LA VANGUARDIA 39 MIÉRCOLES, 20 DICIEMBRE 2006 Entrevista al sociólogo Richard Sennett El Consell de les Arts entrará en vigor en el plazo de seis meses, página 40 / Liliana Cavani presenta en el Liceu su ‘Manon Lescaut’ “en clave tradicionalista”, página 48 CARTELERA PÁGINA 43 PÁGINA 41 UN CLÁSICO DE LA ANIMACIÓN Adiós al padre de Tom y Jerry Fallece Joseph Barbera, cocreador de un universo de dibujos animados ANDY ROBINSON Nueva York. Corresponsal a generación de baby boomers que creció con los Picapiedra, Tom y Jerry y el oso Yogui recibió ayer con nostalgia la noticia de la muerte del dibujante Joseph Barbera, en Los Ángeles, a los 95 años. Junto con su compañero William Hanna, que murió en el 2001, Barbera dio vida a una serie de personajes míticos dibujados a mano. Trabajando en Hollywood para MGM a partir de los años 30, Hanna y Barbera se convirtieron en el rival de Disney. Su impacto en la imaginación estadounidense –y en la occidental, a través de la televisión– no es mucho menor que el del creador de Micky Mouse. A diferencia de Disney, sin embargo, Hanna y Barbera combinaron dibujos técnicamente sencillos con las desenfadadas comedias de situación televisivas. Barbera era el mejor dibujante de los dos; Hanna proporcionaba guiones con timing cómico. La gracia de los Picapiedra –que se transmitió en televisión en 166 entregas desde principios de los 60– residía en trasladar los quehaceres domésticos de la familia de posguerra a una sociedad de neandertales. Barbera nació en el barrio neoyorquino de Little Italy en 1911 y empezó a trabajar con Hanna a finales de los 30. Ambos crearon en 1940 el equipo formado por un ratón y un gato –originariamente Jasper y Junx– que se haría famoso como Tom y Jerry, personajes que se incrustaron en la psique infantil pese a la violencia a veces sádica de la caza perpetua de Tom a Jerry. Esta célebre serie de cortometrajes ganó 13 nominaciones a los premios Oscar. En 1958, con el Huckleberry Hound Show, crearon uno de sus personajes de televisión más conocidos, una serie que luego engendraría al oso Yogui, protagonista de su propia serie sobre los osos de Yellowstone en los años 50, antes de que los primeros ataques de osos a turistas en el parque empezaran a disparar la psicosis en el sueño americano de los dibujantes. Luego vendrían los Picapiedra. Y, posteriormente, ya sólo Scooby Doo y sus amigos humanos –con visibles rasgos de la contracultura– llegarían a tener el éxito de sus antecesores.c ‘Hijos’ de Hanna y Barbera Una puerta a la alegría L M TOM Y JERRY (para la Metro Goldwyn Mayer) LOS PICAPIEDRA 1 EL LAGARTO JUANCHO 1 LEONCIO EL LEÓN Y TRISTÓN 1 DON GATO 1 LOS SUPERSÓNICOS 1 PIXIE Y DIXIE 1 SCOOBY DOO 1 LOS AUTOS LOCOS EL OSO YOGUI illones de adultos caminamos hoy sobre la Tierra portando en los pliegues del cerebro ciertos monigotes y pintorescas frases implantados ahí por este señor que acaba de morir, llegados a través de TVE en mi caso. “¡Contra el mal, la hormiga atómica!”, resuena en el cerebro de los de mi generación. También aprendimos que los osos del parque de Yellowstone se desviven por las cestas de merienda de los excursionistas (Yogui), que hay perros azules muy flemáticos (Huckleberry Hound), que un lagarto se llamaba Juancho y que Maguila era un gorila, y que Pixi y Dixie son dos “mardito roedore”, en el acento andalú del gato Jinks. Y cuando, ya de mayorcitos, aprendimos el significado de la palabra sádico, lo entendimos a la primera: nos bastó pensar en Tom y Jerry, en lo que el ratón Jerry le hacía al gato Tom. Algunos de aquellos dibujos animados eran sencillos técnicamente (con fondos que se repetían: en una persecución, el mismo sofá pasaba ante tus ojos cuatro veces…), pero infinitamente más sustanciosos, jugosos e ingeniosos que cualquier dibujo japonés de ahora. Aquellos dibujos animados fueron para muchos una escuela de humor y de vida: entre otras cosas, aprendimos lo estúpido (Pier-no-doy-una) y desagradable (el perro Patán) que es ser malvado (Los autos locos), y aprendimos a lanzar nuestro “grito hipohuracanado” (Pepe Pótamo) en el patio de colegio. Y si algo iba mal, sabíamos consolarnos con “Oh, cielos, qué horror” (Leoncio el León y Tristón). Creímos que en el año 2000 viviríamos como Los supersónicos y que nuestros coches circularían por el aire y que sacaríamos los bocadillos ya hechos de una máquina (esto sí se ha cumplido). Y si las cosas al final no nos iban bien, nos entrenamos a vivir en un cubo de basura con Don Gato y a burlar al oficial Matute. Y, en fin, aprendimos que entre nuestros antepasados de la edad de piedra también había celos, envidia, ternura, infidelidades y todas las pasiones humanas, gracias a Pablo Mármol, Betty (la más guapa), Wilma y Pedro, Los Picapiedra, la prehistoria de Los Simpson. Y años después, al llegar tarde a casa alguna noche y descubrir que no llevabas las llaves encima, seguro que has estado a punto de gritar, como Pedro Picapiedra, lo de “¡Wilma, ábreme la puerta!”. Porque Joseph Barbera y William Hannah eran unos sutilísimos conocedores del alma humana, y por eso han sabido dejar en ella una inolvidable huella de alegría y felicidad. VÍCTOR-M. AMELA