ATndrés rieto aller Pde Letras N° 47: 9-27, 2010 Maravillas, monstruosissn y portentos :… 0716-0798 Maravillas, monstruos y portentos: la naturaleza chilena en la Histórica relación del Reyno de Chile (1646), de Alonso de Ovalle Marvels, Monsters and Portents: Chilean Nature in Histórica Relación del Reyno de Chile (1646), by Alonso de Ovalle Andrés Prieto University of Colorado, Boulder [email protected] Este ensayo explora cómo la descripción de la naturaleza chilena hecha por Ovalle está informada por dos tradiciones separadas: una, la rétorica criolla protonacionalista de alabanza a la patria y otra más específicamente jesuita, que prefería las maravillas y singularidades de la naturaleza por sobre su funcionamiento regular. El análisis muestra cómo la descripción de la naturaleza chilena hecha por Ovalle, al usar estas dos prácticas discursivas, subraya la importancia de las misiones jesuitas para el cumplimiento de los fines políticos de la Corona española en Chile. Palabras clave: Alonso de Ovalle, maravillas, historia natural. This essay explores how Ovalle’s description of Chilean nature is informed by two separate traditions, one, a protonationalist creole rhetoric of praise of the patria, and a more peculiarly Jesuit penchant for marvels and singularities over the regularities of nature. I consider how Ovalle’s description of Chilean nature, by making recourse to these two discursive practices, highlights the importance of Jesuit missions for the political goals of the Spanish Crown in Chile. Keywords: Alonso de Ovalle, marvels, natural history. Recibido: 1 de agosto de 2010 Aprobado: 23 de septiembre de 2010 9 ■ Taller de Letras N° 47: 9-27, 2010 1.Introducción En 1641, Alonso de Ovalle fue enviado como procurador de la viceprovincia jesuita chilena a Madrid y a Roma. Ovalle debía conseguir independizar a la Viceprovincia chilena de la Provincia peruana y gestionar la autorización para traer cuarenta y seis jesuitas a Chile (Hanisch 51-52). Su estadía en Roma coincidió con la VIII Congregación General de la orden (1646 y 1647), a la que asistió en su calidad de procurador. En Roma, sin embargo, Ovalle se encontró con que había “tan poco conocimiento” sobre Chile “que en muchas partes aún ni sabían su nombre” (3), lo que dificultaba su tarea. Con el fin de poder cumplir con la misión que se le había encomendado, Ovalle implementó un ambicioso programa de publicaciones. Así, en 1646 publicó la Tabula Geographica Regni Chile, un mapa de Chile dedicado a Inocencio X que mostraba el número y la ubicación de las misiones y colegios jesuitas, ilustrado con descripciones en latín de la geografía y los aspectos más relevantes de la flora y la fauna chilenas. Ese mismo año, salió a la luz en Roma su obra más importante, la Histórica relación del Reyno de Chile, publicada simultáneamente en español e italiano1. Aun cuando la Histórica relación ha sido leída mayoritariamente como depositaria de una serie de valores más propios de la construcción ideológica del Estado-nación que del período barroco (Fischer 36), es necesario entenderla como parte de una tendencia general entre las historias escritas por sacerdotes y misioneros jesuitas durante el siglo XVII. A diferencia de los grandes intentos totalizadores, como la Historia natural y moral de las Indias, de José de Acosta (1599), los jesuitas que escriben hacia la mitad del siglo toman la pluma para redactar textos centrados en las regiones donde trabajaban, y que tendían a concentrarse en la labor evangelizadora realizada por la orden. En su mayoría, estas historias enfatizaban las dificultades y peligros encontrados por los jesuitas en el cumplimiento de su misión, a la vez que resaltaban el papel cumplido por la orden en el éxito político y económico de las regiones donde se encontraban trabajando2. La obra de Ovalle encaja perfectamente en este patrón general. Su narración, que comienza con una descripción acuciosa de la geografía, clima y naturaleza chilenas, para después narrar los cien años de historia civil y, fundamentalmente, militar de Chile, termina con una amplia relación de las actividades pastorales y evangelizadoras de los jesuitas chilenos. En la Histórica relación, la naturaleza y la historia están subordinadas a la promoción de Chile y de la 1 Estas obras venían a sumarse al panfleto publicado en 1642 en Madrid, titulado Relaciones de las paces de Baydes, un breve relato del acuerdo de paz firmado por españoles y mapuches en el que Ovalle destacaba el papel jugado por los jesuitas en las negociaciones previas. 2 Véase, por ejemplo, la Conquista espiritual del Paraguay, de Antonio Ruiz de Montoya (1639), el Nuevo descubrimiento del Río Amazonas, de Cristóbal de Acuña (1639), la Historia del Paraguay, de Nicolás del Techo (1673), la Historia del Reyno de Chile, Flandes Indiano, de Diego de Rosales (1673), cuyo plan original contemplaba la inclusión de la llamada “Conquista espiritual”, o la Relación de viaje a las misiones jesuíticas, de Antonio Sepp (1698), entre otros. Quizás la gran excepción sea la Historia del Nuevo Mundo, de Bernabé Cobo (1653), cuyo objetivo es, como he señalado en otra parte, establecer un diálogo crítico y refutar algunas de las teorías avanzadas por José de Acosta (“Reading the Book of Genesis in the New World”). ■ 10 Andrés Prieto Maravillas, monstruos y portentos: … viceprovincia jesuita, un factor que Ovalle veía como fundamental para el cumplimiento de su misión en Roma. La descripción de la naturaleza chilena hecha por Ovalle incluye elementos de lo que varios críticos han señalado como la naciente tradición protonacionalista criolla junto a otros propios de la ciencia barroca jesuita. En las páginas que siguen, me concentraré fundamentalmente en la función que cumplen los portentos y maravillas dentro de la obra de Ovalle, como el sitio privilegiado donde la retórica protonacionalista de alabanza de la patria aparece combinada con las actitudes mentales propias de la ciencia jesuita del siglo XVII. Como se verá, maravillas como el árbol en forma de cruz hallado en Limache, o los portentos que precedieron al parlamento de Quilín en 1641, cumplen una función unificadora de dos tipos de discursos vitales para la misión de Ovalle, configurando, por un lado, una defensa típicamente criolla de la patria y, por el otro, un