RUBIA BARCIA Y LORCA EN LA REVISTA Nuestra españa

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Rubia Barcia
y lorca en
la revista
Nuestra
España
F a
Junto con Antonio Machado, García
Lorca ha sido tema principal en los
escritos de los intelectuales exiliados de la Guerra Civil. Para la comunidad española en la diáspora, ambos se erigen como símbolo de unas
letras españolas libres y progresistas que murieron por culpa de esa
otra España oscura y tradicionalista.
Cuando tan sólo habían pasado unos
meses del final de la contienda, en
septiembre de 1939, uno de nuestros
más insignes ferrolanos, José Rubia
Barcia, escribió el siguiente artículo que publicaría en el número 2 de
Nuestra España. Esta revista, que vio
la luz en La Habana en octubre de
1939, fue impulsada por Álvaro de
Albornoz y el paisano de Viladriz
(Pontenova), Jesús Vázquez Gayoso.
Constituye una de las primeras cabeceras culturales del exilio español
en América en la que se reunieron
grandes intelectuales «del éxodo y
del llanto», como diría el poeta León
Felipe. Además de José Rubia Barcia
o Jesús Vázquez Gayoso, en ella
colaboraron otros gallegos como
Manuel Millares Vázquez, Ángel
Lázaro Machado, Adolfo Vázquez
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Retrato de Federico García Lorca en 1933.
Ciriaco Párraga.
Humasqué, José Asensio, Gerardo
Álvarez Gallego, Emilio González
López y Augusto Barcia que coincidieron con una soberbia representación de las letras españolas en el
exilio como Manuel Altolaguirre, Luis
Amado Blanco, Roberto Castrovido,
Antonio Sánchez Barbudo, Alejandro
Casona, María Zambrano, Mariano
Ruiz Funes o Concha Méndez, entre
otros muchos.
No es casual que el joven Rubia
Barcia escribiera sobre el poeta
granadino. No sólo conocía la ciudad de Granada por haber estudiado allí la carrera de Filosofía y
Letras, sino que también había entablado amistad con García Lorca,
tal y como reconoce en este texto.
Por ello, es probable que se sintiera
en la obligación de dar a conocer
esta versión de la muerte del poeta granadino que le había llegado a
través de un testigo, según indica
en la introducción.
El asesinato de García Lorca ha sido
objeto de varias investigaciones debido tanto a la notoriedad del poeta como a la confusión que siempre
ha rodeado su muerte. El profesor
irlandés Ian Gibson ha dedicado
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Ana González Neira
ningún caso se
cita el artículo del
profesor
Rubia
Barcia publicado en
Nuestra España.
varios libros a este episodio, si bien
no ha sido el único ya que la historiografía se completa con los trabajos de Eduardo Molina Fajardo,
Miquel Caballero y Pilar Góngora
o Félix Grande. Sin embargo, en
¿Por qué esa ausencia? En primer lugar
porque la mayor
parte de los textos
publicados en las
revistas del exilio
fueron —y todavía
son— desconocidos
para los investigadores. Permanecen
olvidados en archivos, bibliotecas y librerías sin obtener
la difusión que sus
autores desearon.
En segundo lugar
porque los datos
que aporta Rubia
Barcia no encajan
con los ofrecidos
por la historiografía actual. Rubia
Barcia sitúa el hecho en un espacio
(el granadino pueblo de Padul) y
tiempo (mediados de septiembre de
1936) inexactos. Asimismo, ninguno de los nombres de los «beneméritos» coincide con los resultados de
los trabajos publicados hasta ahora
como tampoco el que García Lorca
hubiera sido asesinado solo.
Son varios los puntos discordantes
entre la versión ofrecida por Rubia
Barcia y la que mantiene la historiografía actual. Quizás el ferrolano se dejó llevar por el testimonio
de un guardia civil y decidió así dar
a conocer su versión del asesinato
como homenaje a su amigo García
Lorca. De hecho, a lo largo del relato, introdujo varias estrofas pertenecientes a los poemas «Romance
de la Guardia Civil», «Prendimiento
de Antoñito El Camborio» y «Muerte
de Antoñito el Camborio», todos
ellos incluidos en Romancero gitano.
Otra posibilidad es que estos puntos discordantes fuesen buscados y
que Rubia Barcia haya presentado
con apariencia de real una ficción,
al igual que solía hacer su compañero de exilio, Max Aub.
No obstante, a pesar de estas discrepancias y en un momento en el
que la memoria histórica encabeza
muchas investigaciones, este duro
escrito de Rubia Barcia debe ver la
luz y conseguir la difusión que su
autor hubiera deseado.
Gregorio Marañón, el capitán ferrolano Francisco Iglesias y su amigo Federico García Lorca, en 1929.
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