las milicias de medellín. reflexiones iniciales sobre el proceso de

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LAS MILICIAS DE MEDELLÍN.
REFLEXIONES INICIALES SOBRE EL PROCESO DE NEGOCIACIÓN
Carlos Eduardo Jaramillo Castillo*
La intención del presente escrito no va más allá
de realizar una primera reflexión sobre algunos
aspectos constitutivos de la negociación de paz que
condujo a la desmovilización de un grupo de
milicias de la ciudad de Medellín1,
particularmente en lo que hace referencia a
elementos característicos de una negociación con
grupos insurgentes de carácter urbano, en
contraposición con los componentes de las
negociaciones con la insurgencia rural.
Promediando la administración del presidente
César Gaviria, el gobierno recibió una serie de
mensajes en el sentido de que algunas de las
milicias de Medellín, en particular las Milicias
Populares del Pueblo y para el Pueblo, estaban
interesadas en explorar con el gobierno la
posibilidad de una salida negociada y su
consecuente reincorporación a la vida legal.
Dichas negociaciones vinieron a tomar cuerpo
en el último año de la citada administración y
después de que la Consejería Presidencial para la
Paz efectuara algunas indagaciones sobre estas
organizaciones.
Dichas
indagaciones
corroboraron que tales milicias habían tenido su
génesis como estructura militar urbana del
Ejército de Liberación Nacional, aunque
posteriormente habían roto con su organización
madre. Algunas historias de vida realizadas con
miembros de estas milicias, una vez concluido el
proceso inicial de reincorporación, nos
permitieron corroborar el origen subversivo y
contestatario de estas milicias, como también las
razones de su ruptura y el inicio de sus
actividades delictivas independientes.
Cuando fue evidente el hecho de que el
gobierno tenía un nuevo espacio para negociar
la paz con grupos eminentemente urbanos, y
una vez hechos los primeros contactos directos,
comenzamos a bosquejar lo que serían los
elementos estructurales del nuevo proceso. Para
ello, lo primero fue buscar, dentro del modelo de
negociación que habíamos venido utilizando
con éxito desde la administración Barco con
todos los grupos insurgentes desmovilizados
hasta el momento, aquellos elementos que la
experiencia había señalado como positivos. Fue
en este momento cuando tomamos conciencia de
algo que preveíamos desde que se empezó a
discutir la idea de una posible negociación de
paz con milicias: el modelo utilizado con la
insurgencia rural no encajaba de manera precisa.
Hubo entonces que empezar a construir un
nuevo modelo, apoyándonos para ello en todo lo
que fuera recuperable de las experiencias
anteriores y en las capacidades personales y
profesionales que se habían adquirido en varios
años de trabajo directo y de estudio del tema. La
peregrinación previa que hicimos sobre la
literatura internacional de negociaciones de paz
con grupos subversivos urbanos fueron
decepcionantes; lo más cercano eran las
experiencias de los ingleses frente al problema
del IRA, lo realizado por los españoles con la
ETA, y en particular la experiencia de
negociación que se vivió en Argelia en la
década pasada. El resto eran estudios relativos
a la desactivación y manejo de pandillas juveniles.
* Ex consejero para la paz.
1 Las milicias desmovilizadas fueron: las Milicias Populares del Pueblo y para el Pueblo, Las Milicias Independientes
del valle de Aburra y Las Milicias Metropolitanas de la ciudad de Medellín.
El primer gran escollo que hubo que sortear
fue la imposibilidad de aplicar el principio de la
concentración de la fuerza armada en un área o
en áreas determinadas conocidas como
campamentos, que fueron tan fundamentales
en los procesos de paz anteriores y que ahora
resultaban determinantes, puesto que la fuerza
armada de estas organizaciones actuaba dentro
del casco urbano de la ciudad, donde las
posibilidades de que se presentaran incidentes
que pudieran atentar contra la continuidad del
proceso se multiplicaban en una proporción
inimaginable.
