Árabes en Macondo

Anuncio
D O S S I E R
Árabes en Macondo1
Jorge García Usta
1 Publicado por primera vez en la revista Deslinde, 21, Bogotá, Julio – Septiembre de 1997.
2 Como experiencias personales importantes de García Márquez en relación
con lo árabe están su matrimonio con una descendiente de árabes, Mercedes,
hija de Felipe Barcha, un ingeniero egipcio traído por el general Rafael Reyes
para trabajar en algunos proyectos económicos. Una parte de las relaciones
sociales más importante durante la adolescencia del escritor se realizó con las
familias árabes Mattar, Janne, Kusse y Cassij, en Sucre, Sucre, con cuyos hijos
mantenía amistad y asistía a las fiestas de la localidad, citadas con frecuencia en
casas de los árabes.
que provenían, curiosamente, de las tres vertientes principales de la inmigración: sirios, libaneses y palestinos
(Mattar 1982).
No obstante, para estudiar y develar, con mayor precisión, el tema de la presencia árabe en Macondo es necesario descartar la concéntrica ilusión regionalista que
pretende situar, dentro de los parámetros de una crítica
pedestre e ingenua, como único referente real del mundo
ficticio de Macondo, a la localidad de Aracataca, donde
nació el escritor3.
Ya Ernesto Volkening ofreció un viraje extremo a
esta inevitable polémica geográfica sobre las presuntas
bases tangibles de Macondo y, en un acto de lúcida justicia, resaltó, en este aspecto, la importancia de la localidad
de Sucre (Vargas Llosa 1971).
Aunque un gran número de vivencias, ambientes y
anécdotas se generan en el medio pueblerino de Sucre,
Macondo, carece, sin duda, de referencias absolutas y
acotables; no es un mundo cuyas sonoridades y raigambres puedan ser encasilladas en la realidad inmediata. Es
un mundo sostenido por los polivalentes procedimientos
de la ficción, que basado en datos reales y en una concepción de la novela (Vargas Llosa 1971) opera como metáfora continental y como elaboración mítica de la historia.
El Teatro Sucre - el escenario que aparece en Cien años de soledad dotado con
estatuas de leones en su entrada y cuyas películas eran en la realidad real y son
en la ficción literaria reglamentadas, en su aceptabilidad moral, mediante campanadas sacerdotales - era propiedad del comerciante árabe Jorge Mattar. En
su juventud, García Márquez ilustró muchos de los carteles de exhibición de las
películas, que eran ubicados en la plaza principal del pueblo.
3 Esta es la creencia más generalizada y extendida, incluso entre círculos
académicos, nacionales y extranjeros. No es, pues, sólo una expresión de la
superficialidad periodística.
La temprana y primordial presencia de árabes en Macondo -la aldea mítica, el cosmos primigenio, que encarna y simboliza el universo latinoamericano en la narrativa
de García Márquez- observa su prefiguración esencial y
directa tanto en la historia real de América Latina y Colombia, como en la realidad histórica regional asumida
por el escritor Gabriel García Márquez, y en sus propias
y determinantes experiencias personales2.
Nacido en Aracataca, departamento del Magdalena,
a fines de 1920, y trasladado después a Sucre, departamento de Sucre, tanto la infancia como la adolescencia
del futuro escritor - épocas de indudable valor para el
mundo real que constituirá el sedimento múltiple y originario de su mundo narrativo - transcurren en lugares
especialmente poblados o impulsados, en su desarrollo
económico y en su vida social, por inmigrantes árabes
AGUAITA V E I N T I S É I S / D I C I E M B R E
2014
105
Podría, en consecuencia, a manera de ejercicio socioliterario, tomarse, en distintos planos, la relación entre
lo real y lo ficticio, como la suma esencial concreta del
anecdotario trascendido de Aracataca y Sucre, del litoral
caribe, del mundo americano.
Como en todos estos planos de relación, la importancia de la presencia árabe registra un valor sociológico e
histórico similar, presenta similar vigencia y continuidad
sociales, el fenómeno histórico obra y encarna como el
símbolo que aparece en los términos complejos y veraces
de la ficción: eterniza su vigencia.
A diferencia de otros núcleos migratorios, en ambos
pueblos del Caribe colombiano, Aracataca y Sucre, sentó
sus reales la entonces desarrapada y pujante afluencia de
árabes, en sus tres vertientes nacionales básicas: palestinos, en su mayoría, en toda la región del departamento
del Magdalena, especialmente en la zona bananera; y mayoría absoluta de sirios y libaneses en las sabanas y puertos de la región de Sucre (Mattar 1982).
Aunque la presencia árabe es recurrente y diversa en
el curso de la literatura americana, es en Cien años de soledad, donde la expresión moderna de esta literatura describe con mayor maestría y capacidad de conocimiento
histórico, la aparición, la función y las consecuencias vitales de los inmigrantes árabes en la creación del mundo
americano contemporáneo. ¿Qué hacen los árabes en
Macondo? ¿Cuáles son los motivos de su importancia en
este microcosmos universal?
El principio de Macondo es la metáfora del principio
cósmico: la vida original brota de una aldea escueta y remota, al margen de la historia, en las proximidades del río
prehistórico; feliz en su armonía y sosiego patriarcales y
en su comunitarismo primario, aislada de todo contacto
externo, soporífera y, sin embargo, aventurera, habitando
el larvado, estancado y fascinante tiempo del mito4 (Usta
1985). Entonces es cuando se produce la primera y gran
relación de los pobladores de esa edad y tiempo originales con “los primeros árabes”, que serán, también, los
primeros forasteros en llegar hasta el remoto Macondo y
en quedarse allí para siempre.
Las gentes que llegaron con Ursula divulgaron la buena calidad de su suelo y su posición privilegiada con
4 Ver los trabajos de Arthur J. Eaves “Tiempo y significación en Cien años
de soledad”, de Teresa Méndez Faith, “Aracataca revisitada: génesis y
significación de Macondo” y de Allen Smith Jr. “Génesis y revelación de
Macondo” en “El punto de mira Gabriel García Márquez”. En Hernández
(1985).
