CRIATURAS DEL TEATRO DE BUERO VALLEJO Lic. Virginia de Fonseca * Antonio Buero Vallejo es quizá el dramaturgo de más significación en la actual escena española. Ha sido laureado varias veces con los siguientes premios: Lope de Vega, Amigos de los A1varez Quintero, María Rolland (en tres oportunidades), Nacional de teatro (en dos ocasiones), Crítica de Barcelona y Larra. Si de sus dieciséis piezas conocidas en nuestro medio hubiésemos de escoger las seis mejores, habrían de ubicarse en este orden: Hoy en fiesta, Un soñador para un pueblo, Las Meninas, Aventura en lo gris, El concierto de San Ovidio, la Tejedora de sueños. Su valor particular tienen también Historia de una escalera, Las cartas boca abajo, Casi un cuento de hadas, El tragaluz, Irene o el tesoro. No se ha limitado este autor a cultivar la línea social y realista que le dio su primer premio en el arte teatral con Historia de una escalera. Tiene el mérito de no estar nunca satisfecho con su obra; por ello, sin que haga teatro propiamente experimental, ha ensayado muy diversas posibilidades dramáticas. Dejemos de lado, por ahora, su personal concepto de tragedia; también la disputa sobre si es pesimista u optimista su teatro. Más interesante es la afirmación bueriana que sostiene que el teatro da forroo a un modo de pensar. En efecto, el autor crea unas peripecias con unos personajes que entran en tensión dramática; pero bajo ellas palpita la verdadera acción, aquella con que esas criaturas pretenden resolver el problema de la incomunicación del hombre de nuestros días; aquella con que buscan una respuesta a los múltiples interrogantes que surgen en la complejidad de sus espíritus; aquella en que el hombre se plantea los problemas de su sociedad. El mismo Buero predica: "importa el teatro que interroga". Basados en esto, los críticos dicen que domina el ethos en su teatro. Pensamos nosotros, que si bien todo eso es cierto, Antonio Buero no olvida, primero, que es una artista; luego, que ha de nutrirse de la realidad. Cuando él declara su deuda con Unamuno, nos recuerda el concepto de intrahistoria, el quehacer diario de gentes anónimas que calladamente construyen el mundo. Precisamente, esta calidad de seres que representan al hombre común, a veces sin relieve, y casi nunca con historia conocida, constituyen los personajes de su teatro: ciegos, inquilinos de casas de vecindad, obreros, gentes de clase media, políticos en algunas ocasiones. Hombres y mujeres ni buenos ni malos, con virtudes y defectos como seres de carne y hueso, con esperanzas y fracasos. Así, para trazar un esquema de la arquitectura de sus piezas, encontraremos, primero, el pathos lo que al conmover produce belleza, pero sostenida por el concurso dellogos, la filosofía de la vida que circula por toda la obra, y que conduce, en última instancia, a valorar determinadas actitudes del comportamiento Profesora del Departamento de Estudios Generales. Facultad de Ciencias y Letras. Universidad de Costa Rica. 117 humano: tal el ethos. No se trata, pues, de una obra moralizante, sino de un producto d.e arte en el cual están inmersas las inquietudes del hombre. Es más, puede suceder que los espectadores no siempre estén de acuerdo con la solución que plantea el autor, pero logra el efecto positivo de excitar sus conciencias. Cojamos al azar tres obras de Buero Vallejo y hablemos de sus personajes de mayor significación: La tejedora de sueños, Aventura en lo gris, En la ardiente oscuridad. La primera vez que uno tropieza con La tejedora de $/Leños sufre un impacto terrible por la destrucción del mito. Se basa en la última parte de la Odisea, en la venganza de Ulises contra los pretendientes. Se conserva el ambiente de ltaca, esto es, el espacio físico, los mismos personajes, hasta los mismos nombres; pero la solución de los problemas y el clima espiritual han cambiado por completo. No es ya el amor de Penélope lo que preocupa a Ulises, sino un caso de honra a la manera castellana. lflises: ....