Entre las virtudes del campamento podemos
decir que, siendo éstas las zonas donde se
concentra el componente militar de las
organizaciones subversivas, éstas, y el proceso
en sí mismo, se protegen bastante de
inculpaciones sobre delitos cometidos fuera del
área y, además, se evitan confrontaciones con la
fuerza pública. Asimismo, allí se pueden iniciar
tareas de capacitación laboral, y la misma
organización, cuando tiene intereses en una
futura actividad política, tiene la posibilidad de
empezar a planearla hacia el futuro, de auscultar
la voluntad de la sociedad civil, de abrirse
espacios. En los campamentos se inicia
verdaderamente la aclimatación de la paz y la
subversión comienza a percibir la realidad de un
país desconocido. Normalmente, la visión que la
guerrilla tiene del país corresponde a la
Colombia de diez años atrás, por más eficiente
que sea su aparato de información2. Pero de
todas estas virtudes, tal vez la más
significativa es que le permite a la sociedad en
general contar con elementos de constatación
sobre la voluntad de paz de la guerrilla, es decir,
que la organización concentrada deja de
cometer delitos puesto que su fuerza armada
está reunida en una zona controlada y, en
cambio, comienza a hacer gestos ilustrativos de
lo que será su nuevo papel en la sociedad.
Finalmente, esta concentración facilita a la
guerrilla su comunicación interna y, en particu-
lar, la búsqueda y discusión de acuerdos en el seno
de la organización, pero, sobre todo, le permite
ensayar el control de sus estructuras en un
ambiente muy diferente al que se genera en los
espacios de confrontación armada. Cuando las
organizaciones subversivas son complejas y
cuentan con varios frentes, esta facilidad de
control es fundamental, a fin de evitar que frentes
descompuestos, o comprometidos con otras
formas de delincuencia, actúen poniendo en
peligro el proceso.
La guerrilla difícilmente ha entendido estas
virtudes del campamento, pero la verdad es que
desde allí se empieza a cimentar la confianza
necesaria en la guerrilla, que la sociedad
requiere para abrirle sus espacios y recibirla
posteriormente en su seno. No imagina la
guerrilla lo costoso que resulta para su propio
futuro, en términos políticos, económicos y
sociales, tratar de sacar adelante un proceso de
paz en medio de la confrontación y, por ende,
contando con la creciente desconfianza de la
sociedad3. Todas las negociaciones que se han
emprendido sin el recurso de los campamentos y
aceptando la continuación de la confrontación
han fracasado por cuenta de las balas utilizadas
como argumentos para soportar posiciones en la
mesa de negociación.
No ha entendido la guerrilla que es imposible
avanzar en un proceso de paz en contravía de la
opinión pública, y que este imperativo no se
puede soslayar bajo una cláusula que
comprometa a los negociadores a no levantarse
de la mesa por ninguna circunstancia. Una de las
virtudes de los negociadores, indudablemente,
reside en su capacidad para reconocer en cada
momento específico, y poder prever en el
inmediato futuro, la ubicación de los límites
sociopolíticos de la negociación. Límites que,
todos sabemos, son cambiantes. Esa capacidad
de percibir, sin necesidad de hacer encuestas ni
sondeos de opinión, cuál es el límite de lo
aceptable en cada momento para cada uno de
los factores reales de poder, y cuál es el peso es-
2 Este distanciamiento de la realidad se hace mayor cuando la organización en cuestión vive procesos prolongados de confrontación permanente, y en particular de ofensivas militares de parte del gobierno. En estas condiciones, los compromisos de la
confrontación monopolizan los canales de información y dominan los espacios que antes se dedicaban al estudio y la reflexión
sobre la realidad nacional. A título de ejemplo, se observa el comentario hecho por un importante jefe guerrillero durante
una reunión sostenida con la guerrilla en 1991, en el que, refiriéndose a los progresos de la humanidad, decía: "imagínese
usted cómo se irá a ver de hermosa la Sabana de Bogotá el día que la electrifiquen, será como un pesebre".