106
AGUAITA V E I N T I S É I S / D I C I E M B R E 2 0 1 4
respecto a la ciénaga, de modo que la escueta aldea
de otro tiempo se convirtió muy pronto en un pueblo activo, con tiendas y talleres de artesanía y una
ruta de comercio permanente por donde llegaron los
primeros árabes de pantuflas y argollas en las orejas,
cambiando collares de vidrio por guacamayas (García
Márquez 1985: 8).
Como directa consecuencia de la expansión del comercio y la transformación de la antigua aldea5, el primer
hotel que se abre en Macondo, el hotel de Jacob, es propiedad de un árabe, de los primeros que llegaron haciendo
cambalache de chucherías por guacamayas” (51). Y es en
este hotel donde, precisamente, se hospedará don Apolinar Moscote, el personaje investido de funciones oficiales
como corregidor, símbolo de la aparición del Estado y el
orden legal en Macondo, que seguía siendo un pueblo feliz, y, según la rotunda y simplificadora expresión de José
Arcadio Buendía, sin “nada que corregir” ( 51).
Según el orden cronológico y primordial propuesto
en la explicación de este mundo, tanto los aventureros
mestizos comandados por José Arcadio Buendía, como
los comerciantes árabes ambulantes con presencias sociales anteriores al Estado, cuya primera manifestación
de vida y autoridad sólo aparece cuando el universo de
la convivencia ha sido fundado: las casas construidas, el
pueblo organizado, el comercio iniciado, hay un mundo
edificado, basado en la construcción y la producción materiales y en la aplicación del sentido común y los valores
ancestrales a las relaciones entre los hombres, en medio
de la total ausencia de la coerción, la ley escrita, la imposición armada.
Los datos que alientan la escritura de la ficción se
sustentan en numerosos elementos históricos de la vida
en el Caribe.
Hay que comenzar por señalar que, en su mayoría,
la llegada abrupta, desordenada, pero febril, de los árabes a los países del Caribe (Colombia, Cuba, Brasil, Haití,
República Dominicana, Trinidad y Tobago) puede ubicarse a finales del siglo XIX, cuando apenas comienzan
a aclararse, en muchos de estos países, los lineamientos
de su territorialidad, su autonomía y su viabilidad histórica como estados, y se vive en muchas de sus regiones
5 La presencia de los comerciantes árabes en los pueblos costeños significó
la aparición, también, de hoteles. Caso especial a este respecto lo constituye la
población de Lorica, una de las ciudades costeñas de mayor influencia árabe,
al extremo de que el escritor David Sánchez Juliao la describió como “Lorica
Saudita”.
interiores, una especie de autodeterminación paradisíaca,
similar a la propuesta histórica planteada en la novela.
En todos estos países, la actividad fundamental de
los árabes es el comercio, que atraviesa a lo largo del proceso migratorio y su inserción en las sociedades locales,
por varias y singulares etapas (Hajjar 1985).
La ficción garciamarqueana tiene, una vez más, razón
histórica. La migración árabe tiene lugar en momentos
en que el país inicia el proceso de su definición administrativa, en medio de las incertidumbres generalizadas
provocadas por la sucesión de guerras civiles, de batallas
perdidas, de generales coléricos y solitarios (García Usta
1984: 15)
Serían la propia estructura geográfica, esa especie de
imprevisible designio histórico impuesto desde el alba de
la Colonia, el curso y extensión del río Magdalena como
medio de articulación interior de un país dilatado por sus
sistemas montañosos (Ocampo 1987), los factores que
indujeron a los árabes a poblar, en masa y de entrada,
los puertos marítimos más notables de la costa Atlántica
como Barranquilla y Cartagena, que sirvieron, después,
como ejes del proceso de apertura comercial y colonización hacia el interior de la región costera y hacia el Alto
Magdalena hasta llegar a las ciudades del interior del país
(García Usta 1984).
Este proceso conducirá a la presencia y participación
activas de los árabes en la fundación, poblamiento, bautizo y desarrollo de algunos pueblos del litoral caribe.
Un caso representativo lo constituye la fundación de
Montelíbano, en 1907, un fenómeno que reúne las fuerzas
sociales y regionales, destacadas en el proceso de colonización, en esa fundación cotidiana, mágica e histórica del
país. Montelíbano es fundado por un grupo conformado
por el sirio Salomón Bitar, el antioqueño José Antonio
Trespalacios y los colonos Anastasio Sierra, su mujer Rosalía y su hermano Antonio. El pueblo recibió el nombre
por una tablilla, con el titulo de “Montelíbano” que puso
en la pared de su casa el árabe Neguib Abisambra y con el
cual se sustituyó, por obra y gracia de las nuevas costumbres, el nombre anterior del poblado, que era el nombre
indígena de “Mucha Jagua”: otra poderosa metáfora con
la que la historia sostiene los vuelos, aparentemente desasidos, de la ficción literaria (Negrete 1981).
Cabe mencionar que entre algunas de las casas comerciales de mayor antigüedad de la costa Atlántica están
la de David Dáger, fundada en 1900; la casa Chagui, en
1903 (García Usta 1984); la de Julio Salleg, en 1905; la de
Salim Bechara, en 1906; la de Rumié Hermanos, en 1904
(García Usta 1984); la de Decrán Basmagi, en 1911; la de
Abidaud Hermanos, en 1914.
En otros lugares del país, están las de Chedraui y
Korgi, en el Socorro, en 1983; la de David Aljure, en Girardot, en 1893; la de Chedraui Hermanos, en 1904, en
Bucaramanga (Mattar 1982).
