Cuenta la leyenda que Charlotte era una niña de doce años, guapa, alta, con el pelo pelirrojo, largo y liso, sin flequillo. Tenía los ojos verdes y grandes, con unas pestañas larguísimas. Era hija única, y vivía con sus padres y con su abuelo en una casita que estaba en el medio del bosque. Desde que cumplió los cinco años iba al colegio del pueblo sola, ya que su abuela era la única que la podía llevar. Era un camino difícil, típico en un bosque: estrecho, con hierbas y árboles por todas partes… Pero a ella eso no le importaba. Es más, siempre le había gustado. Mirar el paisaje, los animales, el ruido de la cascada que había por allí cerca… Aunque lo que más le llamaba la atención y la inquietaba era una casita de piedra, en ruinas pero enorme, ocultada por unos arbustos. Algo le decía que allí había algo. Por otra parte, Charlotte siempre fue muy testaruda, odiaba perder. Si decidía hacer algo nadie era capaz de hacerla cambiar de opinión. Pero, aunque era muy lista, audaz y atrevida, nunca antes se le había pasado por la cabeza lo que le propusieron aquel día. A las ocho de la mañana el despertador ya había empezado a sonar. Charlotte se preparó a correr. En la cocina su madre le había dejado hecho el desayuno, ella ya había bajado al pueblo. Su padre estaba cazando, y su abuelo roncaba tan fuerte que se oía en el patio de la casa. Un día normal para Charlotte. A las nueve menos diez salió de casa con todo listo. Miró la casa de piedra interesada, como si nunca antes la hubiese visto, y a menos diez entraba por el portal de la escuela. En seguida vio a Laura, su mejor amiga. Era morenita, tenía la cara llena de pecas y el pelo negro y sobre los hombros, rizo. Luego llegaron Linda y Lila, las gemelas de ojos azules verdosos, blanquitas, de pelo rubio, ondulado y corto. Las cuatro chicas estudiaban en la misma clase y se llevaban muy bien porque se conocían de toda la vida y tenían el mismo carácter, aunque Lila era un poco más pijita. Además, eran las cuatro igual de altas. Después de las dos primeras clases salieron al recreo. Hacía mucho sol y calor, y no había ni una nube en el cielo. Lucas y Julio llegaron poco después. Eran dos amigos de las chicas. Lucas era bajito, con el pelo marrón y corto, y muy moreno, mientras que su hermano, un año mayor que él, era rubio, mucho más alto y tenía pecas, pero no era tan moreno. Se reunieron los seis en el banco más grande del patio y empezaron a pensar en qué podían hacer. Entonces Linda sugirió jugar a “Verdad o Atrevimiento”. A todos les gustó la idea. Empezó Lucas: -Charlotte, ¿verdad o atrevimiento? - Atrevimiento, como siempre- contestó ella. -Lo sabía. Y me has dado una idea: me has hablado de la casa tan grande del bosque, ¿no? Pues bien: ¡entra con tus colegas y pasa allí la noche con ellas! Pero trae pruebas: fotos, cacharros y todo lo que te quieras llevar. -¡Ja! ¿Sólo eso? ¡Muy bien! Chicas, ¿os apuntáis? -¡Pues claro!-dijeron todas a coro. Pasó la mañana y volvieron a casa, cada una por su camino de siempre, después de quedar en verse a las ocho de la tarde. Era viernes. A todas les dieron permiso, pero no les dijeron a sus padres que iban a quedarse en la casa en ruinas. Sólo que iban de acampada al aire libre, como hacían tantas veces los días de sol. Charlotte miró la casa de piedra cuando volvía a casa y se dijo: “Nos vemos a las ocho, casita… Seré puntual.” Acabó de comer y subió rapidísimo las escaleras de roble que daban a su habitación. Como no había ni deberes ni exámenes se sentó e hizo una lista con todo lo que tendían que llevar ella y sus amigas para aquella noche: -Agua, bocadillos, una linterna, sacos de