3 La guerrilla es renuente a entender que la sociedad en general desconfía enormemente de ella y que su primer deber en un
proceso de aproximación y posteriormente de negociación ha de ser el de asumir actitudes que permitan edificar sobre ellas
el ambiente de confianza y credibilidad que debe acompañar su proceso de reinserción, a riesgo de que, en el mejor de los
casos, la sociedad continúe observándola con infinito recelo y decida no abrirle sus espacios.
pecífico de ellos en cada circunstancia, es
fundamental, y esa realidad no la puede ocultar
nadie bajo un acuerdo de permanencia en la
mesa4. Acordar algo que a sabiendas no se
podrá cumplir, porque además esto lo ha
señalado la experiencia reiteradamente, es
empezar a minar por dentro el proceso de paz.
Si en algo las negociaciones de paz fueron
consistentes era en que para el gobierno siempre
estuvo claro que el mejor negocio para la
sociedad era que a la guerrilla le fuera bien, y en
esa perspectiva acordar cosas imposibles era
debilitar el proceso de negociación.
En el caso de Medellín no era posible pensar
en el campamento por varias razones. Las
milicias
ocupaban
una
zona
que
permanentemente tenían que proteger de otras
milicias y organizaciones de la delincuencia
común. Este hecho se vio agravado cuando la
noticia de las conversaciones de paz aceleró las
contradicciones
entre
las
milicias,
particularmente con las hoy ligadas al ELN y a
las FARC, que empezaron a señalar como
traidores a quienes persistían en la empresa de
aclimatar la paz. Si la milicia era sacada de la
zona para ser concentrada, su área sería
inmediatamente ocupada por una milicia
diferente, con lo que la desmovilización
quedaría convertida, en el mejor de los casos, en
un simple ejercicio de reubicación de
desplazados por la violencia. O sea que el
principal obstáculo residía en el hecho de que la
salida de los milicianos de sus barrios implicaba
que éstos perdieran la zona, ya que otros
ocuparían estos espacios, con el agravante de
que la zona de operación de las milicias era, a la
vez, su espacio social, cultural y familiar.
Otro elemento que hacía inaplicable la figura
del campamento era que, a diferencia de las
experiencias vividas con las guerrillas rurales,
para un número importante de milicianos esta
actividad no era de tiempo completo, sino
que era compartida con otros compromisos de
carácter laboral o de estudio. No era extraño
encontrar casos de personas que en el día
trabajaban como
empleados del municipio y en la noche fungían
como jefes de milicia.
Sin embargo, en este caso había una ventaja en
lo que respecta a la ubicación de las milicias; su
área de operación, con evidentes diferencias, era
cercana a la idea de un campamento: era un área
reducida, determinada y controlada por las
milicias. Se sabía exactamente, por ejemplo,
cuáles eran las calles por las que pasaban los
límites de cada milicia, e inclusive cuáles de
los andenes hacían parte de los mismos.
Asimismo, los milicianos conocían a todos los
habitantes de la zona y sabían de sus virtudes y
defectos. Si a esto le podíamos sumar un
compromiso de suspensión de actividades
delincuenciales, esto, aunque con muchos más
riesgos que los inherentes a un campamento
formal, podría darle a esta zona las
características de tal y, en esa medida, cumplir
con gran parte de las ventajas que se han
señalado respecto a los campamentos.
Descartada la idea del campamento formal
donde se concentrara toda la fuerza armada de
las organizaciones, la idea se centró en la
búsqueda de un lugar permanente de
concentración para la comisión negociadora.
Este lugar debía ser, en lo posible, una
edificación aislada que permitiera un fácil control
y protección por parte de las autoridades, ya que
la fórmula era que allí debían permanecer los
negociadores de las milicias hasta que
concluyera el proceso. Finalmente, se encontró
una edificación bastante apropiada, ubicada
en una zona de bosque muy cercana a sus áreas
de operación. La cercanía a ellas era definitiva
dentro de la estrategia de negociación, ya que era
fundamental que, en caso de necesidad, la
comisión negociadora, en este caso la
comandancia de los grupos, pudiera tener
contacto directo con su gente, además con la
proximidad se lograría que la comisión se
sintiera protegida por su militancia y cercana a
su entorno familiar, mitigando un poco los
efectos que en estas específicas circunstancias
generan los sentimientos de aislamiento5.
