Salvar el amor

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Terapia de pareja
Salvar el amor
De la mano de un especialista
y en un ambiente neutral,
es posible revisar los cambios
en la relación, recuperar
la lealtad, jerarquizar la intimidad
y reubicar la autonomía
sin perder de vista la pasión,
el respeto y la humildad / Matilde Moreno
Una relación de pareja satisfactoria, igualitaria y fun-
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damentada en el mutuo dar y recibir es una aspiración
genuina, pero que requiere algo más que ganas de vivir
juntos.Después del noviazgo y del inicio de la convivencia
comienza el verdadero trabajo de cultivarse como individuos y como pareja, tratando de mantener vivo y saludable
el proyecto común emprendido.
Sensaciones de ausencia de amor y lealtad, falta de
diálogo, heridas que no sanan después de los conflictos,
intimidad muy espaciada, culpa, resentimiento y carencia
de planes a futuro son las señales que disparan la alarma
sobre la necesidad de buscar ayuda terapéutica para intentar salvar lo que con tanta ilusión se ha construido.
La terapia de pareja se define como la asistencia que
un especialista presta, de manera conjunta e individual, a
dos personas que hacen vida en común, poniendo énfasis,
fundamentalmente, en la interacción entre uno y otro.
Durante el tratamiento se analiza la etapa previa al matrimonio o convivencia, cómo fue la separación del hogar,
qué lealtades se mantienen con la familia original, cómo
han enfrentado las crisis y si ambos han logrado poner en
primer lugar su relación.
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En tres dimensiones
La asistencia psicológica a la pareja incluye tres áreas
fundamentales, en las que se profundiza dependiendo de
las razones de la consulta y de la evaluación que haga el
especialista.
• Psicológica. Se analiza lo que cada miembro aporta a la
relación desde el punto de vista psicológico e individual: el
grado de madurez afectiva, la autonomía de la personalidad
y si alguno de los dos está deprimido, ansioso o padece
algún tipo de trastorno o enfermedad. Se evalúan los recursos intelectuales y la forma como cada quien enfrenta
los problemas de ambos.
• Sistémica. Se estudia la capacidad que tiene la pareja
para relacionarse –lo que realmente pasa entre los dos– en
un intento de mejorar la forma en que se vinculan. La experiencia de la terapia tiene que ser capaz de promover el
crecimiento individual, sobre todo por los cambios que se
suelen hacer para mejorar la relación.
El especialista se concentra en promover el diálogo y la
comunicación, y en fomentar la intimidad y la unión. Y es
allí, precisamente, cuando la pareja se ve obligada a hacer
variaciones en su nivel de madurez y autonomía, si quiere
mantener la unión.
Durante la terapia, también es posible que uno se vaya
diferenciando del otro y sienta que no son compatibles o
no tienen el mismo grado de madurez.
Más que respuestas causa/efecto, el terapeuta trata de
encontrar el patrón circular que refuerza el síntoma o los
esquemas de interacción en los que la pareja está enganchada. Por ejemplo, cuando uno asume una conducta determinada y el otro lleva la contraria en una lucha de poder.
• Ética. Además de considerar el ciclo evolutivo, psicológico y psicosocial de la pareja, el enfoque estudia también
el tema del compromiso, la lealtad, reciprocidad y justicia
en la relación.
El análisis parte de una premisa: al decidir tener una
relación, las personas se conectan desde el punto de vista
ético y están obligadas a trabajar por el vínculo de una
manera intencional, si quieren que funcione. Así, si bien
el individuo tiene que cuidar su autonomía, también tiene
que evaluar las consecuencias –en el compañero– de sus
acciones y de esa independencia.
Señales de alarma
• Hay una crisis o aumenta el número de conflictos.
• Se deterioran los elementos fundamentales
que sostienen la relación: confianza, lealtad,
comunicación y sexualidad.
• La pareja no tiene un proyecto de vida conjunto
a futuro, ni los mismos sueños o ilusiones.
• Se siente que el proyecto de pareja ya no es
intencional, sino que están juntos porque uno
de los dos se esmera más.
• La pareja detecta que no tiene buenas herramientas
comunicacionales o de resolución de problemas.
• Se percibe que la reciprocidad no existe.
• Se cae en un patrón que se repite cíclicamente.
• Uno pierde la capacidad de reconocer que
ha dañado al otro.
• La pareja siente que no puede reparar
la relación ni tomar la iniciativa en la sexualidad
o la interacción positiva.
Alerta máxima
• Cuando hay una adicción en alguno de los miembros
de la pareja y el adicto no se quiere tratar.
• Cuando hay violencia.