dormir, una cámara de vídeo, otra de fotos, una cuerda por si hay que escalar algo, una mochila para guardarlo todo, tiritas por si acaso, y cómo no, a mi San Bernardo. Con “Lobo” cerca no hay nada de qué preocuparse. El reloj marcaba las ocho menos diez. Se vistió y preparó todo lo que iba a llevar. Seguro que ellas también llevaban algo. Se despidió de sus padres, cogió a su perro y se marchó. En la puerta de su casa estaban las gemelas y Laura, listas para la aventura. Llegaron a la casa a las ocho y cinco. Laura se ofreció voluntaria para abrir la puerta… De una patada. Se rompió. -¡Genial! Mira que eres bestia…-dijo Lila. -Bueno, no necesitamos la puerta para nada. No te pongas tan dramática ya…replicó su hermana. Siempre discutían por cualquier cosa.- El día que veas a una… ¡ARAÑAAAAAAA! -¿Dónde, dónde? ¿Es venenosa?-gritó Lila, aterrorizada. -¡Has picado! ¿Ves cómo te dan miedo las cosas enanas?-se burló Linda. -Le tengo pánico a las arañas… No es cosa de risa- contestó Lila, haciéndose la inocente. Entraron en la casa. A pesar de que estaba sucia, polvorienta y tenía algunas paredes roídas, aún conservaba sus muebles y utensilios más o menos en buen estado. Charlotte sacó la linterna y las cámaras de su mochila. Le dio la de fotos a Laura y la de vídeo a las gemelas. Ella iba delante, agarrando la correa de su perrazo. Tuvo la suerte de que las demás pensaran en traerse sus linternas, por lo que pudieron separarse un poco en lo que parecía el recibidor de la casa. Laura vio un mueble con un jarrón encima. Lo cogió, le hizo una foto con la casa de fondo y lo metió en el saco que se había traído (aún olía a patatas crudas). En otro mueble más grande con cajones inspeccionaba Linda, mientras Lila sujetaba la linterna. Linda intentó abrir un cajón, pero éste no cedía. Probó de nuevo. Nada. Entonces se sacó de la mochila unos petardos que se había traído. -¡Prefiero no preguntarte de dónde los has sacado!- dijo Lila. - Si no quieres pelea, ¡haces bien en no preguntar!- contestó. Después de casi dejarlas sordas a todas con el estruendo de los petardos, Linda probó otra vez. El cajón se abrió. Dentro había un llavero con unas llaves y con una nota pegada en él. A pesar de que el papel estaba gastado y la tinta corrida, pudo distinguir que ponía: “Para el pasadizo secreto.” Entonces llamó a las demás. Miraron el papel, le sacaron una foto y se guardaron las llaves en el bolsillo de Lila. Siguieron andando y vieron unas escaleras y una puerta. Decidieron empezar por abajo, pero todas juntas, por si se perdían en aquel sitio tan oscuro, aunque las linternas alumbrasen bastante bien. Tras la puerta había un salón-comedor enorme, lleno de muebles. Naturalmente, allí también estaba la cocina, muy antigua, llena de cubiertos y un montón de utensilios de cocina. Los cogieron todos. Luego, al lado izquierdo de la cocina, vieron el baño, también antiguo y, estaba claro, sin agua. Cogieron el jabón y un cepillo de dientes que parecía nuevo, pero ninguna quiso comprobarlo. Lila se había traído una libreta de bolsillo y un bolígrafo, e iba anotando todo lo que le parecía interesante. De vez en cuando, preguntaba a Charlotte: -¿Lo he anotado bien? Y entonces ella leía: -“Comprar leche, huevos, azúcar…” ¡Esto es la lista de la compra! -¡Por el otro lado! Y así pasó cuatro o cinco veces más. Subieron la escalera de caracol hasta llegar a un pasillo largo con siete puertas de madera. Todas tenían cosas sin importancia que fueron grabando, haciéndoles fotos, guardando y anotando. La última de ellas estaba medio roída. Miraron a través del enorme agujero que se había formado y vieron un cuarto sin nada, solo una pequeña habitación vacía. Pensaron que había sido un trastero y entraron, por si quedaba alguno de los trastos. De repente, Linda gritó: -¡Lila, tienes una araña del tamaño de una ciruela en la espalda! -¡Ja, ja! ¡No pienso picar esta vez! -¡No, porque te picará ella antes a ti si no te la quitas de encima!