Aunque en este caso, por ser gru-
4 La guerrilla, particularmente las FARC, ha insistido en negociar en medio de la confrontación y en garantizar la
continuidad de la negociación con un acuerdo que comprometa a las partes a no levantarse de la mesa bajo ninguna
circunstancia. Todos los negociadores saben que en determinadas circunstancias es imposible continuar una negociación,
por más acuerdos que existan para no abandonarla. Que, en esas circunstancias, continuar porfiando en negociar genera
fenómenos que en un futuro cercano terminan liquidando el proceso. Toda negociación tendiente a reincorporar gente a la
sociedad, que pretenda tener éxito, se tiene que mover dentro de los límites variables de aceptación que a ella le confieren
las fuerzas políticas, económicas y sociales de la nación.
5 A todos los miembros del grupo negociador se les permitió trasladarse al lugar con los familiares que consideraran; por
lo general, éstos lo hicieron con sus esposas o compañeras
pos de carácter urbano, su contacto con las
fuerzas políticas y sociales locales era
permanente, no estaba de más que el sitio fuera
de fácil acceso para que éstos pudieran acentuar
sus aproximaciones.
Era importante esta relación grupo
negociador -comunidad-milicia, a fin de
evitar que la concentración de sus mandos
pudiera producir un debilitamiento en la cadena
de dirección e inducir a que los mandos que
permanecían en las zonas de operación dieran
rienda suelta a sus rivalidades y contradicciones,
o sucumbieran a las presiones de otras milicias
para que se desconociera el proceso de
negociación. Este temor era recíproco, puesto
que la comandancia, sentada en la mesa de
negociación, requería unos fáciles canales de
comunicación con las bases y la gente de la
comunidad, a fin de estar segura de que cada
avance conseguido en la mesa contaba con el
debido respaldo de estas instancias. La realidad
se encargó de ratificarnos lo acertado de esta
decisión y de las facilidades dadas para su
acceso, ya que en el curso de las
conversaciones las dirigencias de los grupos
lograron conjurar varios intentos
de
insubordinación, alentados particularmente por
otras milicias o bandas rivales6.
El problema mayor que significaba adelantar
un proceso de negociación sin concentrar la
fuerza armada se resolvió con la unión de dos
componentes: el primero, un compromiso de las
milicias de no actuar, es decir, lo que
comúnmente se ha llamado cese de hostilidades;
y el segundo, un compromiso decidido por
parte de las Fuerzas Armadas con todo el
proceso. Sobra señalar que la colaboración de
las Fuerzas Armadas fue determinante en el
éxito de esta empresa. Las difi-
cultades, que las hubo, siempre lograron
superarse sin consecuencias mayores7. Cosa
similar sucedió con el compromiso de las
milicias, que llegaron incluso a entregar a las
autoridades a un miembro de su organización
que había cometido un homicidio. El tamaño de
las dificultades el tiempo lo minimiza, pero
recordemos que al poco tiempo de la
desmovilización fue asesinado "Pablo"8, el jefe de
las Milicias Populares del Pueblo, principal
negociador y gerente de la cooperativa de
vigilancia Cosercom, sin que por este hecho el
gobierno recibiera ningún reclamo o inculpación
de parte de las milicias9.
Muchos fueron los esfuerzos de todas las
partes (gobierno, Fuerzas Armadas y milicias)
para que el curso de las negociaciones no se viera
atropellado por dificultades ajenas a las que
eran propias de la mesa de discusión.
El grupo negociador de las milicias terminó
siendo su comandancia, aunque el gobierno,
previendo las dificultades que podría implicar el
retiro de su jefatura de la zona de operación, y
dada la cercanía del campamento, las únicas
condiciones que puso eran que el equipo
negociador, cualquiera que él fuera, debería
contar con una capacidad total para asumir
compromisos y tomar decisiones, y que de
ninguna manera el gobierno aceptaba negociar ad
referendum, y que este grupo debería permanecer
en el lugar de la negociación todo el tiempo que
durara la misma.