• Pero soy el rey de Itaca. Nuestro nombre debe quedar limpio y resplandecIente para el futuro. Nadie sabrá nada de esto. ¿Qué fue de la resignada y fiel Penélope que engaño a sus pretendientes tejiendo de día y destejiendo de noche? ¿Qué ha ocurrido en el alma de la Penélope que confiada esperó veinte años a Ulises? La Penélope de Buero Vallejo es simplemente una mujer; se siente postergada por el hecho de que su marido la haya abandonado para cumplir con su obl~ación de pelear contra Troya por el rapto de Helena. En consecuencia, se siente halagada por el asedio de los pretendientes. La obra es otra guerra en respuesta a la de Troya, causa de todas las desdichas de las mujeres de los jefes aqueos. Troya 30 jefes (viejos o muertos hoy) _ por Helena (hechos pasados) Dos Guerra( [taca __ 30 jóvenes (hijos de los jefes) Por Penélope (hechos presentes) Poco a poco, los pretendientes, más ambiciosos que enamorados, se retiran conforme merman los haberes del palacio regido por Penélope. Cuando se levanta el telón sólo quedan Antínoo, EurÍmaco, Pisandro, Leócrito y Anfino. Este es pobre y huérfano. No tiene reino ni pueblo; pero posee un corazón honrado y generoso. Por él se inclina el corazón de Penélope y el del espectador también. Anfino ama de veras, y por este sentimiento sacrifica hasta la vida. Cuando Penélope le cuenta el engaño del sudario que teje para Laertes, la comprende y le ofrece ayuda contra los otros pretendientes. Ella dice a Anfino: Penélope. Reina, reina ... Llámame por mi nombre. En el fondo soy una mujer sencilla. La reina de Itaca, sí; pero ¿qué es Itaca? Un país mísero y desmembrado. Yo ya no soy nadie, ya no reino. .. ni entre mis esclavas. Ni siquiera ahí dentro cuando tejo a solas conmigo misma. Ella misma se ha desposeído de toda condición que no sea la de ser mujer. Ya puede odiar a Helena causante del destrozo de su hogar; puede envidiarla también porque su hermosura provocó una guerra. Esto es lo que se advierte en las conversaciones con la nodriza Euriclea y finalmente con el mismo Ulises. Euriclea le recuerda que el reino se empobrece; pero Penélope contesta: Penélope. ¿ Y qué? No soy la culpable. Si dumnte años se desangran los ejércitos aqueos, ¿qué importa que aquí caiga la sangre de los rebaños? Si perdemos a nuestros esposos en plena juventud y nos vemos forzadas a quedar al frente de los hogares, tan sólo porque un tonto le robó a otro tonto una cualquiera, ¿a quién hay que inculpar de todas las miserias? ¡Responde! Desde entonces teje sueños, borda sueños: pero por la vida que no ha vivido, debe 118 deshacerlos todas las noches, para conseguirlos definitivamente algún día. Y exclama " ¡Maldita, maldita y destruida por los dioses sea Helena! " A Aldino, con quien siempre es sincera, dice: Penélope. . •••. Helena nos quitó nuestros esposos. Por esa. •• puerca, las mujere honradas hemos quedado viudas, condenadas a hilar y tejer en nuestros frílJ hogares. •• a consumimos de verguenza y de ira por que los hombres • .. razonaron qu había que verter sangre, en una guerra de diez altos, para vengar el honor d un pobre idiota llanuJdo Menelao. Más adelante reconoce, con amargura, que Helena le ganó la partida. Le pretendientes no están en realidad por la mujer; sólo querían un país rico, y para ell había que casar con la reina. "Rivalizan en el saqueo del país para ver quién se acobarda desiste de tomar un reino sin riquezas y una mujer... que envejece". Anfino, alma de poeta, sigue viendo en Penélope la juventud y la belleza; a pesar d los