, con su compañero Florentius Radewijns animó una confraternidad en Deventer, Holanda. A su muerte, en 1384, las costumbres de los que
tomaron el hábito de llamarse “hermanos de la vida común” estaban fijadas en sus
grandes líneas.
Por último, Tomás de Kempis (de Kempen, su lugar de nacimiento -h.13801471-) es el autor, como es bien sabido, de la célebre obra La Imitación de Cristo23.
Con esta última obra quedan delimitados los contenidos de la devotio moderna.
Su rasgo más característico es valorar la vida interior personal por encima de la celebración litúrgica. Al contrario del ideal cluniacense, el encuentro del alma con Dios
en lugar de establecerse en la comunidad celebrando el Opus Dei, se produce en la intimidad de la conciencia individual. En el plano religioso este cambio indica claramente el comienzo de una nueva etapa: la llegada de las personas individuales a la vida
espiritual por medio de su contacto con Dios, reservado hasta entonces solamente a
las comunidades religiosas. Para remplazar la regla monástica la devotio moderna insiste
en la necesidad de la formación de la conciencia por un director, en el examen de conSobre el maestro Eckhart se pueden consultar: ANCELET-HUSTACHE, Jeanne: Maître Eckhart et la mystique rhénane, Éditions du Seuil, 2000; HAAS, Alois Maria: Maestro Eckhart. Figura normativa para la vida espiritual, Herder,
Barcelona, 2002; ECK, Suzanne: “Jetez-vous en Dieu”.Initiation à Maître Eckart, Cerf, París, 2003.
22
23
Miñón, S.A., Valladolid.
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ciencia, en el análisis de sí mismo. El director indicará a cada uno según su ritmo la
progresión de los “ejercicios” que le deben llevar a la perfección espiritual. Para ayudar al alma se le proponen fórmulas y técnicas: meditación de los misterios de la Pasión repartidos por las horas canónicas, o de los misterios de María para guiar el recitado del rosario. La relación con Dios se convierte en algo íntimo y personal. La devotio moderna contribuyó a regenerar la vida interior de muchas comunidades religiosas,
ofreció, también, a los laicos una espiritualidad adaptada a su género de vida, sin obligación de abrazar el estado monástico. Por primera vez desde los tiempos carolingios,
el laicado disponía de un ideal de vida religiosa a su medida. Con ella cesaba el monopolio de la forma monástica y litúrgica de la vida religiosa.
Clio & Crimen:
ISSN:
nº 1 (2004), pp. 335/335
D.L.: BI--
-
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