El gobierno, además del equipo negociador de
la Consejería Presidencial para la Paz, estuvo
representado por el consejero presidencial para
Medellín, un representante del ministro de
Gobierno, un representante directo del alcalde
de
6 Infortunadamente, por razones que no es el caso tratar de explicar ahora, estas rivalidades se agudizaron después de
desmovilizadas las milicias, como consecuencia de ellas han muerto sus principales líderes, y actualmente ellas son, en
parte, las causantes de que todo el proceso se encuentre en vilo.
7 Esto hay que valorarlo de manera particular, en especial en las primeras fases del proceso y en lo que respecta a la
policía, pues no podemos olvidar que durante las épocas más negras del narcoterrorismo, no sólo se pagaba hasta un
millón de pesos por cada policía muerto, sino que cientos de ellos fueron asesinados en las comunas de Medellín, y
aunque las áreas de las comunas donde operaban las milicias involucradas en el proceso de paz no se habían distinguido
por su actividad en este campo, el odio de la policía hacia los milicianos era visceral.
8 "Pablo" era el seudónimo utilizado por Carlos Hernán Correa Henao, quien fue asesinado el 8 de julio de 1994 en la
Comuna Nororiental de Medellín.
9 Esto es bien significativo y se puede considerar como una muestra palpable del grado de confianza que tenían las
milicias en el compromiso del gobierno con la tarea de la paz. Al entierro asistieron el ministro de Gobierno y el
consejero presidencial para la paz, sin que hubieran tenido que escuchar siquiera una nota discordante contra ellos o la
administración del presidente Gaviria. Cuando la muerte de "Pablo" sucedió, éste se desplazaba por el barrio Popular Nº
1 conduciendo una motocicleta de su propiedad. La seguridad asignada por el gobierno para su protección personal,
consistente en dos vehículos y siete escoltas, fue despachada por la víctima a las 7:30 p.m., después de que ésta lo
hubiera dejado en su residencia.
Medellín, otro del gobernador de Antioquia y
uno más del clero colombiano, este último en
calidad de tutor moral del proceso. Los
secretarios municipales y directores de
organismos
descentralizados
participaron
activamente en la negociación de los puntos
referentes a la inversión social en la zona.
A diferencia de las anteriores negociaciones de
paz, las milicias centraron sus demandas en
beneficios para la comunidad, principalmente
en obras de infraestructura y de servicios,
discusión que fue muy dispendiosa y detallada
debido al conocimiento preciso que tanto las
milicias como los funcionarios municipales
tenían de las condiciones y requerimientos de la
zona. Las demandas políticas se dieron pero no
tuvieron un alto perfil, o por lo menos no fueron
objeto de mayores exigencias, principalmente
porque una vez surtida la discusión sobre la
dimensión del fenómeno miliciano, ellos fueron
claros en expresar que si para llegar a las
Juntas Administrativas Locales o al Concejo
Municipal requerían ventajas especiales era
porque de verdad no estaban enraizados en sus
comunidades. En este aspecto, lo que se acordó
fueron unos compromisos temporales, válidos
hasta la elección de nuevos dignatarios para las
mismas.
En todo el proceso fue fundamental el valor
que los miembros de estas organizaciones le
confirieron a los compromisos de palabra.
Desde el principio, los negociadores lo
plantearon y los hechos se encargaron de
corroborarlo. Bastaba con que ellos se
comprometieran de palabra para que se sintieran
obligados a cumplir, cualesquiera fueran las
consecuencias de lo comprometido. Ese
carácter "frentero" y ese respeto por la palabra
empeñada ayudó a darle agilidad y claridad a la
negociación. No había que repetir a cada rato qué
era lo acordado; bastaba con que lo hubieran
dicho una vez, para que las cosas se hicieran
conforme a lo expresado. Ese respeto por lo
comprometido, sin que se hicieran esfuerzos por
acomodarlo en provecho unilateral, también
fue aplicado por ellos al gobierno, y, salvo
algunas dificultades al inicio, el resto del
proceso se caracterizó por una elevada
confianza en todos los compromisos de palabra
hechos por parte del gobierno.
