La Gestapo, Jacques Delaure

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Nunca se había llegado
en la técnica del terror
al punto de crueldad y
eficacia conseguidas por
la Gestapo, el poderoso
instrumento de Hitler.
El autor, antiguo cautivo
de la Gestapo y policía
profesional, nos ofrece
u n testimonio digno del
mayor créditos Su -valor
literario se ha reconocido con los s i g u i e n t e s
galardones: «Prix Littéraire de la Résistance» y
«Prix Aujourd'hui»
8
4 O ptas.
EDITORIAL BRUGUERA, S. A.
BARCELONA - BOGOTA - BUENOS AIRES - MEXICO - RIO DE JANEIRO
IMPRESO
E N ESPAÑA
- PRINTED
IN
SPAIN
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Título original de la obra publicada por la
L I B R A I R I E ARTHÉME F A Y A R D :
HISTOIRE D E LA GESTAPO
Copyright de la presente edición
© J A C Q U E S DELARTJE - 1963
sobre el texto literario
española
¡Cuando oigo pronunciar
cultura, cargo mi revólver!
© ANGETj B A D I A - 1963
sobre la cubierta
la
palabra
HANNS JOHST (dramaturgo nazi)
La verdad está en el intelecto.
Concedidos derechos exclusivos para
todo el mundo de habla española a
EDITORIAL
BRUGUERA,
S. A.
Mora la Nueva, 2-Barcelona (España)
ARISTÓTELES
Traducción al español de
A L F R E D O S A N T I A G O SHAW
edición en Libro Amigo: abril 1966
2.' edición en Libro Amigo: noviembre 1966
Printed in Spain - Impreso en España
Depósito
Legal B 9£52 - 1966
Impreso en los Talleres Gráficos de
E D I T O R I A L B R U G U E R A , S. A.
Mora la Nueva, 2 - Barcelona 1966
N. R. 31.873-1966
LOS NAZIS
SE HACEN DUEÑOS DE ALEMANIA
El 30 de enero de 1933, en el despacho del mariscal
Hindenburg, se había jugado la suerte del mundo para
los próximos quince años. Hitler acababa de asumir el
título de canciller del Reich. A su lado, Von Papen se
erigía en vicecanciller del Reich y comisario del mismo
en Prusia. Antiguo oficial del Estado Mayor, era hombre
de confianza del mariscal y el testaferro de la Liga
agraria alemana que, bajo la presidencia del conde Von
Klackreuth, agrupaba a los grandes propietarios del
Este. Encargado por Hindenburg de «ponerse en contacto con los partidos, a fin de aclarar la situación política y examinar las posibilidades de constituir un nuevo
Gabinete», le había traído a Hitler, mirado por los m á s
perspicaces como el único hombre capaz de poner freno,
con una política de fuerza, a las tendencias socializantes
que se estaban desarrollando. Von Papen era también
el favorito de los militares.
El nuevo ministro del Interior era el doctor Frick, ex
funcionario de policía en Munich, nazi a machamartillo,
que había de conservar el puesto hasta agosto de 1940.
von Blomberg fue nombrado ministro de la Guerra; Von
Neurath, ministro de Asuntos Exteriores; Goering, sin
dejar la presidencia del Reichstag, ministro sin cartera,
y al mismo tiempo encargado de la Aviación y de los
servicios del Ministerio del Interior en Prusia.
Este «ministro sin cartera», el fiel Hermann Goering,
miembro del partido desde 1922, herido gravemente a
raíz del fracasado «putsch» de 1923, iba a jugar un papel
destacado en el curso de las semanas que siguieron a la
conquista del poder. Diputado en el Reichstag tras las
elecciones de mayo de 1928, miembro del Landtag de
Prusia, Goering había frecuentado los medios policiacos
y adquirido, gracias a uno de sus nuevos amigos, el
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comisario Rudolf Diehls, un conocimiento profundo de
la técnica empleada por la policía estatal.
El terror se abatió en seguida sobre Alemania. Adoptó una doble forma. Brutal y sangriento, se manifestaba
especialmente en la represión de los desórdenes y en las
luchas callejeras. Solapado y difuso, se traducía en detenciones arbitrarias a altas horas de la madrugada,
que acababan, a menudo, con una ejecución rápida mediante un pistoletazo o una soga, en el fondo de una
cueva silenciosa.