poderoso elemento de propaganda a favor de la actuación de los jesuitas chilenos en la víspera de la VIII Congregación General de la Compañía en Roma. 2.Criollos, patria y la escritura de historias regionales El hecho de que jesuitas como Ovalle consideraran la historia de la orden y la historia de la conquista y colonización de las regiones donde trabajaban como parte de una y la misma narrativa se debía a dos factores principales. A un nivel general, la naturaleza misma del sistema de gobierno español estimulaba un cierto sentido de independencia entre las diversas unidades administrativas que conformaban el imperio. De hecho, lo que denominamos “el imperio español” no era un imperio propiamente tal, sino más bien una confederación de principados y reinos bajo el control de un solo monarca (Pagden 3, Kamen 242). Castilla, Aragón, Nápoles, Flandes y Portugal (entre 1580 y 1640) tenían cada uno diferentes leyes, fueros y tradiciones políticas que el rey estaba obligado a respetar. De modo inevitable, los impulsos centralizadores de la corona y la defensa de los fueros e independencia de los distintos reinos bajo su mandato generaron tensiones e incluso, a veces, violentas revueltas, como ocurrió en Aragón en 1590 y en Cataluña en 1640. Estas tensiones entre el centro castellano y las diversas periferias españolas se verificaban también a nivel del discurso. Al menos desde el siglo XV convivían en España dos tradiciones historiográficas, una fuertemente centralizadora que se concentraba en los hechos de los monarcas y sus representantes, y otra que buscaba subrayar la nobleza, antigüedad y relevancia política de las distintas regiones y ciudades de la península (Kagan 75). Estas dos tradiciones tuvieron una difícil coexistencia, pues mientras los cronistas reales constantemente encontraban errores en las historias locales, los historiadores regionales escribían para contrarrestar lo que ellos percibían como un excesivo e injustificado centralismo en la historiografía oficial. En la península, la historiografía regional alcanzó un peak durante la primera mitad del siglo XVII, para declinar levemente en los siguientes cincuenta años, aunque siempre manteniendo su relevancia para las élites locales. Como ha señalado Richard Kagan, el surgimiento de las historias regionales en España “defended and, in a way, helped both to create and sustain the forces of localism by arguing for the historical importance of the kingdom’s municipalities” (95). 11 ■ Taller de Letras N° 47: 9-27, 2010 En América, aunque legalmente parte de Castilla, desde muy temprano los colonos comenzaron a referirse a las distintas colonias y territorios usando un lenguaje similar al de las diversas unidades políticas que conformaban la península. Así, las divisiones administrativas, ya fuesen gobernaciones, capitanías generales o virreinatos, eran llamadas frecuentemente “reinos”. Jorge Cañizares-Esguerra ha enfatizado que este estatus de “reinos” excedía lo meramente simbólico o retórico. Las élites criollas que controlaban buena parte de la tierra y de los aparatos productivos en las colonias disfrutaron de una considerable autonomía por lo menos hasta el siglo XVIII (Nature 12). Casi desde el comienzo mismo de la colonización, los conquistadores y sus descendientes habían aspirado a convertirse en una aristocracia terrateniente similar a la surgida en España durante la Reconquista, mediante la perpetuidad de las encomiendas. Sin embargo, para finales del siglo XVI y comienzos del XVII, se volvía cada vez más evidente para las élites criollas que la Corona les cerraba la puerta a sus pretensiones al ir vaciando paulatinamente las encomiendas y al nombrar cada vez a más peninsulares para los más altos cargos administrativos y eclesiásticos en las colonias. Al mismo tiempo, los criollos estaban comenzando a ocupar cada vez más posiciones en el clero, ya fuese como sacerdotes seculares o como miembros de las órdenes religiosas. Desde estas posiciones, las prácticas discursivas de los clérigos criollos durante el siglo XVII se concentraron en lo regional, e intentaron transformar las colonias en “reinos” (Brading 298-300). Como ocurrió también con la historiografía regional española, estos textos coloniales enfatizaban las relaciones mutuamente beneficiosas, recíprocas o contractuales entre la monarquía y sus posesiones ultramarinas (Kagan 95). Al exaltar la posición de sus respectivas regiones dentro del contexto del imperio español, los escritores criollos estaban a la vez expresando y fomentando un temprano sentimiento patriótico. El segundo factor que puede ayudarnos a explicar la correspondencia entre las historias locales y la historia de la Compañía de Jesús está directamente relacionado con la evolución de las divisiones administrativas de la orden. Aunque en un comienzo la provincia jesuita del Perú tenía bajo su jurisdicción un territorio que se correspondía con el del virreinato mismo, pronto la dificultad de establecer un control efectivo sobre las áreas más remotas del continente donde los jesuitas habían comenzado a expander su labor misionera llevó a la orden a establecer una serie de subdivisiones administrativas. Así, en 1607 Paraguay se transformó en una provincia independiente; y Chile se transformó en una viceprovincia semiautónoma, dependiente primero del Paraguay y, desde 1625, del Perú, hasta su elevación a provincia independiente en 1683. En 1605, Quito también se transformó en una viceprovincia dependiente de la provincia peruana, cubriendo el territorio hoy comprendido por Ecuador, Colombia y Venezuela. Varias de estas subdivisiones (como Chile o Paraguay) se correspondían casi exactamente con las divisiones políticas del imperio español. Dado que cada provincia y viceprovincia jesuita contaban con sus propios colegios y noviciados, comenzaron a depender cada vez más de las élites locales para reclutar a sus miembros. Los colegios convictorios de la Compañía, especialmente, se transformaron en los centros educativos por excelencia de las élites criollas (Góngora 188). En Chile, por ejemplo, los jesuitas abrieron en 1611 el Colegio Convictorio San Francisco Javier, a petición de la Real Audiencia. El provincial Diego de Torres afirmaba tener ■ 12 Andrés Prieto Maravillas, monstruos y portentos: … puestas grandes esperanzas