- dijo Laura. -Chicas, no le sigáis el rollo… -¡Es cierto!- gritaba Charlotte. -¡Que no!- replicaba ella. Entonces Laura cogió una escoba que había por allí y le sacudió en toda la espalda. -¿A qué viene eso?- dijo Lila. -¡LA TIENES EN LA PIERNA!- dijeron las tres a coro. -Chicas, por última vez, ya sé que es mentir… ¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAH!!!- la había visto- ¡Quitádmela, quitádmela!-, saltaba sacudiendo la pierna en la que tenía enganchada a una araña negra tan peluda como la cola de “Lobo”. En uno de estos saltos soltó la linterna, y como no veía nada empezó a buscar a ciegas en el bolsillo algo como una cerilla para ver algo, o algo que le sirviera para quitarse a la araña. De los bolsillos sacó las llaves, y chocó contra la pared. Cuando se dio cuenta, había metido una de las llaves en una cerradura que había en la pared en la que chocó, y notaba que ya no tenía la araña, aunque le parecía que se estaba moviendo. Abrió los ojos. Sacó la cerilla que estaba buscando antes y la encendió. Acababa de bajar por un tobogán gigante hasta llegar a un pasillo estrecho. Poco después bajaron detrás de ella las otras tres. Estaban tan intrigadas con lo del pasadizo que no le dijeron nada a Lila. Le dieron su linterna y siguieron andando, aunque Lila sí que dijo: -Esa “ciruela peluda” no era una “cosa enana”. Ésta vez no me lo eches en cara. Y no lo hizo. Su hermana se quedó calladita y no dijo nada, aunque la historia le había parecido divertidísima y había grabado un vídeo, pero no se acordó de apagar la cámara y seguía grabando, aunque ya hubiera pasado lo divertido. Aquel camino acababa en una habitación en la que había claridad sin necesidad de velas o candelabros, ni siquiera de las linternas. Miraron mejor y había un cofrecito de madera y oro, cerrado con un candado. Lila sacó el llavero del bolsillo y abrió el candado con la primera llave que se encontró. Dentro había un saquito con un anillo que tenía un diamante del tamaño del hueso de la “ciruela peluda” de Lila -¡Para esto es para lo que ha venido yo! ¡Para ver cosas de valor y no cosas peludas y asquerosas!- dijo Lila. -Pero…-, intentaba replicar Linda. -¡No digas nada!- la interrumpió Charlotte. Entonces la luminosidad que había en aquella sala se fue en el momento en el que Charlotte cogió el anillo y se lo puso. Se lo volvió a quitar y lo dejó en su sitio. Pero no volvió la claridad. -Cógelo- le dijo Laura.- Es mejor que lo cojas. Como ya lo has cogido antes, que lo vuelvas a dejar en su sitio no hará que esta casa se “desenfade”. Si no le llevamos esto a los chicos no nos creerán, porque aunque ya tenemos una foto ellos querrán ver el anillo, y si no lo tenemos… Lo cogió, y entonces el perro empezó a ladrar. El cofre del anillo se cerró de golpe y el candado se cerró solo. Laura cambió de idea. Le quitó de las manos las llaves a Lila y metió todas las llaves, pero ninguna abrió el cofre. Decidieron salir corriendo con el anillo antes de no poder hacerlo, así que echaron a correr por el pasadizo. Cuando llegaron al sitio por el que habían bajado, se dieron cuenta de que no tenían salida. El tobogán era sólo para bajar, y no había forma de subir. Debieron pensar en ello antes. ¿Qué las había hecho bajar a todas y no quedarse dos allí? Era tarde para echarse la culpa. Ahora