Desde la tarde del 30 de enero de 1933, las fuerzas
nazis libraron verdaderas batallas con los comunistas.
El 31 de enero, Hitler hizo una declaración por radio.
En un discurso moderado, el nuevo canciller proclamaba su adhesión a los principios tradicionales. La misión del Gobierno era, según dijo, «restablecer la unidad
de espíritu y de voluntad» del pueblo alemán; quería
mantener el cristianismo, proteger la familia, «célula
constitutiva del cuerpo popular y estatal», erigiéndose
así en defensor de los reanimantes valores burgueses.
Este jefe de Gobierno, tan respetuoso de las formas,
obtuvo, el primero de febrero, el decreto de disolución
del Reichstag, aquella disolución que Hindenburg había
¡rehusado a Von Schleicher. Se fijaron las elecciones
para el 5 de marzo. Los nazis operaban siempre en el
marco de la legalidad, pero como la victoria no era
segura, convenía ayudarla por otros medios, y el primero de ellos, la eliminación metódica del adversario. El
2 de febrero, Goering, comisario del Interior, asumió la
dirección de la policía prusiana, en la que hizo una
depuración. Los funcionarios republicanos —identificados y fichados hacía tiempo— fueron liquidados, así
como los que, sin serlo, reaccionaron fríamente ante la
nueva situación. Fueron sustituidos por elementos nazis
de confianza. Centenares de comisarios, inspectores y
agentes uniformados, en total las dos terceras partes
de la fuerza pública, fueron depurados en beneficio de
los nazis procedentes de las S.A. o de las S.S. De este
Cuerpo nazi, encajado a la fuerza en el marco de una
administración tradicional, había de nacer la Gestapo.
Pero como el Landtag de Prusia se opuso a estas
medidas ilegales, el día 4 del mismo mes fue suprimido
a su vez por un decreto «para la protección del pueblo».
El mismo día, otro decreto estableció la prohibición de
reuniones «susceptibles de turbar el orden público», lo
que permitiría impedir reuniones de los partidos de izquierda, dejando el campo libre a los nazis.
El 5 de febrero los Cascos de Acero, los Schupos y los
Camisas Pardas desfilaron, en el curso de una parada
oficial, en Berlín. Con esto se daba estado oficial a las
22
SA. antes que fuese llegada su hora, recordando aquel
acto al famoso «Frente de Harzburg» de los partidos
nacionalistas. Le sucedió una noche sangrienta de incursiones nazis a las salas de reuniones y cafés: frecuentados por los comunistas. Estallaron disturbios en Bochum, Breslau, Leipzig, Stassfurt, Dantzig y Dusseldorf.
Hubo numerosos muertos y heridos. El Gobierno estaba
en manos del triunvirato formado por Hitler, Von Papen
y Hugenberg, ministro de Economía y de Agricultura,
magnate de la Prensa y del cine y jefe de los nacionales
alemanes.
El día 6, una ley de urgencia «para la protección del
pueblo alemán» ató y amordazó a la Prensa y órganos
informativos de la oposición.
A partir del día 9 se puso en movimiento la máquina
policíaca de Goering. Por todo el país se llevaron a cabo
pesquisas en los locales del partido comunista y en los
domicilios de sus dirigentes. Se divulgó la especie de un
descubrimiento de armas, municiones y documentos «demostrativos» de un complot pronto a estallar, y, en particular, de un proyecto para «incendiar los edificios
públicos». Las detenciones se multiplicaban tanto como
los secuestros. Los S.A. torturaban y asesinaban a 'los
oponentes que figuraban en unas listas de las que se
venía hablando hacía años.
El general Ludendorff, antiguo amigo de Hitler, re-'
negó de su^ cómplice de 1923 y escribió a Hindenburg:
«Os prevengo, de la manera más solemne, que este
hombre nefasto va a arrastrar a nuestro país al abismo,
y a nuestra nación a una catástrofe inimaginable. Las
generaciones futuras os maldecirán en vuestra tumba
por haberlo permitido.»
Hindenburg se limitó a transmitir a Hitler las cartas
de Ludendorff.