en este colegio, “y no sera [la] menor el criarse en el gente que despues pueda ser recivida en la compañia” (222). Escritores como Alonso de Ovalle a menudo provenían de estas nuevas camadas de jesuitas formados en casa. En este sentido, la Histórica relación de Ovalle debe ser vista como parte de una importante tendencia historiográfica entre los jesuitas sudamericanos. Como ha señalado David Brading, los textos producidos por los clérigos y académicos criollos durante el siglo XVII, ya fuesen sermones, memoriales dirigidos a la Corona, poemas o narrativas históricas, estaban en su mayoría informados por una retórica patriota que buscaba resaltar las aptitudes, capacidades y derechos de nacimiento de los descendientes de los conquistadores (293-313)3. Textos como el publicado por Alonso de Ovalle en Roma eran expresiones de una naciente identidad criolla, pero una que incluía elementos peculiarmente jesuitas. Junto a los temas característicos de la defensa criolla de la patria y sus habitantes (los que, en muchos casos, compartían una afinidad temática con las corografías peninsulares), encontramos en Ovalle rasgos de la estética y la ciencia propiamente jesuitas, como cierta preferencia por las representaciones emblemáticas, o un interés por la lectura moralizante de las maravillas y las singularidades de la naturaleza, antes que una descripción de su regularidad (Ashworth Jr. “Catholicism and Early Modern Science”; Findlen 33, 40, 81, 92-94). Es a estas características de las tradiciones criolla y jesuita en el texto de Ovalle que ahora volvemos nuestra atención. 3.Ovalle y la descripción de los cuerpos indígenas La descripción de Chile que Ovalle presenta a sus lectores europeos estaba informada por una retórica de alabanza a la patria, según la cual el territorio del ‘reyno’ estaba definido no tan solo por sus características geográficas, sino que además por una serie de valores comunes a otras historias regionales, ya fuesen peninsulares o americanas. Las historias locales y municipales, cuya producción alcanzó un peak en España precisamente en los años en que Ovalle trabajaba en su Histórica relación, buscaban, entre otras cosas, dotar a las ciudades y localidades que las habían encargado con una historia datable desde la Antigüedad, resaltar la cristiandad de la ciudad y sus continuos servicios a la Corona, y mostrarla como una polis ideal, rodeada por una rica naturaleza y abastecida por una fértil campiña (Kagan 89). Todos estos objetivos se aprecian en la Histórica relación. Citando ampliamente la autoritativa Historia natural y moral de las Indias de su predecesor jesuita José de Acosta, Ovalle señalaba que la antigüedad de Chile debía considerarse no a partir de la llegada de los primeros españoles, sino a partir de los orígenes de sus habitantes indígenas. Según Acosta, después del Diluvio Universal, los primeros pobladores de 3 En su lectura de Brading, Jorge Cañizares-Esguerra ha reemplazado el término retórica patriótica por el de epistemología patriótica (How to Write 206). Aquí, sin embargo, utilizaré el término acuñado por Brading, dado que textos como el de Ovalle carecen de las preocupaciones propiamente epistemológicas que sí exhiben otros libros jesuitas, como la Historia natural y moral de las Indias, de José de Acosta o la Historia del Nuevo Mundo, de Bernabé Cobo. 13 ■ Taller de Letras N° 47: 9-27, 2010 América habrían arribado al continente tras una larga migración desde Asia, cruzando un puente terrestre natural que Acosta especulaba se encontraba en el extremo norte de América, uniendo los dos continentes (Acosta 109110). Ovalle acepta esta teoría, que resume en su libro para señalar el origen de los indígenas chilenos (79-81). Los indígenas americanos no solo poseían una historia que se remitía a los tiempos bíblicos; también habían producido imperios nobles y poderosos, como el Inca. Pero ni con todo su poderío militar habían sido capaces los incas de someter a los indígenas chilenos, quienes, según Ovalle, derrotaron un ejército de 50.000 soldados profesionales incas, un hecho sin precedentes en la historia precolombina (Ovalle 84-85). De forma aún más sorprendente, aunque los españoles habían sido capaces de conquistar rápidamente casi todos los territorios americanos, incluyendo a los imperios azteca e inca, habían sido incapaces de dominar a los indómitos mapuches (83). Estas proezas guerreras eran un certificado de nobleza para los mapuches. Así como en España las familias más nobles del reino podían trazar sus derechos nobiliarios hasta alguna hazaña militar de sus fundadores durante la Reconquista, las hazañas de los mapuches en el campo de batalla les habían dado el derecho a un reclamo de nobleza similar. Por esta razón, para Ovalle, los mapuches eran “los valerosos Cantabros de la America, que assi como los de la Europa, merecen el titulo de nobles, por el valor con que se defendieron de sus enemigos” (86). Pero aun cuando Ovalle podía describir a los mapuches como nobles, estos seguían siendo a sus ojos unos bárbaros, que “en sus venganças son notablemente crueles, despedaçando inhumanamente al enemigo cuando le han a las manos, leuantandole en las picas, arrancandole el coraçon, haziendole pedaços, y relamiendose como fieras en su sangre” (88). Esta ambigüedad en la imagen de los indígenas chilenos, presentados simultáneamente por Ovalle como nobles guerreros y como envilecidos salvajes, se explica por el doble origen que Ovalle le atribuía a las características morales de los mapuches. Por un lado, su barbarismo y su violencia desmedida se deberían a un exceso del humor colérico en sus complexiones (Ovalle 88). El humor colérico, o bilis amarilla, era tradicionalmente considerado como cálido y seco y, al menos para algunos tratadistas médicos españoles, una complexión excesivamente seca impedía el uso de todas las facultades racionales del individuo (San Juan 257). En tanto individuos coléricos, los mapuches eran propensos a ataques de ira que oscurecían sus capacidades racionales, llevándolos a ejecutar horribles venganzas sobre sus enemigos. Pero si sus características negativas se debían a un desbalance en los humores del cuerpo indígena, sus atributos positivos, tales como su nobleza, su valor, su fuerza física y su amor por la libertad y la patria se derivaban de