Ecos de los Andes: sigue la rebelión Por Felipe Pigna. Páginas 165-168 de Los mitos de la historia argentina, tomo 1, Editorial Norma Las heroicas muertes de José Gabriel Condorcanqui, sus compañeros y su familia, a pesar de su brutalidad, no pusieron fin a la rebelión. Sus parientes Diego Andrés Túpac Amaru y Miguel Bastidas, y los líderes de las regiones vecinas, como Julián Apaza, más conocido como Túpac Catari, continuaron la lucha. Los Túpac Amaru se concentraron en la zona del Cuzco, mientras que Túpac Catari peleó en la zona del Alto Perú. El apresamiento de Tomás, uno de los hermanos de Catari, que tenían lazos familiares con Túpac Amaru, fue una de las tantas chispas que extendieron la rebelión. Tan querido como el Inca, Tomás Catari fue uno de los dirigentes que más reclamó por su gente ante los españoles, incluido el propio virrey Vértiz. Entre 1781 y 1784 los hermanos Catari tuvieron en jaque a los españoles, que terminaron capturándolos después de algunos triunfos militares y muchas delaciones. Túpac Catari cayó en 1781, cuando uno de sus colaboradores lo condujo a una emboscada española. Él y su mujer, Bartolina Sisa, corrieron la misma suerte que José Gabriel y Micaela. El destino de Diego Cristóbal fue tan trágico como el de su hermano, Túpac Amaru, y el de Túpac Catari: a pesar de una amnistía que hubo en 1782, los portadores de la civilización lo apresaron en 1783, lo quemaron con tenazas al rojo y lo colgaron hasta darle muerte. La lista de las ciudades sublevadas y de los dirigentes que encabezaron las revueltas sería demasiado extensa. Pero sería triste no nombrar a Vilca-Aspasa, que no creyó en la amnistía y siguió peleando hasta que fue muerto en 1784. Injusto sería olvidar a algunas mujeres que lideraron la rebelión, como las cacicas Marcela Castro y Tomasa Tito Condemaito (que dejó todo por la guerra, marido incluido, y guerreaba siempre al frente). Las dos murieron sufriendo horribles suplicios. Entre febrero y marzo de 1781 comenzaron las rebeliones de los tobas de la reducción de San Ignacio, en el Chaco jujeño, y de la Puna. Fue José Quiroga, lenguaraz de la reducción, el que supo aprovechar sus relaciones con los tobas y otros grupos para organizar el movimiento a favor de Túpac Amaru en el Norte argentino. El gobernador militar de Jujuy, Gregorio Zegada, lo informó así: “Los indios tobas han esparcido la voz, por su intérprete y caudillo José Quiroga, cristiano que se ha aliado con ellos, diciendo que los pobres quieren defenderse de la tiranía del español, y que muriendo todos, sin reserva de criaturas de pecho, sólo gobernarán los indios por disposición de su rey Inca, cuyo maldito nombre ha hecho perder el sentido a estos indios”. En la Puna, el sargento criollo Luis Lasso de la Vega se proclamó gobernador de la región, en nombre de Túpac Amaru. El movimiento se extendió a Rinconada, Casabindo, Santa Catalina y Cochinoca. La delación de algunos caciques y criollos condenó la rebelión al fracaso. Según una nota enviada al virrey por el Cabildo de Jujuy, el traidor Pedro Serrano denunció que Quiroga le había dicho que “venían en defensa de la gente baja, pues a todos los estaban matando en esta ciudad para que tuviese menos vasallos el dicho rey Inca”. Serrano fingió participar del alzamiento como capitán, para enterarse de los movimientos de Quiroga y denunciarlo. El resultado fue un combate librado en Zapla, en el que el gobernador Zegada tomó prisioneros y obligó a los indios a refugiarse en el monte. En represalia, los indios sitiaron y tomaron San Salvador de Jujuy. Zegada pidió ayuda al gobernador intendente del Tucumán, pero éste estaba muy ocupado en contener otros ataques rebeldes en Salta. Quiroga y su segundo, Domingo Morales, fueron capturados y torturados antes de morir. En el juicio sumario que se les hizo a los prisioneros, los cabecillas fueron condenados a muerte, y el resto, a ser marcados a fuego con una “R”, que significaba “rebelde”, y a varios años de trabajos forzados. Lo que tenía ocupado al gobernador intendente Mestre en Salta era otro alzamiento, el de los wichis. Él y Zegada se encargaron de los escarmientos, tal como cuenta en una carta enviada al virrey Vértiz: “Se me dio noticia de que el comandante don Cristóbal López y el gobernador de armas don Gregorio Zegada habían logrado avanzar a dichos matacos y apresar el número de 65 bien armados, 12 pequeños y 12 mujeres, y la vieja que traían por adivina y que los conducía a la ciudad. Pero considerando el disgusto del vecindario, las ningunas proporciones de asegurarlos y transportarlos al interior de la provincia sin un crecido costo de la real hacienda (...) y finalmente que la intención de eso fue la de ayudar a los tobas a poner a la obra sus proyectos, incurriendo en la ingratitud que otras ocasiones, sin tener aprecio de la compasión con que se les ha mirado siempre, manteniéndolos aun sin estar sujetos a reducción, y que su subsistencia sería sumamente perjudicial, les mandé pasar por las armas y dejarlos pendientes de los árboles de los caminos, para que sirva de terror y escarmiento a los demás”. A pesar de la dispersión de fuerzas y de haber perdido a los dirigentes que los cohesionaban, tanto los tobas como los wichis (matacos) dieron pelea hasta 1785. La brutal represalia a que se los sometió apagó finalmente la rebelión, aunque siguió habiendo uno que otro estallido hasta fines del siglo XVIII. Los que nunca dieron tregua fueron los chiriguanos, que tomaron la posta y comenzaron una nueva ofensiva hacia 1796, en el Norte argentino y el Alto Perú, contra ciudades y grupos indígenas reducidos por los religiosos. La represión española, a cargo del gobernador de Cochabamba, Francisco de Viedma, y del de Potosí, Francisco de Paula Sanz, nunca tuvo éxito contra ellos: aunque les quemaban tierras y alimentos, les envenenaban el agua y mataban a cuantos de ellos se les cruzaran, los chiriguanos practicaban una especie de guerra de guerrilas y se esfumaban en el monte. Si alguno corría el riesgo de caer en manos españolas, prefería despeñarse junto con su familia. La campaña iniciada por Sanz en 1805 terminó con la retirada española, luego de enfrentamientos con grupos chiriguanos aliados a los chanés. Tucumán, La Rioja, Córdoba, Mendoza, Santiago del Estero, ninguna región escapó a la fiebre rebelde.