El día 20, Goering dictó una orden invitando a la policía a hacer uso de las armas contra los manifestantes
de partidos hostiles al Gobierno. En Kaiserslautern, el
anciano canciller Brüning había organizado una reunión,
los nazis atacaron a los asistentes con mazas y pistolas,
causándoles un muerto, tres heridos graves y numerosos heridos leves. El periódico católico Gerrñania, protestó al presidente Hindenburg, pero el «viejo señor»
permaneció silencioso.
El 23, el ministro de Economía de Wurtemberg, el
demócrata Maier, reclamó contra las tentativas destinadas a privar a las provincias de sus derechos. Invitó
a unirse a los alemanes del Sur —ya que en esta parte
los nazis no contaban mayoría en ningún Parlamento—
«para la defensa de la legalidad republicana, de sus
derechos y de su libertad.
23
Al día siguiente, M . Frick dio una significativa respuesta
—El Reich —dijo— hará triunfar su autoridad sobre
los Estados del Sur, e Hitler se mantendrá en el poder
«aunque no obtenga la mayoría el 5 de marzo».
Tal eventualidad haría surgir la conveniencia de proclamar el «Staatsnotzustand», el estado de alarma, y de
suspender una parte de la Constitución «puesto que el
voto de la mayoría, adversa, no podía ser m á s que negativo».
A pesar de su resolución de no abandonar el poder,
del que se habían apoderado con tan malas artes, los
nazis estaban inquietos. La oposición les resistía. La
situación se hacía m á s alarmante a medida que se precipitaban los acontecimientos. El 25, las organizaciones
de choque comunistas, integradas en la Liga «Antifa»,
se pusieron bajo una dirección común para responder
a la ocupación de la casa Karl Liebknecht, efectuada la
víspera. El 26, esta nueva dirección lanzó un llamamiento para «erigir una gran barrera de masas con que defender el partido comunista y los derechos de la clase
obrera», y para «desencadenar un poderoso asalto de
masas y una lucha gigantesca contra la dictadura fascista».
, El único medio de atacar al partido comunista para
impedir que tomara la iniciativa de una «cruzada antifascista», no podía ser más que su aplastamiento legal.
Había que persuadir al país de la realidad del complot,
del «putsch» comunista, lo que permitiría eliminar a los
dirigentes y desacreditar al partido, antes de las elecciones.
Montar un mecanismo de gran envergadura no presentaba la menor dificultad para los nazis. Tenían la
policía de Berlín en sus manos, gracias a la depuración
efectuada por Goering. Treinta m i l «auxiliares» de la
policía, armados y ostentando el brazalete de la cruz
gamada, se habían hecho dueños de la calle. El partido
les pagaba tres marcos diarios. Un decreto de Goering,
fechado el 22 de febrero, había encuadrado en las brigadas, como policías auxiliares, a los miembros de la S.A.
y del «Stalhelm», los Cascos de Acero. Todo estaba
preparado para el estreno de la gran representación.
Los tres timbrazos no se hicieron esperar. El 27 se alzó
el telón sobre el escenario principal de aquel drama.
El 27 de febrero, a eso de las nueve y cuarto de la
noche, un estudiante de Teología, que se dirigía a su
casa por la acera de la Konigsplatz, donde se levantaba
el palacio del Reichstag, oyó el ruido de un cristal que
alguien acababa de romper. Los fragmentos de vidrio
cayeron con estrépito sobre el pavimento. Sorprendido,
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corrió a avisar a la guardia del Parlamento. Inmediatamente se organizó una ronda, la cual se apercibió de una
silueta que corría, propagando fuego a través del inmueble.
Los bomberos y la policía se hallaban pocos instantes después en aquel lugar. El primer coche de policía,
llegado un minuto después que el de los bomberos, lo
ocupaba el teniente Lateit. Acompañado del inspector
Scranowitz y de algunos agentes, recorrió rápidamente
el edificio en busca del incendiario. A todos les sorprendió el número y la dispersión de los focos de aquel
incendio. En el salón de sesiones, les llenó de estupor
un espectáculo extraordinario. Una llama gigantesca se
alzaba derecha hacia el techo. No desprendía nada de
humo y podía medir muy bien un metro de ancho y
varios metros de altura. En la sala no había más foco
que aquél. Era el resultado de un producto incendiaria
muy violento. Sin salir de su sorpresa, empuñaron las.
pistolas y reanudaron sus pesquisas. Así llegaron al salón restaurante, ya transformado en un brasero. Por
todas partes despedían llamas cortinas y alfombras.
