UN PUENTE QUE UNIÓ DOS VIDAS Corría una fría tarde de

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UN PUENTE QUE UNIÓ DOS VIDAS
Corría una fría tarde de invierno de noviembre de 1957. Nadia había quedado con Francesco
en el piso de arriba de su casa, ya que Fran era un inquilino de una de las casas que los padres
de Nadia tenían. Se habían citado a las 19.30 porque Francesco había invitado a un amigo que
estaba conociendo Italia y le había pedido que fuese ella también a la reunión.
Nadia se había vestido muy elegantemente, si de por sí ya era preciosa, en ese momento lo
estaba aún más; llevaba puesto un bonito vestido color rubí que cubría con una gabardina del
mismo tono que le llegaba por debajo de las rodillas; para el calzado había elegido unos finos
tacones negros, a juego con el color de su cabello, negro como la pez. En los labios se había
puesto un color rojo pasión que resaltaba sobre su blanca piel. Su maquillaje era discreto,
utilizó lo justo para que sus ojos negros no resaltasen demasiado, pero que tampoco pasasen
del todo desapercibidos; el pelo se lo había recogido en una trenza que salía del lado izquierdo
y que terminaba convertida en un moño en el lado derecho. Estaba simplemente, preciosa.
Comenzaba a desesperarse, porque ni Francesco ni el invitado aparecían. Decidió caminar por
una de las calles cercanas a su casa para ver si los encontraba, porque se empezó a preocupar
por si les había pasado algo. Mientras iba andando, se preguntaba por qué Francesco, siempre
tan puntual, la había dejado plantada. Estaba tan ensimismada en sus pensamientos que al
doblar la esquina chocó con un chico que caminaba a toda prisa. Él pudo mantener el
equilibrio, pero sin embargo, Nadia cayó al suelo. El desconocido inmediatamente soltó lo
que sostenía en las manos y ayudó a la italiana a levantarse. Cuando esta se colocó bien el
vestido y se retocó un poco el pelo, miró con cierto desdén a aquel chico que la había
derribado, pero cuando lo observó bien, dulcificó la mirada, no por voluntad propia, sino
porque vio en ese hombre algo tan especial que su cara se tornó en una sonrisa.
- Perdóneme, por favor, he sido un irresponsable yendo a esa velocidad por la calle, y sin
prestar atención, lo siento mucho.-Dijo en un torpe italiano y con un reconocible acento
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Seudónimo: “Carmen Oliva”
español.
- No se preocupe, yo tampoco iba prestando mucha atención.- Le contestó la bella joven en un
casi perfecto castellano.
Permanecieron en silencio, cruzando sus miradas sin saber qué decir.
- ¿Le importaría decirme por dónde se va a esta dirección?- Dijo él y le enseñó el papel en el
que iba apuntada la calle a la que se dirigía. Se fijó bien en esa chica, era realmente guapa.
Nadia miró la dirección varias veces, y enseguida supo quién era.
- Un momento, ¿usted por casualidad, no será el amigo de Francesco, no?- Le contestó la
italiana con una preciosa sonrisa que dejaba ver sus perfectos dientes blancos.
- Sí que lo soy, ¿cómo lo ha sabido?
- Muy fácil, porque la dirección que pone en este papel es justo el piso de arriba de donde yo
vivo.- contestó ella divertida ante aquella situación.
- Oh, qué casualidad, ¿podría acompañarme hasta allí?, es que creo que me he perdido.
- Por supuesto, yo justo había salido para buscaos, porque había quedado con Francesco y
como se retrasaba, pensé que a lo mejor os había pasado algo.- dijo mientras comenzaba a
caminar.
La situación era bastante extraña, Nadia iba andando junto a un completo desconocido.
Normalmente no se hubiese fiado, porque quizás aquel chico no fuese quien decía ser, pero le
había caído bastante bien, y en su mirada no vio maldad ninguna, y mucho menos mentira. A
su vez, Fernando iba pensando en lo preciosa que era aquella italiana, y la buena impresión
que le había causado.
Cuando llegaron a su casa, vieron que Fran todavía no había llegado, así que decidieron
esperarle junto a la puerta. Fue Fernando quien comenzó la conversación. Se pensó lo que
decirle, porque se encontraba algo intimidado frente a ella.
-Bueno, me presentaré, ya que no nos conocemos prácticamente de nada. Soy Fernando
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Seudónimo: “Carmen Oliva”
Quiñones, español, concretamente de Cádiz. Soy escritor; empecé en el periodismo,
trabajando en la revista Parnaso, pero desde hace poco me dedico a escribir libros, el primero
es de poesía y lo publiqué hace solo un año, se llama “Ascanio”. Estoy en Italia porque viajo
por el mundo en busca de inspiración. He estado en Francia, Portugal y Marruecos, entre
otros, y creo que este viaje será del que mejores recuerdos me queden.- Esa italiana le había
hechizado con su belleza y simpatía.