El fenómeno de la presencia árabe en la región costeña se había generalizado tan temprano que, después de
realizar un viaje por toda la región del departamento del
viejo Bolívar, el aventurero escocés Robert Cunninghame
reafirma la extensión e influjo de esta presencia: “Como
suele acontecer en Colombia los propietarios (de tiendas)
eran todos sirios, llamados por los habitantes del país,
“turcos”, un nombre bastante cruel dado a los sirios, y
aquellos que lo concibieron sabían que estaba lleno de
ironía. En Colombia y Venezuela, los sirios parecen haber monopolizado las tiendas. Se encuentran en los villorrios más pequeños. Industriosos e inteligentes, fácilmente eclipsan a los nativos de Colombia como tenderos,
ocupan la misma posición que tienen los bengaleses en
el África Oriental y son como cordialmente mal mirados. Todos estaban al corriente de la suerte cambiante de
la guerra y todos eran partidarios de los aliados” (Cunninghame Graham 1968).
Esta presencia, aunque más extensa en el Caribe colombiano, tiene también especial importancia en muchísimos pueblos del interior del país, especialmente en los
vinculados a la cuenca del río Magdalena. El cuento “Es
mejor que te vayas” del escritor tolimense Eutiquio Leal
presenta un grupo fundacional de presencias, en el que
no falta el turco. En el cuento, un personaje a quien se
pretende forzar a abandonar el pueblo, dice: “Abandonarlo? Este pueblo que ya se ha metido en mi vida y del
que yo mismo soy un poco de arena... Este (pueblo) del
talabartero Jorge Álvarez y del peluquero Nicolás Díaz y
de la fritanguera Pifia Reyes y del bobo Cacao y la loca
Anarosa y del turco Amature...” (Leal 1969).
Cronistas y poetas costeños de principios del siglo
XX no pasarán por alto la existencia del fenómeno
árabe en la región y algunos, como Luis Carlos López,
el “tuerto”, presentan una versión de los árabes, no
exenta de lúcidos apuntes sobre su cultura y su destino
en el trópico. El soneto de López, titulado “Calle de las
Carretas” señala:
AGUAITA V E I N T I S É I S / D I C I E M B R E
2014
107
Locales y locales y locales
de turcos y más turcos...Quién diría
que sin fez y con fines comerciales
se nos volcase allí media Turquía.
Para vender botones con ojales
y ojales sin botones! Y de día
merendar, entre agujas y dedales,
quibbe, pepino, rábano, sandía,
Y en tanto, milenarias, indiscretas
las carretas aun violan esa faja
que ha invadido Estambul y el sol alumbra
Pues no han muerto esas fósiles carretas
cómo viven aun, después de la tinaja,
el lebrillo, el anafe y la totuma.
El soneto de López sobre sus colegas de ocupación
tiene varias virtudes dentro de sus propósitos realistas:
señala la abrumadora presencia comercial árabe; sugiere
la idea de que los árabes migraron el trópico con la idea
de integrarse a este medio ( de allí, el detalle no tan inocente de la ausencia de fez); muestra el estilo sacrificial y
austero de la vida cotidiana de los comerciantes, y, además, la existencia, en ambos pueblos, el colombiano y el
árabe, de inmemoriales símbolos de la subsistencia, ante
la pobreza social y la inclemencia de la naturaleza.
A pesar de la misteriosa presencia del galeón hispánico en la ruta de la travesía fundacional, la idea expresada
por García Márquez en Cien años de soledad sobre el arribo
genesíaco de los árabes a Macondo está sustentada más,
desde luego, en las singularidades del proceso migratorio árabe iniciado en el siglo XIX, que en las notorias,
y casi imperceptibles, influencias arábigas en el proceso
del encuentro de españoles y europeos con las civilizaciones precolombinas de América (Hajjar). Se sabe que una
parte de las abigarradas legiones de Colón- musulmanes
semiconversos - provenía de la zona sur de la península
ibérica, la de mayor influencia árabe; y los pilotos de Pedro Álvarez Cabral, el héroe de la llamada Conquista del
Brasil, eran árabes. Entre los mitos del Centro Náutico de
Sagres, conocido como punto de partida de navegantes,
en el extremo suroccidental de Portugal, cuya existencia
no ha podido ser demostrada por historiadores, se encuentra el uso de cartas marítimas árabes. (Hajjar).
Esas influencias han incidido tangencialmente, sólo
en sectores intelectuales, para la comprensión del mundo
108
AGUAITA V E I N T I S É I S / D I C I E M B R E 2 0 1 4
árabe y sus relaciones con lo americano, que si bien estimularon una mirada de ensueño hacia los antepasados
míticos que aparecieron en las expediciones de Colón,
no suavizaron el desdén desaconsejable hacia los ásperos
vendedores ambulantes que a fines del siglo XIX contribuyeron a expandir como nadie las fronteras del mercado
interno en la costa Atlántica colombiana.
Por supuesto, desde antes hay referencias, en Suramérica, sobre la presencia árabe. En 1616, llegó a Brasil,
el padre Elías Al Mussuli Al Kadani, procedente de Bagdad, para visitar varios países americanos. En 1808, se
advierte en Brasil la presencia insular, pero importante,
de un árabe, Antun Elías Lupos, proveniente del Líbano,
convertido en un gran propietario de tierras en Prainha
y de un negocio de carne de carnero en Ponta do Caju
(Hajjar).
El comerciante e intelectual libanés, residenciado en
Colombia, Antonio Chediac, proporciona el dato de la
presencia del padre Elías, de la familia Ammour, quien,
según Chediac, llegó a Cartagena en 1675 y estuvo allí
durante 40 días en el viaje que realizó durante varios años
por América.
Estas trashumancias impredecibles aparecen asociadas a fenómenos que, como en el caso de la presencia del
gaucho argentino, son de vital valor para diversos procesos socio-nacionales. En 1847, Domingo F. Sarmiento
afirma que: “Es el gaucho argentino un árabe que vive,
come y duerme a caballo. Es un bárbaro en sus costumbres, y, sin embargo, es inteligente, honrado y susceptible
de abrazar con pasión la defensa de una idea”. Sarmiento
sostiene que “de esos gauchos formó San Martín un ejército a la europea” (Peralta).