Para el gobierno, esta negociación representó
desde sus inicios un gran reto que lo obligó a
buscar por qué no decirlo y a inventar soluciones
a las nuevas complejidades que este pro-
ceso conllevaba, particularmente en lo referente
a
la
concomitancia
entre
desarme,
desmovilización, conservación y recuperación
de la zona para las autoridades legítimas.
Específicamente, es sobre los anteriores
puntos que radican las mayores diferencias entre
este proceso de negociación y todos los
anteriores.
El principal reto que enfrentó el gobierno en
ese momento era cómo responder de manera
efectiva a la siguiente pregunta: ¿Cómo
podemos desarmar unas milicias rodeadas de
enemigos armados que desean ocupar sus
espacios y garantizar, al mismo tiempo, que
éstas puedan continuar viviendo en estas
zonas, sin que por ello corran riesgo sus vidas?
La respuesta obvia era: ocupando la zona con
policía o Ejército hasta que se lograra un clima
de convivencia, pero la verdad es que esto se
tuvo que descartar desde el principio, entre otras
razones por la imposibilidad real de llevar a
efecto una ocupación, no sólo por el ingente pie
de fuerza que esto requería, que ni siquiera en
las peores épocas de la lucha contra Pablo
Escobar se había podido efectuar a cabalidad
sino porque dicha ocupación debería
mantenerse mínimo por el tiempo que
persistieran las amenazas, las que, se calculaba,
sólo concluirían cuando el gobierno lograra
terminar con ellas, cosa que no era factible
antes de varios años. Tampoco era pertinente
arrancar un proceso de aclimatación de la paz y
la concordia poniendo de la noche a la mañana
dos enemigos acérrimos, como lo eran las
autoridades militares y de policía, y las milicias.
Tampoco la población estaba dispuesta a aceptar
esa presencia repentina de la policía en sus
comunas, ya que gran parte de esta población
compartía con las milicias el rechazo a las
autoridades. Para el gobierno era claro que
había que construir esta convivencia. Era
necesario ganarse de nuevo el apoyo a las
autoridades y el respeto por las mismas, y el
plan general de reincorporación de los milicianos
contemplaba un diseño especial para alcanzar
estos fines. Finalmente, ni los milicianos ni la
población de las comunas estaban dispuestos a
endosar su seguridad a las autoridades.
Ante la imposibilidad de que el Estado hiciera
cabal presencia en las zonas, de acuerdo con lo
que podría indicar una solución dentro de los
parámetros de la lógica formal, hubo que
diseñar una fórmula intermedia y de carácter
temporal. Esta fórmula consistió en crear, con
menos de la mitad de la militancia, una
cooperativa de seguri-
dad, que, enmarcada dentro de todas las normas
legales que reglamentan el ejercicio de esta
actividad, colaborara con las autoridades en la
prevención de actividades delictivas en las
zonas donde estas milicias actuaban.
El diseño de la cooperativa, con las
condiciones especiales que el caso requería, fue
contratado por el gobierno con un reconocido
profesional en la materia, que antes de proceder
a su diseño conoció en detalle toda la
problemática de la zona.
En ese momento, y también ahora en
Colombia, no eran extraños los críticos de esta
solución; aún hay quienes consideran un
despropósito el hecho de haber dejado armados
a unos milicianos, con la bendición del Estado.
Pero la verdad es que ahora, pasados casi tres
años, no sólo considero como acertada la
decisión, sino que me mantengo en la idea de
que ésta era la única alternativa viable para
poder realizar este proceso de paz. Afirmo que
las principales dificultades que ha vivido el
proceso son debidas a que no recibió la
atención requerida y a que no se cumplió el
proyecto de desarrollo de la parte
correspondiente al plan de recuperación de la
zona por parte del Estado. El cambio de
gobierno, a escasos dos meses de haberse
producido el acto de desmovilización, terminó
por afectar de manera inexorable y profunda
este proceso de paz.