- Así que escritor... que interesante. Yo soy Nadia Consolani, nacida en Venecia, voy a la
escuela y tengo diecisiete años.- Contestó Nadia. A ella también le había gustado aquel
gaditano. No era lo que se dice precisamente guapo, pero su mirada castaña tenía algo
diferente, un brillo especial, y su sonrisa era encantadora.
- Si no te importa que te pregunte algo, ¿dónde has aprendido a hablar tan bien el español?.preguntó Fernando.
- Muy sencillo, lo estudio en la escuela. En España aprendéis el francés y aquí el español.
Además, me gustaría ser traductora.
Justo en ese momento, llegó Francesco a donde estaban los dos chicos. Estaba confuso al ver
que su amigo estaba conversando con Nadia. Entraron a su casa y se acomodaron en el salón.
Fernando notó la sorpresa de su amigo y le contó cómo se habían conocido. La tarde
transcurrió tranquila y divertida. Nadia disfrutó mucho del acento gaditano de Fernando, así
como de su fino sentido del humor. Llegó la hora de despedirse y Nadia acompañó a
Fernando.
- Bueno, he pasado una tarde genial. Qué suerte que Fran tenga amigas como tú, me ha
encantado conocerte. Me gustaría volver a verte; suelo ir al puente de Guglie a las seis de la
tarde en busca de inspiración.- Dijo el gaditano con una sonrisa triste porque esa tarde, con
aquella carismática chica, tuviese que terminar.
- Yo también lo he pasado muy bien, quizás volvamos a vernos. Cerca de ese puente está mi
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Seudónimo: “Carmen Oliva”
colegio.
Pasaron dos días, y ni Fernando ni Nadia podían apartar de sus pensamientos a la otra
persona. Sonó la campana que indicaba que las clases de por la mañana habían terminado.
Cuando Nadia terminó de recoger sus cosas, miró por la ventana y no podía dar crédito a lo
que sus ojos veían. Salió corriendo en dirección al puente y se aproximó hacia Fernando.
- Hola Nadia, qué alegría volver a verte, me encantaría que comiéramos juntos y conversar un
rato contigo.
- Fernando, qué sorpresa verte por aquí.- Contestó Nadia. Le había gustado que Fernando
estuviese allí, pero se sentía muy nerviosa y turbada ante su presencia.- Lo siento Fernando,
pero hoy no puedo ir a comer contigo, mis padres me están esperando. Quizás mañana
podamos comer juntos. Adiós.- Se despidió Nadia.
Una vuelta, otra vuelta, Fernando ya no sabía en qué posición ponerse para quedarse dormido.
La razón, ella. Había pasado una buena temporada en Venecia, y cuando solo le falta una
semana para irse, conoce aquella chica tan especial.
Miró el reloj, la una de la madrugada. Nadia tampoco podía dormir, Fernando había
descolocado su vida, pero no pensaba solo en eso, sus padres no le dejarían ir a comer con un
chico desconocido, por eso decidió que les diría que se quedaría allí en la escuela a comer
para estudiar un examen que tenía después del almuerzo.
Ese día fue imposible para Nadia concentrarse en clase. Al fin, sonó la campana que indicaba
que tenían un descanso de una hora para comer. Él estaba allí, plantado en el puente de
Guglie, y con una rosa roja entre sus manos. Cuando Nadia se acercó, le dio dos besos de la
forma que lo hacían allí, por el lado contrario de como los dan en España, y después Fernando
le entregó la rosa. Se dirigieron a un restaurante que estaba por allí cerca. Nadia le advirtió
que solo disponía de una hora de descanso y que no podía faltar a la clase que tenía después.
Al principio conversaron sobre los estudios y sobre Cádiz. Fernando era un conversador
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Seudónimo: “Carmen Oliva”
excepcional, tenía un gran sentido del humor y ponía toda su pasión en las explicaciones que
daba a Nadia sobre su tierra gaditana, así como sobre sus dos grandes aficiones, el flamenco y
los toros. Nadia lo escuchaba encantada con el don que tenía Fernando sobre la palabra.
Cuando llevaban un buen rato hablando, Fernando adoptó un semblante serio y se dirigió a
Nadia mirándola fijamente a los ojos.
- Verás, Nadia, quiero decirte que en estos días no he parado de pensar en ti. Y me gustaría
que pasásemos más momentos como este, porque dentro de una semana me marcho a España.
Y así fue, durante unos días, Nadia se fue inventando excusas para poder verse en el puente de
Guglie con aquel encantador español, y pasaban momentos maravillosos. No obstante, Nadia
no podía dejar de pensar en que se acercaba el momento de la partida de Fernando.
A falta de tres días para que Fernando se fuese, el gaditano le hizo una propuesta que
descolocó toda su vida.
- Nadia, solo me faltan tres días en Venecia y si no te digo esto, no me lo podré perdonar en
toda la vida.- Y tras una pausa le dijo.- Vente conmigo a Cádiz, te quiero.
Nadia no daba crédito a lo que Fernando le acababa de decir, pero por fin consiguió
responder.