A pesar de estas vecindades sociales y culturales, es
conveniente precisar que el proceso migratorio de los
árabes que se refleja en Cien años de soledad se inició a mediados del siglo XIX.
La migración no es un proceso torrencial continuo
ni se presenta en forma generalizada hacia toda América,
pero hasta mediados del siglo XX se convierte en la migración más amplia, extendida y de mayores repercusiones en el Macondo real 6.
Tampoco presenta una importancia precisa y simultánea para todos los países; no sucede en ese momento
crucial de forja del país y la nación, de pleno desbroce
geográfico o de estructuración política, ni aparece vinculada a circunstancias de tal trascendencia como en Colombia (antes y durante las guerras civiles que marcan,
sangrientamente, el tránsito de la independencia nacional
hacia el republicanismo y una modernidad maltrecha y
periférica); pero configura en todas las naciones donde
ocurre, un hecho histórico de especial interés para la evolución social, con derivaciones diversas y proyecciones
futuras trascendentales.
Hay que precisar, en el caso colombiano, contra lo
que se venía creyendo en algunos círculos de investigación, la presencia de árabes en la década y la década
del 80 del siglo XIX y la importancia económica de los
6 La escogencia de los árabes como una presencia de forasteros significativos
en un acierto histórico de la novelística costeña. Hacia la década de los años
veinte del siglo XX, esta migración es la de mayores incidencia en la vida social
costeña, sin la importancia artística de la migración italiana, pero con el mérito
de liderar el proceso de más profundas consecuencias culturales: el comercio.
comerciantes árabes a fines del mismo siglo, en diversas
ciudades colombianas.
Esta estratégica y abundante presencia de árabes en
el Caribe americano, aparece a manera de una escueta referencia periodística en la trama de “Crónica de una muerte
anunciada”, pero con una clara y comprensible inexactitud
cronológica sobre la época del asentamiento de los árabes en la región.
El novelista escribe que “los árabes constituían una
comunidad de inmigrantes pacíficos que se establecieron
a principios del siglo en los pueblos del Caribe, aun en
los más remotos y pobres, y allí se quedaron vendiendo
trapos de colorines y baratijas de feria. Eran unidos, laboriosos y católicos. Se casaban entre ellos, importaban su
trigo, criaban corderos en los patios y cultivaban el orégano y la berenjena, y su única pasión tormentosa eran
los juegos de barajas. Los mayores siguieron hablando
el árabe rural que trajeron de su tierra, y lo conservaron
intacto en familia, hasta la segunda generación, pero los
de la tercera generación, con la excepción de Santiago
Nassar, les oían a sus padres en árabe y les contestaban
en castellano” (García Márquez 1981).
En realidad, los árabes llegaron al Caribe antes del
siglo XX, como ya lo anotamos en el caso del Caribe
colombiano. En Honduras, la inmigración se inició en la
última década del siglo XIX, conformada por palestinos
oriundos de las ciudades de Belén y Betjala, y eran casi
todos cristianos, católicos u ortodoxos. Se establecieron
como comerciantes en Tegucigalpa, San Pedro Sula, El
Progreso, y a lo largo de la costa norte, en Ceiba, Trujillo
y Cortés (Sakalha Elía1989).
En sus inicios, la migración árabe se dirige predominantemente hacia Brasil y Argentina, por entonces las
dos naciones de mayor desarrollo económico en el continente latinoamericano y el Caribe. En 1784, llegaron a
Brasil, procedentes de Belén, Palestina, los hermanos Zacarías, de ocupación comerciantes. Se instalaron en Río
de Janeiro, en donde se dedicaron al comercio de productos artesanales religiosos. A los hermanos Zacarías los
considera la investigación brasileña sobre el tema como
los primeros inmigrantes árabes en Brasil.
La llegada de los árabes a Argentina, aunque menos precisable que la de Brasil hasta la fecha, es igualmente remota. Ibrahim Hellar en su obra “El gaucho,
su originalidad arábiga”, informa que “al conductor de
ganado, aun en España, se le llama chaucho, del árabe
AGUAITA V E I N T I S É I S / D I C I E M B R E
2014
109
Chauch, que tiene idéntica significación, y
significa arrear animales”. El norte argentino
es el punto fuerte de la inmigración que hoy
reúne como colectividad, unos tres millones
de personas, entre las que sobresale el propio
presidente de la república, Carlos Menem,
descendiente de sirios.
En Perú, se ha estimado la presencia de
80 familias árabes, asentadas desde la última
década del siglo XIX en Cuzco y Arequipa.
La preferencia por el sur peruano se explica
por el itinerario del viaje: atravesaron algunos trechos de la cordillera andina a lomo de
bestia. La mayoría de esos inmigrantes siguió
la ruta de Oruro y La Paz, atravesando el territorio boliviano en tren.
A diferencia de la intencionalidad histórica predominante en Cien años de soledad, Crónica
de una muerte anunciada no describe la esencia epopéyica de
la inmigración árabe, fenómeno histórico que es postulado como totalidad protagonista en el mundo de Macondo. Crónica, por la fragmentación histórica elegida, erige
como protagonista a un descendiente árabe, Santiago
Nassar, eje de un delito de honor, típico de la sociedad
patriarcal, común también al mundo y la mentalidad árabes.
En Crónica, los árabes aparecen perfectamente integrados a la sociedad local, en posesión y préstamo mutuo
de valores y costumbres con esta sociedad. Son ya individualizables, personalizables: la ficción registra su proceso
de mestizaje físico y espiritual e inventaría su mundo familiar, en el que sobresale una férrea estructura de poder
que encaja con el modelo original que presenta la sociedad local en su estructura familiar.
En el Macondo mítico, la propuesta novelística sobre
el primer gran contacto entre los comerciantes árabes y la
aldea arcaica coincide con la esencia de la realidad histórica; después de los procesos independentistas en muchas
naciones del Caribe, se asistió a una especie de marasmo
socio-económico que el proceso migratorio enfrenta, y
en muchos casos logra dinamizar.