la generosa naturaleza de la tierra en que vivían. Citando un tratado perdido del franciscano Gregorio de León, Ovalle insistía en que estos atributos provenían de “la fertilidad de la tierra, que como el dize, y es assi, casi no necessita nada de fuera, a q[ue] añade el nacer y vivir esta gente trayendo debaxo de los pies tanto oro como se cria en ella, y beber continuamente de las aguas, que passan por sus minerales, participando de su buenas, y generosas qualidades”. La benéfica influencia de las estrellas y constelaciones que iluminaban la noche chilena también podían ser la causa de estos positivos rasgos morales (83). ■ 14 Andrés Prieto Maravillas, monstruos y portentos: … Esta ambigüedad entre las afirmaciones de una benévola influencia del ambiente sobre los cuerpos nativos y su descripción como bárbaros crueles e inhumanos no es una característica exclusiva del texto de Ovalle. Como Jorge Cañizares-Esguerra ha demostrado, las tensiones entre la descripción idealizada de América como una tierra cuasi paradisíaca que ejercía una influencia benéfica sobre sus habitantes y la necesidad de describir a los indígenas como una raza flemática que debía ser disciplinada mediante el trabajo, era una constante en los textos escritos por las élites criollas del siglo XVII (Nature, Empire, and Nation 83-84). En la Histórica relación, sin embargo, los cuerpos nativos aparecen dominados no por la pereza resultante de una complexión flemática (como sí es el caso en la mayoría de los textos estudiados por Cañizares-Esguerra), sino más bien por la ira y el afán de venganza derivados de un exceso de humor colérico. Esto no puede sorprendernos. Como miembro de una orden religiosa fuertemente opuesta al servicio personal, Ovalle presentó a los mapuches como formidables enemigos antes que como a una raza floja e indolente que debía ser disciplinada mediante trabajos forzados. Los mapuches descritos por Ovalle eran una raza trabajadora, aun cuando solo fuese en las artes de la guerra, y sus fuertes y robustos cuerpos (cuya descripción está claramente influida por Ercilla, otra de las autoridades frecuentemente citadas por Ovalle) eran testimonio claro de la exigente preparación física a que eran sometidos desde niños (Ovalle 88-89). Los cuerpos indígenas eran así producto de una tierra excepcionalmente rica y fértil, mientras que sus defectos morales se debían a una disposición del temperamento. Una conceptualización como esta tenía claras ventajas para un propagandista de la actividad jesuita como Ovalle. El desbalance humoral de los mapuches que les daba su furibundo carácter podía ser fácilmente corregido, como indicaba ya desde la Antigüedad Galeno, mediante un cambio en sus dietas (183); la aculturación, y no la guerra, a la larga cambiaría las costumbres bárbaras de los indígenas, reteniendo sus más nobles cualidades. 4.La retórica de alabanza a la patria Los beneficios de la naturaleza chilena alcanzaban no solo a los indígenas, sino también a los cuerpos de los colonos europeos, quienes encontraban en Chile un ambiente incluso más adecuado para sus complexiones y estilo de vida que el europeo. El Libro 1 de la Histórica relación tiene, de hecho, el propósito evidente de comparar Chile con Europa, una comparación de la que la colonia emerge en una posición superior a la de la metrópolis. Chile era tan “semejante a Europa, que el que ha viuido entrambas partes, no haze differencia de la vna a la otra, sino en la oposicion de los tiempos de Primauera y Estio, en vna parte, quando es Otoño, y Hibierno [sic] en la otra; tiene propriedades, que verdaderamente la singularizan” (2). El clima temperado, la casi absoluta falta de tormentas eléctricas, granizo u otra clase de mal tiempo severo, hacían la vida cómoda en todas las estaciones. “No es de menos estima otra buena calidad, que tiene este Reyno, y es no hallarse en toda la Tierra biuoras, serpientes, alacranes, escuerços, ni otros animales ponçoñosos, de manera que puede vn hombre en el campo sentarse debaxo de cualquier arbol, y reuolcarse entre las yerbas sin temor de que le pique vna araña” (2). En Chile tampoco se encontraban jaguares, onzas, ni 15 ■ Taller de Letras N° 47: 9-27, 2010 ninguno de los grandes felinos que abundaban en otras regiones de América (2). Ni pulgas ni piojos habían sido vistos en Chile, un hecho sorprendente si se tenía en cuenta lo abundantes que eran estos insectos, así como las tormentas eléctricas y los animales ponzoñosos en la vecina región de Cuyo. Todas estas molestias eran mantenidas a raya por la cordillera de los Andes, cuyos montes “hazen como un fuerte muro, que lo son del Reyno de Chile, la vltima bateria” (3). De acuerdo a Ovalle, en ningún otro lugar de América más que en Chile podrían los europeos sentirse como en el Viejo Mundo. En los trópicos, por ejemplo, el calor y la humedad eran insoportables durante todo el año; en otros lugares, como en Potosí o en los Andes centrales, el clima era demasiado frío. En algunas zonas de América, la temporada de lluvias era durante el verano, en los meses más calurosos. En otras, no se encontraba trigo, aceite o vino, o bien faltaban otras frutas a las que los europeos se hallaban acostumbrados (3). En Chile, en cambio, el colono europeo podía disfrutar cuatro estaciones claramente diferenciadas, como en Europa, así como todas las frutas, verduras y productos característicos de la cocina del Viejo Mundo. Debido a su generosa naturaleza y su clima moderado, Chile aparece en la narrativa de Ovalle como una versión mejorada de Europa, el único lugar en América donde los cuerpos europeos podían hallarse tan bien como en casa. “De aqui se sigue, como aduierten varios autores, y lo muestra la experiencia, la grande semejança, que ay entre los hombres, animales, frutas, y mantenimientos de Chile con los de Europa” (4). De hecho, las únicas personas que podían llegar a necesitar un período de aclimatación en Chile eran aquellos provenientes de las áreas tropicales de América (4). La imagen de Chile que proyecta Ovalle en su Histórica relación es la de una tierra privilegiada, bendecida con un clima y una producción agrícola que aseguraban a los europeos los productos que necesitaban tanto en la vida cotidiana como en el culto divino. Ovalle reitera una y otra vez sus alabanzas a la fertilidad de