- Fernando, tengo que pensarlo, solo nos conocemos desde hace una semana, toda mi familia
y mi vida han estado siempre aquí, necesito tiempo, aunque yo también siento algo por ti.Dijo Nadia, todavía sorprendida por lo que el escritor le había dicho. Y se marchó.
Dos días más tarde, y tras pensarlo mucho, decidió que lo mejor era pedirle consejo a alguien
que los conociese a los dos, y en quien poder confiar, así que decidió pedirle opinión a
Francesco. Al salir de clase fue a verlo. Tomó asiento en un sillón del salón de la casa de Fran
y empezó a contarle su situación.
- Francesco, quizás te sorprenda lo que voy a contarte, pero necesito tu ayuda. El caso es que,
estos últimos días he estado quedando con Fernando, y ayer, me pidió que me fuera a Cádiz
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Seudónimo: “Carmen Oliva”
con él. No sé qué hacer, mi deseo es ir, pero por otro lado, siento miedo de tomar una decisión
precipitada, nos conocemos poco y no quiero equivocarme. Te preguntarás por qué te cuento
esto a ti, y es que sentía que se lo tenía que contar a alguien que me pudiese dar su opinión y
que a la vez confiase en él. ¿Qué crees que debo hacer?.- Dijo Nadia.
A Francesco no le sorprendió nada que su amigo, al que había conocido en un tren, hubiese
hecho algo como eso, él era así, se dejaba guiar por su corazón.
- A veces lo que lo que de verdad queremos hacer no coincide con lo que deberíamos hacer.
Quiero decir, que hagas lo que sientas de verdad, si sigues el deseo de tu corazón, nunca te
equivocarás, al menos sabrás que tus actos los han guiado tus sentimientos.
A Nadia esa respuesta le sirvió para aclarar sus ideas, aunque estaba realmente inquieta. Le
dio las gracias a Fran y se marchó a su casa. Hasta que consiguió quedarse dormida estuvo
pensando sobre lo que Fran le había dicho y al fin, llegó a una conclusión.
La decisión, para bien o para mal, estaba tomada.
En cuanto Nadia abrió los ojos, deseó que esa última tarde Fernando fuese al puente de Guglie
para buscar inspiración. Tenía que confesarle la decisión que había tomado.
Como las otras dos noches, para Fernando la tarea de dormir era un auténtico suplicio. No
había avanzado prácticamente nada con su escritura. Una persona ocupaba todos sus
pensamientos, y deseaba de verdad, que Nadia hubiese disipado las dudas que tenía.
Cuando se despertó, su primer pensamiento fue dirigido hacia ella, solo le quedaba un día de
estancia en Venecia. Se había permitido tener las esperanzas de que Nadia hubiese llegado a la
conclusión que él quería, pero conforme pasaban las horas, la desesperanza se iba apoderando
de él. Como de costumbre, se dirigió al puente de Guglie, con la esperanza de que en su
última tarde allí, ella fuese a visitarlo. Mientras, seguiría escribiendo “Siete historias de toros
y de hombres”. Cuando llegó a su destino, la vio apoyada en la barandilla donde él siempre la
esperaba al salir del colegio. Estaba tan preciosa como siempre, había elegido un vestido color
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Seudónimo: “Carmen Oliva”
añil y un tres cuartos color blanco. El pelo lo llevaba como cuando la conoció, recogido en
una trenza que salía del lado izquierdo y que terminaba convertida en un moño en el lado
derecho.
Sin saber por qué, la poca esperanza que le quedaba, se esfumó al verla.
En cuanto Nadia lo vio aparecer le dio dos besos.
- Hola Nadia, estás preciosa, estaba deseando volver a verte.- En realidad no sabía si
realmente quería escuchar lo que aquella chica que le había conquistado le tenía que decir,
porque siempre cabía la posibilidad de que su decisión no fuese con la que él había soñado.
- Hola, Fernando, he pensado mucho sobre lo que estuvimos hablando, y ayer fui a hablar con
Francesco sobre el tema para que me ayudase un poco a organizar mi mente. Le conté el
motivo de mis dudas, y la verdad es que disipó muchas con lo que me dijo, por fin ayer
conseguí tomar una decisión, y creo que ya es hora de que tú la sepas.- Y tras una pausa que a
Fernando se le hizo eterna, Nadia dijo - Me marcho contigo a Cádiz, me he enamorado de ti y
de esa ciudad de la que tantas maravillas me has contado.
En 1959, Fernando Quiñones y Nadia Consolani contrajeron matrimonio en Milán. Ese
mismo año nació su hija Mariela. Un año más tarde, Fernando ganó el Premio Literario del
diario La Nación de Buenos Aires con “Siete historias de toros y de hombres”, la serie de
cuentos que estaba escribiendo cuando conoció a Nadia. El suyo fue un matrimonio bonito,
que contó con cientos de paseos por la playa de La Caleta para ver el atardecer gaditano. Al
casarse con Fernando, Nadia comprendió que también lo había hecho con Cádiz.
CARMEN OLIVA
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