PARA OTRA VEZ SERÁ Por rené naranjo la obsesión de cobrar venganza. En la película, en cambio, sale como unas pascuas, casi levitando. Así se enamora tan rápida como incomprensiblemente de una chica que conoce en el centro, Victoria (Miranda Bodenhofer), que no habla a causa de un trauma y que se expresa sólo a través de la danza. Centrada en este amor de seres ange- de acogernos en nuestras miserias sin exagerar ni forzar siquiera una mueca. Darín le sube el nivel a “El baile de la Victoria” como lo hizo con tantos filmes antes, pero Trueba –lástima– no le entrega la manija de la película. De esta película, que va a quedar seguramente como una curiosidad, hay que rescatar la forma apasionada con “El baile de la Victoria”, película dispareja de punta a cabo, entra en un forzado camino de voluntad poética que se carga hacia lo mágico, y del que pocas cosas buenas pueden salir. D os años después de su estreno en España y cuando casi no esperábamos verla por acá, llega a Chile esta película basada en la novela homónima de Antonio Skármeta. En su paso por salas españolas, “El baile de la Victoria”, dirigida por Fernando Trueba (“Belle Epoque”) y rodada íntegramente en Santiago de Chile, recibió duros dardos de la mayor parte de la crítica. Sin embargo, contó con pleno respaldo de la industria hispana, ya que consiguió la nominación al Oscar por España y obtuvo nueve nominaciones a los premios Goya. Esto último no es tan extraño. “El baile de la Victoria” es una producción bien armada, hecha con notorios recursos y lla- mativo elenco (incluyendo varios destacados actores chilenos). El problema es que, al mismo tiempo, es una película dispareja de punta a cabo, que nunca encuentra el tono preciso y que deambula entre comedia romántica, thriller y fábula. En realidad, no habría que hablar de “una película” sino al menos de tres. Y donde se equivocaron director y guionistas (entre los cuales estuvo el propio Skármeta) fue en darle preponderancia a la menos interesante de ellas. En esa historia principal, un joven ladronzuelo llamado Ángel Santiago (el argentino Abel Ayala) sale de la cárcel tras dos años de condena y una violación brutal perpetrada por el alcaide de la prisión (Julio Jung). En la novela, y como es lógico, Ángel sale a la calle con licales e improbables, que se mueven a punta de lugares comunes y se dan el gusto de andar a caballo por la plaza de Armas, “El baile de la Victoria” entra en un forzado camino de voluntad poética que se carga hacia lo mágico, y del que pocas cosas buenas pueden salir. Mientras tanto, en la historia paralela que debió ser la principal, un experto ladrón, Nicolás Vergara Grey (el gran Ricardo Darín) sale también de prisión e intenta un camino de redención que engancha con la mejor tradición del cine negro y de más de un policial reciente. Nicolás es un personaje desgarrado, vencido por la vida, al que Darín le da una veracidad apabullante. El actor argentino tiene la rara capacidad de dar nobleza a sus personajes sin jamás dejar de ser él mismo, de ser otro sin traicionarse, que Trueba filma la capital de Chile. El director español se mete en Santiago mucho más que lo que suelen hacerlo los cineastas chilenos, y presenta una ciudad dividida entre ricos y marginales, con buenos chispazos urbanos, donde las huellas de la dictadura son palpables a cada rato. Trueba también incorpora a varios actores y actrices nacionales, y la mayor parte de ellos responde bien. Se luce Catalina Saavedra en sus dos minutos en pantalla, lo mismo que Catalina Guerra y Mariana Loyola y Luis Dubó. Julio Jung y Luis Gnecco responden en sendas escenas clave, en tanto Gloria Munchmeyer sufre a costa de un personaje que es pura caricatura. Para otra vez será. EL BAILE DE LA VICTORIA Dirección: Fernando Trueba REFLEXIONES PARLANTEs L Por Juan Pablo Abalo os variados intereses que han movido la escritura del crítico literario palestino Edward Said (filosofía, política, literatura y música) lograron que fuese admirado a nivel mundial como un versado reconocedor de vínculos “entre disciplinas diferentes y aparentemente dispares”, según escribe el prologuista de este libro, nada menos que el pianista y director de orquesta argentino-israelí Daniel Barenboim. La frecuencia con que desde temprana edad Said asistió a conciertos, además de sus conocimientos musicales, gatillaron en él agudas reflexiones y observaciones sobre la música, la interpretación, la política de los repertorios y las salas de concierto, las relaciones de los intérpretes con la máxima autoridad (el director), el público y sus gustos, las censuras, etc., todo lo cual queda expuesto en estos interesantes, gratos textos que Said ha escrito durante treinta años. Dividido en tres partes (las que suman un total de 44 ensayos), “Música al límite” es un libro tan variado como raramente unitario, tal vez porque los problemas que Said plantea en cada escrito permanecen de uno u otro modo a lo largo de todo el texto. De entre los ensayos del libro, cabe destacar algunos: “Música y feminismo”, uno de los textos más atrayentes del libro, donde Said expone la falta de delineamientos sobre el papel de la mujer “en la producción e interpretación musical” y como esto resulta un dato interesante sobre el feminismo. El dominio, según Said, que los hombres ejercen sobre la música clásica a nivel económico, político y social, obliga a pensar sobre la participación de la mujer en el panorama musical actual. Otro de los ensayos particularmente asertivos en estos tiempos de saturaciones festivaleras es “Pompa y circunstancias”, artículo en el que Said desmenuza los festivales de música más importantes del mundo, desglosando cómo esta instancia, la del festival, ha cambiado a través de la historia para bien y para mal. La enorme atracción que ejerció la figura de Glenn Gould en el crítico palestino se hace manifiesta en este libro en el que varios de los ensayos tratan sobre el pianista. Por ejemplo, en “32 short films about Glenn Gould” (acerca de la película de Francois Girad sobre el pianista canadiense), Said se adentra cariñosamente en su personalidad, abordando asuntos como el rechazo completo “Música al límite” es un libro tan variado como raramente unitario, tal vez porque los problemas que Edward Said plantea en cada escrito permanecen de uno u otro modo a lo largo de todo el texto. que Gould sentía por la moda, así como su amor por la radio y televisión; la riqueza de su repertorio o la particularidad de su ingenio y originalidad, características que parecen haber obsesionado al crítico literario, lo que se nota, para bien, a lo largo del libro. En tanto, “Juego de niños” es un ensayo breve de lectura expedita en el cual Said analiza los escritos del último biógrafo de Mozart –Maynard Solomon- que, dice, acercan a Mozart más como ser humano común y silvestre que como se lo ha presentado una y otra vez: una suerte de rareza sobrehumana. Por último, sumamente recomendable es el ensayo “La importancia de ser infiel a Wagner”, donde Said propone hacerse cargo de Wagner con menos intransigencia e inflexibilidad de la usual, pues tal vez de ese modo su música logre hacer las veces de puente entre naciones, y no al contrario. MÚSICA AL LÍMITE Tres décadas de ensayos y artículos musicales Edward Said Editorial Debate 2010, 428 páginas. "(Los nuevos funcionarios del gobierno de la Alianza) han recibido el buen ejemplo del Presidente, quien, al invocar a Dios con frecuencia, les ha recordado a muchos de ellos, creyentes al fin, el origen y el fin últimos de todas sus acciones. Y en Él han hallado fuerzas". GONZALO ROJAS, "LO MEJOR DE ESTE AÑO" El Mercurio, miércoles 29 de diciembre 2010 20 sabía usted que: …En las playas nudistas hay que llevar la plata en el chorito.