En el gran salón Bismarck, situado al sur del edificio, apareció de pronto un individuo, desnudo de medio
cuerpo para arriba, brillante de sudor, de aire extraviado y mirada alucinada. Tan pronto le dieron el alto, levantó los brazos y se dejó registrar sin resistencia. No
llevaba consigo más que algunos papeles grasientos, un
cuchillo y un pasaporte holandés. Scranowitz le echó
una capa sobre los hombros y le condujo a la jefatura
de policía, en Alexanderplatz. Sin dificultad lograron
identificarle: Van der Lubbe (Marinus), holandés, nacido
el 13 de enero de 1909, en Leyde. Obrero parado.
Desde que se supo el incendio, la radio había lanzado
la noticia por las ondas en los siguientes términos:
«Los comunistas han prendido fuego al Reichstag». De
modo que antes de haberse iniciado la encuesta, ya se
sabía que los culpables no podían ser otros que los
comunistas. Aquella misma noche empezó la represión.
Se decretaron en el acto aquellas «leyes de emergencia
del 28 de febrero» adoptadas «para la defensa del pueblo y del Estado» y firmadas por el viejo mariscal.
El partido comunista era el m á s directamente afectado, pero también se prohibió la publicación de los
diarios social-demócratas. Estos decretos de «salud pública» abolieron la mayor parte de las libertades constitucionales: libertad de Prensa, derecho de reunión, inviolabilidad de la correspondencia y del domicilio, habeas corpus. El resultado fue que el pueblo alemán
quedó sometido a la discreción de la policía nazi, facultada para actuar sin restricción y sin responsabilidad,
25
2-LA
GESTAPO
practicar la detención secreta y la detención a perpetuidad sin previa acusación, sin pruebas, sin audiencia, sin
abogado. Ninguna jurisdicción podía oponerse, ni ordenar la puesta en libertad, ni reclamar un nuevo examen
del expediente.
La Gestapo conservaría estas prerrogativas hasta el
fin del régimen.
Aquella misma noche comenzaron las detenciones en
Berlín. «A título preventivo» fueron capturadas, en plena noche, unas 4.500 personas, miembros del partido
-tomunista o de la oposición democrática. Policías, S.A.
y'S.S. se repartieron la tarea, hicieron pesquisas, interrogaron, cargaron camiones enteros de personas sospechosas que, después de su estancia en una cárcel
privada del partido o en una prisión del Estado, pasaban inmediatamente a poblar los primeros campos de
concent-ración, que Goering iba creando para ellos.
Desde las tres de la madrugada, los aeródromos y
puertos quedaron sometidos a un riguroso control, siendo registrados los trenes en los puestos fronterizos. No
era posible salir de Alemania sin autorización. A pesar
de todo, muchos miembros de la oposición consiguieron
huir, pero ya estaba dado el golpe. Se practicaron cinco
mil detenciones en Prusia y 2.000 en Renania.
El primero de marzo, un segundo decreto imponía
sanciones a los actos de «provocación a la lucha armada
contra el Estado» y «provocación a la huelga general».
Porque, precisamente, era la huelga general lo que m á s
temían fos nazis, única arma eficaz de las izquierdas
divididas. El partido comunista estaba decapitado; los
social-demócratas temblaban atemorizados, pero a ú n
quedaban los sindicatos.
Dotados de una enorme fuerza masiva, los sindicatos
habrían podido oponerse a la progresión nazi, paralizando el país con una huelga general.
En Alemania existían tres grupos de sindicatos: la
Confederación General del Trabajo, la m á s poderosa;
la Confederación General de los Trabajadores Independientes, que sumaban 4.500.000 miembros, y, por último,
los Sindicatos Cristianos, que contaban 1.250.000 afiliados. Los sindicatos alemanes poseían los efectivos m á s
fuertes del mundo: el 85 por ciento de los trabajadores
estaban sindicados. No habían olvidado a qué precio
habían pagado la guerra y eran hostiles al militarismo,
el cual entrañaba un nuevo conflicto cuyas consecuencias serían los primeros en soportar.