Cuando los árabes arriban a la costa Atlántica colombiana, la región presenta un considerable atraso; la escasa
población, el régimen del latifundio, el aislamiento geográfico, la tenaza centralista y la paulatina erosión cívica
de las clases señoriales dominantes son algunos de los
110
AGUAITA V E I N T I S É I S / D I C I E M B R E 2 0 1 4
Jorge García Usta con Alberto Abello, editor de su libro sobre los árabes
elementos que podrían explicar la agobiante situación del
litoral que encuentran los árabes al llegar a él en la década
de 1880 (García Usta 1984: 15).
Volviendo a la novela, los primeros cambios en la
aldea primigenia muestran el acceso de Macondo a la noción moderna del tiempo7, al tiempo cronológico entre
los hombres, con la llegada de los árabes:
Emancipado al menos por el momento de la tortura
de la fantasía, José Arcadio Buendía impuso en poco
tiempo un estado de orden y trabajo, dentro del cual
sólo se permitió una licencia: la liberación de los pájaros que desde la época de la fundación alegraban el
tiempo con sus flautas, y la instalación en su lugar de
relojes musicales en todas las casas. Eran unos preciosos relojes de madera labrada que los árabes cambiaban por guacamayas... ( 37).
La presencia de los árabes asegura la relación con
hábitos, productos y formas culturales provenientes de
otras civilizaciones o modelos de vida social; la aparición
del comercio como elemento de disolución o cambio del
viejo mundo patriarcal.
Macondo los acoge, aunque los árabes no traigan
inventos sensacionales, como los de los gitanos, sino
objetos de consumo, indispensables para la subsistencia
social, la revolución de las costumbres y el desarrollo lo7 El truque de abalorios por guacamayas, presentado en la novela como
actividad árabe, es más un aporte imaginativo, de clara estirpe mágico-realista,
que un dato de consistencia real-histórica.
cal. Los árabes no representan lo nuevo-mágico, sino lo
nuevo-real.
Ya vinculados a Macondo como “pueblo activo”, en
ebullición social, los árabes se incorporan al área urbana específica de su dominio, la calle de los Turcos; zona
azarosa de la superviviencia, que al principio de la migración, resulta una especie de bazar gigantesco, dividido en
numerosos bazares individuales, una réplica del mercado
oriental en el trópico.
La calle de los Turcos será el eje de la comunidad
árabe y el epicentro fáctico del mundo de Macondo cuando éste es penetrado y penetra en una dimensión histórica. Allí los árabes siguen conservando sus tradiciones
étnicas y sociales, dentro de un ámbito de pertenencia
comunitaria, en un estadio -el primero de la historia de
la migración- caracterizado por el mantenimiento de una
sociedad familiar cerrada, cuya fisura redentora la constituye el comercio que permite la relación con los otros
grupos sociales; una apertura social paulatina que los irá
insertando en el nervio de la sociedad macondiana.
La narración se referirá a ellos como los árabes o turcos, una definición globalizadora encaminada a registrar
su presencia como colectividad, al margen de la creación
de personajes, acciones y sentimientos concretos, individualizables. La forma, pues, como los árabes se introducen en la historia de Macondo es fundamentalmente
grupal: la autoconciencia de etnia tendrá un reflejo social:
el monopolio del comercio, actividad que les permitirá
una identificación instantánea.
La visión narrativa conserva el sentido de la fidelidad histórica: la mirada del pueblo, como simulacro de la
mirada del cronista omnisciente, no establece diferencias
individuales permanentes entre la comunidad árabe, en
los primeros tiempos de la migración.
Por las peculiaridades locales podría indicarse que la
calle de los Turcos, eje crucial tanto de la intimidad como
de la historia en Macondo, se puede ubicar, en su referencia real, con mayor exactitud, en la localidad de Sucre, ya
que el río que aparece por la periferia macondiana muestra características más semejantes al río Cauca, en Sucre,
en cuyas márgenes silvestres establecieron sus bazares
iniciales los primeros árabes, al llegar allí a principios del
siglo pasado.
La ilusión en El coronel no tiene quien le escriba hacia el
sirio Moisés y la comunidad árabe residente en las inmediaciones del puerto remite a un período histórico mucho
más avanzado en la historia de la migración, que se puede
situar hacia 1950, por la referencia a la nacionalización
del canal de Suez. Además, en términos comparativos, los
espacios ficticios son distintos: Macondo no es el mismo
pueblo del coronel solitario.
Sin embargo, la calle de los Turcos, más que remitir a una zona geográfica concreta, plantea una esencia
sociológica: una realidad universal del Caribe, mediante
la cual los árabes concretaron la necesidad de su supervivencia inicial, su desarrollo económico, su asociación
familiar y personal y su sigilosa pertenencia a un mundo
propio, para enfrentar la paulatina adaptación al mundo
nuevo y desconocido. Con el agrupamiento de las tiendas
establecían además una zona de comercio caracterizada,
identificable: una proyección participativa clara en la sociedad local.
La creación de una zona propia, de un ghetto comercial, no tiene como finalidad la habitación exclusiva de
los árabes en Macondo, ya que involucra también a los
italianos8, y a los apacibles y melancólicos negros antillanos, cuya residencia es marginal como su vida social y sus
creencias.
La comunidad árabe carece, entonces, de héroes.
Configura una entidad totalizada, cuyo ánimo y sentido
de la participación comunal son homogéneos como la
función social que cumple en la sociedad mediana, el comercio, y cuyas relaciones con las otras clases y estratos se
manifiestan igualmente en forma global. Los árabes se relacionan con el resto de la sociedad, como grupo.
En Cien años de soledad este período de la inmigración
árabe no será superado en la singular noción del tiempo de Macondo. Los árabes se han constituido, gracias al
comercio y las actividades anexas, en una especie de clase media de Macondo (Vargas Llosa 1971). Esta versión
de la ficción narrativa contiene grandes semejanzas con
la realidad histórica del Caribe colombiano, donde ocuparon una escala social intermedia entre los hacendados
feudales y las clases populares (campesinos, artesanos,
bogas), antes de su compleja asimilación a los estamentos
de la burguesía.