Chile y a su ventajoso clima, así como a la disposición de la tierra de retribuir con largueza el trabajo y esfuerzo invertidos en ella. Ya se tratase de flores o de cultivos económicamente significativos, la fertilidad del suelo y la bondad del clima producían resultados asombrosos, tanto que “en muchas partes no se distinguen los campos incultos de los sembrados” (5). Incluso aquellos cultivos que usualmente requerían de cuidados especiales se daban en Chile prácticamente sin intervención humana, y de forma tan abundante que tanto al ganado vacuno como al caballar se le dejaba pastar en esos campos (5). Aunque Ovalle reconocía que algunas frutas originarias de México o del Perú no crecían en Chile, “este beneficio . . . [de] toda la vniversidad de arboles, frutas, semillas, plantas, y carnes Europeas corresponde a todo el Reyno [de Chile]” (55) y en tal cantidad que la gente dejaba las puertas de sus huertas abiertas, para que cualquiera pudiese ir y tomar cuanta fruta quisiese (8). La generosidad de la tierra no se limitaba a las abundantes cosechas, sino que se extendía también a sus riquezas minerales, en especial en lo que respecta al oro. Citando una vez más el libro hoy perdido de Gregorio de León, Ovalle declaraba que Chile podía ser llamado sin exageración una “plancha de oro” ■ 16 Andrés Prieto Maravillas, monstruos y portentos: … pues había tantas minas en su territorio, que era inútil siquiera el intentar contarlas todas (36)4. 5.Cómo interpretar un portento Chile es descrito en la Histórica relación como una verdadera cornucopia, como una tierra generosa que ha sido bendecida por Dios, quien la ha distinguido por sobre todos los otros reinos y provincias de América (36). Quizás el mejor ejemplo de esta concepción casi milagrosa que Ovalle sostenía acerca de la fertilidad de la tierra y las bendiciones y mercedes a ella otorgadas por Dios se encuentre en su discusión de una auténtica maravilla: el árbol en forma de crucifijo encontrado en un bosque en Limache. La descripción del árbol es materia del capítulo 23, que cierra el Libro 1. Es la conclusión de una larga descripción de árboles chilenos y funciona, por tanto, como un final ejemplarizador del tema y, a la vez, como un cierre alegórico de la descripción de la naturaleza chilena. Su importancia está realzada por la presencia de un grabado que ilustra la maravilla (véase Figura 1) y por su inclusión en la Tabula geographica, el mapa que Ovalle dedicó a Inocencio X el mismo año de la publicación de la Histórica relación. De acuerdo a Ovalle, el árbol había sido encontrado en 1636 por un indio de servicio que se encontraba en el monte buscando leña. Un español piadoso compró el árbol y construyó una capilla para exhibirlo, donde Ovalle, acompañado por el Obispo de Santiago, pudo examinarlo de cerca. El árbol, a primera vista, parecía completamente artificial. En forma de cruz, sus ramas no crecían de los lados del tronco, sino que daban la impresión de que “artificiosamente se le huuiera encaxado de manera que parecen estos braços de la Cruz hechos aposta de otro leño, y pegados a este tronco” (59). Súper-impuesto sobre esta cruz aparentemente artificial había crecido un bulto de forma humana, “en el qual se ven clara, y distintamente los braços, que aunque vnidos con los de la Cruz se releuan sobre ellos, como si fueran hechos de media talla, el pecho, y costado formados de la misma suerte sobre el tronco, con distincion de las costillas, que casi se pueden contar . . . como si un escultor los hubiera formado” (59). La estructura del árbol parecía violar todos los postulados y principios de la “raçon natural”, y Ovalle se confesaba incapaz de explicar el fenómeno por medios naturales (59)5. 4 La misma afirmación aparece repetida en la Tabula geographica, el mapa de Chile dedicado a Inocencio X. La Tabula no debe ser confundida con el mapa mucho más pequeño que Ovalle incluyó al final de su Histórica relación. La Tabula, además de ser mucho más grande, estaba acompañada por una gran cantidad de texto en latín. El ejemplar que consulté se encuentra encuadernado por error en una de las copias de la primera edición de la Histórica relación custodiadas en la John Carter Brown Library, signatura B646 .O96hS. Para una descripción general de la Tabula y la historia de los dos ejemplares conocidos, véase Lawrence Wroth, “Alonso de Ovalle’s Large Map of Chile, 1646”. 5 La importancia que Ovalle le dio al árbol de Limache (el único objeto natural al que le dedica un capítulo completo) tiene su correspondencia con la milagrosa peña encontrada en Arauco que mostraba con asombrosa exactitud a la Virgen con el Niño, que Ovalle utilizó a modo de conclusión de su descripción de las misiones jesuitas en Arauco. Tal como el árbol, la imagen de la Virgen no era producto del trabajo de artista humano alguno, sino un prodigio de la naturaleza (Ovalle 393). 17 ■ Taller de Letras N° 47: 9-27, 2010 Figura 1: El árbol de Limache, Alonso de Ovalle, Histórica relación. Cortesía del Thomas J. Dodd Research Center de la University of Connecticut. Esta irrupción de la maravilla y lo prodigioso en la obra de Ovalle es una de sus más importantes características. Como han señalado algunos críticos, en la Histórica relación, los portentos son tratados como una manifestación directa de la voluntad divina y funcionan como elementos narrativos que ■ 18 Andrés Prieto Maravillas, monstruos y portentos: … puntúan la historia natural, militar y religiosa de Chile, a la vez que como mecanismos heurísticos que ayudan a comprender la historia y la naturaleza chilenas (Fischer 39, Adorno 196-98). Cuando el Obispo de Santiago vio el árbol de Limache, nos relata Ovalle, “quedó admirado, y consolado de ver, vn tan grande, y nueuo argumento de nuestra fee, que comiença en aquel nueuo mundo a hechar [sic] sus raizes quiere el autor de la naturaleza, que las de los mesmos arboles broten y den testimonios de ella, no ya en jeroglificos, sino en la verdadera representacion de la muerte, y passion de nuestro Redentor, que fue el vnico, y efficaz medio con que ella se planto” (59). Ya que las causas y razones naturales se mostraban insuficientes para explicar las singularidades de los portentos, ellos devenían en claros y evidentes signos (“no en jeroglificos”) de la voluntad divina de incluir a