Esta masa enorme, a pesar de su hostilidad a los
recién llegados, no supo asumir el riesgo de una movilización que habría podido salvarla a ella y a toda Alemania. Lo mismo que la social-democracia, los sindicatos
26
optaron por estar a la espera, con la espalda encorvada.
Esta pasividad recibiría muy pronto su pago.
En medio de aquellos desórdenes, se esperaba el día
del escrutinio. Desde el 30 de enero, los nazis habían
desplegado sobre Alemania las alas del terror, y un torrente de propaganda se iba infiltrando por todas partes, acompañando cada movimiento y cada minuto de la
vida ciudadana.
Para la campaña electoral se habían organizado millares de reuniones. Hitler se multiplicaba "de una manera casi increíble, saltando de una localidad a otra,
apareciendo el tiempo justo para galvanizar a la muchedumbre con unas frases tan duras como huecas, de
cuyo valor persuasivo sólo él conocía el secreto. Una
gigantesca máquina de propaganda había sido puesta en movimiento por Goebbels, con un refinado sentido
de la estética, del efecto, con una exuberancia de desfiles, de banderas, de pancartas, de marchas heroicas,
que conmovían a aquellos pobres diablos, congregados
para oír al nuevo Mesías. En aquel entonces había más
de siete millones de parados en Alemania, lo cual significaba que más de un trabajador, de cada tres, teñía
que ser socorrido (pobremente) por la Wohlfarsamt o
asistencia pública.
El 5 de marzo hubo votación en toda Alemania. No
hubo m á s que un once por ciento de abstenciones, porcentaje bastante débil en proporción a las elecciones
anteriores.
Los nazis recolectaron 17.164.000 votos, resultado de
su dinamismo, de las miles de presiones ejercidas sobre
los alemanes y también de la gigantesca mentira del
incendio del Reichstag.
Los comunistas, cuyo aplastamiento se esperaba, se
comportaron mejor de lo que era de suponer. No obstante, la feroz represión de que eran objeto, la falta de
jefes —obligados a huir o encerrados en las cárceles—
y la supresión de sus periódicos, h a b í a n reunido
4.750.000 votos y conservaban 81 escaños. El nuevo Reichstag se componía, pues, de 288 diputados nacionalsocialistas, 118 socialistas, 70 diputados del centro, 52 nacionales alemanes, 28 populistas bávaros y grupos afines,
y 81 comunistas. Los socialistas obtuvieron cerca de
siete millones de votos. Los nazis, no habiendo logrado
más que el 43'9 por ciento de los sufragios, no tenían
mayoría en el Reichstag. Temían que los otros partidos,
coligados contra ellos, llevasen a cabo lo que habían
anunciado antes de las elecciones. Entonces «invitaron»
a los diputados comunistas a no sentarse. Comprendiendo que hacer lo contrario era i r a una muerte segura, ninguno de ellos se presentó.
27
El 21 de marzo, aniversario de la convocatoria del
primer Reichstag por Bismarck en 1871, el nuevo Parlamento fue llamado a la solemne sesión inaugural.
El 22, la primera sesión verdadera del Reichstag se
celebró en Berlín, en la sala de la Opera Kroll, en Tiergarten. Gigantescas banderas con la cruz gamada se habían extendido detrás de la tribuna y el bureau. Los
corredores estaban atestados de patrullas de la S.A. y
de las S.S. Los diputados nazis lucían el uniforme del
partido. El orden nuevo se estaba instaurando en fecha
tan señalada.
La eliminación de los comunistas permitió a los
nazis disponer del 52 por ciento de los votos. N i un
solo diputado elevó la voz para protestar contra aquella
amputación, que entregaba totalmente el poder a los
nazis. La elección de la presidencia no tardó m á s que
unos minutos, por el sistema de «sentados y de pie».
Goering fue elegido presidente por una mayoría de la
que estaban excluidos los socialistas.
El 23, Hitler leyó un discurso-programa totalmente
anodino, y reclamó plenos poderes por cuatro años, recordando que «la mayoría de que dispone el Gobierno
podría dispensarle de pedir esta medida». Aquellos plenos poderes permitían al Gobierno legislar a su antojo
al margen de la Constitución. Sus decretos no necesitarían ni el refrenado del presidente ni la ratificación
del Reichstag. Los mismos poderes le dispensarían también de la ratificación parlamentaria para los tratados
que pudiera concluir con potencias extranjeras. Era tanto como suprimir de un plumazo la democracia parlamentaria y entrar de modo legal en una dictadura.