aftos, ella es su hermosa reina. Se acerca el final. Ha regresado el astuto Ulises disfrazado de mendigo. Su mujer y no soñaba con esta vuelta. Anfino es la ilusión; el esposo, la realidad: años, canas, arruga envejecimiento. Ni siquiera pueden guardarse recíprocamente el recuerdo de los espOS( jóvenes, fuertes, y bellos, pues casi no han convivido. Penélope juzga cobarde el proceder de Ulises, pues no se atrevió a presentarse des~ el principio tal cual era entonces: su astucia, su crueldad, sobre todo con Anfino, s hipocresía al hacerse pasar por otro, la alejan del Ulises que ella había soñado en Sl primeros años. Ulises también temía encontrar vieja a su mujer. La censura, además, por hab4 pasado su vida envidiando a Helena, cuando de ella ya no queda nada: está vieja y fea. 11 sido una envidia estéril. Con la muerte de Anfino, el que la hizo sentirse mujer, su alma queda vacía. misl sólo podrá salvar las apariencias, "salvar el prestigio", evitar una segunda Clitemnestra un nuevo Oreste.'l. Penélope, pensando en Anfino, quisiera que los hombres fueran bondadosos, que 11 abandonasen a sus mujeres, que no hubiera t-Ielenas IÚ Ulises y sólo triunfara el amor. Los dioses y su influjo no se sienten en esta obra. Tampoco queda nada del mito. ~ hace visible hasta dónde puede conducir la desolación del alma femeIÚna herida. Sól gravita el problema de la comprensión humana y del entendimiento entre varón y muje Silvano, personaje principal de Aventura en lo gm, sintetiza en sí las condicionl del verdadero patriota. En esta obra, de fuerte acento político, aparece representada tO( la gama social: el tirano, Alejandro; funcionario y miembro de la clase privilegiada, An revolucionario y soñador, Silvano; casta militar, sargento y soldados; miembro del puebl anónimo, víctima de la soldadesca: Isabel; víctima de la demagogia, Carlos; persona ric Georgina; pueblo anónimo, campesino. Los hechos ocurren en Surelia, en un albergue del gobierno, cercano a la frontera « unos quince kilómetros. La acción comienza cuando este país, bajo el gobierno ( Goldmann, acaba de perder la guerra que hacía contra su vecino. El jefe de gobierno y ! secretaria, con los nombres fingidos de Alejandro y Ana, llegan a ese mismo albergue pal escaparse al extranjero. Es, pues, el líder caído. Allí se encuentran con Silvano, profes4 de Historia, expulsado seis meses atrás por el tirano. Poco a poco van llegando los deffii personajes, todos con el propósito de huir a otro país, antes que los capturen los ejércit4 vencede ores. Los diversos diálogos revelan la ruindad del gobierno que acaba de caer, 14 egoísmos y virtudes de cada uno de lo!; personajes en particular, y cómo aún queda al~ sano en el pueblo. 11' Todas las figuras tienen su punto de contacto en Silvano; entre algunas de ellas hay un visible contraste: entre Silvano y Alejandro, sobre todo; entre Georgina y el Campesino. Silvano, profesor de Historia, es el intelectual. En consecuencia, tiene condiciones para revolucionario, y lo es, sólo que no llega al campo de la acción, sino que se queda en el plano ideal. Es un verdadero patriota y muy valiente. A pesar de la debilidad física producida por' los largos días de ayuno en aquel albergue donde sólo hay agua, su fortaleza moral se mantiene intacta. Denuncia las arbitrariedades y engaños del nefasto régimen de Goldmann. Como hombre cultivado, este mostrar los vicios del mal gobierno, viene a veces en forma de sentencias, o envuelto en la ironía, o es resultado de la polémica con otros personajes. Su propósito es que los demás se den cuenta de los abusos del gobierno, de la necesidad de mejorar las instituciones. Con ese procedimiento convence a Ana. Ella, a pesar de ser secretaria y amante de Goldmann, no tenía el alma