América, y a Chile en particular, dentro de la economía de la salvación. Los portentos, entonces, dejaban de ser objetos adecuados para la investigación racional y se transformaban en emblemas, en signos celebratorios de la aprobación divina del trabajo de los misioneros, signos que representaban literalmente el proceso mediante el cual la fe católica echaba raíces y florecía en Chile. El énfasis en las maravillas, monstruos y otras singularidades de la naturaleza era una característica relativamente común en las historias naturales de la edad moderna temprana6. La interpretación que Ovalle hizo de las maravillas descritas en su libro se encuadra dentro de una tradición hermenéutica que veía en los portentos, prodigios y maravillas signos de lo por venir, tradición que se basaba tanto en la autoridad bíblica como en las tradiciones populares que entendían a lo maravilloso como heraldo del futuro7. Como Mary Baine Campbell ha señalado, la maravilla, en tanto categoría de pensamiento, era entendida en la edad moderna temprana “as a register . . . which embraces surprise, enjoys the excess and alteration which generate it, is constitutively open to the rewriting of the past as well as the future, the making of new worlds” (3). Lo maravilloso, el portento y los monstruos eran todos ejemplos de singularidades capaces de producir asombro, donde las leyes de la naturaleza se suspendían momentáneamente para revelar sentidos diversos a los habituales, abriéndose a lecturas e interpretaciones alegóricas o simbólicas. El portento, entonces, podía ser usado como una herramienta heurística para obtener acceso a un conocimiento trascendente sobre el mundo físico y natural, una aproximación a la filosofía natural a la cual los jesuitas a ambos lados del Atlántico se sentían bastante inclinados (Ashworth 157, Findlen 92). Era precisamente en la contemplación de portentos como el árbol de Limache que el “piadoso letor” de Ovalle podía “admirar la 6 Según Stephen Greenblatt, el asombro en tanto estado sicológico producido por lo maravilloso era una de las piedras angulares del sistema de representación característico de la Edad Media tardía y del Renacimiento, Marvelous Possessions, 19 y 22-23; véase también Caroline Walker Bynum, “Wonder”. La historia más completa de las actitudes culturales e intelectuales hacia la maravilla y el portento desde la Edad Media a la Ilustración es la de Lorraine Daston y Katherine Parker, Wonders and the Order of Nature. Para la imposibilidad de ignorar los portentos en el siglo XVII, véase 219. 7 El versículo bíblico más citado en apoyo a esta interpretación de los prodigios era Juan 4: 48 (“Entonces Jesús les dijo: Si no veis señales y prodigios no creeréis”). Para un excelente análisis de las tradiciones adivinatorias y proféticas populares, en especial respecto de la interpretación de monstruos y otras anomalías, véase Ottavia Niccoli, Prophecy and People in the Italian Renaissance. 19 ■ Taller de Letras N° 47: 9-27, 2010 diuina sabiduria de nuestro Dios, y su altissima prouidencia en los medios, y motiuos, que nos ha dado, avn en las cosas naturales, y insensibles para confirmacion de nuestra fee, y aumento de la piedad, y deuocion de sus fieles” (Histórica relación 60). Los portentos eran un sitio privilegiado de conocimiento, no solo natural, sino principalmente moral y religioso. La descripción realizada por Ovalle de la naturaleza chilena está salpicada de prodigios y eventos excepcionales. Por ejemplo, Ovalle comienza su discusión de los volcanes chilenos señalando una erupción en particular que ocurrió el año de 1640 en las tierras del cacique Aliante. El volcán lanzó rocas ardientes y la explosión fue tan violenta, que a varias leguas de distancia la gente pensó que eran salvas de cañón. Pero esta breve descripción de la erupción volcánica solo intentaba capturar la atención del lector, pues inmediatamente Ovalle anuncia que no tratará de ella en el presente capítulo, sino “en la relacion, que traigo mas adelante de la nueua sugecion con que toda aquella tierra se rindio a nuestro catholico Rey, mouida de estos, y otros prodigios” (15). De manera similar, en el capítulo dedicado a las aves, Ovalle notaba que, aunque las águilas eran un elemento común en el paisaje chileno, las (míticas) águilas imperiales solo habían sido vistas en dos ocasiones: durante la primera expedición española a Chile y “el año de quarenta [1640], quando como veremos adelante, los Araucanos rebeldes rindieron otra vez su indomita ceruiz a su Dios, y a su Rey, interpretando esta por una de las señales, que tuuieron de la Diuina voluntad para tomar la resolucion” (45). Todos estos prodigios, que se encuentran dispersos a lo largo de la descripción de la naturaleza chilena, son presentados simultáneamente al lector en un grabado que acompaña el capítulo dedicado a las paces de Baides, el cual está, a su vez, basado en el panfleto publicado por Ovalle en Madrid en 1642 (véase Figura 2).8 Es precisamente en la lectura que Ovalle hace de estos prodigios donde su retórica de alabanza de la patria se intersecta de manera explícita con la propaganda a favor de los jesuitas chilenos que ya anticipaba el árbol de Limache. 6.Monstruos, estantiguas y parlamentos El parlamento celebrado entre el gobernador Francisco López de Zúñiga, Marqués de Baides, y los líderes de los principales grupos mapuches que luchaban contra los españoles fue presentado por Ovalle al público europeo como el final definitivo de la centenaria guerra por el control del territorio. Del lado español, el parlamento estuvo claramente influido por los jesuitas. En el cortejo del Marqués se encontraban dos miembros de la Compañía, Francisco Vargas, su confesor, y Diego de Rosales, quien actuaba como intérprete pero también como consejero privado de López de Zúñiga (Barros Arana 4: 355-59, Foerster, 182-83). Probablemente debido a esta fuerte influencia jesuita en su entorno, la aproximación de López de Zúñiga a la guerra chilena estaba más cerca de las tesis de la guerra defensiva propuestas 8 Aunque Ovalle sí menciona a los portentos y prodigios en el panfleto publicado en Madrid, no elabora sobre ellos del modo en que lo hace en la Histórica relación. El panfleto, titulado Relación verdadera de las paces que capituló con el araucano rebelado el Marqués de