Hasta el salón de sesiones llegaba el rumor de las
patrullas S.A. concentradas en torno al edificio, lo que
daba a la reunión un fondo sonoro muy inquietante. Se
pasó a la votación. Los socialistas fueron los únicos que
tuvieron el valor de votar en contra. El proyecto fue
aprobado por 441 votos contra 94. Ya no quedaba m á s
que despedir a la Asamblea. El mismo anciano mariscal
estaba desposeído, desde el momento que su firma había
dejado de ser necesaria al pie de los decretos. Los nazis
iban a reinar como únicos señores. En aquel momento
iba a comenzar la verdadera revolución.
con la llamada «Gleichschaltung», la «puesta a l paso
totalitario», la uniformación, es decir, la nazificación total
de Alemania, la sumisión del pueblo y la subordinación
del Estado al partido «todopoderoso», o lo que es lo
mismo, destruir como primera medida todas las organizaciones políticas y hacer desaparecer a sus jefes, asesinándolos, deportándolos u obligándoles a huir.
Los comunistas estaban ya eliminados. E l primero
de abril, Hitler proclamó el boicot de los productos
y establecimientos judíos. Se ejercieron algunas violencias en todas partes contra los israelitas. Hacía tiempo,
uno de los gritos empleados por los nazis para reconocerse era el de «Juda Verrecke!» (¡Que reviente Judas!) El primero de abril, la S.A. y las S.S. invadieron
las calles de Berlín, amotinando a la plebe contra los
judíos, golpeando a los que encontraban, saqueando y
despojando los almacenes hebreos, cuyos propietarios
y empleados fueron molidos a palos y desvalijados. Invadieron los grandes cafés y restaurantes a la caza de
clientes israelitas. Este retorno a los pogroms medievales levantó en el mundo una ola de reprobación.
Aquellas violencias no carecían de motivo en el fondo. «Siempre hay que tener en cuenta la debilidad y la
bestialidad de los hombres», hacía notar Hitler. Esa
manera de explotar los instintos m á s primitivos del
hombre, empleada por el nazismo, había de reflejarse
antes que nada en los sentimientos antisemitas, inseparables ya de aquella ideología. La operación del primero
de abril era también, sobre todo, un medio de desorientar a la opinión: mientras todas las miradas estaban
''fijas en operaciones tan espectaculares, publicóse un
primer decreto que, completado el día 7 por un segundo,
comenzó la centralización de la administración del Reich.
Fueron disueltos los parlamentos de todos los «Lán¿er», a excepción de Prusia. A su vez los «Reichsstatthalter», representantes escogidos por Hitler, fueron investidos de todos los poderes. Esta medida capital aniquilaba las resistencias que se habían manifestado en el
interior de los parlamentos de aquellos países, por ejemo, en Baviera. Estos «lugartenientes del poder» tenían
facultad de destituir a los funcionarios, por el solo
'0 de no pertenecer a la raza aria o no estar cones con la política del partido.
Adoptada esta precaución, una orden firmada por el
Comité de Acción Nacional» del partido decidió la dilución, el 21 de abril, de las 28 federaciones de la
jnfederación General del Trabajo alemana. Sus bienes
leron incautados, sus dirigentes detenidos, y la misma
Suerte corrieron los directores de la agencia de la Banca
_,
Aunque detentaban totalmente el poder, los nazis sabían muy bien que para conservarlo tenían que pegar,
y pegar muy duro, a una oposición de cuya vitalidad
habían sido elocuente prueba las pasadas elecciones. La
futura Gestapo no tardaría en ser empleada.
Había, pues, que poner manos a la obra empezando
28
de los Trabajadores. No se produjo ninguna reacción
por parte de las otras organizaciones sindicales.