corrompida; pero necesitaba que la enfrentaran a la realidad. El contraste entre las actitudes de Silvano y Alejandro en aquel albergue la fue ganando para la causa buena. Sólo allí se da cuenta que Alejandro es cruel, egoísta, y además de lujurioso, asesino. Observa que no comparte sus raciones con terceros, a pesar del hambre de todos; que ha depositado fuertes sumas en el extranjero; que es demagogo y que ha dado muerte a Isabel porque no se prestó para saciar su apetito de hombre. Nunca sueña, esto es, no tiene ideales. Es hombre de acción, hombre calculador. Ahora están frente a frente, en igualdad de condiciones, Alejandro y el profesor; éste ha tenido la valentía de declararle al mismo Goldmann, que lo reconoció desde que lo vio en el albergue. Ya no son el amo y el subalterno: son simplemente dos hombres, hasta sin nombre, porque Alejandro ha adoptado uno falso, y el del profesor lo infamó el gobierno. Mientras Alejandro se burla del soñador, Silvano ofrece su teoría del sueño como medio de conocimiento: "Todos soñamos con nuestros inconfesables apetitos y soltamos durante la noche a la fiera que nos posee. .. Nos veríamos tal como somos por dentro y quizá al despertar no podríamos seguir fingiendo. Tendríamos que mejorar a la fuerza". Y si todos soñáramos el mismo sueño, los hombres se entenderían: equivaldría a una coincidencia de ideales. Esa noche, en el albergue, todos sueñan, menos uno, Alejandro. Y todos sueñan lo mismo. Al despertar, aparece muerta Isabel, una muchacha humilde que deja un niño huérfano, el que a su vez era resultado de los abusos de la soldadesca. Silvano se erige en investigador, abogado defensor y juez. Por fin descubre que el criminal es Alejandro. Este episodio policíaco podría convertir la obra en un asunto folletinesco, pero se libra de ello, porque el episodio real coincide con diversos momentos del sueño; porque permite ahondar más en las almas de los personajes. Carlos ha sido hasta allí el protector y acompañante de Isabel. Su apellido Albín es un diminutivo de albo; aplicado a este personaje, resulta toda una ironía, pues es fiel a la causa de Goldmann, ataca a Silvano y se pone a las órdenes del tirano en cuanto sabe quién es; pero también es un ser anormal que padece alucinaciones. Por esta circunstancia se acusa a sí mismo de la muerte de su amiga Isabel. Sin emhar~o, ya se sabe que no fue Carlos Albín el autor del crimen. Allí está la acusación de Silvano: "Sí. Muerta por un hombre sin escrúpulos, acostumbrado a coger a su paso el dinero, el lujo y las mujeres; un engreído, muy seguro de sus dotes de seducción, a pesar del horror de la muchacha por los hombres; un aprovechado que muerde por última vez en la carne de la patria vencida antes de marcharse. Y en definitiva, otro enfenno: un esclavo de su creciente debilidad por las jovencitas, que quizá empieza a ser una obsesión senil. ¡Pero, eso sí, un enfenno muy vital! ¡No un pobre soñador como Carlos, no! Un hombre ... de acción, que nunca sueña... y que obra durante el sueño de los demás. Otro contraste llamativo es el de Georgina y el Campesino. Este trae consigo un 120 zurrón de pan. Todos tienen hambre, pero el hombre no se conmueve, ni siquiera ante el cadáver de Isabel. Sigue conúendo. ¿Egoísmo? Menos que eso; indiferencia. Como consecuencia de la guerra, dos hijos suyos cayeron en el frente de batalla; la mujer y el niño menor perecieron en un bombardeo. La dama rica, Georgina, cree que con su dinero y sus joyas podrá comprar todas las comodidades; pero en las circunstancias en que se encuentran, valen más los mendrugos del campesino. Con ella discute a menudo. Alguna vez le dice. Campesino. jSi, fUted! ¡Hambre! Sin!u coche, ni !u doncella, ni !fU perritO!, ni !U! anillo!. U!ted por quien