Baides, puede verse en reproducción facsímil en José Bengoa, El tratado de Quilín, 66-78. ■ 20 Andrés Prieto Maravillas, monstruos y portentos: … Figura 2: Portentos que precedieron a las paces de Baides, Alonso de Ovalle, Histórica relación. Cortesía del Thomas J. Dodd Research Center de la University of Connecticut. por Luis de Valdivia que a la estrategia más ofensiva puesta en práctica por Fernández de Córdoba, quien había declarado el fin de la guerra defensiva en 1626. El Marqués de Baides, por su parte, consideraba que la estrategia de ataque frontal desarrollada hasta 1640 había tenido un costo muy alto, 21 ■ Taller de Letras N° 47: 9-27, 2010 tanto en recursos como en vidas. Su insistencia en enviar misioneros para asegurar la paz con los grupos recientemente pacificados en lugar de incrementar la presencia militar en el área lo colocan, al menos en principio, mucho más cerca de las tesis de Valdivia que de la ideología guerrera de sus predecesores en el cargo. Considerando el propósito explícito de publicitar los logros de la Compañía de Jesús en Chile que animaba el programa de publicaciones de Ovalle, no puede sorprendernos su conceptualización de las paces de Baides como el momento climático de la historia de Chile y la culminación de su narrativa histórica. Sin lugar a dudas, la implementación del plan de la guerra defensiva de Luis de Valdivia fue la acción política más importante de los jesuitas chilenos durante la primera mitad del siglo XVII. Ovalle dedicó todo el Libro 7 de su Histórica relación a narrar los esfuerzos de Valdivia por implementar su plan. Las acciones políticas de Valdivia aparecen así en la obra como el nexo entre la historia militar (narrada en los libros 4, 5 y 6) y la historia de la evangelización de Chile, a la cual dedica el Libro 8, con el que termina la Histórica relación. Reforzando esta conexión, Ovalle colocó su relato de las paces de Baides exactamente al final del Libro 7, presentando así las negociaciones entre López de Zúñiga y los líderes mapuches como un retorno a la estrategia de la guerra defensiva, y trasladando metonímicamente su presunto éxito a los jesuitas chilenos. Es difícil imaginar una mejor propaganda política para el procurador chileno en Roma. La centralidad del parlamento en los esfuerzos de Ovalle por promocionar a los jesuitas chilenos puede verse no solo en el hecho de que haya publicado por separado un relato de las paces. Estas negociaciones fueron también incluidas en sendas ilustraciones que decoraban la Tabula geographica, el mapa de Chile dedicado al papa que Ovalle publicó en Roma en 1646. En la esquina superior derecha del mapa, un recuadro muestra al Marqués de Baides y a Antehueno, vocero de los mapuches, negociando. La ilustración trae el elocuente título de “Pax inter Hispanos et Indos”. En el fondo, para que nadie dudara de los métodos que hicieron posible estas conversaciones, un grupo de indígenas es mostrado sacrificando una llama frente a una gran cruz. Para contextualizar adecuadamente el significado de este evento, en la esquina superior izquierda hay otro recuadro del mismo tamaño, mostrando una batalla entre españoles y mapuches, cuyo título en latín reza: “La atroz guerra entre españoles e indios que duró por cien años”. Si en su mapa Ovalle escogió resaltar la importancia de las paces de Baides mediante una representación gráfica del evento mismo, en la Histórica relación prefirió mostrar su trascendencia para la colonia chilena ilustrando no el pacífico encuentro entre los dos líderes, sino los aterrorizadores signos y portentos que precedieron al parlamento. La leyenda al pie de la imagen explica la lógica de esta elección: todos estos prodigios movieron a los mapuches a dar la paz y jurar fidelidad al rey de España. Aunque Ovalle dejó en claro desde un comienzo que esta interpretación de los portentos no era suya, sino que la explicación que habían dado los nativos, su exposición de los prodigios representados en el grabado no constituía intento alguno por refutar la naturaleza supersticiosa de estas explicaciones. Por el contrario, en el texto Ovalle buscaba afirmar más allá de toda duda la realidad de las apariciones. Así, por ejemplo, la aparición de las estantiguas, o ejércitos fantasmales que ■ 22 Andrés Prieto Maravillas, monstruos y portentos: … luchan en el aire, y cuya representación ocupa el tercio superior del grabado, mostrando prominentemente al apóstol Santiago guiando la carga española, era muy probablemente una versión gráfica de un auténtico relato mapuche. Sabemos por otros cronistas que los mapuches observaban cuidadosamente las nubes, en especial durante las tormentas eléctricas, para predecir el resultado de alguna batalla (Rosales 1: 163). Pero Ovalle no menciona esta costumbre como una explicación del portento. En lugar de eso, le recuerda al lector que la aparición de ejércitos fantasmas se encuentra atestiguada en la literatura clásica y que un caso similar puede encontrarse en la Biblia, en el Libro de los Macabeos (Histórica relación 302). Las gigantescas águilas que pueden verse en el fondo del grabado atacando lo que parece ser una aldea indígena ya habían sido descritas antes, en el capítulo dedicado a las aves, y tratadas, por lo tanto, al mismo nivel que otros hechos irrefutables de la naturaleza chilena, al igual que la erupción volcánica. Pero sin duda el portento más importante representado en el grabado y en el texto que lo acompaña es el monstruo que emerge del cráter del volcán en erupción, remontando las aguas del aluvión en el tronco de un árbol. Es, de hecho, la aparición de este monstruo lo que llevó a Ovalle a considerar la erupción del volcán de Aliante como un hecho singular. Como en el caso del árbol de Limache, Ovalle prefirió asignarle un valor espiritual antes que natural a la bestia. Una contemplación piadosa de su cuerpo, “llena de hastas retorcidas la cabeça, dando espantosos bramidos, y lamentables vozes” (303) demostraba que se trataba de la misma bestia descrita por Juan en el Apocalipsis, la que, de acuerdo a los expositores de las Escrituras, representaba a “la Gentilidad, idolatría, y deshonestidad, que tan arraigada está entre estos Indios” (303). El significado del prodigio era claro: Con que parece podemos esperar en la diuina misericordia, se ha llegado ya el