La fiesta que se organiza en casa de los Buendía para
estrenar la pianola importada desde Italia revela la jerarquización social existente en el pueblo:
8 Los italianos siguen a los árabes como grupo migratorio, en su extensión
por la costa Atlántica, con un notable desarrollo comercial.
AGUAITA V E I N T I S É I S / D I C I E M B R E
2014
111
Entonces empezó la organización de la fiesta. Úrsula
hizo una lista severa de los invitados, en la cual los
únicos escogidos fueron los descendientes de los fundadores, salvo la familia de Pilar Ternera que ya había
tenido otros dos hijos de padres desconocidos. Era en
realidad una selección de clase, sólo que determinada
por sentimientos de amistad... (64).
Los árabes no hacen parte de los escogidos. Su mérito será convertir su calle, la calle de los Turcos, en el
eje de la cotidianidad histórica de Macondo, en el cual
transcurre la mayoría de los hechos personales, familiares
y sociales de trascendencia y valor fijatorio en la memoria
colectiva. Los árabes se han quedado en el pueblo enfrentando todos los riesgos y maravillas, locuras y desastres
del original microcosmos caribeño.
Esta decisión histórica de los inmigrantes árabes convierte a la calle los Turcos en un escenario mixto primordial, inmerso por igual en las dimensiones de la historia y
del mito. La calle de los Turcos aparece, entonces, como
un lugar incorporado, fusionado con la vida totalizada
del pueblo, no únicamente a través de una actividad material como el comercio, sino a través de una dimensión
vital originaria: los sucesos míticos, que caracterizan la
vida del pueblo. Surge aquí una diferencia esencial, en la
visión histórica de la ficción, con los escenarios interiores
creados por forasteros, como ocurre con el campamento
alambrado habitado por los gringos y los altos empleados
de la compañía bananera: un lugar deslindado, separado y
ajeno a la vida de los macondianos.
La calle de los Turcos aparece y reaparece en el texto
narrativo como un escenario primordial. A la muerte de
José Arcadio Buendía, su hiperbólico hilo de sangre «salió por debajo de la puerta, atravesó la sala, salió a la calle, siguió en su curso directo por los andenes disparejos,
descendió escalinatas y subió pretiles, pasó de largo por
la Calle de los Turcos» (110).
El hombre que alcanzó a agredir el vientre de Remedios, La Bella, «se jactó de su audacia y presumió de su
suerte en la Calle de los Turcos, minutos antes de que la
patada de un caballo le destrozara el pecho» (187). Fernanda del Carpio, que interrumpe el encuentro amoroso
de su hija con el amante de ésta, la sacó del cine «sin
decirle una palabra, y la sometió a la vergüenza de llevarla
por la bulliciosa Calle de los Turcos, y la encerró con llave
en el dormitorio» (224).
112
AGUAITA V E I N T I S É I S / D I C I E M B R E 2 0 1 4
Debe señalarse además que los rasgos más exóticos
y deslumbrantes del mundo árabe - muchos de ellos utilizados por la poética modernista para acentuar su reino
de evasión sensorial en la obra literaria - influyen sobre
algunas costumbres y modos de vida de Macondo, de
manera similar a lo que ha ocurrido en la vida de los países americanos.
Durante la época de desaforada prosperidad, la casa
de Aureliano Segundo «adquirió el aspecto equívoco de
una mezquita» (156). «En la película que provoca la ira
de los pobladores de Macondo se había mostrado a un
personaje (que) muerto y sepultado en una película y por
cuya desgracia se derramaron lágrimas de aflicción, apareció vivo y convertido en árabe en la película siguiente»
(179). En el carnaval en el cual intervienen Remedios La
Bella y Fernanda del Carpio participan «forasteros disfrazados de beduinos» (162).
Los detalles de fantasía con el mundo árabe - la suntuosa belleza arquitectónica y el carnaval - son significativos. La arquitectura del Caribe americano ha asimilado
numerosos rasgos, ya como resultado de la presencia de
los constructores de origen andaluz durante la Colonia,
o a través de la influencia reciente de la inmigración ini-
ciada el siglo anterior. Las celosías, los arabescos, los aljibes, los patios con fuentes, el aire de mezquita, están
incorporados a la arquitectura costeña como elementos
que tratan de simbolizar una belleza superior. Casas con
«aires de mezquita» poblaron el centro de Sincelejo cuando los árabes de la localidad comenzaron a comprar las
edificaciones del lugar y a transformarlas, hacia la mitad
del pasado siglo. Casos similares se presentaron en localidades como Lorica, Cereté, Sahagún, Barranquilla, San
Marcos, etc.
Los vestidos y elementos decorativos del mundo árabe han sido de uso frecuente en las fiestas de disfraces
y los carnavales del litoral caribe colombiano. La Batalla
de Flores, acto de los festejos novembrinos en Cartagena, incluyó durante las primeras décadas del siglo XX, la
presencia de una carroza y una comparsa, organizada por
la colectividad árabe y ataviada con elementos arábigos.
A compás con el desarrollo económico parcial y
opresivo que genera la compañía bananera dentro de un
estilo de progreso capitalista que deteriora el ritmo de la
vieja y apacible vida aldeana y trae a Macondo el penoso
rostro de su propio extrañamiento, la novela registra la
evolución sectorial en el comercio de los árabes, pues ya
sus negocios han experimentado un salto de gran significación: no se basan en la venta de «colorines» en « viejos
bazares», sino de «ultramarinos» en luminosos almacenes.
Este salto se funda en la perseverancia comercial de
los árabes, en la impugnación dinámica a la mentalidad
feudal que privilegiaba el linaje de los orígenes o la posesión de la tierra como fuente exclusiva de riqueza y posición social.
En Macondo, los árabes son los solitarios hacedores
del comercio, una actividad fluctuante que ellos asumen
como medio y forma de vida, y a través de la cual se
erigen en testigos de las diferentes edades del progreso
de Macondo, desde la plenitud de la ilusión hasta el derrumbe provocado por la explotación económica de la
compañía y la matanza de los trabajadores, prólogo social
del diluvio bíblico que decreta el inicio del final histórico
del mundo macondiano.