no!otro! aramo! -y !udamo! de !oi a !ol, tiene ahom hambre. jJa! y ahora que ya no es nada !e atreve a !eguir iMultando. Los soldados enemigos avanzan. Tienen que abandonar el albergue pronto. Todos lo hacen menos Ana y Silvano, porque quieren salvar la vida del pequeño niño de Isabel. De este modo, Silvano ha comenzado a actuar. Aunque fusilan a esta pareja, han cumplido su misión en la vida: denunciar las arbitrariedades del régimen en nombre del pueblo oprinúdo que habla por boca de Silvano, y salvar al niño. No sobreviven Ana y Silvano; quieá ello contentaría a la masa. Sin embargo, el autor no tejía una intriga sentimental. Lleva a sus últimas consecuencias la acción del militarismo. Ignacio y Carlos actúan como protagonista y antagnonista respectivamente. Son los personajes más destacados de En la ardiente o!curidad. Cada uno de ellos representa un modo de ser, una concepción del mundo. Es un colegio para ciegos, regentado por don Pablo, ciego también, y por su esposa doña Pepita, ésta sí, dotada de vista. Hay varios alumnos, varones y mujeres. El propósito del centro, como ello lo llaman, consiste en educar a estas personas de modo que olviden su desgracia y se desenvuelven con la núsma espontaneidad de quienes son dueños de todos sus sentidos. El drama se desenvuelve en un medio intelectual: son estudiantes que hacen agudos razonanúentos. Hay ciencia, arte, deporte y romances entre ellos. Consideran que no existe diferencia alguna entre videntes e invidentes. Y, al menos dentro de la institución, se mueven Con soltura, y sobre todo, con alegría. Pero aparece Ignacio que será todo lo contrario. Su actitud viene deternúnada por su aceptación de la realidad: sabe que es ciego, y por lo tanto, torpe para desplazarse; sabe que los otros ciegos también tienen tropiezos. Se desarrolla entonces su labor destructora. ¿Pero qué es lo que destruye? La famosa moral de acer~ de aquel centro, según la cual esos ilusos viven una falsa alegría, y si acaso, una parodia amorosa. Estos ciegos pupilos de don Pablo son incapaces de enfrentarse a la propia tragedia. Buscan como paliativo de sus males la apariencia: hablan de una alegría, de una seguridad que no poseen, de una igualdad con los videntes que no se da. Contra toda esa farsa se rebela Ignacio, inspirado por su pasión por la verdad. En una de las muchas disputas entre Ismacio V sus compañeros, dice: Carlos. Nue!tro mundo y el de ello! (el de los videntes) e! el mÍlmo. ¿Acmo no edudiamos como ellosr Es que no somos socialmente útiles como ellos? ¿No tenemos también nuestra! dÍltracciones? ¿No nacemos deporte? ¿No amamos, no nos casamos? Ignacio. ¿No vemos? Carlos., ¡No vemos! Pero ellos son mancos, cojos, paralíticos; están enfermos de los nervios, del corazón, o del riñón; se mueren a los veinte añO!! tlP. tuberculosis o los asesinan en las guerras. O se mueren de hambre. Alberto. ~s cierto. Carlos. ¡Claro que es cierto! La desgracia está muy repartida entre los hombres; pero nosotros no fonnamos rancho aparte en el mundo. 121 Ignacio, a diferencia de sus condiscípulos, no se despega del bastón. Este se convierte en un símbolo que expresa cómo la vida, la del ciego sobre todo, dltá sembrada de obstáculos de los cuales hay que tener conciencia. En cambio, la moral de acero del centro que defiende Carlos, es la actitud que deliberadamente ignora lo que puede ser torpiczo; este comportamiento, a la larga, conducirá al fracaso. Ignacio no fue comprendido por sus compañeros, aunque los conquistó su prédica de la verdad. No advirtieron que sentía como propia la desgracia del género humano. Por eso dice a Carlos. Ignacio. El rooyor obstáculo que hay entre tú y yo está en que no me comprende&. ;Los compañeros, y tú con ellos, me interesáis más de lo que