Habiendo querido Hitler convertir el primero de mayo
en una «Fiesta Nacional del Trabajo», los dirigentes de
los sindicatos libres —lo poco que quedaba de ellos—,
de dirección socialista o católica, fueron puestos en
«contacto» en tono amable, pero firme. Se les exigía
hacer que participaran sus fuerzas en una manifestación organizada por el partido, con ocasión de esta primera fiesta del nuevo régimen. Se trataba de celebrar
la solidaridad obrera, la unión de los trabajadores
2n la fraternidad nacional. Aauello era un acto social v no
político. Debía ser también la fiesta de la reconciliación.
Se pagarían los jornales igual que en un día de trabajo
normal, y aquellos que acudieran a la manifestación
percibirían una prima por desplazamiento y les sería
servido un almuerzo.
¿Candidez o cobardía? ¿Quién podía decirlo? Los sindicatos aceptaron.
El primero de mayo se había concentrado un millón
de trabajadores en el antiguo campo de maniobras de
Tempelhofer Feld. Hitler pronunció delante de ellos una
bella alocución, exhortando a las masas al trabajo e invocando a Dios. El día siguiente, a las diez de la mañana, destacamentos S.A. y de la policía ocuparon las
sedes de los sindicatos, las casas del pueblo, sus periódicos, sus cooperativas, la Banca de los Trabajadores
y sus sucursales.
La Gestapo, que un decreto firmado por Goering, el
26 de abril, había instituido en Prusia, operaba por primera vez en Berlín bajo este nuevo nombre. Los jefes
sindicales, cuidadosamente fichados y archivados hacía
muchos días, fueron detenidos en sus domicilios o en
los refugios donde se ocultaban. Leipart, jefe de los
sindicatos reformistas, Grossman, Wissel, en total cincuenta y ocho dirigentes sindicalistas, fueron puestos
en un «internado de protección». Los archivos de los
sindicatos, las cuentas bancarias, los fondos de socorro
y pensiones, fueron incautados.
El mismo día, un «Comité de acción para la protección del trabajo alemán», dirigido por el doctor Ley,
se hizo cargo por su propia iniciativa de todos los sindicatos reunidos, que en realidad quedaron bajo la férula del partido y enmarcados en el engranaje de su
propio mecanismo.
De este modo, fueron destruidas sin la menor resistencia varias organizaciones que agrupaban cerca de seis
millones de miembros, y cuyos ingresos anuales ascendían a ciento ochenta y cuatro millones de marcos.
El 4 de mayo, Ley anunció la creación del «Frente
30
del Trabajo», decretando el trabajo obligatorio. Dicho
Frente fue utilizado como gigantesco medio de propaganda, para hacer penetrar la ideología nazi en aquellos
millones de miembros adheridos por la fuerza. El resultado fue una nivelación en las condiciones de vida de
los trabajadores, pero si los grandes programas hitlerianos redujeron el número de obreros parados, fue en
detrimento del salario medio y para mayor lucro de las
5 industrias aliadas con el nazismo.
Eliminados así los sindicatos, acabar con los partidos
"políticos no era m á s que coser y cantar.
Hugenberg, que había ejercido el poder con Hitler
y Von Papen desde el 30 de enero, aportándoles el valioso apoyo de los nacionales alemanes, se espantó de
las medidas tomadas contra los partidos del centro. En
numerosas entidades administrativas, funcionarios miembros de su partido fueron expulsados sin miramientos,
aplicando los nuevos decretos.
Ahora bien: Hugenberg había sido hasta entonces t i tular de dos carteras, Economía y Agricultura. Para
desembarazarse de él, no hubo m á s que concertar unas
protestas en masa contra su política agraria. E l 28 de
¡, junio se vio obligado a dimitir.
El mismo día, el partido populista, el viejo partido
de Stresemann, juzgó más prudente acordar su propia
disolución, siendo imitado el 4 de julio por el partido
del centro, católico. Solo, en medio de aquel desbarajuste, el partido populista bávaro siguió haciendo frente
a las amenazas. Entonces fueron detenidos sus jefes,
entre ellos el príncipe Wrede, oficial de caballería que
había participado en el «putsch» de 1923 al lado de
Hitler, y había estado detenido con él en la prisión de
Landsberg. Este partido no tuvo m á s remedio que ceder
y disolverse a la vez.