La nueva posición de los árabes que venden «ultramarinos» en «luminosos almacenes», es una etapa siguiente al comercio ambulante descrito en la novela como el
primer contacto del Macondo aldeano con la circulación
mercantil universal9. Pero en Macondo la comunidad árabe permanece - según las pautas de la interpretación histórica que anima y propone la novela - como una colectividad igualitaria, cerrada en sus estructuras familiares,
pero abierta a la peripecia social y la incidencia histórica,
mediante el ejercicio del comercio y la naturaleza comunicativa e integradora de los árabes.
La novela destaca en los árabes uno de sus valores
legendarios: la constancia en el trabajo, que en la ficción
se mezcla con un amor tácito hacia el nuevo mundo histórico. Llegados a Macondo durante los tiempos de la
visión paradisíaca, los árabes permanecerán en el pueblo
hasta el fin de sus días, sin acariciar nunca la idea del éxodo ventajista, de la fuga ocasional. Han asumido la vida
del pueblo como propia: son parte ya de una nuevo ser
histórico en la plenitud de la asimilación cultural10.
Estas dimensiones del espíritu árabe aparecen descritas en la actitud que mantuvo la comunidad árabe ante
los estragos producidos por el diluvio bíblico que cayó
durante «cuatro años, once meses y dos días», como consecuencia de la misteriosa invocación del señor Brown,
de la compañía bananera como recurso final para sofocar
la rebelión obrera (243).
Así, pues, al final del diluvio «Macondo estaba en ruinas.
En los pantanos de las calles quedaban muebles despedazados, es9 La evolución del comercio ambulante al estacionario, en términos generales —descontando los casos excepcionales de las pocas familias árabes que
arribaron a la costa Atlántica en posesión de algunos capitales—, se puede ubicar históricamente en las tres primeras décadas del siglo XX. Sin embargo, la
actividad ambulante seguirá siendo la actividad obligatoria en el inicio de todo
inmigrante, el reto del recién llegado, la prueba de fuego. Los comerciantes
árabes ambulantes constituirán la auténtica vanguardia de la migración en el
proceso de colonización, ampliación del mercado interior costeño y la adaptación definitiva al nuevo mundo.
Sin embargo, cabe anotar que en los treinta primeros años de este siglo, en
las capitales y pueblos de la costa Atlántica, una parte significativa de los inmigrantes labora en el comercio estacionario. Este puede ser de mercancías diversas. O también el comercio especializado, fundamentalmente en la venta de
textiles, que conducirá en los casos de Barranquilla y Cartagena a la aparición
de intentos de industrialización de notables repercusiones para la vida regional.
Para la misma época una minoría de inmigrantes ha conformado la élite empresarial de la comunidad árabe; gobierna empresas importadoras y exportadoras, de navegación y transporte marítimos, en diferentes ciudades y pueblos.
10 García Márquez describe, en consecuencia, a través de motivaciones económicas (el éxodo incierto de los árabes, desde sus naciones de origen, y su
voluntarioso comercio por la región costeña), la aparición de un proceso de
transculturación, que se manifiesta en activos y dobles canales comunicantes:
no sólo asimilan y fusionan a su cultura particular el lenguaje, los valores y
las costumbres del nuevo mundo; también introducen en la población nativa
ciertos valores o contribuyen a reforzar valores tradicionales, especialmente
mediante su obstinación en el trabajo-exigencia básica de la supervivencia de
la masa migrante y en un estoicismo singular que conduce a la capacidad de
esperanza.
AGUAITA V E I N T I S É I S / D I C I E M B R E
2014
113
queletos de animales cubiertos de lirios colorados, últimos recuerdos
de las hordas de advenedizos que se fugaron de Macondo tan atolondradamente como habían llegado».
Son los árabes los que encabezan las iniciativas para
reconstruir a Macondo, al término del impresionante diluvio. Así es narrado este trascendental hecho histórico:
La calle de los Turcos era otra vez la de antes, la de los
tiempos en que los árabes de pantuflas y argollas en las
orejas que recorrían el mundo cambiando guacamayas
por chucherías hallaron en Macondo un buen recodo para descansar de su milenaria condición de gente
trashumante. Al otro lado de la lluvia, la mercancía de
los bazares estaba cayéndose a pedazos, los géneros
abiertos en la puerta estaban veteados de musgo, los
mostradores socavados por el comején y las paredes
carcomidas por la humedad, pero los árabes de la tercera generación estaban sentados en el mismo lugar y
la misma actitud de sus padres y sus abuelos, taciturnos, impávidos, invulnerables al tiempo y al desastre,
tan vivos o tan muertos como estuvieron después de
la peste del insomnio y de las treinta y dos guerras
del coronel Aureliano Buendía. Era tan asombrosa
su fortaleza de ánimo frente a los escombros de las
mesas de juego, los puestos de fritangas, las casetas
de tiro al blanco y el callejón donde se interpretaban
los sueños y se adivinaba el porvenir, que Aureliano
Segundo les preguntó con su informalidad habitual
de qué recursos misteriosos se habían valido para no
naufragar en la tormenta, cómo diablos habían hecho
para no ahogarse, y uno tras otro, de puerta en puerta, le devolvieron una sonrisa ladina, una mirada de
ensueño, y todos le dieron, sin ponerse de acuerdo, la
misma respuesta:
-Nadando». (261).
La valoración axiológica e histórica que presenta en
esta parte la novela sobre la presencia de los árabes en
Macondo reúne elementos de singular trascendencia para
comprender algunas características de su vinculación a
Macondo:
•
aparece una visión diferente del origen de su errancia y de su presencia en Macondo11 (36), referida no
11 La imagen del árabe errante es anterior a la presencia árabe en América. Su
ancestral ejercicio del comercio, sus expediciones de colonización y conquista
(entre las que se destaca, desde luego, la dominación de la península española)
se suman al nuevo proceso migratorio iniciado en 1860 y al drama particular
de la nación palestina para reforzar esta imagen intemporal de la errancia, a
partir de la consideración ficticia de una “milenaria condición”, como aparece
en Cien años de soledad.