• Cuando hay un trastorno de personalidad severo
o una enfermedad mental que no está recibiendo
atención psicológica o psiquiátrica.
¿Ir juntos o separados?
Es, quizá, la duda más frecuente. Lo ideal es que el terapeuta tenga una perspectiva global, con un enfoque
integral y multidimensional, pero las sesiones pueden
ser conjuntas o separadas. Cuando una pareja acude
junta es más fácil para el psicólogo entender los diversos
puntos de vista, porque los conoce a ambos. Generalmente, una terapia de tres a seis meses es suficiente para
“sacar” de la pareja recursos y fortalezas que le permita
seguir adelante.
¿Qué papel juega el amor?
Definitivamente, no es suficiente para que funcione
una relación de pareja. Hace falta compromiso, lealtad,
intencionalidad, diálogo, comunicación, humildad y
capacidad de perdonar y reparar. Pero, sin el amor, la
pareja tampoco tiene probabilidades de evolucionar
satisfactoriamente.
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Mejor prevenir
Una pareja puede buscar ayuda
anticipando las llamadas crisis evolutivas,
previstas en el transcurso de la relación:
el embarazo, el nacimiento de los hijos,
la adolescencia y el momento en que
los jóvenes se van. Aunque son circunstancias esperadas, desorganizan, rompen
el equilibrio de pareja y de familia,
y vuelven a sus miembros más vulnerables. Aun así, son situaciones que pueden
transformarse en oportunidades
de fortalecimiento, siempre y cuando
el estrés no sea demasiado y se cuente
con apoyo externo. De lo contrario,
habrá un incremento en los patrones
de conflicto y alejamiento.
La pareja por dentro
Son varios los patrones de disfunción que se manifiestan
puertas adentro, cuando las partes están a solas con el psicólogo. He aquí los más comunes.
Conflicto marital Es una de las modalidades más frecuentes, en las que ninguno de los dos quiere ceder para dar más,
reparar o profundizar en la relación. Cada uno está midiendo
el dar o el recibir y trata de mantener su punto de vista, una
posición que genera una escalada de conflictos.
Distanciamiento emocional Cuando la pareja no llega
a formar un vínculo fuerte para mantener la intimidad,
surgen sentimientos de culpa que tienen que ver con otras
relaciones –bien sea con la familia de origen o con los hijos– y
comienza a distanciarse. Siempre que el lazo de pareja no
sea prioritario, se experimenta cierto grado de distanciamiento emocional.
Por ejemplo, si una de las partes sigue apegada a sus
padres, puede tener muchos años de vida en común, pero
sentir que en esa relación no pasa nada en términos de
pareja. También sucede que un matrimonio evoluciona a
la etapa de tener hijos y no logra balancear la paternidad
con la intimidad.
Un patrón de distanciamiento emocional puede derivar
incluso en un distanciamiento sexual y, generalmente, la
pareja llega a la terapia porque sospecha que hay un tercero
en la relación.
También hay casos en los que la pareja funciona sin
conflictos, pero no tiene comunicación ni conexión, y las
necesidades emocionales siguen insatisfechas.
Disfunción individual Se da cuando uno de los miembros presenta ansiedad, depresión o un trastorno funcional: empieza a sentir que ya no es tan eficiente, que no
está satisfecho con la vida y que no está bien ajustado a
su trabajo.
La pareja, entonces, se caracteriza por un patrón en el
que uno asume el rol dominante y el otro el rol de adaptación (cede para que la relación se mantenga en equilibrio, deja de reclamar sus derechos, eventualmente va
perdiendo parte de su yo y comienza a hacerse vulnerable
a desarrollar disfunciones).
Triangulación con los hijos Se manifiesta cuando hay
mucha tensión marital y surge la proyección o la desviación
de la atención hacia los descendientes de la pareja. La
unión parece que está funcionando y que no tiene problemas, pero todo lo negativo lo está colocando en el niño
(“si no se portara tan mal en el colegio, tendríamos más
tiempo para nosotros”). El pequeño es criticado en exceso y
resulta una fuente de tensión. Cuando van a buscar ayuda,
es para el niño y no para ellos. La labor del terapeuta es
ahondar en el motivo de la consulta para saber cómo es el
funcionamiento de la pareja (en ella se mueven todos los
procesos sistémicos de la dinámica familiar).
•
(
E specialis t a c o n sul t ada
Emma Mejía de Láncara, psicólogo. Máster en Terapia Familiar y de Pareja.
Profesora de la Universidad Católica Andrés Bello y terapeuta en Humana
y Centro Médico Docente La Trinidad.
)
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