El 4 de julio, un decreto suprimió los diputados
social-demócratas del Reichstag y las organizaciones gubernamentales de los «Lánder». Muchos de sus dirigentes se habían refugiado en el extranjero. Los otros estáis ban en prisión o en un campo de internamiento. Los
nazis anunciaron que todos aquellos que no comprendieran las excelencias del nazismo, tenían que i r a
«reeducarse». A partir del 25 de marzo, se abrió el primer establecimiento de esta clase cerca de Stuttgart.
. A l principio no había más que m i l quinientas plazas,
Epero con el tiempo llegó a contar el triple o cuádruple
de pensionistas. Esta clase de establecimientos convirtióse rápidamente en la principal institución de los
i nazis.
fe
fc
El mismo día se publicó una «cadena» de decretos,
31
en total diecinueve. Uno de ellos ponía punto final a
toda discusión:
«El partido nacional-socialista de los trabajadores
alemanes constituye en Alemania el único partido político. Quienquiera que intente mantener la estructura de
otro partido político o constituir un partido político
nuevo, podrá ser sancionado con una pena de trabajos
forzados hasta de tres años, o con pena de seis meses
a tres años de prisión, sin perjuicio de otras sanciones
m á s severas previstas en otros textos legales.»
Sin duda, a muchos alemanes honrados les sorprendió el giro tomado por los acontecimientos. Habían
cometido el error de no acordarse de la advertencia
lanzada por Hitler: «Dondequiera que estemos, no habrá
lugar para otras personas». Sus amigos y sus aliados de
la víspera, los nacionales alemanes, habían tenido tiempo de sobra para meditarlo.
Desde entonces, los nazis se habían convertido en
dueños absolutos de Alemania. Sus «nuevas instituciones» ya podían empezar a funcionar sin ninguna clase
de trabas.
32
2
GOERING SE DIRIGE A LA POLICIA
En la primavera de 1934, sesenta y cinco m i l alemanes habían abandonado su patria. Un año de dictadura
nazi había provocado esta hemorragia, induciendo a millares de hombres y de mujeres, la mayor parte sabios,
artistas, escritores, profesores, a correr los riesgos de
atravesar clandestinamente la frontera para buscar refugio en el extranjero. Huían de la coacción, del miedo,
de un terror insidioso que ya tenía un nombre: la
• Gestapo.
i
Gestapo. Estas tres sílabas bastaban para hacer paílidecer a los m á s valientes, por lo recargadas que estaban ya de misterio y horror. ¿Qué hombre había podido,
pues, producir con sus manos la monstruosa organización que infundía tal espanto? ¿Qué monstruo había
forjado aquel eje de la máquina nazi que iba a causar
veinticinco millones de muertos y a sembrar Europa de
escombros y de cenizas?
Aquel hombre no tenía la apariencia de un monstruo.
Su aspecto orondo y bastante simpático —más que la
mayoría de sus compañeros— le había hecho muy pomlar. El vulgo se había familiarizado con sus maneras,
ira Hermann Goering.
Estudiando la vida de Goering con el retroceso de
los años, acuden a la memoria dos frases de Malraux:
«El nombre no es lo que él oculta, sino lo que hace»,
dice en Les Loyers de l'Altenburg.
' Y en La Condition Humanine, agrega:
«Un hombre es la suma de sus actos, de lo que ha
hecho, de lo que puede hacer.»
Goebbels, Hess, Bormann, Himmler, sin hablar de
'iHitler siempre habían despertado cierta inquietud. Goering, en cambio era un hombre tranquilizador, pero la
opinión de un pensador como Otto Strasser da un son
discordante:
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Cuestionario sobre la introducción al libro La Gestapo de Jacques Delaure
En el trabajo, abstenerse de incluir un contexto histórico; pueden indagarlo pero
únicamente su información. El trabajo tiene que tener mínimo 8 cuartillas y usar cuatro
autores revisados durante el curso
1. Que estructura de poder previa usaron los nazis
2. Que estructura de poder novedoza desarollaron los nazis
3. Que asimetrías utilizaron de manera fundamental y si se baso en un sistema
general de clasificación
4. Comentar algunos casos en los que los nazis llevaron a actuar a otros actores o a
evitar su actuación, en maneras exógenas, es decir ejerciendo el poder y a que tipos
de poder corresponden
5. Describir los contextos institucionales o gubernamentales que facultaron o
dificultaron dicho ejercicio de poder.
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