La cooperativa fue conformada por menos de
la mitad de los desmovilizados, distribuidos
proporcionalmente entre los miembros de las
milicias, y todos ellos recibieron capacitación
especial, tanto en el área de la vigilancia como
en las áreas administrativas. Para quienes
habrían de cumplir actividades de vigilancia, se
realizaron todos los cursos que exige la
Superintendencia
de
Cooperativas
de
Vigilancia Privada para la práctica legal de esta
actividad. Para quienes habrían de formar los
cuadros directivos y administrativos de la
cooperativa, se buscaron miembros de las
milicias que tuvieran alguna experiencia en este
tipo de labores, como eran la administración de
personal, la contabilidad, las comunicaciones, la
armería, el archivo, etc., o personas que tuvieran
inclinación hacia el desempeño de las mismas,
y a todos se les dictaron cursos de formación en
estas áreas.
El gobierno, consciente de que las dificultades
en estos campos persistirían por algún tiempo,
ya que en muchos casos se requerían cursos re-
gulares de formación, financió el montaje de una
administración paralela a la de la cooperativa,
constituida por profesionales de tiempo
completo, en las diferentes áreas, para que
guiaran, aconsejaran y vigilaran todas las
actividades de la cooperativa.
Para el gobierno era tan importante evitar
cualquier transgresión de la ley por parte de la
cooperativa, como preservarla económicamente,
a fin de que ésta cumpliera con unos objetivos de
rentabilidad que en un futuro cercano
permitieran a sus miembros tener bases para
iniciarse en actividades económicas diferentes
de aquellas que implicaran la tenencia de armas.
Esto último, porque la cooperativa siempre fue
pensada, y así quedó consignado en los textos,
como una actividad temporal, justificada
únicamente por las particulares condiciones de
violencia de la zona.
El armamento con que se dotó esta nueva
entidad de vigilancia fue el permitido por la
Superintendencia respectiva para la práctica de
este tipo de actividades y se adquirió y manejó
conforme a lo establecido por el estudio que
para este fin fue contratado por el gobierno.
Finalmente, el gobierno aportó los recursos
financieros necesarios con el fin de que el
municipio de Medellín contratara los servicios de
la cooperativa para que realizara labores de
vigilancia y prevención en las zonas donde
operaban las milicias desmovilizadas, a las que,
por tal razón, les quedó terminantemente
prohibido recibir pagos de los habitantes de
dichas zonas por la prestación de sus servicios.
La Iglesia jugó un papel destacado en todo el
proceso; además del que la propia negociación le
confería como testigo de excepción, fue
fundamental en el mantenimiento de la
estabilidad psicológica de los negociadores de las
milicias, quienes no sólo eran profundamente
creyentes sino que, de manera constante, caían
en estados de depresión y angustia originados
en la visión apocalíptica de su futuro y en los
oscuros recuerdos de la violencia pasada. Como
ejemplo de estas terribles premoniciones que
constantemente los asediaban, recuerdo, como si
fuera hoy, el día en que "Pablo" se me acercó y
me dijo: "Doctor Jaramillo, hoy he permitido que
la prensa me tome fotos, hoy firmé mi sentencia
de muerte", y procedió a sumirse en una
angustia de la cual sólo lograron sacarlo varias
horas de consejo sacerdotal.
En estas primeras reflexiones sobre lo que fue
el proceso de negociación de paz con un grupo
de carácter urbano, el acento fue puesto sólo en
algunos de los componentes que de manera
fundamental lo distinguen de los que
anteriormente se habían cumplido con grupos
insurgentes rurales. Esto no quiere decir que los
otros elementos constitutivos de la negociación
no hayan tenido un énfasis particular,
determinado por el carácter del grupo y por todo
el contexto general que rodeó la negociación,
que de alguna manera los
hace diferentes de los desarrollados en anteriores
procesos. Pero, en general, podemos decir que
los aspectos diferenciales más destacados
residen en los puntos señalados en las anteriores
reflexiones, que apenas pueden ser
entendidas como una inicial y tímida
aproximación a las inmensas complejidades
inherentes al proceso de negociación que
condujo a la desmovilización de tres de las más
importantes milicias urbanas de Medellín.
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