tiempo, en que por medio de Predicadores Apostolicos, por quien clama ya este Gentilismo, quiere que sea desterrada a despecho suyo esta bestia, que ha tenido tiranizada a su Dios, y a su Rey esta tierra, y dando vozes por verse desaloxada, y lançada de su antigua possession, abriendo el abismo su boca, la trague y consuma despedaçada entre los dientes de sus furiosas olas, y encendidas corrientes. (303) Claramente, los predicadores apostólicos por quienes clamaba la tierra eran los jesuitas, y los medios por los cuales tanto la paz como la cristiandad se instaurarían en el reino eran las negociaciones conducidas por el gobernador López de Zúñiga y sus consejeros jesuitas. Presagiadas por una constelación de portentos y maravillas, las paces de Baides fueron descritas por Ovalle como el fin de una era, marcada por la guerra y la lucha por someter a los mapuches, y el comienzo de otra, un tiempo donde la predicación pacífica del cristianismo pudiese tener lugar. 7.Conclusión La lectura alegórica de los portentos que precedieron las conversaciones de paz entre Antehueno y López de Zúñiga, lectura análoga a la realizada 23 ■ Taller de Letras N° 47: 9-27, 2010 anteriormente con el árbol de Limache, han sido tradicionalmente considerados por la crítica como un defecto, una muestra de la credulidad de Ovalle, quien ha sido mejor valorado como prosista que como historiador. “Ovalle sobresale más como artista de estilo fácil y brillantes que como historiador”, ha comentado Miguel Ángel Vega. “Como historiador comenta de segunda mano y sin la objetividad y el verismo indispensable”. Su prosa descriptiva, en cambio, sobre todo del paisaje chileno, “logra resultados que la crítica en general ha aplaudido con fervoroso entusiasmo” (103). En su introducción a la única edición moderna de la Histórica relación completa, César Bunster también destaca la sensibilidad estética y las cualidades como paisajista de Ovalle por sobre su calidad como historiador o naturalista9. Más recientemente, José Promis ha señalado que tanto la superioridad de la prosa descriptiva por sobre la precisión histórica como la tendencia a incluir portentos y maravillas “son producto de una mirada distante, enmarcada por la nostalgia y la añoranza, además de un profundo amor a la tierra natal” (194). Según Promis, sería a causa de este “temple de ánimo” que el discurso histórico cede lugar a un registro puramente literario “donde la imaginación es a veces más poderosa y dominante que el simple registro de información sobre hechos ocurridos” (194). Sin embargo, como se ha visto en estas páginas, tanto el interés de Ovalle por los portentos y las maravillas, así como la lectura alegórica de los mismos, que descubre un significado espiritual allí donde las leyes naturales parecen haber sido suspendidas, son parte de una tradición bien definida dentro de la historia y la filosofía naturales de los siglos XVI y XVII, que eran además defendidas por prominentes escritores jesuitas. Tan solo unos años después de la estadía de Ovalle en Roma, el más importante escritor de la orden, Athanasius Kircher, señalaba en su Obeliscus Pamphilii (1650), dedicado a Inocencio X, que, tal como Dios huía de la comprensión del vulgo mediante la utilización de comparaciones y parábolas, deseaba que quien quisiera acceder al verdadero conocimiento investigara los secretos de la naturaleza estudiando sus símbolos y enigmas, para así descubrir los designios divinos encerrados en ellos (cit. en Rowland 16). En el caso de los portentos y maravillas presentadas por Ovalle, su lectura revelaba la explícita aprobación divina al trabajo evangélico desarrollado en Chile por los jesuitas, un trabajo que literalmente daba sus frutos al mismo tiempo que expulsaba al monstruo de la “gentilidad, idolatría y deshonestidad”. Es, precisamente, en la imagen del monstruo vencido, expulsado violentamente por la tierra misma, donde convergen los proyectos políticos y misioneros de los jesuitas chilenos. La tierra que expulsa a los monstruos de su seno y produce árboles y piedras con imágenes piadosas unifica dos discursos diversos, pero no incompatibles, que informan el texto de Ovalle: el interés jesuita por la lectura trascendente de las singularidades y la apropiación de los tópicos de las corografías e historias municipales españolas por la naciente tradición protonacionalista criolla. Ninguno de estos dos discursos entra en forma subrepticia al texto de Ovalle; más bien forman parte de un diseño pensado para promocionar 9 Para 36-37. un resumen de la recepción crítica de la obra en los siglos XIX y XX, véase Fischer, ■ 24 Andrés Prieto Maravillas, monstruos y portentos: … los éxitos y trabajos jesuitas frente a la curia y a la jerarquía de la orden, presente en la VIII Congregación General, y para atraer a los jóvenes jesuitas que quisieran dedicar sus vidas al trabajo en las misiones ultramarinas. En lugar de ser una expresión de credulidad del autor, los milagros, monstruos, maravillas y portentos que puntúan el texto son elementos fundamentales en el armazón retórico de la Histórica relación, permitiéndole a Ovalle la imbricación de la retórica de alabanza de la patria, el discurso naturalista jesuita y la presentación de los éxitos político-militares del gobierno español como parte de la acción jesuita en Chile. A pesar de lo intenso de su actividad propagandística, la misión de Ovalle tuvo relativamente poco éxito. Aun cuando Ovalle logró privilegios y exenciones para los colegios y misiones en Chile, los jesuitas chilenos deberían esperar hasta 1683 para poder constituirse en provincia independiente del Perú. Sin embargo, su descripción de Chile, su clima, flora, fauna y gentes sí consiguió mover a algunos novicios y jóvenes jesuitas italianos a acompañarlo de vuelta a Chile. Cuando Ovalle abandonó Roma el 12 de diciembre de 1646, con él iban Niccolò Mascardi, quien dedicaría su vida a la evangelización de los mapuches, puelches y poyas, y Giuseppe Adamo (Rosso 14, Hanisch 84 y 92), quien como procurador en Roma conseguiría, más de cuarenta años después, la elevación de Chile a provincia independiente. Obras citadas Acosta, José de. Historia natural y moral de las Indias. 1590. Ed. José Alcina Franch. Madrid: Dastin, 2002. Adorno, Rolena. 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