crees! Me duele como una mutilación propia vuestra ceguera; ¡me duele, a mí, por todos vosotros! Indudablemente, no se trata sólo de la ceguera física, sino también de la ceguera del alma que los ha hecho refugiarse en un mundo ficticio. Posiblemente el autor sabe que hay muchos más ciegos del alma que de los ojos. La moral de acero del centro engendra tipos conformistas, eunucos morales; la rebeldía de Ignacio, seres que viven plenamente, aunque experimenten el dolor punzante de las aristas de la realidad. Cuando se acaban las razones, los individuos recurren al insultn o a la violencia. Ignacio es invencible porque defiende la verdad. Para callarlo se le hace perecer en el campo de deportes. He aquí el fracaso de Carlos: un concepto falso de la vida lo conduce a actuar erróneamente, lo lleva al asesinato de Ignacio. Muchas son las insinuaciones que doña Pepita le hace a Carlos sobre la muerte de Ignacio, ya casi al final del tercer acto. Sus evasivas lo confirman: "Nada hice, su suposición es falsa, le repito que es falso lo que piensa". Sin embargo, la mujer describe lo que ella misma vio desde el ventanal, pero como si fuera ahora producto de su imaginación. Y acusa a Carlos de proceder. .. "sin tener la precaución de pensar en los ojos de los demás. Siempre olvidamos la vista ajena. Sólo Ignacio pensaba en ella". La muerte de Ignacio tiene varias interpretaciones: a. Lo mata Carlos. Doña Pepita es testigo ocular, peno no lo dirá porque primero está el prestigio del centro. b. Andrés piensa que fue un suicidio. c. Miguelín encuentra una explicación lógica. Ignacio, demasiado susceptible, temía hacer el ridículo delante de sus coml'dñeros. Por ello practicaría el deporte por las noches. Seguramente por ese motivo, muchas veces llegaba tarde a acostarse. Se trata, pues, de un accidente. d. Don Pablo se adhiere al punto de vista de IMiguelín. Ese centro que no practicaba el enfrentarse a la realidad de la vida, busca la solución más sencilla, aunque sea falsa: la muerte de Ignacio se produjo por un accidente. Pero cuando Carlos se queda sólo frente al cadáver del compañero, se quiebra interiormente preñado de amargura y desesperanza, y repite las mismas palabras de Ignacio en uno de sus momentos de rebeldía, en uno de esos momentos en que, a sabiendas de que era ciego, quería ver. Carlos. . .... y ahora están brillando las estrellas con todo su esplendor, y los videntes gozan de su presencia rooravíllosa. Esos mundos lejanísimos están ahí, tras los cristales. .. jAI alcance de nuestra vista! .•. , sí la tuviéramos. Se ha impuesto la verdad, aunque haya muerto quien la predicaba. En síntesis, este breve recorrido por algunos de los mundos en que VIven las criaturas del teatro bueriano revelan que hay una orientación constante en todas sus 122 obras: mostrar la preocupación que tienen tales criaturas por descubrir su verdad íntima. Las tensiones dramáticas que las excitan llegan a veces al aniquilamiento mismo. Dígalo si no la desintegración del hogar de Penélope y Ulises, la muerte de Ignacio o el fusilamiento de Silvano. Es el precio que deben pagar por descifrar la incógnita de sus vidas. Cabe preguntar entonces qué hay más allá del pretendido realismo bueriano; porque si bien Se forja con personajes con los que tropezamos en todas partes, con sus inquietudes cotidianas, lo cierto es que estas hist.orias del presente son sólo un .obligad.o punt.o de partida para penetrar en el misterio de las almas. BIBLIOG RAFIA BUERO VALLE]O, ANTONIO. La Tejedora de sueñ.os. Editorial Escelicer, Madrid, 1960. Colección Teatro, No. 176. -------- Aventuro en lo griI. Talleres gráficos Escelicer, Madrid, 1964, Colección Teatro No. 408. -------- En la ardiente oscuridad. Editorial Aguilar, Madrid, 1957. 123