114
AGUAITA V E I N T I S É I S / D I C I E M B R E 2 0 1 4
a una circunstancia histórica, sino a una «milenaria
condición».
•
evidencia ciertos elementos anímicos (la actitud
ante la destrucción) que provienen de una cultura
distinta a la cultura aldeana.
•
amplía el sentido de la vinculación histórica de los
árabes a Macondo a través de la doble dimensión
que pauta la vida del pueblo, mítica e histórica (la
peste del insomnio, las guerras civiles).
•
enseña el elemento que simboliza el nuevo estado de
asimilación al mundo de Macondo: el humor, como
derivación de una mirada simplificadora sobre una
realidad, cuya configuración mágica no permite otra
respuesta. La respuesta dada por los árabes a Aureliano Segundo indica el nivel de conocimiento y
fusión con el espíritu macondiano.
La actitud de los árabes frente al desastre padecido
por Macondo es, prácticamente, solitaria, ya que Petra
Cotes es «tal vez el único nativo que tenía corazón de
árabe» (621).
La metaforización de este espíritu de resistencia y
progreso de los árabes, derivado tanto de su cultura milenaria como de su relación con las necesidades históricas
de Macondo, registra numerosos paralelos en la historia
de ciudades y pueblos costeños12 (37).
Al final del tiempo histórico cuando Macondo ha
entrado en el período final de su disolución, se acentúa
el feroz sentido de pertenencia, la dimensión de arraigo
nacida en los árabes, quienes se resisten a abandonar el
12 En el inicio del pasado siglo Julio Dumar y Sabas Sabié, dos árabes, encabezaron en Sahagún, Córdoba, las iniciativas para combatir los incendios, así
como la organización de brigadas de aldeanos, encargadas de vigilar el pueblo
para prevenir los incendios. En 1967, el pavoroso incendio del mercado público de Getsemaní, en Cartagena, se inicio en un almacén de la familia Char,
en el que cobró varias víctimas; esto no impidió la reconstrucción económica
y el protagonismo social futuro de esta familia en Barranquilla y el resto de
la región. El caso más significativo de esta postura comunal, cultural, ante la
adversidad natural o histórica se relaciona con su condición de comerciantes
y en el uso de los ríos más importantes de la costa, como bases del desarrollo
económico y la ampliación del mercado. Durante todo el siglo XX, mientras
construían las redes de un comercio vigoroso, extendido y renovador, los árabes soportaron las inundaciones cíclicas en la cuenca del río Magdalena, al
igual que su indetenible pauperización, así como las inundaciones producidas
por el río Cauca, especialmente en la región de La Mojana, escenario vital de la
adolescencia del escritor, donde dieron impulso a la industria arrocera.
Las calles del comercio en localidades como El Banco, Magdalena, Sucre, Sucre, y Cereté, Córdoba, están situadas a orillas del río y han sido habitadas
sucesivamente por familias árabes dedicadas al comercio desde principios del
pasado siglo. Ellas participaron activamente tanto en el diseño de las defensas
contra el crecimiento del río como en las campañas de recuperación de las
localidades después de los desastres invernales.
pueblo, a pesar de que el propio comercio permanece en
una situación de ruina. La calle que antes reflejó la radiante prosperidad, la ebullición del progreso, muestra ahora
los signos del final.
La antigua Calle de los Turcos era entonces un rincón de abandono, donde los últimos árabes se dejaban
llevar hacia la muerte por la costumbre milenaria de
sentarse en la puerta, aunque hacia muchos años que
habían vendido la última yarda de diagonal, y en las
vitrinas solamente quedaban los maniquíes decapitados» (316).
Con esta imagen se cierra el registro de la presencia
árabe en Macondo. Habituados al ritmo histórico, que
ellos contribuyeron a fundar, se resisten a abandonarlo.
Mueren en la historia, cercados por el mito.
Bibliografía
Cunninghame Graham, Robert (1968). Cartagena y las riberas del
Sinú. Montería: Imprenta Departamental de Córdoba.
García Márquez, Gabriel (1981). Crónica de una muerte anunciada.
Bogotá: Oveja Negra.
García Márquez, Gabriel (1985). Cien años de soledad. Bogotá:
Oveja Negra.
García Usta, Jorge (1984, mayo 20). “La emigración árabe: 100
años en busca de la segunda patria”. El Universal. Cartagena: 15.
García Usta, Jorge (1984, mayo 27). “La emigración árabe:
Historias de muchachos por los puertos de América”. El
Universal. Cartagena: 15.
Hajjar, Claude (1985). «Inmigracao árabe, 100 anos de reflexao». Sao
Paulo: Icone.
Hernández, Ana María ed. (1985). El punto de mira. Madrid:
Pliegos
Leal, Eutiquio (1969). Cambio de Luna. Bogotá: Revista Colombiana.
López, Luis C. Sus versos. Medellín: Bedout.
Mattar, Ahmed (1982). Guía social de la colonia de habla árabe en
Colombia. Barranquilla: Unión Libanesa Cultural Mundial.
Negrete, Víctor (1981). «Montelíbano: pasado y presente». Bogotá:
Fundación del Sinú.
Ocampo, José Antonio (1987). Historia económica de Colombia.
Bogotá: Siglo veintiuno.
Peralta, Santiago. «El pueblo árabe». Recorte de prensa, sin título,
sin fecha.
Sakalha Elía, Juan (1989). “Situación general de los árabes en
América”. Ponencia en Encuentro de Fearab. Trípoli.
Usta, Aura y Dumar, Julio (1985). Entrevistas personales. Sahagún, Córdoba. 14 y 15 de mayo.
AGUAITA V E I N T I S É I S / D I C I E M B R E
2014
115
Descargar