tenían que reaccionar de cualquier manera para salir de allí. Los candelabros de las paredes se empezaron a apagar de uno en uno. Charlotte se sacó la cuerda de la mochila. Hizo un lazo a lo vaquero (ensayaba todos los días) y se quedó atado a la escoba que había encontrado antes Laura. La escoba se quedó atascada en la entrada del tobogán y fueron escalando hasta llegar a la entrada de aquella habitación que debió ser el cuarto de la limpieza. Salieron pitando escaleras abajo y a medida que ellas bajaban por las escaleras éstas se iban rompiendo y dejando al descubierto el vacío, lo que hacía que Lila, que sufría de vértigo, se mareara y casi se cayera a esa enorme mancha negra. Pero consiguieron salir. Por lo menos de las escaleras. De repente vieron que la puerta que había roto Laura se había vuelto a reconstruir sola, pero esta vez no se abría. No tenía cerradura. Para colmo el suelo también se estaba cayendo al vacío y no había ventanas, habían desaparecido. A Linda no le quedaban petardos. Laura no era capaz de romperla otra vez. Ni siquiera “Lobo”, el San Bernardo gigante era capaz de romperla. Entonces a Charlotte se le ocurrió una idea. Le pidió a Lila una de sus cerillas y la encendió. Cogió las cantimploras de agua y roció de agua lo que había alrededor de la puerta. Como Lila era una quisquillosa y siempre traía cosas innecesarias, le dijo que le dejara las mascarillas que había traído. Lila se puso roja y dijo que eran por si olía muy mal. Charlotte le dio una a cada una y ellas se las pusieron. Después de volver a mojarlo todo Charlotte cogió la cerilla y la encendió. Prendió fuego a la puerta de madera y ésta empezó a arder. Entonces cogió más agua y apagó el fuego. La puerta estaba debilitada y parecía tan vieja como la primera vez. Entonces no hizo falta decirle nada a Laura, ella ya sabía lo que tenía que hacer. Quedaban apenas unos segundos para que el suelo se cayera por completo. Laura cogió impulso y le pegó tal patadón a la puerta que hizo que toda la casa temblara. Salieron de un salto todas juntas justo en el momento en el que el suelo se caía de todo, dejando la casa sin suelo. Se cayó la casa entera al vacío, pero no hizo ruido alguno. Entonces lo que era el vacío se transformó en un suelo de hierba normal y corriente, con árboles y plantas. Ni rastro de la casa. Charlotte se miró el dedo. Conservaba el anillo. Su perro estaba con la cámara de fotos en la boca. A Laura se le había caído. Linda se fijó en que la cámara de vídeo seguía encendida, y la apagó, guardando el vídeo. Se sentaron todas alrededor de una hoguera y miraron el vídeo, las fotos y los objetos que habían cogido. Ya no tenían miedo. Eso sí, aún estaban sin aliento, recordando todas las cosas que les habían pasado. Todas se dieron las gracias unas a otras, por lo que se habían ayudado, y luego decidieron dormir un poco, ya eran las cinco de la mañana. A las diez se despertaron. Y vieron que Lila tenía la misma “ciruela peluda” de antes, también en la espalda. Cuando ella se iba despertando y se giraba para ponerse boca arriba, la araña se le iba poniendo en la barriga, y acabó por tenerla casi en el pecho. - Buenos día… ¡AAAH! - Laura, quítale la “ciruela peluda” de encima, anda…-le pidió Charlotte.-Y, Linda… Tu hermana se ha desmayado. Más tarde quedaron con los hermanos y se lo enseñaron todo, incluso les dijeron que la casa no estaba ya, les habían enseñado el vídeo de Linda y vieron como desaparecía en el vacío. Entonces fueron al sitio donde estaba antes la casa. Ellos querían ver cómo había quedado. Cuando llegaron allí, la casa estaba intacta… FIN María Ventoso Prado, 1º ESO B.